Читать книгу Justo antes de la boda - Linda Miles - Страница 5

Capítulo 1

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LLOVÍA torrencialmente en la oscuridad. El viento aullaba entre los árboles. No era la mejor noche para subir andando tres kilómetros por una carretera rural, pero a Natasha Merrill no le quedaba otra opción. El servicio de taxis más cercano estaba a cincuenta kilómetros de allí, y había llamado por teléfono a la casa, pero no habían contestado.

No era la primera vez que había mirado enfurecida desde la cabina telefónica de la estación hacia la casa de la colina. Todas las luces estaban encendidas; su padre estaba en casa, pero el teléfono sonó diez, veinte, treinta veces y no contestó. Estaría en su estudio, y desde allí no se oía el teléfono. Personas que no conocían bien a su padre le habían señalado que podría poner una extensión en su estudio sin mucha dificultad.

—Podría –era su respuesta habitual—. Pero entonces tendría que trasladar mi estudio a otra habitación donde no me molestase el teléfono.

Tasha suspiró. Había intentado hablar con él desesperadamente todo el día, pero en ese momento casi se alegraba de no haberlo localizado. No quería decírselo por teléfono. Quería arrojarse en sus brazos y llorar hasta hartarse. Él no podría hacer nada, pero no importaría. La abrazaría, hablaría de lo ocurrido y, al cabo de un rato, recordaría algo completamente irrelevante, pero más interesante para un profesor de filosofía. Entraría en una discusión sobre alguna cuestión filosófica e insistiría en que ella también participara, y así se olvidaría de Jeremy y de lo que le había hecho.

Un relámpago iluminó el cielo. Segundos después se oyó un trueno. Estaba calada hasta los huesos, pero casi se alegraba de la violencia del tiempo. Durante unos segundos le hacía olvidar la catástrofe que era su vida. ¿No iba a aprender nunca? Porque lo peor era que no se trataba sólo de Jeremy. Había descuidado sus estudios en la universidad por dedicar demasiado tiempo a promover varias producciones teatrales protagonizadas por Malcolm, su novio. No había sido una relación ideal, pero ella había hecho todo lo posible para que funcionase; entonces, Malcolm había conocido a la hermana de un famoso productor y la había dejado plantada.

Tasha aprobó los exámenes finales por los pelos y encontró un trabajo a pesar de sus referencias que, merecidamente, dejaban mucho que desear. Empezó desde abajo en el departamento comercial de una editorial, trabajando como una loca para olvidar lo de Malcolm, y pronto obtuvo un ascenso. Justo cuando las cosas empezaban a irle bien empezó a salir con Colin, un aspirante a escritor. Colin se fue a vivir con ella, pero olvidó pagar el alquiler durante dos años, y luego se casó con una conocida agente literaria. Tasha no era de la teoría de que los hombres fueran unos canallas, pero ¿por qué siempre acababa con esa clase de hombres que no entendía que una relación era un dar y tomar? Encontró otro trabajo en el departamento comercial y de promociones de una famosa revista femenina, tuvo una corta relación, desastrosa para variar, y entonces conoció a Jeremy. Y ya tenía veintiséis años. ¿Iba a ser así el resto de su vida?

Una ráfaga de lluvia le golpeó el rostro. Tasha frunció el ceño. Era una estupidez lamentarse del pasado y amargarse por cosas por las que no podía hacer nada. El único problema era que eso era mejor que la alternativa: amargarse por todas las cosas por las que tenía que hacer algo. Encontrar trabajo, por ejemplo, porque había presentado su dimisión para trabajar con Jeremy, y su sustituta llegaba esa semana. Encontrar un sitio para vivir, por poner otro ejemplo, porque el nuevo inquilino de su apartamento se mudaba también la próxima semana y Tasha, por supuesto, no iba a estar viviendo con Jeremy. Y por último, pero no por ello menos importante, horror de los horrores…no. No iba a pensar en eso. Estaba tomando la última curva del camino. Cinco minutos más, y habría llegado.

Las luces de la casa estaban encendidas. Sin embargo, si su padre no había oído el teléfono, probablemente tampoco oiría la puerta, y Tasha estaba demasiado mojada y helada para averiguarlo. Como todos los hijos, hijastros, nietos, sobrinos y primos segundos del profesor, Tasha tenía una llave. La hizo girar en la puerta principal, y entró.

Se miró, compungida, en el espejo de la entrada, y se vio tan horrible como se sentía, que ya era un decir.

Nunca había sido una belleza; lo mejor que tenía eran sus ojos de color verde grisáceo, pero estaban insertados en un rostro que combinaba unos grandes pómulos con una barbilla puntiaguda. Sus ojos, ligeramente rasgados hacia arriba bajo unas cejas oblicuas, en un buen día, daban a la extraña forma de su rostro cierto aire seductor, casi delicado. En un buen día había algo casi como de ensueño en su aspecto, con su cabello rubio platino cortado a la altura de la mandíbula como un marco brillante de sus ojos cristalinos y su pálida piel.

Ese día, sin embargo, claramente no era un buen día. El pelo mojado y pegado a la cabeza parecía paja sucia empapada y estaba pálida como la pared. Los ojos no estaban rojos de llorar porque no había podido hacerlo; sólo miraban fijamente al vacío. Era una estupidez preocuparse de su aspecto en un momento como ése, aunque viéndose en el espejo, tan poco agraciada, empapada, abatida, casi no podía culpar a Jeremy de haberla abandonado.

Hizo una mueca, y se dirigió automáticamente a las escaleras que llevaban a la parte de arriba de la casa. Su padre estaría allí, sin ninguna duda, lidiando con una recalcitrante nota a pie de página.

Había padres que resolvían las crisis amorosas de su hijas ofreciéndose a dar una buena paliza al novio, o enviándolas a Hawai de vacaciones. Y había otros padres que hablaban pensativamente del filósofo del siglo diecisiete Spinoza, quien analizaba las emociones de acuerdo a las reglas de la geometría. El profesor pertenecía a esa pequeña categoría de padre, y el resultado era que las emociones de las que él hablaba parecían existir en algún lugar del Planeta Filosofía, y no tenían nada que ver con lo que alguien pudiese sentir en el mundo real. La madre de Tasha siempre había encontrado esa actitud intensamente irritante, pero a Tasha le gustaba: le hacía sentir como si nada en el mundo real importase demasiado. Un minuto y…bueno, nada habría cambiado, pero su padre la rodearía con el brazo, le diría algo de su héroe y tal vez se sentiría un poquito mejor.

Acababa de poner el pie en el primer escalón cuando oyó el inconfundible sonido de un vaso al ser depositado en una mesa.

—¡Papá! –exclamó, y corrió hacia el cuarto de estar—. Papá, soy yo…

Había un hombre de pie, frente a la chimenea, de espaldas a la puerta.

—Me temo que no está aquí –dijo él—. He llegado esta mañana y no había rastro de él.

Tasha se quedó muda, mirando al hombre que volvía el rostro hacia ella con una burlona sonrisa. Había recorrido seis kilómetros en bicicleta, trescientos kilómetros en tren y más de tres kilómetros a pie bajo una lluvia torrencial para encontrarse sola con el demonio de su primo Chaz.

Chase Adam Zachary Taggart parecía salido de uno de esos anuncios donde unos hombres altos, ágiles e increíblemente guapos corrían por las calles de París al amanecer. Estaba de pie, apoyando el peso del cuerpo en una pierna, las manos en los bolsillos, con ese garbo natural que poseía; llevaba un traje que parecía, a pesar de su deslumbrante elegancia, como si se lo hubiese echado por encima en el último momento para presentar un espectáculo, recoger un Oscar o improvisar jazz en un bar. Él había hecho las tres cosas. El rostro burlón, el pelo negro peinado hacia atrás; ojos negros que miraban cínicamente el mundo bajo unas cejas negras bien delineadas; y una boca sensual que se curvaba en una ligera sonrisa cínica. Era instintivamente grácil, terriblemente elegante, increíblemente guapo y, al contrario que ella, estaba seco.

Y se suponía que estaba a muchas millas de distancia de allí. Ella había hecho lo correcto y le había enviado una invitación para la boda hacia seis meses. Chaz había respondido que, a pesar de que le encantaría ir, sus compromisos de trabajo le impedían abandonar Nueva York en esa fecha concreta. Tasha no recordaba exactamente la grosera excusa que él había utilizado, porque se había sentido demasiado aliviada. La boda iba a ser un día especial y había sido maravilloso saber con seguridad que, en ese día, el demonio de su primo Chaz no estaría allí.

Pero ahí estaba, en el peor momento…

—¿Qué haces aquí? –acertó a decir ella finalmente—. Pensaba que estabas en Nueva York.

—Estaba.

—¿No decías que no podías abandonar Nueva York? –preguntó Tasha deliberadamente—. Que no podías venir a la boda porque había unos asuntos urgentes que no te permitían disponer de un par de días.

Chaz se encogió de hombros.

—Se ha cancelado. De eso quería hablar con el profesor. Tengo que volver pronto, así que me temo que no podré quedarme a la boda —levantó una sarcástica ceja negra en un gesto que ella odiaba—. Hablando de boda, ¿qué haces tú aquí? ¿No deberías estar dedicándote a los preparativos en lugar de andar correteando por el campo?

Tasha apretó los dientes. Tarde o temprano iba a enterarse; era inútil luchar contra lo inevitable.

—Se ha cancelado –dijo en tono cortante.

Chaz nunca había disimulado su desprecio por Jeremy, y Tasha se abrazó a sí misma, previendo un comentario mordaz.

—¿Cancelado? –preguntó él con el ceño fruncido.

—Así es.

Chaz silbó bajito, y sonrió burlonamente.

—Pues déjame ser el primero en felicitarte, Tash, no sabes cuánto me alegro. ¿Qué te ha hecho cambiar de idea?

Tasha volvió a apretar los dientes.

—No he sido yo –dijo.

Chaz la miró atónito.

—¿Quieres decir que ha sido idea de Jeremy?

—Sí.

—Bueno, no te pares ahí –dijo su abominable primo—. Cuéntamelo todo, o, no, espera, deja que antes te sirva una copa. ¿Qué quieres tomar?

—Whisky —respondió Tasha—. Y no es asunto tuyo.

Chaz se dirigió al mueble bar.

—Como quieras –dijo llenando los vasos—. Depende de si quieres que oiga tu versión o la de otro –le puso el vaso en la mano y señaló el sofá—. Ven a secarte.

Tasha se dejó caer fatigadamente en el sofá.

—Bueno, te vas a enterar de todas formas –reconoció sin mucho ánimo—. Ya sabes que mi padre tiene algunas inversiones.

—¿Sí?

—Pues le dije a Jeremy que mi padre iba a darnos ahora el dinero que pensaba dejarnos en su testamento, pero nunca le dije que la mayor parte iría destinada a la fundación de enseñanza porque no me pareció relevante. No tenía ni idea que Jeremy supiese cuánto dinero tiene mi padre.

—Así que él ha echado sus cuentas y pensaba que le iban a tocar varios millones en lugar de unos miles.

—Me dijo que necesitaba el dinero para hacer lo que quería hacer, que no era para él sino para nosotros, y que si no podía realizar su sueño no sería el hombre con el que yo pensaba que iba a casarme.

Tasha volvió el rostro. No pensaba llorar delante de Chaz.

Cuando su voz recuperó su firmeza dijo:

—Qué estupidez. Me siento avergonzada a pesar de no haber hecho nada. Es como si hubiese perdido a alguien que nunca ha existido. Sigo viendo su rostro y oyendo su voz diciendo esas cosas, y me siento enferma. No sé qué podría hacer para sentirme mejor.

Con la cabeza vuelta hacia otro lado, Tasha estaba diciendo las cosas que habría dicho a su padre. Su padre habría dicho algo filosófico.

Chaz dijo:

—Bueno, yo sí sé lo que haría, pero probablemente no sea tu estilo.

—¿Y qué es? –preguntó Tasha sombríamente—. ¿Pincharle las ruedas?

—Pensaba más en términos de ejercicio físico.

—Ya he recorrido cuatro millas en bicicleta y dos millas andando bajo la lluvia –replicó Tasha.

—No es esa clase de ejercicio el que tenía en mente.

Algo en su tono de voz hizo que Tasha levantase la cabeza. Había un brillo malicioso en los ojos de su primo.

—Oh, te refieres a acostarme con alguien –soltó ella sin rodeos—. Debería habérmelo imaginado. ¿Es que no puedes pensar en otra cosa?

—De vez en cuando –respondió Chaz—. Ya te dije que no creía que fuese tu estilo.

—Es una idea estúpida. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Entrar en un bar y proponérselo al primer hombre que vea? ¿Cómo demonios va a hacer eso que me sienta mejor?

—No te estoy sugiriendo que te acuestes con cualquiera –le dijo él.

—Bueno. ¿Y qué tienes en mente? –preguntó Tasha con exasperación.

Él levantó una de sus negras cejas burlonamente.

—Podrías pasar la noche conmigo.

Tasha se lo quedó mirando un momento y, entonces, para su propio asombro, se echó a reír.

—Chaz, eres imposible. Siempre con tus estúpidas bromas.

—No es una broma –dijo Chaz—. Es una sugerencia seria que probablemente haría que te sintieses mejor.

Tasha clavó la mirada en el loco de su primo. Aunque, por supuesto, no era su primo. Chase Taggart era el hijo de la primera esposa del segundo marido, ¿o era la segunda esposa del primer marido…? No. Los padres de Tasha se habían divorciado cuando ella tenía diez años. Su madre, abandonando a su primer marido se había ido un tiempo a casa de su hermana, quien entonces iba por el tercero. La tía Mónica tenía un glamouroso nuevo marido; el marido tenía un hijo. Ese hijo, que claramente no tenía ninguna relación con Tasha, era Chaz, cinco años mayor y cinco mil años más sofisticado, con un agudísimo ingenio que utilizaba incansablemente con cualquiera de sus cuatro o cinco familias cuando se le ocurría visitarlas.

Su loco, endemoniado, pero no verdadero primo la miraba con ojos divertidos.

—¿Y bien?

—Y bien ¿qué? –dijo Tasha.

—¿Cuál es tu respuesta?

—Mi respuesta es que creo que eres despreciable –respondió ella bruscamente—. Ves a una mujer completamente destrozada y, en lugar de mostrar una pizca de compasión, te aprovechas de su estado vulnerable para seducirla.

Una sonrisa asomó en la comisura de los labios de su primo.

—Existen diferentes maneras de mostrar compasión –dijo Chaz sin remordimientos—. Aunque la compasión que puedo sentir por ti es limitada; acabas de librarte de la sentencia de pasar tu vida con un completo imbécil. Mirándolo bien, ya no tendrás que volver a acostarte con Jeremy, ni con aquel otro idiota. ¿Cómo se llamaba? Oh, sí. Martin. Ni con el anterior. Malcolm, ¿no? Por todos los santos, Tash, ¿de dónde los sacaste? ¿Por qué al menos no eliges a alguien que sea bueno en la cama?

Tasha sintió la sangre de sus venas bullendo de rabia.

—No pienso hablar de ellos contigo— dijo ella fríamente—. Sólo quiero dejar claro que es imposible que sepas cómo eran ellos en la cama.

—Claro que lo sé –dijo Chaz como si tal cosa—. Si crees que es egoísta seducir alguien, como has dicho, debe de ser porque piensas que el hombre es el único que disfruta, lo que significa, encanto, que no lo han debido de hacer muy bien.

Tasha se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes.

—No quiero hablar de ello –volvió a decir en un tono que había pasado de frío a congelado.

—Pobrecita, ¿tan malo fue? –dijo Chaz, con la misma sonrisa taimada—. Pero claro, yo ya tenía mis sospechas…

—No quiero hablar de ello –repitió Tasha furiosamente.

—Por supuesto que no –dijo él—. Te gustaría pegarme porque tengo razón. Completamente injusto. Después de todo, yo no soy el que te ha dejado aburrida y frustrada por falta de imaginación y total incompetencia técnica…

Tasha ni siquiera lo pensó. La rabia le levantó la mano y la lanzó, cortando el aire, al atractivo y provocador rostro.

Una mano le apresó la muñeca.

—Sé que te gustaría pegarme, Natasha –dijo Chaz con la voz grave, pronunciando su nombre como una caricia—. Pero no te precipites –sus ojos brillaron—. Éste es el trato. Déjame besarte, y si no te gusta puedes pegarme, y yo no te pegaré a ti.

Tasha intentó soltarse, pero él le apretó la muñeca.

—Vamos, Tash –dijo él con ojos sonrientes—. No me digas que nunca lo has pensado. Y, además, sólo es un beso. ¿De qué tienes miedo? ¿De que te guste demasiado?

Tasha se quedó mirándolo sin habla.

Él se rió.

—Bueno, intentemos el desarme unilateral –le soltó la muñeca, y él bajó las manos—. Vamos, Tash –dijo en un tono aún más bajo—. Cierra los ojos.

Sin saber por qué, Tasha dejó caer la mano inofensivamente en su regazo y cerró los ojos.

Al principio, pensó que él le estaba tomando el pelo, que sólo era una broma para ver qué hacía ella. Pero, entonces, algo rozó sus labios ligeramente como el ala de una mariposa, y luego cesó. Era como si le hubiesen acercado una cerilla encendida a la boca, acariciándole los labios con el aire caliente de la llama. Y volvió, pero esa vez se detuvo una fracción de segundo antes de retirarse.

Tasha sintió un cosquilleo en los labios y contuvo la respiración. Ese roce tan suave no tenía nada que ver con su horrible primo Chaz, siempre tan engreído, tan arrogante, tan convencido de que era un super-semental. Algo volvió a tocar su boca, el tiempo suficiente para que sintiese el calor de un aliento antes de desaparecer. Sus labios se abrieron involuntariamente, y entonces la boca de Chaz estaba en su boca y Tasha pudo sentirla, algo tan suave y dorado como su whisky, latentemente perverso en su ambarina profundidad. La calentó como el whisky, fundiendo un poco el frío y duro hielo del dolor que invadía su pecho; tomó aire, abriendo más la boca.

La punta de la lengua de Chaz recorrió la sensible piel de su labio superior, dejándole una sensación de cosquilleo, como de electricidad, y el interior del labio hormigueó también, expectante. Pero la lengua se retiró, dejando sólo el recuerdo de la sensación, el deseo de sentirlo otra vez. Entonces, él le pasó la punta de la lengua justo por el interior de sus labios, y la realidad fue mejor que la imaginación, intoxicante por su intensidad. Tasha exhaló un largo suspiro, relajándose en el beso; un calor meloso invadió su cuerpo, disolviendo el sufrimiento, o tal vez sólo protegiéndola momentáneamente de su amargo frío. Tasha dejó que su boca se fundiese con la de él, paladeando su sabor embriagador.

Él retiró su boca, y ella esperó a sentirla de nuevo en la suya, pero esa vez no volvió.

—Ya puedes abrir los ojos, Tasha –dijo Chaz quedamente.

Ella los abrió. Fue un shock ver a Chaz ahí con su aspecto de siempre; Tasha podría haber pensado que se había imaginado esos besos de mariposa, pero su boca aún seguía húmeda y sonreía ligeramente.

Se sentía algo mareada. El calor, la maravillosa sensación de que nada importaba salvo ese preciso instante, se había ido con el beso; la dura y fría roca estaba de nuevo en su interior.

Miró a Chaz como si lo viese por primera vez, examinando la burlona boca, los brillantes ojos negros bajo la gruesa línea oblicua de sus cejas, la nariz aguileña y la firme mandíbula.

—Y bien, ¿qué te ha parecido, encanto? –preguntó él, arqueando una ceja.

—Pues… —empezó a decir Tasha, sin dejar de mirarlo—. Tenías razón. Esto no tiene nada que ver con los sentimientos; es sólo cuestión de técnica. Debes haber practicado mucho para hacerlo tan bien.

—Entonces no quieres pegarme.

—No –dijo Tasha, sin quitarle los ojos de encima—. Quiero acostarme contigo.

Chaz la miró sorprendido.

—¿Que quieres qué?

—Fue idea tuya –le recordó Tasha—. Y tienes razón. Es algo puramente físico. Podemos disfrutar de ello y después olvidarlo. Me ayudará a no pensar en todo esto.

Una extraña expresión afligida asomó al rostro, normalmente tan confiado, del hombre que estaba a su lado.

—Oh, Dios –dijo él.

—Mi padre tardará en volver. Estoy tomando la píldora. Podemos ir arriba ahora –dijo Tasha—. ¿O prefieres tomar otra copa antes?

Chaz le tomó la mano y le acarició la palma con su dedo pulgar. El calor se extendió por la palma de su mano y ascendió por su brazo. Tasha ahogó un suspiró.

—Tash, cariño –dijo Chaz—. Sé que ha sido idea mía, pero probablemente no sea tan buena idea.

—¿Por qué no? ¿Crees que no te lo pasarías bien?

—Sí, pero…

—¿Crees que yo no me lo pasaría bien?

—Sí, pero…

—¿Qué problema hay, entonces? –preguntó Tasha con impaciencia.

Él sonrió irónicamente.

—Creo que después me odiarías. Probablemente no puedas odiarme más de lo que ya me odias, pero…

—No te odio, Chaz –lo interrumpió Tasha, ignorando convenientemente su antigua convicción de que Chaz era una mancha que ensuciaba el planeta—. Sólo creo que eres egoísta y te da miedo comprometerte. ¿Temes que luego te persiga?

—No, no temo eso –él seguía acariciándole la palma con el pulgar—. Sólo creo que estas asumiendo demasiadas cosas a la vez, y tú eres muy vulnerable –levantó una ceja como burlándose de sí mismo—. Probablemente me odie por esto, pero no creo que deba aprovecharme de lo que obviamente es un momento de arrebato.

Tasha lo miró sin comprender. ¿Cuándo había rechazado Chaz a alguien a quien desease? Seguro que era porque era poco atractiva.

—Sé que estoy horrible, pero es porque estoy empapada. Estaré mejor cuando me seque.

—Estás maravillosa –dijo Chaz—, pero la respuesta es no.

—¿Es porque piensas que no soy buena en la cama?

Chaz le sonrió de nuevo con aflicción.

—Tasha, cariño –dijo él—, no pienso eso, y me encantaría tener la oportunidad de descubrirlo, pero, por si no lo has notado, estoy siendo caballeroso por primera vez en mi vida.

Tasha se recostó cansinamente en el sofá. Por un minuto había pensado que podría escapar del pesado peso de su pecho. Durante una hora, tal vez dos, ese maravilloso calor dorado habría invadido su cuerpo y tal vez le abría hecho olvidarse de todo por un momento. Pero iba a quedarse con ello. Una lágrima rodó por su mejilla.

Chaz se la enjugó con un dedo.

—Puede que yo sea bueno, pero no tan bueno.

—Me encantaría tener la oportunidad de descubrirlo –dijo Tasha con indirectas—. No considero que sea muy caballeroso engatusarme y luego echarte atrás en el último momento. Apuesto a que te enfurecerías si una mujer te hiciera eso a ti y luego te dijese que era por tu propio bien.

—Touché –dijo Chaz—, pero sigo pensando que te arrepentirías –le sonrió—. Te diré lo que podemos hacer. Imagínate que soy realmente tu primo, imagínate que no me detestas, y te daré un hombro para llorar.

Chaz deslizó un brazo por los hombros de Tasha, y el otro por debajo de sus rodillas, sentándola en su regazo. La rodeó con su fuertes brazos; las piernas de Tasha quedaron encima de sus poderosos muslos. Ella podía oír el corazón de Chaz palpitando en su poderoso pecho.

—¿Mejor así? –preguntó él, agitándole el cabello con su aliento.

Sí y no. La fuerza y solidez del cuerpo que la sostenía era un alivio, manteniendo a raya un poco el sufrimiento. Pero hacía que todo su cuerpo le doliese de un anhelo que no podía ser satisfecho.

—Un poquito mejor –respondió Tasha—. Pero ¿podrías no apretarme tanto?

—Perdona –dijo él, aflojando los brazos.

—Gracias.

Tasha le rodeó el cuello con los brazos y él la miró con recelo.

Ella miró su boca firme y sensual.

—¿Crees que me arrepentiré si te beso? –preguntó ella.

Chaz levantó una ceja.

—No –respondió irónicamente—. Pero puede que yo sí.

Tasha sonrió.

—Tú sabes cuidarte muy bien –dijo, y lo besó en la boca.

Por una fracción de segundo, él vaciló. Pero Tasha había llegado a la conclusión de que era mejor no desperdiciar ninguna oportunidad, dado que Chaz parecía poseer esa insospechada vena de caballerosidad en su carácter.

Tasha devoró la boca de Chaz como un hombre apura el último trago de su copa antes de la hora de cerrar el bar.

La caballerosidad se fue a pique.

Él volvió a estrecharla con fuerza entre sus brazos, abriendo su boca bajo la de Tasha, y respondiendo a la urgencia de sus besos con una avidez y una pasión que demostraron a Tasha cuánto se había tenido que contener antes. Ella le enterró las manos en el pelo, sujetándole la cabeza, y levantó la suya para mirar la cara del loco de su primo. Entonces lo devoró con la mirada con la misma avidez con que lo había devorado con la boca. Nunca había reparado en las imperfecciones físicas de sus novios a la hora de besarlos porque siempre pensaba que estaba besando a alguien de un carácter maravilloso. Chaz, por el contrario, era egoísta, malhumorado y poseía incontables defectos…pero era guapísimo. Tasha le besó las comisuras de los labios, jugueteando con la punta de la lengua. El sonrió, besándole también las comisuras de los labios, y deslizando la lengua en su boca.

Entonces, Tasha sintió algo más caliente y más dulce que el tibio calor de antes, tan ardiente como un trago de brandy. Esa vez su sufrimiento no desapareció poco a poco de su mente. Salió despedido. No existía nada salvo el sabor de la boca de Chaz, la musculosa dureza de su cuerpo, y la sensación de que la lava corría por sus venas. Y la intoxicante certeza de que ella le producía a él el mismo efecto. Chaz siempre era sarcástico, frío, engreído, pero en ese momento su corazón palpitaba con fuerza junto al de ella, y Tasha oía los entrecortados jadeos de su respiración.

Chaz bajó su mano al muslo de Tasha, apretándola contra sus caderas para que ella pudiese sentir cuánto la deseaba.

Finalmente, él le puso las manos en los hombros y la apartó.

—Tienes razón –dijo Chaz—. Esto es una locura. Vayamos arriba.

Tasha le examinó la cara. El pelo le caía sobre la frente; sus ojos brillaban y su boca sonreía ligeramente. No sabía que era posible desear tanto a un hombre. Pero había otras pasiones bullendo en su interior. Se había comportado civilizadamente con Jeremy, alejándose de quien ella pensaba que era para toda la vida y que de pronto resultaba que no existía. Bajo la superficie sentía rabia por los hombres que aparentaban hacer algo por su bien, pero que cambiaban de opinión en cuanto deseaban algo. Sentada en el regazo de Chaz, podía sentir la tensión de su cuerpo, su deseo apenas contenido.

—No creo que sea una buena idea –dijo Tasha, poniéndose de pie.

—¿Qué?

—Creo que después te odiarías –declaró Tasha burlonamente, sintiendo todavía su pulso acelerado.

—Muy graciosa —dijo Chaz.

—Tenías razón. Me encuentro en un estado muy vulnerable. Te arrepentirías si te aprovecharas de mí.

La furia chisporroteó en los ojos negros de Chaz, y su boca sensual se apretó inquietantemente.

—De acuerdo. Ya lo has dicho. ¿Satisfecha? –se levantó y metió las manos en los bolsillos para controlar su irritación—. Admito que estaba siendo condescendiente. Pero ambos deseamos lo mismo –sonrió a Tasha, pasándole un dedo por la boca hinchada a causa del beso—. Fuegos artificiales –dijo él con la voz queda—. Vamos arriba a lanzar unos cuantos.

Tasha levantó la mirada hacia él. En cierto sentido Chaz tenía razón. Todos esos años, ella lo había despreciado por juzgar a sus novios según criterios superficiales, pero estaba empezando a darse cuenta de que ella no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. Podría subir arriba y descubrirlo de verdad.

Era maravilloso tener a Chaz ahí delante, furioso con ella, pero deseándola con tanto ardor. Él seguía sonriendo, viendo cómo ella lo miraba, deteniéndose en la boca que había besado. ¿Cómo iba a imaginarse que ella no cedería?

Si su comportamiento fuese el habitual, lo haría. Pero tenía ganas de ser mala; era maravilloso saber que se estaba comportando mal y hacerlo de todas formas. Iba ser mala, muy mala.

—Mejor no –dijo Tasha, y se abrazó a sí misma ante la mirada de incredulidad que sustituyó a la sonrisa confiada.

—Lo dices completamente en serio –dijo él, arrastrando las palabras.

—Por supuesto que sí.

Un músculo tembló en la mejilla de Chaz.

—Debería ponerte sobre mis rodillas y darte una azotaina por esto –dijo él con tirantez—. Y lo digo completamente en serio.

—No sé por qué –replicó ella—. Tú me has rechazado y yo no te he amenazado con violencia física. No sé qué diferencia hay.

—La diferencia –dijo Chaz con mordacidad—, es que tú lo estás haciendo únicamente por fastidiarme.

—Lo sé –admitió Tasha con desconcertante franqueza—. Pero me gusta.

—¿Se supone que eso tiene que hacer que me sienta mejor?

—Mira, estoy dolida –dijo Tasha—. Mi vida se ha venido abajo. Puede que no sea culpa tuya, pero estás aquí. No es justo, pero quién dice que la vida sea justa –le dirigió una deslumbrante sonrisa—. Además, ¿cuándo voy a tener otra oportunidad de fastidiarte? Es más, puedo acostarme contigo en otra ocasión si quieres. A menos, por supuesto, que decidas vengarte.

—Oh, por Dios Santo… —Chaz la miró con el ceño fruncido.

—Sabes, podríamos estar así años –dijo Tasha risueñamente—. Haciéndonos proposiciones y seduciéndonos el uno al otro para luego rechazarnos.

—¿Quieres dejarlo ya? –la espetó Chaz con exasperación—. No sé si besarte o matarte.

—Pues será mejor que no me beses. No querría que te excitases.

Chaz la miró con sorna.

—Sabes, lo más gracioso es que la gente tiene una idea equivocada de ti. Todos piensan que eres una buena chica.

—Sí –reconoció Tasha con amargura—. Por eso todos me han pisoteado.

—Sin comentarios —dijo Chaz—. Voy a tomarme otra copa para calmarme.

Se dirigió al mueble bar, y Tasha lo siguió. No le vendría mal una copa. Ella nunca se había portado tan mal con nadie. Pero, por alguna razón, Chaz le gustaba más después de haberse portado así con él.

—Me ha gustado el beso, de todas formas –dijo ella para ser amable—. Los dos besos.

Chaz la miró de reojo.

—Eso me había parecido –levantó una ceja—. A mí también. Pero será mejor que lo dejemos.

Se sirvió una copa para él y otra para Tasha, y levantó el vaso.

—Por lo que podría haber sido –brindó él.

—Por lo que podría haber sido –repitió Tasha con melancolía, y dio un sorbo.

Por enésima vez en veinticuatro horas su mente se puso a redactar la repulsiva carta de retractación que tendría que enviar a todos los invitados. Lo dejó para intentar pensar por enésima vez en un nuevo trabajo para la semana siguiente. Para entonces tampoco tendría un lugar donde vivir ni donde dejar sus cosas. Tasha dio otro trago.

Pensó que si las llevaba a casa de su padre tendría que mudarse dos veces, y además su padre no tenía sitio. Si las llevaba a casa de su madre, tendría que aguantar el largo sermón de que ella ahuyentaba a los hombres, y además su madre tenía la casa llena de regalos. ¡Regalos de boda! Por enésima vez recordó que iba a tener que devolver todos los regalos. Dio otro sorbo, con el ceño fruncido.

—Va a ser horrible –se lamentó Tasha—. Dentro de una semana estaré sin casa y sin trabajo. Además he invitado a cientos de personas a la boda, y ahora tendré que enviarles una carta de retractación junto con todos sus regalos, y explicar…¿qué?

Chaz la miraba fascinado.

—Tengo una idea –dijo—. ¿Cuándo es la boda?

—La semana que viene –respondió Tasha con una mueca de disgusto.

—No hay problema –dijo Chaz—. Licencia especial.

—No necesitas una licencia para anular una boda –replicó Tasha, cansada.

—Lo sé –admitió Chaz, mirándola divertido—. Pero creo que no deberías anularla.

—No tengo elección –dijo Tasha con impaciencia—. Aunque Jeremy cambiase de idea, yo no podría después de lo que dijo.

Chaz sacudió la cabeza.

—Oh, no puedes casarte con Jeremy. No resultaría –sonrió a Tasha anodinamente—. Creo que deberías seguir adelante con la boda, pero casándote conmigo.

Justo antes de la boda

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