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Capítulo 1

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PARA qué habré accedido a hacer esto? —se quejó Allie Todd a su hermana Karen Pirelli.

Karen no respondió. Conducía la furgoneta apretando tanto el volante que tenía los nudillos blancos. Con los hombros encorvados y la frente arrugada, murmuraba lo que probablemente sería una plegaria.

Iban por un camino que ni siquiera en pleno verano sería bueno.

Varias copiosas nevadas ese invierno y unos días más cálidos en enero lo habían convertido en un aterrador y resbaladizo lodazal.

—Ya estaremos llegando —masculló Karen, mirando hacia delante—. Connor dijo que…

Se interrumpió. Salieron de un denso bosque de pinos a un claro en el que cabrían varios coches en verano. Durante el invierno le habían quitado la nieve, que se acumulaba en sucios montones a ambos lados del camino de donde provenían. Y en el tercero…

Karen pisó el freno, lo peor que se puede hacer en un camino resbaladizo por la nieve, y la furgoneta comenzó a patinar sin control, primero en una dirección y luego en otra antes de detenerse bruscamente a unos centímetros de la abrupta caída de metro y medio hacia el lago, completamente helado.

—Te debo una, ¿de acuerdo? —le dijo Karen a Allie, con voz temblorosa.

—No —negó Allie con la cabeza—, eso sí que no es necesario que me digas nunca. Lo sabes bien —se aclaró la garganta y luego añadió—: No tendría que haberme quejado.

—No —le rebatió Karen—. Yo no tendría que habértelo pedido, cuando sé lo difícil que te resulta… —cambió rápidamente de tema—. Además, sé que no te gusta demasiado la vida al aire libre.

—¿Te ha dicho si va a ser muy primitivo?

—No.

Karen apoyó los brazos sobre el volante y gimió. Seguía teniendo mal aspecto.

—¿Te encuentras bien? — le preguntó Allie innecesariamente.

—Sí —respondió, lanzando un trémulo suspiro—. Quise decírtelo cuando veníamos, pero te dormiste. Estoy… estoy embarazada, Allie.

—¡Qué genial, Karen! —dijo Allie, y la voz se le enronqueció.

—Lo sé —sonrió Karen, con expresión de evidente alivio. Allie comprendió inmediatamente que su hermana no sabía cómo iba ella a tomarse la noticia—. John y yo estamos tan ilusionados —prosiguió—. Aunque me siento descompuesta la mayoría del tiempo, y…

Se interrumpió y ambas se dieron la vuelta instintivamente a mirar al bebé de seis meses que dormía en el asiento trasero. Era una niña preciosa, con pelusilla dorada en la cabeza, mejillas rosadas y largas pestañas oscuras. Se hizo un silencio.

—Se llevarán muy poco tiempo —dijo Allie, verbalizando lo que ambas pensaban.

—Sí. Trece meses.

—Jane no recordará… —comenzó Allie.

—… cómo era no tener ningún hermano —concluyó Karen—. No te preocupes por ello, Allie, no es problema. ¡De veras! Hace tanto tiempo que John y yo queremos una familia numerosa… y tantas veces perdimos las esperanzas de tenerla. Y sabes perfectamente que nada de lo que estamos haciendo es problema para mí. Decidas lo que decidas con respecto al futuro, si quieres…

—Tranquila, Karen —respondió Allie con dificultad—, ya lo sé. Me lo has prometido desde el principio. Supongo que todavía no lo tengo demasiado claro.

—Lo único que pasa es que estoy un poco baja de energía en este momento. John está de viaje hasta el miércoles. Tendría que haber ido con él, tomarme un descanso, pero la oportunidad de hacer esta portada era demasiado buena para rechazarla. Ya han vendido los derechos para hacer la película. Nancy Sherlock es palabras mayores en este momento.

—Y tiene un temperamento que va acorde con ello, evidentemente.

—Con un tem… —comenzó Karen a decir, pero se tuvo que tapar la boca, presa de las náuseas.

—Salgamos del coche, así caminas un poco y tomas el aire.

—No puedo abrir la puerta.

—Quédate sentada. Mejor que no intentes pasar por encima de la palanca de cambios en las condiciones que estás —dijo Allie, protectora y severa a la vez, calándose un sombrero azul y guantes de lana y saltando del coche para dar la vuelta hacia el lado del conductor—. Intentaré quitar la nieve lo más rápido posible.

Karen cruzó los brazos sobre el volante y hundió la cabeza en ellos, respirando lenta y profundamente.

Sin preocuparse porque sus guantes se empaparon enseguida, Allie comenzó a retirar la nieve que bloqueaba la puerta. Resultaba más lento de lo que pensaba.

—¿No te vendría bien una pala? —preguntó una voz masculina.

Allie levantó la mirada, sobresaltada, y se encontró frente a una pala de nieve color naranja. Se sentó sobre los talones, acalorada y sin aliento, y elevó la vista. Un mango. Un guante de piel. La manga de un grueso abrigo negro que acababa en un impresionante hombro. Finalmente, el rostro de un hombre bajo un gorro de lana. Tenía los ojos más azules que había visto en su vida.

Karen seguía con la cabeza escondida en los hombros, pero había oído la voz.

—¿Connor? —preguntó.

—Sí. Hola —dijo él, apoyándose en el marco de la puerta de la furgoneta. Examinó a Karen a través de la ventanilla entreabierta—. ¿A que no pensabas aparcar tan cerca del lago?

—Es verdad.

—¿Te encuentras descompuesta? Lógico. Salvarse por los pelos de caer en el lago…

—Connor, esta es Allie. Allie, este es Connor Callahan. Perdón por… la informalidad —dijo, callándose para volver a respirar lentamente.

—Mucho gusto, Allie —dijo Connor, estrechándole la mano y haciendo una mueca cuando el guante de lana de Allie chorreó agua helada.

—Me temo que no es muy impermeable que digamos —rio ella.

Tras una mirada por respuesta, él comenzó a palear la nieve, moviéndose con una eficiencia que no parecía costarle ningún esfuerzo. Cantaba entredientes una especie de canción marinera. Era muy agradable y a Allie le dieron deseos de unirse a él.

Se quitó los guantes empapados y los dejó sobre la furgoneta, metiéndose las manos bajo las axilas para calentárselas.

Connor se enderezó del trabajo un instante y la miró pensativo.

Era menuda, más pequeña que su hermana, y más morena también. El cabello de un castaño casi negro se le escapaba por debajo del sombrero y le llegaba a los hombros. No podía verle la cara demasiado bien. Tenía el sombrero tan encasquetado que solo le dejaba al descubierto la suave boca, no demasiado amplia pero de deliciosa forma y las mejillas, altas y bien definidas, rosadas por el frío.

Nunca le había llevado demasiado tiempo formarse una opinión de una mujer. Y con esta, esas impresiones eran buenas. Tenía la sensación de que el favor que su bonita vecina le había pedido resultaría interesante.

Allie saltaba, tratando de calentarse los pies. Ojalá que con esas botas de ciudad que llevaba no los tuviese igual de mojados que las manos.

—Tu hermana no me ha contado demasiado de ti —le dijo con una sonrisa—, pero me da la impresión de que no te gusta mucho el campo.

—Me gusta más sentarme frente a la chimenea con un buen libro, música y una taza de chocolate. ¿Crees que eso será un problema este fin de semana?

Allie hizo la pregunta un poco nerviosa. Tenía los pies mojados y las manos heladas. No le apetecería nada que la cabaña a la cual se dirigían no tuviese electricidad y contase por calefacción con solo una humeante estufa en la cocina.

—¿Lo que quieres saber es si en casa de mi hermano hay un buen fuego? —preguntó Connor—. Puedo arreglarlo, no te preocupes.

Tenía la mandíbula tan cuadrada como la pala de nieve, el cuerpo de atleta y la voz cálida y profunda. Allie supuso que era capaz de arreglar lo que quisiese de la forma más agradable posible.

—De acuerdo, Karen, ya está liberada la puerta —dijo, después de unos cuantos minutos—. ¿Porqué no te bajas así muevo el coche a un sitio un poco más seguro?

—Gracias —dijo Karen, enderezándose finalmente. Se bajó del coche y el aire helado hizo que recobrase un poco el color.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó Allie a su hermana mientras Connor maniobraba la furgoneta para aparcarla junto a su Range Rover.

—Ahora sí —asintió Karen.

—¿Sabe lo del bebé?

—Todavía no. Solo se lo hemos dicho a la familia por ahora. Tú eres la primera después de los padres de John y mamá y papá.

—No lo mencionaré este fin de semana entonces.

—Si sigo sintiéndome mal a cada rato tendré que decírselo. Supongo que estoy nerviosa por lo de la portada del libro, lo cual no ayuda demasiado. Nancy Sherlock ha rechazado el trabajo de otros dos artistas y me habrán llamado de pura desesperación. Nunca he hecho algo para un autor tan importante como ella. Parece ser que quiere algo muy natural y le encantaron las portadas que hice para La cosecha, la trilogía de Gloria Blackmore

—¿Ves? —la tranquilizó Allie—. Le encanta tu trabajo.

—Tiene fama de cambiar de opinión cada dos por tres —dijo Karen, haciendo una mueca—. ¿Diría en serio lo de las modelos? Decidí usaros a vosotros dos porque sois tan fotogénicos, pero no sois profesionales. ¿Quizá seauna idea descabellada?

—Confía en tu intuición, Karen —la volvió a tranquilizar Allie—. Te calmarás en cuanto te pongas tras la cámara.

—Lo cual me recuerda que quiero hacer unas fotos del lago ahora, antes de que la luz cambie. Y antes de que Janey se despierte.

Allie asintió, ignorando la opresión de la garganta que sentía cada vez que su hermana mencionaba a la niña de esa forma dulce y natural.

Connor ya estaba con ellas y oyó sus palabras.

—¿Sientes un ataque de inspiración?

—Si te parece bien —asintió Karen, dirigiéndose a la parte trasera de la furgoneta para sacar el equipo.

—De acuerdo —dijo él—. Traeré la moto de nieve para buscar las cosas. Me he cerciorado de que el hielo esté sólido. Estos días de calor solo han ablandado los primeros centímetros de la superficie. Mientras tanto, mi compañera modelo puede ocuparse de su sobrina si se despierta.

Le lanzó una sonrisa a Allie, pero luego, al verle la expresión a ella, la suya perdió la alegría. De repente, ella se dio cuenta de lo vulnerable que se sentiría ese fin de semana, al tener que pasarlo tan cerca de Karen y Jane, y un extraño mirándolas.

—Eh, ¿te he asustado? —preguntó Connor—. No ha sido mi intención. No estarás nerviosa por el trabajillo, ¿verdad? Tómalo como una diversión. Eso es lo que pienso hacer yo. Nunca había posado como modelo antes.

—Yo tampoco —logró decir ella.

—Y la idea de que tu hermana pinte una de esas románticas portadas basándose en fotos nuestras me parece genial. Me encanta la idea de hacer el tonto durante todo un fin de semana largo.

—Supongo que yo también tendría que mirarlo así —dijo Allie, agradecida de haberse librado de tener que explicar lo que realmente la tenía preocupada.

—¿O es la idea de tener que cambiar un pañal lo que te asusta? —bromeó él.

¿Le estaría leyendo la mente?

—Sí, es aterrador —respondió ella, intentando que pareciese una broma—. Nunca he cambiado un pañal en mi vida.

—¿De veras?

—En serio.

Él hizo una mueca de incredulidad.

—Vuelvo en cinco minutos —dijo él y luego hizo una pausa—. No, mejor diez. Tengo un par de cosas que hacer dentro de la casa.

—Diez minutos. De acuerdo —asintió ella con la cabeza.

Karen se había ido con la cámara y el trípode al embarcadero que salía del otro extremo del aparcamiento y Jane dormía profundamente en el asiento del coche. El motor estaba apagado, así que la calefacción del coche ya no estaba encendida. Pronto tendría frío.

Abrió la puerta de la furgoneta sin hacer ruido, Allie alargó la mano y desdobló el edredón para bebé que tenía sobre la bolsa de la niña y se lo puso a Jane por encima, intentando no dejarse invadir por la ternura. ¿Habrían cambiado algo las noticias del embarazo de Karen? La posibilidad la sobrepasaba.

Luego volvió a cerrar el coche, dejando una ventanilla apenas abierta para que entrase el aire y se dirigió a donde se hallaba su hermana.

—¿Hace mucho que lo conoces? —su voz tenía un tono acusador.

—Hace casi cinco meses —respondió Karen sin manifestar sorpresa, levantando la mirada del objetivo—. Quizás no lo recuerdas. Su piso estaba alquilado, luego lo pusieron en venta y estuvo vacío tres meses hasta que él lo compró. Se mudó a principios de septiembre, y allí fue donde lo conocimos.

Allie asintió. La explicación le dijo todo lo que quería saber, pero Karen tenía más que decir.

—Es un tipo genial, Allie. De esos en que puedes confiar plenamente. John y yo conocemos a sus padres y dos de sus hermanos y son una familia unida y maravillosa.

—Es bueno saberlo —respondió Allie. Confiaba en la opinión de su hermana totalmente. Cambió de tema deliberadamente—: ¿Encuentras algo bueno?

—No lo sé todavía —respondió Karen, que volvía a mirar por el objetivo—. Pero no quiero correr ningún riesgo, así que voy a sacar todas las fotos que pueda, no vaya a ser que a Nancy se le ocurra algo que luego no tenga. Me encantan esas nubes que parecen algodón sobre las montañas —hizo un gesto, abarcando el paisaje con la mano—. Y de paso, quiero aprovechar para tomar muchas fotos de la nieve para ese libro sobre las cuatro estaciones que estoy planeando para niños.

Allie rio. Típico de Karen. Tenía energía para dar y regalar y generalmente estaba cocinando varias cosas a la vez. Allie dijo esto último en voz alta.

—¿Cocinando varias cosas a la vez? —levantó la vista Karen, con expresión de culpabilidad—. ¿A qué te refieres?

—A que, a pesar de estar nerviosa por la portada para Nancy Sherlock, te queda tiempo para pensar en un libro para niños.

—Oh. Ah, sí. Eso —dijo Karen, y su rostro se relajó.

—¿Por qué? ¿A qué creías que me refería?

—Nada —dijo Karen restándole importancia, sin mirarla. Se concentró nuevamente en tomar fotografías y hablar de la portada del libro con seriedad.

Allie sintió un pinchazo de sospecha y alarma, pero no le hizo demasiado caso.

—Voy a hacer unas tomas nocturnas de interiores —dijo Karen—. Y quiero sacar el vestuario esta tarde, a ver si puedo para haceros unas tomas llevando…

Se interrumpió abruptamente y lanzó una exclamación exasperada. Mientras hablaba, tomaba fotografías, cambiando lentes, movía el trípode. La cámara acababa de hacer un ruido que incluso Allie reconoció como extraño.

—Un momento —dijo Karen—. Probemos otra vez —apretó el botón plateado de la cámara, pero no sucedió nada—. No voy a ponerme nerviosa —le informó a Allie con voz desesperada.

—De acuerdo —dijo Allie.

—Veré cada posibilidad lentamente y con cuidado —continuó, toqueteando todo lo que pudo para ver si el aparato funcionaba, hasta que se le salió la película y cayó en la nieve—. Y si no funciona y no puedo arreglarla, me lo tomaré con calma.

Unos minutos más tarde, cuando Connor volvió con la moto de nieve, Karen le dijo que en cuanto bajasen a Jane y el equipaje, le condujese la furgoneta hasta la carretera. Tenía que ir urgentemente a Albany, la ciudad más próxima, para que le reparasen su valiosa cámara, el último modelo de una marca desconocida.

—Tardaré como máximo tres horas —concluyó.

—Karen, es más de una hora de ida y una de vuelta —le señaló Connor con paciencia—. Y luego tienes que…

—De acuerdo, tres horas y media. Volveré antes de que anochezca.

—Son casi las cuatro.

—Antes de cenar —dijo ella. Hizo un pausa por fin para escuchar—. Jane se ha despertado, Allie.

—Sí, ya la oigo.

Jane se despertaba muy alegre. Se oían unos gorgoritos y cantos del asiento trasero de la furgoneta.

—Si le pones el trajecito para la nieve, Allie, Connor os podrá llevar a la cabaña mientras yo acabo de bajar las cosas de la furgoneta. Y así cuando él vuelva me lleva hasta la carretera. En cinco minutos estaré de camino a Albany.

Connor no insistió y Allie estaba demasiado preocupada.

«Jane, tendré que ocuparme de Jane», pensó. «Yo sola. Sin nadie más. Durante al menos media hora hasta que Connor nos lleve y vuelva de acompañar a Karen. Y luego cuatro horas los tres solos: él, yo y Jane. No quiero hacerlo. Tengo miedo. No me encuentro preparada. No sé todavía si estaré preparada alguna vez. ¿Por qué no se da cuenta de ello Karen? ¿Por qué no me ayuda?»

Porque Karen también estaba asustada. Aquella portada era la gran oportunidad de su vida y la cámara se le había trabado. Desde luego estaba muy asustada.

—Es factible —dijo Connor. Lanzó una mirada al horizonte por encima de las montañas cubiertas de nieve que rodeaban Diamond Lake y añadió entredientes—: Más o menos. Si tenemos suerte —luego, en voz alta, dijo—: Vamos, Allie.

—No retraséis la cena por mí —le dijo Karen a Connor—, aunque seguro que llegaré a tiempo para cenar con vosotros.

—Por supuesto que sí —la tranquilizó Connor, como si no hubiese intentado antes convencerla de lo contrario durante cinco minutos. Cada vez hacía más frío, y aunque apenas eran las cuatro, el día se oscurecía por minutos. Estaba pronosticado mal tiempo, aunque todavía no se hubiese manifestado.

—Y, en cuanto a Jane, tendrás que… —se sujetó un mechón de pelo castaño claro tras la oreja nerviosamente.

—No te preocupes, que sé bastante de bebés —la volvió a tranquilizar Connor.

—Allie… no.

—Ya lo sé —asintió él con la cabeza.

Estaba un poco molesto por lo distante y fría que Allie parecía con su adorable sobrinita. Quizás la buena impresión que le había causado al verla no era tan buena como parecía. No le había puesto el traje de nieve a la niña y Karen lo había tenido que hacer, con el rostro tenso. ¿Estaba enfadada por la falta de interés de su hermana?

«Yo sí que lo estaría», pensó Connor. «No resulta demasiado difícil mostrar un poco de cariño a un bebé».

—Cuídala… y también a Allie —dijo Karen.

—Oh. Desde luego. Por supuesto —respondió. ¿Necesitaba Allie que la cuidasen?

—En serio, Connor —dijo Karen, quedándose quieta lo suficiente para mirarlo a los ojos—. Lo ha pasado realmente mal y es una persona maravillosa. Cariñosa, sincera, con buen humor —se interrumpió de repente, como pensando lo que acababa de decir—. De todos modos, volveré pronto. Ya sé lo que has dicho del pronóstico del tiempo, pero mira ese cielo —señaló la parte que seguía azul—. ¿Te parece que ese cielo amenace tormenta?

Connor no perdió el tiempo en señalarle las nubes que comenzaban a formarse tras ellos. Quizás tuviese razón. La tormenta se iría hacia el oeste, o quizás desaparecería del todo.

—Y yo tengo mi teléfono móvil —decía Karen—. Oh, ¡qué pesadilla!

—No, no lo es. En serio, no lo es.

—Hasta luego —le dijo ella, sin oírlo.

Segundos después se había ido y él se dio la vuelta. Encogiéndose de hombros, resignado, volvió a caminar los escasos quinientos metros de serpenteante sendero hasta Diamond Lake.

Allie estaba fuera para recibirlo cuando él atravesó el lago con la moto de nieve y dio la vuelta para aparcarla frente a la casa.

—Dijiste que la casa era una cabaña —dijo, acusadora.

—Nunca dije eso —respondió él—. Habrá sido Karen —señaló, disfrutando con el ligero enfrentamiento—. Yo me referí al «sitio que mi hermano tiene en las Adirondacks» y ella habrá supuesto que era una cabaña, como la mayoría de las que hay por aquí. Espero que no estés desilusionada.

Allie se quitó la chaqueta. Llevaba pantalones negros metidos por las húmedas botas de cuero y un jersey azul claro de angora que le ajustaba la menuda figura. Era una mujer decidida a pesar de su pequeño tamaño. Si no lo hubiese oído en su voz, se lo habrían revelado la línea de su mandíbula o el relampaguear de su ojos color chocolate, que apreció cuando ella se quitó el sombrero.

—¿Desilusionada? —dijo acercándose al fuego con un escalofrío. Una súbita sonrisa le iluminó las facciones, eliminando esa tensión que él todavía no lograba comprender—. ¿Estás de broma? ¡Es fabulosa! ¡Y hasta has encendido el fuego!

—Después de lo que dijiste de la lumbre, la música y el chocolate caliente, ¿cómo no iba a hacerlo?

Al darse cuenta del pánico que tenía Karen, no había entrado a la casa con Allie cuando la llevó con la niña. No sabía lo que lo había hecho encender el fuego, ya que la calefacción central era muy fuerte. Pero ahora se daba cuenta. Lo que quería era ver cómo se le iluminaba a ella el rostro de alegría, como en ese momento, haciendo que le cambiase toda la personalidad, sugiriendo una calidez, una ternura y un sentido del humor que todavía no se había notado demasiado en esa menuda mujer. Karen había mencionado esas cualidades, pero no iba a darlas por sentado. Le gustaba decidir por sí solo.

—Pues es maravilloso —le respondió ella—. Gracias. Me he quedado aquí junto al fuego. Ni siquiera he dado una vuelta para mirar la casa o deshacer el equipaje.

—¿Todavía no te has hecho ese chocolate caliente?

—No, te decía, me he quedado aquí, calentándome. Y… y Jane.

Recordó lo que Karen había dicho sobre cuidarla y lo mal que lo había pasado, ¿habría estado enferma quizás?

—Yo te lo prepararé en cuanto lleve el equipaje a tu habitación.

—Yo puedo hacerlo. Y también puedo hacer el chocolate, si me dices dónde está la cocina. Y puedo hacer la cena. Karen ha traído un estofado congelado y algunas otras cosas. Mientras tú cuidas de Jane.

—Como quieras —se encogió de hombros él.

Era obvio que ella no quería estar con la niña. Sintió cierta desilusión y tuvo que tomarse unos minutos para analizarla.

Hasta hacía poco, no se había quedado en ningún sitio lo suficiente como para pensar en el matrimonio y por el momento no estaba seguro de hacerlo tampoco. Últimamente se sentía un poco inquieto, inseguro de haber tomado la decisión correcta al asociarse a sus dos hermanos, que tenían una empresa de software. Le seguía faltando algo, algo importante. Quizás la intuición le estaba indicando que tenía que volver a marcharse.

Sin embargo, le gustaba la familia. Tenía unos padres cariñosos y siete hermanos a quienes quería, dos de los cuales llevaban varios años felizmente casados y le habían dado tres sobrinas. Le gustaban las familias numerosas, adoraba a sus sobrinas y sabía que la familia era la mejor medicina para cuando se sentía un poco deprimido. Y era algo que le recomendaba a todo el mundo.

A una mujer aparentemente saludable, capaz y decidida como ella tendría que al menos gustarle su sobrina, pensó. ¡Nadie le pedía que la adoptara! ¿Qué le pasaba?

Afortunadamente, Allie no se había dado cuenta de su expresión de desaprobación. Se encontraba junto a la ventana, mirando la creciente oscuridad, y parecía no notar su curiosidad. ¿Cuánto tiempo se iba a quedar así?

Jane estaba echada boca abajo en una manta a distancia segura del fuego. La calefacción central y la chimenea contribuían a crear una atmósfera agradable. Jane miraba el fuego y hacía gorgoritos, golpeando un juguete. Sus necesidades estaban totalmente cubiertas, pero nadie le prestaba atención. Allie seguía mirando por la ventana y, por algún motivo, a Connor le inspiraba una pena tremenda.

Instintivamente, en su afán por comprenderla, se dirigió a ella. Karen le gustaba mucho. Era cariñosa, entusiasta, llena de energía y optimismo… excepto cuando se ponía histérica porque se le atascaba la cámara. ¿Por qué era su hermana tan diferente y distinta?

Casi había llegado a Allie cuando ella se dio vuelta finalmente.

—Se está nublando muy deprisa —dijo—. ¿Crees que nevará?

—Me parece que sí —dijo él—. Le advertí a Karen que se acercaba una tormenta, pero hace media hora no parecía que fuese tan grave, y estaba desesperada por lo de la cámara.

—Podrá volver, ¿no crees? No cerrarán los caminos. ¡Me garantizó que volvería esta noche! —exclamó, y el miedo que se reflejaba en su rostro lo impresionó.

—Supongo que hará lo que pueda —respondió, y le pareció poco para calmarla, pero no se le ocurrió nada más que decir.

Estaba aterrorizada por algo de la situación. ¿Sería él? Creía que no, pero algo había. Ahora comprendía que Karen le pidiese que la cuidara. Karen sabía que Allie se sentiría así. ¿Cómo? ¿Por qué?

¿Y por qué tenía esa sensación tan fuerte de que las respuestas a esas preguntas le importaban a él?

Sueños secretos

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