Читать книгу Todo empezó con un baile - Louise Fuller - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеBAUTISTA Caine se colocó en silencio el teléfono contra la oreja y, con un imperativo gesto de la cabeza, le ordenó a su asistente personal que se marchara. Entonces, centró toda su atención en la voz de su hermana.
En realidad, el mensaje de Alicia no contenía nada nuevo. Más o menos, era lo mismo que lo que le había dicho el fin de semana: que le estaba muy agradecida, que Bautista era el mejor hermano que ella podía tener y que ella le quería mucho, pero no por ello resultaba menos agradable escucharlo.
Bautista torció el gesto. Había sido una conversación difícil, como no podía ser de otra manera cuando el tema del que se hablaba era Mimi Miller. Sintió que los hombros se le tensaban contra la americana que llevaba puesta.
Mimi, con su largo cabello rubio, piernas aún más largas y unos sedosos labios que se fundían con los de Bautista en un beso que él no había podido olvidar nunca… Un beso que había ahogado el sentido común y la consciencia y que lo había turbado hasta lo más profundo de su ser.
Apretó los dientes al sentir que su cuerpo se tensaba como un perro de caza al olisquear su presa. Ella era como la infame falsa moneda y, probablemente, lo sería siempre dado que nada de lo que Bautista le había dicho a su hermana parecía poder hacerle cambiar la opinión que tenía de Mimi. Tan solo un día antes, ella le había asegurado con vehemencia que a Mimi le faltaba seguridad en sí misma.
Habían pasado casi dos años desde que él había enviado a su hermana a Nueva York con la intención evidente de que tuviera la oportunidad de aprender de primera mano el funcionamiento diario de la fundación benéfica Caine. Bautista había dado por sentado que la distancia geográfica y el hecho de que ella conociera personas nuevas y, en opinión de Bautista, más adecuadas, pondría fin de una vez por todas a la incomprensible y desafortunada amistad con Mimi.
Se había equivocado.
Miró por la ventana hacia los narcisos que adornaban el jardín de su residencia familiar de Londres y entornó los ojos oscuros mientras pensaba en la próxima boda de su hermana con Philip Hennesy.
La noticia no le había sorprendido ni le había disgustado, pero le había ocurrido todo lo contrario con el inesperado anuncio de su hermana de que quería que Mimi fuera su dama de honor. No estaba seguro de lo que le había sorprendido más, si el hecho de que las dos aún siguieran siendo amigas después de tantos meses de separación o que su hermana le hubiera ocultado a él la amistad que seguía existiendo entre ambas.
En realidad, eso no era del todo justo.
Estaba seguro de que, si le hubiera preguntado a Alicia sobre Mimi, ella le habría contado todo lo que quisiera saber. Sin embargo, él no había preguntado nada. Ni siquiera había querido escuchar el nombre de Mimi y mucho menos tener que enfrentarse con el recuerdo de la última vez que la vio. Le había resultado más fácil dar por sentado lo de ojos que no ven, corazón que no siente.
Desgraciadamente, a pesar de lo mucho que él se esforzaba por conseguirlo, Mimi nunca estaba lejos de su pensamiento. ¿Cómo iba a estarlo? Cada vez que Bautista veía a su padre, le recordaba el daño causado por los poco honestos parientes de ella y, peor aún, las escasas horas en las que había permitido que sus más primitivas necesidades hicieran desaparecer el deber que tenía para salvaguardar a su familia.
Respiró lentamente para aliviar el nudo que tenía en los hombros.
Como siempre cuando se permitía pensar en el vigésimo primer cumpleaños de su hermana, sintió la misma mezcla de ira y de arrepentimiento. Y, como siempre, se dijo que había sido una excepción, una pérdida momentánea del sentido común en la que había bajado la guardia cuando ella lo miró de aquella manera, porque, hasta aquel momento, había considerado a Mimi una niña.
Después, había tratado de decirse que no era culpa de Mimi. Ella no había elegido ser pariente de sangre de un par de delincuentes y no la había culpado por lo que su padrastro y su tío habían hecho.
Frunció los labios. No. La culpa era enteramente suya por haber presentado a Charlie Butler y a Raymond Cavendish a su padre. Por no haber sabido ver más allá. Sin embargo, tampoco podía absolver a Mimi de la responsabilidad de sus actos.
Aquella noche había habido un par de momentos en los que se había sentido intranquilo, algo que había atribuido al hecho de que ella fuera la amiga de Alicia, una amiga de la familia al fin y al cabo. Más tarde, de hecho ya demasiado tarde, había resultado evidente que ella había desempeñado un papel en el engaño que había llevado a cabo su familia.
Ella había estado a punto de jugar con él, le había faltado tan poco… Lo más increíble de todo era que, a pesar de todo lo que había ocurrido, era la traición de Mimi y su propia estupidez lo que más le dolía incluso después del tiempo transcurrido.
Sintió que el nudo de los hombros se tensaba un poco más.
Al principio, había querido que fuera una coincidencia, pero la rápida e inexplicable marcha de la fiesta le había confirmado a Bautista que ella era culpable también. A medida que los hechos fueron produciéndose, había dejado de buscar excusas para exonerarla.
Más tarde, por el bien de su padre y la reputación de su familia, había tratado de convencer a Alicia para que rompiera su amistad con Mimi, pero su ingenua hermana había ignorado por completo sus consejos.
Sintió una profunda irritación. No con Alicia, dado que sabía que su hermana no vivía en el mundo real, pero él sí. Ya era bastante malo haber conducido a los lobos hasta su puerta en una ocasión, pero resultaba que había vuelto a fracasar al no insistir lo suficiente para que su hermana cortara todo vínculo con Mimi.
La tensión de los hombros comenzó a bajarle por la espalda.
Sabía exactamente lo que ocurriría si los medios de comunicación descubrían que su hermana era la mejor amiga de la hijastra y nieta de los hombres que se habían apropiado de los fondos de pensión de los empleados de Caine. En realidad, no les iba a costar mucho enterarse si Alicia convertía a Mimi en su dama de honor. Por eso le tenía que decir a su hermana que aquello no podía ocurrir.
Apretó la mandíbula.
Le había dolido escuchar que Alicia estaba tan disgustada, pero la alternativa, es decir, que Mimi ocupara un lugar de tanta importancia en la boda y en las fotografías, no era viable. Por lo tanto, había utilizado la mala salud de su propio padre y el daño potencial que supondría para el apellido familiar para tratar de conseguir que cambiara de opinión. Había funcionado, pero había tenido que ofrecer algo a cambio para suavizar el golpe.
Y así lo había hecho, aunque tampoco era lo ideal. El acuerdo significaba permitir que Mimi Miller regresara a su vida. Lo haría por el bien de su hermana.
Se acomodó en su butaca y sintió que el corazón le latía con fuerza contra las costillas.
En aquella ocasión, no habría lapsus. Ni perdidas de control que le hicieran bajar la guardia. No tendría que vivir sabiendo que había estado a punto de poner a su familia en peligro por segunda vez.
En aquella ocasión, todo sería diferente. Sería Bautista quien manejaría los hilos e iba a disfrutar cada segundo haciéndolo.
Mimi Miller iba tarde. Literalmente. Iba… corriendo, aunque, gracias a los zapatos de alto tacón que con tan mal criterio había elegido aquella mañana, todo se quedaba más bien en un intento por correr. Sus pulmones no hacían más que implorar piedad.
«Gracias a Dios».
Aquella era la calle. Aminoró la marcha hasta que comenzó a avanzar a pasos inestables. Se vio reflejada en el escaparate de una tienda y suspiró profundamente.
Tanta prisa había sido culpa suya, no porque hubiera estado dudando sobre lo que ponerse. En realidad, la moda no era lo suyo. Solo tenía dos vestidos, uno que odiaba porque evocaba amor, sueños y aflicción. El otro vestido, azul marino con lunares blancos, le había parecido muy mono cuando se lo probó en casa. Sin embargo, al ver el estado de su larga melena rubia, que le llegaba hasta la cintura, había sentido que el pánico se apoderaba de ella. Se dirigió inmediatamente a la peluquería más cercana, carísima, para que se lo peinaran.
A pesar del precio, había merecido la pena. Sentía un hormigueo de excitación y felicidad en la piel. Iba a ver a su mejor amiga por primera vez en más de dos años y quería celebrarlo.
Entró en el restaurante y se miró las piernas. De repente, se sintió algo cohibida. Vaqueros y camisetas, preferiblemente de varias tallas más grandes, componían su atuendo habitual, pero Tenedor era un restaurante argentino muy exclusivo y muy popular entre las celebrities. No era la clase de local al que se acudía con ropa demasiado informal.
Sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Debía estar ella allí? Hacía mucho tiempo que no se movía en aquellos círculos, dos años horribles desde que Charlie y Raymond fueron enviados a prisión y la vida de Mimi cambió para siempre.
Se estaba comportando de un modo estúpido. Nadie iba a vincularla con la muchacha de aspecto turbado que esperaba en el exterior del tribunal.
Tratando de ignorar los potentes latidos de su corazón, le dio su nombre al maître y lo siguió a través del restaurante. La emoción por ver a Alicia superaba con creces el pánico que sentía. No obstante, le resultaba imposible creer que hiciera ya dos años que no veía a su amiga. Después del arresto de Charlie y de Raymond, habían hablado por teléfono. Había sido una conversación breve y seca, en la que ella se había disculpado una y otra vez por lo que había ocurrido y Alicia no había dejado de repetirle entre lágrimas que aquello no cambiaba nada entre ellas.
Desde entonces, habían hablado por teléfono y se habían enviado mensajes de texto, pero, entonces, Alicia se mudó a Nueva York y había estado muy ocupada trabajado en la fundación benéfica de su familia. Además, había conocido y se había enamorado de Philip Hennesy, el heredero de un imperio hostelero y, evidentemente, él había absorbido la mayor parte de su tiempo.
En aquellos momentos, Philip y Alicia estaban comprometidos y, según la invitación que ella había recibido, la boda iba a ser en mayo. Faltaban menos de tres meses.
Se podía decir, que, sin esfuerzo alguno, Alicia iba cumpliendo con todas las etapas de la edad adulta. Mimi sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Ella, por el contrario, estaba trabajando como camarera en una cafetería de Borough Market. Todas las ambiciones de juventud de convertirse en directora de cine se habían hecho añicos incluso antes de poder alcanzarlas.
En cuanto a su vida amorosa… no había nada que decir. Su única incursión en el mundo de las relaciones sexuales la había dejado con la virginidad intacta y la confianza en sí misma tan destrozada que había decidido dejar aquella parte de su vida aparcada indefinidamente.
Suspiró. Los comienzos de la primavera siempre suponían que resultara más duro ser soltera. Los parques de Londres parecían estar repletos de parejas arrullándose y tampoco la ayudaba el aroma de las flores, que le recordaba a la fiesta de cumpleaños de Alicia.
Y, a su vez, la fiesta de cumpleaños de Alicia le recordaba a Bautista.
Sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Bautista Caine. El hermano mayor de su mejor amiga. Su primer amor. El hombre que le había roto el corazón y se había marchado sin mirar atrás. Bautista… con su perezosa sonrisa y profundos ojos oscuros.
Mimi no había sido la única que había tenido fantasías con él. Prácticamente todas las niñas de su colegio, y probablemente algunas de las madres también, lo miraban con admiración siempre que aparecía a recoger a su hermana. No hacía falta mucho para comprender por qué.
Era un hombre inteligente, de éxito y tan encantador que hasta los pájaros parecían quedarse prendados de él. Por supuesto, a él no le interesaban las colegialas ni sus madres. Sus novias eran modelos de largas piernas y labios gruesos. No era de extrañar que le hubiera resultado tan fácil rechazar aquella noche a la torpe amiga de su hermana.
Mimi sintió que se le hacía un nudo en el estómago, pero no de excitación en aquella ocasión.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había permitido pensar en Bautista y la noche que no habían pasado juntos. Sin embargo, desde que Alicia anunció su compromiso le estaba costando cada vez más contener los recuerdos e ignorar el hecho de que, en algún momento, si quería asistir a la boda de su amiga, iba a tener que volver a verlo. Alicia adoraba a su hermano y él la correspondía del mismo modo.
Desgraciadamente, los sentimientos que Bautista tenía hacia Mimi eran mucho más fríos, si se podía considerar que la más absoluta indiferencia tuviera temperatura.
Se echó a temblar. Aquello había sido uno de los puntos positivos sobre la ausencia de Alicia. No había tenido que enfrentarse al hombre que la besó para ignorarla por completo una hora más tarde. Y eso había sido antes de que se enterara de que Charlie y Raymond habían abusado de su confianza.
Una vez más, sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Antes de esa noche en Fairbourne, Bautista siempre la había tratado con cortesía, pero, a juzgar por lo mucho que se había esforzado en mantener a Alicia en otro continente durante dos años, resultaba evidente que no confiaba en ella.
Tal vez cuando se encontraran de nuevo cara a cara, Mimi podría haber conocido a alguien que no saliera perdiendo cuando se le comparara con Bautista. Sintió que el corazón se le detenía. Tal vez ella podría decirle con toda sinceridad que no era tan…
–¡Mimi!
Era Alicia. Iba ataviada con un hermoso vestido amarillo. Una amplia sonrisa adornaba su rostro y sus ojos pardos relucían de alegría y cariño. Inmediatamente, las dos se abrazaron y se echaron a reír.
–¡Me alegro tanto de verte! –exclamó Alicia tras dar un paso atrás para mirar a su amiga con evidente felicidad–. Tenía miedo de que no pudieras encontrar un hueco para verme.
–¿Y qué estaría yo haciendo?
–No sé… Tal vez asistir a un festival indie o algo así.
Mimi se echó a reír.
–Bueno, eso es el mes que viene…
Alicia rio también y le dio otro fuerte abrazo.
–Te he echado tanto de menos… Sé que hemos hablado por teléfono y eso, pero no es lo mismo.
–Yo también te he echado de menos…
Alicia sonrió.
–Estás muy guapa.
–Lo que quieres decir es que me he puesto un vestido.
–No. Es que estás muy guapa –afirmó Alicia–. ¿No te parece? –añadió volviéndose al hombre algo de cabello claro que estaba de pie detrás de ella–. Philip, esta es mi mejor amiga. Mimi Miller. Tiene mucho talento y muy pronto alguien la descubrirá como cineasta. Mimi, este es Philip. El amor de mi vida y un verdadero santo.
Mimi le apretó la mano a su amiga. Aquello era lo que más le gustaba de Alicia. Siempre hablaba desde el corazón. Cualquier otra persona estaría ocultando sus sentimientos o incluso haciendo bromas, pero Alicia siempre había sido muy abierta y sincera.
Philip dio un paso al frente.
–Hola, Mimi –dijo antes de besarla ligeramente en ambas mejillas–. Alicia habla tanto sobre ti que me parece que ya te conozco.
–¿Y eso no te ha quitado las ganas de venir a almorzar? –bromeó sonriendo a su amiga–. Tienes razón, Alicia. Es un santo.
–¡De eso nada! –exclamó Philip riendo. Entonces, se volvió hacia Alicia y su mirada se suavizó–. Alicia es la santa. Ella hace que el mundo sea un lugar mejor y yo soy el hombre más afortunado.
Mimi asintió.
–En eso tienes razón.
A pesar de todo, sintió que el corazón se le detenía un instante para dejar paso a una sensación ya familiar. ¿Le diría alguna vez un hombre esas mismas palabras a ella?
No parecía muy probable. En realidad, ella solo había amado a un hombre y él le había dejado muy claro que el interés que sentía por ella no había sido más que un momento de indiscreción. Había tratado de olvidarlo rápidamente y había decidido en aquel mismo instante que ella no estaba hecha para el amor. Tal vez, si ello significaba exponerse a un dolor tan insufrible, no lo estaría nunca.
Apretó la mandíbula al recordar cómo, durante un par de horas, se había permitido creer que su fantasía de juventud podría hacerse realidad. Bautista Caine no tardó en destrozarle el corazón y el orgullo.
Incluso en aquellos momentos, casi dos años después, aún podía recordar su rostro ignorándola descaradamente a pesar de haberla besado menos de una hora antes con tal pasión e intensidad que Mimi se había quedado ciega, sin aliento y completamente azorada.
Una vez más, se sintió absorbida por la andanada de las ya familiares preguntas sin respuesta.
¿Por qué la había besado?
Más bien, ¿por qué la había besado de aquella manera?
¿Por qué no había regresado? ¿Había sido Mimi demasiado ansiosa o tal vez demasiado torpe?
Le había dolido tanto y aún le dolía cuando se permitía pensar al respecto. Lo que hacía que el dolor fuera mil veces más fuerte era que él fuera el hermano de su mejor amiga, lo que suponía que no tenía a nadie con quien hablar al respecto.
Le habría gustado fingir que no le había dicho nada a Alicia por amor y por el deseo de no poner a su amiga en una situación incómoda, pero en realidad, había tenido miedo. No había querido correr el riesgo de perder a Alicia cuando ya había perdido todo lo demás. Además, habían ocurrido demasiadas cosas aquel día, cosas muy importantes. Charlie y Raymond fueron arrestados y las dos familias se desgajaron para siempre, por lo que ella no había estado en situación de llamar a su amiga y contarle que no se había acostado con su hermano.
Sin embargo, aquel no era el momento de pensar en el pasado. Su mejor amiga estaba allí en Londres y no iba a permitir que nada le estropeara el momento. Se sentó por fin y miró con admiración el restaurante.
–Es un local fantástico.
–Sí, pero lo que yo quiero es que me cuentes todo lo que hayas estado haciendo –dijo Alicia colocando su menú sobre la mesa–. Empezando con tu película.
Mimi tomó su copa de agua porque no sabía qué decir. Resultaba deprimente lo poco que tenía que contar. Como todo lo demás que ella tocaba, se había desmoronado. Todos sus esfuerzos y sus esperanzas se habían convertido en polvo como siempre.
Era cierto que había hecho una película, muy breve, muy improvisada y en blanco y negro, sobre un grupo de chicas que salen de fiesta una noche en Londres. Lo más increíble de todo era que había conseguido encontrar un distribuidor, pero eso había sido hacía ya nueve meses y aún estaba tratando de conseguir que la estrenaran. Desgraciadamente, las posibilidades de que algo así pudiera ocurrir eran cada vez más escasas.
Sintió una fuerte tensión en los hombros.
Cuando la grabación comenzó, las actrices principales habían estado deseando hacerse un nombre en el mundo del espectáculo, pero, desde entonces, habían conseguido un contrato con una productora de más importancia y, en aquellos momentos, sus abogados estaban bloqueando la película de Mimi diciendo que sus clientas solo habían actuado en la película como un favor personal hacia ella.
No era cierto. La verdadera razón por la que aquellas actrices no querían que se estrenara la película era que algunos de los comentarios improvisados que realizaban en ella no eran autorizados para todos los públicos y no querían perjudicar su nueva imagen.
Todo era un lío… y demasiado aburrido para un almuerzo de reencuentro. Sacudió la cabeza.
–Luego –dijo mientras tomaba la mano de Alicia para poder contemplar el anillo de compromiso que relucía bajo las luces del restaurante–. En estos momentos, lo único que quiero saber es cómo os conocisteis.
Mimi se fue relajando mientras escuchaba hablar a su amiga. Había un algo tan inocente y tan lleno de esperanza en sus palabras. Philip tenía razón. Alicia hacía que el mundo fuera un lugar mejor y ella quería que el mundo fuera mejor también para todo el mundo.
–Entonces, ¿cuántos invitados hay para la boda? –le preguntó mientras los camareros recogían la mesa.
Philip frunció el ceño.
–Hemos tratado de reducirlos a unos doscientos –comentó.
Mimi estuvo a punto de soltar una carcajada. Luego comprendió que la boda no era tan solo un intercambio de votos matrimoniales. Era un evento muy importante en el calendario social.
–Supongo que la vais a celebrar en Fairbourne –dijo ella tras aclararse la garganta.
Antes de que su vida se hubiera puesto patas arriba, ella había sido una habitual en Fairbourne, la mansión de estilo georgiano en la que vivían los Caine. Aún recordaba la primera vez que fue, lo impresionada que se quedó por la grandiosidad y belleza de la casa y la perfección que reinaba por todas partes, aunque no tanto como cuando el atractivo heredero de la casa la besó hasta llevarla a su dormitorio, cerró la puerta, se desnudó y luego la desnudó a ella.
Sintió que los dedos se deslizaban por el blanco mantel. Recordó que Bautista era increíblemente atractivo vestido. Tenía la clase de físico esbelto, tonificado y esculpido que le permitía ponerse cualquier cosa y llevarlo mejor que nadie, pero desnudo…
De repente, sintió que la boca se le secaba. Desnudo, era igual de atractivo, pero aún más impresionante. Piel dorada y suave, que se plegaba delicadamente sobre los músculos. Recordó a Bautista estirándose encima de ella… Parpadeó rápidamente al ver que Alicia sacudía la cabeza. De repente, sus ojos marrones se habían llenado de lágrimas.
–¡Oh, Lissy! ¿Qué te pasa?
Philip tomó la mano de Alicia.
–Bob tuvo una fuerte infección vírica en Navidad y lleva un poco decaído desde entonces. Por eso, hemos decidido adelantar la fecha a mayo.
Mimi asintió y trató de calmar su agitado corazón. Había visto al padre de Alicia, el financiero y filántropo Robert Caine en muchas ocasiones y él siempre había sido un anfitrión amable y generoso. Sintió una fuerte sensación de culpabilidad. Eso había sido antes de que su frágil estado de salud se hubiera deteriorado tras la traición del padrastro y del tío de Mimi.
–Y por eso hemos decidido celebrar la boda en Argentina –añadió Philip–. Allí será otoño y el clima es más cálido, no tan húmedo.
Alicia sonrió débilmente.
–Y Basa nos ha ofrecido muy amablemente usar su estancia en la Patagonia para la ceremonia en sí. También permitirá que los invitados se alojen en su casa de Buenos Aires de camino hasta allí.
Mimi sonrió automáticamente para responder la alegría que se reflejaba en la voz de su amiga. Sin embargo, durante un instante, le resultó imposible respirar o hablar. Las palabras de Alicia no paraban de resonar en el interior de su cabeza, como si fueran las notas discordantes de un piano desafinado, pero consiguió hablar con bastante normalidad.
–Lissy, eso es maravilloso…
Los camareros llegaron con los postres. Tras mirar su bizcocho borracho con gelatina de hibisco, Mimi sintió náuseas de repente. Desde que aceptó la invitación de Alicia, había sabido que era cuestión de tiempo que el nombre de Bautista surgiera en la conversación, pero incluso así le sorprendió escuchar lo mucho que le dolía oírlo nombrar en voz alta.
¿Era así como se sentía él cuando oía el nombre de Mimi? ¿Sentía vergüenza por el modo en el que la había tratado? O, dado lo que Charlie y Raymond habían hecho, ¿se sentía aliviado de no haberse acostado con ella?
Mimi dudaba que tener relaciones sexuales con la hijastra de uno de los hombres que habían estado a punto de arruinar a su familia ocupara un lugar muy importante en la lista de objetivos personales.
–Es un lugar precioso, Mimi. El cielo parece más grande y más azul, las montañas en la distancia y la amplia extensión de hierba dorada en todas direcciones –comentó Alicia sonriendo–. Basa dice que es el primer escalón para llegar al cielo.
Mimi sintió que el corazón se le detenía. No. El primer escalón hacia el cielo había sido el contacto de los labios de Bautista con los suyos. Sintió cómo la piel se le acaloraba al recordar lo que había sentido cuando él la besó.
La mano le temblaba ligeramente cuando agarró su copa para tomar un sorbo de vino.
–Estoy deseando, Lissy –dijo con una convicción que no sentía–. Va a ser un día muy especial, pero, ¿hay algo que yo pueda hacer? Es decir, estoy segura de que tienes montones de gente ayudándote…
–En realidad, hay una cosa que te íbamos a pedir…
Philip y Alicia se miraron el uno al otro.
–¿De verdad? –les preguntó Mimi inclinándose hacia delante–. ¿A mí?
–Vamos a tener un fotógrafo –contestó Philip–. En realidad, todas esas fotos tan formales no son lo nuestro, pero Bob y mis padres son un poco más tradicionales. Sin embargo, lo que realmente nos gustaría sería que nos hicieras una película.
–Algo personal –añadió Alicia rápidamente–. Ya sabes, como las que hacías en el colegio, con nosotras hablando y comportándonos como nosotras mismas. Tienes un don, Mimi. Sabes capturar el momento y conservarlo para siempre. Pensé que podrías hacer eso por nosotros.
Mimi parpadeó. Las manos le temblaban y sentía un nudo en la garganta.
–¿Confiaríais en mí para que hiciera algo así?
Los dos asintieron sin vacilar. Alicia la miró a los ojos y sonrió.
–Te he confiado mi vida… ¿O acaso ya se te ha olvidado lo de jugar lacrosse contra St. Margaret’s?
Mimi sonrió.
–Lo tengo grabado en el recuerdo.
Miró a su amiga y deseó poder decir que sí. Adoraba a su amiga y ¿qué mejor manera tenía de demostrárselo que convirtiéndola en la estrella de su propia película? Sin embargo, conocía a Alicia demasiado bien y, sin duda, aquella era su manera de demostrarle su apoyo. No tenía por qué hacerlo, al menos no públicamente y mucho menos el día de su boda. A Mimi le bastaba saber que ella siempre había sido una aliada sincera y leal.
–Ay, Lissy… yo solo soy una aficionada. Y es tu gran día…
–¿No es eso exactamente lo que te dije que diría? –le preguntó Alicia a Philip sacudiendo la cabeza–. Ojalá pudiera hacerte creer en ti misma como yo creo en ti.
Mimi hizo un gesto de desaprobación con los ojos.
–Tú eres una buena amiga y es una idea preciosa, pero no creo que seas objetiva.
–Sabía que también dirías eso –repuso Alicia con una sonrisa–. Y tienes razón. No soy objetiva, pero eso no importa porque no ha sido idea mía. Ni de Philip –añadió al ver que Mimi miraba a su prometido–. Ha sido idea de Basa.
Mimi se quedó completamente inmóvil. El corazón le latía con tanta fuerza que le sorprendió que nadie más pudiera escucharlo.
–No te creo –consiguió decir por fin.
Los Caine no vivían en un castillo, pero, después de que su padrastro y su tío hubieran sido arrestados, la familia parecía haber retirado el puente levadizo, por decirlo metafóricamente. De la noche a la mañana, sencillamente habían dejado de invitarla a su mundo. No había habido drama alguno al respecto. Estaban demasiado bien educados como para causar una escena, pero ella había deducido por lo que Alicia no había dicho que Robert y Bautista pensaban que ella no era buena para la familia y no había habido razón alguna para pensar que hubieran cambiado de opinión.
Sintió que la respiración se le entrecortaba. Lo único que tenía eran aquellas pocas horas en la fiesta, cuando, erróneamente, había creído que Bautista sentía por ella lo que ella sentía por él.
–Y por eso le he pedido que se reúna con nosotros para que te lo pueda decir él mismo.
En el momento en el que terminó la frase, Alicia levantó la mano y saludó emocionadamente a alguien que, aparentemente, la estaba observando desde el otro lado del restaurante.
Mimi miró en la dirección en la que estaba saludando su amiga e, inmediatamente, sintió cómo el vello se le ponía de punta. Al otro lado de la sala, con un mechón de cabello oscuro cayéndole por el rostro, un traje oscuro que se ceñía a un cuerpo tonificado y muy atlético, estaba Bautista Caine.
El corazón de Mimi pareció detenerse.
Al ver que él avanzaba, se sintió desfallecer. Al andar, lo hacía con un contoneo natural, que parecían afirmar una seguridad en sí mismo y un descaro que ella no había poseído jamás. Bueno, tal vez brevemente cuando estaba detrás de la cámara. Incluso en un lugar como aquel, repleto de personas seguras en sí mismas y muy atractivas, él era con mucho el más guapo de todos con su cabello y ojos oscuros, casi negros y unos rasgos que mezclaban perfectamente su ascendencia inglesa y argentina.
Además de su presencia física, el impacto que había producido en el restaurante se debía también a lo que los directores se referían como «presencia», una cualidad mítica, elusiva e intangible que atraída sin remedio las miradas de todos los que le rodearan.
A Mimi le pareció que tardaba una eternidad en llegar a la mesa. Algunos de los comensales lo conocían y querían saludarlo. Mimi sintió que el pulso se le detenía cuando una famosa actriz de Hollywood se puso de pie y le besó en ambas mejillas a pesar de que Bautista no parecía estar muy impresionado.
Por supuesto que no. Aquel era su mundo. Más importante aún, no era el de Mimi. Por muchos almuerzos que compartiera con esa clase de personas, nada iba a cambiar ese hecho.
Dos años atrás, emocionada por la increíble sensación de que el objeto de sus deseos adolescentes se hubiera fijado por fin en ella, se había permitido creer que sus mundos podrían unirse sin ningún daño colateral.
Ya sabía que no era así. El cambio de actitud de Bautista había sido humillante y devastador. Por supuesto, su corazón no había sido el órgano más implicado en aquel particular encuentro.
Eso había provocado que la humillación para Mimi fuera completa. Aunque en lo más profundo de su ser podría haber estado esperando una declaración de amor, lo que ella le había ofrecido era sexo. Algo simple, sin ataduras, algo de lo que poder alejarse sin mirar atrás.
Y él la había rechazado.
Mimi había acudido por voluntad propia a su dormitorio, ansiosa, esperanzada, casi convencida de que podría conseguirlo. Sin embargo, lo único que había conseguido era demostrarse a sí misma que, como siempre, estaba aspirando a algo fuera de sus posibilidades.
–Basa.
–Philip.
Mimi observó en silencio cómo los dos hombres se abrazaban.
–No, no te levantes, Lissy –le dijo Basa a su hermana mientras la besaba en ambas mejillas.
Entonces, Mimi sintió que el cuerpo se le tensaba cuando él, por fin, se volvió hacia ella.
Mimi lo miró en silencio. No era justo.
No era justo que él fuera tan guapo. Quería odiarle. Necesitaba odiarle, pero no podía tratarle como el ser despreciable que era cuando el envoltorio era tan hermoso.
Sin embargo, ella no era una muchacha enamorada viviendo en un mundo de fantasía. Ya no había excusa para sentirse tan nerviosa por un hombre que la había tratado tan mal.
–Vaya, si es la pequeña Mimi Miller –dijo suavemente–. En carne y hueso.
Ella sintió que el pulso se le licuaba entre las piernas. La voz de Bautista era la guinda del pastel. Su voz era cálida y profunda, como sonaría el chocolate si este pudiera hablar.
Basa se inclinó sobre ella. Mimi pudo aspirar el delicado aroma de su colonia cuando los labios de él le besaron las dos mejillas. La respiración pareció cortársele cuando él se sentó a su lado, estirando las largas piernas en su dirección de tal manera que ella tuvo que recoger rápidamente las suyas bajo la silla para evitar que se tocaran.
Bautista la miró fijamente durante un instante y, entonces, sus oscuros y burlones ojos se prendieron en los labios de Mimi. Inmediatamente, ella sintió un hormigueo en la piel y los pezones se le irguieron contra la tela del vestido de un modo que deseó poder agacharse debajo de la mesa para esconderse.
Con un nudo en la garganta, vio como él se reclinaba en su asiento y se volvía a mirar a Alicia.
–Bueno, ¿qué me he perdido, hermanita?
Ella sacudió la cabeza.
–El almuerzo entero, prácticamente. Se suponía que tenías que llegar aquí a la una.
Bautista sonrió.
–Y yo te envié un mensaje para advertirte que llegaría tarde –replicó mientras deslizaba la mano por encima de la mesa para agarrar la mano de su hermana y apretársela afectuosamente–. Siento haberme perdido el almuerzo, pero bueno, parece que aún llego a tiempo para el postre.
Bajó las larguísimas pestañas y miró significativamente al bizcocho borracho de Mimi, que ella aún ni había tocado.
–Toma. Para ti –dijo ella sonriendo secamente mientras empujaba el plato sobre la mesa hacia él. Le habría gustado tirárselo a la cara.
–Gracias –comentó él. Cuando agarró el plato, los dedos rozaron suavemente los de Mimi–. ¿No os parece esto muy civilizado?
Los dos se miraron a los ojos. La imperturbable mirada de Bautista provocó un escalofrío en la espalda, porque parecía que estaban teniendo una conversación privada y mucho menos civilizada.
Sin percatarse de la tensión, Philip se inclinó hacia delante para buscar un camarero.
–¿Te apetece un café con eso?
Basa levantó la mirada del postre y asintió.
–Podría matar por un expreso.
Philip miró a Mimi.
–Sí, por favor –respondió ella sonriendo, aliviada por fin. Al menos el café significaba que aquella tortura terminaría pronto y ella podría escapar de la penetrante mirada de Basa.
–En ese caso, cuatro expresos.
–En realidad, ¿podrían ser dos? –sugirió Alicia mientras le daba a su prometido un codazo en las costillas–. Tenemos que reunirnos con tu tía, ¿es que no te acuerdas?
–¿Sí? –preguntó Philip sin comprender. Entonces, la mirada se le iluminó y asintió lentamente–. Ah, sí. Es verdad. Vamos a reunirnos con… mi tía.
Basa hizo un gesto de desesperación con la mirada.
–Muy sutil, chicos.
Entonces, miró a Mimi y le dedicó una larga y lenta sonrisa que volvió a dejarla a ella sin respiración.
–Mi hermana probablemente te ha dicho que me ha invitado a venir para que pueda convencerte de que hagas una película de su boda, pero, en realidad, fue solo una excusa. Cree que tenemos que hablar a solas tú y yo. Ya sabes, para aclarar el ambiente sobre la historia compartida de nuestras familias.
Mimi parpadeó. De ninguna manera.
Estuvo a punto de decir las palabras en voz alta. De hecho, había empezado a abrir la boca para hacerlo cuando Basa la interrumpió.
–Y creo que tiene razón –añadió–. Después de todo, las bodas son un paso hacia el futuro. Sin embargo, si tú preferirías no…
Basa la miró fijamente, desafiándola para que se atreviera a negarse. A su lado, Alicia la miraba también, pero sus ojos eran dulces y esperanzados.
–Por favor, Mimi. Los dos sois mis personas favoritas de todo el mundo y sé que te preocupa lo que ocurrió entre tu familia y la mía y que por eso no quieres filmar la boda –dijo. Entonces, se mordió el labio–. Mira, Philip y yo nos vamos a marchar ahora, pero prométeme que te quedarás para que podáis hablar. Por favor. Hazlo por mí.
Mimi quería negarse, decir que no había razón alguna porque Basa no iba a escuchar nada de lo que ella pudiera tener que decir. Sin embargo, no logró pronunciar palabra alguna. No porque creyera que no eran ciertas sus afirmaciones, sino porque era la primera vez que se encontraba frente a los dos hermanos Caine y sabía que no podía luchar contra ambos a la vez.
Miró a su amiga y forzó una sonrisa. Entonces, muy a su pesar, dijo:
–Está bien. Me quedaré para hablar. Lo prometo.