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ОглавлениеAtaraxia fallida
J. M. Servín
Me pregunto en qué momento se le ocurrió a Luis Alberto Ayala Blanco, filósofo, editor visionario y, por más que reniegue de su oficio, escritor iconoclasta, pedirme prologar su libro.
Uno que desde el título nos advierte de una batalla cuchillo en mano contra lo que, con menos refinamiento, mi padre advertía con una máxima demoledora durante mi juventud de “intelectual” en formación: es más fácil aceptar ser pendejo que demostrar no serlo.
Lichtenberg dice que todo prólogo es un pararrayos. ¿Cómo escapar de la estupidez como rasgo que caracteriza a la especie humana? El humanismo pretende fallidamente demostrar lo contrario.
Me quedo con dudas luminosas luego de leer esta potente selección de ensayos breves, aforismos y máximas. Se necesita de mala leche, desparpajo y una “ironía trágica” con la que Max Aub definió sus Crímenes ejemplares. Del mismo modo, Estupidez ilustrada contiene una fuerte carga de dinamita cerebral en cuanto a las formas y una vena liberadora y libertaria que hace trizas la pedantería habitual del “pensador” literario, allanando el camino para reflexionar sin prejuicios sobre nuestra inadmisible fracaso ontológico.
Como señala John Gray en Perros de paja, reflexiones sobre los humanos y otros animales, “En sus peores momentos, la vida humana no es algo trágico, sino carente de significado. El alma está rota, pero la vida prosigue. Cuando la voluntad falla, cae la máscara de la tragedia. Sólo queda el sufrimiento. No hay modo de explicar la última pena. Pero si los muertos pudieran hablar, no los entenderíamos. Tenemos la prudencia de mantener la apariencia de la tragedia: de sernos revelada, la verdad no haría más que cegarnos.”
Practicante fallido de la ataraxia, disciplina mental que exige la negación de los temores y los deseos, en su “Comentario” introductorio, Luis Alberto Ayala Blanco confiesa sus contradicciones entre el hastío que le provoca escribir a la vez que sufrimiento y placer. Esto le permite renunciar al pensamiento sostenido y emprende una exploración azarosa entre los socavones del humanismo y su engendro más querido, las masas empoderadas por el voto. “No olvidemos que uno de los vicios de la democracia, como bien dice Cioran, es permitir que cualquier imbécil pueda gobernar.” Tal para cual.
Nuestro gran ideal es la mediocridad, perdernos entre la masa para no ir a ninguna parte por más que pretendamos construir nuestros destinos de manera individual. Discrepar es un ejercicio de alto riesgo, por lo que aceptamos el consenso de las mayorías sobre todo cuando enarbolan la bandera de las causas justas en aparente rebelión contra sus tiranos. En realidad, la historia nos lo demuestra, tal y como el autor lo plantea a lo largo de la obra, la masa sólo busca venganza y tripa llena. Vivimos condenados a la búsqueda del placer en lugar de evitar el dolor de la existencia. Queremos distracción, no salvación.
Estupidez ilustrada es un arsenal de ideas provocadoras que estalla en nuestras convicciones como entes ilustrados. A contracorriente de los ayatolas del deber ser que atiborran el mercado editorial, las redes sociales y los medios de comunicación y entretenimiento, Luis Alberto Ayala Blanco asume su condición de proscrito, cuestiona los principios de la originalidad y la erudición impostadas, coyunturales, huecas. Estupidez ilustrada se zurra en la mentalidad del rebaño en la que se cobijan los intelectuales mediáticos, los nuevos sacerdotes, los “iluministas” que describe Roberto Calasso.
Me deleito con ideas preclaras, he aquí una de ellas como muestra de lucidez furiosa que sacude las páginas de este libro: “tengo muy claro que hay una cierta estupidez infinitamente más atroz y superior a todas las demás: la estupidez ilustrada, convencida de su ausencia total de estupidez, y empecinada en demostrarlo a toda costa. El mundillo intelectual, enfermo de democracia, que se expande como el cáncer, es el ejemplo más nítido en estos días, días de participación ciudadana, de conciencia cívica”. De todo lo que huela a pensamientos sin discrepancia.
Nos convertimos en parias en la medida en que no comulgamos con la corrección política que alimenta el activismo, incluso el radical. El grito de la democracia de las hordas.
La idiotez nos gobierna y pretende conducir nuestras decisiones por el camino de lo que considera equilibrio igualitario, como si no bastara con la abundancia de políticos y opinólogos para comprobar que vivimos tiempos de una pandemia de estupidez más letal que cualquier virus.
El vigor reflexivo con esbozos autobiográficos de Luis Alberto Ayala Blanco se sustenta en la práctica del fisicoculturismo tal y como la entendían los espartanos como disciplina guerrera, sobria y austera, que mantiene en forma la mente y el cuerpo. Conjugación de fuerza y saber. Luis Alberto Ayala Blanco experimenta consigo mismo para negar la vida y encontrar en la renuncia a la originalidad y esperanza en el humanismo, un láudano que alivie la inutilidad de la existencia, a pesar del joie de vivre propagado como catecismo del modelo neoliberal a través de su culto a la salud y el hedonismo mercantil. Estupidez ilustrada hace añicos la blandenguería intelectual que hoy en día encuentra sus mejores argumentos en la corrección política: “El individuo de la posthistoria. Ese híbrido de última promesa y absoluto desencanto [...] Pero ¿a qué se refiere Calasso con posthistoria? A la inversión del mundo, la absorción de todo en una sola entidad: la sociedad.”
La salud mental corresponde a los enfermos musculosos y lúcidos que resisten a los enemigos de la heterodoxia.
Agudo lector de Calasso, a quien dedica un perfil ensayístico y se convierte en referencia omnisciente, Ayala Blanco opta por la brevedad diacrónica en su exploración por el pensamiento zen —“un necesario respiro de paz e inteligencia”—, el aforismo y la epístola, el cine, la pintura, el pensamiento literario y la filosofía atenea. Entrevista a Satanás, quien se reconoce un simple subalterno de Dios —que es mujer—, en tiempos del #Metoo apuesta por la atracción sexual entre hombre y mujer devolviéndoles su genitalidad, ¿o sería más propio decir su animalidad que nos hace diferentes pero complementarios? Universo infinito y paradójicamente acotable, como propuesta situacionista de una deriva que conduce a la Nada. Al vacío. El nihilismo como exégesis. En su diálogo con Calasso como artífice de la divagación argumentativa, apunta sobre el poder de la pluma del erudito florentino: “se encuentra lejos de la transparencia y la caricaturesca autonomía de lo moderno, más bien es una fuerza que emana de un saber críptico”.
Toda idea que vale la pena escribirse es una prueba de la búsqueda inútil de inmortalidad. El oxímoron que exhibe nuestra insignificancia hace más evidente nuestra fallida condición de especie superior.
Como diatriba contra la democracia y la inutilidad de la existencia, Estupidez ilustrada goza de libertad estilística atendiendo un factor que en su esencia nos lleva de nuevo al pensamiento de Max Aub: “siempre que pude evité la monotonía, que es otro crimen”. Para Luis Alberto Ayala Blanco es otro ejemplo de estupidez intelectual. Como Talleyrand, a quien dedica un ensayo, es un descreído. De su libro inclasificable se pueden reconocer los vicios de la moral ilustrada tal y como Lichtenberg señala en uno de sus punzantes aforismos: “Se puede inferir que el hombre es la más noble de las criaturas por el simple hecho de que ninguna otra criatura ha puesto en duda tal afirmación.”
Pues bien, aquí les dejo Estupidez ilustrada, ojalá y sirva este pararrayos.
Primavera del Coronavirus 2020
Estupidez
ilustrada