Читать книгу ¿Quién mató a Ramiro Llanes? - Luciano Truscelli - Страница 5

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El mediterráneo

Alrededor de las siete de la tarde, estoy en el bar Mediterráneo, ubicado en el barrio de Palermo de Capital Federal. Me encuentro esperando a un cliente que viene a pagar por nuestros servicios, el mío y el de Fidel, mi amigo y socio, quien despunta su talento en este acogedor lugar.

—Mateo, buenas tardes, excelente trabajo —dice Darío, nuestro cliente.

—Me alegra haberte ayudado, Darío, lamento las cosas que te tocan vivir.

—Creeme que yo lamento más no haberme dado cuenta antes, ya inicié los trámites de divorcio —dice, y pide una cerveza a la camarera.

Mi trabajo, que es en conjunto con Fidel, se basa en hacer investigaciones por afuera del sistema. Estudié y fui periodista por unos años. Los medios no son lo mío, pero me hicieron ver en mí un potencial con respecto a la investigación, arribar a la justicia por medio de ella.

Mientras mi amigo se baja del pequeño escenario ubicado en el fondo del Mediterráneo, Darío se retira entre halagos, y dejando saludos a Fidel.

—¿Cómo hacés para tocar guitarra, armónica y cantar al mismo tiempo, Fide? —le digo entre risas, con un poco de envidia sana.

—Es un don, Mateo, es un don. —Me devuelve las risas Fidel—. ¿Te pagó Darío? —pregunta.

—Sí, efectivo.

—Buenísimo, me voy a casa, no tomes mucho.

—No bebo alcohol —dice entre risas.

Fidel y yo trabajamos paralelamente a este oficio. Él es policía en la Federal de Buenos Aires, lo que es muy útil para nuestras investigaciones. Tiene horarios rotativos, pero se las ingenia muy bien para trabajar conmigo.

Junto con Daiana, mi compañera de muchos años y trabajos, hacemos Área nocturna, un programa diario, de trasnoche, que es emitido en la radio AM 870, un programa de poca monta que toca temas de actualidad e informa algún “extra” de momento, de interés general, en resumen.

Después de un largo día, llego a la radio, empapado por la lluvia y con mucho frío, es pleno invierno en la ciudad.

—Hola, Dai —digo con voz medio gritona.

—Dale, Mateo, ¡ponete al micrófono que salimos en 10 segundos! —me grita Daiana, desde el estudio.

—Señoras, señores, bienvenidos esto es Área nocturna...—.

No fue un programa deslumbrante, salvo la horrible noticia de la muerte del gran historiador y productor Ramiro Llanes, a quien hallaron muerto en su domicilio y sin más detalles de información.

—Era sabido, se metió con el narcotráfico —dice Daiana.

—Pobre tipo, parecía un buen hombre —respondí.

A veces me aburro un poco en la radio, siento que no estoy dando lo mejor de mí, sé que los medios como dije antes no son lo mío, pero solía disfrutarlo mucho más.

Siempre tengo la mente en mis investigaciones. Lo que más me gusta de mi trabajo es hacer justicia, hacer un bien por aquellas personas a las que la ley, por alguna razón u otra, tarda en arribar.

Déjenme contarles de qué se trata bien nuestro oficio. A nosotros nos contrata gente muy específica, por medio de recomendación, o de algún conocido de confianza, de algún trabajo anterior, estudiamos el caso y si nos sentimos en condiciones de llegar a una solución, ponemos manos a la obra.

Fidel y yo tenemos muchos contactos, él en Policía y, bueno, en mis tiempos de periodista he logrado hacerme de una agenda importante, que se basa bastante en un ida y vuelta de favores constantes.

Como la mayoría de las tardes, estoy en el bar Mediterráneo tomando un café, cuando de golpe:

—¿Mateo? —Suena a pregunta, una señora de unos 45 años.

—Sí, ¿me buscaba? —respondo.

—Sí.

—¿Y cómo me reconoció?

—Pelo castaño casi rapado, barba tupida, metro ochenta, anteojos marco cromados y circulares, ¿es usted? —me dice un poco impaciente.

—Buena descripción —respondo, preguntándome quién me había mirado tanto en detalle.

—Mi nombre es Alicia, soy esposa de Ramiro Llanes, no sé si está al tanto de lo que pasó —entre lágrimas me dice la señora.

Es una mujer de estatura media, no diría que atractiva, pero es evidente que es de carácter fuerte, y de mucha presencia.

—Vea, Darío me habló muy bien de sus servicios, quisiera hacerme de ellos para resolver el caso de mi esposo, sé que lo mataron.

—Bueno, señora Alicia, en primer lugar quiero darle mi más sentido pésame, ha sido su marido un grandísimo profesional, al que tuve el gusto de conocer personalmente.

Ramiro fue un historiador reconocido en toda Latinoamérica con quien yo y muchos periodistas y gente del ambiente nos sentíamos identificados por hacer producciones muy humanitarias, con mucha sensibilidad y respeto hacia el ser humano. Era un idealista que luchó siempre por la igualdad, siempre desde donde pudo y mejor lo sentía, la conducción televisiva.

Participaba de entidades benéficas con frecuencia, era muy empático.

El carisma lo llevó rápidamente a acomodarse en las primeras filas del estrellato después de sus primeras apariciones.

Su último éxito, que se supone que seguirá en el aire, fue un poco más allá de lo que solía realizar.

Había firmado un contrato, que se dice fue millonario, con Jorman Sánchez, un productor colombiano muy famoso en el ambiente por ser socio mayoritario de Natural Channel, el canal de documentales más grande de América.

—Y dígame, ¿sospecha de alguien? —le pregunto.

—Estoy muy nerviosa porque en la escena del crimen todas las pistas indican a Federico, nuestro hijo —dice Alicia en muy bajo tono—. Pero puedo garantizar con mi vida que él no es capaz, usted debe creerme —dice con el ceño fruncido, mirándome a los ojos y con mucha seguridad.

—Pudo ser una coartada, pero no se puede desestimar absolutamente nada, señora, sepa disculparme —respondo con cierto despiste—. Voy a hablar con Fidel, mi socio, y hoy mismo me comunico con usted, seguramente podrá él conseguir un permiso para acceder al lugar —digo un poco más aplomado.

—Confío en vos, Mateo, si el narcotráfico está metido en esto, mi marido nunca va a descansar en paz —señala Alicia con un poco de afonía.

—Descuide, Alicia, por nuestra parte, si es viable, haremos todo lo posible.

La mención de Alicia acerca del narcotráfico tiene que ver con el último documental de Ramiro en Natural Channel, denominado Reyes del mal, un programa que tiene como fin desenmascarar a quienes hoy destruyen nuestro continente mediante tráficos de droga, de oro, de animales, hasta trata de personas.

Son las doce y media del mediodía y quedé en almorzar con Fidel acá, en el Mediterráneo.

—Alicia debe saber de alguna amenaza —le digo a Fidel.

—Solo te habló del narco, ¿no del resto? —dice intrigado.

—Solo de ellos —digo, mientras levanto la mano ubicando a la mesera.

Fidel pide una ensalada “mediterránea”, esta era a base de verduras verdes, tomates, cubos de queso y palta, yo, ñoquis de verdura con salsa blanca, con una cantidad muy abundante de queso rallado, uno de mis preferidos.

De tomar compartimos una botella de vino blanco chardonnay, cosecha 2010. La variedad no fue pedida por nosotros, fue una cortesía de Denise, encargada del bar, amiga de Fidel, quien es el enlace para que él haga sus presentaciones.

—Te vas a atorar, Mateo —dice, mientras toma un sorbo de la reluciente copa.

—Estoy ansioso por arrancar con el caso, necesitamos un permiso para entrar a la escena del crimen, Fide —digo.

—Acabo de hablar con Pablo, ya los tengo —dice, y me guiña el ojo derecho.

—¿Pablo sigue en la Federal?

—Más que nunca, está a dos pasos de ser comisario —dice con orgullo.

—Genial, ¡vamos!

Campo, aire, cielo abierto. Nos dirigimos hacia la localidad de Pilar, en la provincia de Buenos Aires.

Pese a las circunstancias, siempre es lindo venir a estos lugares llenos de oxígeno.

Será porque me crie en un monoambiente, con mis padres y mis dos hermanos menores, que cada vez que salgo del centro me reconforta.

En el departamento de arriba vivía mi amigo Fidel, con quien pasábamos mucho tiempo mis hermanos y yo.

Somos Pablo, Fidel y yo en la camioneta de Pablo, una 4x4 que tiene unos 10 años, pero de estado inmaculado.

Pasamos el peaje de acceso y continuamos camino. A unos 20 minutos, el country de la familia Llanes, donde sucedió el episodio.

Toco timbre y automáticamente un cuadrado negro encastrado en una de las columnas de entrada se enciende como una TV, en la que nos vemos reflejados.

—Buenas tardes, Alicia, venimos con el permiso —digo.

—¿Quién es el señor de bigotes que está detrás de ustedes? —pregunta con un poco de temor.

—Tranquila, señora, su nombre es Pablo, de la Policía, es parte de la investigación —responde Fidel.

—Adelante.

Pablo trabaja para la comisaría n.º 706 de la Capital, en el mismo departamento de Fidel, el departamento de homicidios.

Fidel confía mucho en él, aunque yo lo veo un poco oportunista, si bien nos facilita varias cosas para nuestros trabajos, sabe bien que nuestra ayuda acelera la investigación.

La escena del crimen está ubicada en la zona de atrás de la casa de los Llanes, más precisamente en el garaje, el cual tiene una salida que da a la calle trasera en un costado del portón. Otro acceso que da al interior de la casa es mediante una puerta corrediza al pasillo que desemboca al living del lugar.

Al abrir el portón frontal, una gran mancha de sangre se ubica en el capó del deportivo japonés de la familia, que también tiene un bollo importante en la parte de arriba de la puerta del conductor, casi en el techo. Una caja de herramientas tirada en el suelo, así como todo lo que estaba dentro desparramado por este. Al lado del deportivo, otro más pequeño, una coupé para dos personas, que supuestamente usa Federico, con un salpicado sutil de sangre en la puerta izquierda.

Por último, arriba de una repisa que estaba contra la pared, una nota, en papel cuadriculado, que dice “nunca más” y firmada por un tal “Águila”.

El cuerpo sigue sus pasos de examen anatómico, ya retirado por los forenses con autorización del médico legista.

—¿Por qué dice que su hijo está implicado, señora? —le pregunto yo.

—Fede tuvo una discusión fuertísima con él, hay huellas en la caja de herramientas que está tirada en el garaje y se está estudiando si el elemento con el que fue asesinado es de esa caja o no —contesta Alicia.

—Pudo haber entrado alguien y matarlo, la puerta que da atrás no tiene llave —dice Fidel.

—Fede no escuchó ni vio nada.

—Debo irme a la comisaría, ¿los llevo, señores? —pregunta Pablo.

—Nos quedamos un rato más haciendo unas preguntas si Alicia nos lo permite —le respondo yo.

—No hay problema —contesta ella.

—Gracias, Pablo —dice Fidel.

—A la orden.

Alicia nos invita a Fidel y a mí al living, tomamos asiento mientras ella prepara café.

—Alicia, nos gustaría que nos hable del aspecto psicológico de Ramiro, de sus afectos, si tenía algún enemigo —dice Fidel.

Alicia se acerca con una bandeja con café y unos bizcochos, al tiempo que miro con detenimiento algunas cosas personales de la víctima.

—Bueno, desde su lado personal puedo decir que era una buena persona, transparente, lo que vio el mundo por la televisión decía bastante de él. Humanitario y sensible, es difícil pensar en algún enemigo directo. Sí, como ya le había comentado a Mateo, tengo mucha sospecha del narcotráfico —dice ella, un poco más aliviada que ayer.

—¿El nombre “Águila” le dice algo? —pregunto.

—Tratame de vos, Mateo.

—Disculpame.

—Vos te referís a la nota, sí, el Águila es el jefe de la organización ilícita de drogas que investigaba Ramiro.

—Claro, Fidel, tendríamos que averiguar algunas cosas de su persona —digo yo.

—Eso no creo que sea difícil —me responde.

—Necesito que saquen a Fede de la comisaría, está incomunicado y sufre mucho —dice Alicia con tristeza.

—Eso me temo que será más complicado, está en manos del avance de la investigación —le contesta Fidel.

—Vamos a tratar de comprobar lo antes posible que el señor Federico no fue el autor, si es así… —digo yo.

—Es así, y te agradecería que no lo pongas más en duda —contesta un tanto enojada.

—No suelo mezclar lo profesional con lo personal, Alicia, te comprendo, pero nuestro trabajo debe seguir esa línea.

Alicia no emite sonido por un momento.

—¿Cómo era la relación con vos? —le pregunto.

—Buena, teníamos nuestras discusiones pero en general nos tratábamos bien, lo único que había desaparecido un poco era la pasión.

—¿Podés ampliar? —le pide Fidel.

—Digamos que hacía unos meses que no nos atraíamos como antes. Hacíamos viajes juntos, fines de semanas de spa, eso fue desapareciendo con el tiempo.

—Bueno, no soy casado, pero imagino que es normal —agrego yo.

—Probablemente —asiente ella.

—¿Y sus actividades diarias? ¿Qué nos podés contar? —inquiere Fidel.

— Una persona bastante rutinaria, salvo el último tiempo en que viajaba mucho por el tema del documental. Se levantaba temprano, desayunaba leyendo el diario. Jugaba al tenis tres veces por semana con algún amigo, una vez por semana iba a pescar con Fede. El resto del tiempo se dedicaba a buscar información para el documental en su oficina, que está a unas cuadras.

—Tendríamos que ir a la oficina, Fide —le digo.

—Sí.

—Bueno, Alicia, no te molestamos más, te dejamos descansar —señalo yo.

— Para lo que necesiten, estoy a disposición—

—Seguramente te llamaremos para que nos acompañes a la oficina, ¿podrás? —pregunta Fidel.

—Obvio.

—Gracias, Alicia, estamos en contacto —indico yo.

Saliendo de la casa, vamos con Fidel a tomarnos el colectivo de regreso.

—No me cierra lo del hijo, ¿por qué estaba ahí? —pregunto yo.

—Habrá escuchado algún ruido y se acercó —me contesta Fidel.

—¿Y no lo defendió? ¿No vio nada?

—Según Pablo, en el interrogatorio dice que no.

—¿Podés conseguir el interrogatorio?

—Sí, obvio, lo llevo al bar a la noche, ¿te parece? Ahora me voy a hacer servicio.

—A las 8 nos vemos en el bar.

—Okey.

Me tiro en la cama, luego de una ducha y pienso en el hijo de los Llanes, en el Águila, cómo empieza a formarse este caso. Agarro mi PC en busca de información. En la pared del living tengo una pizarra de corcho, en donde suelo desplegar las anotaciones, las pistas y lo que va llegando a los casos. Por el momento armo un cuadro sinóptico de los posibles actores.

Llego temprano al bar, un poco antes de las 7, algo ansioso por avanzar con el caso.

Denise está del otro lado de la barra.

—¿El café de siempre? —pregunta Denise con una leve sonrisa.

—Algo un poco más fuerte, ¿borbón?

—¿Hielo?

—No, gracias.

Abro mi carpeta con la intención de empezar a unir algunos cabos, aunque sin la información que va a traer Fidel, mucho no puedo hacer. Solo tengo algunas imágenes del lugar.

—¿Lo esperás a Fidel? —me pregunta Denise.

—Cuándo no.

—Creo que está un poco atrasado por el tráfico, viste cómo son los viernes.

—Me imagino. Decime, Denise, ¿por qué matarías a alguien?

—Qué pregunta. Supongo que en defensa propia sería mi primera respuesta.

—Es muy inteligente respuesta, Denise, ¿y otra?

—Y si se meten con un ser muy querido, supongo.

Empecé a leer los vínculos familiares, que son realmente pocos. Al margen de la esposa y su hijo, solo unos tíos muy lejanos que viven en Uruguay. Solo quedaría pensar en Alicia y Federico, si hay algo o alguien amenazándolos.

—¿Los tíos son pobres? Viste que la plata llama —me comenta Denise.

—La gente pobre vive mejor que la gente rica, Denise, pero puede ser una posibilidad.

—¿Vos sos pobre o sos rico? —dice entre risas.

Me saca una carcajada, me sonrojo y la miro fijo, nunca había puesto atención en ella.

—Soy Mateo, encantado.

—Mayor gusto –me dice Denise, y se aleja hacia la cocina.

Llega Fidel.

—Conseguí la cinta, y el informe del forense —dice.

—Sos una luz.

Salgo de la barra y nos sentamos los dos en una mesa, Fidel pide cerveza, yo café.

Saca un grabador, de esos antiguos que graban con casete y lo apoya en la mesa.

—No dice mucho más de lo que ya sabemos, ¿no? —indico yo.

—Y no, pero basado en lo que se habla en la comisaría, con el tono de tristeza que se siente en el audio, dudo que tenga algo que ver.

Me reclino hacia atrás, respiro hondo mientras tomo nota mental de todo.

—Sí, no te digo que lo descartaría, pero sí —digo mientras miro por la ventana—. ¿Lo soltaron?

—Sí, por el informe que te voy a mostrar. Preparate.

Le hago una mueca de atención.

El informe del forense da indicios de suicidio, no hay huellas dactilares, ni de pasos, no hay registros raros en las cámaras de seguridad. La caja de herramientas donde están las huellas del hijo fue llevada por él minutos antes del crimen, en su relato dice que fue a guardarla.

La descripción nos da una puñalada mortal en el abdomen, y el golpe en el auto corresponde con un chichón encontrado en la frente, que sería producto de la caída.

—¿Tan arriba el golpe en la caída? —le pregunto a Fidel.

—Mateo mide un metro, por más que sea en la parte de arriba, vos viste el auto, es muy bajo.

—Puede ser —contesto yo, poco convencido.

Fidel toma un trago, apoya el chop.

—De todas maneras, no está cerrado el caso, ¿qué opinás?

—No me cierra lo del golpe, el hijo no fue.

Mientras hablo con Fidel me suena el celular, es Alicia.

—Alicia.

—Quería notificarte que Fede está en casa, y dispuesto a ayudarnos.

—Me enteré, señora, me alegro por ustedes. Mañana con Fidel tenemos la intención de darle un vistazo a la oficina, sería una buena ocasión para hablar con él.

—Perfecto. Mañana los espero.

—A primera hora estamos ahí.

—Me voy a la radio Fide.

—Saludos a Dai.

—¿Por qué no se los das vos? —le digo con un guiño pícaro.

Atravieso la puerta, de frente viene caminando Denise que venía de cobrarle a una mesa de afuera.

—Chau, Mateo, que tengas suerte —dice con una sonrisa, un poco más abierta que la anterior.

—Gracias, igual para vos, que descanses.

Daiana y Fidel tuvieron un acercamiento hace unos años, en una fiesta de fin de año que organizó la radio en un boliche de Capital. Hacían linda pareja y se llevaban muy bien, pero, bueno, por razones que desconozco ella no quiso que la relación prospere.

Fidel es una persona muy graciosa, un poco egocéntrico, pero en él no es un defecto, es morocho, de pelo y ojos oscuros, estatura media.

Dai es más como quien dice chapada a la antigua, una señora. Siempre prolija, con el pelo recogido, bajita, siempre vestida de manera formal, estructurada y muy aplicada.

—Buenas noches y bienvenidos, esto es Área nocturna

Al finalizar el programa, enciendo un cigarro en la terraza del estudio.

—¿Cómo venís con el caso Llanes? —pregunta Dai con intriga.

—Ahí vamos, estamos full con Fidel.

—¿Cómo está él? —pregunta, casi con la misma intriga que antes.

Giro la cabeza, la miro fijamente y levanto las cejas.

—Bien, está muy bien, de hecho hoy me mandó saludos para vos.

—Seguro que no le quedó otra —dice mientras desenfoca la mirada.

—¿Seguís con Alfredo?

—No, me separé hace un tiempo.

—¿Arreglo una cita? —pregunto con una sonrisa, mientras me llevo el cigarro a la boca.

—¡Ni loca!

Salgo del baño, me estoy poniendo la campera cuando de golpe escucho: “Último momento, un implicado nuevo en la causa Llanes”.

Voy corriendo al auto, una coupé modesta, año 2001, pero a la que no le falta nada, enciendo la radio y la calefacción.

—Según el avance del caso de Policía Federal, se habla de un posible enredo financiero con el empresario Gabriel Trejo, quien sería llamado a declarar próximamente.

—Fidel, ¿quién es Trejo?

—No tengo idea, estoy por salir de la comisaría, ahora veo qué puedo averiguar.

—Y andá para el bar.

—Mateo, ¡son las 12 de la noche!

—¡Nos vemos ahí!

Llego al bar, Fidel me espera en la puerta, le grito que suba al auto y vamos para mi departamento, ahí en la pizarra, agregamos el nuevo sospechoso.

—Gabriel Trejo, 66 años, empresario, vinculado con algunos negocios ilegales, ahora retirado, aunque algunas empresas a su nombre siguen operando —explica Fidel.

—¿Y cuál es el vínculo?

—Bueno, al parecer en alguno de esos negocios ilegales se encuentra un edificio en microcentro donde se hacen apuestas, juego ilegal, droga.

—¿Sigue abierto el lugar? ¿Cómo se supo de él?

—Una persona que trabajó un tiempo en el edificio, actualmente está cerrado. Dice que lo vio más de una vez, se presentó voluntariamente.

—Qué generoso —digo, con cierta desconfianza.

—¿Me puedo ir a dormir? —pregunta Fidel, con unas ojeras gigantes.

—Andá, nos vemos mañana.

Son las 6 a. m., abro la ventana del departamento, un sol radiante, mucho frío.

Estoy esperando a Fidel, para ir a ver a Alicia y Federico para después visitar el despacho de Ramiro.

—Al mediodía tengo que estar en la central, tenemos un par de horas nomás —dice Fidel.

—Nos sobra.

Nos abre la puerta Federico, un chico de unos 20 años, flaco como un fideo, bien blanco y con la cara llena de pecas.

Alicia luce bastante mejor que los días anteriores.

—Buen día, señores, ¿pasan?

—Mejor vamos yendo, hablamos en el despacho.

Llegamos al despacho, que casualmente queda muy cerca del lugar donde está el edificio que negociaba Trejo.

—Antes de empezar quisiera preguntarte, Alicia, ¿tenés idea de si Ramiro tenía algún tipo de vicio, jugaba, algo de eso?

—Fumaba mucho unos cigarros muy especiales, que se los traían de un lugar especifico.

—Ah, mirá, me refiero a si él habitualmente salía a jugar, por ejemplo, al póker.

—Que yo sepa no.

—¿Te dice algo el nombre de Gabriel Trejo?

—Amigo de Ramiro, muy amigos, de hecho era con quien casi siempre jugaba al tenis.

—Está implicado en la causa, ¿te imaginás algo?

—Para nada, conozco a Gabriel.

Fidel y yo empezamos a buscar alguna pista en el despacho, se siente un perfume muy especial.

No hay mucho, algunos apuntes, buenas botellas de whisky y un cartón de cigarros de donde proviene el aroma.

—Son los cigarros de los que te hablé, son ahumados, en donde mires hay cigarros de esos, en casa, acá, hasta en los bolsillos de ropa que no usa.

—Federico, ¿te puedo hacer unas preguntas? —consulto yo.

—Adelante.

—Bien, en primer lugar, ¿alguien amenaza o amenazó a la familia en algún momento?

—Para nada, mi papá no tenía problemas con nadie.

—Pero era un hombre poderoso, digno de envidiar —dice Fidel, dándole claridad a la pregunta.

—No, la verdad no se me ocurre. Sí era una persona con mucho temperamento, discutíamos mucho.

—¿Y discutía mucho con alguien más?

Interrumpe Alicia.

—Con Jorman, se mataban por celular, pasaba horas hablando encerrado en el quincho.

—Jorman Sánchez.

—Sí, con él.

Dejamos a los Llanes en la casa y seguimos camino. Fidel me deja a mí y se va a trabajar. Sin decirle nada a nadie, empiezo a investigar a Jorman Sánchez y a Gabriel Trejo.

Nacido y criado en Medellín, de familia adinerada y en el ámbito empresarial, Sánchez supo afianzarse en Natural Channel y hoy es el hombre número uno del canal.

Casado con Julia Risso, argentina, mucho más joven que él.

Tengo sus datos y hasta su dirección, quisiera establecer contacto con él.

Lo de Trejo es más sencillo, dado que está a mi alcance, así que tengo que inventar algún plan para arrebatarle información.

También hablé con Fidel para que investigue al testigo que contó lo del edificio, por las dudas. También al Águila, quien es el más involucrado hasta que lleguen los nuevos informes.

Empiezo por el que más tengo al alcance, Trejo. Estoy en la puerta de la casa esperando respuesta.

Me atiende una señora, bajita y uniformada.

—Sí, joven, ¿lo ayudo en algo?

—Buenos días, señora, estoy buscando al señor Gabriel Trejo, necesito hablar con él.

—¿Vos sos Mateo? —me pregunta, como si supiera de mi visita.

—Sí, ¿cómo adivinó?

—Gabriel me dijo que podías venir en algún momento, la señora Alicia lo puso al tanto.

Desvía la mirada cuando me distrae una paloma, que me roza la cabeza.

—Me dijo el señor que está a disposición de colaborar, aunque en este momento no se encuentra, si quiere le preparo un té mientras lo espera, no tarda en venir.

—Muchas gracias, acepto.

Una casa enorme, debe tener unos 6 ambientes como mínimo, dos pisos y un fondo con pileta, un terreno muy amplio. Una limpieza y un orden excesivos, hasta los libros de la biblioteca ordenados alfabéticamente.

—Usted póngase cómodo, yo ya vengo —dice la señora de servicio.

Hago una caminata por el inmenso living, el orden me sorprende, no hay nada fuera de su lugar. Lo único que me llama la atención es una colección de armas ubicada en una sala al lado del living. Entre los ejemplares sobresalen una pistola automática Colt M1911, un magnífico fusil Chassepot, usado en la guerra del Pacífico, una verdadera joya. Lo que más me atrae es una pequeña vitrina con algunas armas blancas, no soy un erudito en la materia, pero tengo la teoría de que son adaptables para transformar un fusil o una escopeta en una bayoneta. De hecho, hay unos modelos con los que tranquilamente se puede hacer la fusión. Me quedo mirando fijamente uno en particular, un K25, con mango de goma verde y una hoja de acero que se nota que tiene un cuidado perfecto, listo para ser usado.

—El té, señor.

—Gracias, señora, ¿sabe si Trejo está llegando?

En ese momento se escucha de la ventana el ruido de un motor, una camioneta grande, negra, con muchos detalles cromados se observa a través de ella.

Es Trejo, baja del vehículo con una destreza digna de una persona mucho menor de la edad que tiene. Me visualiza por un postigo de la puerta.

—Mateo, un gusto, esperame en el jardín, guardo la camioneta y salgo directamente ahí, si no sabés dónde es, preguntale a Elsa —me dice Trejo, con tranquilidad.

Estamos en el fondo, pegados a la pileta, hace un frío tremendo, pero nos ubicamos en un gazebo grande, mirando el techo se ven unos tubos que desprenden un calor sumiso, que mantiene una temperatura ideal.

—Un gusto, señor Trejo, me hablaron bastante de usted.

—¿Mal o bien? —me pregunta irónicamente.

—Sabe que estoy acá por el caso de Ramiro, sé que usted tenía una amistad con él.

—Sí, yo lo estimaba mucho, el aprecio era mutuo.

Miro el sistema que ambienta al gazebo como haciendo un análisis del funcionamiento, mientras vuelve a dirigirme la palabra.

—¿Está descartado un suicidio? —me pregunta un tanto ansioso.

—¿Por alguna razón se suicidaría?

—Bueno, él era un poco fatalista. Verá, todos tenemos nuestros demonios y secretos.

Su pregunta me hace un poco de ruido, todos los indicios dicen que fue asesinado y él lo sabe. ¿Tuvo algo que ver? O me oculta alguna información valiosa.

—Para mí es una tristeza muy grande esto que estamos viviendo, Mateo. Cuando mi mujer falleció, él me ayudó y acompañó mucho.

Me desconcierta un poco, veo su lado humano tocado por el suceso, aunque me generan dudas sus preguntas.

—Noté que tiene una colección exquisita de armas.

—Me fascinan, ¿te gustaría pasar a verlas?

—Con gusto.

Entramos a la sala de armas, me quedo atónito como antes, o quizá más.

Hacemos un recorrido donde me cuenta las historias de las armas que tiene, cómo las consiguió, de dónde provienen, no encuentro nada irregular hasta que veo que en la vitrina de armas blancas se encuentra un espacio vacío, debajo la descripción de un cuchillo.

—El que falta se lo regalé a él —me dice.

—Para la pesca supongo.

—Cada vez que venía, me decía que era perfecto para eso.

—En sus cosas personales no está, raramente.

—No sabría decirte dónde se encuentra. —dice Trejo, ya con aires de querer despedirme.

Miro hacia el suelo apreciando la hermosa alfombra verde que cubre la superficie de la sala.

—Bueno, Mateo, si no te molesta voy a descansar un rato ahora. Si querés preguntarme algo más no hay problema. Te paso mi contacto también por si te surge algo.

—Ya estamos, señor Trejo, le agradezco.

Salgo con más dudas que certezas, aunque con algo claro, el arma que causó la muerte de Ramiro es el cuchillo que era propiedad de Trejo.

Porque es un cuchillo, porque no estaba entre sus cosas personales, lo que también me hace deducir que fue un crimen y no un suicidio, aunque dudas de eso casi no hay.

En un momento de distracción de Trejo, me animé a sacarle una foto a la vitrina que lleva la descripción del arma.

No es un cuchillo, sino una navaja. Son cosas distintas, pero suelen usarse para lo mismo.

En la descripción dice que la hoja de acero tiene unos 9 centímetros de longitud, y unos 3,2 milímetros de grosor. Más de una muerte conozco con navajas o cuchillos de esas medidas.

Sin dudas Trejo no se puede descartar como posible autor.

Me entero ahora que la siguiente semana Jorman Sánchez viene al país para dar su pésame a la familia Llanes, ya que no pudo asistir al entierro. Esta me parece una ocasión excelente para arrebatarle alguna información.

A la tarde me encuentro con Alicia en el Mediterráneo, para ponernos al día.

Fidel va a dar un concierto de flamenco.

—Tengo información, Mateo.

—Hola, Fide, decime.

—Un compañero de la Poli te va a dar unas cosas, te paso el contacto y fijate si podés encontrarte con él.

—Dale, Fide, nos vemos a la tarde.

Estoy sentado en una cervecería esperando a Santiago, el compañero de Fidel.

Hay mucho movimiento en la calle, como todos los viernes.

Quedamos en vernos acá porque es el lugar de encuentro más cercano a la comisaría, la información parece importante y no puede esperar.

Me pido una IPA, cerveza amarga, rubia y de cuerpo.

Mientras espero al hombre, pienso en Trejo, si tiene o tuvo motivos para cometer el acto.

¿Un amorío con Alicia tal vez?

Descartado queda que Ramiro tenga que ver con las apuestas ilegales que se ofrecían en el edificio donde Trejo manejaba algunos negocios, ya que jamás se lo vio allí, confirmado por todo el personal que en ese momento trabajaba en el lugar, de hecho nunca reconocieron al testigo que se acercó a la comisaría, ni por nombre ni por foto. Por supuesto testigo falso. ¿Quién lo envió?

Llega nuestro informante, robusto, rubio, metro noventa, uniformado.

—Mateo.

—Sí, ¿cómo estás?

—Soy Santiago, el compa de Fidel.

—Gracias por colaborar, te debemos una.

—No hay nada que agradecer, ni tiempo que perder —me dice en un tono positivo.

Entre hojas y material muy difícil de extraer, consigo datos valioso del caso.

Por ejemplo, las cosas personales que llevaba Ramiro a la hora del crimen.

Una remera de marca, color gris, con el escudo de un club de fútbol, manchada casi en su totalidad de sangre. Unos jeans de color celeste claro también manchados, pero en menor medida, en los que se encontraron dentro solo una caja de cerillos y su billetera, la que no tenía nada que se destaque.

Se determina que es un asesinato por el ángulo de la herida, y también que el actor es diestro.

—Te invito una cerveza, Santiago.

—No, Mateo, gracias, ya vuelvo al servicio. Te dejo una copia que traje para vos.

—Muchas gracias, Santiago, un gusto de verdad.

Me quedo solo en la cervecería, pido otra cerveza, negra y espumosa.

En el repaso de las hojas se encuentran algunos movimientos de la cuenta de Llanes, Trejo y Sánchez, nuestros sospechosos. No hay datos del Águila, algo difícil teniendo en cuenta que hablamos de una persona que vive escapando de la ley. No tengo otra alternativa que hacer una búsqueda por mis medios.

Salgo, me voy a casa. Almuerzo, me ducho, pongo un disco de Eric Clapton y me centro en la pizarra.

No hay irregularidades en la cuenta de Sánchez, sabiendo interpretar de quién hablamos. El pago por el trabajo de Ramiro era a través de la cuenta del canal.

Su último movimiento es la compra de dos viajes a este país, lo que me hace suponer que viene con su mujer.

Trejo está en cero. Logró blanquear todos sus negocios con el tiempo, en su historial no tiene ninguna operación que lo vincule con Ramiro.

Las cuentas de Ramiro eran un poco irregulares, pero eso no supone un problema. Era una persona de hacer actos de donación y regalías, entre otras cosas. Lo único llamativo es un pago por una estadía de 5 días en el Hotel Costas de América en Chile. Es llamativo porque no tiene gastos de transporte, un aéreo al menos, si es por trabajo por qué iría de otra manera si los gastos son por parte del Natural Channel.

Esto me abre un interrogante, ¿era para él? ¿Se iba por trabajo o por placer? ¿Viajaba solo?

Vamos a ver qué me dice Alicia esta tarde.

Preparo algunas cosas para la radio, a la que francamente le estoy prestando cada día menos atención, y salgo para el bar. Me comunica Fidel que en un hora empieza el show.

Me encanta el Mediterráneo, la temática, los colores, las dimensiones. Fidel siempre me dice que todo lo organiza Denise, seguro va a estar en el bar.

Bajo del auto y veo en la puerta una pizarra verde, con una escritura en tizas blancas, azules y amarillas, haciendo mención de Fidel. Al entrar, veo a Denise, con un vestido de flores y con las manos llenas de polvo.

—Hola, detective, cómo está —saluda Denise en un tono de chiste.

—Si yo soy detective, vos sos modelo, ¿con ese vestido? Te queda muy bien. ¿Por qué no estás con el delantal?

—Voy a cantar con Fide.

Me toma por sorpresa, como una linda sorpresa.

—Qué bueno, era hora de escuchar una voz femenina, hace buen juego con el ambiente.

Entra Alicia al tiempo que Denise es llamada por Fide, juntos suben al escenario.

Me invade un sentimiento extraño, un celo que no me corresponde.

—Hola, Mateo.

—¡Mateo!

Giro la cabeza y Alicia me mira como reprendiéndome.

—¿Nos ponemos al día?

—Sí, disculpame.

Saco mi carpeta, la que llevo a todos lados y le muestro los avances de la investigación, aunque me cuesta concentrarme cuando la voz de Denise entra en mis oídos, me distrae, me seda.

Termina el tema y baja del escenario Denise después de unos aplausos, un cruce de miradas en una décima de segundos me hace sonrojar, Fidel sigue con su show, tiene un talento envidiable con la guitarra.

—Quería consultarte si Ramiro tenía un viaje planeado a algún lado, por trabajo, por placer.

—Sí, él iba a Chile la semana que viene, para grabar un parte del documental.

—¿Vos ibas a ir con él? No registra boleto de transporte, pero sí de estadía.

—Si no me equivoco se iba con Gabriel en auto, iban a aprovechar para hacer unas excursiones de pesca.

—Claro, estadía para dos, cierra la ecuación.

Es raro que cuando estuve con Trejo no me dijera nada acerca de este viaje, pero guardo silencio delante de Alicia, algo pasa.

Después de ponernos al día, Alicia se despide conforme al trabajo que estamos realizando con Fidel, me quedo unos minutos tomando café en la barra.

—¿Me enseñás a tocar la guitarra, Fide?

—Hola, ¿no?

—Perdón, ¿qué te pido de tomar?

—Denise, ¡un jugo de naranja con un sanguche de pan árabe! —le grita Fidel a Denise.

—Me muero de hambre —me dice.

Me nota que estoy disperso.

—¿Hay noticias?

Lo pongo al día al igual que Alicia.

—Para mí, fue el Águila, viste cómo es la mafia.

—Si la mafia quiere atacar, por qué va a atacar al chancho, Fide, va a atacar al que le da de comer —digo y bebo mi café.

—Tenés razón.

—Aparte, de los cargos que habla en el documental, el Águila está denunciado ya, yo dudo de que venga por ese lado, habría que encontrar un informe de las cuentas de él.

—Buena idea, dejame ver qué puedo conseguir.

Se acerca Denise.

—Esta noche canto en un bar de Recoleta, ¿quieren venir? —dice.

—Estoy cansa…

—Vamos —interrumpo a Fidel.

—¡Qué bueno!

—Salgo de la radio y voy para allá.

Se va Denise, contenta de tener dos nuevos integrantes en el público.

—¿Qué hacés? —me dice Fidel.

—Voy con Daiana —le guiño el ojo.

—No empieces.

—Nos vemos allá.

Después del programa la convenzo a Dai de ir a ver a Denise, no le digo nada de Fidel.

Dai está normal, Fidel está vestido como nunca lo vi, lo que me hizo dar cuenta de que seguía pensando en ella.

—No me digas —me dice Dai con la cara morada, ya que de lejos visualiza a Fidel.

—Relajate —le digo, con una sonrisa pícara.

Nos sentamos los tres en una mesa en un lugar privilegiado para ver el concierto.

Hablan Fidel y Dai entre ellos, la cara de Fidel es de enamorado, ella le reprocha algunas cosas del pasado. Yo miro al escenario expectante, hoy es noche de jazz, género perfecto para la voz de Denise.

Me llega un vaso de boca ancha con bourbon, sin hielo.

—Cortesía —dice el camarero.

Me sudan un poco las manos mientras me dejo llevar por la música, la melodía se fusiona con la voz de Denise.

Sale de las sombras como por arte de magia, con un vestido rojo acampanado corto, zapatos color beige, las uñas a tono con los zapatos, los labios de un color rosa muy sutil, morena, el pelo negro totalmente recogido con bucles en las puntas, los ojos negros brillantes, con una sombra que resalta aún más su belleza.

Desaparece todo menos ella.

Termina el show y todo aparece de nuevo.

Giro la cabeza y veo a Fidel y Daiana hablando amenamente, me dirijo al baño, cuando vuelvo, Fidel y Daiana no están, Denise está en la barra sentada, con un shot de tequila.

Me acerco a la mesa, agarro el bourbon y me dirijo a ella.

—Sos fantástica —le digo con total sinceridad.

—Gracias —me dice y toma un trago.

Me cuenta que Fidel fue a llevar a la casa a Daiana, que no vuelve.

—Me contás algo de vos, ¿detective? —se reclina para mirarme a los ojos.

—Te puedo contar en primer lugar que no soy detective.

Nos reímos juntos.

—¿Qué y quién sos? —me pregunta con el codo apoyado en la barra, llevándose la mano cerrada y sosteniéndose el mentón.

—Yo me llamo Mateo Jesús Lobos, soy periodista de poca fama, tengo 36 años, y en mi otro trabajo, el que conocés, hago investigaciones sofisticadas para ayudar a la justicia.

—Un superhéroe —me sigue mirando con atención.

No puedo dejar de mirarla, creo que es mutuo.

—Tengo papá y mamá separados, dos hermanos que viven con mi mamá. Me gusta mucho la música.

Me freno un instante.

—Contame de vos.

Soy Denise Añez, tengo 29 años, trabajo en el Mediterráneo, soy cantante en las noches y estudio veterinaria durante todo el tiempo en el que no hago las otras tareas.

—Interesante.

Hablamos casi dos horas seguidas sin parar, hablamos de todo un poco, puedo notar cierto interés de parte de los dos de atraernos, una energía fuerte y cálida nos envuelve.

—Bueno, me voy a casa.

—Te llevo, por favor.

—No, gracias, me voy con mi grupo de amigas — me dice al tiempo que señala una mesa en donde están dos o tres mujeres—. Me gustó.

—A mí también.

Pega un salto del banco alto de la barra, me da un beso en la mejilla y se dirige a la mesa señalada. Me gusta ella.

En el momento en que me subo al auto, me llega un mensaje de Santiago, el compañero de Fidel, con los datos del falso testigo que incriminaba a Trejo. Datos, trabajos del pasado, foto de perfil, y demás.

Llego a casa y confecciono una ficha de él, trato de encontrarle un lugar en el cuadro de la pizarra.

Francisco Mansur, 43 años, hoy operario de la empresa Vieytes S. A. de transporte. Entre sus trabajos anteriores, hay dos que me llaman la atención. Su primer trabajo fue vinculado a las telecomunicaciones, y el segundo, un puesto muy alto en una empresa textil. Cargos de mucha mayor jerarquía que el actual, en el que se desempeña de chofer.

Tengo que saber a quién responde este hombre, si Trejo no tiene que ver con el crimen, es obvio que alguien lo mandó para desviar la investigación.

Es tarde, momento de descansar.

¿Quién mató a Ramiro Llanes?

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