Читать книгу Herramientas despatriarcales - Liliana Carrasco - Страница 5
ОглавлениеContexto social, masculinidades y violencia masculina
La pandemia y sus efectos en el campo de las violencias
Los tiempos que vivimos están en un punto de complejidad que desconocíamos. La pandemia de COVID-19 ha puesto todos los esquemas institucionales en jaque, y fue necesario reordenar criterios de intervención teniendo claro que el bien cuya protección debe garantizarse es la vida. Desde allí las distintas urgencias sociales fueron teniendo respuestas con niveles de prioridad diferencial.
En el área de las violencias, pronto se pudo observar que la pandemia tenía impacto directo en las víctimas. El aislamiento sumado al abuso de poder dio lugar a dos dimensiones específicas: la falta de acceso al pedido de protección y el aumento significativo de la crueldad de las acciones de violencia tenían a la población más vulnerable en estado de altísimo riesgo.
Los equipos prontamente fuimos reorganizando la atención, discutiendo cuáles serían las vías de atención disponibles, intentando que estas no se constituyeran en un nuevo factor de riesgo: tener una entrevista telefónica y no poder garantizar que quien ejerce violencia se encontrara allí, al lado, como mínimo controlando la escena y lo dicho.
Se priorizó la atención a las víctimas, y algunos equipos detuvimos la atención en los Hombres que Ejercen Violencias de Género (en adelante, HEVG). Los riesgos también podían afectar a los equipos; las entrevistas podían grabarse y utilizarse luego a nivel judicial, se sabe que quienes ejercen violencia también pueden desplegarla hacia quienes los asisten.
Para el mes de mayo de 2020, el escenario era bien distinto al de marzo. Desde RETEM, y habiendo puesto en consideración todas las experiencias de trabajo, aprendiendo de cada compañerx y su particular contexto, comenzamos a garantizar la atención de los HEVG por medios virtuales.
Una observación fue llamativa en los primeros meses de 2020: mientras la demanda de atención a mujeres disminuyó, la demanda de atención a hombres aumentó exponencialmente.
Entonces, es necesario hacer una lectura del contexto social e institucional en el cual operan estas dinámicas, con vistas a evitar-desactivar intervenciones iatrogénicas.
Algunos años atrás, un discurso se escuchaba con fuerza instituyente: si hay pocos recursos, que se usen para las víctimas. Así, entonces, se configuraban distintos espacios para su atención, que cubrían una necesidad imperiosa, pero no exclusiva. La fragmentación del problema invisibiliza su complejidad y responsabiliza a las mujeres, que deben encontrar, ahora con las ayudas institucionales, la solución a «sus problemas familiares». Ese discurso, objetivado en políticas públicas, daba lugar al corrimiento absoluto de los varones del campo problemático.
Con los enormes avances en materia de género y diversidades, y en materia de violencia contra las mujeres, también se han gestionado nuevas respuestas de afrontamiento, seguramente con las mejores buenas intenciones y con el horizonte de escuchar, algún día, la estruendosa caída del patriarcado.
Pero el sistema es eficaz, es fuerte. En palabras de Adriana Guzmán: «Una cosa es el machismo y otra es el patriarcado. [Hace falta] entender al patriarcado como EL sistema [...] de todas las opresiones, todas las discriminaciones y todas las violencias que vive la humanidad y la naturaleza, construido históricamente sobre el cuerpo de las mujeres. [...] La humanidad ha aprendido la explotación en el cuerpo de las mujeres, y allí se sostiene el capitalismo».
Por esto, es fundamental distinguir las nuevas formas que el patriarcado asume para invisibilizar sus lógicas de reproducción. No todas las respuestas a las violencias son adecuadas, mucho menos eficaces. Pensar desde una lógica contrahegemónica implica visualizar cuándo las respuestas no solo no son eficaces, sino que además nutren sólidamente a aquello que dicen querer desactivar. El trabajo con los HEVG es específico, está orientado a una parte de la población, que requiere de la intervención del Estado como garante de la protección de la parte de la población que se encuentra subordinada a la primera. Luego, podemos debatir acerca de los niveles de subordinación y sobre las estrategias superadoras de tales dinámicas y, fundamentalmente, sobre aquello que concierne al campo de intervención en violencias; para empezar, las cosas por su nombre.
Masculinidades
Cuando nos referimos a masculinidades, estamos reconociendo un constructo sociocultural surgido en un contexto de producción patriarcal, como sistema de opresión que discrimina y jerarquiza según la variable género, en detrimento de toda posición de género, pero garantizando un rango superior al polo relacionado con lo masculino. Esa construcción atraviesa las visiones, representaciones, creencias, prácticas y subjetividades de toda interacción humana. Las masculinidades están directamente asociadas a la concepción tradicional y hegemónica, cuya principal fuente de diferenciación consiste en definir de manera binaria y contrapuesta a toda significación asociada a lo femenino. Las feminidades tradicionales y hegemónicas son el polo opuesto y segregado, pero no hablamos de nuevas femineidades ni de femineidades deconstruidas. Aún no hemos podido resolver de manera eficaz el riesgo de las mujeres por haber nacido mujer; aún las mujeres necesitan de la protección del Estado y sus agentes para sobrevivir a las violencias; aún sabemos que la violencia misógina genera víctimas; todavía no tenemos la oportunidad de autodenominarnos por el horizonte que debemos recorrer: ni nuevas ni buenas femineidades…
Allí los feminismos están presentes, problematizando prácticas y proponiendo nuevas luchas de sentidos.
Las masculinidades surgidas con intención de deconstrucción en un contexto patriarcal de base no pueden ser otra cosa que las mismas masculinidades con un aprendizaje eficaz de textos y contextos, con nombres que intentan describir / definir /asegurar que el proceso de «caída» del patriarcado está en marcha.
Las masculinidades serán deconstruidas cuando las prerrogativas de género no se encuentren disponibles para su invisible uso, y cuando los «deconstruidos» puedan dejar de lado sus particulares intereses a cambio de lograr estándares adecuados de justicia de género.
El nivel de prevención sobre el cual se interviene en la temática de masculinidades abarca tanto la prevención inespecífica como la primaria. Es decir, cuando aún los daños derivados de abuso de poder en el marco de las relaciones con violencia no se objetivan en la vida cotidiana de las mujeres.
Desde la prevención inespecífica, se espera que se programen acciones con toda la población (objeto de intervención), tendientes a desarrollar habilidades comunicacionales asertivas; a poner en tensión las estructuras de crianza de los niñxs y los mandatos respecto a las maternidades y a las crianzas, y a la ruptura de los pactos generados dentro del sistema denominado consenso implícito rígido, cuya principal estrategia es garantizar el uso impune y diferencial del poder en las relaciones interpersonales generales.
Violencia masculina - violencia misógina
Cuando nos referimos a la violencia masculina, estamos ubicando nuestro objeto de estudio en la población que ya ha cometido acciones de abuso de poder, a través de cualquiera de los tipos de violencia especificados en la Ley 26.485, con una dinámica que permita definir un diagnóstico diferencial en torno a la situación de violencia de género.
No son todos los hombres violentos. No son todas las mujeres víctimas.
La violencia masculina sostiene indefectiblemente una dirección porque se apoya y nutre de las prerrogativas de género no cuestionadas desde la dimensión social y se expresa en el marco de determinadas relaciones sexoafectivas como base sobre la cual se cimienta el abuso. Hablamos, entonces, de daños en las víctimas y, por lo tanto, de estrategias de intervención que propicien el acceso al núcleo duro de la violencia: lo que sucede en el ámbito doméstico, lo oculto, lo minimizado, lo indecible.
El nivel de prevención sobre el cual se opera en violencia masculina es secundario, es decir, con daño ocurrido y latente de volver a ocurrir. Eventualmente, también se interviene en el nivel de prevención terciaria, allí donde los daños se tornan irreversibles, incluyendo el feminicidio como máxima consecuencia, atendiendo a la necesidad de asistencia a las familias de las víctimas.
Entonces, se vuelve necesario definir con qué herramientas el Estado va a promover intervenciones para cada grupo; es fundamental la coherencia interna entre la definición del problema que se va a abordar y los medios para lograr eficazmente un resultado, que se objetive en lo que la Ley Nacional 26 485 propone: la prevención, sanción y erradicación de todas las formas de violencia contra la mujer.
Respecto a la nominación del problema, queremos hacer especial énfasis en la cuestión de la performatividad del lenguaje: tal vez la similitud entre masculinidad y violencia masculina no habilite la comprensión de las dos dimensiones y se olvide que en el segundo término la palabra que antecede el constructo es violencia; nombrar un problema social es parte de su construcción.
La misoginia remite a la actitud y comportamiento de odio y aversión por parte de un individuo hacia las mujeres. Por eso, se propone nombrar el problema, en adelante, como violencia misógina1, resaltando que no todas las masculinidades se configuran desde el uso abusivo, selectivo y jerarquizado del poder en las relaciones intrafamiliares-sexoafectivas primarias.
1 De origen griego, el vocablo se compone de miseo, ‘odio’; gyne, ‘mujer’; ia, ‘acción’.