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LONGO

DAFNIS Y CLOE


INTRODUCCIÓN

1. El autor

De la persona y de la vida de Longo, como de los demás novelistas, no sabemos prácticamente nada. En su caso, ni siquiera contamos con noticias —de tan dudosa validez por cierto— como las que poseemos sobre Aquiles Tacio o Heliodoro. Hasta el nombre mismo ofrece dudas, aunque, si es auténtico, es con seguridad romano. Su patria pudo ser la isla de Lesbos, donde tiene lugar la acción de la novela, pero tampoco en este punto cabe certidumbre alguna, ya que Longo no demuestra un conocimiento muy preciso de los lugares que menciona, y la elección de tal escenario para su obra pudo tener razones, tal vez, puramente literarias 1 .

Para su fecha no tenemos, realmente, otros indicios que los proporcionados por la novela. Durante algún tiempo se le situó al final de la antigüedad, entre los siglos IV y V (o, a lo sumo, en el III ), pero, tras los descubrimientos que trastocaron la cronología de Aquiles Tacio, presunto imitador de Longo 2 , toda fecha posterior a los comienzos del siglo III de nuestra era debe hoy descartarse. En el texto se encuentran datos muy significativos a este respecto: así, la cantidad ofrecida por Dafnis (III 27, 4 ss.) para su boda, que, con la inflación de la segunda mitad del siglo III , hubiese sido irrisoria; o el evidente reflejo, en la novela, de la pintura romana de una época muy concreta. Este segundo punto tiene un interés excepcional 3 , dado que no sólo Longo ha de ser agrupado con autores que, como Dión Crisóstomo, Luciano, Alcifrón, Eliano o Filóstrato, revelan la directa contemplación de la pintura contemporánea de temas pastoriles y paisajísticos, sino que, además, en Dafnis y Cloe hay unos indiscutibles paralelismos entre la propia estructura de la obra y sus descripciones y el llamado «período pompeyano» de la pintura mural del siglo II .

De este modo, Longo, al igual que Aquiles Tacio y por diversas razones, corroboradas por el estilo mismo de sus novelas, debe ser incluido en el grupo de novelistas influidos por la Segunda Sofística y, por tanto, en el centro de la madurez del género.

2. «Dafnis y Cloe»

Uno de los primeros aspectos que llaman la atención en esta obra es su desvinculación del tipo de novela de marco histórico definido (Caritón, Jenofonte de Éfeso) por el tono francamente intemporal del relato, que en todo caso, merced a la guerra particular entre Metimna y Mitilene, parece situarnos vagamente durante la época de las póleis autónomas. Esta intemporalidad debe asociarse con el idealismo corriente del género, de tono especialmente alto en Longo.

Sus innovaciones, muy resumidas, son varias e importantes: el argumento es de extrema sencillez, sin la acumulación de peripecias común al género; se excluyen los largos viajes, y las aventuras y peligros corridos por los protagonistas quedan reducidos a mínimos y esporádicos episodios; la situación es esencialmente estática, con la mayor relevancia concedida a elementos como el amor, la naturaleza, la religión y la música.

En las breves líneas con que Longo introduce su novela, ésta nos es presentada, en cierto modo, como una obra de tesis: su tema de fondo será la exposición del misterio y del poder universal del amor. El otro gran tema de las novelas griegas, las aventuras, queda relegado en su programa a un plano secundario.

Se ha podido decir que esta restricción temática es, a la vez, el punto flaco y la fuerza de esta obra 4 , afirmación, a nuestro juicio, más veraz en lo segundo que en lo primero. El erotismo es el centro de la novela sin la menor duda, y su núcleo, la pasión inocente y natural de dos adolescentes. Podrá criticarse, desde una perspectiva realista, la escasa verosimilitud de esta total inocencia 5 , por rural y aislado que sea el medio en que los protagonistas vivan: de ahí que Longo haya subrayado ambos aspectos e, igualmente, el modo muy gradual en que se van produciendo sus contactos con otras gentes y la ampliación de su pequeño mundo. Por otra parte, la trabajosa conquista de la experiencia erótica, en el plano teórico y en el plano práctico, no conducirá, por lo que a los dos adolescentes se refiere, a la unión sexual sino tras el legítimo matrimonio con que la novela termina, con lo que se cumple tanto con una imposición social como con las normas del género. Así es como, a pesar de la aparente sensualidad de la novela, se preserva el principio novelesco de la castidad, aunque, como en Aquiles Tacio, el protagonista masculino responda a esta exigencia sólo hasta cierto punto. Pero, en Longo, incluso este desliz de Dafnis 6 tiene (lo que no ocurre en Aquiles Tacio) una plena funcionalidad, al ser un paso obligado en la búsqueda del saber amoroso.

Por lo demás, el erotismo y lo que suele calificarse de sensualidad no están (y no es una paradoja) reñidos en absoluto con la moral. Lascivia, indecencia y otros términos, con que se ha creído poder describir esta obra, no son más que manifestaciones de trasnochados prejuicios y de franca miopía mental, pero que han tenido una negativa influencia en la comprensión de este relato por los modernos. El énfasis puesto en el amor, así como en el largo proceso iniciático en este misterio natural 7 , incluso si se descarta una interpretación simbólica, corresponde a una perspectiva idealista de la existencia.

2.1. El erotismo es, en Longo, aparte de las obligadas resonancias literarias, una dimensión de la naturaleza. Y la naturaleza es un marco utópico e idealizado y, a la vez, un modesto rincón del mundo que casi podría localizarse en un mapa. La acción tiene una clara unidad de lugar, con una renuncia sin paliativos a las ambiciones geográficas del género. Longo nos sitúa en una comarca próxima a Mitilene y apenas si nos permite alguna breve incursión fuera de ella. Pero este paraje aparece transformado en un fondo casi paradisíaco, en que los mismos peligros naturales (una loba, un reptil) han sido relegados a simple decoración poética o a dóciles instrumentos del plan del artista; las irrupciones de la violencia (piratas, secuestros) son controladas sin mayor esfuerzo, aun a costa de alguna muerte o de un milagro, y hasta una guerra sin cuartel termina rápida y generosamente, como en una edad de oro 8 .

Longo ha dotado a este lugar y a sus habitantes de los atributos de la bucólica teocritea, que ha penetrado, así, por única vez que sepamos, en la novela griega 9 . La flora y la fauna están reducidas a la mínima expresión, a los elementos más familiares. Cabras y ovejas aparecen integradas en la vida de los protagonistas y poseen cualidades casi humanas. Asistimos a comidas y fiestas campestres, a sesiones musicales; entramos en los consabidos loci amoeni , de fácil propensión al simbolismo 10 , y tropezamos a cada paso con nombres (Cloe, Dorcón, Driante, Ágele, Filopemen, etc.) asociados a la naturaleza.

Longo, se ha dicho, ha reemplazado a la Fortuna, tan importante para el género, por la naturaleza, que se manifiesta de una manera dinámica con el sucederse de las estaciones. El viaje típico de las demás novelas ha sido sustituido por un viaje en el tiempo, siguiendo el curso de los ciclos naturales 11 , en que se enraiza el proceso de la vivencia erótica; en cierto modo, por un viaje hacia el reino del ideal, comparable al que nos narra Heliodoro.

Ante esta perspectiva pierde gran parte de su aparente relevancia la oposición campo-ciudad, tan resaltada por muchos críticos 12 . Es cierto que Longo sitúa en el campo el corazón de su naturaleza y de sus formas preferidas de religiosidad. Pero sin que por ello deba entenderse exageradamente la ciudad como un foco negativo ni mucho menos, tal como se refleja en la tesis de Dión en el Euboico 13 . En Longo, tal antagonismo, debe admitirse, cumple, como tantos otros elementos en el relato, una función importante, pero transitoria. Los campesinos, por mucho que haya querido insistirse en lo contrario, no se diferencian especialmente de los habitantes de las ciudades. Las diferencias visibles tienen una motivación social. En Longo cabría afirmarse que el mal (si puede usarse este término tan impropio) es siempre un accidente pasajero, y las manifestaciones negativas terminan por ser absorbidas por las positivas y depuradas.

2.2. Pero Longo no se limitó a adoptar el idealismo bucólico, aunque ya esta sola innovación era importante. En este aspecto, su innovación más destacada consistió, además, en impregnar de religiosidad un género que, como el bucólico, estaba, en principio, relativamente libre de ella 14 . Dafnis y Cloe es, en cierto modo, un homenaje a la pastoral helenística, principalmente a Filitas de Cos 15 y a Teócrito. Los nombres de los personajes (Títiro, Amarilis, etc.), en una buena proporción, proceden de la poesía bucólica; se nombra, aunque de paso, Sicilia (II 33, 3), cuna del género; el texto ofrece resonancias de sus versos con una frecuencia llamativa 16 y el protagonista masculino recibe el nombre de Dafnis, todo un símbolo del mundo bucólico 17 . Longo ha recreado su propia Sicilia (o su propia Arcadia, si se prefiere), precisamente en un lugar cuya sola mención llevaba a rememorar un pasado de hermosa poesía erótica (Safo), pero saturándolo de mitos y de dioses.

Uno de los rasgos del género bucólico más intensamente enfatizado por Longo es el de la música. Pero la música no se reduce aquí, en absoluto, a la de los instrumentos humanos: abarca todos los sones de la propia naturaleza, como una manifestación de la armonía universal. En este punto reside, sin duda, uno de los logros más imperecederos de la novela y, seguramente, Longo ha ido en él más allá que la poesía bucólica precedente 18 .

2.3. La cuestión más debatida, en los últimos tiempos, acerca de la novela antigua es el de la religiosidad 19 . Y Longo, como Apuleyo en el ámbito latino, se encuentra en el centro mismo de esta nueva querella que ha enfrentado a los filólogos. No podemos tocar aquí el tema en sus líneas generales, pero baste recordar que, en el extremo de la tesis de una interpretación obligadamente religiosa de la mayoría de las novelas, están, con los debidos matices diferenciadores, las publicaciones de K. Kerenyi, R. Merkelbach y, con especial incidencia en el caso de Longo, las de H. H. O. Chalk, P. Turner, M. C. Mittelstadt o W. E. McCulloh; que existen posturas más moderadas, como las de B. P. Reardon o A. Geyer, y actitudes de rotunda negación, como las expresadas por E. Cizek o M. Berti. La base metodológica de la primera corriente es la lectura simbólica del texto, el desentrañamiento de sus presuntas alegorías, mientras que del lado opuesto, además de rechazarse esencialmente la realidad de tales alegorías y símbolos, se realza el fin eminentemente estético de la novela.

De hecho, ciñéndonos a Longo, es imposible saber dónde terminan el arte y las intenciones meramente literarias y dónde comienza la religiosidad. En Dafnis y Cloe se dan una viva devoción y una continua presencia divina (incluidos los sueños, que se anticipan a la acción); el camino hacia el descubrimiento del amor toma la forma de una iniciación bajo la tutela del propio Eros, y puede decirse, sin hipérbole, que una de las claves de la novela es la teología de este dios. Los lugares interpretables como alusiones religiosas son numerosos 20 , aunque no todos los casos permitan una interpretación igualmente convincente. Longo ha reemplazado la mención de la estereotipada Fortuna 21 de otras novelas por la de entidades divinas muy concretas, como las Ninfas, Pan y el mismo Eros; ha descrito diversos milagros y epifanías 22 ; ha salpicado su obra de nombres propios de significado religioso, y ha mostrado, paso a paso, cómo los poderes divinos dirigen benévolamente los actos humanos, descargando su justa cólera sólo sobre una eventual impiedad 23 . Eros es un dios omnipresente, cosmogónico y todopoderoso, una auténtica providencia. De suerte que no se pueden negar las múltiples concomitancias entre el texto de Longo y las formas religiosas contemporáneas, habida cuenta, sobre todo, de que estamos en una época no sólo de profunda religiosidad, sino de fuerte tendencia al sincretismo y al monoteísmo, lo que justifica, hasta cierto punto, que se intente interpretar el fondo piadoso de Longo como una manifestación de los misterios dionisíacos. Pero es ésta, a nuestro juicio, la cuestión más polémica del tema, ya que, si se sigue por esta vía exegética, han de aceptarse todas sus consecuencias y, entre ellas, la de ver, no sólo en Dafnis y en Cloe, sino en los demás personajes y en cada objeto y en cada palabra, no elementos de una novela con una mayor o menor dimensión religiosa, sino auténticos símbolos de una doctrina trascendente. Esta arriesgada conclusión, sumada a las indemostrables hipótesis a que algunos se entregan 24 y a la mucho menor validez de estas teorías para otros novelistas, principalmente Aquiles Tacio, hace que la tesis de la interpretación mistérica de Longo deba ser aceptada sólo en sus sugerencias más prudentes y medidas.

2.4. El que Longo, por otra parte, haya dotado a su novela de una cierta intemporalidad idealizadora hace difícil enjuiciar otro de sus aspectos, el de la sociedad en ella descrita. Una lectura superficial podría inducir a la tesis de que en esta novela, tal como parecen oponerse campo y ciudad, también se opone la clase de los humildes, de los siervos rurales, a la cual por adopción pertenecen los protagonistas y que recibe un trato favorable en el relato, a la de los ricos señores de la ciudad, descritos en ocasiones con rasgos negativos. Pero un estudio más atento lleva a resultados muy distintos. La condición moral de los siervos, de los propios padres adoptivos de Dafnis y de Cloe, deja mucho que desear, y en la pintura de su conducta, como en la del parásito Gnatón y otros seres humildes, se concentran las notas de mayor realismo social de la obra. En tanto que sus patronos, del círculo acomodado de Mitilene (y la figura de Dionisófanes es un modelo), pueden aparecer con una aureola noble y patriarcal, tal como, en un nivel más principesco, ocurre con los grandes señores de las novelas de pretensiones históricas. No debe confundirse, pues, el relieve que adquieren los personajes socialmente modestos, de acuerdo con una tradición literaria que se remonta por lo menos hasta Eurípides y tiene un gran arraigo en los textos helenísticos, con una conciencia social, ajena radicalmente a Longo. Tampoco nos parece muy correcto hablar, como hace Schönberger 25 , de una doble aristocracia, la relativa a la perfección moral y la que lo es de la alcurnia social: en Dafnis y Cloe hay una sola clase digna de respeto, y el retorno de los protagonistas a la vida pastoril al final de la novela, después de ser reconocidos y encumbrados, no es una vuelta, en absoluto, a la pobreza y a la condición humilde 26 . Uno de los pocos momentos, por lo demás, en que parece plantearse un conflicto social, con la preocupación de Dafnis por su insolvencia económica para pretender la mano de Cloe (III 25 ss.), es la divinidad misma la que con su solicitud se encarga de resolverlo.

Descendiendo a los detalles, se ha de hacer notar, por ejemplo, que en Longo aparecen reflejados, incluso con datos muy significativos, un régimen de gran propiedad agraria en manos de la burguesía urbana, tal como sabemos que era lo corriente en la época del autor, y una economía basada, esencialmente, en la agricultura y la ganadería 27 , así como la presencia esporádica, pero muy real (también en el relativamente pacífico siglo II ), del bandidaje y la piratería, que tanto relieve tienen, igualmente, en las otras novelas. Pero, a la vez, junto a aspectos sugeridos por la realidad de su tiempo, se acumulan otros achacables al peso de la tradición literaria y a las necesidades de la ficción, como ocurre, en especial, con los regalos que los pretendientes y el propio Dafnis ofrecen al supuesto padre de Cloe (I 19, III 25 ss., IV 7) y el silencio, en cambio, respecto a la obligada dote de la novia 28 .

3. Fuentes literarias. Técnica y estilo

En el capítulo de las fuentes que han inspirado a Longo está, por supuesto, muy en primer plano, el género bucólico, que, combinado con el modelo que le proporcionaba la novela misma precedente, explica muchos de los rasgos particulares de esta obra. Pero otros géneros líricos se revelan también como muy importantes (en buena medida, la elegía helenística y una figura como la de Safo), siendo en general las resonancias líricas más nutridas que las homéricas 29 , frente a lo que ocurre en otros novelistas. Los pasajes rememorados aparecen como materia reelaborada, según los usos helenísticos, y no como citas (al modo, por ejemplo, de un Caritón). Longo conoce, por otra parte, la poesía latina, y pueden hallarse en él huellas de la lectura de Virgilio y, seguramente, de Ovidio. Muestra, asimismo, en perfecta armonía con sus preferencias poéticas, una concienzuda preparación retórica.

Sin embargo, no se agotan aquí sus fuentes y sus gustos. Longo, como Aquiles Tacio, admite una presencia muy viva de la comedia, especialmente de la llamada Nueva, de la que toma muchos de sus personajes (el parásito, Licenion, los jóvenes ricos de Metimna), nombres propios (Gnatón, Megacles, Sofrone, Rode), algunos ágiles diálogos y soliloquios de un tipo poco frecuente en la novela 30 , un indiscutible sentido del humor y, naturalmente, aunque el tema tenga raíces en el mito, la base argumental, con los niños expuestos y luego reconocidos por sus verdaderos padres.

3.1. Respecto a la técnica con que Longo ha construido su novela, una parte de sus ingredientes procede de la tradición del propio género: la pareja de amantes, los viajes, los peligros que ambos corren (con los consabidos secuestros), los momentos de separación, el episodio del proceso, la perseverancia en la castidad, el feliz desenlace, etc. Pero no cabe duda de que en todos ellos ha introducido un punto de vista novedoso. Y la principal novedad, que transforma a casi todos en algo diferente, es su reducción a un plano muy secundario, su tratamiento en tono menor. Aventuras y viajes quedan reducidos a la mínima expresión; los raptos se resuelven, ya sea por la intervención humana, ya por la divina, con inusitada rapidez; las separaciones de los amantes apenas duran horas; el proceso se convierte en un breve pleito improvisado con el boyero Filetas como juez; la virginidad de Cloe es preservada, en realidad, por el milagro de una inaudita ignorancia sexual y, ocasionalmente, por los recelos del temeroso Dafnis, etc. Longo ha respetado, pues, las reglas del género, pero adaptándolas radicalmente a sus personales finalidades.

El desarrollo de la novela está dividido en secciones (doce en total), a su vez subdivididas en pequeñas escenas con una distribución que no puede menos de recordar, tanto el reparto del relato en cuadros unidos temáticamente de la pintura narrativa contemporánea, como la ordenación de los temas en los panegíricos retóricos 31 . Dentro de este peculiar esquema, en diversos momentos (especialmente, en los tres primeros libros) la acción de los dos protagonistas se mueve siguiendo líneas paralelas, lo que es, en parte, un recuerdo de las prolongadas separaciones de los amantes en otras novelas y, en parte también, el resultado del intenso aprecio que Longo siente por la simetría. Y lo mismo cabe decir de las dos más amplias cadenas de acontecimientos del libro cuarto, que corresponden, la primera, a Dafnis y, la segunda, a Cloe.

Desde el punto de vista argumental la obra aparece dividida en dos grandes etapas: la exploración del misterio erótico por los adolescentes hasta la revelación de Licenion y, en segundo lugar, las aspiraciones matrimoniales de la pareja.

El preámbulo, como en Aquiles Tacio, tiene como centro la descripción de un cuadro que sintetiza la materia que será tratada, y, además, según hemos dicho ya, establece una posición programática. En el resto de la novela, con la narración principal, también de acuerdo con las normas del género, se entrelazan las digresiones (ecfráseis , mitos).

La brevedad de la novela y su aparente carencia de ambiciones tienen una clara correspondencia con el ritmo ágil 32 y la extrema concentración y concisión con que está redactada. Los discursos, soliloquios y diálogos, así como los relatos secundarios citados, al igual que la narración principal, tienen en común una economía 33 no reñida con el preciosismo y el esmero estilístico. El rápido paso de muchos de los personajes por las páginas de la obra no es obstáculo para el acierto e, incluso, el realismo con que están presentados. Con referencia a los protagonistas se ha podido decir que en su despertar al amor está, probablemente, el mejor hallazgo psicológico de la novela griega 34 .

En el plano puramente estilístico, Longo sabe conjugar, como ningún otro novelista, el aparato retórico, con su desfile de figuras, con una gracia, naturalidad y sencillez muy poco corrientes en la prosa griega tardía. Sin embargo, no ha de olvidarse que estas mismas cualidades responden, a su vez, a unos moldes retóricos concretos, que preconizan un estilo tal para materias como la pastoral, la narración mítica y los temas eróticos 35 .

4. Valoración posterior e influencia. Traducciones

Del texto de Longo no se ha hallado ni un solo papiro hasta la fecha, lo que (con las debidas reservas) puede interpretarse como síntoma de falta de popularidad en los siglos inmediatamente siguientes. Sin embargo, aunque hemos de esperar al siglo XII para encontrar esporádicos ecos de Dafnis y Cloe en los novelistas cultos bizantinos (Nicetas Eugeniano, Teodoro Prodromo y Eustacio Macrembolita), que, en cambio, serán fieles imitadores de Heliodoro y de Aquiles Tacio, se le ha de suponer al texto de Longo una cierta divulgación en fechas anteriores, confirmada tanto por la tradición manuscrita como por su mención a mediados del siglo precedente por Miguel Pselo, el cual, precisamente, recomendaba que no se iniciasen los estudios con novelas como las de Longo y Aquiles Tacio, sino con autores antiguos más graves 36 .

En Occidente, si bien la expansión de la novela pastoril fue relativamente temprana, no hay duda de que este género se inspira, en principio, en la poesía bucólica antigua, y no puede hablarse de una influencia de Longo al menos hasta pasada la primera mitad del siglo XVI , aunque no falten quienes crean detectarla previamente en la Arcadia de Sannazaro. En realidad, a Longo empezó a conocérsele sólo cuando se le pudo leer en las traducciones de Amyot, Caro o Day, aunque un helenista como H. Estienne (Stephanus) pudo imitarlo en sus Églogas latinas un poco antes.

Dentro de las evidentes concomitancias entre la prosa narrativa del Barroco y la novela griega, que se han señalado con pleno acierto 37 , Heliodoro, Aquiles Tacio y Longo son los modelos persistentes. Longo representó, durante mucho tiempo, el papel de guía de la pastoral de esmerada estética y sentimentalismo galante, y así es como comienza a divulgarse, por ejemplo, en Inglaterra, a través de la (más que traducción) adaptación de A. Day (1587), que habría de influir en Pandosto y Menaphon de R. Greene; indirectamente, en algunos motivos de The Winter’s Tale de Shakespeare 38 , y, tras un largo camino, hasta en la pastoral dieciochesca de Ramsay. En cambio, el posible influjo sobre obras de otro carácter, como Joseph Andrews y Tom Jones 39 , es mucho más discutible y remoto.

En Francia, las primeras huellas de Longo pueden señalarse en D’Urfé y, seguramente, la tan celebrada traducción de Amyot ha influido más de lo que cabe sospechar en la literatura francesa del XVI y XVII , tal como ocurrirá, después, en la poesía bucólica del XVIII y en obras concretas, como el relato erótico Annette et Lubin (1761) de Marmontel. La presencia de Longo (aunque cristianizada) es indiscutible, por otra parte, en la prerromántica y patética historia de B. de Saint-Pierre, Paul et Virginie (1787). Y, todavía en el siglo pasado, Longo mantiene su atractivo para cierta clase de autores: así, para F. Fabre (Le chevrier es de 1866), para P. Louy y, de un modo tan patente casi como para Saint-Pierre, para Mistral en su Miréio .

En lengua alemana, como Schonberger reconoce 40 , es muy difícil encontrar rastros seguros de la influencia de Longo durante el siglo XVII , incluso después de aparecer la traducción de Wolstand (1615) y a pesar del desarrollo del género pastoril. Debemos esperar al siglo siguiente para hallarlos, y de modo notable, en los idilios de Gessner (1754), que tanto éxito alcanzaron en toda la Europa occidental 41 . Por lo demás, es bien conocido el entusiasmo de Goethe por la obra de Longo, que no sólo se manifiesta en sus explícitas declaraciones, sino, aunque, por contraste, de manera bien sutil, en la muy particular atmósfera de su Hermann y Dorothea 42 .

En España la suerte de Longo ha sido un tanto oscura y no es un azar que, hasta fines del siglo pasado, no haya existido una traducción en castellano. Es muy posible que la razón profunda de esta reserva ante una novela como ésta haya sido de orden moral. Todavía Valera en el prólogo de su versión, a la que luego nos referiremos, juzga necesario salir al paso de una probable censura, y también es curioso que la palabra «indecencias», para referirse a Longo, se deslice aún, en fecha reciente, en un estudio de aséptica filología publicado en nuestra lengua 43 . De hecho, no se puede mostrar de un modo relativamente aceptable la influencia de Longo en la novela barroca española, a pesar de que se hayan hecho referencias concretas a la poco airosa continuación de La Diana enamorada , obra de Alonso Pérez, o a la Arcadia de Lope de Vega 44 . Aunque carezcamos de un estudio serio sobre la cuestión, parece prudente sumarse a la opinión expresada por F. López Estrada 45 , con clara desconfianza hacia tal influencia en el género pastoril, precisamente el que habría debido ser el más propicio para recibirla.

Es a fines del siglo XIX cuando, en torno a la fecha de la citada versión de Valera, parece despertarse un cierto interés por Longo. El mismo Valera reconoce haberse inspirado en él para su Pepita Jiménez , y no hace falta ser muy observador para rastrear un eco, aunque vago, en los capítulos iniciales de La madre naturaleza de la Pardo Bazán, publicada poco después (1887). De un modo aún más explícito se reconocerá esta influencia, por parte de su autor, en una novela de tesis como Los trabajos de Urbano y Simona (1923) de R. Pérez de Ayala. Y de fecha aún más reciente es el poema que, con el título de Dafnis y Cloe , escribió M. Bacarisse.

En las últimas décadas puede hablarse de una indudable profundización en nuestro conocimiento de Longo, merced sobre todo a la oleada de estudios con fines de exégesis religiosa y a la polémica levantada en su torno, aunque este hecho apenas ha tenido repercusión fuera del ámbito de la especialización filológica. En la literatura contemporánea es una tarea que sobrepasa nuestras fuerzas intentar hallar posibles resonancias de su lectura, y, sin embargo, nos atreveríamos a señalar algunas muy verosímiles en determinadas obras del no hace mucho fallecido V. Nabokov 46 y a recordar al lector la presencia de Dafnis y Cloe en la biblioteca del verdulero Greff en El tambor de hojalata de G. Grass.

La pintura 47 , incluidas las abundantes (y algunas muy famosas) ilustraciones de la novela (Barthe, Scott, Rossi, Bonnard, Maillol, etc.), ha mostrado con profusión su aprecio por la obra de Longo: baste citar el notable caso de Corot. Y la música no ha desdeñado, en absoluto, un tema tan conocido: señalemos sólo el Dafni e Cloe de Morselli y las célebres suites de Ravel.

4.1. Aun antes de que saliera a la luz la primera edición del texto griego, ya habían aparecido traducciones en diversas lenguas: la italiana de A. Caro (iniciada hacia 1537, pero publicada más de un siglo después), la tan alabada de J. Amyot al francés (1559), que habría de quedar como modelo durante siglos y sirvió de base para la latina, en hexámetros, de L. Gambara (1569), y la (muy libre) inglesa de A. Day (1587).

En latín, además de la traducción de Gambara, pueden leerse otras versiones, como la de G. Jungermann (1605), tenida especialmente en cuenta para la inglesa de Thornley, y la de E. E. Seiler (1843).

En alemán la primera traducción fue la de D. Wolstand (1615), posterior a la editio princeps , siguiéndola otras como las de F. Grillo (1765), J. G. Krabinger (1809), F. Passow (1811), Fr. Jacobs (1832), reimpresa innumerables veces 48 , y, de fechas más recientes, las de L. Wolde (1910) y E. R. Lehmann (1959); la que acompaña al texto griego en la edición de O. Schonberger (1960), a nuestro juicio muy meritoria y precisa, y la de A. Mauersberger (1976), última de que tenemos noticia.

En lengua inglesa, a la adaptación de Day siguió la versión de G. Thornley (1657), la primera, en realidad, en esta lengua y que, como la de Amyot en Francia o la de Jacobs en los países de habla alemana, había de quedar como modélica, lo que se debe, sin duda, a su prosa preciosista aunque excesivamente libre 49 . Otras traducciones en inglés dignas de mención por diversas razones son las de C. v. Le Grice (1803), W. D. Lowe (1908), de carácter escolar y con censura de pasajes juzgados inconvenientes; G. Moore (1924), J. Lindsay (1948), M. Hadas (1953), P. Turner (1956), especialmente destacable por su calidad, y, la última en llegar a nuestro conocimiento, la de P. Sherrard (1965), con ilustraciones de S. Papassavas.

En francés, después de la de Amyot 50 , no han faltado otras versiones: así, la de Ch. Zevort (1856) y, en fecha más próxima, las de G. Dalmeyda (en su edición, 1934) y de P. Grimal (1958), de gran mérito ambas.

En italiano hubo, además de la de Caro, otras traducciones de fecha antigua, como las de G. B. Manzini (1643) o G. Gozzi (1766), mientras que de época reciente cabe mencionar la de G. Balboni (1958) 51 .

En España, ya hemos adelantado que antes de la traducción de don Juan Valera (1880) no parece haber existido ninguna otra traducción castellana 52 . En cambio, sí ha habido al menos cuatro en fecha posterior, sin que ninguna de ellas haya supuesto (es nuestra opinión) una aportación excepcional y algunas, más bien, lo contrario: se trata de las de J. M. Espinas Masip (1951), J. Farrán y Mayoral (1960), J. B. Bergua (1965) y la de J. N. de Prado y A. Blánquez (1965) 53 .

Digamos, para terminar, que en lengua catalana se cuenta hoy con la versión de J. Berenguer (1964).

5. Transmisión del texto. Ediciones

El texto de Longo 54 nos ha llegado a través de diversos manuscritos, de los cuales el único casi completo es, precisamente, el más antiguo, el llamado Laurentianus conv. soppr. 627 , del siglo XIII . Los demás tienen fechas recientes, entre los siglos XVI y XVIII , y, en última instancia, se remontan todos a un arquetipo que puede fecharse en los siglos IX o X . La pérdida gradual de cinco hojas del arquetipo, deducible del estado del texto transmitido, explica que todos nuestros manuscritos, excepto el Laurentianus citado, ofrezcan una laguna, aunque de diversa extensión, en el libro primero 55 , cuyo contenido no estuvo al alcance de los editores hasta el descubrimiento del Laurentianus por el francés P. L. Courier en los primeros años del siglo pasado 56 , el cual estuvo así en condiciones de publicar por primera vez el texto íntegro de la novela.

5.1. Ésta es la razón por la que el conjunto de las ediciones de Longo pueda dividirse en dos etapas, en cuanto al volumen del texto impreso. La primera se inicia, por supuesto, con la tardía editio princeps , obra de R. Colombani (Florencia, 1598), y en ella han de citarse las posteriores ediciones de G. Jungermann (1605), B. G. L. Boden (1777) y J. B. C. d’Ansse de Villoison (1778), esta última dotada de un importante comentario. En la segunda etapa, que arranca de la de Courier (1810), se han de destacar las ediciones de E. E. Seiler (1843), seguramente la mejor hasta fecha reciente, y las, todavía muy utilizadas, de las colecciones de Erotici Scriptores de G. A. Hirschig (1856) y R. Hercher (1858). De fechas más recientes son las de J. M. Edmonds (1916), que incluye la ya citada versión inglesa (naturalmente, retocada y ampliada) de Thornley, pero que como edición no merece el menor elogio, y la de A. Kairis (1932) 57 , de gran calidad como verdadera edición crítica y a la que, en buena parte, sigue la de G. Dalmeyda (1934). La de O. Schonberger (1960), cuyo texto aceptamos para esta traducción, nos parece también excelente, aunque su aparato crítico sea demasiado limitado: su marcado conservadurismo en el establecimiento del texto, lejos de la tendencia correctora de Edmonds, Kairis y Dalmeyda, nos ha parecido, en este caso al menos, una garantía y un mérito 58 .


BIBLIOGRAFÍA

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1 Es lo que cree un autor como Scarcella. Longo, por ejemplo da una distancia entre las ciudades de Metimna y Mitilene bastante mayor que la real, atestiguada por Estrabón. Por otra parte, en Lesbos, precisamente, sabemos que por esas fechas hubo una familia con el cognomen Longus .

2 Cf. nuestra Introducción a AQUILES TACIO (§ 1) y n. 323 de su traducción. En cambio, las relaciones con Alcifrón, que levantaron en tiempos una encarnizada polémica (véase un amplio resumen en el preámbulo de la edición de DALMEYDA , págs. XVIII sigs.), siguen sin permitir una decisión clara. Si Alcifrón fue el imitador de Longo (tesis de Reich y Dalmeyda), se confirmaría aún más la fecha de este último dentro del siglo II .

3 Cf. O. WEINREICH , en su apéndice a la traducción de Heliodoro por R. REYMER (Zurich, 1950); B. E. PERRY , The Ancient Romances, a Literary-historical Account of their Origins , Berkeley, 1967, págs. 350 y sig., n. 17, y, sobre todo, M. C. MITTELSTADT , Latomus 26 (1967), 752-761.

4 O. SCHÖNBERGER , en su edición, pág. 17.

5 Cf. I 27, 2, donde Dafnis alude al mito erótico de Pan y Pitis en un momento en que él y Cloe ignoran aún el sentido de sus sentimientos amorosos. Esta inocencia parte, evidentemente, de un programa, de una parábola, cf. B. P. REARDON , Courants littéraires grecs des IIe et IIIe siècles après J.-C ., París, 1971, págs. 380 y sig.

6 Episodio de Licenion (III 18).

7 Cf. P. TURNER , «Daphnis and Chloe : An Interpretation», Gr. and Rom. 7 (1960), 117-123.

8 Cf. E. H. HAIGHT , Essays on the Greek Romances , Nueva York, pág. 129.

9 Cf. E. VACCARELLO , «L’eredità della poesia bucolica nel romanzo di Longo», Il Mondo Class . 5 (1935), 307-325. Véase, luego, § 2.2.

10 Cf. W. E. FOREHAND , «Symbolic Gardens in Longus’ Daphnis and Chloe », Eranos 74 (1976), 103-112, que estudia su aspecto idealista e, incluso, platonizante.

11 Cf., sobre todo, el análisis de H. O. CHALK , en «Eros and the Lesbian Pastorals of Longos», Journ. Hell. Stud . 80 (1960), 32-51, y REARDON , Courants ..., pág. 377. El lector no podrá menos de pensar en algunas novelas modernas y, en especial, creemos, en el esquema muy semejante de Bajo las ruedas de H. HESSE.

12 Por ejemplo, HAIGHT , Essays on the Gr. Rom ., pág. 132.

13 Cf. F. JOUAN , «Les thèmes romanesques dans l’Euboïcos de Dion Chrysostome», Rev. Ét. Gr . 90 (1977), 38-46.

14 De «arte secular» lo califica TH . G. ROSENMEYER , en The Green Cabinet. Theocritus and the European Pastoral Lyric , Berkeley-Los Angeles, 1969, pág. 148.

15 Cf. n. 70 de la traducción.

16 Sin que esto quiera decir que estemos, en absoluto, ante «un mosaico de frases de los bucólicos alejandrinos», como sentenció hiperbólicamente MENÉNDEZ PELAYO , en sus Orígenes de la novela (II, Ed. Nac., Santander, 1943, pág. 189).

17 Cf. sobre todo, TEÓCRITO , I 66 sigs. Nótese, además, que, según el mito, Dafnis era hijo de una Ninfa, la cual lo expuso en el campo, y que, más tarde, fue músico y pastor; su amada Talía es secuestrada y, luego, liberada por Dafnis con la ayuda de Heracles. No es difícil admitir que Longo (aunque en otros mitos y en la tradición literaria abunden los niños abandonados) pudo inspirarse directamente en este tema mitológico.

18 Cf., sin embargo, M. DESPORT , L’incantation virgilienne: Virgile et Orphée , Burdeos, 1952, y la discusión sobre el tema por ROSENMEYER , The Green Cabinet ..., en su capítulo séptimo.

19 Cf., para un breve resumen del tema, REARDON , Courants ..., págs. 393 y sigs.

20 Véase un largo catálogo en el artículo ya mencionado («Eros and the Lesbian Pastorals...») de CHALK .

21 Citada sólo en dos ocasiones (III 34, 1 y IV 24, 2) y sin relación con el argumento principal en ambos casos. Como bien dice CHALK (art. cit ., págs. 33 sig.), la acción en Longo reviste la forma de un plan con una secuencia rigurosa de causa a efecto, con Eros como motor providencial.

22 Sobre todo, en el libro segundo. Respecto a la de Pan, en II 25 sigs., véase C. MEILLIER , «L’épiphanie du dieù Pan au livre II de Daphnis et Chloé», Rev. Ét. Gr . 88 (1975), 121-132.

23 Los dioses mismos aparecen purificados en Longo: nótese, por ejemplo, qué lejos está, en él, Pan de ser «taladro de pastores», como lo denominó obscenamente CALÍMACO (fr. 689 PF .).

24 Cf., por ejemplo, las afirmaciones sobre la afiliación cultual de Longo en MITTELSTADT , «Longus, Daphnis and Chloe and the Pastoral Tradition», Class. et Med . 27 (1966), 162-177. Nos gustará preguntar a estos autores si creen también que con relatos, como Acontio y Cidipa o Frigio y Pieria , Calímaco ha pretendido, igualmente, redactar propaganda religiosa. Y, sin embargo, están ya en ellos todos los elementos básicos que reaparecerán en Longo.

25 En su edición, pág. 20.

26 Aunque en algunos puntos sea discutible, es importante, a este respecto, la contribución de O. LONGO , en «Paessaggio di Longo Sofista», Quad. di Storia 4 (1978), 99-120.

27 Es posible, por supuesto, que, como efecto literario, haya sido exagerada la opulencia de estos grandes propietarios de Lesbos; véase, sobre esto, A. M. SCARCELLA , «Realtà e letteratura nel paesaggio sociale ed economico del romanzo di Longo Sofista», Maia , N. S., 2 (1970), 103-131. Señalemos también que este marco socioeconómico es muy semejante al descrito por Aquiles Tacio.

28 Cf. SCARCELLA , «La donna nel romanzo di Longo Sofista», Giorn. It. Filol. 24 (1972), 82-83.

29 Cf. SCARCELLA «La tecnica dell’imitazione in Longo Sofista», Giorn. It. Filol . 23 (1971), 34-59.

30 Cf. M. BERTI , «Sulla interpretazione mistica del romanzo di Longo», Studi Class. Orient . 16 (1967), 343-358.

31 Cf., sobre todo, SCHISSEL VON FLESCHENBERG , Entwicklungsgeschichte des griechischen Romans , Halle, 1913; «Die Technik des Bildeinsatzes», Philologus 72 (1913), 83-114, y el artículo «Longos» en PAULY -WISSOWA , Realencyclopädie , XIII 2 (1927), cols. 1425-1427; así como MITTELSTADT , Latomus 26 (1967), 752-761.

32 Que contrasta con el estatismo bucólico de la novela. Véase, por ejemplo, IV 29, 2 ss., en que las acciones de Gnatón son descritas con una notable celeridad.

33 En II 15, 1 hay, incluso, una velada alusión a este aspecto del estilo del propio autor.

34 Cf. S. GASELEE , en su Apéndice (pág. 413) a la edición de Longo y Partenio en «The Loeb Classical Library».

35 Para un análisis más pormenorizado del estilo de Longo, cf., por ejemplo, la Introducción de la edición de SCHÖNBERGER , págs. 22 y sigs., y L. CASTIGLIONI , «Stile e testo del romanzo pastorale di Longo», Rendiconti Ist. Lomb ., S. 2, 61 (1928), 203-223.

36 Citado en CHRIST -SCHMID -STÄHLIN , Geschichte der griechischen Literatur , II, 2, pág. 824 (n. 6).

37 Cf., por ejemplo, G. MOLINIÉ , Formation et survie des mythes. Colloque de Nanterre , París, 1977, págs. 75-80.

38 Sigue siendo básico para el tema el libro de S. L. WOLFF , The Greek Romances in Elizabethan Prose Fiction , Nueva York, 1912. Cf., también, F. A. TODD , Some Ancient Novels , Londres, 1940. Es importante señalar (con WOLFF , pág. 335) que en la Arcadia de SIDNEY , contra lo que se ha afirmado a veces, no parece haber indicios de la influencia de Longo.

39 Cf. G. HIGHET , The Classical Tradition. Greek and Roman Influences on Western Literature , Oxford (reimpr.), 1951, página 343.

40 En su edición, pág. 30.

41 Por supuesto y a pesar de la exclusión de los elementos eróticos, a nadie se le oculta que Longo (a través, probablemente, de sus imitadores) está en la base de la sentimental historia de Heidi de J. SPIRI .

42 G. ROHDE , «Longus und die Bukolik», Rhein. Mus ., N. S., 86 (1937), 35, señala Fausto II, 9558 ss., como un posible eco de Longo, sugerencia que es recogida por SCHÖNBERGER en su edición, pág. 31. Sin embargo, el texto de GOETHE no creemos que permita una clara decisión.

43 M. R. LIDA DE MALKIEL , La tradición clásica en España , Barcelona, 1975, pág. 349.

44 Por ejemplo, en SCHÖNBERGER , op. cit ., págs. 28 y sig.

45 Los libros de pastores en la literatura española , Madrid, 1974, pág. 70.

46 Cf. nuestra n. 151 de la traducción. El lector podrá juzgar si en los capítulos iniciales de Ada hay o no reminiscencias de Dafnis y Cloe .

47 Véase una prolija relación de artistas en SCHÖNBERGER , op. cit ., págs. 32 y sig.

48 A los datos que proporciona SCHÖNBERGER (pág. 35) puede añadirse la reedición con algunos retoques a cargo de J. GARBE (19624 ).

49 Hoy puede leerse, en forma revisada, en la edición de EDMONDS .

50 Que fue revisada y completada por COURIER en 1810.

51 Naturalmente no han faltado versiones en otras muchas lenguas (cf. algunas referencias en Schonberger, a las que puede añadirse la reciente traducción al griego moderno por R. ROUFOS [1970]).

52 Después de tantas alabanzas y críticas como esta traducción ha recibido (en muchos casos suponemos que sin el debido cotejo con el original griego), sería deseable una opinión más ponderada. A nuestro modo de ver deberían distinguirse tres aspectos muy distintos: la lengua de Valera, a la que no cabe poner objeciones desde luego; su versión, que, desde un punto de vista estrictamente filológico, deja mucho que desear, pero que responde a una vieja tradición de traducciones muy literarias y libres; y su principal mérito, que fue permitir la lectura de Longo en castellano por primera vez. Una cuarta cuestión, la de que, por razones morales, haya varias páginas en que texto y traducción sigan caminos diferentes, no merece a estas alturas un comentario.

53 Desde hace algún tiempo prepara una edición crítica de Longo con una nueva traducción el profesor de la Universidad de Salamanca F. ROMERO CRUZ .

54 Para un estudio de detalle, remitimos a las introducciones de las ediciones de KAIRIS , DALMEYDA y SCHÖNBERGER , así como a H. DÖRRIE , De Longi, Achillis Tatii, Heliodori memoria , Gotinga, 1935.

55 Laguna que afecta a los capítulos 12-17. El Laurentianus , a su vez, tiene otra laguna importante (además de otras menores) al final del libro tercero y comienzo del cuarto.

56 Este descubrimiento, como es sabido, fue acompañado de un escándalo provocado por una mancha de tinta con que el propio Courier dañó el manuscrito. Véase una detallada historia de esta cuestión en un apéndice de la edición de DALMEYDA .

57 Autor también de un estudio (inédito) sobre la lengua de Longo.

58 A punto de salir de la imprenta este libro, nos llega la noticia de dos nuevas traducciones de Longo al castellano: L. ROJAS ÁLVAREZ , Longo. Pastorales de Dafnis y Cloe , México, 1981 (bilingüe), y F. J. CUARTERO , Dafnis y Cloe , Barcelona, 1982.


PREÁMBULO

De caza en Lesbos, en un soto de las Ninfas contemplé [1 ] el más bello espectáculo que he visto: una pintura, una historia de amor 1 . Lindo también era el soto, arbolado, florido, con corrientes de agua. Un manantial todo lo nutría, flores y arboleda. Pero más deliciosa era la pintura, por su arte acabada, por su amorosa peripecia. Tanto que muchos, forasteros incluso, acudían a su fama, por devoción a las Ninfas y por el espectáculo del cuadro: había en él mujeres de parto, [2] otras ataviando con pañales, criaturas expuestas, ganado amamantándolas, pastores que las toman a su cargo, jóvenes prometiéndose, correrías de bandoleros, incursión de enemigos. Otros muchos episodios y todos de amor vi y admiré y tuve el deseo de darles con la letra una réplica 2 .

Luego de procurarme un intérprete del cuadro, mi [3] empeño produjo cuatro libros, ofrenda a Eros, a las Ninfas y a Pan, y un bien 3 para el gozo de todas las gentes, que salud dé al enfermo y al que pena consuele, del que amó los recuerdos avive, y sea mentor del no [4] enamorado. Que en absoluto nadie escapó o escapará del Amor mientras exista hermosura y ojos para verla. Pero a nosotros el dios nos permita, con el alma sana, poner por escrito las pasiones ajenas 4 .


1 Un estudio detallado del tipo de introducción a que responde ésta, con una écfrasis , puede leerse en el artículo de O. SCHISSEL VON FLESCHENBERG , «Die Technik des Bildeinsatzes», Philologus 72 (1913), 83-114.

2 Tópico del parangón entre pintura y poesía, de antiquísimo arraigo en la literatura griega, y resumido en el célebre «ut pictura poesis» horaciano.

3 Es difícil imaginar que no tenga Longo en la memoria un pasaje como TUCÍDIDES , I 22, 4.

4 Para la interpretación, cf. nuestras «Notas sobre Longo», Habis 10 (1979), § 2.1, en prensa.


LIBRO PRIMERO

Mitilene es una ciudad de Lesbos, grande y bella, [1 ] pues está dividida por canales, circulando en su interior el mar, y la engalanan puentes de pulida y blanca piedra. Cabría pensar que se ve no una ciudad, sino una isla 5 .

A unos doscientos estadios 6 de esta ciudad de Mitilene [2] había una finca de un hombre adinerado, la más bonita propiedad: montes criaderos de caza, llanadas de trigales, colinas de viñedos, pastos para el ganado. Y a lo largo de una playa dilatada, de muelle arena, batía el mar.

Cuando en esta finca apacentaba el rebaño un cabrero, [2 ] por nombre Lamón, encontró un niño al que una de las cabras daba de mamar. Había un encinar y maleza poblada de zarzales con hiedra errante por encima y blando césped, en el cual el crío yacía. Allá la cabra corriendo de continuo iba a desaparecer una y otra vez y, dejando a su chivo abandonado, se demoraba junto a la criatura.

[2] Atento está Lamón a estas idas y venidas, compadecido del chivo descuidado. Y en el apogeo del mediodía, yendo en pos del rastro, ve a la cabra que cautelosamente lo tiene con sus patas rodeado, para, al pisar, no ocasionarle con las pezuñas ningún daño, y al niño que, como del seno mismo de su madre, el hilo [3] de leche succionaba. Con el asombro que era natural, se les acerca y descubre a un varoncito, robusto y lindo, entre pañales mejores que la suerte de un niño abandonado. Pues había una mantilla de púrpura, un broche de oro y una espadita con empuñadura de marfil 7

[3 ] A lo primero se le ocurrió, llevándose tan sólo las prendas de identificación, no atender a la criatura. Luego, avergonzado de no imitar en humanidad ni aun a una cabra, y esperando la llegada de la noche, lleva todo, las prendas y el niño y hasta la propia cabra, [2] ante Mírtale, su mujer. Y a ella, estupefacta ante la idea de que las cabras paran niños, todo se lo explica: cómo lo encontrara abandonado, cómo lo viera alimentarse, cómo se avergonzó de dejarlo para que muriese allí. Siendo ella de igual parecer, esconden los objetos que acompañaban al expósito, aceptan la criatura como suya y confían a la cabra su crianza. Y a fin de que también el nombre del niño pareciese el de un pastor, acordaron ponerle Dafnis.

Pasados que fueron ya dos años, un pastor, de nombre [4 ] Driante, que apacentaba ganado en campos aledaños, tropieza también él con hallazgo y espectáculo parejos. Había una gruta dedicada a las Ninfas, un gran peñasco hueco en su interior, por fuera redondeado 8 . Las imágenes de las propias Ninfas habían [2] sido labradas en piedra: los pies descalzos, brazos desnudos hasta la altura de los hombros, las cabelleras sueltas hasta las gargantas, un cinto en torno al talle, despejado el ceño por una sonrisa. El aire del grupo era el de un corro de danzantes.

La cueva arrancaba desde el centro exacto de la [3] gran peña. Y el agua que del manantial borboteaba se vertía en forma de arroyuelo, de suerte que delante de la gruta también se extendía un prado delicioso, al nutrir la humedad abundante y tierna hierba. Y estaban allí consagrados, como exvotos de viejos pastores, colodras, flautas, zampoñas y caramillos 9 .

A este santuario de las Ninfas una oveja recién parida [5 ] acudía con tal asiduidad que en muchas ocasiones se la creyó perdida. Con la intención de corregirla y hacerla retornar a las buenas costumbres anteriores, Driante, combando una atadura de verde varilla de mimbre a manera de lazo, se allegó a la peña para atraparla allí. Mas de cerca no alcanzó a ver nada de [2] lo que había esperado, sino a aquélla, que le daba a una criatura la ubre del modo más humano para que sin escatimar mamara de su leche, y a ésta que, sin llorar, ansiosamente pasaba de la una a la otra ubre su boca limpia y reluciente, pues la oveja con su lengua le lamía la cara en cuanto se saciaba de alimento. [3] Hembra era el pequeñuelo éste y también la acompañaban pañales y prendas destinadas a ser reconocidas: una cofia bordada en oro, zapatos dorados y ajorcas de oro para los tobillos 10 .

[6 ] Con la idea de que su hallazgo era algún designio divino y con la oveja de maestra en compasión y amor a la criatura, la alza entre sus brazos, pone a buen recaudo en su zurrón las prendas y ruega a las Ninfas que sea de feliz augurio la crianza de la que bajo su [2] amparo había estado. Y al llegar la hora de recoger el hato y llegado que hubo a la majada, le cuenta lo que viera a su mujer, le enseña lo encontrado, la anima a tenerla por su hijita y, sin dar cuenta a nadie, a criarla [3] como propia. Y Nape (que así se llamaba), al punto, fue una madre que puso tal amor en la pequeña cual si temiera que la oveja fuese a avergonzarla. Y también ella le da, para evitar sospechas, un nombre de pastora: Cloe 11 .

[7 ] Estos niños crecieron prontamente y en ellos resaltaba una belleza en nada rústica. Ya tenía el uno quince años y ella dos menos, cuando Driante y Lamón en una [2] misma noche tuvieron este sueño: les pareció que las Ninfas de la gruta aquélla de la fuente, en que Driante hallara a la pequeña, ponían a Dafnis y a Cloe en manos de un rapaz presuntuoso y guapo, con alas en los hombros y dardos y un arco diminutos. Y que el rapaz, con un toque a ambos de una saeta solamente, les ordenaba apacentar en adelante, a él el rebaño de las cabras, a ella las ovejas.

La visión de este sueño los afligió, porque pararían [8 ] en pastores y cabreros 12 los que por la calidad de sus pañales estaban llamados a un destino superior, en atención al cual con mesa más escogida los criaban y habían hecho que aprendieran las letras y todo cuanto de bueno la vida del campo permitía. Pero su parecer fue seguir los dictados de los dioses, por cuya providencia se habían salvado. Se dan cuenta mutuamente [2] de su sueño y hacen un sacrificio al lado de las Ninfas en honor del mozalbete de las alas (pues no sabían su nombre) y los mandan de pastores con sus hatos, no sin enseñarles cada cosa: de cómo hay que llevarlos al pasto antes del mediodía y luego de que afloje la calor 13 ; de la hora de abrevarlos, de la de traerlos de [3] vuelta a la majada; con cuáles se ha de echar mano del cayado, con cuáles sólo de la voz. Y ellos con mucho gozo lo aceptaban, como elevado mando, y en cabras y en ovejas pusieron más amor que es de uso entre pastores, la una porque el estar a salvo a una oveja atribuía, el otro por tener en la memoria cómo, abandonado, una cabra lo criara.

Érase el comenzar la primavera 14 y todas las flores [9 ] mostraban su esplendor, en los sotos, en los prados y en los montes. Había ya rumor de abejas, gorjeo de los pájaros cantores, brincos de recentales: los corderos retozaban en las lomas, zumbaban en las praderas las abejas, las espesuras resonaban con el trino de las [2] aves. En todo reinaba tan bonancible tiempo que, tiernos y juveniles como eran, se pusieron a imitar cuanto escuchaban y veían. Si oían el canto de los pájaros, cantaban ellos; si contemplaban a los corderos respingando, saltaban ágilmente, y, también por querer emular a las abejas, recogían las flores y unas se las echaban al regazo y otras, entretejidas en menudas guirnaldas, las llevaban a las Ninfas.

[10 ] Comunes eran todos sus actos a fuerza de acudir a vecinos pastizales. Muchas veces Dafnis reagrupaba las ovejas que se apartaban del rebaño, muchas veces era Cloe la que hacía descender desde los riscos a las más atrevidas de las cabras. Y también uno guardaba ambas manadas, cuando el otro se enfrascaba en un juego. Y estos juegos suyos eran los propios de pastores [2] y de niños. Ella salía a recoger de algún paraje tallos de asfódelo 15 y tejer una jaula para grillos y, atareada en esto, desatendía sus ovejas. Él cortaba finas cañas, agujereaba los tramos entre nudos y, soldándolos con blanda cera, se ejercitaba en tañer su [3] flauta hasta que era anochecido 16 . En ocasiones incluso compartían su leche y vino, y de las meriendas, que llevaban de casa, hacían plato común. Y antes se habría visto sus ovejas y sus cabras unas de otras separadas que a Cloe de Dafnis.

Pero mientras se dedican a semejantes juegos Amor [11 ] se ingeniaba para darles desazón de esta manera:

Una loba, que criaba unos cachorros y urgida de buscar pitanza para darles el sustento, de los campos vecinos sustraía abundantes presas de otros rebaños. Se reúnen, pues, los aldeanos. Por la noche cavan fosos [2] de una braza de ancho por cuatro de hondo. Desparraman, llevándola a distancia, la mayor parte de la tierra removida y, tendiendo varas secas y alargadas para cubrir la zanja, esparcen el resto de la tierra hasta dar la apariencia que el suelo tenía antes. De tal modo que, con una liebre que a la carrera cruce, quiebre las ramas, menos resistentes que pajuelas, y entonces se averigüe que no había tal suelo sino un remedo solamente 17 .

Pese a que excavaron muchos hoyos así, tanto en los [3] montes como en los llanos, no lograron capturar a la loba, pues no se le escapaba que aquél era un suelo artificial. Pero sí hicieron perecer muchas cabras y ovejas, y por poco a Dafnis de este modo:

Unos machos cabríos en pleno celo se pusieron a [12 ] luchar. A uno de ellos de resultas de un choque más violento se le quiebra un cuerno y, dolorido y resoplando, emprende una huida que el ganador, yéndole a la zaga, no le deja detener. Dafnis, con sentimiento por el cuerno roto, a la vez que irritación por la arrogancia, toma un palo y el cayado y tras el perseguidor se lanza en persecución. Y como lo mismo el que escapaba [2] que el que furibundo perseguía no acertaban a distinguir con precisión lo que pisaban, caen los dos en una zanja, por delante el macho y detrás Dafnis. A Dafnis justamente lo libró que el buco le sirviera de sostén en su caída.

[3] Quedó, pues, el muchacho entre sollozos a la espera de que alguien, si pasaba, fuera a izarlo. Pero Cloe, que vio lo sucedido, se presenta a la carrera junto al foso, se entera de que vive y reclama el socorro de un [4] vaquero de los campos cercanos. Éste llega y busca una soga tan larga que, sujeto a ella y a tirones desde arriba, pueda salir Dafnis. No había cuerda ninguna, pero Cloe, soltándose el ceñidor 18 , se lo alarga al vaquero para echarlo, y así los dos en el borde se pusieron de pie a tirar. Y Dafnis trepó ayudando con las [5] manos a sus tirones del ceñidor, e izaron también al macho desdichado, que tenía quebrados los dos cuernos: ¡tanto expió por el buco derrotado! Al vaquero se lo dan agradecidos en recompensa para ser sacrificado, y se aprestan a fingir un ataque de los lobos si alguien de sus casas lo echa en falta.

De regreso pasan revista a sus ovejas y sus cabras, y una vez que han averiguado que tanto unas como otras siguen paciendo en orden, sentados en el tronco de una encina miran a ver si Dafnis, de la caída, sangra [6] en alguna parte de su cuerpo. No había desde luego herida alguna ni sangraba, pero tenía cubiertos de tierra y de barro el pelo y el resto del cuerpo. Y decidieron que se lavara antes de que Lamón y Mírtale cayeran en la cuenta del suceso.

[13 ] Llegándose con Cloe a la cueva de las Ninfas le da a guardar su ropilla y su zurrón. Se acerca al manantial [2] y se lava el pelo y todo el cuerpo. Y era su melena negra y abundante, y estaba tostado por el sol: se hubiera podido imaginar que el color de su piel se lo daba la sombra del cabello. Y a Cloe, que lo miraba, le parecía que Dafnis era hermoso, y, como antes no le parecía así, dedujo que el baño era el causante de esta belleza. Y también, mientras le lavaba la espalda, la carne le resultaba blanda al tacto, de modo que a escondidas muchas veces Cloe se tocaba para probar si su cuerpo era aún más delicado. Entonces (pues el sol [3] se ponía), llevaron de recogida los rebaños a sus casas, y Cloe no sentía ningún otro deseo que el de volver a contemplar a Dafnis en el baño.

Al día siguiente, al llegar a los pastos, Dafnis se [4 ] sentó al pie de la encina acostumbrada a tocar la flauta y, a la vez, vigilaba sus cabras que, echadas, estaban como atentas a sus sones. Y Cloe, sentada a la vera, también tenía la vista en sus ovejas, aunque más aún en Dafnis, y éste tocando la zampoña otra vez se le antojaba hermoso, y en esta ocasión a la música achacaba su belleza, de modo que, cuando Dafnis cesó, tomó igualmente ella la zampoña por ver si también se volvía hermosa. Lo convenció para que de nuevo se [5] bañara y lo vio bañarse y tras mirarlo lo tocó y otra vez al regresar se deshacía en elogios, en elogios que eran avanzadilla del amor.

La verdad era que la muchacha no sabía qué le pasaba, jovencita aún y criada en los campos y sin oír a ninguna otra persona mencionar el nombre del amor. Una desazón continua se había apoderado de su alma 19 , los ojos no la obedecían, murmuraba a cada instante «Dafnis», no reparaba en la comida, de noche no dormía, [6] el ganado tenía desatendido, tan pronta estaba a la risa como al llanto, lo mismo dormitaba que se alzaba de un brinco; su rostro estaba macilento, otras veces se le ponía rojo y ardiente 20 . Conducta tal, que ni 〈se esperaría en〉 una becerra picada por un tábano.

En ocasiones, a solas, se le venían a la mente, incluso, [14 ] palabras como éstas: «Ahora estoy enferma, pero ignoro cuál sea mi mal 21 . Tengo una dolencia y no sufro herida alguna. Estoy llena de pena y ninguna oveja se me ha muerto. Me abraso y estoy sentada en plena [2] sombra. Cuántos zarzales tantas veces me arañaron sin que llorase; cuántas abejas me hincaron su aguijón, mas seguí comiendo 22 . Pero más doloroso que todo aquello es esto que me punza el corazón. Hermoso es Dafnis: también lo son las flores; hermosamente suena su zampoña: también los ruiseñores, pero ellos no me [3] importan. ¡Ojalá me convirtiera en su zampoña, para que su soplo penetrara en mí! ¡Ojalá en cabra, para que él fuera mi cabrero! 23 . ¡Agua malvada!: a Dafnis sólo hiciste bello, y yo me he bañado para nada. Estoy perdida, amadas Ninfas. Y ni aun vosotras acudís a salvar a la doncella que se criara entre vosotras. ¿Quién, [4] cuando yo no esté, os pondrá guirnaldas? ¿Quién sacará adelante a los míseros corderos? ¿Quién cuidará del grillo parlanchín, que con muchos esfuerzos capturé para que con su canto junto a la gruta me hiciera conciliar el sueño? Pero ahora estoy insomne por causa de Dafnis y el grillo parla en vano.»

[15 ] Por trance tal pasaba Cloe y con tales palabras se expresaba, en busca del nombre del amor.

Pero el cabrero Dorcón, que a Dafnis y al macho había izado fuera de la zanja, un muchacho al que apuntaba ya la barba y que sabía de las obras y los nombres del amor, aquel día se enamoró de Cloe, y cuantos más pasaban más se le abrasaba el alma. De Dafnis, como de un niño, no se preocupaba, y resolvió conseguirla con regalos o a la fuerza.

Como primeros presentes les llevó, al uno, una [2] zampoña pastoril, con nueve cañas ensambladas con bronce en vez de cera 24 , y a la otra una piel de cervatillo de las que usan las bacantes, con tal colorido que parecía pintada. Pero, desde el momento en que por [3] un camarada lo tuvieron, poco a poco dejó de ocuparse de Dafnis, en tanto que sin faltar ni un día le llevaba a Cloe o un queso fresco o una guirnalda hecha de flores o una manzana bien madura 25 . Y alguna vez hasta le llevó un ternero recién nacido y un vaso 26 con adornos de oro y crías de los pájaros del monte. Y ella, que ignoraba las mañas de un enamorado, disfrutaba al recibir estos presentes, pero su placer era mayor porque podía regalárselos a Dafnis.

Y como era hora de que también Dafnis conociera [4] ya los trabajos que da amor, cierta vez se produjo entre Dorcón y él una disputa sobre cuestión de belleza. Cloe hacía de juez y un beso de Cloe era el galardón del vencedor. Y habló Dorcón así el primero:

[16 ] —Yo, muchacha, soy más alto que Dafnis; yo un vaquero y él un cabrero 27 . Y valgo tanto más que él cuanto los bueyes valen más que las cabras. Soy blanco como la leche y rubio como la mies a punto de siega. [2] Y me crió mi madre, no una bestia. Ése, en cambio, es pequeño, imberbe cual mujer y negro como un lobo. De apacentar cabrones se le ha pegado su horrible hedor, y es tan pobre que ni a un perro puede mantener. Y si, según cuentan, lo amamantó una cabra, en nada se distingue de los chivos.

[3] Tales fueron las palabras de Dorcón y, después de este discurso, dijo Dafnis:

—A mí me crió una cabra, igual que a Zeus 28 . Apaciento cabrones más altos que sus bueyes. Pero no me han pegado olor alguno, porque tampoco a Pan, por [4] más que un buco sea en su mayor parte. No me falta el queso, el pan cocido al espetón y el vino blanco, que son bienes del campesino rico. Soy imberbe, que lo es también Dioniso. Negro, como lo es el jacinto 29 . Pero más vale Dioniso que los sátiros y más el jacinto que [5] los lirios. Ése es rubio, igual que lo es la zorra; barbado como un macho cabrío y blanco como una dama de ciudad. Caso de que sea a mí al que hayas de besar, besarás mi boca; y, en cambio, de ése besarías los pelos de su barba 30 . Y acuérdate, muchacha, de que a ti te crió una oveja y, sin embargo, también eres hermosa.

Cloe no esperó más, sino que, encantada con el piropo [17 ] y deseosa hacía tiempo de besar a Dafnis, se abalanzó a besarlo, de modo inexperto y torpemente, pero capaz de sobra de inflamar un alma.

Dorcón, pues, dolorido, se alejó a la carrera buscando [2] al tiempo cómo abrir otras vías a su pasión. Pero Dafnis, como si lo hubieran mordido y no besado, tomó de inmediato un aire taciturno, sufría continuamente escalofríos, trataba de contener el palpitante corazón y no quería sino mirar a Cloe, aunque al mirarla se cubría de rubor. Por primera vez entonces le causaban maravilla [3] su cabello, por ser rubio; sus ojos, por grandes como los ojos de una vaca; y el rostro, porque de cierto era más blanco incluso que la leche de las cabras: como si se estrenara en tener ojos y antes hubiera estado ciego. Ni tomaba alimentos, sino para, a [4] lo más, probarlos; y de beber, si en algún momento era obligado, de humedecer la boca no pasaba. Se estaba callado quien antes era más parlero que los grillos; perezoso quien antes más inquieto que sus cabras. El rebaño incluso estaba descuidado, tirada la zampoña. Su cara tenía menos color que la hierba en el verano 31 , y guardaba su plática tan sólo para Cloe, y si algún rato se apartaba de ella mantenía consigo tal soliloquio: «¿Qué efecto es éste que me produce un [18 ] beso de Cloe? Sus labios son más suaves que las rosas y su boca más dulce que un panal 32 , pero su beso más punzante que el aguijón de una abeja 33 . Muchas veces besé a mis cabritos, muchas besé a los perrillos a poco de nacer y al ternero que Dorcón le regaló. Pero este beso es otra cosa: se me escapa el resuello, se me sale el corazón a saltos, se me derrite el alma y, sin embargo, [2] quiero besarla otra vez. ¡Qué funesta victoria!, ¡qué extraña enfermedad, cuyo nombre ni siquiera conozco! ¿Acaso antes de besarme probó Cloe alguna pócima? ¿Cómo entonces no murió? ¡Cómo se oyen cantar los ruiseñores y mi zampoña está en silencio! ¡Cómo respingan los cabritos y yo me estoy sentado! ¡Cómo se abren las flores y yo no trenzo guirnaldas! Florecen las violetas y el jacinto, mientras Dafnis se marchita. ¿Hasta Dorcón habrá de parecer más guapo que yo?»

[19 ] Por tal trance pasaba el buen Dafnis, tal decía: que por primera vez probaba las obras y palabras del amor.

Y el boyero Dorcón, el que andaba de Cloe enamorado, y que acechaba a Driante cuando enterraba un plantón de vid por allí cerca 34 , se le arrima con unos quesillos deliciosos y se los ofrece de regalo, pues era un viejo amigo de cuando el propio Driante apacentaba sus ovejas. Y luego de comenzar por ese extremo, logró [2] llevar la charla hacia el casamiento de Cloe. Si la tomaba por esposa, prometía presentes tantos y valiosos como se espera de un boyero 35 : una yunta de bueyes de labranza, cuatro colmenas, cincuenta plantones de manzanos, una piel de toro para hacerse zapatos, un [3] ternero destetado cada año. De manera que Driante estuvo casi a punto, seducido por los regalos, de dar a tal unión su asentimiento. Mas en la idea de que la doncella era digna de un esposo de más alta calidad, y por el miedo a caer en infortunios sin remedio si alguna vez fuese público su hurto 36 , dio un no a la boda, pidió disculpas y declinó los obsequios nombrados.

Dorcón, pues, como en su segunda esperanza hubiera [20 ] errado y perdido unos ricos quesos sin provecho, resolvió apoderarse de Cloe cuando se encontrara sola. Al observar que cada día llevan sus ganados a abrevar Dafnis una vez y otra la muchacha, maquina una artimaña muy propia de un pastor. Toma la piel de un [2] lobo enorme, al que un toro, en lucha por defender a la vacada, había en una ocasión matado con sus cuernos. Con ella se recubre desde los hombros a los pies, de modo que las patas delanteras se superpongan a sus brazos, las traseras a sus piernas hasta el talón, y que la abertura del hocico envuelva su cabeza, tal cual el yelmo de un guerrero 37 .

Transformado así, lo más que pudo, en fiera, se [3] acerca al manantial en que beben las cabras y ovejas después de haber pastado. El manantial estaba en una hondonada y por todo su contorno el paraje era bravío, con espinos y zarzales y enebro bajo y cardos: incluso [4] un lobo de verdad fácilmente podría haber estado allí escondido y al acecho. Y allí se ocultó Dorcón a la espera de la hora de abrevar, con toda su esperanza puesta en atrapar a Cloe valiéndose del miedo que con su figura le infundiera.

Al cabo de un rato no muy largo hacía Cloe bajar [21 ] el ganado hacia la fuente, dejando a Dafnis, que cortaba ramas verdes para regalo de sus chivos tras el [2] pasto 38 . Y los perros que la seguían, guardianes de las ovejas y las cabras, que como canes que eran iban registrando todo con su alfato, descubren a Dorcón cuando ya rebullía para atacar a la zagala, le ladran ferozmente y se lanzan a por él como si de un lobo se tratara. Rodeándolo, antes de que con el susto acabara de alzarse, [3] la emprendieron a dentelladas con la piel. En tanto él, con la vergüenza de verse en evidencia y al resguardo de la piel que lo tapaba, se estaba echado y en silencio en la espesura. Pero una vez que Cloe, en el sobresalto de lo primero que acertara a ver, llamó a Dafnis en su ayuda, y los perros, arrancándole la piel por todas partes, en su propio cuerpo lo alcanzaban, lamentándose a gritos suplicaba socorro a la muchacha [4] y a Dafnis que acudía. Entonces a los canes prontamente los aplacan con la llamada de costumbre y llevan a Dorcón hasta el manantial para lavarle los mordiscos, que en muslos y hombros le habían hecho las dentelladas de los perros, y le aplican, después de masticarla, [5] corteza tierna de olmo 39 . Con su inexperiencia de los atrevimientos que el amor provoca, atribuyeron el disfraz de la piel a una broma de pastor, y ni siquiera se enfadaron; al contrario, consolando a Dorcón, lo despidieron un trecho llevándolo del brazo.

[22 ] Éste dedicaba cuidados a su cuerpo, tras correr tan gran peligro y a salvo de boca de perro, no de lobo, según dicen 40 . Y a Dafnis y a Cloe harto trabajo hasta [2] la noche les costó reunir cabras y ovejas. Pues, espantadas por la piel y alborotadas por los ladridos de los perros, unas habían trepado hasta las peñas y otras bajado a la carrera hasta el mismo mar. Por más que estaban amaestradas para que obedecieran a una voz, cedieran a la seducción de una zampoña y se reunieran al oír una palmada, esa vez sin embargo el terror les infundió el olvido de todas esas normas. Y a duras [3] penas, siguiéndoles el rastro como a liebres, terminaron por llevarlas al aprisco.

Por sólo aquella noche durmieron con un profundo sueño, hallando en su fatiga un tónico para sus inquietudes amorosas. Pero, al renovarse el día, otra vez de [4] vuelta se encontraban con semejantes congojas. De verse disfrutaban, se afligían al separarse, sufrían, deseaban algo sin que supieran qué era lo deseado 41 . Tan sólo esto conocían: que a él un beso lo perdió y un baño a ella.

También los abrasaba la época del año. Érase ya [23 ] entonces el fin de la primavera y el inicio del verano, y todo estaba ya en sazón, los árboles con fruto, los llanos con las mieses. Dulce era el resonar de las cigarras, dulce el aroma de la fruta 42 , grato el balar de las ovejas. Cabría imaginar que hasta los ríos con su manso [2] fluir entonaban un canto, que los vientos tocaban la zampoña al soplar entre los pinos 43 , que las manzanas buscaban amorosas desplomarse por tierra, y que el sol, aficionado a la belleza, a todos procuraba desnudarlos.

Dafnis, que sufría los ardores que le llegaban de la naturaleza toda, se sumergía en las aguas de los ríos, unas veces se lavaba, otras pretendía pescar entre el torbellino de los peces. Y en más de una ocasión bebía incluso, con el afán de apagar la interna quemazón. Y Cloe, cuando había ordeñado sus ovejas y la mayor [3] parte de las cabras, por largo tiempo se ocupaba en hacer que la leche se cuajase, pues las moscas se mostraban tenaces molestándola y hasta picándola si pretendía ahuyentarlas. Y luego de esto, se lavaba la cara, se coronaba con ramas de pino, se ceñía la piel de cervatillo y, llenando el cuenco a rebosar de vino y leche, con Dafnis en común se lo bebía.

[24 ] Pero era al llegar el mediodía cuando sus ojos quedaban apresados. Pues a ella, al ver desnudo a Dafnis, su entera belleza la invadía y derretíase sin poder descubrir la menor tacha en parte alguna de su cuerpo. Y él, al contemplarla cuando con su piel y su guirnalda le alargaba el cuenco, creía ver a una de las Ninfas de [2] la gruta. Entonces le arrebataba de la cabeza las ramas de pino y él mismo se coronaba, besando antes la guirnalda. Y Cloe se vestía con las ropas de Dafnis, mientras él estaba lavándose y desnudo, no sin antes [3] besarlas también ella. En alguna ocasión, incluso, se arrojaron manzanas 44 uno al otro y, peinándose el cabello, se engalanaron mutuamente las cabezas. Ella comparó, por negro, el pelo de Dafnis con los mirtos; él con una manzana el rostro de ella, porque era blanco [4] y sonrosado 45 . La enseñaba a tañer la flauta, pero, apenas empezaba a soplar, Dafnis arrancándole la zampoña recorría las cañas con sus labios. Y parecía corregirle sus errores, mas con este simulacro besaba por mediación de la zampoña a Cloe 46 .

Y mientras tañía Dafnis su siringa a la hora de la [25 ] siesta 47 y los ganados se refugiaban en la sombra, Cloe sin darse cuenta dormitaba. En cuanto descubría esto, dejaba Dafnis su zampoña e insaciable demoraba su mirada por toda ella, como sin tener que avergonzarse, y al tiempo disimuladamente con voz queda susurraba: « ¡Cómo duermen sus ojos! ¡Qué aliento el de su boca!: [2] ni siquiera las manzanas ni los sotos 48 pueden comparársele. Pero recelo de besarla: su beso muerde el corazón y, como la miel reciente, hace enloquecer 49 . Tampoco me decido, no sea que al besarla la despierte. ¡Ruidosas cigarras, que no la dejarán dormir con tal [3] escándalo! Es más, ¡hasta los machos a golpes de cornamenta se enzarzan ahora! ¡Lobos más cobardes que zorras, que no se los han llevado!»

Con tales razones se expresaba cuando, en su huida [26 ] de una golondrina que quería capturarla, una cigarra vino a parar al regazo de Cloe. La golondrina que iba persiguiéndola no acertó a alcanzarla, pero con la persecución se acercó tanto que le rozó las mejillas con sus alas. Y a Cloe, sin saber qué le pasaba, con un grito [2] el sobresalto la sacó del sueño. Al ver la golondrina que aún volaba cerca y a Dafnis que se reía de su miedo, el susto se le pasó y se frotaba los ojos, que en seguir dormidos se empeñaban. La cigarra desde el regazo [3] retornó a su canto, igual que un suplicante reconocido de haber sido salvado. De nuevo dejó Cloe escapar un grito. Dafnis volvió a reír y, aprovechando el pretexto, le deslizó sus manos en el pecho y a la buena cigarra sacó fuera, la cual ni así en su mano derecha se callaba. Cloe la miró complacida, la cogió y, con un beso, volvió a depositarla, sin que cesara de cantar, en su regazo 50 .

[27 ] En cierta ocasión les llegaba para su gozo desde el bosque el pastoril zureo de una paloma torcaz. Cloe deseaba saber lo que decía y Dafnis se lo enseña contándole esta historia tan común:

[2] «Hubo, zagala, una zagala igual de linda y que así apacentaba muchas vacas en un bosque. Era también cantarina y sus vacas se recreaban con el arte de su canto y las pastoreaba sin golpes de cayado ni picarlas con la aijada. Sentada, en cambio, al pie de un pino, con una guirnalda de sus ramas, entonaba una canción de Pan y Pitis 51 . Y las vacas permanecían junto a su voz.

[3] »Un muchacho que no lejos apacentaba vacas, también él lindo y cantarín igual que la zagala, puesto a rivalizar con sus canciones hizo gala, a su vez, de una voz más potente, que por algo era varón, pero dulce, como propia de un muchacho, y a ocho de las vacas, las mejores, con este hechizo extraviadas se las llevó con su rebaño.

[4] »Se duele la zagala con el daño recibido en su ganado, a más de verse derrotada en sus canciones, y a los dioses les suplica que antes de estar en el hogar de vuelta se haya convertido en ave. Los dioses acceden y la mudan en el pájaro ese, montaraz cual la zagala, y como aquélla melodioso. Y aún ahora con su arrullo denuncia su infortunio, queriendo recobrar sus vacas» 52 .

Placeres como éstos les traía el verano. Pero, cuando [28 ] ya el otoño estuvo en su apogeo y maduros los racimos, unos piratas tirios, que tripulaban una nave caria para no pasar por extranjeros 53 , fueron a tocar en la campiña y, desembarcando con petos y machetes, expoliaban cuanto a las manos les venía, vinos olorosos, grano en abundancia, miel de los panales. Se llevaron incluso algunos bueyes del hato de Dorcón. Y a [2] Dafnis lo sorprenden caminando al azar por el borde de la playa, pues Cloe, como zagala, por miedo a los pastores insolentes sacaba más tarde los ganados de Driante. Y, al ver a un mozalbete crecido y apuesto y de mayor valía que lo que rapiñaran de los campos, ya no se ocuparon para nada ni de las cabras ni del resto de las fincas y lo condujeron a bordo de su barco entre sollozos, sin recursos y con sus gritos invocando a Cloe. Y soltando la amarra y empuñando los remos se [3] alejaban mar adentro, y en esto que Cloe llegaba con su grey y una zampoña nueva que de regalo le traía a Dafnis. Al ver el alboroto de las cabras y oír que Dafnis la llamaba con gritos más agudos cada vez, no piensa en sus ovejas, tira la zampoña y a todo correr se presenta donde estaba Dorcón a demandar su ayuda.

[29 ] Pero Dorcón yacía en tierra, quebrantado por los piratas con profundas heridas 54 ; apenas alentaba y perdía la sangre a chorros. Con todo, al ver a Cloe, recobrando un pequeño rescoldo 55 por su viejo amor le dijo: «Yo, Cloe, estaré muerto dentro de poco, pues los impíos salteadores por luchar en defensa de mis [2] bueyes me han abatido como a un buey. Mas tú salva para ti a Dafnis, véngame a mí y a ellos destrúyelos. He enseñado a mis vacas a seguir el tañido de mi flauta, a perseguir su melodía, por lejos que esté el sitio donde pasten. Ve, pues, toma esa zampoña y toca el aire aquel que yo enseñé una vez a Dafnis y Dafnis a ti. El resto correrá a cargo de la flauta y de las vacas [3] que allí están. Y la zampoña misma, con la que en competición derroté a muchos boyeros y cabreros, de regalo te la dejo 56 . Y tú, a cambio de esto, mientras aún vivo, bésame y, cuando haya muerto, llórame. Y, cuando veas que otro lleva mis vacas a pastar, acuérdate de mí.»

[30 ] Tan sólo estas palabras pronunció Dorcón y, al tiempo que besaba por postrera vez, con el beso y con la voz se le escapó la vida.

Y Cloe, empuñando la siringa y aplicándole los labios, tocó con la mayor fuerza de que fue capaz. Y las [2] vacas oyen y reconocen la canción; con unánime arrancada mugiendo se precipitan en el mar. Y como su brusco salto se produjo por una misma borda de la nave y con la zambullida de las vacas se hendió el mar, se volcó la embarcación y, cuando las olas se cerraron, acabó de naufragar 57 . Los hombres se arrojan de la nave, pero con esperanzas diversas de salvarse: los [3] piratas tenían ceñidos sus machetes, estaban revestidos de sus petos escamosos 58 y calzaban grebas hasta media pierna. Dafnis en cambio estaba descalzo, por estar apacentando sus ganados en el llano, y medio desnudo, porque era todavía la estación del calor. A aquéllos, [4] pues, después de nadar un breve rato, sus armaduras los arrastraron hasta el fondo, mientras Dafnis sin esfuerzo se despojaba de su ropa, aunque nadar le resultaba fatigoso por haber nadado antes sólo en los ríos. Pero luego su propio apuro le enseñó qué había [5] de hacer: tomó impulso hasta el centro de las vacas, se aferró a los cuernos de dos con ambas manos y se dejó llevar en medio, sin más molestia ni cansancio que si condujera un carro. Y es que una vaca nada [6] incluso mejor que un hombre: sólo le ganan los pájaros acuáticos y los propios peces. Y no perecería mientras nada a no ser que perdiera las pezuñas, caladas de humedad. Y son testimonios de esta noticia, hasta ahora, los muchos puntos del mar que reciben el nombre de «Paso de la Vaca» 59 .

Y es de esta manera como viene Dafnis a salvarse, [31 ] escapando de dos peligros contra toda esperanza: de los piratas y de un naufragio. Sale del agua, encuentra en la ribera a Cloe, que ríe y llora a la vez 60 , se arroja en su regazo y le pregunta con qué fin había tocado [2] la zampoña. Y ella todo se lo cuenta: su carrera en busca de Dorcón, el amaestramiento de las reses, cómo la animó a tañer la flauta y que Dorcón estaba muerto. Tan sólo, por pudor, no le habló del beso 61 .

Resolvieron honrar a su bienhechor y, con sus allegados, [3] acudieron a enterrar al infeliz Dorcón. Amontonaron un gran túmulo de tierra, sembraron plantas de jardín en abundancia 62 y colgaron en su honor primicias de sus labores. Pero también le hicieron libaciones de leche, exprimieron racimos y quebraron muchas flautas.

[4] A sus vacas se las oyó mugir en tonos lastimeros y entre mugidos se las vio corretear desatentadas. Que, según se imaginaban pastores y cabreros, ése era el duelo de las reses, por su vaquero muerto 63 .

[32 ] Después del entierro de Dorcón llevó Cloe, para lavarlo, a Dafnis allá junto a las Ninfas, dentro de la gruta. También ella en esa ocasión por primera vez, mientras Dafnis la miraba, lavó su cuerpo, blanco y pulcro por su propia hermosura y que no precisaba [2] baño alguno para ser tan hermoso. Recogieron cuantas flores trae esa época del año, coronaron de guirnaldas las imágenes y de la peña colgaron como ofrenda la zampoña de Dorcón. Tras esto, fueron a inspeccionar [3] sus hatos de cabras y de ovejas. Y estaban todas echadas, sin pastar, sin balar, sino —creo yo— con nostalgia por Dafnis y por Cloe, que no aparecían 64 . Con que, una vez que se dejaron ver y les dirigieron las voces que solían y tañeron la zampoña, las ovejas se alzaron y se pusieron a pastar, y las cabras brincaron resoplando, como gozosas de que su cabrero habitual estuviera sano y salvo.

No obstante, Dafnis no podía animar a su alma a [4] estar alegre, tras haber visto a Cloe desnuda y desvelada la belleza que antes le había estado oculta. Le dolía el corazón, como roído por ponzoñas 65 , y exhalaba agitadamente a ratos el aliento, como si lo fueran persiguiendo, y otras veces le faltaba, como si lo tuviera extenuado de las carreras anteriores. Juzgaba que el baño era más temible que el mar y pensaba que aún su alma permanecía entre los piratas: tan joven era y rústico, sin que supiera todavía que Amor es un pirata 66 .


5 La antítesis es artificiosa y de ahí que muchos traductores recurran a una mención más plural, como «un archipiélago», «un grupo de islas», etc. Este contraste entre ciudad e isla se repetirá en AQUILES TACIO (II 14). Por otra parte, de esta conformación de Mitilene nos hablan PAUSANIAS (VIII 30, 2) y ESTRABÓN (XIII, 2, 2), y de la belleza de la ciudad es aún un eco el «Mytilene pulchra» de HORACIO , Epíst . I 11, 17.

6 Algo más de 35 Km.

7 Típicos gnorísmaia o prendas que permitían un eventual reconocimiento futuro por parte de los auténticos padres de la criatura expuesta. Tres objetos hay también en el Ión euripideo (vv. 1412 ss.), remoto modelo de este recurso tan utilizado por la Comedia Nueva, etc. En cuanto a estas prendas concretas, el término que traducimos por «mantilla» es variable en los manuscritos y vuelve a ser problemático en IV 21, 2, y, de todos modos, otro semejante aparece en MENANDRO , Tonsurada 822 (392). La púrpura era el color noble por excelencia y corroboraba la buena cuna del niño. Y una espada se da con idéntica función en la leyenda de Teseo, tal como vemos en el fr. 236 PF ., de CALÍMACO .

8 Cf. descripciones de grutas en Odisea XIII 102-112, TEÓCRITO , VII 136 ss., y sobre todo, ALCIFRÓN , IV 13, 4 s.

9 Para detalles sobre las flautas antiguas, cf. A. A. HOWARD , «The Aὐλóς or Tibia», Harv. Stud. Class. Philol . 4 (1893), 1-60, e infra , n. 16.

10 El término mitra («cofia») puede referirse realmente a una especie de cofia, pero también es uno de los varios nombres del ceñidor del pecho femenino. Aquí parece más verosímil lo primero. Sin embargo, en Heliodoro la protagonista Cariclea llevaba, precisamente, al ser expuesta, un ceñidor entre sus gnorísmata . Por lo demás, otra mitra aparece con esta misma función en Tonsurado 823 (393), y unos zapatos, en el ya mencionado fr. de CALÍMACO .

11 «Hierba tierna y verde». Como epíteto se aplica a la diosa agrícola Deméter.

12 La capacidad decisoria del sueño es un tópico muy antiguo en la literatura griega y representa un modo de intervención divina en la vida humana. La imposición por este conducto de una profesión recuerda, sin duda, los sueños de consagración de los artistas (cf., del autor de esta traducción, «¿Otra consagración poética?: Anacreóntica primera», Emerita 47 [1979], 1-9).

13 Sobre este tema, cf. VIRGILIO , Geórgicas III 322-338.

14 Cf. otra descripción de la primavera, con diferente tono desde luego, en III 12 s., así como las demás descripciones de las estaciones en I 23, 3; II 1, y III 3.

15 Cf. TEÓCRITO , I 52 s.

16 Se trata de la siringa o flauta de Pan. Esta especie de zampoña podía estar formada por un número variable de canutos soldados entre sí y, en principio, de igual longitud, por lo que la cera era usada también para taponarlos y crear así el requerido escalonamiento de sus longitudes. Pero (cf. II 34, 3) sin duda LONGO se refiere ya a la más moderna zampoña de «cañas desiguales», que será prolijamente descrita por AQUILES TACIO en VIII 6.

17 HERÓDOTO (IV 201) nos describe una trampa muy semejante, aunque con una finalidad bien distinta.

18 Es decir, la especie de larga faja o venda con que se ceñían el pecho las mujeres y que podía ser, con frecuencia, una prenda exterior y, por tanto, muy fácil de utilizar eventualmente para otros fines, como aquí. Otras traducciones, como «la cinta de sus crenchas» de Valera, son erróneas.

19 Cf. SAFO , fr. 96, 17 L. P., del que, tal vez, haya aquí un eco.

20 Cf. los efectos iniciales del amor en Dafnis (I 17, 2 ss.), con algunos detalles comunes, e, igualmente, el monólogo que sigue en ambos casos. Nótense los aspectos patológicos del nacimiento de la pasión, que tan usuales son en el género (cf. C. MIRALLES , en Erotica Antiqua , 20 sig.).

21 Cf. PLATÓN , Fedro 255d.

22 Innumerables han sido los intentos de corrección o de interpretación de esta palabra, como si fuese tan chocante o de tan mal gusto que Cloe haga esta observación.

23 Expresión tópica de deseos en la literatura amatoria (cf., más adelante, II 2, 2 y IV 16, 3).

24 Se trata, evidentemente, de una siringa de gran calidad, no como las improvisadas por Dafnis. El número de canutos es el mismo que en [TEÓCRITO ], VIII 18 ss., y debía de ser poco corriente (lo más normal era la cifra de siete).

25 Conocido símbolo erótico (cf. el detallado estudio de A. R. LITTLEWOOD , «The Symbolism of the Apple in Greek and Roman Literature», Harv. Stud. Class. Philol . 72 [1967], 147-181).

26 En realidad, un tipo de cuenco como el que aparece (y que nos es prolijamente descrito) en TEÓCRITO , I 27 ss., utilizable tanto para ordeñar como para beber y con tamaños, por supuesto, distintos (cf. el trabajo de A. M. DALE recogido en sus Collected Papers , Cambridge, 1969, págs. 98-102).

27 Cf. TEÓCRITO , I 86. Según DONATO (Vida de Virgilio 49), en el escalafón de honor del género bucólico los cabreros ocupaban el grado ínfimo, los vaqueros el superior y los pastores el intermedio.

28 Al que amamantó, según el mito, la cabra Amaltea.

29 Cf. Odisea VI 230 s.; TEÓCRITO , X 26 ss., y el comentario de Gow al v. 28. El epíteto más corriente para el «jacinto» (en realidad, toda una variedad de plantas posibles) es «purpúreo», pero también aparece, a veces, «negro».

30 Véase el comentario de Gow a TEÓCRITO , III 9.

31 Entendemos la expresión del mismo modo que Hirschig, Schonberger y otros. De modo distinto la entienden autores como Dalmeyda y Grimal. Cf. SAFO , fr. 31, 14 L. P.

32 Cf. TEÓCRITO , I 146.

33 Cf. ya JENOFONTE , Memorables II 3, 11-13, y aquí, AQUILES TACIO , II 7, 6.

34 La expresión es un tanto ambigua y con frecuencia ha sido entendida como: «plantaba un arbusto (es decir, ‘enterraba un plantón’) cerca de un pie de vid», e interpretada en el sentido de que realmente clavaba un rodrigón. Véase, luego, II 1, 4 y n. 69.

35 Algún traductor (por ej., SCHÖNBERGER ) entiende: «si se piensa que sólo era un boyero», con lo que se despoja a la frase y a la persona del propio boyero de toda su graciosa presunción. No debe olvidarse lo dicho en n. 27.

36 Evidentemente, por haber dispuesto de quien no era, en verdad, su hija, aunque no puede estar lejos la idea de correr el riesgo de pasar por secuestrador de niños, de acuerdo con el tipo tan corriente, por ej., en la comedia plautina.

37 Cf. el descrito, por ej., en Ilíada X 261 ss. El disfraz de Dorcón puede muy bien estar inspirado en la Dolonía homérica y en el Reso (vv. 208 ss.).

38 Cf. II 20, 2, donde el autor recurre a un pretexto semejante para alejar a Dafnis de su compañera por necesidades narrativas.

39 Es decir, la parte interna de la corteza, utilizada frecuentemente con fines medicinales.

40 «De la boca de un lobo» era una expresión usual para aludir a un peligro del que se salía (cf. la fábula esópica 224 CHAMBRY , 156 PERRY ).

41 Cf. PLATÓN , Fedro 255d, y aquí II 8, 3.

42 Cf. TEÓCRITO , VII 143.

43 TEÓCRITO , I 1 ss.

44 Cf. n. 25. Longo juega, evidentemente, con la ignorancia del símbolo por parte de los adolescentes y su conocimiento por la del lector.

45 Cf. TEÓCRITO , VII 117, «Anacreóntica» 17, 18 s. PREIS .; OVIDIO , Metamorfosis III 482 ss., etc.

46 Cf. LUCIANO , Diál, de los dioses V 2; AQUILES TACIO , II 9, 2 s., y aquí, III 8, 2, como una variante del mismo tema erótico.

47 Longo olvida que, según TEÓCRITO (I 15 ss.), no es ésta la hora adecuada para la música, por no despertar al irascible Pan, o, más bien, tiene un concepto mucho más suave del dios. Cf., sin embargo, II 25 ss.

48 Este segundo parangón ha sorprendido a muchos y llevado a bastantes editores y traductores a alterar el texto, sin duda sin necesidad.

49 Si bien la miel podía formar parte de pócimas curativas, por otra parte, verosímilmente en relación con los tipos de flores, se decía que provocaba infecciones y delirios (cf. JENOFONTE , Anábasis IV 8, 20 s., por ejemplo).

50 Este episodio tiene un indudable eco, muy reelaborado por supuesto, en el canto segundo de Miréio de MISTRAL (canto éste sobre todo pleno de reminiscencias de Longo). Cf. C. O. ZURETTI , «Longo Sofista I 24 (¡sic!) e Mirèio», Riv. di Filol. Class . 41 (1913), 3 sig.

51 Pitis («Pino»), una ninfa amada por Pan, había escapado de este enamorado, según una versión del mito, metamorfoseándose en pino (cf. NONO , Dionisiacas II 108 y 118).

52 Longo puede haber tenido en cuenta para esta fábula los abundantes mitos de metamorfosis de humanos en aves, pero, sobre todo, casos como los de las Emátides o Piérides, que también, de resultas de una derrota en una competición de canto, se volvieron aves (cf. OVIDIO , Metamorfosis V 662 ss., etc.).

53 Los piratas, que procedían de la Tiro fenicia, querían pasar por marinos de la cercana Caria, para inspirar confianza. La presencia de piratas en las costas de Lesbos, aunque aquí naturalmente obedece a uno de los tópicos del género, no es inverosímil, por estar Lesbos en una de las rutas habituales de la navegación antigua.

54 Literalmente, «heridas o golpes juveniles», es decir, producidos por mano joven y fuerte.

55 Esta expresión se ha entendido al menos de dos modos distintos: o bien «rescoldo de su viejo amor», o bien «rescoldo de vida», reanimado gracias al recuerdo de aquel amor, que es como lo entendemos aquí.

56 Cf. VIRGILIO , Bucólicas II 36 ss., como posible modelo para este regalo del vaquero moribundo.

57 Un episodio semejante (aunque contado de unos puercos) puede leerse en PLINIO , Hist. Nat . VIII 77, 208, y en ELIANO , Hist. Anim . VIII 19.

58 Corazas que cubrían sólo la parte anterior del tronco y recubiertas de escamas metálicas imbricadas.

59 El más célebre, por supuesto, el Bósforo, según la etimología popular. Todo el § 6 ha sido considerado por algunos como una simple interpolación, producto de un aficionado al género de las curiosidades y las noticias fabulosas. No obstante, este tipo de pasajes es corriente en las novelas, como veremos, sobre todo, en Aquiles Tacio.

60 Cf. Ilíada VI 484.

61 Esta pequeña infidelidad de Cloe se corresponde, en el complejo juego de los paralelismos de la obra, con la (mayor, sin duda) de Dafnis en el episodio de Licenion (III 18), que también será silenciada.

62 Cf. Ilíada VI 419 s.

63 Cf. TEÓCRITO , I 74 s., así como el poema de Mosco (?) a la muerte de Bión.

64 Cf. TEÓCRITO , IV 12 ss.

65 Cf. PLATÓN , Fedón 118, y aquí, anteriormente, I 18, 2.

66 Cf. Antología Palatina V 161 (HEDILO O ASCLEPIADES ) y 309 (DIÓFANES ).


LIBRO SEGUNDO

[1 ] Como ya se estaba en pleno otoño y se echaba encima la vendimia, todos andaban en el campo atareados. Éste el lagar dejaba a punto, limpiaba aquél las [2] cubas y aquel otro tejía cestos. Se ocupaban uno de una pequeña podadera para cortar racimos, otro de una piedra con que poder exprimirles todo el jugo 67 y algún otro del mimbre seco y a golpes ya pelado, para poder disponer de luz cuando de noche trasegaran el mosto 68 .

[3] Dejaban entonces Dafnis y Cloe sus rebaños de cabras y de ovejas, a fin de prestarse ayuda mutuamente. Él cargaba con cestos llenos de racimos, echándolos en los lagares los pisaba y acarreaba el vino hasta las cubas. A los vendimiadores, Cloe les preparaba el yantar y les servía vino añejo de beber, y hasta [4] recogía uvas de las vides más rastreras: pues era en Lesbos la viña toda baja y no de la que crece por lo alto ni trepando por los árboles, sino que a poca altura desplegaba sus sarmientos y se extendía a la manera de la hiedra. Incluso una criatura alcanzaría un racimo, apenas de las mantillas liberados sus brazos 69 .

Como era de esperar en la fiesta de Dioniso y en el [2 ] nacimiento de sus caldos, las mujeres, a las que de los campos del contorno se llamaba para que echaran una mano con el vino, ponían sobre Dafnis sus miradas y elogiaban su belleza por comparable a la del dios. De entre las de más desenvoltura hubo una que llegó a besarlo, con lo que excitó a Dafnis y dio aflicción a Cloe. Y los de los lagares le lanzaban a Cloe gritos [2] de todos los colores, igual que sátiros a por una Bacante daban saltos de locos y suplicaban volverse ovejas y que ella los llevara al pasto. De suerte que era entonces su turno de sentirse halagada y el de Dafnis afligido. En fin, que ambos deseaban que acabara cuanto [3] antes la vendimia, recobrar sus parajes de costumbre y, en vez de voces destempladas, escuchar la zampoña o, incluso, los balidos del ganado.

Después que, pasados pocos días, las vides estuvieron [4] vendimiadas y las cubas con el mosto y ya no eran precisos tantos brazos, hicieron bajar sus rebaños hasta el llano. Y ellos, alborozados, fueron a prosternarse ante las Ninfas, cargados para ellas de sarmientos con racimos, primicias de la vendimia. Tampoco [5] en el tiempo precedente habían pasado alguna vez por allí sin atenderlas, sino que tanto al empezar la hora del pasto les hacían una visita como pasaban a saludarlas al regresar del pasto. Y sin falta les llevaban un presente, o una flor o una fruta o una rama verde o una libación de leche. Y por esto recibieron luego recompensas [6] de manos de los dioses. Pero por ese tiempo, perros, según el dicho, desatados, brincaban, tocaban la zampoña, entonaban canciones y batallaban con los machos cabríos y las ovejas.

[3 ] En medio de este júbilo se les presenta un anciano que viste una zamarra, calzado con abarcas y con una alforja colgada, y muy gastada ya la tal alforja. Fue a sentarse cerca de ellos y así habló:

[2] «Yo, muchachos, soy el viejo Filetas 70 , que tanto a estas Ninfas he cantado, y que tanto le he tocado a aquel Pan con mi zampoña y con sólo mis canciones conducía el hato numeroso de mis vacas. Y vengo a revelaros cuanto vi, a anunciaros cuanto oí.

[3] »Tengo un huerto que, desde que por la vejez dejé de ser vaquero, con mis propias manos he cuidado y que me da cada estación todo cuanto traen las estaciones: [4] en primavera, rosas, lirios, jacintos y violetas de ambas clases; en verano, adormideras, peras y toda suerte de manzanas. Ahora, vides, higueras, granados [5] y verdes mirtos. En este huerto vienen a juntarse bandadas de aves con el alba, unas en busca de alimento, otras para cantar, pues está a cubierto y sombreado y tres manantiales me lo riegan. Se creería estar viendo un soto, si se quitara la cerca de piedra.

[4 ] »Cuando entro hoy, mediado el día, se me ofrece a la vista, debajo de los granados y los mirtos, un niño cargado de bayas de mirto y de granadas, tan blanco como leche, rubio como fuego y reluciente como acabado de bañar. Estaba desnudo y solo y jugaba igual que si del huerto propio los frutos recogiera 71 .

[2] »Hacia él entonces me lancé para atraparlo, pues era mi temor que en su insolencia me tronchara los mirtos y granados. Mas con ligereza y sin esfuerzo se escapaba, unas veces corriendo al pie de los rosales, otras bajo las adormideras escondiéndose, como si fuera un perdigón. Sin duda en muchas ocasiones me he [3] visto en apuros persiguiendo a los chivos de leche, y en muchas otras me he cansado de correr detrás de terneros a poco de paridos. Pero ésta era una presa escurridiza e imposible de cazar. Agotado, pues, como viejo, y buscando el apoyo de mi báculo y a la vez atento a que no huyera, le pregunté de quién era de entre mis vecinos y con qué intención cosechaba un huerto ajeno. No me dio respuesta alguna, sino que, [4] plantado allí cerca, se reía con mucha gracia, me tomó de blanco de sus mirtos y no sé cómo con su encanto consiguió que mi cólera cesara. Le pedí, pues, que viniera a mis brazos sin nada temer ya, y por los mirtos 72 le juré dejarlo ir, regalándole encima manzanas y granadas, y permitirle en adelante coger la fruta de mis árboles y cortar las flores, con tal de obtener de él un solo beso.

»Entonces, riendo abiertamente, deja oír una voz [5 ] a la que no era comparable ni la de una golondrina ni ruiseñor ni cisne, aunque alcanzara a ser tan viejo como yo 73 :

»‘A mí nada me cuesta, Filetas, darte un beso, pues más me gusta que me besen que a ti volverte joven. Pero mira si va mi regalo con tus años: que de nada [2] va a valerte la vejez para no perseguirme en cuanto ese único beso te haya dado. Soy presa imposible lo mismo para un halcón que para un águila, y, si lo hay, para otro pájaro aún más veloz. No soy en absoluto una criatura, por más que lo parezca; al contrario, más anciano que Cronos 74 y que todo el propio tiempo. [3] Sé que tú apacentabas de muchacho en aquella húmeda pradera el extenso rebaño 75 de tus vacas y yo acudía a sentarme allí a tu lado cuando tocabas la zampoña al pie de aquellas hayas, enamorado de Amarilis 76 . Mas tú no me veías, aunque me pusiera bien cerca de tu moza. Fui yo el que te la di, y tienes hijos ya que son [4] buenos boyeros y buenos labradores. Pero ahora yo soy pastor de Dafnis y de Cloe. Y siempre que de mañana los reúno me vengo aquí a tu huerto y disfruto con tus flores y frutales y me baño en estas fuentes. Ya que se riegan con el agua en que me baño, le deben [5] su lozanía tus flores y tus árboles. ¡Mira si está tronchada alguna rama, si te han cogido alguna fruta, si alguna raíz de una flor está pisoteada, si algún manantial está revuelto! Y date por contento de haber sido el único humano que haya visto a este niño en su vejez.’

[6 ] »Y, dicho esto, brincó sobre los mirtos igual que una cría de ruiseñor, y de rama en rama entre las hojas alcanzó la copa. Le vi entonces alas en los hombros y [2] un arco menudo entre las alas y los hombros 77 . Y luego ya no vi nada de esto ni al muchacho. Y si no es en balde que estas canas me han salido y con la vejez se haya vuelto más lerdo mi entendimiento, es a Amor, chavales, al que estáis consagrados y Amor el que os tutela.»

Como si hubiera sido una leyenda y no un relato, [7 ] mucho fue el gusto que les causó el oírlo y preguntaron qué era Amor, si niño o pájaro, y cuál su poderío. Y otra vez les habló Filetas 78 : «Amor es un dios, muchachos, joven y hermoso y capaz de volar. Es por esto por lo que en la juventud halla su alegría, acosa a la hermosura y da alas a las almas. Y su poder va [2] más allá que el de Zeus mismo. Gobierna sobre las materias primigenias, gobierna sobre los astros, gobierna sobre los dioses, sus iguales: ni aun vosotros sobre cabras y ovejas tanto 〈gobernáis〉. Las flores son todas [3] obra de Amor; esas plantas son productos suyos; es por ése por el que los ríos fluyen y los vientos soplan. También he visto un toro enamorado: mugía como [4] picado por un tábano; y un macho que hacía el amor con una cabra y la seguía por todas partes. Yo mismo he sido joven y enamorado de Amarilis: ni me acordaba del yantar ni probaba una bebida ni conciliaba el sueño. Tenía el alma dolorida, agitado el corazón, y mi [5] cuerpo estaba yerto. Daba gritos como si fuera apaleado, enmudecía como un cadáver, como si me abrasara me sumergía en los ríos. Llamaba en mi socorro a Pan, [6] porque también él de Pitis 79 estuvo enamorado. Alababa a Eco 80 , que en pos de mi voz clamaba el nombre de Amarilis; rompía mis zampoñas, que seducían a las [7] vacas y en cambio a Amarilis no traían. Pues no hay medicina para Amor ni que se beba ni se coma ni se pronuncie en cantos 81 , sino beso y abrazo y acostarse juntos con los cuerpos desnudos.»

[8 ] Después de haberles dado nada menos que tal lección, se retira Filetas, con algunos quesos y un chivo ya cornudo de regalo. Y a ellos, cuando quedaron solos y tras oír el nombre de Amor por vez primera, les quedó el alma por la pasión atenazada. Y de regreso en los apriscos, por la noche, comparaban con las palabras [2] que escucharon sus propias experiencias: «Sufren dolores los que aman: igual nosotros. Su dejadez es nuestra dejadez. No pueden conciliar el sueño: también nos pasa eso a nosotros. Creen abrasarse, y en nosotros hay fuego. Anhelan verse el uno al otro: ésa es la razón de que roguemos que amanezca más deprisa. [3] Sin duda, esto es el amor y nos amamos mutuamente sin saber si esto es el amor y si yo, el ser amado. ¿A qué vienen, pues, tales sufrimientos y por qué nos buscamos uno a otro? 82 . Cierto es cuanto Filetas nos [4] ha dicho. El niño de su huerto se mostró a nuestros padres en el sueño aquel y fue su orden que el ganado apacentáramos. ¿Cómo podría atrapársele?: es menudo [5] y escapará. ¿Y cómo escapar de él?: tiene alas y nos atrapará 83 . A las Ninfas hay que acudir en busca de socorro. Pero tampoco a Filetas, cuando enamorado de Amarilis, le dio su ayuda Pan. En fin, que se han de procurar todos los remedios que nos dijo: besarse y abrazarse y echarnos desnudos en el suelo. Hace frío, pero lo aguantaremos siguiendo el ejemplo de Filetas.»

Tal es su escuela nocturna. Y, al llevar al día siguiente [9 ] al pasto sus ganados, nada más verse se besaron, lo que nunca antes habían hecho, y enlazando sus brazos se abrazaron. Pero ante el tercer remedio, el de echarse desnudos, vacilaban: pues no sólo para doncellas es excesivo atrevimiento, sino hasta para jóvenes cabreros. La noche, pues, volvió con su insomnio [2] y el rememorar lo sucedido y el reprocharse lo que habían dejado por hacer: «Nos hemos besado, y de nada nos valió. Nos hemos abrazado, y el resultado fue casi otro tanto. Luego acostarse ha de ser el único remedio del amor, y también ése tendremos que probar. No cabe duda de que en él habrá mayor eficacia que en un beso.»

Como era natural, tras cavilaciones como éstas también [10 ] sus sueños fueron visiones amorosas, de besos y de abrazos. Y cuanto no habían consumado por el día, soñando lo consumaron: acostarse desnudos el uno con el otro. Y así se levantaron aún más poseídos por [2] el dios al día siguiente y condujeron rápidamente 84 sus ganados, presurosos por besarse. Al verse, entre sonrisas [3] echaron a correr. Vinieron luego los besos y siguió el rodearse con los brazos, pero se demoraba la tercera medicina, al no atreverse a mencionarla Dafnis ni querer Cloe ser la primera, hasta que con la ayuda del azar también la practicaron.

Sentados en un tronco de encina muy juntos y degustando [11 ] el deleite de los besos, insaciablemente apuraban el placer. Y sus abrazos abrían el camino a sus [2] bocas apretadas. En la presión de estos abrazos, una vez que Dafnis con mayor violencia la atrae hacia sí, Cloe viene a reclinarse de costado. También él en pos del beso la acompaña, deslizándose hasta el suelo, y así, reconocida la imagen de sus sueños, se estuvieron acostados largo rato como si los unieran ligaduras. [3] Pero, como su ciencia ahí acababa y, a su juicio, éste era el colmo del disfrute amoroso, gastaron sin provecho la mayor parte del día, se separaron y, llenos de rencor contra la noche, se llevaron de vuelta sus rebaños.

Pero quizás habrían logrado consumar algo de sus fines verdaderos, si no hubiera sorprendido a toda aquella campesina vecindad una perturbación que ahora se cuenta:

[12 ] Unos mozos adinerados de Metimna 85 , que decidieron aprovechar la vendimia para disfrutar fuera de casa, botaron una pequeña embarcación, con sus sirvientes de remeros, y fueron costeando los campos de [2] Mitilene que estaban próximos al mar. La razón era que esta costa tiene buenos puertos y la decoran estancias suntuosas, y sin interrupción ofrece lugares para el baño, parques 86 y sotos: unos naturales y otros debidos a la industria de los hombres, y todos hermosos para las diversiones juveniles.

[3] Mientras navegaban por la costa, y lo mismo al atracar, no causaban daño alguno y gozaban de esparcimientos variados, ya fuera que se dedicaran a pescar, desde un peñasco saliente, peces de entre las rocas con anzuelos que con fino bramante colgaban de sus cañas; ya fuera que con perros y con redes capturaran liebres, que escapaban del alboroto de las viñas 87 . También [4] les atraía la caza de las aves, y con lazos atrapaban gansos silvestres, patos y avutardas, de modo que el placer les procuraba provecho a la vez para su mesa. Y, si precisaban de algo más, lo tomaban de la gente de los campos, pagando con dinero por encima de su precio. Pero sólo tenían necesidad de pan, de vino y [5] techo, y esto porque, entrada ya la época otoñal, la permanencia en el mar no parecía ofrecer seguridad. De suerte que también varaban su nave en tierra firme temerosos de una noche de borrasca.

Pues bien, un campesino, al que, por habérsele roto [13 ] la que usaba, le hacía falta una soga para alzar una piedra que exprimiera los racimos ya pisados 88 , sin que lo vieran se acercó hasta el mar y, aproximándose a la nave que estaba sin custodia, desata la amarra, se la lleva a su casa y la emplea en el servicio que quería.

Muy de mañana, los muchachos de Metimna estuvieron [2] buscando su maroma y (como nadie confesara el robo) hicieron algunos reproches a sus huéspedes y siguieron navegando a la vista de la orilla.

Costeando así unos treinta estadios 89 , van a fondear junto a las tierras en que vivían Dafnis y Cloe por parecerles que el llano era adecuado para la caza de las liebres. Ahora bien, carecían de una cuerda que [3] ataran como amarra, y trenzando largos mimbres verdes a la manera de una soga 90 sujetaron con ella el barco a la costa desde el extremo de la popa. Después, mientras dejaban sueltos para que olfatearan a los perros, tendieron las redes en los pasos que se les antojaron [4] apropiados 91 . Los perros con sus carreras y ladridos espantaron a las cabras; éstas abandonando el monte se precipitaron hasta llegar cerca del mar y, al no tener entre la arena nada que comer, aproximándose a la nave las más osadas de ellas devoraron aquellos mimbres verdes con que la embarcación estaba atada.

[14 ] Precisamente había una ligera marejada, con viento que soplaba de los montes. En breve tiempo, pues, el reflujo de las olas arrastró la nave desatada y la llevó [2] a alta mar. Cuando los de Metimna se aperciben, unos corren hacia el mar y otros reúnen a los perros. Y daban todos tales voces que en masa se congregan al oírlos los de los campos aledaños. Mas no sirvió de nada, pues con prontitud irresistible al arreciar el viento la corriente se llevó la nave.

[3] Entonces, los metimnenses, que de no pocas propiedades se veían desposeídos, buscaron al que cuidaba de las cabras, y descubriendo a Dafnis le dieron de golpes, lo desnudaron, y uno incluso, echando mano a [4] una traílla, le retorció los brazos para atarlo. Pero él gritaba al recibir los golpes y suplicaba a los campesinos y pedía socorro a Lamón y a Driante los primeros. Plantaron cara éstos, viejos endurecidos y de brazos robustos por las faenas del campo, y exigieron que el incidente se zanjara con un pleito.

[15 ] Se aviene también a esto la otra parte y ponen de juez a Filetas el boyero, pues era de los presentes el de edad más avanzada y entre los aldeanos tenía fama de cumplida equidad. Y primero expusieron los de Metimna su querella de modo claro y breve, como que el juez era un boyero 92 :

—Nuestra intención al venir a estas tierras fue cazar. [2] Nuestro barco lo dejamos en la costa con una amarra de mimbre verde y nosotros con los perros nos pusimos en la pista de la caza. En esto que las cabras de ése bajan hasta el mar, se comen el mimbre y la nave dejan suelta. La viste por el mar a la deriva, ¿de [3] cuántos bienes repleta estimas tú? ¡Qué ropa se ha perdido y qué equipos de perros y cuánto dineral! Con ello estas fincas bien podrían comprarse. Y a cambio pretendemos llevarnos a ése, que es un mal cabrero, que cual marino apacienta sus cabras junto al mar 93 .

Así de escuetos fueron en su acusación los metimnenses. [16 ] Y Dafnis estaba maltrecho por los golpes, pero en viendo a Cloe a su lado se sobrepuso a todo y habló así:

—Yo apaciento mis cabras como debo. Ni un solo aldeano jamás se me quejó de que o una cabra mía haya ramoneado en su huerto o un retoño de vid le haya tronchado. Pero ésos son malos cazadores y tienen [2] mal amaestrados a sus perros, que a fuerza de carreras y con sus ásperos ladridos las acosaron como lobos desde los montes y los llanos hasta el mar. ¡Que se [3] comieron el mimbre!: como que en la arena no tenían ni hierba ni madroños ni tomillo. ¡Que el barco se perdió con el viento y el mar!: eso es obra del temporal, no de mis cabras. ¡Que había dentro ropas y dinero!: y ¿quién con cabeza se creerá que con carga semejante su barco tenía un mimbre por amarra?

[17 ] Luego de esto, se echó Dafnis a llorar y movió a mucha compasión a los labriegos, de manera que Filetas, como juez, juró por Pan y por las Ninfas que en Dafnis no había culpa y menos en sus cabras, sino en el mar y en el viento, de los que otros eran jueces.

[2] No convenció con su sentencia Filetas a los mozos de Metimna. Al contrario, llevados de su cólera tiraban [3] de Dafnis otra vez y pretendían maniatarlo. Entonces los vecinos irritados saltan como estorninos o grajos 94 sobre ellos, y prontamente les quitan de las manos a Dafnis, que también peleaba por su cuenta, y al momento los ponen en fuga a palos. Y no antes cejaron hasta echarlos de sus lindes a otras tierras.

[18 ] En tanto ellos persiguen a los de Metimna, Cloe con todo ya tranquilo conduce hasta las Ninfas a Dafnis, le lava el rostro, que estaba ensangrentado por un golpe que le había desgarrado la nariz, y saca de su zurrón y le da para que coma una rebanada de pan de levadura y un trozo de queso. Y más que con nada lo hizo entonces recobrarse con un beso tan dulce como miel de sus labios delicados.

[19 ] En esta ocasión, pues, sólo hasta ahí llegó el infortunio de Dafnis. Pero el asunto no se zanjó así, sino que al llegar los de Metimna a duras penas a sus casas, caminantes en vez de marineros y con lesiones en lugar de tantos lujos, reunieron la asamblea de ciudadanos y, depositados los signos de la súplica 95 , que se les vengara suplicaban, sin contar ni uno sólo de los sucesos [2] verdaderos para no ser blanco además de la rechifla por haber sufrido de manos de pastores agravios tales y tamaños; sino lanzando contra los de Mitilene acusaciones de haberles dejado en son de guerra sin su barco y robado sus caudales. Y se les creyó por sus [3] heridas y, con la opinión de que era de justicia vengar a unos mancebos de las primeras familias de la ciudad, se decretó contra los mitilenenses una guerra sin heraldo 96 . Y ordenaron que el comandante de su ejército zarpara con diez naves para saquear la comarca de la costa, pues cerca de la entrada del invierno no ofrecía seguridad confiar a la mar una flota más nutrida.

Al día siguiente mismo zarpó y con tripulaciones que [20 ] manejaban por igual las armas que los remos embistió contra los campos ribereños de Mitilene. Y, como presa, tomó mucho ganado y abundante trigo y vino, ya que apenas había terminado la vendimia, y también gente no poca de cuantos en esos parajes trabajaban. Abordó igualmente las tierras de Dafnis y de Cloe, y [2] con un desembarco repentino se llevó de botín todo lo que halló.

No estaba Dafnis al cuidado de sus cabras, sino que había subido al bosque a cortar ramón verde para tener con qué alimentar en el invierno a sus cabritos. De suerte que al divisar desde allá arriba la incursión se ocultó en el tronco hueco de un haya reseca 97 . Y en [3] cambio Cloe estaba con los rebaños y, perseguida y suplicante, se refugia al lado de las Ninfas y pide que por las diosas respeten tanto su ganado como a ella. Pero de nada le valió, pues los metimnenses colmaron de injurias las imágenes 98 y se llevaron tanto sus rebaños como a ella, como una cabra o una oveja más, golpeándola con mimbres.

[21 ] Con sus barcos ya cargados de presas de toda especie decidieron no navegar más allá, sino poner rumbo a su patria por miedo lo mismo del mal tiempo que de las gentes enemigas. Y así se fueron alejando a fuerza de fatigarse con los remos, ya que el viento no soplaba.

[2] Dafnis, vuelta la calma, llegó al llano donde habían estado apacentando sus ganados y, al no ver allí sus cabras ni encontrar las ovejas ni hallar a Cloe, sino una completa soledad y rota la zampoña con la que [3] Cloe acostumbraba deleitarse, corría dando gritos y lastimosamente derramando lágrimas ya hacia la encina que de asiento les servía, ya en dirección al mar por el deseo de divisarla, ya hasta las Ninfas a las que ella había acudido en demanda de refugio mientras la raptaban. Allí, al fin, por tierra se arrojó y les echaba a las Ninfas su traición en cara:

[22 ] —¿De vuestro lado arrebataron a Cloe y vosotras tolerasteis verlo? ¿La que os trenzaba las guirnaldas y derramaba en vuestro honor la leche que primero [2] se ordeñaba y cuya siringa tenéis aquí de ofrenda? Ni una sola cabra me arrebató un lobo, y esos enemigos el rebaño y a la que conmigo lo guardaba. Las cabras las desuellan y sacrifican las ovejas, y Cloe en adelante [3] vivirá en una ciudad. ¿Cómo me presentaré delante de mi padre y de mi madre sin las cabras, sin Cloe, falto de ocupación?: pues no me queda ganado que cuidar. Aquí esperaré, echado, la muerte o una nueva [4] guerra. ¿Te pasa a ti, Cloe, lo mismo que a mí? ¿Te acuerdas de este llano y de las Ninfas estas y de mí? ¿O te sirven de consuelo las ovejas y las cabras que en tu cautiverio te acompañan?

Tales son sus palabras. Y a fuerza de lágrimas y [23 ] pena lo sorprende un profundo sueño. Ante él se alzan las tres Ninfas, altas y hermosas damas, medio desnudas y descalzas, con las melenas sueltas y a sus propias imágenes iguales 99 . A lo primero parecieron compadecerse [2] de Dafnis. Luego la de más edad le dice confortándolo:

—No nos hagas reproches, Dafnis, pues más nos importa Cloe que a ti. Bien sabes que nosotras cuando era una criatura tuvimos lástima de ella y que en esta gruta echada la criamos. Ella no tiene nada en común [3] con estos llanos ni con las ovejuelas de Lamón 100 . Y ahora nuestro pensamiento en lo que a ella toca está trazado: que ni la lleven a Metimna como esclava ni sea parte de un bélico botín. Y a aquel Pan que tiene [4] su asiento bajo el pino, al que vosotros jamás honrasteis ni aun con flores 101 , le hemos solicitado que tome bajo su tutela a Cloe. Pues más hecho que nosotras está a los campamentos y ya ha guerreado en muchas guerras alejado de sus rústicas moradas 102 . Y contra los de Metimna va a partir un enemigo nada fácil. Cesa en tu congoja, levántate y muéstrate a [5] Lamón y a Mírtale, que también yacen en tierra en la creencia de que tú igualmente formas parte del botín. Pues Cloe te llegará mañana con las cabras y con las ovejas, y las llevaréis juntos a pastar y tocaréis juntos la zampoña. Y del resto acerca de vosotros será Amor el que se ocupe.

[24 ] Nada más tener esta visión y escuchar tales palabras, Dafnis despertó de un brinco y con lágrimas de gozo y, a la vez, de dolor fue a prosternarse ante las figuras de las Ninfas e hizo el voto de que, salvada Cloe, habría de sacrificarles la más lucida de sus cabras. [2] Y también corrió hacia el pino, donde se asentaba la imagen de Pan paticabrío y cornudo, en una mano la siringa y con la otra sujetando a un buco en trance de saltar 103 . Y también ante él se prosternó, le rogó por Cloe y le prometió que le inmolaría un macho [3] cabrío. Y a duras penas con el declinar del sol puso punto a sus lágrimas y súplicas y, recogiendo las ramas que había cortado, retornó a la majada e hizo cesar los [4] llantos de la casa de Lamón llenándola de gozo; probó algo de alimento y se echó a dormir sin que ni el sueño estuviese libre de sus lágrimas: que rogaba ver en él otra vez a las Ninfas y rogaba que volviese apresuradamente el día en que le habían prometido a Cloe. De todas las noches aquélla le pareció que era la más larga. Y en ella tuvieron lugar estos sucesos:

[25 ] El comandante de las fuerzas de Metimna, después de distanciarse navegando como unos diez estadios, quiso que sus soldados se recobrasen de la fatigosa [2] correría. Tocó, pues, en un promontorio que penetraba en el mar y se extendía como una media luna, de modo que el mar en su interior formaba un fondeadero más bonancible que los puertos. Allí, anclando las naves agua adentro, no fuera que algún campesino desde tierra dañara alguna de ellas, dejó que los metimnenses disfrutaran en paz. Con las abundantes provisiones de [3] toda suerte que llevaban, fruto de la rapiña, se entregaron a beber y a divertirse, tomando como ejemplo las fiestas con que se celebran las victorias.

Pero el día apenas terminaba y con la entrada de la noche iba remitiendo el regocijo, cuando de súbito la tierra toda entera pareció iluminarse con un fuego y se oyó ruidoso chapoteo de remos, como de una nutrida flota que avanzara. Alguien llamó a gritos a las [4] armas, otro reclamaba al comandante y alguno creyó ya estar herido y yacía con todas las trazas de un cadáver. Se habría pensado contemplar un combate en plena noche sin que hubiera ni sombra de enemigos 104 .

Y tras una noche semejante les sobrevino el día, [26 ] aún más pavoroso que la noche 105 . Los machos y las cabras de Dafnis llevaban en sus cuernos hiedra cargada de racimos. Los carneros y las ovejas de Cloe aullaban con aullidos de lobos. Y ella también apareció [2] con una guirnalda de ramos de pino. Sucedían igualmente en el propio mar muchos portentos. Pues las anclas al intentar levarlas seguían allá en el fondo, los remos al tenderlos para remar se les quebraban y delfines con sus saltos a coletazos batían las naves desde el mar deshaciéndoles las juntas 106 . También se [3] dejaba oír, por encima de la empinada peña de la que arrancaba el promontorio, el tañido de una flauta, aunque no como tal flauta recreaba, sino que, al oírla, les infundía espanto, como el toque de un clarín.

[4] Estaban, pues, en la mayor confusión, corrían a las armas y daban el nombre de enemigos a quienes les eran invisibles, hasta el punto de que en sus súplicas clamaban por que volviera la noche, como si en ella [5] fuera a llegarles una tregua. Y, sin embargo, para cualquiera de recto entendimiento estos sucesos eran descifrables: que las visiones y sonidos tenían en Pan su origen y en alguna razón su ira contra aquellos marineros. Pero no estaba en su mano imaginar la causa (pues no había sido saqueado santuario alguno de Pan), hasta que, mediado el día, cayó, no sin designio de los dioses 107 , en un sueño el comandante y el [27 ] mismo Pan se le mostró y así le dijo: «Vosotros, los más profanadores e impíos de todos los humanos, ¿con qué fin en vuestras cabezas delirantes 108 habéis concebido esa acción tan atrevida? Habéis acarreado la guerra a los campos, que me son muy queridos; habéis arrancado de aquí unos rebaños de vacas, de cabras y [2] de ovejas, que tenían mi tutela; arrebatasteis de los altares a una doncella a la que Amor desea convertir en centro de una piadosa leyenda. Ni respetasteis a las Ninfas, que os veían, ni a mí, el propio Pan. Pues bien, ni volveréis a ver Metimna si seguís con tal botín en vuestras naves, ni escaparéis al poder de esta zampoña [3] que de confusión os ha llenado. Que anegándoos os haré pasto de peces 109 , si no devolvéis a las Ninfas, al momento, a Cloe y sus rebaños de cabras y ovejas. En pie, pues, y haz desembarcar a la zagala con todo lo que he dicho. Y yo seré vuestro guía, de ti mientras navegues, de ella en su camino.»

Muy conturbado, entonces, Briaxis (pues así se llamaba [28 ] el comandante) se levanta de un salto y convoca a los capitanes de los barcos y les manda que al instante sea buscada Cloe entre los prisioneros. Prestamente [2] la encontraron y ante su vista se la llevan: que estaba sentada con ramas de pino por corona. Comprendiendo que también esto era un signo acorde con la visión que había tenido en el sueño, la conduce a tierra en la propia nave capitana. Y apenas ella está desembarcada [3] cuando se escucha un tañido de zampoña otra vez desde la peña, no ya guerrero y espantoso, sino pastoril y cual se suele para conducir al pasto los ganados. Las ovejas a la carrera descendieron por la pasarela sin deslizarse siquiera 110 con sus pezuñas y las cabras con decisión mucho mayor, como hechas a trepar por las escarpas.

Y éstas rodean a Cloe, como un corro de danzantes, [29 ] entre brincos y balidos y con iguales muestras de alegría. En cambio, las cabras de los demás cabreros y las ovejas y las vacadas seguían en su sitio en la cala del navío, como si la melodía no las llamara. Y mientras [2] estaban todos asombrados y aclamaban a Pan, en ambos elementos se mostraron maravillas aún mayores que éstas: los barcos de Metimna, antes de levar las [3] anclas, navegaban y a la nave capitana la guiaba un delfín con sus saltos sobre la superficie del mar. Y era guía de las cabras y ovejas dulcísimo tañido de una flauta, por más que al que la tocaba nadie viera. Y así las ovejas y las cabras avanzaban a la vez que pacían complacidas con la música.

[30 ] Era más o menos la hora en que el ganado pasta por segunda vez 111 cuando Dafnis, al ver desde una elevada atalaya los rebaños y a Cloe, gritando « ¡Ninfas y Pan! » bajó a la carrera hasta el llano, abrazó a Cloe y cayó [2] desvanecido. Y, trabajosamente devuelto a la vida por Cloe con sus besos y el calor de sus abrazos, se encamina a la encina de costumbre. Y sentado al pie del tronco preguntó cómo había escapado de semejantes [3] enemigos. Y ella todo le contó: la hiedra de las cabras, el aullido de las ovejas, el pino que había florecido en su cabeza, el fuego en la tierra, el ruido del mar, uno y otro tañido de la flauta, el belicoso y el de paz, la espantosa noche; cómo a ella, que ignoraba el camino, la melodía la había guiado.

[4] Dafnis reconoce entonces su sueño con las Ninfas y los actos de Pan, y le cuenta también él cuanto había visto y escuchado: que, a punto de morir, vivió gracias [5] a las Ninfas. Y la envía a por las familias de Driante y de Lamón y por todo lo que corresponde a un sacrificio. Y él entretanto cogió la mejor de sus cabras, la coronó de hiedra, tal como las vieran los enemigos; y tras derramarle leche por los cuernos la inmoló en honor de las Ninfas y, colgada, la desolló y les ofrendó su piel.

[31 ] Cuando ya estuvieron presentes los que venían con Cloe, encendió fuego, coció parte de la carne, asó la restante, ofreció las primicias a las Ninfas y una libación de una vasija a rebosar de vino dulce; extendió sobre el suelo lechos de hojarasca y luego participó del yantar, de la bebida y de las bromas. Y a la vez vigilaba los rebaños, no fuera que un lobo irrumpiendo [2] hiciera la labor de un ejército enemigo. Dedicaron también a las Ninfas algunos cánticos que eran obra de pastores de antaño. Y sobrevino la noche y durmieron allí en medio del campo. Y al día siguiente se acordaron de Pan y, coronando de pino al que entre los machos era el dominante en el rebaño, lo acercaron al pino 112 , le vertieron vino por encima y lo inmolaron entre loores al dios; lo colgaron y quitáronle le piel. Asaron y cocieron sus carnes, que sirvieron en el prado [3] cercano, sobre las capas de hojarasca 113 . Y la piel y la propia cornamenta las fijaron al pino, al lado de la imagen: pastoril ofrenda a un dios pastoril. Igualmente le dedicaron las primicias de la carne y, con una vasija más grande, una libación. Cantó Cloe y Dafnis tocó con su zampoña.

Después de todo esto, estaban recostados y comiendo [32 ] cuando se les presenta Filetas, el boyero, que dio la coincidencia de que venía a traer algunas guirnaldillas a Pan y unos racimos aún entre hojas y sarmientos. Lo seguía Títiro, el más joven de sus hijos, rapaz de pelo rojo y ojos azules, de blanca tez y aire resuelto, y que al andar brincaba con la ligereza de un cabrito 114 .

Se alzaron, pues, y fueron con Filetas a coronar a [2] Pan y suspendieron del ramaje del pino los sarmientos; y de vuelta a sus asientos le brindaron un puesto en el convite allí a su lado. E igual que viejos que están ya [3] algo bebidos, se intercambiaban un buen número de historias: de cómo guardaban de jóvenes sus hatos, de cuántas correrías de piratas se libraron. Uno se jactaba de haber matado un lobo, otro de ser sólo inferior a Pan en la maestría con la zampoña 115 : que éste era el orgullo de Filetas.

[33 ] Dafnis y Cloe entonces con insistencia le rogaron que también a ellos los dejara participar de su arte y que tocara la siringa en una fiesta que era en honor de un dios que en la siringa se complace. Acepta Filetas, aunque reproche a su vejez haberlo dejado sin [2] aliento, y toma la zampoña de Dafnis. Sin embargo, ésta era pequeña para sus grandes facultades, por estar hecha para que en ella soplara la boca de un muchacho. Manda, en fin, a su majada por su siringa a Títiro, a [3] diez estadios de distancia 116 . Éste se desembarazó de su mandil 117 y echó a correr como un cervato. Y Lamón les propuso contarles la leyenda que sobre la siringa había oído cantar a un cabrero de Sicilia, que en pago recibió un macho cabrío y una zampoña 118 :

[34 ] «Esta siringa, el instrumento, no era tal instrumento, sino una doncella hermosa y de linda voz para cantar. Guardaba cabras, jugueteaba con las Ninfas, cantaba como ahora 119 . Y estaba apacentando y con sus juegos y canciones, cuando Pan se le acercó y quiso que accediese a sus deseos y le prometió que todas sus cabras parirían dos cabritillos 120 .

»Pero ella se reía de su amor y respondió que no [2] habría de aceptar enamorado que ni era cabal buco ni hombre. Pan se lanza a conseguirla por la fuerza. Huyó Siringa de Pan y su violencia. En su huida, fatigada, se oculta entre unas cañas; desaparece en una ciénaga. Pan corta en su cólera las cañas. Al no encontrar [3] a la zagala, comprendiendo lo acaecido, imagina el instrumento y une con cera las cañas desiguales, según fue desigual 121 también entre ellos la pasión. Y la que en tiempos fue hermosa doncella es ahora siringa musical.»

Terminaba Lamón de contar esta leyenda y de elogiarle [35 ] Filetas que su historia hubiera sido más dulce que una canción, y ya estaba allí Títiro a traerle a su padre la zampoña, instrumento de gran tamaño y de grandes cañas, que llevaba reforzadas las juntas de cera con broncíneas filigranas: se hubiera imaginado [2] que era aquélla que ensamblara Pan por vez primera.

Filetas, entonces, se alzó del lecho hasta quedar sentado 122 y, lo primero, probó a ver si por las cañas pasaba el aire limpiamente. Luego de comprobar que el [3] soplo las recorre sin obstáculo, las hizo resonar con fuerza y brío: el tañido de la flauta sonó con tanto ímpetu que habría podido atribuirse a varias zampoñas acordadas. Pero poco a poco le fue templando su vigor hasta cambiarlo en la más delicada melodía. Y [4] exhibió todo el repertorio musical del perfecto pastoreo: cuál el que corresponde a una vacada, cuál el oportuno para un hato de cabras, cuál del que gustan las ovejas. Dulce era el son de las ovejas, sonoro el de las vacas, agudo el de las cabras. Y cabalmente una única zampoña de toda clase de zampoñas hizo las veces.

[36 ] Los demás, complacidos, seguían recostados y en silencio, pero Driante se alzó e, invitándolo a tocar un aire dionisíaco, les bailó una danza de vendimia. Figuraba unas veces vendimiar, otras cargar con capachos, luego pisar los racimos, luego llenar las cubas y luego [2] ya beber el mosto. Todas estas figuras las bailó Driante con gracia tal y tanta vida que creían estar viendo las vides, el lagar, las cubas y a Driante bebiendo de verdad.

[37 ] Éste fue el tercer viejo, pues, que así se ganó los aplausos con su danza y dio un beso a Cloe y a Dafnis. Y ellos muy prestos se levantaron para bailar la historia que contó Lamón. Dafnis hacía de Pan, de Siringa Cloe 123 . El uno suplicaba con voluntad de seducirla; la [2] otra, desdeñosa, sonreía. Él la acosaba y corría de puntillas simulando unas pezuñas; ella mostraba la fatiga de la huida. Después Cloe se oculta, como en una ciénaga, [3] en el bosque; Dafnis con la zampoña grande de Filetas toca una melodía que suena quejumbrosa, como de un enamorado; como del que quiere seducir, apasionada; solícita, como de quien anda buscando, hasta el punto de que Filetas admirado se alza de un salto a darle un beso y con el beso le regala la zampoña y encarece que también Dafnis se la ceda a un sucesor de iguales méritos.

[38 ] Dafnis, después de consagrar su siringa pequeña a Pan y de besar a Cloe, como si la hallara tras una fuga auténtica, recoge el rebaño al son de la zampoña. Como ya había anochecido 124 , Cloe recogió igualmente el suyo reuniéndolo con el tañido de la flauta. Las cabras iban [2] al lado de las ovejas y Dafnis caminaba cerca de Cloe, de suerte que hasta la noche estuvieron embelesados 125 el uno con el otro y para el día venidero acordaron sacar a pastar aún antes los ganados.

Y así lo hicieron, pues llegaron al pasto apenas apuntando [3] el día. Y, tras saludar primero a las Ninfas, después a Pan, sentados ya bajo la encina tocaron las zampoñas, luego se besaron, se rodearon con los brazos, se echaron en el suelo y, sin pasar a mayores, terminaron levantándose. Se ocuparon también de comer y bebieron vino mezclándolo con leche.

Con todo esto aumentando su ardor y lo mismo su [39 ] mutuo atrevimiento, entraron en pleitos amorosos y poco a poco llegaron hasta prometerse fidelidad con juramentos. Dafnis se acercó al pino para jurar por Pan que no habría de vivir sin Cloe ni el plazo de un solo día. Y Cloe, dentro de la gruta, juró por las Ninfas [2] que su amor compartiría la misma muerte y vida de su Dafnis. Pero tanta ingenuidad había en Cloe, por jovencita, que al salir de la cueva todavía estimó que debía tomarle un segundo juramento: «Dafnis —le [3] dijo—, Pan es un dios galanteador e infiel 126 : se enamoró de Pitis, se enamoró de Siringa, y jamás deja de perturbar a las Dríades y de enredar a las Ninfas Epimélides. En fin, que si te despreocupas de cumplir tus juramentos, no se preocupará de castigarte, ni siquiera si dirigieses tus pasos a más mujeres que cañas hay en la zampoña. Júrame por tu rebaño y por la cabra aquella [4] que te amamantó no abandonar a Cloe mientras ella te sea fiel. Mas si contra ti y contra las Ninfas llegara a ser culpable, huye de ella y ódiala y mátala, como a un lobo.»

[5] Encantó a Dafnis tal desconfianza y, plantado en medio del hato, con una mano sobre una cabra y con la otra a un macho agarrado, juró amar a Cloe si Cloe lo amaba. Y que, si a otro prefería en lugar de a Dafnis, en vez de a ella él se mataría.

[6] Cloe se llenó de júbilo y dio por buena su palabra, como muchacha que era y pastora, que creía en las cabras y ovejas como divinidades propias de pastores y cabreros.

Dafnis y Cloe. Leucipa y Clitofonte. Babiloníacas.

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