Читать книгу Mi jardín salvaje - Liliana Ponce - Страница 6
ОглавлениеBrillo de lo blanco que encandila
(nada ha caído).
Debilitamiento que demuestra que el blanco
no engendra.
Otro posibilita todo.
Naturaleza–
(escribo bajo el susurro de una voz que
no te ha conocido
huyendo del frío,
riesgo del amanecer, y aún desde la aguda negación).
Discontinuo, nunca llamado.
Lugar que ha ocupado el lugar ocupante.
Decía: azul encendido
nada sagrado como ella atravesando las palabras
con su cuerpo.
Ella abrió la puerta, pero yo estaba ya dormido
sobre charcos narcóticos.
Pero esto fue, en realidad, antes de conocerla.
Cuando estaba, y yo no había nacido
o ya estaba muerto:
descubriría el cuerpo, cerraría su majestad definitiva
en lo imposible nocturno.
en su boca arde la noche
descorre un paño azul
lleva al fondo la piedra, tapa el agujero
ni olvido
ni saciedad
todo lo que se ha amado destella aún, termina
ni viaje
ni amor
en el mar los puentes se desploman con vehemencia
apoyan el fuego donde se abre el tajo
donde babean
Este gris que se abre, que comienza en el arrobamiento,
escribe el acto de perder en el lugar presente,
como la marca de una sed a la que yo mismo había
abandonado.
Pero la llama de dios es tan habitual a la araña,
que desaparece.
La llama es dios y se sacia en el propio
pensamiento.
No rechazaría esta baba, el único punto, estrangulado
entre los restos,
recordando que no sería él el desierto, el menos vacío,
en el extremo,
un amo demente.
La Edad de Oro que expira lanza un frío por encima
del ojo y recorre con él.
En ningún sentido yo.
–El fuego vuelve al movimiento donde lo
universal es interior al ser.
Este gris espectral que se abre y llama tardíamente
a una liberación,
arranca su verdadera atadura,
no absorbe la parte ciega –por estrechas vías revela
la entrega imaginaria, el poder de la
muerte que durmiendo rara vez nos une.
Está en el curso de su cuerpo incluso en ruinas,
ahora tegumentos húmedos, oleosos –al mismo tiempo
que el objeto se deshace puesto en tela de juicio.
Una ola de nieve se estrella contra la noche.
Rodeados de mordaces estrellas nocturnas,
retornamos.
En la puerta de bronce
las sombras buscan el sueño perdido
y la cierran de golpe.
Un hombre ha sido muerto.
Fue cuando dejó de oír ambiguamente.
Un hombre ha sido muerto
–quien sabía que alguien dibujaba el círculo.
Hasta aquí
desde la cuerda que arrastraba habitaciones vacías.
El suelo ha desaparecido.
El cielo ha desaparecido.