Читать книгу Novios por una semana - Lindsay Armstrong - Страница 5

Capítulo 1

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NINGUNA chica desea ser el melocotón que se encuentra en lo más alto del árbol, donde no se la puede recolectar ni apretar —comentó Lleyton Dexter.

Vivian Florey suspiró discretamente para ocultar las ganas de manifestar una reacción mucho más evidente, como inclinarse sobre el escritorio del Lleyton Dexter y darle un tortazo en la atractiva mandíbula.

—¿Quién ha dicho que así sea? —murmuró ella, conteniéndose todo lo posible, incluso cruzando las piernas como si estuviera muy tranquila.

Tenía los ojos azules y el pelo rubio oscuro. Tras una sonrisa que mostraba la picardía de un hombre de mundo, asomaban unos hermosos y blancos dientes. El resto de él, vestido con unos pantalones de sport y una camisa a cuadros azules y granates resultaba igualmente atractivo, a pesar de que, al ser presidente de la Corporación Clover, Vivian había esperado que fuera vestido más formalmente. La empresa, entre otros productos maravillosos, fabricaba champú.

Era un hombre alto, corpulento pero esbelto. Tenía un aura de poder que resultaba impresionante, a menos que se odiara a aquel hombre, algo que Vivian estaba segura de sentir en aquellos momentos. Cualquier hombre que considerara a las mujeres melocotones se merecía aquel sentimiento.

Cualquier hombre que sometiera a una mujer al escrutinio al que él estaba sometiendo a Vivian pedía a gritos que se le odiara. El único problema era que ella no estaba en posición de enfrentarse a él. El poder de la Corporación Clover era evidente solo en aquel despacho. Además de tener unas vistas maravillosas, era el sueño de todo decorador. Pesadas cortinas de terciopelo azul, alfombras blancas, exquisitas pinturas y objetos de arte, además del enorme escritorio con cubierta de cristal que utilizaba Lleyton Dexter, con solo un teléfono y una agenda. Además, tenía unas fotos que ella había llevado. Por lo demás, no había ni un archivo a la vista ni un ordenador.

A través del cristal de la mesa, él la contemplaba de arriba abajo. Desde el rostro, enmarcado por una melena rizada del color del trigo, hasta su figura, vestida con un sencillo traje turquesa con falda muy corta, para terminar en las piernas, enfundadas en unas finas medias.

El hecho de que, en aquellos momentos, estuviera descalza, era otra desventaja para ella. Y la razón de aquella situación era lo que más le molestaba.

Cuando subía al despacho de Lleyton Dexter, se había quitado los zapatos en el ascensor para aliviarse durante un momento los pies. Sin embargo, el ascensor se había detenido súbitamente entre plantas. Cuando las luces se apagaron, el pánico se apoderó de ella. Por ello, cuando volvió a funcionar normalmente unos segundos después, había salido rápidamente del ascensor, temblando… y sin zapatos. El ascensor había seguido su camino.

Tras apretar frenéticamente el botón de llamada, había conseguido que aparecieran tres de los otros ascensores, pero no en el que ella había estado. Y, por lo que sabía, sus hermosos zapatos color turquesa, a juego con el traje, andaban todavía arriba y abajo de aquel edificio.

Tras explicarle lo que le había pasado a la secretaria, había entrado en el despacho para tener que volvérselo a explicar a aquel hombre. Fue entonces cuando él le dirigió por primera vez aquella pícara sonrisa.

—¿No le parece que, con estas fotografías, está sugiriendo una imagen algo idealizada, señorita Florey? —preguntó Lleyton Dexter, contemplando las fotos.

—No. Sí. Bueno, no se me había ocurrido —confesó ella, frunciendo el ceño—. No estaba del todo segura de a lo que usted se refería con lo de las chicas y los melocotones, señor Dexter, pero, créame, Julianna Jones está encantada de ser la siguiente chica Clover. ¿Es que parece estar descontenta?

—No, pero parece inalcanzable. A mí me parece algo acartonada, si sabe a lo que me refiero. Es muy hermosa, sí, pero parece carecer de esa chispa de feminidad que resulta esencial.

—Porque nunca la han recolectado ni apretado —comentó Vivian, sin poder evitarlo—. Oh… —añadió, para aliviar la impresión causada por el comentario—… por el contrario, su pelo es muy hermoso. Créame, a cualquier chica le encantaría tener ese cabello.

Lleyton Dexter estudio la hermosa melena oscura de Julianna y meditó durante un momento. Entonces, levantó la mirada y sometió a Vivian a otra inspección. Aquella vez, a ella le resultó mucho más difícil mantener la compostura y se sonrojó. Tenía la impresión de que aquella mirada azulada había ido más allá de su traje, su ropa interior. Le pareció que Lleyton Dexter estaba meditando sobre su cuerpo desnudo.

—Creo que preferiría tener su cabello en el anuncio, señorita Florey —dijo él, encogiéndose de hombros—. De hecho, me parece que usted sería la perfecta chica Clover.

—¿Porque sí que parece que a mí me han recolectado y me han apretado? —preguntó Vivian, algo molesta no solo por haberse sentido desnudada por la mirada de aquel hombre sino también por la excitación que se había apoderado de ella por aquella ensoñación—. Señor Dexter…

Entonces, tras llamar ligeramente a la puerta con los nudillos, la secretaria de Lleyton Dexter abrió la puerta y asomó la cabeza.

—Perdón —dijo la mujer—, pero en cuanto a sus zapatos, señorita Florey…

—¿Los ha encontrado? —preguntó ella, girando la cabeza.

—No, lo siento. El portero ha registrado todos los ascensores y ha preguntado en todos los despachos del edificio. Parece que nadie los ha visto.

—¡Entonces, alguien se los ha llevado! —exclamó Vivian, incrédula—. ¿Cómo han podido hacer eso? ¡Oh, espero que le destroce los pies tanto como me los destrozaron a mí!

—Cualquiera pensaría que se alegra de haberlos perdido de vista —murmuró Lleyton Dexter.

—¡Muy gracioso, señor Dexter! —comentó Vivian, volviéndose a mirarlo—. El problema es cómo voy a ir a ninguna parte sin zapatos. ¡Cualquiera habría pensado que se habría parado a pensar en eso!

—Si tiene el coche en el aparcamiento, podría hacer que se lo lleven hasta la puerta principal. Solo está a unos pasos del ascensor.

—No vine en coche. Vine en tren y luego en taxi —explicó Vivian, cansada. Él levantó las cejas, como si considerara aquel comportamiento inexplicable y algo ridículo—. La autopista entre Brisbane y la Costa de Oro era un caos ahora que la están ampliando. Nunca se sabe cuándo va a haber atascos y lo último que quería hoy es llegar tarde. Por ello, el tren me pareció la solución más viable. De hecho, resultó muy agradable, sin contratiempos, tranquilo… Una opción mucho mejor que estar batallando con retrasos, desvíos y atascos.

—¿Puedo hacerle una sugerencia? —preguntó la secretaria a Lleyton Dexter. Él asintió—. Dado que parece que alguien le ha robado los zapatos, podría enviar a una de las chicas a comprarle un par, señorita Florey. Digamos un par de zapatos de un color neutro, no demasiado caros, que pudieran llevarla a casa y evitarle así más apuros.

—Estupendo, señora Harper. Por favor, proceda enseguida —dijo Lleyton Dexter—. Nosotros nos encargaremos de la cuenta.

—Puedo permitirme comprar un par de zapatos —anunció Vivian.

—No, no. Si se los han robado en este edificio, creo que es lo menos que podemos hacer —le aseguró él—. ¿Cuál es su número?

—El treinta y siete, pero…

Lleyton Dexter se levantó y rodeó el escritorio para poder contemplarle mejor los pies.

—¿Cuál sugeriría usted como un color neutro, señora Harper?

—Beige. Tiene el bolso de color beige así que, sí, creo que el beige le iría bien. No demasiado altos. ¿Cree que por eso le hacían daño los otros, señorita Florey?

—Y luego se habla de tener un mal día —dijo Vivian, suspirando más descaradamente aquella vez. Luego, se echó a reír—. ¡No recuerdo haber tenido uno peor! Gracias a los dos. Evidentemente, esa es la única solución, pero insisto en pagarlos. Fui yo la que se los dejó en el ascensor —añadió, tomando el bolso.

—No, a menos que el señor Dexter diga lo contrario —murmuró la señora Harper, antes de marcharse.

Lleyton Dexter regresó a su sillón y se apoyó la barbilla sobre las manos. Vivian cerró el bolso y lo dejó en el suelo.

—¿Es que hace todo el mundo exactamente lo que usted dice?

—Con bastante frecuencia, pero no siempre, por supuesto. Y algunas veces no tan exactamente, pero…

—¿Solo el noventa y nueve por ciento de las veces, tal vez? —sugirió Vivian.

—Me da la sensación que usted podría ser ese uno por ciento restante, señorita Florey.

Entonces, de repente, Vivian recordó lo que le había llevado allí. Trabajaba para una agencia publicitaria y era de vital importancia conseguir la cuenta Clover. De nuevo volvió a concentrarse en las fotos y en los hermosos rasgos de Julianna.

—Lo que ocurre es… De acuerdo. Tal vez los hombres vean a las mujeres de un modo diferente, pero le sorprendería saber que las mujeres se visten principalmente para otras mujeres. Igualmente, son las mujeres las que compran su champú y a mí no me parece que Julianna vaya a molestarlas. Sin embargo, ahora que sabemos lo que tiene en mente, podríamos hacer las cosas de un modo diferente. Un enfoque más divertido en vez de esta belleza tan abrumadora pero, posiblemente, inalcanzable.

—¿Usted, por ejemplo?

Vivian abrió la boca para decirle que no volviera a empezar pero se contuvo.

—Yo nunca he trabajado de modelo, así que me parece que saldría mucho más acartonada que Julianna, señor Dexter. Y ella no es realmente así… Además, le rompería el corazón…

—¿Por qué no mueve un poco el cabello?

—No habla en serio, ¿verdad?

—Claro que sí.

—¿Por qué?

—Me gusta su estilo. Por cierto, ¿puedo invitarla a comer? Cuando sus zapatos lleguen, naturalmente.

Vivian analizó aquel giro de acontecimientos, como si estuviera buscando algo que fuera a saltarle a la garganta.

Lleyton Dexter la observó atentamente, muy divertido. Aquella mujer medía un metro sesenta y cinco aproximadamente y era pura dinamita bajo aquel cuerpo tan esbelto. ¿Sería aquello lo que le había incitado a recitarle la cita sobre las chicas y los melocotones que aparecía en la página de su agenda para aquel día? Luego, por supuesto, había tenido que justificar aquella frase. Desgraciadamente, aquello podría hacer que la desconocida Julianna perdiera un trabajo, aunque, al lado de aquella mujer, efectivamente, parecía algo acartonada.

—¿A comer…? ¿Dónde?

—Hay un restaurante italiano muy agradable al otro lado de la calle. Puedo dar mi palabra sobre la comida y el ambiente. Y también tengo una propuesta para usted, señorita Florey…

—¿De negocios o…? —preguntó Vivian, interrumpiéndose antes de terminar la frase. Sin embargo, estaba muy claro lo que estaba pensando.

—De negocios, naturalmente.

—Perdóneme —dijo ella—, pero una nunca está del todo segura con los hombres.

—Claro —respondió él, muy serio.

—¡Se está riendo de mí! —exclamó ella, tras un momento de silencio—. Se ha estado riendo de mí desde que puse el pie en este despacho… De acuerdo que, seguramente, tenía un aspecto de lo más divertido, pero… ¡ya está bien!

De nuevo, alguien volvió a llamar a la puerta, lo que evitó que Lleyton tuviera que responder. Era la señora Harper otra vez, no con una sino con tres cajas.

—Fui yo misma —explicó la mujer—. Hay una zapatería justo al otro lado del puente, en la isla Chevron. Me los prestaron para que usted pueda elegir, señorita Florey. Aquí tiene.

Vivian contuvo el odio que sentía por Lleyton Dexter y empezó a probarse los zapatos de color beige.

—Ande un poco antes de decidirse —le aconsejó la señora Harper—. Bueno, a mí me parece que ese par que se ha puesto ahora es el más adecuado, señorita Florey —añadió, tras unos minutos—. Sencillos y prácticos, pero elegantes. ¿Qué le parece a usted, señor Dexter?

—Personalmente, yo prefiero los que se probó en segundo lugar. Tal vez no sean tan prácticos al llevar el talón abierto, pero le hacían unos pies muy bonitos.

Vivian estaba de pie, en medio del despacho, con las manos en las caderas, preguntándose si se habría metido en un manicomio. De nuevo, aquel hombre se había reclinado sobre su sillón y estaba observándola, como si ella estuviera desfilando para pasar a formar parte de su harem. Y no solo era eso. Estaba consiguiendo que ella fuera muy consciente de su cuerpo, bajo aquel traje de seda. A pesar de la falda corta, no era nada sugerente sino sencillo y elegante y adecuado para trabajar. Entonces, ¿cómo podía haber conseguido que ella recordara la suave curva de sus pechos, de sus caderas y la esbeltez de la cintura solo con mirarla?

Para empeorar aún más las cosas, él la contemplaba con una actitud de experto en las mujeres. Parecía juzgarlas solo por dos características: la perfección física y el comportamiento en la cama. Horrorizada, Vivian pudo imaginarse cómo se la llevaban para bañarla, arreglarla y perfumarla para luego presentarla ante él, temblando de deseo… Aquel pensamiento la turbó tanto que se odió por ello.

—Me quedaré con estos, señora Harper —dijo ella, por fin, decidiéndose por el par que tenía puestos—. Son… son los más cómodos de los tres —añadió, mirando a Lleyton Dexter con un sentimiento de triunfo—. Y gracias por haberse tomado tantas molestias. Le estoy muy agradecida, pero insisto en pagarlos.

—Bueno, dejaré que eso lo decida con el señor Dexter —comentó la señora Harper mientras empezaba a recoger las otras cajas—. Aunque ya están pagados en la tienda. Todos eran del mismo precio. Ahora, haré que devuelvan estos enseguida.

Vivian se sentó y tomó una vez más el bolso, sacando el monedero.

—Vi cuánto cuestan en la caja así que… —insistió ella, contando sesenta y cinco dólares con noventa y cinco centavos y poniéndolos encima del escritorio.

Entonces, el teléfono empezó a sonar. Resultó ser una llamada de por lo menos cinco minutos, durante los cuales ella jugueteó con el dinero y reorganizó las fotos varias veces.

Después de que él hubiera colgado el teléfono, y antes de que tuviera oportunidad de decir nada, la señora Harper volvió a entrar, con un aspecto algo alicaído… y un par de zapatos de ante color turquesa en las manos.

—Alguien los recogió del ascensor, pero no tuvo tiempo de llevarlos al portero hasta hace unos pocos minutos —dijo la mujer, algo agitada—. Y ya he enviado los otros zapatos a la tienda.

—Creo que necesito una copa —musitó Vivian, cerrando los ojos.

—Entonces, vayámonos a comer —dijo Lleyton.

—No es eso lo que he dicho —replicó ella con cautela, abriendo los ojos.

—Todavía tenemos una proposición de negocios por comentar.

Vivian dudó. Luego, se encogió de hombros al recordar lo que le había llevado allí: conseguir el anuncio del champú Clover. También se le ocurrió que estaría más segura del magnetismo que Lleyton Dexter parecía ejercer en ella en un lugar público.

—De acuerdo.

La zona empresarial de Evandale, en la zona de Surfers Paradise, no era demasiado grande y tenía áreas ajardinadas y varios bonitos restaurantes. A Vivian le parecía un lugar agradable. El río Nerang fluía por el lado oeste y, al otro lado de la carretera, estaban los edificios de la Costa de Oro.

El restaurante que Lleyton Dexter había elegido tenía una terraza en la acera, rodeada por plantas y bullía de vida, color, además del delicioso aroma de la comida. Había una cola de personas esperando para sentarse, pero a Lleyton lo acompañaron inmediatamente a una mesa sin más dilación. Entonces, él pidió una botella de vino, de la que sirvió dos copas mientras esperaban que llegara el almuerzo.

—Salud —dijo él.

—Salud —respondió Vivian, tomando un sorbo de la copa—. Es un vino muy bueno. ¿Se hubiera podido creer antes que alguien tuviera el día que yo he tenido, señor Dexter? No es que quiera que vuelva a reírse otra vez de mí, pero tiene que admitir que perder los zapatos resulta, por lo menos, algo traumático.

—Efectivamente.

Vivian pensó que lo mejor que podía hacer era entablar una conversación informal, con un poco de sentido del humor y sin hacer referencia a la magnética atracción que, probablemente, era de todos modos producto de su imaginación.

—Entonces, ¿cuál es su proposición? ¿Me perdonará por esperar que me pueda mejorar el día?

—Me gustaría que se hiciera pasar por mi prometida durante una semana, señorita Florey.

Vivian, que estaba tomando otro sorbo de vino, se atragantó.

—Creía… creía… creía que había dicho que se trataba de una proposición de negocios.

—Así es. He dicho «hacerse pasar». Ah, gracias —añadió, refiriéndose al camarero mientras él les colocaba el almuerzo delante.

Vivian contempló fijamente la ternera que había pedido y luego levantó sus ojos castaños para mirar los de él.

—Evidentemente, la he sorprendido.

—Entre usted y su secretaria, por muy agradecida que le esté a esa mujer, se le podría perdonar a uno haber creído que se había caído por la madriguera del conejo, como Alicia. Por no mencionar sus extraños comentarios sobre las mujeres y los melocotones… Sí, efectivamente, así ha sido.

—Ah, tal vez un día se lo explicaré. En cuanto a la señora Harper, es una excelente secretaria y le encanta ayudar a la gente.

—¿Le importaría explicarme por qué quiere que me haga pasar por su prometida?

—Por supuesto. No deje que se le enfríe la comida. Voy a estar en una reunión familiar durante una semana, no porque yo así lo haya querido, créame. Allí, podría convertirme en… bueno, en presa de una variedad de mujeres. Con una prometida a mi lado, tendrían que contenerse, ¿no le parece?

—¿Quiere decir que las mujeres hacen el ridículo por usted?

—No estoy seguro de por qué, pero así es. Desgraciadamente.

—¿Que no está seguro de por qué? —preguntó ella, maravillada—. ¿No cree que tiene algo que ver con el hecho de que es tremendamente rico, atractivo y, además, se encuentra en la flor de la vida?

—Si es así, no parezco haberle causado a usted ninguna impresión. Antes, hubiera jurado que había tenido que contenerse para no abofetearme.

—En eso tiene razón. De hecho, sigue sin caerme bien, por lo menos, fuera del ámbito empresarial.

—¿No le parece que, en ese caso, es una relación ideal para una semana? —sugirió él—. Es decir, no tendría los problemas que tienen las demás. Sería perfecta.

—No, no podría hacerlo —replicó ella, tomando el cuchillo y el tenedor—. ¿Está loco? ¡No me diga que no puede deshacerse de las mujeres usted solo! Ya es lo suficientemente mayor.

—No, normalmente, no estoy loco. Uh… ¿qué le parecería si dijera que esta Julianna Jones, en un contexto más animado, tiene mi visto bueno y… le damos también a su agencia el contrato para la publicidad de los vinos Clover? —dijo él. Vivian se quedó con la boca abierta—. Sería una cuenta muy grande. Estamos pensando en nuevas etiquetas, nueva imagen y también estamos pensando en exportar. ¿Estoy en lo cierto al creer que usted es socia en la agencia?

—Sí —dijo ella, con voz ronca—. Bueno, solo de un diez por ciento, pero… No le gustaban mis ideas para el champú, así que estoy algo confusa.

—Si no la hubiera visto a usted, probablemente me habrían encantado. —replicó él. Una vez más, Vivian solo pudo quedarse mirando fijamente—. Me impresionó mucho el anuncio de miel que realizó su empresa. Por eso nos pusimos en contacto con su agencia. Creo que usted participó mucho en la creación de ese anuncio.

—Yo… así fue.

—¿Y es cierto que también se graduó con honores en Diseño Gráfico?

—Veo que hace bien los deberes, señor Dexter.

—¿Cree que una semana sería una imposición tan grande viendo lo mucho que podría ganar?

—¡Pero eso es soborno!

—Bueno, a mí me parece que es una cosa por la otra.

—¡No! —exclamó Vivian—. ¿Cómo puedo saber en lo que me estoy metiendo? Usted podría ser… ¡podría ser cualquier cosa!

—Efectivamente, pero no lo soy. Permítame que le cuente unos cuantos detalles más. Mi hermana va a casarse. La semana antes de la boda va a haber un frenesí de fiestas y cosas por el estilo en la finca de mi familia. Mi madre estará allí, lo mismo que muchas otras personas… Si no quiere, no tendrá que estar a solas conmigo. Y mi madre, es un pilar de la sociedad, créame.

—¿Es así como lo hacen los ricos y famosos? —comentó ella.

—¿Acaso no es así como lo hace todo el mundo?

—No en la «finca de la familia», créame señor Dexter.

—Será muy divertido, Vivian.

—Pero no podremos decir que estamos comprometidos sin demostrarlo en alguna ocasión —objetó ella.

—Estaría dispuesto a respetar tus deseos de no hacer demostraciones de afecto en público. Podríamos decir que, todavía, no es oficial —dijo él, apartando el plato ligeramente para demostrar que había terminado de comer.

—¿Y su madre y su hermana? ¿Cómo van a reaccionar cuando usted les presente una prometida, de la que no habían oído hablar, aunque todavía no sea oficial?

—Mi madre y mi hermana, generalmente, me siguen la corriente.

—¡Eso me lo imagino! Sin embargo, me parece que tiene que haber algo más detrás de todo esto.

—Claro que lo hay. He descubierto que me apetece la idea de hacer que tengas mejor opinión de mí.

Vivian masticó cuidadosamente el último bocado y luego dejó el cuchillo y el tenedor a un lado del plato vacío. A continuación, tomó un sorbo de agua. Deseaba retrasar todo lo posible el momento en el que tendría que mirar los azules ojos de aquel hombre. Aquellas palabras parecían haberle afectado de un modo extraño, provocándole un escalofrío por la espalda. ¿Qué significaba aquello? No podía ser que se sintiera atraída por él.

—Si es así, ¿qué tienen de malo las formas tradicionales de impresionar a una chica, señor Dexter? —dijo ella, por fin—. Creo que son mejores que el soborno.

—Hay dos razones, Vivian. Me gustan los desafíos… y, además, tengo el presentimiento de que a ti no te gustarían las tácticas tradicionales. Sin embargo, lo que podrías llegar a hacer para conseguir un contrato para tu agencia es otro asunto.

—¿Se trata de un trato honrado, señor Dexter? ¿Julianna Jones y los vinos Clover solo por pasar una semana fingiendo ser su prometida? —preguntó ella. Lleyton asintió—. Trato hecho.

—Vivi, ¿cuántos años tienes? —preguntó Stan Goodman, socio mayoritario de Goodman & Asociados a la mañana siguiente.

—Veinticinco, Stan, casi veintiséis… ¡Ya lo sabes!

—¿No te parece que ya eres mayorcita para caer en este tipo de trucos?

—No pude evitarlo —replicó Vivian—. Además, mira lo que va a suponer para la agencia.

—¿Y qué ocurre si no solo te haces pasar por su prometida, sino que acabas en su cama, hablando en plata? —preguntó Stan, mirando por encima de las gafas.

—No hablamos de eso, pero si crees que no me puedo resistir a un hombre durante una semana, Stan, estás muy equivocado.

—No estamos hablando de un hombre cualquiera, Vivi.

—De acuerdo, tiene muchos alicientes, pero se las arregló para caerme mal desde el momento en que puse los ojos en él. De hecho, tal vez Lleyton Dexter no sepa en lo que se está metiendo conmigo.

—No, por favor. Si no puedo convencerte para que no te metas en esto, prométeme que no harás la tontería de hacerle pagar lo que está haciendo.

Vivian dudó. Sabía que Stan nunca le haría aceptar aquel asunto, pero también sabía que la agencia necesitaba desesperadamente tanto el contrato del champú como el del vino. Uno de los socios mayoritarios se había marchado a otra agencia solo unos días antes llevándose algunas de las cuentas más importantes. Aquella era la razón por la que no se había marchado del despacho de Lleyton Dexter aunque hubiera estado descalza. Sabía que Stan y la agencia estaban contra la pared en aquellos momentos.

—Stan, me temo que se merece que alguien lo haga. Sin embargo, puedes confiar en mí. No lo haré de un modo que nos haga perder esos dos contratos.

—¿Y Ryan Dempsey?

Vivian sufrió un momento de incredulidad. Se había olvidado completamente de Ryan, que también trabajaba para Goodman & Asociados.

—Nosotros… es decir, Ryan y yo hemos terminado, como ya sabes. Lo dejamos hace mucho tiempo —dijo Vivian. Stan levantó una ceja—. Sé lo que estás pensando. Que me rompió el corazón. Pues no fue así.

Stan, que tenía cincuenta años, miró a Vivian y suspiró. Conocía a Vivian Florey desde niña y sabía, por lo menos eso le parecía, algunas veces más de ella que ella misma.

Richard Florey, el padre de Vivian, había sido un buen amigo suyo. La madre de Vivian murió cuando ella tenía seis años, y su padre había sufrido mucho. Nunca había vuelto a casarse y, debido a su profesión de ingeniero, se había pasado mucho tiempo en lugares remotos, llevándose a Vivian cuando era posible. En otras ocasiones, la había dejado en un internado, aunque Stan e Isabelle, su esposa, solían llevársela a casa los fines de semana.

En cierto modo, aunque no le había gustado estar alejada de su padre, aquel hecho había creado en Vivian un cierto temor al compromiso. El sentimiento de pérdida que su padre se había llevado a la tumba le había transmitido a su hija el miedo a permitir que alguien se le acercara, por si acaso lo perdía. Su padre murió cuando ella tenía dieciocho años. La única relación que Stan le recordaba había reforzado su miedo al compromiso cuando Ryan Dempsey la dejó.

—Vivi —dijo él, lentamente—, ¿te has parado a pensar alguna vez que sueles mantener la distancia con las personas y, especialmente, con los hombres?

—Yo… sí, Stan. Y creo saber por qué. El modo en que crecí, lo de papá y Ryan… Y te agradezco que te preocupes por mí —respondió ella, más decidida que nunca a conseguir aquellos contratos para la agencia. Stan Goodman había sido como un padre para ella—. Supongo que siempre he creído que eso sería algo de lo que se encargaría el tiempo y estoy segura de que así será pero, sinceramente, no me preocupa demasiado.

—En cualquier caso, no me gustaría verte sufrir otra vez y esto… esto es jugar con fuego.

—¿Por qué? ¡No puede ser tan irresistible! —exclamó ella. Stan se limitó a mirarla fijamente—. Bueno, creo que sé a lo que te refieres. Si no me intrigara un poco, no habría aceptado pero, ¿no te das cuenta? Es parte de ello, Stan. Él… él jugó conmigo como si fuera un pez en el anzuelo y ahora, probablemente, cree que me tiene en el cesto. Pero no es así y pienso hacer que se entere de por qué.

—¿Cuándo te vas? —preguntó Stan, resignado.

—Dentro de tres días. Todo está preparado para divertirnos un poco en la finca familiar. Oh. Se me olvidó preguntarle dónde está.

—Yo te lo puedo decir. Está en el Hawkesbury. Creo que tiene como unos trescientos acres, con pistas de tenis, una piscina, establos, un embarcadero privado, un campo de croquet. Tiene tres casas, la principal es de dos plantas, pintadas de amarillo y blanco y está construida a imitación de una casa de plantación sureña con doce dormitorios. La finca se llama Harvest Moon.

—Stan —dijo Vivian, echándose a reír—. Si estabas intentando abrumarme, hay algo sobre mí que tal vez no sepas. Sé jugar al croquet. Me enseñaron en uno de mis internados. A eso, a jugar al tenis y a montar a caballo.

Sin embargo, dos días después, Vivian no se sentía tan confiada. Tenía la maleta abierta encima de la cama y rodeada de ropa en su apartamento. Al ver el caos que reinaba allí, suspiró. Entonces, se dirigió al comedor para contemplar las vistas. Había utilizado tonos amarillo limón y verdes para decorar aquella parte de la casa tenía dos cómodos sofás tapizados en tonos similares y una mesa de hierro forjado, junto a la que se detuvo.

Golpeó suavemente el cristal de la mesa e, inmediatamente, pensó en otra mesa con la parte superior de cristal. ¿De verdad estaba siendo lo suficientemente estúpida como para participar en aquella farsa? ¿Debería haberlo anulado todo?

Entonces, se dio la vuelta y fue a acurrucarse encima de uno de los sofás, recordando lo mucho que Stan le había aconsejado que no lo hiciera, no solo por Lleyton Dexter sino por su propio estado mental. Desde que tenía dieciocho años, era una persona muy solitaria. No es que no tuviera amigos, pero no había ningún vínculo emocional y eso, por supuesto, se refería principalmente a los hombres.

Por otro lado, podría ser que el hombre perfecto no hubiera aparecido todavía en su vida. Ryan… bueno, en su momento había creído que era él el elegido. Recordó cómo había bajado la guardia con él, cómo había permitido que él le hiciera olvidarse de sus miedos, haciéndole creer que podría haber un compromiso entre ellos. Más tarde, descubrió que el hombre al que había amado no tenía los mismos planes.

A pesar de que aquello le había dolido mucho en su momento, tendría que ser la lección que la protegiera contra Lleyton Dexter si, por algún giro inesperado del destino, él resultaba ser el hombre adecuado para ella. Seguramente, aquella experiencia le haría darse cuenta de que estaba jugando con fuego.

¿Cómo iba a ser él el hombre adecuado para ella? Evidentemente, estaba desencantado con el amor lo suficiente como para recurrir al soborno. Se lo había dicho claramente. Había utilizado el soborno para hacer que ella picara el anzuelo. Saber todo esto, tenía que ser más que suficiente para apagar las sensaciones físicas que el tremendo atractivo de aquel hombre producía en ella y darle causas más que suficientes para despreciarlo.

A pesar de todo, no había nada que le impidiera echarse atrás, aún en aquellos momentos. Stan le había dejado bien clara su postura: no pensaba obligarla a hacer aquello solo por llevar un nuevo cliente a la agencia. Además, tenía un número al que llamar a Lleyton Dexter, que él le había dado por si surgía algún imprevisto.

Todavía tenía aquel número en su agenda, en el bolso beige, que, por casualidad, se encontraba en la mesa de al lado del sofá, en la que estaba el teléfono. Entonces, alcanzó el bolso, sacó la agenda, buscó entre las páginas. Acababa de tomar el teléfono cuando este empezó a sonar.

—¿Sí? Vivian Florey al aparato.

—Soy Lleyton Dexter, Vivian.

—Oh —dijo ella. Se había olvidado de lo profunda que resultaba aquella voz—. ¡Hola!

—Solo quería asegurarme de que nuestro trato seguía en pie. Si te has echado atrás, es el momento de decírmelo.

Vivian guardó silencio durante unos segundos, sintiendo que sus emociones se apoderaban de ella. No le gustaba que él hubiera asumido que podría tener dudas pero, por otro lado, le hubiera gustado decirle sencillamente que, efectivamente, así era…

—No, Lleyton. Supongo que no te importa que te llame por tu nombre de pila. No voy a echarme atrás. ¿Y tú?

—Bien —dijo él, sin responder—. Mira, ha habido un ligero cambio de planes. Estoy en Brisbane y pienso ir a casa en avión mañana por mañana desde aquí en vez de desde Coolangatta. Pensé que sería una buena idea que cenáramos esta noche para que te pueda dar detalles de mi familia. También puedo pasar a recogerte mañana por la mañana y llevarte al aeropuerto.

—Me parece… bien —contestó ella—. Todavía tengo que hacer la maleta, así que, ¿qué te parece un lugar cercano a mi casa, como Riverside?

—De acuerdo —replicó él, dando el nombre de un restaurante, uno de los favoritos de Vivian, con una terraza que daba al río—. Digamos a las seis y media. Hasta luego.

Entonces, colgó el teléfono. Vivian se quedó mirando el auricular, sintiendo la tentación de arrojarlo al suelo. Sin embargo, descubrió que cualquier pensamiento de no darle a aquel hombre algo de su propia medicina se desvanecía en el aire.

Cuando Vivian entró en el restaurante y se abrió paso entre los comensales que disfrutaban de las hermosas vistas, él ya la estaba esperando.

Al contrario que en la primera ocasión que lo había visto, estaba vestido con mucha formalidad. Llevaba un traje gris, camisa blanca y corbata azul marino. Ella, por el contrario, iba mucho más informal, con unos pantalones blancos, una blusa blanca bordada de caracolas que le llegaba justamente a la cintura, unos mules rosas y un bolso de rafia a juego. Como siempre, su cabello lucía en un revuelo de rizos y no llevaba ni maquillaje, ni laca de uñas ni joyas.

A medida que avanzaba, Lleyton la vio. En cuanto ella se detuvo al lado de la mesa, los dos se miraron fijamente durante un rato.

A Vivian le llamó la atención que no reflejaba expresión alguna en los ojos pero que, en cambio, la boca parecía llena de dureza. Parecía una nueva versión del Lleyton Dexter que había conocido dos días atrás. Aquella nueva imagen era todo lo que se podía esperar del director de una empresa tan grande. No era alguien con el que se pudiera jugar. Sin embargo, también había algo más.

Volvía a haber aquella intensidad entre ellos, a pesar de la mirada tan fría. Algo parecido a electricidad estática flotaba en el aire, haciendo que ella permaneciera en silencio a pesar de que las miradas eran casi palpables. Ella reconoció enseguida una pura atracción física entre ellos, del tipo que hace que un hombre y una mujer se sientan intrigados el uno por el otro. A pesar de todo, a Vivian le resultó imposible romper el contacto visual. Tuvo que ser él quien lo hiciera.

Se levantó y sonrió, algo secamente, antes de separar una silla de la mesa para que ella pudiera sentarse.

—Tienes aspecto de estar ya de vacaciones, Vivian.

—Gracias —dijo ella, sentándose—. No puedo decir lo mismo de ti.

—He estado muy ocupado. Ya me relajaré mañana. ¿Te apetece algo de beber?

—Si vas a pedir vino, tomaré solo eso.

Lleyton hizo una seña al camarero y le entregó a ella un menú. Vivian escogió gambas al estilo criollo y una ensalada griega. Después de un momento, él pidió lo mismo. Cuando el camarero se hubo marchado, Lleyton sacó una caja de terciopelo gris del bolsillo de su chaqueta y se lo puso encima de la mesa.

—¿No será un anillo de compromiso?

—Es un anillo de alguna clase.

Vivian consiguió controlar la respiración para no mostrar abiertamente lo enojada que estaba. Entonces, tomó el pequeño estuche y lo abrió. Era un aro de platino con diamantes incrustados todo alrededor. En el centro, había un diamante de color rosa, no demasiado grande, pero asombroso por su color y su fuego.

—Bueno, es muy bonito, Lleyton —dijo ella—, pero, dado que no es oficial, me lo pondré en la mano derecha —añadió, colocándose el anillo, que encajaba a la perfección, en el dedo—. ¿Cómo supiste qué medida comprar?

—Me la jugué. También mencioné la talla de calzado que utilizas, lo que pareció ayudar. Sin embargo, preferiría que te lo pusieras en la mano izquierda.

—Los pobres, no escogen —murmuró ella—. Tómelo o déjelo, señor Dexter.

—¿Se debe eso a que estás reservando la mano izquierda para el verdadero?

—Efectivamente.

—¿Te lo ha sugerido alguien, Vivian?

—¿Te refieres a que si me han propuesto matrimonio? No, pero eso no significa que no ocurrirá. ¿Y tú? ¿Se lo has propuesto a alguien alguna vez, Lleyton?

—No, pero no eso no significa que yo no haya recibido algunas… sugerencias al respecto.

—Qué pena no saber si te quieren a ti o a tu dinero —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Lo que realmente necesitas es enamorarte de una heredera. Si tu fortuna no tuviera tanta importancia, estarías en mejor posición de juzgar si el resultado tan poco satisfactorio se debía más bien a imperfecciones propias de ti mismo, tal vez.

—¿Cómo cuales?

En aquel momento tan crucial de la conversación, el camarero llevó el vino, lo que desvió inmediatamente la atención de Vivian. Era uno de los vinos Clover.

—Bien —dijo ella, estudiando la etiqueta de la botella, con su color rojizo y letras doradas—. Es conservador, bastante elegante… pero aburrido hasta la muerte, si no te importa que te lo diga.

—Entonces, ¿cómo te gustan los hombres, Vivian?

Los ojos de Vivian dejaron la botella y lo miraron abiertamente. Luego, empezaron a brillar, llenos de diversión.

—Los latin lovers osados son más de mi estilo, Lleyton, especialmente los que llevan coleta… Y tampoco me importa que lleven pendientes. Me agrada que sepan cocinar, me encanta que sean buenos bailarines porque adoro bailar y que vistan de un modo muy llamativo. ¡No veas lo mucho que te puedes divertir con ellos!

—Supongo que estabas hablando del vino, Vivian.

—Puede ser —dijo ella, sonriendo—. Lo siento… era una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar. Sin embargo, no descartes automáticamente a los hombres de sangre latina, Lleyton, como los que más me gustan. Por cierto, se me han ocurrido algunas ideas para las nuevas etiquetas. ¿Quieres verlas?

Lleyton asintió y ella rebuscó en el bolso. Unos minutos más tarde, él levantó la cabeza y dijo:

—Tal vez acabes de redimirte, Vivian Florey.

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