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Un testimonio a modo de epígrafe

Decidimos abrir el libro con el testimonio de Ronny Gamboa, quien buscó compartir sus reflexiones como rapero chalaco acerca de la importancia del arte como un medio para romper el círculo vicioso de la violencia. Las palabras de Ronny cumplen la función de un largo y emocionado epígrafe para este libro.

Tengo 23 años y he vivido toda mi vida en el Callao. Actualmente estudio Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y filosofía de forma autodidacta. Me gusta hacer poesía y hago hip hop desde los 15 años. Pertenezco a la fundación Made in Callao, la cual tiene como objetivo el generar un cambio social en beneficio de la comunidad chalaca por medio de diversos eventos, como el Festival Santa Navirap, que busca mitigar la violencia entre jóvenes de diferentes barrios del Callao.

En el Callao toda luz crea una sombra. Para ver la luz hay que estar dentro. Para ver en la oscuridad hay que tener más que ojos, de lo contrario, solo queda a la vista la superficie que aún sigue iluminado por la poca luz que queda. En las sombras aún hay algo que pasa desapercibido, algo que se oculta, pues demasiado brillo en las luces ciega los ojos y no deja ver la realidad.

Cuando las luces alumbran a los barrios chalacos se muestra una sola verdad: en el Callao se crece entre violencia. Pero detrás de lo alumbrado hay un proceso complejo que construye a la persona. El que crece en un barrio chalaco construye sus verdades a partir de lo que ve, de lo que escucha y de los ejemplos que recibe en la casa, en el colegio y en la calle. La construcción de la identidad de la persona se alimenta del entorno en el que se encuentra. Un barrio es una fábrica que construye personas con un mismo discurso a seguir; dicho de otro modo, construye individuos que tienen similar forma de pensar «cómo es que se debe vivir en el barrio» y ello se convierte en una cadena difícil de romper, pues a medida que la persona va construyendo su identidad con base en sus verdades, estas se van interiorizando más en la persona. El ladrón que creció entre violencia, por ende, cree que sus actos delictivos son parte de él, de su camino y de su forma de vivir; es decir, normaliza sus actos. Cuando un joven sale de su hogar y empieza a identificarse más con los valores de la calle que con los de su hogar, pensará que robar, estar metido en pandillas o ejercer la violencia será el camino que deberá seguir; pues, el camino ya estará marcado por las huellas que dejaron y dejan las personas del barrio.

Hacer rap en el Callao, o cualquier tipo de arte, es interrumpir el camino del joven que vive en contexto de violencia, cerrarle las puertas y mostrarle al barrio un camino distinto y mejor. El rap permite reemplazar los íconos del barrio que son un ejemplo a seguir: el que mató y ahora se encuentra en la cárcel, al que lo mataron y ahora yace pintado en una pared, el que robó el tesoro más grande, etc. En todos esos casos, los íconos que mencionamos se convierten en los discursos principales del barrio.

La persona que se expresa a través del rap o cualquier tipo de arte rompe la cadena de la violencia a través de sus palabras, de sus dibujos, de sus formas de bailar, de su poesía, de su ritmo, entre otros. El arte llega para sacar a la persona encerrada detrás de la carne y presa de los discursos que la han normalizado.

El rapero llega de pronto con un nuevo discurso: todo puede ser de otra manera, pues el mundo que uno cree que ya está construido puede ser deconstruido y reinventado. La persona empieza a contagiarse de la magia de hacer arte, de cerrar los ojos, repensar y expulsar todo lo que lleva dentro. La persona vomita aquello que ha estado pudriéndose dentro de ella, pues el proceso que la persona tiene que llevar a cabo para poder rapear la lleva a que esta se introduzca, se sumerja y ahonde en aquellos lugares que están detrás de sí mismo. Una persona que rapea puede observar en él aquellos espacios que no se pueden ver sin un espejo. El artista narra lo que no se puede ver a simple vista y lo pone en el centro para que le den las luces. Una canción, un cuadro, un baile, una escultura, una pared o cualquier acto de representación son como abrir la puerta del carro y bajarse a mear a mitad de camino porque ya no soportas la realidad. La persona comienza a tomar conciencia de que su mundo es más complejo de lo que la sociedad dice que es, de que hay un mundo sin explorar y fichas por mover. Cuando se rapea no se hace otra cosa más que escuchar sus necesidades, sus culpas, sus conflictos, sus sentimientos; es decir, toma conciencia de sí mismo.

Desde afuera se puede abrir la puerta para ver el barrio en llamas e intentar apagarlas. La persona ya no se encuentra entre las llamas de las esquinas, pero la consciencia de sí mismo lo consume en llamas, pues ¿cómo pretender renovarse sin haber sido antes cenizas? (Ronny Gamboa).6

6 Testimonio escrito.

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