Читать книгу El secreto de Elia - Lorena Montalvo - Страница 3

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Capítulo 1

Viviendo en una pesadilla

―¡Ya no puedo más! Esto se acabó, mi vida se acabó, ¡perdóname, Dios mío!, no puedo seguir soportando este dolor y sufrimiento, ¡ya basta!

Elia estaba en su recámara, mientras intentaba ponerse de pie para dirigirse al baño en busca de una navaja o algún objeto que la ayudara a terminar. Llevaba ya varios días con un pensamiento recurrente, profundo y doloroso, de si seguir adelante o terminar definitivamente con su vida.

Habían pasado muchas cosas en su existencia que solamente ella sabía y que no se atrevía a contarle a nadie sobre la faz de la Tierra, situaciones, momentos y unos vagos recuerdos que no entendía muy bien; sin embargo, la agobiaban y sólo ella los conocía y guardaba por años, y estaba también otra situación que la sobrepasaba: su doloroso divorcio.

Por años intentó superar esos recuerdos, pero la verdad es que sólo los guardó en lo más profundo de su memoria para evitar que salieran a la luz, los escondió en lo más hondo de su corazón para evitar que siguieran doliendo y lastimando su alma, pero no fue suficiente, volvieron a salir a la luz y con más fuerza que nunca, desordenando por completo sus pensamientos y sus emociones. Volvieron a salir de su corazón para lastimar su alma, y ahora con mayor dolor y sufrimiento, tanto que nublaron su razonamiento por completo.

Elia se encontraba en ese momento en el que existe nada, en el que existe un gran vacío que sólo se puede explicar desde las palabras de quienes han estado ahí. Ese lugar en donde por un lado tienes la vida llena de sufrimiento, dolor, soledad, tormento e impotencia y que al mismo tiempo no te deja “vivir”, donde te encuentras muerta en vida; y por el otro lado, la posibilidad de dejar todo eso a un lado y realmente dejar de “existir” en esta realidad, en este momento, en esta experiencia terrenal, en este aquí y ahora físico, material y carnal, pero con la angustia de no saber qué hay más allá, qué seguirá…

La recámara lucía una decoración tradicional, acogedora, pero llena de un silencio profundo, donde sólo se escuchaba la respiración de Elia, que se aceleraba cada vez más, al mismo tiempo que su mirada se perdía y el sudor comenzaba a brotar de su frente y por toda su piel. Se levantó de la cama y caminó lentamente a la ventana, intentó abrir la cortina y, antes de tocarla, giró media vuelta y regresó hasta quedar nuevamente al pie de su cama, mirándola, como si ella misma estuviera acostada ahí y mirara con resignación y tristeza, como si estuviera despidiéndose de ella misma.

Era ya media noche y su hija llegaría pronto, había acordado en regresar antes de las 2:00 a.m. a casa. Elia tenía que actuar pronto, sabía que una vez que volviera a ver a su hija y tenerla en sus brazos, no sería capaz de tomar la decisión… ¡Era ahora o nunca!

De pronto, regresó y cayó en cuenta que le quedaba poco tiempo, volteó lentamente hacia la puerta del baño de su recámara, como si estuviera marcando la ruta a su muerte, el camino que no tiene regreso, y poco a poco comenzó a avanzar hacia él. Cada paso representaba un desafío para ella, era como si volviera a reflexionar sobre lo que había ocurrido durante toda su vida. En ese momento el tiempo era como si desapareciera, se encontraba sólo ella, sus pasos, el camino trazado y la puerta a lo desconocido.

No había pensado en los detalles, no sabía si usar las tijeras en su cuello, en sus muñecas o en alguna otra parte de su cuerpo, sólo sabía que había tomado una decisión y tenía que ejecutarla pronto…

El primer paso fue el más difícil, lo dio lento, con la mirada fija en la puerta del baño de su recámara que se encontraba entreabierta permitiendo pasar un ligero rayo de luz.

Poco a poco comenzó a avanzar hasta llegar a la puerta, intentó tomar la perilla para empujar, pero inmediatamente retiró su mano, como empujada por un impulso repentino, y dio un paso hacia atrás y comenzó a caminar rápida y desesperadamente alrededor de su cama; tomaba su cabeza, estiraba sus cabellos, luego deslizaba las manos sobre su rostro demacrado, como intentando rasguñarlo, y así siguió por un periodo corto de tiempo, hasta que hizo un alto total y, poniendo su mirada nuevamente en la puerta del baño, se lanzó sobre ella al mismo tiempo que gritaba:

―¡Ya no puedo más!

De un momento a otro se encontraba ya en el baño, con unas tijeras en sus manos y, frente al espejo, comenzó a levantar su mirada para encontrarse con ese rostro demacrado que reflejaba sufrimiento, angustia y desesperación. Entonces confirmó y decidió que era el momento de terminar con su vida, no valía la pena que esa persona que estaba mirando siguiera viviendo, era lo que pensaba.

En un último suspiro se desplomó casi por completo, como si sus piernas perdieran sus fuerzas, cayó con sus rodillas al piso envuelta en llanto y, en forma desesperada y con mucha fuerza, tomó su cabello y empezó a cortarlo con una tijeras que había en la repisa del baño; hacía cortes de su cabello de forma brusca y estirándolo con odio. De pronto se detuvo y miró hacia sus manos, enfocándose en su muñeca, mientras en la otra mano sostenía las tijeras. Hizo un recorrido con su mirada un par de veces, de las tijeras a su muñeca y viceversa, hasta que recordó las navajas de afeitar que tenía en el gabinete del lavabo. Sin pensarlo dos veces, abrió una de las puertas del gabinete y, en forma desesperada, tomando y aventando todo lo que había dentro, comenzó a buscar las navajas. En cuanto las encontró, tomó una nueva y la sostuvo lista para usar en una de sus manos; con un movimiento sigiloso dirigió la navaja hacia la muñeca, con toda la intención de cortarla para suicidarse.

Al momento en que la navaja tocó la piel de su muñeca, se abrió de forma intempestiva la puerta del baño.

―¡Mamá!, ¡pero que estás haciendo!, ¡no lo hagas!

La voz de Gloria, imperiosa y desesperada.

Tirando su bolso al piso se lanzó hacia Elia para arrebatarle la navaja, iniciando un forcejeo entre las dos.

―¡Noooo! ―gritó Gloria.

―¡Déjame, tengo que hacerlo!

―¡Madre, por favor no sigas con esto!, ¡¿por qué lo quieres hacer?! ¡No entiendo! ―cuestionaba Gloria.

―¡Tú no sabes nada, tú no sabes! ¡Quítate! ―gritaba Elia, entre lágrimas de dolor y angustia, mientras seguían forcejeando, Gloria intentando quitarle la navaja en todo momento.

―No, no lo sé, pero no voy a permitir que lo hagas, ¡por favor, madre, no me hagas esto! ―le dijo Gloria, con su voz entrecortada y al borde del llanto.

Elia, al escuchar a su hija, percibió algo en su pensamiento, como un flechazo de luz en su mente, como si regresara y saliera de un trance. En ese momento reaccionó y fijó su mirada en Gloria, esta vez era una mirada de amor y ternura.

Poco a poco fue disminuyendo la tensión y la fuerza en sus manos, hasta dejar caer la navaja en el piso. Debido al forcejeo, Gloria terminó lastimada de sus manos y con un poco de sangre.

Cuando la navaja ya estaba en el piso, las dos miraron sus manos y, casi instantáneamente, voltearon a verse de frente nuevamente, con lágrimas en sus ojos, y terminaron fundidas en un abrazo que les provocó un llanto intenso y profundo.

El tiempo transcurrió lento, mientras ellas permanecían abrazadas en el piso del baño, sin querer soltarse hasta vaciar sus emociones completamente; ese fue el momento de mayor desbordamiento sentimental para Elia y dejó salir toda su angustia con Gloria, en un llanto desgarrador, que mostraba un dolor clavado en lo más profundo de su ser, mientras su hija la acogía en sus brazos, también con llanto profundo, sin saber qué pasaba con su mamá, sólo le angustiaba pensar que si no hubiese llegado a tiempo, todo esto sería otro escenario, muy distinto, y eso le provocaba más angustia todavía.

Las emociones fueron pasando de mayor a menor, hasta que ello les permitió soltarse y mirarse a los ojos, sin decir una sola palabra. Elia se sintió avergonzada y bajó su mirada, como entrando en razón y dándose cuenta del error que estuvo a punto de cometer. Aún dentro del baño, Gloria se levantó poco a poco, sin soltar la mano de su madre y una vez estando de pie, la invitó con mucho respeto a levantarse, con un pequeño gesto y estirando suavemente su brazo.

Elia aceptó, agachó su cabeza y comenzó a levantarse, aunque estaba abatida y sin fuerzas. Gloria la apoyó, tomándola del brazo y abrazándola, y salieron del baño, caminando lento para ir a la cama.

Gloria ayudó a su madre a recostarse y se sentó junto a ella, acariciando su cabello con una gran ternura y compasión durante unos momentos.

Después de un breve tiempo, Gloria se levantó, enjuagó sus heridas y en el baño, a solas, fijó su mirada en el espejo, y fue inevitable que rodaran unas lágrimas por sus mejillas; se sentía totalmente incrédula, seguía sin entender qué era lo que había pasado con su mamá. Una vez que salió ya más tranquila del baño nuevamente, apagó las luces que faltaban de la recámara, regresó para recostarse junto a su madre y así permanecieron sin decir nada por un largo tiempo, hasta que ambas se quedaron profundamente dormidas.

Ese día para Gloria fue muy impactante, estaba sorprendida y preocupada por todo lo que había pasado.

Ella era la mayor de las hijas de Elia, tenía 27 años; era una chica muy valiente, decidida y con un fuerte carácter, su aspecto era muy parecido al de su mamá, de piel morena, complexión delgada, altura media y cabello ondulado, castaño oscuro, con ojos grandes y muy expresivos; su personalidad era imponente, inclusive ante su madre.

No comprendía bien lo que había sucedido, en su cabeza todo daba vueltas y no sabía qué hacer, sólo sabía que necesitaba ayudar a su mamá, pero no tenía idea de cómo hacerlo ni por dónde empezar o a quién recurrir, sólo se le ocurrió hablarle a su mejor amiga.

Era casi la hora de salir de la oficina, cerca de las 6:00 p.m. del día siguiente. Sonó el teléfono celular de Ana, la amiga de Gloria, una mujer joven, de la misma edad que Gloria, simpática, con madurez de pensamiento, amante de la naturaleza. Ella era alta, de piel blanca, cabello largo castaño, usaba lentes con diseño casual y casi siempre vestía formal, debido al trabajo de oficina que desempeñaba.

―Amiga, ¡me urge platicar contigo! ―comentó Gloria con desesperación.

―Claro, amiga, dime ―respondió Ana, un poco sorprendida por el tono de voz de su amiga.

―No por teléfono, necesito verte ahora mismo en persona, es algo muy grave.

―¡¿Estás bien?!

―No, estoy muy preocupada, por favor vamos a vernos en el café de siempre, ¿sí?

―Está bien, nos vemos en 30 minutos ―sugirió Ana.

―¡Gracias, amiga! Allá nos vemos.

Ellas solían ir a un café en el centro de la cuidad, que estaba en una casa antigua donde tenían las mesas en los patios entre árboles muy viejos, adornado con luces, lámparas, alebrijes y objetos alternativos; el ambiente era tranquilo y la música calmada, lo que permitía platicar sin demasiado ruido. Estar en ese café era como regresar unos años a otra época; el edificio de arquitectura colonial conservaba todo su diseño original, así como muebles y arte antiguos que complementaban el entorno.

Minutos más tarde…

―Hola, amiga, estoy asustada y tú no te ves nada bien ―le dijo Ana a Gloria después de saludarla con un beso y un fuerte abrazo―. Dime qué pasa ―terminó diciendo Ana.

Gloria, a punto del llanto, le comenzó a platicar a su amiga lo ocurrido la noche anterior.

―Sé que mi mamá ha sufrido mucho, no conozco tanto de su vida, sólo lo poco que recuerdo de mi infancia y mi adolescencia. Sé que tuvo problemas personales y con mi papá, pero yo los considero dentro de lo normal, problemas por los que pasan todas las parejas que se divorcian. Pero anoche tuve la sensación de que no la conozco realmente.

Mientras decía esto, Gloria tuvo que dejar de hablar porque el llanto cortaba sus palabras. Ana la tomó de las manos y le dijo:

―Pero dime qué pasó, ¡me asustas!

Con tono desesperado, controlándose para no gritar, Gloria dijo:

―¡Mi mamá intentó suicidarse!

―¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!... Tranquila, amiga, ¡cuéntame por favor! ―le dijo Ana, mientras la tomaba de las manos, con cara de asombro, pues jamás se imaginó que eso pudiera pasar.

―¿Recuerdas que anoche me sentí incómoda en la fiesta en que estábamos juntas y me retiré temprano, cerca de la medianoche?

―Sí, la verdad se me hizo muy raro. Pero sí te noté incómoda, no estabas disfrutando de la fiesta.

―Pues resulta que sentí un gran impulso por estar con mi mamá porque me sentía triste, no sé, algo así como con un presentimiento extraño; se me venían pensamientos que no entendía bien y me empecé a sentir confundida y muy inquieta. Por esa razón decidí irme a casa.

"Una vez que llegué y abrí la puerta despacio para no hacer ruido por la hora que era, comencé a subir las escaleras hacia la recámara de ella, de mi mamá, para darle las buenas noches; sin embargo, sentía como una opresión en mi pecho, un presentimiento, y mi corazón se aceleraba cada vez más. Entonces apuré mi paso, escuché a lo lejos unos ruidos, como si estuviera ella llorando, me puse nerviosa y subí más rápido, casi corriendo llegué hasta su cuarto y al abrir la puerta me percaté que no estaba en su cama, pero la escuché llorar en el baño, y era un llanto diferente, ¡nunca la había escuchado así! ―Gloria seguía relatando, con lágrimas en sus ojos.

"Inmediatamente me dirigí allí y, cuando entré, la encontré tirada en el piso intentando cortarse las venas con una navaja, su mirada estaba como en otro mundo, totalmente perdida.

―¡No lo puedo creer! Pero tu mamá… no sé, aparenta ser una persona firme, alegre, segura y tranquila. No puedo imaginar lo que me estás describiendo… aunque, viendo bien las cosas, tu mami cambió mucho después de su divorcio. ¿Y qué hiciste, amiga? ―exclamó incrédula Ana.

―¡Evité que lo hiciera, por supuesto! No le pedí ninguna explicación, sólo nos abrazamos por mucho tiempo, la llevé a su cama, después ella se tranquilizó y se fue quedando dormida lentamente, y yo me mantuve ahí con ella, en su recámara, hasta que también me dormí, pero después de mucho tiempo, y la verdad estaba al pendiente por si se movía o por si algo se ofrecía. Venían a mi mente muchas preguntas, siempre había visto a mi mamá normal, con cambios de carácter, como todos y sí, de pronto triste y retraída, pero creía que era normal. Ahora veo que no es así… ¡Ay, amiga! ―exclamó Gloria con un suspiro―. Me angustia esta situación y deseo de todo corazón saber qué fue lo que orilló a mi mamá a hacer esto; debe ser algo muy grave. Estuve pensando, pero la verdad no me imagino, o tal vez puede ser lo del divorcio, pero siempre vi que tomó todo con mucha calma… No entiendo.

Gloria ya estaba más tranquila, pues se desahogó con su amiga y eso la dejo pensar claramente.

―Hoy me desperté muy temprano y hablé por teléfono con mi jefe, para avisarle que llegaría un poco tarde a la oficina. Después organicé todo para que mi hermana Estefanía se quedara cuidando a mi mamá.

Estefanía era una chica de 22 años, de tez blanca, cabello liso, largo, rojizo, de estatura media, delgada, de carácter noble y alegre, siempre muy risueña, amable y de trato muy cálido con las personas y con su familia en general. Fue la segunda hija de Elia.

Gloria hizo una pausa, como mirando al horizonte sin ver. Aún sentía la incredulidad de lo sucedido, como que estaba en una pesadilla y no veía la manera de despertar.

―Eran las 11:00 a.m. y mi mamá aún no se levantaba de la cama. Aunque ya había despertado y se veía tranquila, no quiso levantarse y nos dijo a mi hermana y a mí que no nos preocupáramos, que sólo había sido una “crisis existencial”, y esbozó una ligera sonrisa. Obvio que ya le había contado todo a mi hermana, antes de que mamá despertara. Mi hermana estaba también incrédula y muy preocupada, pero se ofreció para estar con ella y no despegarse. Afortunadamente en estos momentos está disponible cien por ciento para estar con mamá, debido a que no está trabajando.

―Sí, eso es muy bueno, que alguien esté con ella y, de ser posible, de tiempo completo, pero, ¿qué has pensado hacer?, ¡debemos actuar rápido, amiga! ―comentó Ana.

―No estoy segura, he pensado en buscar ayuda profesional, algo o alguien que realmente pueda apoyarla y que tenga resultados pronto. Conozco a una persona que fue con un psicólogo, pero ya sabes lo que pensamos la mayoría, que si vas a un psicólogo es porque estás “loca”; hay muchos paradigmas al respecto… No sé, nunca he ido con un psicólogo, pero me da miedo; además, mi mamá no lo aceptaría. No me queda mucho tiempo, temo que ella lo vuelva a intentar, y un día encontrarla muerta en su recámara, ¡no quiero ni imaginarlo! Esta situación se está saliendo de control muy rápido, siento que la vida me ha cambiado de un día para otro. Estoy dispuesta a probar lo que sea con ella, algo diferente, debe haber algo que nos indique lo que le pasa, para poder sacar de sus pensamientos esa idea del suicidio. ¡Busca opciones, amiga, las que sean, pero algo inmediato, por favor!

―También estaba pensando en que la lleváramos a un psicólogo, pero si tu mamá no quiere, pues hay otras opciones.

"Sabes algo, Gloria? Me acaban de contar de un lugar, creo que es un centro holístico, según me dijeron dan diferentes tipos de terapias alternativas, del lado espiritual, de los ángeles y cosas así, pero no sé si le gustarán a tu mamá, sé que apoyan a personas con problemas emocionales. No sé si creas en eso, pero es otra opción, ¿cómo ves?

Gloria la miró, dudosa y resignada. Dijo:

―Estoy dispuesta a hacer lo que sea, con tal de apoyar a mi mamá; hoy mismo, si es posible conseguir algo, sería genial.

Hizo una pausa, pensando por segundos, y agregó:

―Ana, no se diga más, vamos a comenzar con esa opción que comentas. ¿Tienes los datos del lugar?, ¿has escuchado buenas referencias de ellos?, ¿o quién más los conoce o los recomienda? No quisiera equivocarme y llevarla con cualquier persona; es mi madre, tú sabes que ella ha sido muy linda con nosotros, es una madre muy comprometida con nosotros, amorosa, y también la amo demasiado.

―Gloria, yo lo sé, ella es muy linda de verdad y sabes que yo también le tengo mucho cariño, y pues con la compañera que platiqué me dio buenas referencias de ahí, creo que es su hermana quien ha recibido los servicios de ese lugar, debido a que también estaba atravesando por un proceso complicado de una pérdida, y la apoyaron muy bien. Por cierto, ella sigue asistiendo periódicamente a seguimiento.

―¿Y podrías conseguirme ese dato, amiga, por favor, para agendarle una cita a mi mamá?

―¡Claro que sí! ―aseguró Ana―. Déjame te paso el número de contacto por mensaje en el celular.

En cuanto Gloria recibió el mensaje en su celular con el contacto, lo registró y realizó una llamada para agendar una cita, a nombre de su mamá. Al terminar la llamada, Gloria tomó de la mano a su amiga y le aseguró:

―Confío plenamente en que Dios no nos va a abandonar.

―Como bien lo dices, Gloria, vamos a confiar en Dios y pensar que pronto pasará este trago amargo para Elia y para ustedes. Sabes que cuentas con mi apoyo y también con el de mi familia, para lo que se les ofrezca.

Las amigas se despidieron con un fuerte abrazo.

El secreto de Elia

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