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CUERPO, CORPOREIDAD Y CORPORALIDAD

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«No sé si en el cuerpo o fuera de él».

SANTA TERESA DE ÁVILA

¿De qué hablamos cuando hablamos de cuerpo? Para mí es prácticamente sinónimo de persona, o de sujeto encarnado, es lo más natural. Si nos referimos al cuerpo, estamos hablando de todas las disciplinas juntas, aunque la antropología sea la principal: médica, filosófica, ética, social, psicológica, cultural, sexual... En definitiva, ocurre eso porque hablamos de la persona en su conjunto. Medita eso, por favor.

Hablar del cuerpo es realmente complejo, incluso cuando lo intentamos aparece un cierto estorbo lingüístico pero, en cambio, es la única manera de acercarse al quid de lo humano1. En realidad «el cuerpo y la psique son solo un sistema que se desarrolla en la interacción con otras personas... El hombre es corporal, social y psíquico, no en tres compartimentos sino en cada momento y fragmento de experiencia»2.

Debemos tomar como punto de partida la afirmación de la corporalidad del sujeto, y eso nos abre más. Como apunta D. Najmanovich, «esta afirmación hace que el sujeto encarnado entre dentro del cuadro»3 y no se nos quede fuera buscándolo en sus atributos.

Así mismo, parece ineludible obviar las categorías de lo corporal siempre y cuando las veamos como posibilidades naturales no separadas entre sí. El cuerpo del que podemos hablar no puede ser de ninguna de las maneras un cuerpo objetivo, un cuerpo objeto. Ya existe consenso interdisciplinar en que la propia observación de la realidad influye en el conocimiento de la misma. Más todavía cuando queremos adentrarnos en lo corporal.

El dentro-fuera «del cuerpo» pierde su fuerza limitante al hablar de interioridad si dejamos de sustantivizar lo que somos. Abriendo la puerta al verbo y al adjetivo: soy un ser –infinitivo– corporal –adjetivo–, el interior y el exterior se unen –que no confunden– y el versus desaparece. Entonces el interior se hace exterior y el exterior, interior. Eso sí, con una sola condición: que nos habite Alguien. Lo demás son categorías. En definitiva, la interioridad es emergente, sale hacia afuera, pero no es porque esté escondida, sino porque el cuerpo que vemos es aparente y también contiene muchos niveles de profundidad.

«La interioridad es emergente».

Es muy común señalar al alma para entender el cuerpo en tanto que visible-invisible. He ahí un atolladero insalvable, pues el cuerpo-materia-electrón-quantum también es invisible. Además, al hablar de esta manera, cosificamos el alma, ¿no crees? Para intentar comprender el fenómeno del cuerpo y la corporalidad debemos acercarnos a la tensión espacio/tiempo, pues eso es lo que es el cuerpo, una densidad diversa de espacio/tiempo actualizada.

¿Te has dado cuenta de que la palabra cuerpo no tiene más sinónimo en castellano ni otra palabra para referirnos a otra dimensión sobre él? En cambio, en alemán se distingue entre cuerpo objeto (das Korps) y cuerpo vivenciado (der Leib). Por ello la cualidad corpórea, que atiende al cuerpo objeto, es diferente a la cualidad corporal que responde al cuerpo vivenciado. La corporeidad habla de la masa objetual del cuerpo y la corporalidad, reservada a la persona, trata de la gama de cualidades que se desprenden del hecho de ser seres corporales, con autonomía, cosa de la que no gozan los objetos: el jarrón no baila, por muy bello que sea.

Hablar de cuerpo, en sustantivo, nos limita la reflexión, pues hace estática nuestra corporalidad y esquiva sus proyecciones o dimensiones. ¿Te imaginas ser cuerpo –objeto– y nada más?

La corporalidad profunda tiene muchas dimensiones: orientación y discernimiento. Profundidad/vacío y amplitud. Paz. Calidez. Alegría. Gozo. Silencio. Presencia. Contraste. Libertad. Claridad. Todas estas cualidades dimensionales del cuerpo contribuyen a que seamos espirituales. ¿No son estas cualidades algo más que simples sensaciones?

La corporalidad nos permite conducir nuestras vidas, en vez de ir detrás de ellas. A mayor «habilidad» de conducción, mejorará nuestro centramiento: capacidad de alinear pensamiento, emoción y acción. Por otro lado, nos inundará de vez en cuando el frescor de la holgura de vivir con margen de conciencia, y no apretados. Esa holgura permite la entrada del humor, la paz y la contemplación. No podemos contemplar yendo a mil por hora.

E. Lévinas decía: «El cuerpo desnudo aún está fuera del tener y no tener»4. No nos llevamos nada al otro mundo. Esa desnudez nos interpela, la mía y la de mis semejantes. Nos hace abrir los ojos y humanizar nuestra mirada. Nos hace sentirnos acompañados, incluso en soledad.

Como he avanzado antes, nuestra cultura está muy influida por palabras como alma, la cual imaginamos como algo más profundo o digno que nuestro cuerpo. El cuerpo, en todo caso, debiera entenderse como un estadio transitorio del alma, pues en la dimensión espacio-temporal no puede ser de otra manera. Pero nunca el cuerpo es como una cubierta, protección o escudo del alma. Nuestra corporalidad no tiene como finalidad hallar el lugar del alma, sino ser alma en y con todo el cuerpo.

El cuerpo interviene en los procesos de personalización y despersonalización. Solo hay que observar a personas –lamentablemente– con alguna patología psiquiátrica para ver que el cuerpo-psiquismo no está bien ubicado. El cuerpo sigue a la psique y viceversa:

Hay quien prefiere seguir pensando en términos de «alma y Dios». Parece menos complicado, es lo que siempre se ha hecho, en nuestros ámbitos cristianos, aunque no responde a la realidad. Y ha dañado la comprensión de un Dios que busca siempre canales de expresión humana y que quiere construir en el hombre, y en su cuerpo, un lugar de manifestación.

Desafortunadamente, especialmente en los ambientes tradicionalmente religiosos, el cuerpo ha sido reducido, por una lamentable y deficiente educación, a algo ajeno al proceso interior. Sin embargo, el cuerpo es la puerta. O al menos, una de las puertas que hay que atravesar5.

No estamos hablando del cuerpo orgánico ni del músculo-esquelético, estamos hablando del cuerpo global, es decir, del cuerpo persona que somos. Por tanto, no se trata de desarrollar habilidades en sí, sino de tener conciencia corporal. Es cierto que actores, bailarines... desarrollan la conciencia corporal, pero a la que nos referimos aquí es más intuitiva y puede tenerla cualquier persona, basta con que trabaje su conciencia interior.

Cuando yo era niño se hablaba de urbanidad, como de un conjunto de normas que había que respetar. Dichas normas pasaban por la conciencia al sentarse, al caminar, al mirar a los ojos a la gente y por desarrollar la espiritualidad. Todavía veo ancianas de aquella época entrar a una iglesia con un porte de dignidad increíble y se las ve conscientes de la ropa que visten y cada uno de los gestos que hacen. De alguna manera era un tipo de mindfulness de aquella época.

Oración corporal

1. Si eres creyente, medita la siguiente frase: «Líbrame, Señor, del sustantivo cuerpo y hazme corporal para siempre –tiempo–, en la tierra como en el cielo –lugar–».

2. Pregúntate de qué manera integras tu cuerpo en la meditación o en la oración: respiración, postura, sentidos, habla interior, relajación, movimiento...

3. Otra cosa que puedes hacer es la respiración consciente. Se trata de mantener enfocada toda tu atención en cómo el aire entra y sale por tu nariz sin esfuerzo. Cuando notes que te has despistado, devuelve la atención a la respiración. Puede ayudarte el recuento de cada inspiración hasta diez, y vuelves a iniciar la cuenta. Si observas que te has distraído, vuelves a empezar desde cero. Otra manera de ayudarte a estar presente en la respiración es repitiendo una frase que te guste: un trocito lo dices mientras inspiras y el resto espirando. Por ejemplo: «Estoy tranquilo –al inspirar– y confío en la vida –al espirar–».

4. Intenta hacer una meditación u oración en la que sientas primero todo tu cuerpo, a continuación permite –observando– que el aire entre y salga sin esfuerzo. Siente tu cuerpo pesado que no hace ningún esfuerzo y simplemente estate ahí. Pronuncia por dentro alguna frase, del tipo: «Me abro a la vida»; «Me entrego»; «Confío en ti, Dios mío»; «Suelto, suelto y me relajo». Deja caer todo el peso hacia la tierra y ponte en manos de Dios.

5. Hay posturas universales para orar, seamos o no creyentes: alzar los brazos para pedir y agradecer, como si abrazáramos el universo. Poner las manos mirando al cielo como pidiendo o sintiendo que cae «la lluvia divina», esta es una postura de petición. ¿Puedes descubrir tú mismo/a otras? Investiga a ver a qué sabe cada postura: tumbado, arrodillado, sentado, de pie...

Cuerpo

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