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Filosofía y diseño.

¿Es el diseño una disciplina merecedora de atención filosófica?

El diseño es, desde el punto de vista de la filosofía, una disciplina menor. Menor que la ciencia, el arte o el comportamiento humano. Menor desde luego que la tecnología. Si uno entra en la única página de internet que tiene algún sentido, la enciclopedia de filosofía de la Universidad de Stanford, la Stanford Encyclopedia of Philosophy (1), y busca design la única entrada relevante que aparece está bajo el capítulo Philosophy of Technology, en los apéndices The Centrality of Design to Technology y Methodological Issues: Design as Decision Making. El diseño es, para los filósofos, el apéndice de la tecnología. Y, desde el punto de vista filosófico, depende absolutamente de esta. No hay una disciplina llamada diseño filosóficamente relevante. Y seguramente con razón. Primero porque el diseño es una disciplina contingente, o eminentemente contingente: hija de un tiempo determinado, de su tiempo. Pero que sea contingente o hija de su tiempo, si bien le resta peso filosófico, no quiere decir que sea despreciable. Y segundo porque el diseño no parece contener absolutos, universales o grandes abstracciones, materiales sobre los que suelen trabajar los filósofos. Sin embargo, dado que el diseño es, entre otras cosas, el modo en el que el objeto aparece hoy en el mundo, es muy difícil, por no decir imposible, negar que hay algo óntico en el diseño. Y, por tanto, desde ahí ya no se puede afirmar que el diseño sea para la filosofía despreciable. Ni menor. En las siguientes páginas vamos a tratar de eso que no la hace despreciable, a pesar de no renunciar a su condición de contingente. O precisamente porque lo es, en un tiempo en que todo lo es.

¿Qué hace del diseño una disciplina filosóficamente no despreciable? Primero su condición ontológica. Ya se ha apuntado, el diseño define cómo aparece el objeto en el mundo. Que no es poco. Al contrario, ya es más bien mucho. Todo lo que vemos hoy, todo lo que nos rodea aparece ante nosotros diseñado. Y, frente a cómo se producía lo que hay, el diseño es la disciplina que interfiere en esa producción para darla como algo humano –y el uso del verbo dar es aquí muy intencionado, pero sobre eso más más adelante–. Como algo exclusivamente humano. El humano-diseñador es el profesional cuya tarea consiste en definir la aparición de todo lo que hay. Visto así, la condición del diseño empieza a no aparecer como despreciable. Todo lo contrario.

Ahora bien, si esto es así –si todo lo que hay aparece en el mundo como diseñado– el diseño se muestra como una operación ontológica. El diseño media, condiciona o define el ser de la cosa. Un martillo, una pecera, unas gafas, una bolsa de la compra. El ala de un avión, un cajeto automático, un billete de 5€ o la propia denominación de € para una moneda trans-europea. Todo es objeto de diseño. Tanto el objeto en sí como el proceso de producción del objeto en sí.

Y, como todo es objeto de diseño, se ha vuelto muy complicado discernir qué está diseñado y qué no. Incluso aquellos objetos en cuya producción no ha intervenido un diseñador tendemos a ver las huellas del trabajo de diseño. Así, y por poner un ejemplo extremo, en la negra irregularidad de los granos de alquitrán en la carretera recién asfaltada y apisonada hay una belleza que bien podría haber sido premeditada por un diseñador a pesar de lo improbable que lo sea.

¡Si hasta al acto divino de la creación los cristianos lo llaman diseño inteligente!

Y esta dualidad del diseño, la facultad de diseñar el objeto y su proceso de producción, tienen una repercusión metafísica fundamental. Trastoca los cimientos de la ontología occidental. Porque termina con aquello inaprensible del objeto de sí. El objeto en sí, gracias al diseño, desaparece. Desaparece la Idea-forma platónica (Platón 2002). Desaparece el neumeno kantiano (Kant 2013a).

El objeto diseñado ya no es ontológicamente un objeto. Está más acá del objeto en sí, de ese algo inaprensible por los sentidos. Inaugura otra categoría. El objeto diseñado es lo que el humano quiere que sea ese objeto. Y eso es ya es mucho, si de lo que hablamos es de filosofía. Y es mucho porque es la combinación de dos tendencias cuya contraposición dialéctica ha construido el pensamiento filosófico occidental: el empiricismo y el idealismo. El diseño contrae ambas escuelas en una y las deja en pañales, suspiros de un humano que no controla su mundo.

Ese alejamiento entre filosofía y diseño me obliga a un breve comentario sobre la estructura y discurso de este texto. Cada capítulo se abre con una Figura que intenta explicar el contenido del mismo. Como podrá observarse, son modos de explicar la historia de la filosofía, sus herramientas y enfoques. Pero dado que estos atributos deben ser aplicados a una disciplina hasta ahora ajena no siempre siguen la literalidad del canon. Los recuentos históricos, las relaciones entre escuelas e incluso los conceptos son explicados muchas veces de forma poco tradicional. Espero que se perdone la licencia, al tiempo que creo que hacen de la lectura de la tradición algo más ameno.

Y, antes de terminar, querría dar las gracias a los –a día de hoy– 327 suscritos al canal de Telegram Filosofía y Diseño (2) que han servido de acicate y empuje hacia la finalización del libro. Si bien es cierto que esos canales no permiten demasiada interacción autor-suscriptores, los comentarios vía mensaje privado, correo electrónico y otros medios han enriquecido estas reflexiones. Sin ellos este libro no sería otro, son más importantes. Sin ellos este libro no existiría. Muchísimas gracias a todos los que habéis leído el canal en algún momento. Estas páginas están dedicadas a vosotros.

También quiero dar las gracias a Agustín Cuenca y todo su equipo de NeuroK, donde se han impartido las dos ediciones –a día de hoy también– del curso homónimo, El diseño de nosotros mismos. Un agradecimiento extensible a todos los alumnos que han pasado por allí. Una plataforma que me ha dado la oportunidad de lanzar mis ideas y comprobar reacciones. Como sucedió en el canal, también aquí me he visto obligado a corregir y matizar mis ideas y su exposición. Estás páginas también existen gracias a vosotros.

Además, quiero agradecer a Albano Cruz su inspiración constante, su ayuda incansable y su espíritu constructor inquebrantable. Muchas de las ideas que aparecen aquí expuestas surgen de las interminables conversaciones mantenidas durante más de un decenio sobre innumerables cuestiones. La fenomenología, Kant o su negación o la magia como productor de significados. Una ayuda que no sólo ha sido conceptual, sino también técnica. Eso sí, como uno es cabezón, no siempre he seguido sus recomendaciones: lo errores son sólo míos. Sin él este libro hubiera sido otro. O quizá no habría sido.

Por último, no puedo acabar sin expresar mi gratitud a mi editor, Marcelo Ghio y a la Editorial Experimenta, quienes batieron el récor del mundo de velocidad en la aceptación de una propuesta editorial. Una reacción que, otra vez, no ha hecho sino profundizar mi compromiso con el diseño y su fundamentación filosófica. Porque el diseño merece ser tomado en serio también por los filósofos.

Por ello, y ya para terminar, una declaración de intenciones: este es un libro que no intenta cerrar un debate sino que pretende abrir una conversación. Es muy probable que muchas de las propuestas sean erróneas o que carezcan de sentido –aunque juro que he dado lo mejor que tenía en cada momento–; sólo espero que nuevas voces se unan al discurso y, tras destrozar mis tesis, avancemos en el estudio del diseño.

Muchas gracias a todos.

1. https://plato.stanford.edu/

2. Puede accederse en https://t.me/filosofiaydiseno

El diseño de nosotros mismos

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