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ACTO PRIMERO
ОглавлениеSALE don ALONSO
ALONSO: Amor, no te llame amor
el que no te corresponde,
pues que no hay materia adonde
no imprima forma el favor.
Naturaleza, en rigor,
conservó tantas edades
correspondiendo amistades;
que no hay animal perfeto
si no asiste a su conceto
la unión de dos voluntades.
De los espíritus vivos
de unos ojos procedió
este amor, que me encendió
con fuegos tan excesivos.
No me miraron altivos,
antes, con dulce mudanza,
me dieron tal confïanza,
que, con poca diferencia,
pensando correspondencia,
engendra amor esperanza.
Ojos, si ha quedado en vos
de la vista el mismo efeto,
amor vivirá perfeto,
pues fue engendrado de dos;
pero si tú, ciego dios,
diversas flechas tomaste,
no te alabes que alcanzaste
la victoria que perdiste
si de mí solo naciste,
pues imperfeto quedaste.
Salen TELLO, criado, y FABIA
FABIA: ¿A mí, forastero?
TELLO: A ti.
FABIA: Debe pensar que yo
soy perro de muestra.
TELLO: No.
FABIA: ¿Tiene alguna achaque?
TELLO: Sí.
FABIA: ¿Qué enfermedad tiene?
TELLO: Amor.
FABIA: Amor, ¿de quién?
TELLO: Allí está,
y él, Fabia, te informará
de lo que quiere mejor.
FABIA: Dios guarde tal gentileza.
ALONSO: Tello, ¿es la madre?
TELLO: La propia.
ALONSO: ¡Oh, Fabia! ¡Oh, retrato! ¡Oh, copia
de cuanto naturaleza
puso en ingenio mortal!
¡Oh, peregrino doctor,
y para enfermos de amor
Hipócrates celestial!
Dame a besar la mano,
honor de las tocas, gloria
del monjil.
FABIA: La nueva historia
de tu amor cubriera en vano
vergüenza o respeto mío;
que ya en tus caricias veo
tu enfermedad.
ALONSO: Un deseo
es dueño de mi albedrío.
FABIA: El pulso de los amantes
es el rostro. Aojado estás.
¿Qué has visto?
ALONSO: Un ángel.
FABIA: ¿Qué más?
ALONSO: Dos imposibles bastantes,
Fabia, a quitarme el sentido;
que es dejarla de querer
y que ella me quiera.
FABIA: Ayer
te vi en la feria perdido
tras una cierta doncella,
que en forma de labradora
encubría el ser señora,
no el ser tan hermosa y bella;
que pienso que doña Inés
es de Medina la flor.
ALONSO: Acertaste con mi amor;
esa labradora es
fuego que me abrasa y arde.
FABIA: Alto has picado.
ALONSO: Es deseo
de su honor.
FABIA: Así lo creo.
ALONSO: Escucha, así Dios te guarde.
Por la tarde salió Inés
a la feria de Medina,
tan hermosa que la gente
pensaba que amanecía;
rizado el cabello en lazos,
que quiso encubrir la liga,
porque mal caerán las almas
si ven las redes tendidas.
Los ojos, a lo valiente,
iban perdonando vidas,
aunque dicen los que deja
que es dichoso a quien la quita.
Las manos haciendo tretas,
que como juego de esgrima
tiene tanta gracia en ellas,
que señala las heridas.
Las valonas esquinadas
en manos de nieve viva;
que muñecas de papel
se han de poner en esquinas.
Con la caja de la boca
allegaba infantería,
porque sin ser capitán,
hizo gente por la villa.
Los corales y las perlas
dejó Inés, porque sabía
que las llevaban mejores
los dientes y las mejillas.
Sobre un manteo francés
una verdemar basquiña,
porque tenga en otra lengua
de su secreto la cifra.
No pensaron las chinelas
llevar de cuantos la miran
los ojos en los listones,
las almas en las virillas.
No se vio florido almendro
como toda parecía;
que del color natural
son las mejores pastillas.
Invisible fue con ella
el amor, muerto de risa
de ver, como pescador,
los simples peces que pican.
Unos le ofrecieron sartas,
y otros arracadas ricas;
pero en oídos de áspid
no hay arracadas que sirvan.
Cuál da a su garganta hermosa
el collar de perlas finas;
pero como toda es perla,
poco las perlas estima;
yo, haciendo lengua los ojos,
solamente le ofrecía
a cada cabello un alma,
a cada paso una vida.
Mirándome sin hablarme,
parece que me decía,
"No os vais, don Alonso, a Olmedo,
quedaos agora en Medina."
Creí me esperanza, Fabia;
salió esta mañana a misa,
ya con galas de señora,
no labradora fingida.
Si has oído que el marfil
del unicornio santigua
las aguas, así el cristal
de un dedo puso en la pila.
Llegó mi amor basilisco,
y salió del agua misma
templado el veneno ardiente
que procedió de su vista.
Miró a su hermana, y entrambas
se encontraron en la risa,
acompañando mi amor
su hermosura y mi porfía.
En una capilla entraron;
yo, que siguiéndolas iba,
entré imaginando bodas.
¡Tanto quien ama imagina!
Vime sentenciado a muerte,
porque el amor me decía,
"Mañana mueres, pues hoy
te meten en la capilla."
En ella estuve turbado;
ya el guante se me caía,
ya el rosario, que los ojos
a Inés iban y venías.
No me pagó mal. Sospecho
que bien conoció que había
amor y nobleza en mí;
que quien no piensa no mira,
y mirar sin pensar, Fabia,
es de ignorantes, y implica
contradicción que en un ángel
faltase ciencia divina.
Con este engaño, es efecto,
le dije a mi amor que escriba
este papel; que si quieres
ser dichosa y atrevida
hasta ponerle en sus manos,
para que mi fe consiga
esperanzas de casarme,
tan en esto amor me inclina,
el premio será un esclavo
con una cadena rica,
encomienda de esas tocas,
de mal casadas envidia.
FABIA: Yo te he escuchado.
ALONSO: ¿Y qué sientas?
FABIA: Que a gran peligro te pones.
TELLO: Excusa, Fabia, razones,
si no es que por dicha intentes
como diestro cirujano,
hacer la herida mortal.
FABIA: Tello, con industria igual
pondré el papel en su mano,
aunque me cueste la vida,
sin interés, porque entiendas
que, donde hay tan altas prendas,
sola yo fuera atrevida.
Muestra el papel. (Que primero Aparte
lo tengo de aderezar.)
ALONSO: ¿Con qué te podré pagar
la vida, el alma que espero,
Fabia, de esas santas manos?
TELLO: ¿Santas?
ALONSO: ¿Pues, no, si han de hacer
milagros?
TELLO: De Lucifer.
FABIA: Todos los medios humanos
tengo de intentar por ti,
porque el darme esa cadena
no es cosa que me da pena,
con confïada nací.
TELLO: ¿Qué te dice el memorial?
ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada,
porque sepas mi posada.
FABIA: Tello...
TELLO: Fabia...
FABIA: No hables mal;
que tengo cierta morena
de extremado talle y cara.
TELLO: Contigo me contentara
si me dieras la cadena.
Vanse. Salen doña INÉS y doña
LEONOR
INÉS: Y todos dicen, Leonor
que nace de las estrellas.
LEONOR: De manera que sin ellas
¿no hubiera en el mundo amor?
INÉS: Dime tú; si don Rodrigo
ha que me sirve dos años,
y su talle y sus engaños
son nieve helada conmigo,
y en el instante que vi
este galán forastero,
me dijo el alma, "Éste quiero."
Y yo lo dije, "Sea ansí."
¿Quién concierta y desconcierta
este amor y desamor?
LEONOR: Tira como ciego Amor,
yerra mucho, y poco acierta.
Demás, que negar no puedo,
aunque es de Fernando amigo
tu aborrecido Rodrigo,
por quien obligada quedo
a intercederte por él,
que el forastero es galán.
INÉS: Sus ojos causa me dan
para ponerlos en él,
pues pienso que en ellos vi
el cuidado que me dio,
para que mirase yo
con el que también le di.
Pero ya se habrá partido.
LEONOR: No le miro yo de suerte
que pueda vivir sin verte.
Sale ANA, criada
ANA: Aquí, señora, ha venido
la Fabia... o la Fabiana.
INÉS: ¿Pues quién es esa mujer?
ANA: Una que suele vender
para las mejillas grana,
y para la cara nieve.
INÉS: ¿Quieres tú que entre, Leonor?
LEONOR: En casas de tanto honor
no sé yo cómo se atreve;
que no tiene buena fama;
mas, ¿quién no desea ver?
IN&EacueS: Ana, llama esa mujer.
ANA: Fabia, mi señora os llama.
Vase. Sale FABIA, con una canastilla
FABIA: (¡Y cómo si yo sabía
Aparte
que me habías de llamar!)
¡Ay! Dios os deje gozar
tanta gracia y bizarría,
tanta hermosura y donaire;
que cada día que os veo
con tanta gala y aseo,
y pisar de tan buen aire,
os echo mil bendiciones;
y me acuerdo como agora
de aquella ilustre señora
que con tantas perfecciones
fue la fénix de Medina,
fue el ejemplo de lealtad.
¡Qué generosa piedad
de eterna memoria digna!
¡Qué de pobres la lloramos!
¿A quién no hizo mil bienes?
INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes.
FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos
por su muerte malograda!
La flor de las Catalinas
hoy la lloran mis vecinas;
no la tienen olvidada.
Y a mí, ¿qué bien no me hacía?
¡Qué en agraz se la llevó
la muerte! No se logró.
Aun cincuenta no tenía.
INÉS: No llores, madre, no llores.
FABIA: No me puedo consolar
cuando le veo llevar
a la muerte las mejores,
y que yo me quedo acá.
Vuestro padre, Dios le guarde,
¿está en casa?
LEONOR: Fue esta tarde
al campo.
FABIA: Tarde vendrá.
Si va a deciros verdades,
mozas sois, vieja soy yo...
Más de una vez me fïó
don Pedro sus mocedades;
pero teniendo respeto
a la que pudre, yo hacía,
como quien se lo debía,
mi obligación. En efeto,
de diez mozas, no le daba
cinco.
INÉS: ¡Que virtud!
FABIA: No es poco,
que era vuestro padre un loco;
cuanto veía, tanto amaba.
Si sois de su condición,
no admiro de que no estéis
enamoradas. ¿No hacéis,
niñas, alguna oración
para casaros?
INÉS: No, Fabia.
Eso siempre será presto.
FABIA: Padre que se duerme en esto,
mucho a sí mismo se agravia.
La fruta fresca, hijas mías,
es gran cosa, y no aguardar
a que la venga a arrugar
la brevedad de los días.
Cuantas cosas imagino,
dos solas, en mi opinión,
son buenas, viejas.
LEONOR: ¿Y son?
FABIA: Hija, el amigo y el vino.
¿Veisme aquí? Pues yo os prometo
que fue tiempo en que tenía
mi hermosura y bizarría
más de algún galán sujeto.
¿Quién no alababa mi brío?
¡Dichoso a quien yo miraba!
Pues, ¿qué seda no arrastraba?
¡Qué gasto, qué plato el mío!
Andaba en palmas, en andas.
Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,
¿qué regalos no tenía
de esta gente de hopalandas?
Pasó aquella primavera,
no entra un hombre por mi casa;
que como el tiempo se pasa,
pasa la hermosura.
INÉS: Espera.
¿Qué es lo que traes aquí?
FABIA: Niñerías que vender
para comer, por no hacer
cosas malas.
LEONOR: Hazlo ansí,
madre, y Dios te ayudará.
FABIA: Hija, mi rosario y misa:
esto cuando estoy de prisa,
que si no...
INÉS: Vuélvete acá.
¿Qué es esto?
FABIA: Papeles son
de alcanfor y solimán.
Aquí secretos están
de gran consideración
para nuestra enfermedad
ordinaria.
LEONOR: Y esto, ¿qué es?
FABIA: No lo mires, aunque estés
con tanta curiosidad.
LEONOR: ¿Qué es, por tu vida?
FABIA: Una moza,
se quiere, niñas, casar;
mas acertóla a engañar
un hombre de Zaragoza.
Hase encomendado a mí...
Soy piadosa... y en fin es
limosna, porque después
vivan en paz.
INÉS: ¿Qué hay aquí?
FABIA: Polvos de dientes, jabones
de manos, pastillas, cosas
curiosas y provechosas.
INÉS: ¿Y esto?
FABIA: Algunas oraciones.
¡Qué no me deben a mí
las ánimas!
INÉS: Un papel
hay aquí.
FABIA: Diste con él
cual si fuera para ti.
Suéltale. No le has de ver,
bellaquilla, curiosilla.
INÉS: Deja, madre...
FABIA: Hay en la villa
cierto galán bachiller
que quiere bien una dama;
prométeme una cadena
porque le dé yo, con pena
de su honor, recato y fama.
Aunque es para casamiento,
no me atrevo. Haz una cosa
por mí, doña Inés hermosa,
que es discreto pensamiento.
Respóndeme a este papel,
y diré que me la ha dado
su dama.
INÉS: Bien lo has pensado
si pescas, Fabia, con él
la cadena prometida.
Yo quiero hacerte este bien.
FABIA: Tantos los cielos te den,
que un siglo alarguen tu vida.
Lee el papel.
INÉS: Allá dentro,
y te traeré respuesta.
Vase
LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte
FABIA: (Apresta, Aparte
fiero habitador del centro,
fuego accidental que abrase
el pecho de esta doncella.)
Salen don RODRIGO y don FERNANDO
RODRIGO: Hasta casarme con ella,
será forzoso que pase
por estos inconvenientes.
FERNANDO: Mucho ha de sufrir quien ama.
RODRIGO: Aquí tenéis vuestra dama.
FABIA: (¡Oh necios impertinentes! Aparte
¿Quién os ha traído aquí?)
RODRIGO: Pero, ¡en lugar de la mía
aquella sombra!
FABIA: Sería
gran limosna para mí;
que tengo necesidad.
LEONOR: Yo haré que os pague mi hermana.
FERNANDO: Si habéis tomado, señora,
o por ventura os agrada
algo de lo que hay aquí,
si bien serán cosas bajas
la que aquí puede traer
esta venerable anciana,
pues no serán ricas joyas
para ofreceros la paga,
mandadme que os sirva yo.
LEONOR: No habemos comprado nada;
que es esta buena mujer
quien suele lavar en casa
la ropa.
RODRIGO: ¿Qué hace don Pedro?
LEONOR: Fue al campo; pero ya tarda.
RODRIGO: Mi señora, doña Inés...
LEONOR: Aquí estaba... Pienso que anda
despachando esta mujer.
RODRIGO: (Si me vio por la ventana Aparte
¿quién duda que huyó por mí?
¿Tanto de ver se recata
quien más servirla desea?)
FERNANDO: Ya sale.
Salga doña INÉS con un papel en la
mano. [LEONOR le habla a ella]
LEONOR: Mira que aguarda
por la cuenta de la ropa,
Fabia.
INÉS: Aquí la traigo, hermana.
Tomad, y haced que ese mozo
la lleve.
FABIA: ¡Dichosa el agua
que ha de lavar, doña Inés,
las reliquias de la holanda
que tales cristales cubre!
[Finja que lee]
Seis camisas, diez toalla,
cuatro tablas de manteles,
dos cosidos de almohadas,
seis camisas del señor,
ocho sábanas. Mas basta;
que todo vendrá más limpio
que los ojos de la cara.
RODRIGO: Amiga, ¿queréis feriarme
ese papel, y la paga
fïad de mí, por tener
de aquellas manos ingratas
letra siquiera en las mías?
FABIA: ¡En verdad que negociara
muy bien si os diera el papel!
Adiós hijas de mi alma.
Vase
RODRIGO: Esta memoria aquí había
de quedar, que no llevarla.
LEONOR: Llévala y vuélvela, a efeto
de saber si algo le falta.
INÉS: Mi padre ha venido ya.
Vuesas mercedes se vayan
o le visiten; que siente
que nos hablen, aunque calla.
RODRIGO: Para sufrir el desdén
que me trata de esta suerte,
pido al Amor y a la Muerte
que algún remedio me den.
Al Amor, porque tan bien
puede templar tu rigor
con hacerme algún favor;
a la Muerte, porque acabe
mi vida; pero no sabe
la Muerte, ni quiere Amor.
Entre la vida y la muerte
no sé qué medio tener,
pues Amor no ha de querer
que con tu favor acierte;
y siendo fuerza quererte,
quiere el Amor que te pida
que seas tú mi homicida.
Mata, ingrata, a quien te adora;
serás mi muerte, señora,
pues no quieres ser mi vida.
Cuanto vive de amor nace,
y se sustenta; de amor,
cuanto muere. Es un rigor
que nuestras vidas deshace.
Si al amor no satisface
mi pena, ni la hay tan fuerte
con que la muerte me acierte,
debo de ser inmortal,
pues no me hacen bien ni mal
ni la vida ni la muerte.
Vanse los dos
INÉS: ¡Qué de necedades juntas!
LEONOR: ¿No fue la tuya menor?
INÉS: ¿Cuándo fue discreto amor
si del papel me preguntas?
LEONOR: ¿Amor te obliga a escribir
sin saber a quién?
INÉS: Sospecho
que es invención que se ha hecho
para probarme a rendir
de parte del forastero.
LEONOR: Yo también lo imaginé.
INÉS: Si fue ansí, discreto fue.
Leerle unos versos quiero.
"Yo vi la más hermosa labradora,
en la famosa feria de Medina,
que ha visto el sol adonde más se inclina
desde la risa de la blanca aurora.
Una chinela de color, que dora
de una columna hermosa y cristalina
la breve basa, fue la ardiente mina
que vuela el alma a la región que adora.
Que una chinela fue victoriosa,
siendo los ojos del amor enojos,
confesé por hazaña milagrosa.
Pero díjele dando los despojos:
`Si matas con los pies, Inés hermosa,
¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'"
LEONOR: Este galán, doña Inés,
te quiere para danzar.
INÉS: Quiere en los pies comenzar,
y pedir manos después.
LEONOR: ¿Que respondiste?
INÉS: Que fuese
esta noche por la reja
del huerto.
LEONOR: ¿Quién te aconseja,
o qué desatino es ése?
INÉS: No es para hablarle.
LEONOR: Pues, ¿qué?
INÉS: Ven conmigo y lo sabrás.
LEONOR: Necia y atrevida estás.
INÉS: ¿Cuándo el amor no lo fue?
LEONOR: Huír de amor cuando empieza.
INÉS: Nadie del primero huye,
porque dicen que le influye
la misma naturaleza.
Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA
FABIA: Cuatro mil palos me han dado.
TELLO: ¡Lindamente negociaste!
FABIA: Si tú llevaras los medios...
ALONSO: Ello ha sido disparate
que yo me atreviese al cielo.
TELLO: Y que Fabia fuese el ángel
que al infierno de los palos
cayese por levantarte.
FABIA: ¡Ay, pobre Fabia!
TELLO: ¿Quién fueron
los crüeles sacristanes
del facistol de tu espalda?
FABIA: Dos lacayos y tres pajes.
Allá he dejado las tocas
y el monjil hecho seis partes.
ALONSO: Eso, madre, no importara,
si a tu rostro venerable
no se hubieran atrevido.
¡Oh, qué necio fui en fïarme
de aquellos ojos traidores,
de aquellos falsos diamantes,
niñas que me hicieron señas
para engañarme y matarme!
Yo tengo justo castigo.
Toma este bolsillo, madre...
y ensilla, Tello; que a Olmedo
nos hemos de ir esta tarde.
TELLO: ¿Cómo, si anochece ya?
ALONSO: Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate?
FABIA: No te aflijas, moscatel,
ten ánimo; que aquí trae
Fabia tu remedio. Toma.
ALONSO: ¿Papel?
FABIA: ¡Papel!
ALONSO: No me engañes.
FABIA: Digo que es suyo, en respuesta
de tu amoroso romance.
ALONSO: Hinca, Tello, la rodilla.
TELLO: Sin leer no me lo mandes;
que aun temo que hay palos dentro,
pues en mondadientes caben.
Lee
ALONSO: "Cuidados de saber si sois quien presumo,
y deseando que lo seáis, os suplico que
vais esta noche a la reja del jardín de esta
casa, donde hallaréis atado el listón verde
de las chinelas, y ponéoslo mañana en el
sombrero para que os conozca."
FABIA: ¿Qué te dice?
ALONSO: Que no puedo
pagarte ni encarecerte
tanto bien.
TELLO: De esta suerte
no hay que ensillar para Olmedo.
¿Oyen, señores rocines?
Sosiéguense, que en Medina
nos quedamos.
ALONSO: La vecina
noche, en los últimos fines
con que va expirando el día,
pone los helado pies.
Para la reja de Inés
aun importa bizarría;
que podrá ser que el amor
la llevase a ver tomar
la cinta. Voyme a mudar.
Vase
TELLO: Y yo a dar a mi señor,
Fabia, con licencia tuya,
aderezo de sereno.
FABIA: Detente.
TELLO: Eso fuera bueno
a ser la condición suya
para vestirse sin mí.
FABIA: Pues bien le puedes dejar,
porque me has de acompañar.
TELLO: ¿A ti, Fabia?
FABIA: A mí.
TELLO: ¿Yo?
FABIA: Sí;
que importa a la brevedad
de este amor.
TELLO: ¿Qué es lo que quieres?
FABIA: Con los hombres, las mujeres
llevamos seguridad.
Una muela he menester
del salteador que ahorcaron
ayer.
TELLO: Pues, ¿no le enterraron?
FABIA: No.
TELLO: Pues, ¿qué quieres hacer?
FABIA: Ir por ella, y que conmigo
vayas solo a acompañarme.
TELLO: Yo sabré muy bien guardarme
de ir a esos pasos contigo.
¿Tienes seso?
FABIA: Pues, gallina,
adonde voy yo, ¿no irás?
TELLO: Tú, Fabia, enseñada estás
a hablar al diablo.
FABIA: Camina.
TELLO: Mándame a diez hombres juntos
temerario acuchillar,
y no me mandes tratar
en materia de difuntos.
FABIA: Si no vas, tengo de hacer
que él propio venga a buscarte.
TELLO: ¿Que tengo de acompañarte?
¿Eres demonio o mujer?
FABIA: Ven, llevarás la escalera;
que no entiendes de estos casos.
TELLO: Quien sube por tales pasos,
Fabia, el mismo fin espera.
Vanse. Salen don RODRIGO y don FERNANDO, en hábito de noche
FERNANDO: ¿De qué sirve inútilmente
venir a ver esa casa?
RODRIGO: Consuélase entre estas rejas,
don Fernando, mi esperanza.
Tal vez sus hierros guarnece
cristal de sus manos blancas;
donde las pone de día,
pongo yo de noche el alma;
que cuanto más doña Inés
con sus desdenes me mata,
tanto más me enciende el pecho,
así su nieve me abrasa.
¡Oh rejas, enternecidas
de mi llanto, quién pensara
que un ángel endureciera
quien vuestros hierros ablanda!
¡Oíd! ¿Qué es lo que está
aquí?
FERNANDO: En ellos mismos atada
está una cinta o listón.
RODRIGO: Sin duda las almas atan
a estos hierros, por castigo
de los que su amor declaran.
FERNANDO: Favor fue de mi Leonor.
Tal vez por aquí me habla.
RODRIGO: Que no lo será de Inés
dice mi desconfïanza;
pero en duda de que es suyo,
porque sus manos ingratas
pudieron ponerle acaso,
basta que la fe me valga.
Dadme el listón.
FERNANDO: No es razón,
si acaso Leonor pensaba
saber mi cuidado ansí,
y no me le ve mañana.
RODRIGO: Un remedio se me ofrece.
FERNANDO: ¿Cómo?
RODRIGO: Partirle.
FERNANDO: ¿A qué causa?
RODRIGO: A que las dos le vean,
y sabrán con esta traza
que habemos venido juntos.
Dividen el listón. Salen don ALONSO y
TELLO, de noche
FERNANDO: Gente por la calle pasa.
TELLO: Llega de presto a la reja;
mira que Fabia me aguarda
para un negocio que tiene
de grandísima importancia.
ALONSO: ¿Negocio Fabia esta noche
contigo?
TELLO: Es cosa muy alta.
ALONSO: ¿Cómo?
TELLO: Yo llevo escalera,
y ella...
ALONSO: ¿Qué lleva?
TELLO: Tenazas.
ALONSO: Pues, ¿qué habéis de hacer?
TELLO: Sacar
una dama de su casa.
ALONSO: Mira lo que haces, Tello;
no entres adonde no salgas.
TELLO: No es nada, por vida tuya.
ALONSO: Una doncella, ¿no es nada?
TELLO: Es la muela del ladrón
que ahorcaron ayer.
ALONSO: Repara
en que acompañan la reja
dos hombre.
TELLO: ¿Si están de guarda?
ALONSO: ¡Qué buen listón!
TELLO: Ella quiso
castigarte.
ALONSO: ¿No buscara,
si fui atrevido, otro estilo?
Pues advierta que se engaña.
Mal conoce a don Alonso,
que por excelencia llaman
"el caballero de Olmedo."
¡Vive Dios, que he de mostrarla
a castigar de otra suerte
a quien la sirve!
TELLO: No hagas
algún disparate.
ALONSO: Hidalgos,
en las rejas de esa casa
nadie se arrima.
RODRIGO: ¿Qué es esto?
FERNANDO: Ni en el talle ni en el habla
conozco este hombre.
RODRIGO: ¿Quién es
el que con tanta arrogancia
se atreve a hablar?
ALONSO: El que tiene
por lengua, hidalgos, la espada.
RODRIGO: Pues hallará quien castigue
su locura temeraria.
TELLO: Cierra, señor; que no son
muelas que a difuntos sacan.
Retírenlos
ALONSO: No los sigas. Bueno está.
TELLO: Aquí se quedó una capa.
ALONSO: Cógela y ven por aquí;
que hay luces en las ventanas.
Vanse. Salen doña LEONOR, y doña
INÉS
INÉS: Apenas la blanca aurora,
Leonor, el pie de marfil
puso en las flores de abril,
que pinta, esmalta y colora,
cuando a mirar el listón
salí, de amor desvelada,
y con la mano turbada
di sosiego al corazón.
En fin, él no estaba allí.
LEONOR: Cuidado tuvo el galán.
INÉS: No tendrá los que me dan
sus pensamientos a mí.
LEONOR: Tú, que fuiste el mismo hielo,
¡en tan breve tiempo estás
de esa suerte!
INÉS: No sé más
de que me castiga el cielo.
O es venganza o es victoria
de amor en mi condición.
Parece que el corazón
se me abrasa en su memoria.
Un punto solo no puedo
apartarla dél. ¿Qué haré?
Sale don RODRIGO, con el listón verde en el
sombrero
RODRIGO: (Nunca, amor, imaginé Aparte
que te sujetara el miedo.
Animo para vivir;
que aquí está Inés.) Al señor
don Pedro busco.
INÉS: Es error
tan de mañana acudir;
que no estará levantado.
RODRIGO: Es un negocio importante.
[Doña INÉS y doña LEONOR
hablan aparte]
INÉS: (No he visto tan necio amante.
LEONOR: Siempre es discreto lo amado,
y necio lo aborrecido.)
RODRIGO: (¿Que de ninguna manera Aparte
puedo agradar una fiera
ni dar memoria a su olvido?)
INÉS: (¡Ay, Leonor! No sin razón
viene don Rodrigo aquí,
si yo misma le escribí
que fuese por el listón.
LEONOR: Fabia este engaño te ha hecho.
INÉS: Presto romperé el papel;
que quiero vengarme en él
de haber dormido en mi pecho.)
Salen don PEDRO, su padre, y don FERNANDO con el
listón verde en el sombrero
FERNANDO: Hame puesto por tercero
para tratarlo con vos.
PEDRO: Pues hablaremos los dos
en el concierto primero.
FERNANDO: Aquí está; que siempre amor
es reloj anticipado.
PEDRO: Habrále Inés concertado
con la llave del favor.
FERNANDO: De lo contrario, se agravia.
PEDRO: Señor, don Rodrigo...
RODRIGO: Aquí
vengo a que os sirváis de mí.
Hablan bajo don PEDRO y los dos galanes.
[Doña INÉS y doña LEONOR hablan
aparte]
INÉS: (Todo fue enredo de Fabia.
LEONOR: ¿Cómo?
INÉS: ¿No ves que también
trae el listón don Fernando?
LEONOR: Si en los dos le estoy mirando,
entrambos te quieren bien.
INÉS: Sólo falta que me pidas
celos, cuando estoy sin mí.
LEONOR: ¿Qué quieren tratar aquí?
INÉS: ¿Ya la palabras olvidas
que dijo mi padre ayer
en materia de casarme?
LEONOR: Luego bien puede olvidarme
Fernando, si él viene a ser.
INÉS: Antes presumo que son
entrambos los que han querido
casarse, pues han partido
entre los dos el listón.)
PEDRO: Ésta es materia que quiere
secreto y espacio. Entremos
donde mejor la tratemos.
RODRIGO: Como yo ser vuestro espere,
no tengo más que tratar.
PEDRO: Aunque os quiero enamorado
de Inés, para el nuevo estado,
quien soy os ha de obligar.
Vanse los tres [hombres]
INÉS: ¡Qué vana fue mi esperanza!
¡Qué loco mi pensamiento!
¡Yo papel a don Rodrigo!
¿Y tú de Fernando celos!
¡Oh forastero enemigo!
¡Oh Fabia embustera!
Sale FABIA
FABIA: Quedo;
que lo está escuchando Fabia.
INÉS: Pues, ¿cómo, enemiga, has hecho
un enredo semejante?
FABIA: Antes fue tuyo el enredo,
si en aquel papel escribes
que fuese aquel caballero
por un listón de esperanza
a las rejas de tu huerto,
y el ella pones dos hombres
que le maten, aunque pienso
que a no se haber retirado
pagaran su loco intento.
INÉS: ¡Ay, Fabia! Ya que contigo
llego a declarar mi pecho,
ya que a mi padre, a mi estado
y a mi honor pierdo el respeto,
dime, ¿es verdad lo que dices?
Que siendo ansí, los que fueron
a la reja le tomaron,
y por favor se le han puesto.
De suerte estoy, madre mía,
que no puedo hallar sosiego
si no es pensando en quien sabes.
FABIA: (¡Oh, qué bravo efecto hicieron Aparte
los hechizos y conjuros!
La victoria me prometo.)
No te desconsueles, hija;
vuelve en ti, que tendrás presto
estado con el mejor
y más noble caballero
que agora tiene Castilla;
porque será por lo menos
el que por único llaman
"el caballero de Olmedo."
Don Alonso en un feria
te vio, labradora Venus,
haciendo las cejas arco
y flechas los ojos bellos.
Disculpa tuvo en seguirte,
porque dicen los discretos
que consiste la hermosura
en ojos y entendimiento.
En fin, en las verdes cintas
de tus pies llevastes presos
los suyos; que ya el amor
no prende por los cabellos.
Él te sirve, tú le estimas;
él te adora, tú le has muerto;
él te escribe, tú respondes;
¿quién culpa amor tan honesto?
Para él tienen sus padres,
porque es único heredero,
diez mil ducados de renta;
y aunque es tan mozo, son viejos.
Déjate amar y servir
del más noble, del más cuerdo
caballero de Castilla,
lindo talle, lindo ingenio.
El rey en Valladolid
grandes mercedes le ha hecho,
porque él solo honró las fiestas
de su real casamiento,
Cuchilladas y lanzadas
dio en los toros como un Héctor;
treinta precios dio a las damas
en sortijas y torneos.
Armado parece Aquiles
mirando de Troya el cerco;
con galas parece Adonis...
¡Mejor fin le den los cielos!
Vivirás bien empleada
en un marido discreto.
¡Desdichada de la dama
que tiene marido necio!
INÉS: ¡Ay, madre! Vuélvesme loca.
Pero, ¡triste!, ¿cómo puedo
ser suya, si a don Rodrigo
me da mi padre don Pedro?
Él y don Fernando están
tratando mi casamiento.
FABIA: Los dos haréis nulidad
la sentencia de ese pleito.
INÉS: Está don Rodrigo allí.
FABIA: Esto no te cause miedo,
pues es parte y no jüez.
INÉS: Leonor, ¡no me das consejo?
LEONOR: ¿Y estás tú para tomarle?
INÉS: No sé; pero no tratemos
en público de estas cosas.
FABIA: Déjame a mí tu suceso.
Don Alonso ha de ser tuyo;
que serás dichosa espero
con hombre que es en Castilla
"la gala de Medina,
la flor de Olmedo."
FIN DEL PRIMER ACTO