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Más que muertos y heridos

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La historia también nos ha enseñado que los efectos negativos de los conflictos armados sobre las personas van mucho más allá de los daños físicos y económicos, del contaje de víctimas y heridos, y de la pérdida de recursos. Por ejemplo, también resulta gravemente afectada la salud mental y emocional de la población, tanto civil como militar. Y lo hace de forma intensa, con patologías muy graves durante largos períodos de tiempo, lo cual desemboca en importantísimas mermas en la calidad de vida y dispara la necesidad de recursos de apoyo para atender a los afectados: traumas, depresión, ansiedad, síndrome del estrés postraumático, adicciones… (18)

¿Ocurre algo parecido con la obesidad? ¿Sufren de forma significativa emocional y psíquicamente las personas con sobrepeso, hasta el punto de ver comprometidas su salud y su calidad de vida, con los efectos negativos y los costes que todo ello puede suponer? ¿Podrían incluso verse marginadas debido a su condición?

Lo cierto es que en este caso no disponemos de tantos estudios masivos y cuantitativos que nos permitan conocer con detalle la dimensión del problema. La salud mental es un concepto más complejo de evaluar y de cuantificar que la salud física, sobre todo si lo comparamos con indicadores tan objetivos como el número de muertos o heridos. Y no suele realizarse de forma segmentada respecto a las personas con sobrepeso, lo cual nos permitiría una evaluación más rigurosa del tema.

Sin embargo, como veremos en las próximas páginas, poco a poco se acumulan las pruebas científicas que apuntan a que el impacto mental y emocional puede ser mucho más relevante de lo que podríamos haber previsto. Le adelanto que la cuestión va a resultar tan apasionante como sorprendente si no está familiarizado con ella, pero también más compleja de abordar y mucho menos obvia de lo que puede resultar una recopilación de «víctimas directas». Así pues, le dedicaremos una buena cantidad de tiempo, aportando todas las explicaciones que sean necesarias.

Para empezar, permítame que mediante la siguiente pregunta suavice un poco el tono dramático que he mantenido hasta este momento: si yo le digo que estoy pensando en un personaje de la serie Los Simpson, al que describiría con los adjetivos perezoso, despistado, egoísta, caprichoso, torpe, infantil y dependiente, ¿a quién cree que me estaría refiriendo? ¿A Homer Simpson, el popular cabeza de familia y uno de los protagonistas de la serie, o al anciano señor Burns, el empresario implacable y propietario de la central nuclear de Springfield?

Si usted es de los que en primer lugar ha pensado en Homer Simpson, he de decirle que sus modelos mentales e ideas preconcebidas son similares a los de la mayoría. Sin embargo, le invito a que repase la lista de calificativos, teniendo a ambos personajes en mente. Si es seguidor habitual de esta serie de televisión y los conoce con cierto detalle, comprobará que todos estos adjetivos son aplicables a ambos; en numerosos capítulos hemos podido ser testigos de comportamientos que así lo atestiguan. Pero la mayoría pensamos en alguien como Homer, un personaje que, entre otras características, sufre sobrepeso. Y que, además de jocoso, es maltratador (al menos con su hijo Bart), alcohólico (bebedor empedernido de cerveza) y comedor compulsivo.

Ciertamente, consideramos a Homer uno de los personajes más populares y memorables de esta serie de dibujos animados de humor irónico y exagerado dirigida al público adulto, pero, ya que estamos analizando este tipo de pensamientos colectivos fijándonos en los tópicos a los que suelen asociarse los personajes de ficción obesos, podemos seguir viendo otros ejemplos, aunque centrados en el mundo infantil y juvenil.

Por ejemplo, le animo a que intente recordar alguno de los rechonchos personajes de cómics, dibujos animados o películas, que le presentaré a continuación. Comprobará que con mucha frecuencia (más de lo que correspondería de acuerdo con la estadística) no son precisamente los más listos, ni los más virtuosos. Piense en Obélix, el glotón y despistado compañero del ingenioso Astérix. En el torpón oso de Kung Fu Panda, sobre todo antes de su reconversión en gran maestro de las artes marciales. En Russell, el entrañable niño que da sentido a la vida del anciano de la película de Pixar Up y que comparte su increíble aventura con su casa flotante elevada por globos de colores. También en el mejor amigo de Bob Esponja, la estrella de mar Patricio. O en Eric Cartman, el niño más desagradable y con menos carisma de South Park. Cada uno tiene su personalidad específica, todas diferentes, pero, además del exceso de peso, todos ellos comparten una característica común: son de los menos avispados. Incluso podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que alguno roza la imbecilidad.

De todos modos, esta situación no se limita a los personajes animados. Si realiza un repaso mental de películas muy populares (muchas de ellas de ámbito familiar) que cuenten con la presencia de actores y actrices obesos, comprobará que en muchos casos representan personajes con cualidades no demasiado positivas. Piense en el técnico informático que traiciona a los responsables de Parque Jurásico robando embriones de dinosaurio y que acaba en sus fauces, humillado y bajo la lluvia. O en Alan, el excéntrico cuñado de Resacón en las vegas que se apunta a la monumental despida de soltero. También en Gordi, el niño más rollizo de la divertida y ya clásica película familiar Los Goonies. Un papel similar al simpático y glotón Piraña, de la popular serie de los años ochenta Verano azul. Todos ellos en sus respectivos papeles y con diferentes matices acarrean algunas de las características consideradas menos admirables en el ser humano: egoísmo, gula, idiotez, torpeza, cobardía, vileza, falta de honestidad…

También podemos ver a actores y actrices con sobrepeso en papeles de moral más digna, pero no es lo habitual. Le animo a escarbar en su archivo cinematográfico (real o mental) a la búsqueda de actores de estas características físicas, y comprobará como le resulta muy fácil encontrar ejemplos en los que la obesidad implica un recurso de caracterización que los directores de casting utilizan muy frecuentemente, pero en especial asociado a personalidades y cualidades que suelen considerarse bastante negativas.

De cualquier forma, los actores con sobrepeso escasean. No es necesario ir a las listas de actores o actrices mejor pagados para comprobar que la mayoría luce cuerpos mayoritariamente delgados. Basta con ver el reparto de casi cualquier película para comprobar que todos sus intérpretes, sobre todo los protagonistas, tienden a mostrar un tipo de físico parecido. Algo totalmente alejado de la realidad, como acabamos de ver en las estadísticas, sobre todo en países como Estados Unidos, donde la prevalencia de la obesidad puede afectar a una de cada tres personas. ¿Conoce usted alguna película en la que uno de cada tres actores muestre sobrepeso?

Si indagamos en otros campos del espectáculo y de la comunicación, el panorama se asemeja. Aunque no solemos ser conscientes de ello, porque estamos muy acostumbrados, la escasa presencia de personas obesas en los modelos y patrones que se difunden en los mensajes directamente dirigidos a la población desde los medios de comunicación resulta abrumadora. Por ejemplo, es realmente complicado encontrar personas con kilos de más en la publicidad, sea cual sea el medio utilizado. Los publicistas siempre prefieren vender sus productos utilizando como referencia cuerpos delgados y esbeltos, ya que saben de buena tinta que la identificación con el personaje es un aspecto fundamental para el éxito. Y nadie quiere identificarse con una persona obesa. De hecho, habitualmente se utiliza a las personas con sobrepeso para justo lo contrario, es decir, representar una situación no deseada, como ocurre con el «antes» de los anuncios de dietas milagrosas.

Vivimos en una sociedad en la que, cuando alguien acapara una gran cantidad de miradas, debe ajustarse a un arquetipo bastante concreto. Y, por el contrario, el exceso de kilos en esas situaciones desemboca con mucha frecuencia en situaciones bastante lamentables.

Por ejemplo, los pocos presentadores de televisión obesos que han llegado a labrarse un prestigio profesional y han cosechado el éxito, tienen que lidiar de forma habitual con comentarios relacionados con su peso, en el mejor de los casos irónicos, pero a menudo fuera de lugar e incluso absurdamente críticos.

Pero también hay excepciones. Si usted rebusca en el mundo artístico, podría llegar a la conclusión de que algunos profesionales de este gremio gozan de cierta inmunidad ante el escarnio público. Por ejemplo, si nos centramos en el ámbito musical, seguramente podrá enumerar unos cuantos músicos con kilos de más pero con los que la gente no suele ensañarse. De todos modos, si analiza varios casos comprobará que siguen una sencilla regla: cuanto más extraordinarias sean sus cualidades como artista, más parecemos aceptar su sobrepeso. Y, en la medida en que estas sean más modestas, menos aceptaremos las desviaciones respecto a los patrones ideales. Me explico: hay una cantidad significativa de cantantes de ópera con sobrepeso, que son precisamente los que más nos maravillan con su voz, y a los que por eso mismo solemos dejar bastante «tranquilos». Podríamos decir que «perdonamos» su situación porque la compensan con sus impresionantes dotes musicales. Pero en la medida en la que bajamos en «sofisticación musical», podemos apreciar que el porcentaje de obesos disminuye de manera ostensible. Al llegar a los niveles más populares, es decir, los intérpretes de canción moderna y de temporada, con frecuencia dirigidos al público más joven, para el que las cualidades musicales pasan a un segundo o tercer plano, de nuevo la escasez de obesos es brutal, por no decir absoluta. De hecho, en este colectivo más bien se rinde un culto casi obsesivo al cuerpo.

Todos estos ejemplos del papel social tan poco atractivo que les toca vivir a muchas personas con sobrepeso resultan, sin duda, bastante anecdóticos y posiblemente se encuentren sesgados por mis ideas previas sobre el tema. Sin embargo, me sirven para introducir uno de los elementos más dolorosos pero quizás menos conocidos de la obesidad: el estigma hacia las personas que la sufren.

La guerra contra el sobrepeso

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