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Agradecimientos

Deseo agradecer a todas aquellas personas en Colombia que compartieron sus historias y experiencia conmigo. Extiendo un especial agradecimiento a Credhos por permitirme con gran generosidad consultar sus archivos, así como también a la Organización Femenina Popular, la Unión Sindical Obrera, la Pastoral Social y a todas las organizaciones de la región que me abrieron sus puertas y compartieron sus análisis.

Deseo expresar mi muy especial agradecimiento a Claudia Caicedo Núñez, la excelente traductora de esta edición de mi libro en español. La dedicación de Claudia a su labor es extraordinaria y para mí fue un verdadero placer trabajar con ella. Mi comprensión de la historia colombiana aumentó considerablemente durante las largas horas que pasamos enfrascados analizando párrafos, oraciones y términos en los dos idiomas. Gracias a Claudia, podré interactuar mucho más a fondo con los lectores latinoamericanos. Para mí, hablante para quien el español es una lengua heredada, es especialmente importante que mi libro sea impreso en el idioma de los miembros de mi familia que viven en Ottawa, Montreal, Washington, D.C., Quito, Guayaquil y Las Palmas de Gran Canaria, entre otros lugares.

Deseo agradecer a Miguel Fernández, Glenis Pérez, Mirjam Koppe, Elena Rey, Camilo Castellanos, ya fallecido, Eleanor Douglas, Katia Urteaga y a las Brigadas Internacionales de Paz, por su hospitalidad y apoyo en Bogotá y en Barrancabermeja. Agradezco también a todos mis amigos, maestros y mentores colombianas y colombianos, especialmente a Rosa Pinzón, Amanda Romero, Francisco Campo, Régulo Madero, Yolanda Becerra, Luisa Serrano, Leila Celis, Matilde Vargas, Pedro Galindo, Alfonso Torres Duarte, Mauricio Archila, Cristina Rojas, Pilar Riaño-Alcalá, Jorge González Jácome y Catalina Muñoz. A lo largo de gran parte del proceso gocé de la compañía y el respaldo de John Jairo Bedoya, quien me ofreció comentarios detallados sobre el manuscrito. Mi gratitud a la extraordinaria comunidad de académicos de Barrancabermeja, especialmente a Rafael Velásquez, quien ha arrojado abundante luz sobre la historia del pueblo indígena yareguíe. Gracias también a los historiadores barranqueños Jorge Núñez y Fernando Acuña, por sus apreciaciones y generosidad. Debo hacer un llamado especial a Germán Plata. Mi gratitud también se debe extender a William Mancera por su gran ayuda llevando a cabo la investigación en las bibliotecas de Bogotá.

Agradezco a Catherine LeGrand, por su energía y sabiduría. Cuando viví en Colombia en 1998, varios años antes de comenzar mi doctorado, un amigo que enseñaba historia en el Instituto Universitario de la Paz en Barrancabermeja me habló de Catherine LeGrand. Él no la había conocido, pero me dijo que ella había escrito un clásico de la historia colombiana y que yo no podía dejar de buscarla cuando regresara a mi hogar en Montreal. Nunca podría haberme imaginado cuán significativo resultaría ser su consejo.

Agradezco a Jesús Abad Colorado, por la maravillosa fotografía que aparece en la portada. Gracias a la dueña de Foto Estudio Joya de Barrancabermeja de quién compré en 2005 las impresiones fotográficas que aparecen en este libro.

Mi agradecimiento a Winifred Tate y Mary Roldán por sus comentarios detallados y su apoyo incondicional. Además, quiero agradecer a Nancy Appelbaum, por sus inmensamente generosos comentarios al manuscrito. Gracias también a Aviva Chomsky por sus comentarios y por darme ánimo.

En la Editorial de la Universidad del Rosario, un especial gracias al director, Juan Felipe Córdoba Restrepo, por su apoyo y confianza, así como a Ingrith Torres Torres y Lina Morales. Deseo agradecer también a Gwen Walker y Steve J. Stern y todo el equipo de la Editorial de la Universidad de Wisconsin. Estoy profundamente agradecido con todos aquellos que me brindaron consejo, apoyo editorial y estímulo.

En la Universidad de Connecticut tengo muchas personas a quienes agradecer por su apoyo a este proyecto y por su amistad, especialmente a Jason Oliver Chang y Mark Overmyer-Velázquez, al igual que a Mark Healey y a muchos otros colegas en el Departamento de Historia, en el Instituto de Derechos Humanos y en El Instituto: Institute of Latina/o, Caribbean, and Latin American Studies. Mi especial agradecimiento a Orlando Deavila por su ayuda en la investigación. Jason Oliver Chang fue una gran fuente de energía para mí durante los últimos dos años y aprecio profundamente sus comentarios a los borradores de los capítulos. También estoy en deuda con John E. Harmon, profesor emérito de la Central Connecticut State University, por haber creado mapas originales para esta publicación.

En la Universidad de Toronto tengo una cantidad de colegas y amigos maravillosos a quienes agradecer, incluyendo a Sean Mills, Melanie Newton, Kevin Coleman, Yvon Wang, Tamara J. Walker, Eric Jennings y Nick Terpstra, todos ellos del Departamento de Historia. Mi agradecimiento a todos en Estudios Latinoamericanos, incluyendo a Susan Antebi, Berenice Villagómez y Donald Kingsbury. Extiendo mi especial reconocimiento a Ana María Bejarano, ya fallecida, cuya presencia y contribuciones a la universidad echamos mucho de menos.

Una gran oportunidad que he tenido en los últimos años ha sido trabajar con miembros de la comunidad colombiana en Toronto, especialmente de la Alianza de Solidaridad y Acción por Colombia, así como de los grupos que trabajan en defensa de la justicia, la paz y los derechos humanos, incluyendo a Kairos: Iniciativas Ecuménicas Canadienses de Justicia, las Brigadas Internacionales de Paz Canadá, Amnistía Internacional y otros.

Agradezco a mis padres, Joyce Canfield y Carlos van Isschot, a mi hermana Andina van Isschot y a Bernard Pelletier. También agradezco a mi hermana Isabel van Isschot y a Carlos Osorio. El amor de mi madre, su intelecto y fortaleza, son simple y sencillamente ilimitados. Creo que mi padre lo debe saber, pero vale la pena repetirlo, que él me inspiró su amor a la historia latinoamericana y su espíritu de rebeldía. En esta obra he tratado de honrar una visión de la justicia social en América Latina que aprendí por primera vez en mi hogar. Doy las gracias también al ya fallecido Christopher Conway. Gracias por ser un maravilloso narrador y un inconformista incorregible.

En Washington, D.C., agradezco a Michael Evans del Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad de George Washington y a Viviana Kristicevic y Michael Camilleri del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil). En la Universidad de McGill, doy un especial agradecimiento a Daviken Studnicki-Gizbert por su generosidad y apoyo. Gracias también a Philip Oxhorn, Iain Blair y al inimitable Samuel J. Noumoff, ya fallecido. Extiendo mi agradecimiento a todo el personal del Departamento de Historia de la Universidad de McGill. En la Universidad de Concordia deseo agradecer a todos aquellos con quienes trabajé en el Proyecto de Historias de Vida de Montreal, en particular a Anna Sheftel, Sandra Gasana, Stacey Zembrzycki y Steven High.

Este proyecto fue posible gracias al apoyo del Fonds de recherche du Québec - Société et culture (FRQSC), del McGill Centre for Developing Area Studies (actualmente el Institute for the Study of International Development), el Departamento de Historia de la Universidad de McGill, el Departamento de Historia de la Universidad de Toronto y el Social Science and Humanities Research Council (SSHRC).

Mis muchos amigos y colegas de las Brigadas Internacionales de Paz merecen un reconocimiento muy especial. Sin ellos, este proyecto no habría podido ser concebido. Si en este texto se incluyen apreciaciones que hacen honor a la verdad, es debido a que los argumentos más claros son aquellos que ya han pasado la prueba del consenso. Esta historia, por lo tanto, pertenece también a las decenas de miembros de las Brigadas de Paz que han pasado tiempo en Barrancabermeja a lo largo de los años. En una visita de investigación en el año 2006, participé en un ejercicio de memoria histórica durante el cual más de una docena de miembros de las Brigadas de Paz compartieron historias de esta singular y extraordinariamente maravillosa ciudad colombiana. Espero haber logrado captar en las páginas que siguen una mínima parte de esa sabiduría colectiva.

Esta publicación nunca podría haberse finalizado sin el amor y el apoyo que recibí de Stephanie Conway. Ella ha compartido mi pasión por este trabajo. Por encima de todo, Stephanie y yo hemos compartido la dicha de ser padres de dos maravillosos niños, Jordi y Nicolasa.

Orígenes sociales de los derechos humanos

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