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ОглавлениеINTRODUCCIÓN GENERAL
I. VIDA DE LISIAS1
Lisias es uno de los pocos autores de la literatura griega que proporcionó directamente a sus biógrafos helenísticos, acostumbrados por lo demás a distorsionar las obras literarias para aprovecharlas biográficamente, datos reales de su vida y actividades. La mayor parte de los que conocemos, aunque no muy numerosos ni exentos de problemas, sí que son suficientes para darnos la segura sensación de que, por primera vez en la historia de la literatura griega, contamos con una biografía relativamente fiable. El mayor problema que plantean, como enseguida veremos, es su localización histórica absoluta y la posición relativa de algunos entre sí.
Las fuentes con las que contamos para conocer la vida de Lisias son varios discursos del propio orador, varios bosquejos biográficos que dependen, en último término, de la tradición biográfica helenística, probablemente peripatética, y algunas referencias sueltas en Platón y Ps.-Demóstenes. Entre los primeros hay que destacar el discurso XII, indudablemente lisíaco («lo pronunció el propio Lisias», como reza el título), en el que trata de conseguir la condena de Eratóstenes, uno de los Treinta, a quien acusa de ser el responsable2 de la muerte de su hermano Polemarco y en el que ofrece, como es lógico, datos biográficos incontestables. De gran importancia es un segundo discurso, el Defensa frente a Hipoterses, por una esclava, ya conocido por dos referencias de Harpocración3, pero cuyo contenido desconocíamos hasta la aparición de sustanciosos fragmentos en la colección de Papiros de Oxirrinco4. En ellos se confirman algunos datos, que se conocían por la tradición biográfica, referentes entre otras cosas a la fortuna del orador y su generosidad y fervor democrático. En cambio, los otros dos discursos «biográficos» que se atribuyen a Lisias (Contra Arquino y Sobre sus propios beneficios) son más problemáticos: no se conserva nada de ellos, se desconoce su cronología relativa e, incluso, se ha pensado que el último puede ser un título alternativo de alguno de los otros dos5, y el primero un ensayo escrito por el orador en su propia defensa6.
Lo que sí parece claro es que estos discursos, aunque no sabemos en qué medida cada uno, constituyen la fuente directa7 del caudal biográfico helenístico del que, a su vez, derivan los dos8 relatos biográficos más completos que tenemos, el de Ps.-Plutarco, en la Vidas de los diez oradores9, y la Introducción del tratado de Dionisio de Halicarnaso dedicado al orador10. El primero es más completo y terminante en alguno de los datos, sobre todo fechas; el de Dionisio es más breve, un poco más cauto y menos comprometido, como demuestra el que añada frases como «se podría conjeturar…» o «si se supone que su muerte…».
En fin, la tercera clase de datos que han utilizado los filólogos modernos son las alusiones que Platón y Ps.-Demóstenes hacen al orador. Platón alude a Lisias y su familia al comienzo de la República11 y, sobre todo, en el Fedro12, donde Sócrates emite, además, un juicio nada favorable a Lisias como orador. El autor del discurso Contra Neera, falsamente atribuido a Demóstenes, se refiere en un pasaje, que no parece interpolado13, a la relación de Lisias con la hetera Metanira, compañera de Neera. Tanto las alusiones de Platón como las de Ps.-Demóstenes se han utilizado, sobre todo, para rebajar la fecha de nacimiento del orador, situada en 459 por la tradición biográfica, que ya por otros indicios había parecido excesivamente alta. Pero su aportación no es nada segura, pues estas alusiones presentan problemas tan complicados como aquello que pretenden aclarar.
En efecto, el mayor problema biográfico, o al menos al que más atención se ha prestado, de la vida de Lisias es el de su cronología absoluta. Tanto Ps.-Plutarco («nació en Atenas en el arcontado de Filocles», 459)14, como Dionisio («se presentó en Atenas en el arcontado de Calias, 412, cuando tenía 47 años»)15, dan por supuesto su nacimiento, como veíamos, en el 459 a. C. y recogen de los biógrafos helenísticos que vivió entre 76 y 83 años, por lo que Dionisio, tomando la media, deduce que su muerte debió de ser en el 379 o 378 a. C.: «suponiendo que Lisias muriera a los ochenta años en el arcontado de Nicón o Nausinico…»16. Aunque hay filólogos como Rademacher17 que respetan esta fecha de nacimiento, desde el siglo pasado empezó a ponerse en tela de juicio, sobre todo por algunas conclusiones extrañas a las que esta fecha puede conducir: a) en primer lugar, dado que las fechas extremas de sus discursos se sitúan entre el 403 y el 380, resulta cuando menos extraño que Lisias no comenzara a escribir discursos forenses hasta los 57 años y, luego, en veinte años escribiera los 233 que, en el peor de los casos, le reconocen sus críticos de la Antigüedad18; b) si la alusión a Lisias en el Contra Neera no es una interpolación y si Neera era todavía relativamente atractiva, como mantiene Dover19, Lisias debió de tener relaciones amorosas con la hetera Metanira hacia el 380, es decir, al final mismo de su vida. Bien es verdad que se puede objetar, con respecto a a), que los años inmediatamente posteriores a la restauración democrática fueron especialmente propicios para toda clase de causas, tanto públicas como privadas, y que Lisias se vio obligado a intensificar su profesión de logógrafo al ser privado de su patrimonio. Con respecto a b), se puede alegar que la cronología de los hechos del discurso 59 pseudodemosténico, y del mismo discurso, es ya demasiado oscura como para utilizarla para aclarar la de Lisias. Sin embargo, ya Hermann20 y Susemihl21 rebajaron la fecha al 444 y 446, respectivamente, y Dover, aunque no adopta una posición definida, se inclina a rebajarla al 440 e, incluso, añade: «bien podríamos desear rebajarla un poco más»22. En todo caso, como concluye Blass23, éste sigue siendo un problema «en el que no se puede alcanzar un resultado más seguro», por lo que pasamos al resto de los datos.
En XII 4, Lisias mismo nos informa de que su padre Céfalo vino a instalarse en Atenas por invitación de Pericles, aunque Ps.-Plutarco, o su fuente (tomándolo quizá de Timeo de Tauromenio), añade que «fue expulsado de Siracusa durante la tiranía de Gelón»24. Esta invitación de Pericles sin duda tiene que ver con un dato que nos ofrece Ps.-Plutarco en el mismo pasaje: el hecho de que Céfalo era «sobresaliente por su riqueza», algo que sabemos también por la República de Platón25 y por el Defensa frente a Hipoterses26, que, refiriéndose a la fortuna del propio Lisias, la calcula en 70 talentos («el más rico de los metecos»). Esta fortuna, que Céfalo había acumulado sobre la de su padre hasta igualarla con la de su abuelo, según su propia confesión en República27, consistía, aparte de los «bienes invisibles» (dinero, bienes mueble, etc.) imposibles de calcular, al menos en tres casas y en una fábrica de armas, sita en el Pireo, en la que trabajaban 120 esclavos28.
No sabemos, porque no lo dicen ni Lisias ni sus biógrafos, en qué año se instaló Céfalo en Atenas, pero el orador, desde luego, nació ya en esta ciudad, donde, como correspondía al hijo de una familia acaudalada, «se educó con los más sobresalientes» (toîs epiphanestátois). A los quince años, exactamente el año de la fundación de Turios (444, arcontado de Praxíteles) y cuando su padre ya había muerto, Lisias marcha con sus dos hermanos, Polemarco y Eutidemo29, «para tomar parte en la colonia» (Dionisio) o «en un lote de tierra» (Ps.-Plutarco) y allí permanece durante treinta y dos años como ciudadano de esta ciudad. Allí, si hemos de creer a Ps.-Plutarco, estudia con los rétores Tisias y Nicias30. Con motivo de la derrota de Atenas en Sicilia el 415, se produjo un movimiento antiateniense en las ciudades de Sicilia e Italia que obligó a Lisias, junto con otros trescientos ciudadanos acusados de favorecer los intereses de Atenas (attikídsein), a exilarse.
Fue el 412, año del arcontado de Calias en que se está preparando la revolución oligárquica de los Cuatrocientos, cuando Lisias se instaló como meteco en esta ciudad que ya no abandonará hasta su muerte, salvo durante el breve paréntesis de la tiranía de los Treinta (404-3). Durante todo este período vive confortablemente en el Pireo junto a su fábrica de armas y, quizá, durante ese espacio de siete años entre las dos tiranías, regentó una escuela de retórica con no mucho éxito debido a la competencia de Teodoro de Bizancio, el más célebre teórico de la época a juzgar por las citas de Platón en el Fedro31. Según Cicerón32, que se basa en un testimonio perdido de Aristóteles, Lisias vivió, primero, «del arte retórica, mas como Teodoro fuera más sutil en el arte, pero poco activo en escribir discursos, Lisias abandonó el arte y se dedicó a escribir discursos para otros». Quizá pertenecen también a esta época los discursos de aparato que sus biógrafos aseguran que escribió; y, desde luego, el Lisias del Fedro platónico, que parece corresponder a esta época, es más un maestro de retórica y escritor de discursos epidícticos y eróticos que un logógrafo de los tribunales33.
El final de la guerra del Peloponeso (404) y la instalación del breve pero dramático régimen de los Treinta (403) acabaron con la plácida situación de este acaudalado sofista. Según su propia confesión, los Treinta, aparte de perseguir a los ciudadanos más señalados que se oponían a su régimen, decidieron llenar las arcas del Estado, a la sazón agotadas por la guerra, confiscando las propiedades de los más ricos metecos de Atenas —y matándolos eventualmente—. Lisias fue detenido en el Pireo, y su fábrica y esclavos confiscados, pero logró huir a Mégara sobornando a sus aprehensores y burlando la vigilancia de los ayudantes; su hermano Polemarco, en cambio, fue detenido en las calles de Atenas por Eratóstenes y obligado a beber la cicuta sin que se le concediera la oportunidad de defenderse.
Comienza ahora para Lisias un año decisivo cuyos rasgos generales, aunque no algunos pormenores importantes, conocemos bien: una vez que ha huido de Atenas, el orador trabaja incansablemente por los demócratas que en ese momento se encontraban en la fortaleza de File, en la frontera del Ática con Beocia, dirigidos por Trasíbulo. Lisias no estuvo en File, contra lo que afirma Ps.-Plutarco34, pero sí colaboró aportando dos mil dracmas, doscientos escudos y trescientos mercenarios, y persuadiendo a su amigo y huésped, Trasideo de Elea, para que aportara dos talentos35. En cambio, sí que estuvo en el Pireo y es probable que luchara personalmente en la batalla de Muniquia contra los Treinta. Cuando, derribado el régimen de éstos, se hicieron los pactos del Pireo entre demócratas y oligarcas, Trasibulo consiguió que la Asamblea aprobara un decreto concediendo la ciudadanía ateniense a cuantos con él habían regresado del Pireo —no sólo a favor de Lisias, como parece malentender Ps.-Plutarco a quien sigue Focio36—. En virtud de este decreto, por consiguiente, durante unas semanas al menos Lisias fue ciudadano ateniense. Sin embargo, Arquino, hombre tan decisivo en la política de aquellos días como Trasibulo lo fue en el campo de batalla, ejerció contra dicho decreto una acción de ilegalidad (graphḕ paranómōn) basándose en que no había pasado por la deliberación previa (proboúleuma) del Consejo —lo que era cierto por la sencilla razón de que éste no se había constituido aún—. La intención de Arquino —como demostró luego con otras medidas37— era que no quedara desequilibrado en exceso el cuerpo ciudadano de Atenas, que habría sufrido una notable transformación con la huida, o la muerte, de numerosos oligarcas y la incorporación de la turba de metecos y esclavos que habían regresado del Pireo. Pero ello hizo, en todo caso, que Lisias volviera a su estado de meteco.
Probablemente, para el debate ante la Asamblea de esta graphḗ de Arquino escribió Lisias, y quizá pronunció, personalmente, su discurso Sobre el decreto (o Contra Arquino) del que nada conservamos. Desde luego, de Ps.-Plutarco parece deducirse que lo pronunció el propio Lisias y ésta es la razón, según Sauppe, de que relacione a éste con el XII38. Sin embargo, se ha negado la posibilidad de que Lisias lo haya pronunciado, porque ello no parece «oportuno» en un proceso en que estaba en juego precisamente su ciudadanía39. Por ello, Loening40 sugiere que el orador pudo escribirlo «para un ciudadano prominente, quizá Trasibulo mismo». En todo caso, Trasibulo perdió el proceso —fue condenado a una módica multa— y Lisias la ciudadanía. En un decreto posterior, que conservamos aunque con importantes lagunas (Inscr. Gr. II2, 10), el propio Arquino concedía la ciudadanía a los metecos que habían estado en File, y la isotéleia41 y, quizá, otros privilegios a cuantos habían regresado del Pireo y combatido en Muniquia —caso en el que estaba Lisias—. No sabemos si el orador consiguió entonces la isotéleia o ya la tenía42. También se discute si la isotéleia iba unida a la capacidad de poseer tierras o casas (énktēsis) y si Lisias y su familia tenían una y/o la otra antes del «Decreto de File». Es un problema complejo y debatido, aunque últimamente Loening43 sostiene que en el decreto de File se concedía también a los que habían regresado del Pireo el derecho a actuar en los tribunales (didónai díkas kaì lambánein), lo que explicaría que tanto XII como los dos Contra Nicérato de POxy. 2537 pudieran ser pronunciados por el propio Lisias. Pero ello, así como la cronología que establece este autor para los discursos «autobiográficos», es una conjetura con base escasa: de hecho, la frase en que, según Loening, se le concedería a Lisias este derecho estaría, precisamente, en una laguna de la inscripción.
Lo que es dudoso es que el orador recuperara la fortuna que le habían confiscado los Treinta: en el Defensa frente a Hipoterses lo vemos luchando por recuperar parte de ella con pocas probabilidades de éxito. Tampoco parece que tuviera éxito contra Eratóstenes en el proceso de su rendimiento de cuentas donde pretendía, al menos, cobrarse venganza del culpable de su infortunio personal y familiar. Con ello Atenas perdía un meteco acaudalado y un mediocre sofista, escritor de discursos de aparato, pero ganaba un logógrafo brillante, porque es probable que tuviera que dedicarse a este menester para ganarse la vida. En efecto, el discurso que pronunció contra Eratóstenes es un brillante comienzo para su actividad ulterior como asesor jurídico y escritor de discursos para otros. Él mismo asegura (§ 3) que hasta ese momento no había actuado ni para sí mismo ni para otros y, aunque es un tópico común en los exordios, no hay razones para dudar de ello, sobre todo porque, al menos entre los discursos conservados, no hay ninguno anterior al año 403: el último de los conservados es, probablemente, el XXVI, que corresponde a los años 382/38144.
Aparte de su conocida labor de logógrafo, no volvemos a saber más de su vida en la etapa posterior a la restauración democrática. El único dato, más bien anecdótico, es su pretendida relación con la hetera Metanira que, en todo caso, se produce en el umbral de la vejez del escritor. Intentar deducir de sus propios escritos algún detalle más es un esfuerzo estéril, dado que la propia autoría de algunos, por parte de Lisias, es más que dudosa como veremos enseguida.
II. OBRAS DE LISIAS
1. Catálogo
Ofrecemos a continuación un catálogo completo de las obras de Lisias, tanto de las que se nos han conservado como de las que conocemos sólo por el título. Ofrecemos una numeración corrida y las referencias ulteriores a los discursos siempre coincidirán con ésta, aunque en números romanos cuando se trate de las primeras de la lista, que coinciden con aquellas que se conservan en el manuscrito Palatino X y que figuran en todas las ediciones. Del resto se conservan sólo fragmentos o el título. Establecemos también una división entre aquellos que en la Antigüedad eran ya sospechosos y los que o no lo eran o no nos consta que lo fueran. Dentro de las secciones a) y b) de IV, seguimos el orden de los discursos establecidos por Blass: primero por géneros judiciales, cuando es posible decidirlo, y cuando no, por orden alfabético.
DISCURSOS FORENSES
I. LA COLECCIÓN DEL «PALATINO X»:
1. Discurso de defensa por el asesinato de Eratóstenes.
2. Discurso fúnebre en honor de los aliados corintios.
3. Discurso de defensa frente a* Simón.
4. Sobre una herida con premeditación.
5. En favor de Calias. Discurso de defensa por sacrilegio.
6. Contra Andócides, por impiedad.
7. Areopagítico. Discurso de defensa sobre el tocón de un olivo sagrado.
8. Discurso de acusación contra los socios por injurias.
9. En favor del soldado.
10 y 11. Contra Teomnesto (I) y (II).
12. Discurso contra Eratóstenes, uno que fue de los Treinta. Lo pronunció el propio Lisias.
13. Contra Agorato.
14 y 15. Contra Alcibíades (I) y (II).
16. Discurso de defensa para Mantiteo examinado en el Consejo.
17. Por delitos públicos.
18. Sobre la confiscación de los bienes del hermano de Nicias. Epílogo.
19. Sobre los dineros de Aristófanes: Defensa frente al Tesoro.
20. En favor de Polístrato.
21. Discurso de defensa anónimo, por corrupción.
22. Contra los vendedores de trigo.
23. Contra Pancleón. Que no es de Platea.
24. En favor del inválido.
25. Discurso de defensa por intentos de destruir la democracia.
26. Sobre el examen de Evandro.
27. Contra Epícrates.
28. Contra Ergocles. Epílogo.
29. Contra Filócrates.
30. Contra Nicómaco.
31. Contra Filón en proceso de examen.
II. DISCURSOS CONSERVADOS EN PARTE O EN SU TOTALIDAD (por Dionisio de Halicarnaso y Platón e incluidos en todas las ediciones de Lisias):
32. Contra Diogitón.
33. Discurso Olímpico.
34. Sobre no destruir la constitución del país.
35. Discurso amatorio.
III. DISCURSOS ATESTIGUADOS POR LOS PAPIROS (con fragmentos o sólo el título y, eventualmente, parte del argumento):
36. Defensa frente a Hipoterses, por una esclava (POxy. 1606).
37. Defensa frente a Teozótides (PHibeh. I, n. 14).
38. Contra Teomnesto (III) (título no seguro, POxy. 1306).
39. Defensa frente a …ylios (POxy. 1606).
40. Defensa frente a Filostéfano.
41. Defensa frente a Hipómaco.
42. Defensa en favor de Arquéstrato frente a Diógenes.
43 y 44. Defensa frente a Nicérato (I) y (II).
45 y 46. Defensa en favor de Eutino frente a Nicias (I) y (II).
47. Discurso trapezítico (atribuido a Isócrates).
48. … Nicóstrato… (40-48 en POxy. 2537).
IV. DISCURSOS CONOCIDOS SÓLO POR EL TÍTULO ([a veces con fragmentos] transmitidos por lexicógrafos y gramáticos):
a) considerados auténticos (o no falsos):
49. Sobre el decreto (probablemente es el Contra Arquino).
50. Defensa frente a Diocles sobre la ley contra los oradores.
51. Contra Esquines sobre la confiscación de los bienes de Aristófanes.
52. En defensa de la muerte de Aquilides (título ambiguo).
53. En defensa de la muerte de Bátraco.
54. Defensa frente a Filón de la muerte de Teoclides.
55. Contra Autócrates, por adulterio.
56. Contra Aristón, por negligencia.
57. Sobre la contribución.
58. Contra Eutídico 〈¿por violencias?〉.
59. Contra Calias por una denuncia (éndeixis).
60. Contra Teopompo por malos tratos.
61. Contra Isócrates por malos tratos.
62. Contra Calias por violencias.
63. Contra Tisis 〈por malos tratos o violencias〉.
64. Contra Querémenes 〈por malos tratos〉.
65. Sobre las violencias contra un muchacho libre.
66. Contra Ctesifonte.
67. Defensa frente a Glaucón sobre la herencia de Diceógenes.
68. Sobre la herencia de Diógenes.
69. Sobre el testamento de Epígenes.
70. Sobre la herencia de Hegesandro.
71. Sobre la herencia de Teopompo.
72. Sobre la mitad de la herencia de los bienes de Macártato.
73. Sobre la herencia de Polieno.
74. Defensa frente a Timónides.
75. En defensa de Ferénico sobre la herencia de Androclides.
76. Sobre la hija de Antifonte.
77. Sobre la hija de Onomacles.
78. Defensa frente a los tutores de los hijos de Boón.
79. Defensa frente a Diógenes, sobre una finca.
80. Defensa frente a Teopites por una tutela. Epílogo.
81. Defensa frente a los hijos de Hipócrates.
82. Defensa ante la denuncia de la hacienda de un huérfano.
83. Defensa frente a Esquines el socrático por deudas.
84. Defensa frente a Arquebíades.
85. Defensa frente a Lácrates.
86. Defensa frente a Filócrates, por un contrato.
87. Defensa frente a Alcibíades (I).
88. Defensa frente a Asopodoro, por una casa.
89. Defensa fente a Eutias sobre los bienes confiscados.
90. Defensa frente a Diofanto sobre una finca.
91. Defensa frente a Esquines por daños.
92. Defensa frente a Eutidemo sobre el muchacho que perdió un ojo.
93. Defensa frente a Nausias sobre la estatua.
94. Contra Eucles en un proceso de expulsión de una finca.
95. Contra Estratocles, por expulsión.
96. Defensa frente a Medonte, por perjurio.
97. Protesta testifical (diamartyría) frente a Clinias.
98. En favor de Dexio, por deserción.
99. Defensa frente a Alcibio.
100. En favor del fabricante de escudos.
101. Defensa frente a Cleóstrato.
102. Defensa frente a Nicodemo y Critobulo.
103. En favor de Nicómaca.
104. Contra Androción.
105. Contra Apolodoro.
106. Defensa frente a Aresandro.
107. Contra Diódoto.
108. Defensa frente a Dión.
109. Contra Epícrates.
110. En favor de Eutino.
111. Defensa frente a Eupites.
112. Contra Eufemo.
113. Defensa frente a Isodemo.
114. En defensa de Calescro.
115. En favor de Calias.
116. Defensa frente a Calicles.
117. Defensa frente a Calípides.
118. Contra Califonte.
119. Defensa frente a Cinesias (I).
120. Defensa frente a Cinesias (II).
121. Defensa frente a Critodemo.
122. En favor de Ctesiarco.
123. Defensa ante Leptines.
124. Contra Mancias.
125. Defensa frente a Mnesímaco.
126. Contra Mnesitólemo.
127. Contra Mosco.
128. En favor de Nesocles.
129. Defensa frente a Jenofonte (o Jenócrates).
130. Contra Pantaleonte.
131. Contra Posidipo.
132. Defensa frente a Sófocles.
133. Defensa frente a Timón.
134. Defensa frente a Tlepólemo.
135. Defensa frente a Queréstrato.
136. Defensa frente a Quitrino.
137. Sobre sus propios servicios.
b) considerados falsos o dudosos (suelen llevar la frase «si es auténtico»):
138. En favor de Nicias.
139. En favor de Sócrates contra Polícrates.
140. Contra Trasibulo.
141. Discurso de defensa en favor de Ifícrates, por traición.
142. Defensa frente a Harmodio sobre los regalos de Ifícrates.
143. Defensa frente a Calífanes, por apropiación de ciudadanía.
144. En defensa de Fanias por ilegalidad.
145. Contra Antígenes, por aborto.
146. Contra Micines, por homicidio.
147. Contra Nicias, por homicidio.
148. Contra Lisiteo, por heridas con premeditación.
149. Contra Telamón 〈por impiedad〉.
150. Contra Nícides, por negligencia.
151. Defensa frente a la denuncia (graphḗ) de Mixidemo.
152. Contra Aristágoras en un caso de denuncia (éndeixis).
153. Contra Sóstrato, por violencias.
154. Contra Filónides, por violencias.
155. Sobre la hija de Frínico.
156. Contra Demóstenes en un caso de tutela.
157. Defensa frente a Diógenes, por el alquiler de un casa.
158. Contra Filipo, en un caso de tutela.
159. Defensa frente a Aristócrates, sobre la fianza de una aportación.
160. Defensa frente a Eteocles, sobre unos dineros.
161. Acerca de los regalos de esponsales.
162. Defensa frente a Alcibíades, sobre una casa (II).
163. Defensa frente a Alexidemo.
164. Discurso de defensa sobre el perro.
165. Defensa frente a Axión por el robo de unos libros.
166. Sobre el pedestal.
167. Defensa frente a Celón sobre el trípode de oro.
168. Protesta testifical frente a la denuncia de Aristodemo.
169. Protesta testifical en favor de Éucrito.
170. Defensa frente a Andócides, por abandono de patrón.
171. Discurso de defensa frente a Pitodemo, por abandono de patrón.
172. En favor de Baquias y Pitágoras.
173. Contra Autocles.
174. Defensa frente a Boyón.
175. Contra Dexipo.
176. Defensa frente a Diócares.
177. Defensa frente a Lais.
178. Defensa frente a Menéstrato.
179. Defensa frente a Nicarco el flautista.
OTRAS OBRAS: CARTAS Y DISCURSOS ERÓTICOS
180. Carta a Polícrates contra Empedo.
181. A Metanira.
182. A Asíbaro.
183-185. Otras cartas.
Discurso amatorio (en PLATÓN, Fedro 230e-234c) (= 35).
2. La actividad de logógrafo
Como señalábamos antes, Lisias probablemente tuvo que hacer frente a la pérdida de sus bienes dedicándose a escribir discursos para otros. La actividad de logógrafo45 era por entonces en Atenas una profesión oficialmente delictiva y socialmente vista con ojeriza, pero en la práctica se trataba de una actividad necesaria, dada la ordenación jurídica del Estado, y ciertamente provechosa desde el punto de vista económico. Como se puede deducir de las palabras de Polieno en IX 5, el logógrafo actuaba no sólo como «escritor de lógoi», sino también como asesor jurídico en sentido amplio. Dover ha sido el primero en analizar esta figura con una cierta imaginación, y de su análisis de las lógicas relaciones entre «cliente» y «asesor» deduce una serie de interesantes conclusiones —aunque no seguras, dada la escasez de datos debido al difícil y hasta vergonzante status del logógrafo— en lo que se refiere a la autoría de los discursos. Según Dover, el asesor podía limitarse a aconsejar jurídicamente a su cliente sobre la legislación relativa al caso y las líneas generales de argumentación en acusación o defensa; o bien escribir ciertas partes del discurso o el discurso completo según la habilidad de su cliente con la palabra. Ello «explicaría», desde luego, ciertas anomalías en la estructura de algunos discursos, como la llamada «acefalia»46 cuando comienza in medias res o la existencia de sólo el epílogo47. Pero sobre esto insistiremos más adelante.
Como logógrafo y asesor, Lisias tiene toda clase de clientes —ricos y pobres, demócratas y oligarcas—, aunque obviamente predominan los ricos, o al menos acomodados, y demócratas48. La variedad de éstos se explica, en cualquier caso, no tanto por su desencanto frente a un régimen que no fue capaz de recompensar su entrega, como por el complejo entramado de relaciones entre las familias y grupos sociales atenienses y el cambio de influencias entre ellas49.
En cualquier caso, su actividad como logógrafo, en estos años posteriores a la guerra del Peloponeso y la restauración democrática, es sumamente intensa. En la Antigüedad, según Ps.-Plutarco50, se le atribuían cuatrocientos veinticinco discursos, que suponen más de los que se conservan y atribuyen a todos los demás oradores de los siglos V y IV juntos. Probablemente este número coincide con la totalidad de sus obras catalogadas en Alejandría por Calímaco y, sin duda, también en Pérgamo. Porque ni en Alejandría ni en Pérgamo nadie puso en duda la autoría de Lisias para ninguno de los discursos a él atribuidos. Tampoco, que sepamos, ningún peripatético estudió con espíritu crítico a los oradores en particular, aunque sí la Oratoria como género: Aristóteles mismo no cita nunca el nombre de Lisias (aunque sí dos pasajes de XII y del Epitafio) y Teofrasto le atribuye sin dudarlo un discurso como el En favor de Nicias, que suscitó las dudas de Dionisio de Halicarnaso51. Tampoco los grandes filólogos alejandrinos se ocuparon de los oradores. Fue, precisamente, entre los aticistas de la época de Augusto cuando, pasado el esplendor de la oratoria, el interés por emular a Lisias y Demóstenes encaminó la crítica literaria hacia este género. Cecilio de Caleacte, que erigió a Lisias en el más perfecto y puro representante del aticismo, hizo una primera recensión de este autor eliminando casi la mitad de las atribuciones. Aunque desconocemos el alcance de su purga y los criterios en que se basaba para la misma, no pudo ser muy diferente de la realizada por su continuador Dionisio de Halicarnaso, a quien conocemos bien. Éste nos expone52 los criterios por él utilizados para reducir el número de los discursos de Lisias y que no difieren gran cosa de los empleados hasta hace poco. El primero es de índole cronológica: de esta forma Dionisio rechaza los dos de Ifícrates porque pertenecen a una época posterior a la muerte de Lisias. El otro criterio, más lábil, se basa en el instinto crítico del propio Dionisio para detectar aquello que no es «lisíaco» en un discurso dado. El problema es que este último procedimiento descansa en un razonamiento circular, como afirma Dover53, y que consiste en deducir lo «lisíaco» de sus discursos y volverlo hacia ellos mismos como criterio de autenticidad.
Sea como fuere, lo cierto es que, según sus propias palabras y aplicando estos criterios, a Lisias pertenecerían solamente doscientos treinta y tres del conjunto a él atribuido en su época. De Dionisio sólo conocemos el juicio, positivo o negativo, sobre un puñado de discursos, pero su actividad total se refleja en otro autor, al que debemos nuestro conocimiento de la mayoría de los títulos (y fragmentos) que conservamos. Me refiero a Harpocración54. En su Léxico de los oradores áticos, Harpocración añade, en ocasiones, a los discursos que cita la expresión «si es auténtico» (ei gnḗsios); como es probable que las dudas sobre la autenticidad no pertenezcan al propio Harpocración, se supone que hace referencia a la labor crítica de Dionisio o de Cecilio.
Pues bien, de los doscientos treinta y tres discursos que admite el primero, han llegado hasta nosotros ciento ochenta y cinco títulos entre los treinta y ocho que conservamos total o parcialmente (entre ellos algunos por los papiros) y aquellos de los que tenemos solamente el título y/o algún fragmento procedentes del citado Léxico de Harpocración —y en menor medida, de Ateneo, Plutarco, Pólux, Teón, Rutiliano Rufo (en latín), Focio o la Suda—.
a) LA COLECCIÓN DEL «PALATINO X» o «CORPUS LYSIACUM». — La mayor parte de las obras que conservamos de Lisias (excepto las numeradas del 32 al 39, que son incompletas) proceden del manuscrito Palatino X (Heildebergensis 88). Este manuscrito, del siglo XII, contiene en su inicio una pequeña antología con dos discursos de Lisias (I y II), tres de Alcidamante y dos de Démades. A esta antología le siguen los discursos III-XXXI de Lisias —aunque se ha perdido un cuaderno entero, por lo que falta el Contra Nícides por negligencia que iba entre XXV y XXVI—. Por otra parte, el I (Discurso de defensa por el asesinato de Eratóstenes) se conserva también en el Marciano 422 (H) del siglo XV y en el Vaticano Palatino 17 (P) del siglo XV, mientras que el II (Epitafio) lo conservan un Parisino (Coisliniano 249) del siglo XI (V) y el Marciano 416 (F) del siglo XIII.
Por el orden de los discursos, y la conservación de I y II en otros manuscritos, parece deducirse que I y II formaban parte de una muestra mínima de la obra tanto forense como epidíctica de Lisias, aunque el hecho de seleccionar I, como sugiere Dover55, probablemente es producto de una confusión con XII —sin duda el más característico y elaborado del autor—, debido al nombre de Eratóstenes que llevan ambos. Los demás forman un conjunto cuya ordenación interna no es, desde luego, cronológica ni alfabética, sino que revela, aunque ya se hayan producido alteraciones en algún momento de la tradición manuscrita, la clasificación originaria por géneros judiciales; clasificación laxa, desde luego, pues ignora la división en causas públicas (graphaí) y privadas (díkai), como sucede en otros oradores56, y revela un compromiso entre el agrupamiento por géneros legales propiamente dichos y el agrupamiento puramente temático, a veces muy superficial.
De esta forma, III y IV corresponden a procesos por «heridas con premeditación» (traûma ek pronoías), V-VII a causas de impiedad (asebeías); VIII-XI a procesos por «maledicencia» o «injurias verbales» (kakēgorías), aunque IX es la defensa de un deudor del Estado e iría mejor dentro de la serie XXVII-XXIX; XIV y XV pertenecen a una sola causa pública por «deserción» o no alistamiento en el ejército (astrateías); XVII-XIX son procesos que afectan a la confiscación de bienes y, por esto mismo, quizá la secuencia completa sea XVII-XXI, dado que en XX-XXI también está en juego la confiscación; en XXII-XXIII la base común es que en ambos procesos el acusado es un meteco; XXIV-XXVI son procesos de «examen» (dokimasía); XXVII-XXIX son juicios públicos por malversación y venalidad (dōrodokía). Quedan, pues, mal clasificados XII, XIII y el par XXX-XXXI, pero XII y XIII, sin duda, están agrupados por su relación temática —en ambos hay en el fondo un homicidio y se acusa globalmente a los Treinta y sus crímenes—, si bien XII es, probablemente, una causa pública de rendición de cuentas (eúthyna), y XIII una apagōgḗ. En cuanto a XXX, es difícil de encuadrar en un género legal, pero se aproxima mucho al de prevaricación (adikíou), y finalmente XXXI es una dokimasía y debía de ir dentro de la serie XXIV-XXVI, si bien, como afirma Dover57, podría ser una adición posterior.
Otro problema que se ha planteado es la naturaleza misma de esta colección. No parece, desde luego, un epítome al estilo del de los trágicos para uso de la escuela, ni tampoco es un florilegio en el que se hayan recogido los discursos más sobresalientes de Lisias por sus méritos literarios. Desde la aparición de POxy. 2537, parece imponerse la idea de que es una sección completa del conjunto total de los discursos seleccionados por Dionisio y Cecilio o, más probablemente, de todos los registrados en Alejandría y Pérgamo. En efecto, en dicho papiro, que contiene un catálogo con una breve explicación del contenido de varios discursos ordenados por géneros legales, aparece completo el grupo VIII-XI del Palatino con la indicación kakēgorías—y curiosamente en sentido inverso al que aparecen aquí (XI, X, IX, VIII), como si el redactor de este catálogo hubiera leído hacia arriba el rollo que contenía estos discursos—. En todo caso, el que aparezca completa la sección «calumnias» nos induce a pensar que el Palatino X contiene un grupo de secciones completas y no una selección como se venía manteniendo. Por otra parte, el que estos cuatro discursos lleven en Harpocración la cláusula: «si es auténtico», favorece la hipótesis de que, tanto POxy. 2537 como el contenido del Palatino X se remontan a la colección alejandrina o pergamena, y no a la purga de Dionisio de Halicarnaso.
b) LOS DISCURSOS CONSERVADOS POR DIONISIO Y PLATÓN. — A éstos de la colección palatina se añaden, en todas las ediciones de nuestro autor, otros cuatro discursos hasta completar un número de treinta y cinco —tres discursos incompletos procedentes de citas de Dionisio y el célebre «Discurso amatorio» que transmite Platón por boca de Fedro en el diálogo que lleva su nombre58. Los transmitidos por Dionisio son el Contra Diogitón (XXXII)59, que contiene solamente exordio, narración y parte de la demostración y que Dionisio aporta como ejemplo del más característico estilo forense de Lisias. Dentro del género de aparato y para mostrar sus cualidades en el género epidíctico ofrece como ejemplo el exordio del Discurso Olímpico (XXX)60, pronunciado por Lisias mismo en Olimpia con el propósito de «persuadir a los griegos a que arrojen al tirano Dionisio del poder y liberen a Sicilia». Finalmente, y como ejemplo de la elocuencia deliberativa, cita Dionisio el comienzo de un discurso con el título Sobre no destruir la constitución del país61. No es, en puridad, un discurso deliberativo, sino de acusación en un proceso público de ilegalidad (paranómōn) contra el decreto de Formisio, que pretendía volver a la constitución presolónica. Eso, si de verdad fue pronunciado, cuestión que plantea el propio Dionisio y que deja sin resolver: «en cualquier caso, está compuesto exactamente como para un debate público». El discurso que cierra las obras de Lisias habitualmente en todas las ediciones es el Discurso amatorio. Aparte del problema de autenticidad, que trataremos en su lugar, presenta el de su clasificación dentro de la obra de Lisias. En realidad, es obvio que no es ni forense ni epidíctico, y ni siquiera un discurso propiamente dicho, por lo que se piensa que puede ser una de las siete cartas que se le atribuyen, tal como afirma Hermias62 en su comentario al Fedro: «conviene saber que este discurso es del propio Lisias y que se incluye entre las cartas como epístola altamente estimada».
c) EL «PAPIRO DE OXIRRINCO 2537» Y OTROS PAPIROS.— El papiro 2537 es, como ya hemos señalado, un fragmento de rollo perteneciente a los siglos II-III d. C., que contiene un catálogo de obras de Lisias a las que añade, a veces, una pequeña reseña de su contenido. Comienza el fragmento con el último discurso de una serie cuya naturaleza desconocemos, aunque por las palabras que quedan se puede deducir que era un discurso de defensa en una causa por violencias a un niño o una niña63. Continúa con los cuatro «por calumnias», ya citados, con la particularidad de que incluye el Contra Teomnesto II (= XI del Palatino), que es sin duda un resumen que se introdujo muy pronto en el Corpus de Lisias, y el Contra los socios, que nadie admite que sea de Lisias. Sigue la sección «por expulsión» (exoúlēs)64 con cinco títulos numerados del 40 al 44 en nuestra lista de arriba; otra de «depósito» (parakatathḗkē)65 con cinco discursos de los que sólo se leen tres títulos (45-47), y otra de «apropiación de ciudadanía» (xenías) con tres discursos de los que sólo se puede leer, incompleto, el nombre Nicóstrato, que debe pertenecer al título del primero, aunque no sabemos si Nicóstrato es acusado o defendido. El fragmento termina aludiendo a siete discursos de una serie cuyo género desconocemos; sólo sabemos que la palabra que lo designaba termina en -(i)ōn, y, como sugiere P. Rea, puede corresponder a «contratos» (symbolaíōn), «perjurio» (pseudomartyríōn), «malas artes» (kakotechníōn) o, incluso, «perjuicio a los huérfanos» (kakṓseōs orphanôn).
Otras obras conocidas por los papiros son Defensa frente a Hipoterses, por una esclava (36 = POxy. 1606), al que hemos aludido como una aportación importante para conocer la vida del orador, aunque la crítica moderna, hasta la aparición del papiro, no imaginó que pudiera ser la fuente primaria para esta etapa de su vida y acudiera al más que dudoso Sobre sus propios beneficios o al Contra Arquino. También es importante el largo fragmento del Defensa frente a Teozótides (37 = PHibeh. I, n. 14), cuyo título conocíamos ya por Pólux, sin dudas en cuanto a la paternidad de Lisias. Es otro discurso perteneciente a la causa pública contra el decreto de Teozótides que pretendía recortar los gastos del Estado eliminando la subvención a los huérfanos ilegítimos y a los adoptivos, así como la paga del ejército. Menos importante, y de título dudoso, es un tercer discurso Contra Teomnesto (POxy. 1306), proceso por deudas que nada tiene que ver con la causa por maledicencia de X y XI del Palatino —aunque tanto este personaje, como el Teozótides que aparece en los fragmentos, pueden ser los ya conocidos—. Finalmente, aludiremos al misterioso Defensa frente a … ylios (39 = POxy. 1606) en el que es imposible reconstruir el nombre del demandante. Es un fragmento de once líneas con lagunas, y lo único que se puede de ellas deducir es que trataba de la venta de un navío en Cartago, que el demandado considera ilegal66.
d) TÍTULOS CONOCIDOS SÓLO POR CITAS.— La mayor parte de los títulos que conservamos, ya se ha dicho, son transmitidos, a veces con un fragmento más o menos largo, por varios lexicógrafos de la Antigüedad entre los que destaca Harpocración. A menudo añade este autor al título la advertencia ei gnḗsios o epiphéretai («se atribuye») refiriéndose con ello, sin duda, a la labor crítica de los aticistas antes citados. Sin embargo, no suele ser consistente en el empleo de dicha cláusula dubitativa: cuando cita varias veces un mismo discurso, en unos casos la añade y en otros no, por lo que el hecho de que no aparezca en títulos citados una sola vez no implica, necesariamente, el que no fueran sospechosos de hecho para Dionisio. De todas formas, y a título puramente indicativo, hemos establecido en el «Catálogo» de arriba una división entre aquellos que Harpocración u otros lexicógrafos consideran dudosos y los que no llevan indicación alguna, aunque, como luego veremos, no hay seguridad ni de que éstos sean realmente auténticos ni de que aquéllos sean falsos.
Otro problema que existe con respecto a la lista de los lexicógrafos es que hay algunos discursos cuyo título podría estar corrupto o ser alternativo, y de hecho corresponderse con otros de su misma serie o de otras, por lo que habría que eliminarlos. Éste es el caso del 51 (Contra Esquines sobre la confiscación de los bienes de Aristófanes), que podría ser un título alternativo de XIX (Sobre los dineros de Aristófanes. Defensa frente al Tesoro); o el 99 (Defensa frente a Alcibio), que podría corresponder a cualquiera de los dos que llevan el nombre de Alcibíades, del que puede ser una corrupción (87: Defensa frente a Alcibíades, o 162: Defensa frente a Alcibíades, sobre una casa); el Sobre sus propios servicios (137) podría ser idéntico al Defensa frente a Hipoterses (36) e, incluso, al Sobre el decreto (49); el 68 (Sobre la herencia de Diógenes) muy bien pudiera ser el mismo que el anterior (67: Defensa frente a Glaucón sobre la herencia de Diceógenes) por corrupción del nombre; el En favor de Eutino (110) es, casi con seguridad, el mismo discurso que 45 o 46; el 144 (En defensa de Fanias por ilegalidad) puede ser cualquiera de los numerados como 119 o 120. Éstos son solamente algunos casos, los más sospechosos o llamativos, pero podría haber otros que a primera vista no lo parecen.
3. El problema de la autenticidad
En todo caso, como hemos visto más arriba, el hecho de que un discurso lleve la cláusula ei gnḗsios, etc., sólo es indicativo de que Dionisio albergaba serias dudas sobre su autenticidad, pero de ningún modo es un criterio válido para admitir unos y rechazar otros. Porque, pese a que Dionisio se encontraba en mejores condiciones que nosotros para aplicar criterios más objetivos, de hecho, según sus propias palabras, el criterio último al que acudía era su propio instinto de connaisseur para detectar en ellos la gracia (cháris) característica de Lisias:
cuando estoy desconcertado ante un discurso de los que se le atribuyen y no me resulta fácil descubrir la verdad por medio de otros indicios, me refugio en esta virtud como último dictamen… si el carácter de su estilo no contiene ningún placer ni seducción, siento aversión y entro en sospechas de que tal discurso no es de Lisias, y ya no violento más mi sensibilidad irracional, aunque en lo demás parezca ser un discurso lleno de destreza y completamente elaborado67.
Solamente cuando le había llamado la atención un discurso por carecer de «gracia», acudía a un criterio más objetivo, como es la consistencia cronológica. Así, dice él, descubrió que ni el Sobre la estatua de Ificles (142) ni el discurso de defensa del mismo personaje (141) son lisíacos: primero, porque «carecen de gracia» y «no manifiestan la boca de Lisias» y, sólo en segundo lugar, porque de un simple cálculo cronológico, basado en la fecha de su muerte y en los hechos que dan lugar a estos discursos, se deduce que el primero es siete, y el segundo veinte, años posterior a la muerte de Lisias. No cabe duda de que Dionisio era un buen conocedor de nuestro orador y de la lengua ática, pero si atendemos al resultado de la aplicación de este criterio a los discursos conservados, no podemos menos de poner en tela de juicio su consistencia. En efecto, entre los discursos conservados, Harpocración añade la cláusula ei gnésios a VI, VII, VIII, IX, X, XIV, XX, XXIV y XXX, de los cuales al menos VII, IX, X y XXIV salen bien librados, incluso aplicando sólo el criterio de la «gracia», por el sello inconfundiblemente lisíaco que llevan.
En época moderna el problema de la autenticidad ha sido uno de los que más ha preocupado a los filólogos, pero, al menos hasta hace poco tiempo, se ha seguido operando para resolverlo de una forma no muy diferente a la de Dionisio. Es cierto que algunos, como Blass mismo, han utilizado criterios lingüísticos, pero de una forma poco sistemática y, sobre todo, de escasa fiabilidad, porque no se basan en la comparación interna, basada en la estadística, con algún discurso «seguro» de Lisias, sino en general con el ático de la época. Por lo general, cada exégeta de Lisias ha llegado a sus propias conclusiones basándose en su olfato o en criterios como la consistencia general del tema, los personajes, la lengua, etc., con el «estilo» de Lisias. Pero, como antes señalábamos, este procedimiento se asienta en un razonamiento circular, por lo que autores como K. J. Dover68 han intentado romper este impasse estableciendo un criterio, a ser posible, objetivo. Después de analizar, y rechazar como insuficientes, criterios como los cronológicos, ideológicos o políticos, se ciñe al único que, además de objetivo, está más a nuestro alcance: la estadística de determinadas palabras, expresiones o usos por comparación con el único discurso indiscutiblemente lisíaco, el XII. Así, estudia la frecuencia de palabras «no forenses», el orden de palabras en construcciones de eînai, gígnesthai con un predicado adjetival, échein con objeto abstracto, poieîsthai con dos acusativos, posición de la partícula an y del pronombre autós. Sin embargo, aparte de que estos criterios solamente son aplicables a los discursos forenses, la conclusión general del trabajo es descorazonadora: no existe certeza sobre la autenticidad de ningún discurso de Lisias que no sea el XII69.
Otra vía de investigación, también objetiva, que se ha abierto recientemente es el estudio estadístico de expresiones «formulares» como las que aparecen en la presentación de pruebas o testigos, en la súplica a los jueces o en las fórmulas de transición entre exordio y narración70. Pero, en realidad, tanto este método, como el de Dover en sus conclusiones más positivas, vienen simplemente a confirmar, en la inmensa mayoría de los casos, los resultados alcanzados por la aplicación del criterio de estilo71.
No vamos a señalar en forma pormenorizada el juicio que se ha emitido, en este aspecto, sobre cada uno de los discursos. En general, y para concluir este apartado, podemos adelantar que se rechazan unánimemente VI, VIII, XI y XX, y se admiten unánimemente I, III, V, XII, XIII, XVI, XVIII, XIX, XXI, XXII, XXV y XXXII. Sobre el resto, las opiniones están divididas. En todo caso, iremos señalando en la Introducción a cada discurso las opiniones que se han vertido sobre su autenticidad.
III. EL ESTILO DE LISIAS
1. El juicio de Platón y los peripatéticos
Que Lisias fue un autor ya sobresaliente, e influyente, en su época lo prueba el hecho de que el primero en ejercer la crítica sobre él fue su contemporáneo Platón. En el Fedro es, precisamente, Lisias, y su «Discurso amatorio», la excusa para que Platón exponga por primera vez sus ideas, luego desarrolladas más ampliamente en el Gorgias, sobre la retórica en oposición a la filosofía (aquí llamada dialéctica) y sobre el alma misma.
Después de que Fedro ha leído el discurso en el que Lisias trata de convencer a un muchacho de que es preferible corresponder amorosamente a los no enamorados que a los enamorados, comienza, en 234c, un juicio sobre este discurso, que luego se irá retomando intermitentemente. Cuando Fedro, en este primer acceso, le dice a Sócrates que es un discurso «magnífico en sus palabras» (onómasi) y que ningún griego podría hablar más y mejor sobre el tema, Sócrates admite que es claro (saphḗs), bien torneado (tetorneuménos), concentrado (strongýlos) y exacto akribḗs) —concediéndole unas virtudes de estilo que luego repetirán literalmente sus críticos posteriores—; pero, en todo caso, añade que éstas son virtudes puramente formales (to rhētorikón): en cuanto al fondo mismo, Sócrates no cree que Lisias haya dicho lo conveniente (tà déonta), pero, además, le reprueba el que se haya repetido «como si no tuviera recursos en este asunto» (euporeîn) y, en general, le parece infantil (neanieúesthai)72 intentar demostrar su capacidad para decir lo mismo una y otra vez. Cuando Fedro, a quien el discurso de Lisias le sigue manteniendo emocionado, alega que, pese a todo, no se ha dejado nada por decir (oudèn paraléloipen, frase que luego repetirá Dionisio literalmente), Sócrates le opondrá un último defecto que, en este caso, alude a la composición misma: en un discurso no hay que elogiar tanto la invención (heúresis) como la disposición (diáthesis) —algo que también se le reprobará a Lisias más tarde—.
Sin embargo, aquí se interrumpe esta crítica que se reiniciará más adelante. Por el momento, Sócrates intenta atenuar el ardor y admiración juvenil de Fedro por Lisias con una crítica muy general en la que le reconoce virtudes puramente formales, pero le niega un valor de fondo y descubre fallas en la composición misma. Lo que, de verdad, quiere decir Sócrates empieza a revelarse a partir de 257b, una vez que Sócrates ha pronunciado su propio discurso y Fedro, impresionado por éste, está ya preparado para recibir una crítica de mayor alcance. Aquí ya Sócrates le indica a Fedro que haga que Lisias ponga fin a tales discursos y se dedique a «discursos filosóficos» (philosóphōn lógōn) como ha hecho su hermano Polemarco. Fedro ahora reconoce que Lisias le parece humilde (tapeinós) e, incluso, aduce que «uno de los políticos» le ha echado en cara que es un «escritor de discursos» (logográphos) introduciendo un tema secundario, pero importante, del diálogo: el valor de la escritura. No obstante, de momento Sócrates lo obvia puntualizando que dicho político no hablaba en serio, porque todos dejan escritos, si son capaces, y se sienten orgullosos además; pero, sobre todo, porque «no es vergonzoso escribir… sino escribir mal y vergonzosamente» (aischrôs kaì kakôs).
Lo que hay que examinar, por consiguiente, es en qué consiste «escribir bien» (kalôs, 259e). Primero intenta Sócrates poner las bases de lo que él entiende por retórica exponiendo una vieja teoría suya: el orador debe conocer la verdad sobre lo que habla porque si aquélla es, en general, el arte de arrastrar a las almas —y no sólo en los tribunales y debates públicos—, únicamente el que sabe distinguir la semejanza y desemejanza de las cosas puede engañar. Esto es la verdadera téchnē retórica: «el ir cambiando poco a poco a través de las semejanzas, de una realidad a su contraria… en cambio, el arte del que no conoce la verdad y está al acecho de apariencias es ridículo y átechnon». Con esto se vuelve a la crítica de Lisias. Éste, en su discurso, ha obrado justamente al revés: ha comenzado por el final y ha ido «nadando de espaldas», con lo que «parece que las partes del discurso han sido dispuestas desordenadamente». Ésta es la crítica de arriba a la diáthesis, aunque es ahora cuando vemos las razones en que se sustentaba. Porque el discurso es un organismo vivo que debe tener todas sus partes, y cada idea debe ir en su lugar; pero, para ello, hay que saber dividir las ideas «en sus articulaciones» sin quebrantarlas —algo que sólo proporciona la dialéctica—. Pero, además, como la retórica es el «arte de arrastrar a las almas», el orador habrá de conocer qué es ésta y cuántas clases hay de almas, y aplicar a cada alma una clase de discurso, el que le sea adecuado. Los tratados de retórica al uso sólo contienen recetas, pero sus autores ignoran cuándo y cómo y a quién hay que aplicárselas.
Al final del diálogo, Sócrates vuelve a aludir a Lisias para compararle, ahora, con el «joven» Isócrates en quien ve más posibilidades, porque es de mejor natural y carácter y, por consiguiente, «un impulso divino podría llevarle a mejores cosas». Es ésta una crítica en exceso dura hacia Lisias —e injusta, porque generaliza a toda su obra una crítica que se refiere al género menos significativo de este autor—, y un tanto ingenua y confusa hacia la retórica en general. Pero es probable que en el propio Lisias, el maestro del engaño, habría despertado una sonrisa: porque lo que Platón exige a los rétores, que consideren el discurso como un organismo vivo y adecuen cada uno en forma apropiada no a cada alma (porque esto es sólo posible en el diálogo platónico), sino a las variables circunstancias en que se encuentran las almas de sus oyentes habituales, es algo que éstos conocen de sobra. Pero, además, exigirles que «escriban sobre las almas» es ir demasiado lejos y querer convertirlos a todos en filósofos.
De todas formas, y en lo que a Lisias se refiere, el dictamen negativo de Platón va a pesar mucho en el futuro. Aristóteles sencillamente ignora el nombre de Lisias. Sólo cita dos pasajes, sin decir de quién son, aunque el resto de las citas suele asignárselas a su autor. En el primer caso73 se refiere en tono elogioso, hablando de la metáfora, al § 60 del Discurso fúnebre o Epitafio («entonces habría sido el momento justo para que la Hélade se mesara los cabellos… porque con la virtud de éstos se enterraba su libertad»), porque, según sus propias palabras, «contiene una cierta antítesis, además de ser metafórica y poner el objeto ante los ojos». La segunda referencia74 a Lisias, sin nombrarlo, cierra la Retórica de forma nada inadecuada, pues es el final asindético de XII («Habéis oído, visto, sufrido. Lo tenéis. Juzgadlo») que Aristóteles considera el mejor broche para un epílogo.
Su continuador al frente del Liceo, Teofrasto, que también se ocupó de la retórica en su obra Peri léxeōs, cita el discurso En favor de Nicias75 como un ejemplo del estilo «vulgar y pretencioso, más elaborado que sincero» que está criticando. No importa si la obra pertenece a Lisias de verdad, o no; lo significativo es que Teofrasto continúa, en la misma línea de Platón, atacando a Lisias en el género epidíctico, que es, como ya hemos señalado, el menos característico del orador y aquel que, por el formalismo y rigidez heredadas ya desde Gorgias, admitía menos la impronta de su estilo personal.
No parece que los peripatéticos posteriores se ocuparan del análisis estilístico de los oradores áticos, preocupados como estaban, desde el mismo Aristóteles, por darle a la retórica una fundamentación filosófica —lo que les llevó a escribir tratados teóricos más que ensayos estilísticos—. Tampoco parece que lo hicieran los alejandrinos, puesto que, según vimos antes, Calímaco se limitó a registrar las obras que le iban llegando con el nombre de Lisias.
2. El juicio de los aticistas: Dionisio de Halicarnaso
Sin embargo, con el renacimiento aticista del siglo I, durante la época augústea, se inicia una seria labor de recensión y crítica del estilo que, en lo que se refiere a Lisias, se dirige por dos caminos divergentes y aun opuestos.
La concepción que representa el opúsculo Sobre lo sublime, y que podría remontarse a la escuela de Teodoro de Gadara76, sigue los pasos de Platón y los peripatéticos en su actitud frente a Lisias —aunque se caracteriza más por su tacañería en reconocerle virtudes que en una actitud abiertamente negativa—. Es verdad que le reconoce «gracias y virtudes» (aretás te kaì cháritas)77, pero no se digna citar ni un solo pasaje de Lisias. Para el autor de este opúsculo el representante, entre los oradores, del género sublime es Demóstenes por su estilo apasionado y elevado, por lo cual considera a Lisias un autor menor. Pero, además, es de sobra conocido que esta obrita es un escrito polémico contra Cecilio de Caleacte, representante máximo de la tendencia opuesta, arriba señalada. Para Cecilio, cuya obra lamentablemente no conservamos, Lisias es en todo superior a Platón, aunque según el autor del Sobre lo sublime, se deja arrastrar «por dos ciegos impulsos: pues aunque ama a Lisias más que a sí mismo, sin embargo es mayor su odio a Platón que su amor a Lisias»78.
A esta misma tendencia de Cecilio pertenece Dionisio de Halicarnaso, que tiene un opúsculo —promesa de un estudio más amplio que no conservamos— sobre Lisias dentro de la obra Sobre los antiguos rétores. Es una inteligente crítica, relativamente detallada, en la que hay ecos evidentes del Fedro, y con pretensiones de objetividad: desde luego no es apasionada, como parece que era la de Cecilio, puesto que también le reconoce fallos e imperfecciones. Pasamos a exponerla.
La crítica se articula en dos partes: la primera se refiere a la dicción (aretaì tês hermēneías); la segunda a la materia (charaktḕr pragmatikós) y, a su vez, se subdivide en un estudio de la invención (heúresis) y la disposición (táxis, sýnthesis).
a) La primera virtud de dicción que le reconoce Dionisio a Lisias es la pureza de expresión (katharós) entendiendo por ella el uso exclusivo de la lengua de Atenas sin caer en arcaísmos, como Platón o Tucídides. En esto, Dionisio cree que nadie ha sobrepasado a Lisias, considerándolo por ello el «canon» del ático, y solamente Isócrates fue capaz de imitarlo en lo que se refiere al vocabulario.
b) No menos característica de Lisias es la facultad de exponer sus ideas a través de palabras propias (kyríōn), corrientes y coloquiales (koinôn). Ello hace que raras veces utilice el lenguaje figurado y, mucho menos, la expresión «poética» (hipérboles, dialectalismos, extranjerismos, neologismos, ritmo, etc.), cuyo tradicional representante es Gorgias; pero no su iniciador que, para Dionisio, es Tucídides. Lisias nunca cae en este estilo «vulgar y ampuloso», si no es «un poco» en los discursos panegíricos y en las cartas. Sin embargo, según Dionisio, aunque Lisias aparenta servirse de la lengua del hombre de la calle (idiṓtou), en su resultado final difiere mucho de ella: su carácter de gran creador de discursos (poiētḕs lógon) se revela en que, sirviéndose de un lenguaje normal y libre de ritmo, lo convierte en poético gracias a una «harmonía propia». También en esto el único que se le acerca, sin superarlo, es Isócrates.
c) La tercera virtud, que le opone a Demóstenes y Tucídides, es la claridad (saphḗneia) tanto en el léxico como en la materia misma. No hay en él ningún pasaje oscuro o que necesite interpretación como en aquéllos. Pero ello no se debe a falta de talento (asthéneia dynámeōs) como demuestra la sobreabundancia y riqueza de los términos propios que utiliza.
d) Difícil de conciliar con la anterior, como reconoce el propio Dionisio, es la concisión (brachéōs légein) que caracteriza a nuestro autor no sólo en la expresión, sino también en la organización de la materia. Nunca resulta Lisias prolijo (makrós) o inoportuno; en él «la materia no se subordina a las palabras, sino que éstas siguen a la materia», por lo que siempre resulta concentrado (synéstraptai kaì pepýknotai) en sus pensamientos. Sólo dice lo necesario y, aunque a veces parece dejar fuera cosas útiles, ello no hay que achacarlo a «debilidad de invención», sino al cálculo preciso del tiempo con que cuenta para sus discursos y a las exigencias del que lo pronuncia —siempre un particular y no un orador que desea hacer exhibición de su talento—.
e) Muy cercana a la concisión, en realidad una consecuencia de ella, es la densidad, virtud «inventada» por Trasímaco según Teofrasto, y por Lisias según Dionisio, como trata éste de demostrar con argumentos de índole cronológica. La densidad consiste en «recoger los pensamientos y exponer las expresiones en forma redonda» (systréphein… strongýlos, palabras que ya veíamos en el Fedro79, de donde, sin duda, las toma Dionisio). También Demóstenes sobresale en esta virtud, pero en forma diferente a Lisias, como corresponde a los estilos opuestos de ambos: en Lisias la densidad va unida a la economía y la sencillez, en Demóstenes al rebuscamiento y la aspereza (pikrôn kaì periérgōn), como ya le echara en cara Esquines80, de quien lo toma ahora Dionisio.
f-g) Si a las anteriores virtudes son procedimientos o formas de utilizar la lengua, hay otras que resultan necesariamente de éstas en su conjunto. Por medio de ellas y de «la indicación detallada de las circunstancias y sucesos», toda la situación que describe se presenta ante nuestros ojos como si estuviera sucediendo. Esto es lo que Dionisio llama verismo o viveza (enárgeia) —virtud en la que Lisias fue «el más capaz de los oradores»— y, en definitiva, conduce a la verosimilitud (pithanótēs): el oyente se deja arrastrar por la viveza de la descripción y no se plantea siquiera la necesidad de «investigar la verdad de ello».
h) Ya en el apartado anterior, hablando del verismo, afirma Dionisio que Lisias fue «el más capaz de los oradores para reflejar la naturaleza de los hombres y atribuirles a cada uno los afectos, costumbres y acciones que les corresponden». Es una primera indicación de la virtud que, al menos en época moderna, más se ha subrayado en Lisias; la creación de caracteres (ēthopoiía)81. Bien es verdad que, a la hora de precisar en qué consiste exactamente, no parece que haya acuerdo unánime. La propia exposición de Dionisio resulta bastante confusa: empieza diciendo que en Lisias no hay ningún personaje «sin carácter delineado» (anēthopoíēton) ni «carente de alma» (ápsychos), como si lo primero equivaliera a lo segundo. Sin embargo luego precisa un poco más, aunque en una dirección no esperada: «no sólo presenta a sus hablantes con pensamientos honestos, ponderados y comedidos, sino que atribuye a los caracteres el lenguaje apropiado con el que por naturaleza se muestran en su máxima fuerza —el lenguaje claro, propio, común, el más familiar para todos, pues todo lo ampuloso, lo foráneo y lo rebuscado carece de ḗthos—». Pero es más, dado que la etopeya se refiere no sólo al lenguaje, sino también a la composición, añade Dionisio que ésta la realiza con sencillez y simplicidad «porque el ḗthos no reside en el período y los ritmos, sino en el estilo suelto». De esta exposición parece deducirse que, para Dionisio, la etopeya es una suma, o un precipitado, de las demás virtudes. Sin embargo, cuando más adelante habla de la demostración, sus palabras parecen acercarse más a lo que nosotros entendemos por etopeya (Lisias 19, 3-4):
dispone un carácter verosímil a partir de su clase de vida y naturaleza, otras veces a partir de anteriores acciones y elecciones… Cuando no puede tomar ninguna prueba de los hechos, él mismo crea el carácter y dispone para su discurso personajes que inspiran confianza y son honestos; les aplica elecciones urbanas, sentimientos comedidos y palabras ponderadas; los introduce pensando de acuerdo con su fortuna, los hace odiar las palabras y obras injustas y elegir las justas… a partir de las cuales se revela un carácter ponderado y mesurado.
Es muy posible que el confusionismo surja del hecho de que Dionisio atribuye a ḗthos los dos sentidos que ya tiene en su época: «carácter» en sentido neutro y «carácter moderado o moderación» (por polarización frente a páthos) en un sentido más restringido. De ahí que la etopeya, para Dionisio, consista tanto en la habilidad para crear un carácter verosímil y consistente, como (sobre todo) para crear un carácter comedido y ponderado. Naturalmente, Dionisio insiste en esto último porque está pensando sobre todo en los protagonistas de los discursos de defensa (un Eufileto, por ejemplo), pero no hay que olvidar los caracteres plenos de viveza y consistencia que Lisias crea para los adversarios del hablante: piénsese en un Simón (III), un Teomnesto (X) o un Agórato (XIII) que no tienen nada de comedidos ni de ponderados.
i) En noveno lugar, Dionisio atribuye a Lisias otra virtud, la propiedad (prépon), que es, en realidad, una de las condiciones de la etopeya: la consistencia del carácter. Aquí, sin embargo, Dionisio va demasiado lejos, y algunos modernos que le siguen, al precisar que Lisias adapta el lenguaje a la «edad, familia, ocupación… y lo demás en que difiere un personaje de otro». Esto no es cierto, entre otras razones, 1) porque eso no lo podía saber él mejor que nosotros (los personajes llevaban varios siglos muertos), y 2) porque, en líneas generales, el lenguaje de sus protagonistas es uniforme. Precisamente una variación notable en éste se suele considerar como criterio casi seguro de inautenticidad (como en VI).
j) El último rasgo al que se refiere Dionisio, el «más hermoso y principal, el único o el que mejor puede grantizar el estilo de Lisias», es la gracia (cháris). Sin embargo, cuando va a definirlo no encuentra palabras para señalar en qué consiste, y acaba por confesar que es algo «que se percibe por los sentidos, no por la razón», de la misma manera que la belleza corporal o el ritmo y la harmonía de los sonidos. Al final, le sucede a Dionisio lo mismo que al autor del Sobre lo sublime, que desiste de definir aquello a lo que dedica tantas páginas. Para Dionisio, la gracia es la esencia de lo lisíaco y es, como veíamos antes, el último recurso al que acude para decidir la autenticidad de un discurso.
Cuando pasa a tratar la organización de la materia, encuentra que Lisias sobresale por la invención (heúresis)—algo que ya Platón mismo le reconocía a regañadientes en el Fedro—, porque «no deja fuera ningún elemento: personajes, acciones, modalidades y sus causas, circunstancias, fechas, lugares; los rasgos distintivos de cada uno de éstos hasta el último corte». En la disposición, en cambio, Dionisio sigue a Platón al reconocer las carencias de Lisias, aunque es menos severo que aquél y las reduce a una excesiva simplicidad «para organizar sus invenciones», por lo que recomienda no imitarle en este punto. De igual forma, al hablar de las diferentes partes del discurso, considera a Lisias más deficiente en la demostración, sobre todo en las «pruebas relativas al sentimiento: no es capaz de amplificaciones ni apelaciones al miedo ni de ardor juvenil ni de vigor».
En general se trata de una crítica muy acertada en sus rasgos más comunes, que revela una gran sensibilidad en Dionisio y un conocimiento a fondo del orador. De toda ella se deduce que Lisias es el representante genuino del genus tenue: un orador que siempre mantiene una tesitura de fría elegancia sin el patetismo o el desmelenamiento de Demóstenes, pero sin alcanzar, por ello mismo, la grandeza de algunos pasajes de éste. La comparación entre ambos que establecen tanto Dionisio como Ps.-Longino es imposible: al final lo que predomina es el gusto por el género «tenue» o por el estilo «elevado».
En todo caso, el valor del análisis de Dionisio se refleja en el hecho de que la crítica moderna no ha hecho más que seguir sus pasos confirmando sus apreciaciones con ejemplos tomados de los discursos, o corrigiendo, matizando o precisando alguna de sus afirmaciones. Así, Blass82 señala, en lo que se refiere a la ausencia del lenguaje figurado y poético en general, que las excepciones a esta regla o bien pertenecen a la viveza de la lengua coloquial o corresponden a discursos «frescos» y vivaces (por ej., el IV, donde no faltan metáforas y compuestos). En cuanto a la concisión y densidad, señala este autor que, en ocasiones, se trata, más que nada, de una necesidad convertida en virtud: las deuterologías, sobre todo, exigen concisión por el hecho de que los jueces ya conocen bien los datos o los tienen ante los ojos. En lo que se refiere a la construcción de la frase, Lisias evita las rimas y paralelismos, etc., en general. Pero Berbig83, en su estudio sobre el isókōlon y el homoiotéleuton llega a contar hasta 140 en total con predominio en XII, escasa presencia en XIII y XVIII y nula en XVII y XXIII. Y Blass cree descubrir una diferencia entre los discursos «públicos» y los «privados»: en los primeros, los períodos se organizan, a veces con cierta rigidez, en miembros de los que el último es más largo — siguiendo así más la tradición gorgiana—; en los privados, por el contrario, las frases son más sueltas y largas (cf. XXXI 17, donde hay 5 períodos con 16 miembros), sin que ello signifique que carecen de unidad. Aquí también Blass está de acuerdo con Dionisio en que, pese a todo, el virtuosismo de Lisias consiste en la «elaborada falta de elaboración» y en la «trabada destrabazón» de sus períodos84.
IV. NOTA BIBLIOGRÁFICA
Lisias no es de los autores griegos más favorecidos por la filología clásica española. Hasta la aparición de la edición de M. Fernández Galiano y L. Gil, todavía incompleta (el segundo volumen comprende hasta el discurso XXV), hay solamente un intento fallido de edición completa por J. Petit (Barcelona, 1929) y algunos trabajos que apenas merecen ser citados. El propio Fernández Galiano tiene una edición parcial (Madrid, 1946) y varios artículos meritorios sobre Lisias consignados en la Bibliografía.
En cambio, nuestro orador, tradicionalmente considerado como uno de los mejores representantes de la prosa ática y como fuente imprescindible para nuestro conocimiento del derecho ático, ha sido objeto de estudio frecuente por parte de filólogos y juristas en general. Es cierto que se echa de menos un trabajo global en que se estudie en profundidad la estructura literaria del discurso de Lisias y su utilización de los diversos elementos del mismo para la persuasión, pero hay ya muchos trabajos parciales que facilitarían esta labor.
Ofrecemos a continuación una bibliografía que contiene lo más importante de lo publicado el siglo pasado y la práctica totalidad de los trabajos que pertenecen a nuestro siglo. Además, incorporamos los trabajos que consideramos más importantes sobre la historia de la época del orador, y aquellos sobre retórica en general o sobre el derecho ático que citamos en introducciones o notas y que pueden serle útiles al lector para una visión «comprehensiva» de Lisias.
A) BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA SOBRE LISIAS
1. Ediciones generales:
J. TAYLOR (Cambridge, 1739), J. J. REISKE (Leipzig, 1772), J. G. BAITER - H. SAUPPE (Zurich, 1839), C. F. SCHEIBE (Leipzig, 1852), C. G. COBET (Leiden, 1863), T. THALHEIM (Leipzig, 1901), C. HUDE (seguida por nosotros, Oxford, 1912), L. GERNET - M. BIZOS (París, 1924), J. PETIT (incompleta, Barcelona, 1929), W. R. M. LAMB (Londres, 1930), ALBINI (Florencia, 1955), M. FERNÁNDEZ GALIANO - L. GIL (incompleta, Madrid, 1953-1963).
2. Ediciones parciales:
R. RAUCHENSTEIN - K. FUHR (Aarau, 1848), H. VAN HERWERDEN (Groninga, 1863), H. FROHBERGER - G. GEBAUER - T. THALHEIM (Leipzig, 1866), M. FERNÁNDEZ GALIANO (Madrid, 1946), M. HOMBERT (Bruselas, 1947).
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II
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IV
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1 Sobre la vida de Lisias, puede consultar el lector, aparte de las páginas que le dedica F. BLASS (Die attische Beredsamkeit, Leipzig, 1887, vol. 1, págs. 339-353 [en adelante, BLASS, seguido de vol. y págs.]), los trabajos de K. J. DOVER, Lysias and the Corpus Lysiacum, Berkeley, 1968, págs. 28-45; U. SCHINDEL, «Untersuchungen zur Biographie des Redners Lysias», Rhein. Mus. 110 (1967), 32-52, y TH. C. LOENING, «The autobiographical speeches of Lysias and the biographical Tradition», Hermes 99 (1981), 280-294.
2 Últimamente P. KRENTZ («Was Eratosthenes responsible for the death of Polemarchos?», Par. Pas. 39 [1984], 23-32) ha puesto en tela de juicio la responsabilidad de Eratóstenes, debido a que la acusación de Lisias no es apoyada por ningún otro testimonio. Pero esto es ir demasiado lejos: resulta difícil imaginar que en una ciudad como Atenas se pudiera acusar a alguien de asesinato sin ninguna base.
3 S. VV. aphanḕs ousía y Hierṓnymos.
4 Vol. XXXI de la colección Oxyrhynchus Papyri, ed. J. REA, J.W. B. BARNS y otros, Londres, 1966, págs. 23-37.
5 BLASS (vol. I, págs. 359-360) y J. G. BAITER - H. SAUPPE (ed. compl., Zurich, 1893, vol. II, pág. 187 [en adelante, SAUPPE, seguido de vol. y págs.]) piensan que se trata de un mismo discurso, mientras que L. GERNET - M. BIZOS (ed. comp., París, 1924, vol. II, pág. 232 [en adelante, GERNET - BIZOS, seguido de vol. y págs.]) identifican el Defensa frente a Hipoterses con el Sobre sus propios beneficios.
6 Cf. J. H. LIPSIUS, Das attische Recht und Rechtsverfahren, Leipzig, 1905-1915, pág. 384, n. 35. (En adelante LIPSIUS, seguido de pág.)
7 Incluso por el «tono» de algunas frases de las biografías conservadas parece obvio que su origen es un discurso de defensa —frases como «fue privado de la ciudadanía» o «se le vio como el más útil de todos», etc. (Ps. - PLUTARCO, Vidas de los diez oradores 32, 40, etc.)—.
8 También se conservan bosquejos biográficos en la Suda (s. v. «Lisias») y en FOCIO (Biblioteca 262), pero son muy breves y dependen de los más completos.
9 Vid. diez orad. 832b-852e. Puede consultarse la edición de J. MAU, Plutarchi Moralia, Leipzig, 1971.
10 Cf. G. AUJAC, Denys d’Halicarnasse, Opuscules rhétoriques, vol. I, París, 1978 (págs. 75-114).
11 Cf. 327a-331c.
12 Cf. 227a-229a y otros varios pasajes del mismo diálogo.
13 DOVER cree que la alusión a Lisias no es una falsificación, como las muchas que se han introducido en la obra de Demóstenes, sino que ya venía incluida en la edición esticométrica que copia el Parisino 2934. Cf. Lysias…, págs. 36-37.
14 Ps.-PLUTARCO, Vid. diez orad. 3, 43 (835c).
15 DIONISIO DE HALICARNASO, Sobre los oradores antiguos 1, 4.
16 Ibid., 12, 4.
17 De Lysiae oratoris aetate, Berlín, 1865.
18 En esto parece que hay acuerdo unánime. El primer discurso de los conservados es el XII, que corresponde al 403, y aunque es imposible precisar la fecha de varios de ellos, parece razonable pensar que los últimos son el XXVI, que corresponde, probablemente, al 382, y el X que fue pronunciado, indudablemente, el 484/483. Por esta razón se suele considerar no lisíaco el XX (En favor de Polístrato), cuya fecha no puede ser inferior al 410. Por otra parte, el propio orador asegura, en XII 3, que nunca antes había compuesto un discurso ni para sí mismo ni para otros, y no es creíble que pretendiera, ni pudiera, engañar a nadie sobre el particular.
19 Lysias…, págs. 35-36.
20 Gesammelte Abhandlungen, pág. 15 (cit. por BLASS, vol. I, pág. 341).
21 Platonische Forschungen (Philologus Suppl., II, 1863), pág. 109.
22 Lysias…, pág. 38.
23 Cf. vol. I, pág. 345.
24 Ambos datos no casan bien, a menos que Pericles lo invitara cuando era muy joven y aún no estaba en la política, dado que Gelón murió el 478 y Pericles no fue arconte hasta el 462.
25 Cf. 329e ss.
26 Cf. I 2 y 6.
27 Cf. 330b-c.
28 Cf. XII 8 y 19.
29 Éstos son los dos únicos que nombra Platón en el pasaje citado de República. Según Ps.-Plutarco, tenía un tercer hermano, llamado Bráquilo, pero es una confusión con el marido de su hermana.
30 No existe ningún rétor conocido de este nombre, por lo que se piensa que es una corruptela originada en el nombre de Tisias, citado antes (cf. BLASS, vol. I, pág. 347, n. 1).
31 Cf. 266e-267a.
32 Cf. Brutus 48.
33 DOVER (Lysias…, págs. 32 y sigs.) piensa que la «fecha dramática» del Fedro debe de ser anterior al 415, si este personaje fue exiliado ese año por pertenecer al grupo de los Hermocópidas. No obstante, aunque es más que dudoso que se pueda reconstruir una fecha «dramática» para ningún diálogo de Platón, es muy probable que el Discurso amatorio pertenezca a una etapa de la vida profesional de Lisias anterior a su dedicación a la logografía.
34 Cf. 835f ss.
35 Cf. Defensa frente a Hipoterses I 6 y II.
36 Cf. ARISTÓTELES, Constitución de los atenienses 40, 2, y el decreto de Inscr. Gr. II2, 10.
37 Cf. ARIST., Const. aten. 40, 2.
38 Cf. Ps.-PLUTARCO, Vid. diez orad. 836b: «son de Lisias el discurso Sobre el Decreto… y otro contra los Treinta».
39 Así opinan GERNET-BIZOS, vol. II, pág. 232, n. 1.
40 Cf. «The autobiographical…», pág. 282.
41 Dentro de los metecos había un subgrupo constituido por los isóteles que «pagaban los mismos impuestos» que los ciudadanos, lo que lógicamente les daba ciertos privilegios, aunque estaban excluidos del derecho al voto y de elegibilidad para un cargo público. De mayor importancia jurídica era, por parte de algunos metecos, el derecho a poeser bienes raíces (énktēsis gês kaì oiktías). Cf. A. R. W. HARRISON, The Law of Athens, Oxford, 1968, vol. I, pág. 189 (en adelante, HARRISON, seguido de vol. y págs.)
42 Desde luego, la frase de XII 18 («aunque teníamos tres casas») parece implicar que ya poseían la énktēsis en el 403, pero no sabemos desde cuándo. Tanto M. CLERC (Les métèques athéniens, París, 1893) como el citado HARRISON, vol. I, pág. 237) creen que poseían este privilegio antes del gobierno de los Treinta, pero no ofrecen ninguna prueba que fundamente su opinión.
43 Cf. «The autobiographical…», págs. 290-294.
44 Cf. n. 18.
* Los discursos cuyo título va encabezado por la preposición prós los traducimos como «defensa frente a…», para distinguirlos, tanto de los de la acusación propiamente dicha, que van encabezados por katá, como de los de defensa sin nombre del demandante, que van encabezados por hýper y que traducimos por «en favor de…».
45 Sobre la actividad del logógrafo en general, cf. M. LAVENCY, Aspects de la logographie judiciaire attique, Lovaina, 1964; DOVER, Lysias…, cap. VIII, págs. 148-174.
46 Entre los conservados se suele considerar acéfalo el IV.
47 Tanto el discurso núm. 80 (Defensa frente a Teopites por una tutela), como el núm. XXVIII, de los conservados, llevan añadida la palabra «epílogo».
48 No conocemos el status social de los clientes de discursos perdidos y sólo conocidos por el título, pero parece claro que un caso como el de XXIV (En favor del inválido) es excepcional.
49 Cf. las interesantes observaciones de DOVER (Lysias…, págs. 48-54) sobre este particular.
50 Cf. 836a.
51 Orad. ant., Lisias 14, 1-6.
52 Ibid., 11, 5 ss.
53 Lysias…, pág. 95.
54 Cf. W. DINDORF, Valerius Harpocration. Lexicon in decem Oratores Atticos, 2 vols., Oxford, 1853.
55 Lysias…, pág. 2.
56 Por ejemplo, en Demóstenes. Sin embargo, en los discursos que quedan de Antifonte e Iseo parece que la clasificación por géneros es más rigurosa (homicidio en el primero y herencias en el segundo), y aún más en el caso de Dinarco, donde estaban divididos en los dos bloques correspondientes a los procesos públicos y privados, cf. DION. HAL., Dinarco en el Sobre los oradores antiguos.
57 Lysias…, pág. 9.
58 Cf. Fedro 230e-234c.
59 Cf. Lisias 23-27.
60 Ibid., 29-30.
61 Ibid., 31-33.
62 Citado en BLASS, vol. I, pág. 375, n. 1.
63 La frase «en presencia sólo de la madre» parece hacer referencia a violencias hacia un menor. Existe la posibilidad, aunque no hay nada que pueda probarlo, de que coincida con el núm. 65 de nuestro catálogo que lleva por título Sobre las violencias contra un muchacho libre.
64 Según HARPOCRACIÓN, la díkē exoúlēs es la que inician «los que afirman que han sido privados de sus propiedades contra los que les han privado», pero esta definición dista mucho de ser aceptada por todos los juristas actuales. Cf. HARRISON, vol. I, pág. 217 y sigs.
65 Es un litigio originado por un «depósito» de dinero u otros bienes. Entre los citados bajo el título de parakatathḗkē (verso, lins. 21-26) ha llamado la atención que figure el Discurso trapezítico, atribuido a Isócrates, cuya paternidad ya se discutía en la Antigüedad y es defendida por DIONISIO (Orad. ant., Isócrates, 20). Pero ya J. REA, el editor del papiro, manifiesta sus dudas, y posteriormente R. SEAGER («The authorship of Trapeziticus», Class. Rev. 17 [1967], 134-36) sostiene la autoría de Lisias para la coincidencia de las fórmulas de llamada a los testigos con las de los discursos auténticos.
66 No podemos dejar de citar, aunque no se puede demostrar que pertenezca a Lisias, el papiro 2538 que aparece en el mismo volumen y que contiene parte de la narración de un discurso de defensa relacionado con un proceso de herencias o de xenía: el acusado está tratando de probar su filiación ateniense, al menos por parte de padre. Desde luego el estilo es por completo lisíaco así como las fórmulas de llamada a los testigos, pero el editor, J. REA, no se atreve a adscribírselo a Lisias por falta de pruebas.
67 DION. HAL., Orad. ant., Lisias 11, 6 y 8.
68 Lysias…, caps. V-VII.
69 Es una concepción diametralmente opuesta a la que mantenía A. C. DARKOW, The Spurious speeches in the Lysianic Corpus, Bryn Mawr, 1971, para quien todos los conservados son auténticos, ya que han sobrevivido a un proceso de continua purga. También se opone a esta conclusión tan pesimista T. N. WINTER («On the corpus of Lysias», Class. Journ. 69 [1973], 34-40).
70 Cf. F. CORTÉS GABAUDÁN, Fórmulas retóricas de la oratoria judicial ática, Salamanca, 1986.
71 Tampoco ha sido muy eficaz la utilización del ordenador en los estudios lisíacos. Del estudio de S. USHER-D. NAJOK («A statistical study of autorship in the Corpus Lysiacum», Comp. Hum. 16 [1982], 85-106) se deduce simplemente la homogeneidad del Corpus Lysiacum, sin que éste sirva para decidir sobre la autenticidad (o no autenticidad) de ningún discurso.
72 Este mismo vicio atribuye a Gorgias DIONISIO (Orad. ant., Iseo 19, 2).
73 Cf. Retórica 1411a.
74 Ibid., 1420a.
75 DION. HAL., Orad. ant., Iseo 14, 1-6.
76 Se ha discutido mucho sobre la identidad del autor de este tratado sin que se haya llegado a ninguna conclusión segura. Lo que parece cierto es que su autor pertenece a una escuela cercana a la concepción peripatética de la retórica. Sobre el problema de autoría, cf. W. BÜHLER, Beiträge zur Schrift vom Erhabenen, Gotinga, 1964.
77 Cf. Sobre lo sublime 24, 2.
78 Ibid., 22, 8.
79 Cf. 234e.
80 Cf. Contra Ctesifonte 229.
81 Sobre este tema son ya clásicos los libros de W. L. DEVRIES, Ethopoiía (Baltimore, 1892); W. SUESS, Ethos (Leipzig, 1910), y W. MOTSCHMANN, Die Charaktere bei Lysias (Munich, 1905). Más recientemente, cf. S. USHER,«Individual characterization in Lysias», Eranos 63 (1965), 99-119.
82 Cf. vol. I, págs. 406-421.
83 Cf. Über das genus dicendi tenue des Redners Lysias, Küstrin, 1871.
84 DION. HAL., Orad. ant., Lisias 8, 6.