Читать книгу Y clasificarlas para las llamas - Luis Ricardo García Lara - Страница 4

Prólogo

Оглавление

Supuse difícil o incluso imposible la publicación de las seis historias recogidas en este volumen, sin antes informar a todos aquellos que por azar lleguen a leer las siguientes páginas, sobre el origen de estos relatos y los motivos que me llevaron a divulgar las palabras impresas en las hojas de este ejemplar.

Ha pasado una década y probablemente esté todavía en la memoria de unas pocas personas el episodio de los muertos de la rue des bons enfants. Hoy puedo decir con toda franqueza que éste fue un acontecimiento del que se servirían ciertas corporaciones para alimentar la curiosidad de la gente y henchir sus arcas, y en el que me consta hubo mentiras y exageraciones respecto a lo que posiblemente sucedió.

Podríamos decir que los hechos se remontan al momento en que la jefatura de policía de la circunscripción a la que pertenece la rue des bons enfants, recibió una llamada telefónica que reportaba el hallazgo de un cadáver en uno de los inmuebles de dicha calle. Como es habitual se designó a un agente para estar al frente del caso. El encargado de llevar las averiguaciones fue el detective Guillaume de la Condamine: amigo entrañable fallecido hace tres años. Durante las primeras horas de la investigacion el asunto parecía no tener nada de extraordinario, salvo el hecho de ser un incidente en donde las razones de la defunción no eran a primera vista del todo claras. Sin embargo, a lo largo de esa jornada iban a suceder un par de acontecimientos que habrían de traer como consecuencia que en los últimos años se hayan presenciado falsas conjeturas, litigios, polémicas, estafas, en fin, innumerables equivocaciones y finalmente indiferencia y olvido en torno a lo ocurrido ese día.

Unos minutos antes de que Guillaume de la Condamine abandonara el departamento del finado y se dirigiera a la comisaría para continuar con los procedimientos judiciales acostumbrados, se le informó que a unos cuantos pasos, en la misma calle, habían hallado en uno de los cuartos del hotel “Bons enfants”, el cuerpo sin vida de otro hombre. De la Condamine se trasladó inmediatamente junto con todo su equipo de peritaje a la escena de la desgracia. La odisea que Guillaume de la Condamine habría de vivir, apenas comenzaba: una hora más tarde se le notificaba un nuevo deceso en la rue des bons enfants. Inmediatamente, convencido de que todo esto no era algo que ocurría comúnmente, y que sin duda existía un vínculo entre la muerte de los tres hombres, Guillaume de la Condamine pidió autorización al comisario del cuartel para ocuparse de lo que ese día sería designado por la gendarmería de Paris como “dossier palais royal”.

En los días siguientes, ya con todas las pruebas reunidas, de la Condamine trabajaría con diligencia en la búsqueda de los motivos de las muertes de los tres hombres, pues debo destacar que en los tres casos los móviles eran un misterio que desde el primer instante habían quedado velados para todos. Transcurrieron los primeros días y las conclusiones que el detective de la Condamine transmitió al comandante de la comisaría fueron poco satisfactorias. En dicho informe, de la Condamine le comunicó al comisario que el asunto no era del todo simple; sin embargo, también le aseguraba tener la certeza de que sólo era cuestión de tiempo, y le garantizó, que en los días venideros encontraría la solución. Guillaume de la Condamine estaba convencido de que se encontraba a unos cuantos pasos de concluir con el caso, y es que, entre las bizarras coincidencias de este enredo -me refiero al hecho de que el mismo día y en la misma calle se habían descubierto los cuerpo inertes de tres hombres, y que además, para hacer todo esto aún mas enigmático, la explicación de sus decesos había permanecido hasta aquel momento oculta para todos los que estaban enterados del acontecimiento – habría de aparecer otro factor que a los ojos del detective de la Condamine era la clave que lo ayudaría a resolver el “dossier palais royal”. Las piezas del rompecabezas que según de la Condamine servirían para entender la articulación entre las tres muertes, y que finalmente nos llevarían a conocer el porqué de tales decesos, son las seis narraciones que aparecen en este tomo.

Un par de escritos fueron hallados entre las posesiones de cada uno de los tres hombres fallecidos. Los primeros dos relatos aparecieron en la bolsa trasera del pantalón del sujeto al momento de desvestir el cadáver. Respecto al género de vida que llevaba esta persona (y de igual forma me ocurre con los otros dos hombres) no sé demasiado. Entre los archivos periciales que me fueron autorizados por la gendarmería de Paris para poder escribir esta introducción, descubrí que aquel primer individuo del que recibió noticias la comisaría el día en que comenzó todo este asunto, tenía cincuenta y tres años, y que el departamento en donde se encontró su cuerpo no le pertenecía a él, ni era su residencia oficial; el apartamento era propiedad de la mujer que aquella mañana telefoneó a la jefatura de policía para avisar haber descubierto en el corredor de su domicilio el cuerpo sin vida del hombre que, confesaría ese mismo día, había sido su amante durante los últimos quince años. También averigüé que era desempleado y que las razones de su deceso jamás se conocerían. Del segundo sujeto pude enterarme era un extranjero de treinta y siete años que llevaba viajando más de dos años y que desde hacia cuatro habíase separado de su mujer. Sus dos narraciones estaban bajo la luz de la lámpara del escritorio de la habitación del hotel. Igualmente su caso nunca se consumó hasta las últimas instancias. Por último, el tercer deceso que iba a notificársele al detective de la Condamine ese funesto día, fue el de un modesto profesor de narrativa que rentaba un camastro en el piso de uno de sus alumnos. Los cuentos del profesor fueron localizados sobre una silla dispuesta al lado del lugar donde dormía, encima de las correcciones de algunos ejercicios de sus alumnos. De la misma manera que los otros dos incidentes, su proceso quedó inconcluso. Lamento dar una biografía tan escueta de estos personajes, pues, como ya lo he dicho, al ser yo un individuo sin ningún conocimiento y autoridad en materia criminal, me fue denegado el acceso a la mayor parte de los documentos de la investigación del detective de la Condamine. No obstante, el abstenerme de exponer estos simples datos me pareció desde el principio una imprudencia.

Guillaume de la Condamine imaginó que el hallazgo de estos seis relatos formaba parte fundamental del rastro del móvil perseguido. Y es que, si consideramos todos los elementos reunidos en torno a lo ocurrido, no es indispensable ser muy perspicaz para sospechar de una posible relación entre los tres fallecimientos. Sin embargo el detective de la Condamine fue solamente una victima de la caprichosa casualidad, y ninguna de las pistas que en un inicio consideraría claves, habría de servir para alcanzar la respuesta a la muerte de estos tres individuos.

Pasó el tiempo y los motivos de los decesos y sus presuntos nexos nunca pudieron ser esclarecidos; entonces el caso se cerró y se catalogó en los archivos de la gendarmería de París como inconcluso. No obstante, Guillaume de la Condamine no abandonó por completo el asunto y durante varios años intentó, hasta el último día de su vida, conseguir se editaran los seis relatos de los tres hombre muertos en la rue des bons enfants. Pero, ¿Por qué querer publicar estas historias? De la Condamine confesó que tras haber fracasado en sus averiguaciones, buscaba con la difusión de estos textos, la forma de excusar su falta. En su manera de ver las cosas, los relatos- que según el peritaje probablemente habían sido leídos o incluso escritos momentos antes del fallecimiento de estos hombres- eran de algún modo, de entre todos los elementos funestos del suceso, la representación más asombrosa del misterio ocurrido en la rue des bons enfants; el colmo, el último señuelo de la trampa que la providencia le tendió para simplemente burlarse y hacerle errar en un laberinto de suposiciones erróneas que nada resolverían. Al final, después de años de intentos fallidos, Guillaume de la Condamine no logró ver publicadas las narraciones y su cuerpo y conciencia obsesionada fueron enterrados junto a la frustración de jamás haberlo conseguido.

Una de las causas principales por la que todas las casas editoriales se negaron en aquel momento a invertir en el proyecto que Guillaume de la Condamine les presentaba, fue que consideraron que el hecho de pretender exhibir unos escritos, que eran en esencia parte de los elementos de prueba que servían en el proceso pericial de las muertes de la rue des bons enfants, era un mero acto de oportunismo que se realizaba con el propósito de aprovechar aún más las ventajas de tipo económico que todo este incidente ya había acarreado, y que los medios de comunicación, haciendo uso del sensacionalismo que era capaz de despertar un acontecimiento así de curioso, habían explotado hasta la saciedad. Inclusive, llegó en algún momento a circular el rumor de que los relatos no habían siquiera existido y que, en afán de lucro, estos habían sido escritos por el mismo detective de la Condamine. De igual forma, aunque sin duda no en la misma medida que Guillaume de la Condamine, yo también padecí durante el curso de la publicación de esta recopilación de historias, pues pese a que sea difícil creerlo, no obstante todo este tiempo, hubieron todavía algunos retractores que tuvieron los mismos pretextos que habían entorpecido desde un inicio la difusión de los escritos.

Explicar detalladamente los argumentos que me impulsaron a continuar con la empresa que el detective de la Condamine persiguió los últimos años de su vida podría llevarme a redactar una pila de cuartillas de importancia secundaria. Es por eso, y para evitar vanos sentimentalismos, que celebro el recuerdo de Guillaume de la Condamine cumpliéndole este homenaje con el desenlace que soñó hasta en los tiempos postreros de su existencia; a tres años de su muerte, se consigue, a través de estas paginas, pregonar lo que probablemente le hubiera llevado a tener una muerte más apacible. ¡Querido amigo, he aquí concluida tu obra!

Antes de dar termino a esta introducción, y hablando en concreto de los relatos, me agradaría presentar un par de curiosidades que descubrí en el periodo de investigación que debí realizar previo a la publicación de los seis textos. Al husmear en los expedientes de la gendarmería de Paris tropecé con un documento en donde se atestiguaba que el mismo detective de la Condamine había desconfiado de la originalidad de ciertos relatos. Sucede que en el momento de la recolección de pruebas que tuvo lugar en el apartamento que habitaba el profesor de narrativa, se hallaron entre sus escasas pertenencias los ejercicios de los alumnos a los que éste enseñaba. El detective de la Condamine, haciendo una comparación posterior entre los textos del profesor que aquí se publican, y algunas de las historias que los alumnos escribían, habría de encontrar considerables similitudes. Obsesionado con sus averiguaciones, hizo examinar los escritos del profesor por un doctor en literatura que, luego de estudiarlos con escrúpulo, consideró existía la posibilidad de que las narraciones del profesor fueran, sino la copia exacta de otras obras de mayor renombre en la historia de las diferentes producciones literarias, una imitación no tan bien lograda. No obstante, de la Condamine ignoró tal hipótesis pues pensó que simplemente entorpecía las investigaciones; debido a eso, en el acta final de la rue des bons enfants, los relatos aparecen como propiedad original del profesor. El otro hecho bizarro del que pude enterarme corresponde al estudio psicológico aplicado a los seis textos de los fallecidos. Recurriendo a cualquier medio para resolver el caso, el detective de la Condamine mandaría analizar los relatos con un medico especialista, ya que, en su opinión, un estudio prudente de los manuscritos podría desvelar posibles tendencias en estos hombres. En la valoración final que se inscribiría posteriormente adjunta a todo el papeleo del dossier palais royal se diagnosticó que la mayoría de los textos encerraban: ideación paranoide, obsesión, narcisismo, pensamiento mágico y síndrome de pánico. Sin embargo, como en la anécdota precedente, Guillaume de la Condamine terminaría por omitir este tipo de pruebas que en concreto poco aportaban a la resolución del caso.

Respecto a los relatos sólo me queda hacer una última aclaración. Dos de los títulos que dan nombre a las narraciones fueron creados durante la edición de este volumen por el jefe de redacción y un servidor. El primero de ellos pertenece a la historia ubicada en segundo lugar dentro del compendio aquí organizado. El encabezado original había sido tachado por su autor; no obstante, al observar minuciosamente el manuscrito pudimos descifrar diferentes palabras que tiempo después utilizaríamos para componer el nombre definitivo. La creación del otro titulo fue integral. Se trata de uno de los dos textos hallados en el cuarto del hotel donde se hospedaba el extranjero. El original no estaba intitulado. En un inicio la editorial y yo coincidimos en que el escrito debía permanecer intacto. Al final optamos por darle el nombre que nosotros empleábamos para identificarlo de los demás relatos, pues consideramos era más práctico.

Tan sólo me resta hacer una recomendación a todas las personas que estén destinadas a leer las páginas de esta obra: Absténgase de inventar cualquier relación entre los relatos aquí publicados. Todo parentesco que pretenda encontrarse entre los escritos de los diferentes muertos será producto de la actividad lúdica de la imaginación del lector. Confirmo mi advertencia con la nota siguiente que en un principio se encontró en el cuaderno de anotaciones personales del detective de la Condamine, y que a la postre la gendarmería incorporó al dossier palais royal. La nota está fechada días antes de la muerte de Guillaume de la Condamine.

Martes 13 de mayo.

“Esta noche he observado tras la ventana la luna y las estrellas en el cielo: de un golpe mi espíritu fue asombrado, e invadido por la curiosidad surgieron en mí un sinfín de interrogaciones. Entonces imaginé distintas historias de estos cuerpos celestes; les supuse diversos orígenes y destinos que se iban encadenando en los diferentes pasados para alcanzar posteriormente diferentes futuros. El extraordinario milagro de este espectáculo que mis ojos presenciaban en el firmamento quedó confirmado al sorprender mi reflejo sobre el vidrio de la ventana. ¡Oh, insólita es la existencia del hombre en este universo! No obstante, instantes después fui asaltado por un profundo recelo y pensé una vez más: tal vez aquel reflejo del hombre que he observado sobre el cristal y que supone confirmar el sentido de esos objetos del cielo, es similar a las historias de los muertos de la rue des bons enfants. Sí, yo sostuve que los relatos debían de ratificar la relación entre las extrañas muertes, y que además habrían de aportar definitivamente la solución al enigma de los decesos; pero luego de laboriosas pesquisas y lecturas que yo procuré darles, pude, sin más, concluir que solamente estaban ahí, aislados y extraños a sí mismos y a cualquier relación y orientación, ajenos a lo extraordinario, a lo fuera de lo común ¡Y todo eso a causa de mi anhelo por resolver el caso y de mi imaginación que se desbordó! ¡Yo, la luna, las estrellas y estas historias de nada sirven! Y sin embargo, ¿cuándo llegará el día en que su presencia deje de inquietar mi sueño?”

Charles Marie de Pauw (1947-2007)

Y clasificarlas para las llamas

Подняться наверх