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III. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE LA IDENTIDAD MASCULINA

En la construcción de este nuevo ámbito simbólico, que progresivamente fue privilegiando imágenes y comportamientos adecuados para hombres y mujeres, y relegando los que resultaban inoperativos e incómodos para el modelo de sociedad que los blasquistas pretendían crear, resulta interesante retomar las tesis de Reig y evaluar la importancia que para la construcción de las identidades genéricas tuvieron las tentativas populistas de reagrupamiento sociopolítico.

Los blasquistas, desplazados en su origen de la articulación del sistema y de la representación política, y sin fuerza propia para imponerse, propugnaban un reagrupamiento de toda la sociedad en torno a sus intereses, que eran presentados como intereses generales. Esta representación de la sociedad que se reagrupaba como pueblo,1 suponía una idealización de la totalidad; y como afirma Reig, la idea de pueblo se inventaba o se construía como una unidad interclasista frente al poder y se pretendía que todos se supeditasen a ella.2 Pero además, en los discursos populistas, el pueblo como legitimación última se presentaba como un todo antagónico al statu quo, y era precisamente esta actitud de oposición a lo «existente» lo que abría determinadas vías a la renovación y a los cambios.

Por su carácter unificador, los movimientos populistas son altamente polivalentes y ambiguos,3 porque el pueblo soberano, en este caso, de la Valencia republicana y libre que los blasquistas proyectaban era una totalidad abstracta regida por determinadas ideas-fuerza que contenían grandes dosis emocionales.

Pero cuando intentamos relacionar esa totalización abstracta que construye la idea de pueblo y los papeles que socialmente se atribuyen a las mujeres, surge inevitablemente la pregunta de hasta qué punto las mujeres se sentían parte de ese pueblo soberano que los blasquistas nombraban en sus escritos, y significaban marginado de las tramas de poder, explotado económicamente y sin derechos. ¿Eran ellas también parte de ese pueblo y, por tanto, podían sentir comprendidas sus reclamaciones particulares, o sentir como propias las reclamaciones generales? Ese partido de todo el pueblo que el blasquismo pretendía ser ¿supo representar realmente los intereses femeninos y fue un cauce adecuado a través del cual las mujeres pudieron plantear sus demandas? O, al contrario, ¿utilizó el partido a las mujeres para gozar de cierto poder en la ciudad?

Resulta evidente que las atribuciones de los papeles que los hombres debían representar en la sociedad, se interpretó por el blasquismo –como tradicionalmente ha venido sucediendo en la mayoría de las culturas–, en un doble sentido. Por un lado, el ideal normativo que representaba a los hombres se refería al neutro, es decir, simbolizaba los valores universales a los que debían aspirar todos los seres humanos. Por otro lado, dicho ideal normativo hacía referencia a la conducta concreta de los varones como género específico.4 Los varones eran por tanto, y sin ninguna duda, el pueblo, ya que lo masculino representa a la humanidad en su conjunto. Los hombres fueron los sujetos principales a los que se dirigían los discursos del periódico republicano.

Pero a través de esta ambivalencia que tradicionalmente la cultura proyecta sobre la identidad genérica masculina, los papeles de las mujeres republicanas se vieron, también, teóricamente relacionados con el conjunto de valores y normas que el movimiento blasquista atribuía a los hombres; porque la noción misma de pueblo, al reafirmar la idea de lo universal, tratando de representar al conjunto de la sociedad como un todo indiferenciado, permitía la identificación tanto de los hombres como de las mujeres. Las mujeres, debieron por tanto sentirse comprendidas y parte de ese pueblo, de esa «masa federal», como los blasquistas gustaban autodenominarse haciendo referencia a todos los que compartían unos mismos ideales.

Así pues, aun cuando el objetivo prioritario de los blasquistas fue, en una primera instancia, la transformación de las nociones que hacían referencia al comportamiento de los hombres y a su autopercepción como tales, el proceso que desarrollaron mientras duró su hegemonía al frente del gobierno municipal, implicó necesariamente a las mujeres.

En numerosas ocasiones las alusiones al pueblo identificaban aquilatadamente a quienes formaban dicho pueblo, y las mujeres de diversas procedencias sociales estaban comprendidas. Cuando en el año 1898, los blasquistas colocan en la puerta del periódico El Pueblo un llamamiento en apoyo de Zola que está siendo juzgado por el caso Dreyfus, el texto que demanda la firma de adhesión al novelista dice así:

El pueblo de Valencia sin distinción de clases, lo mismo la gran señora que la obrera, igual el hombre de estudios que el jornalero, saluda al eminente escritor, al primer carácter de nuestro siglo.5

De este modo, las mujeres, no sólo se debieron sentir parte del pueblo sino que como pueblo, también las organizaciones feministas como la Asociación General Femenina –y la publicación relacionada con dicha asociación que, llevaba el nombre de La Conciencia Libre–,6 habitualmente, y sobre todo en los primeros años del periódico, solían firmar y apoyar los llamamientos y convocar a las manifestaciones junto con otros grupos afines al republicanismo. Como parte del movimiento que constituían los blasquistas, las mujeres aportaban su propia organización a los actos generales que se proponían. Cuando se invita a todos los valencianos para que acudan a una manifestación de repulsa ante los atentados cometidos contra los presos anarquistas en el castillo de Montjuich, la Asociación General Femenina y La Conciencia Libre convocan conjuntamente con el Casino Republicano de la Vega, el Casino de Fusión Republicana de Ruzafa, el Centro Espiritista La Paz y otros grupos librepensadores.7

El populismo blasquista, al universalizar a un gran número de sujetos sociales con intereses distintos en un todo único, sin embargo, pone de manifiesto que en la sociedad que los blasquistas pretendían crear los papeles de hombres y mujeres se construyeron en la doble tensión que suponía la igualdad y la diferencia, las aspiraciones a una cierta equiparación y el mantenimiento de las mujeres en posiciones sociales de subordinación, sin que el partido emprendiera iniciativas prácticas para mejorar dichas posiciones. Tendentes a la igualdad, pero distintos en sus atribuciones genéricas, los hombres y las mujeres podían y debían mantener los mismos principios ideológicos, aunque en los ámbitos diferentes que se consideraban propios de cada sexo.

Tal es el caso de las manifestaciones de las mujeres en la guerra de Cuba. La utilización partidista de las madres, con frecuencia iba acompañada del apoyo explícito a las mujeres que eran capaces de protestar ante las injusticias, aunque ello supusiera traspasar los límites que la sociedad atribuía a la feminidad.

Las madres españolas que tanto han llorado y llorarán con motivo de la Guerra de Cuba, se cansan ya de ser hembras débiles que sólo para el llanto tienen fuerza, y protestan con varonil energía contra el desbarajuste actual.

Nos resulta simpática la conducta de esas madres.8

Otras veces, se utilizaba la imagen de las mujeres del pueblo, en este caso refiriéndose a la propia Virgen María, para resaltar las cualidades más tópicas atribuidas a las mujeres.

Hace veinte siglos aproximadamente [...] una pobre mujer toda dulzura y sencillez, como lo son las mujeres del pueblo acostumbradas á luchar con la miseria, á animar con su sonrisa resignada al marido que arrastra la pesada existencia del obrero, sentía los dolores del parto.9

Por tanto, es posible afirmar que, ya que los discursos tienen en sí mismos la intención de producir una apariencia de verdad, las proclamas populistas que utilizaban los blasquistas, aunque parecían tener un sentido único, fueron en sí mismas abiertas e inestables, lo cual posibilitaba determinadas identificaciones relacionadas con los valores universales de la igualdad, la razón y el progreso humano, abiertos, también a las mujeres. Y a la vez, las representaciones incidían en la diferenciación de atribuciones genéricas, complementando los roles femeninos con cierto compromiso ideológico, pero sin desvincular a las mujeres del modelo doméstico, maternal y sentimental, que era el más usual en esa época.

Mientras que la identidad masculina10 predominante, básicamente, no parecía tener fisuras –puesto que proyectaba como deseable un modelo variable pero universal de sujeto basado en una identidad intelectual, racional, que privilegiaba la imagen del varón instruido y comprometido con las ideas del progreso y la libertad–, la identidad femenina fue objeto de debate y polémica hasta tal punto que sería la diversidad, más que el consenso, lo que la definiría. Pero, tras las representaciones que hacían los hombres confiriendo o negando determinada autonomía a las mujeres, se estaba produciendo también una alteración sustancial de la propia identidad masculina. La capacidad de los hombres para comprometerse en mayor o menor grado con cierto igualitarismo, indirectamente aludía y establecía los límites y las premisas sobre las que estaban dispuestos a pensar y vivir nuevos modelos de masculinidad.

Además, el populismo blasquista, por la propia naturaleza de sus discursos –que mezclaba lo público con lo privado y apelaba a las emociones del lector– suponía un instrumento eficaz para que las relaciones entre los sexos y las cuestiones personales fuesen tratadas en el periódico. El afecto, el sacrificio, la vida cotidiana, la vida personal, y otros muchos ámbitos atribuidos a la feminidad eran comúnmente utilizados por los hombres para hacer apelaciones políticas. Sumar el malestar diario y privado ampliaba la función crítica de los blasquistas y multiplicaba el número de sujetos, también las mujeres, que se decían o sentían marginados o insatisfechos; no sólo con la gestión política, sino sobre todo, con muchas conductas y valores vigentes que se referían a las mentalidades y a las costumbres.

Como los republicanos mismos afirmaban, su revolución era en primer lugar una revolución ideológica que concernía al conjunto de la sociedad. Así lo expresaban en un artículo titulado «Educación Popular»: «la humanidad, ya en nuestro siglo, todo lo puede con la fuerza soberana del pensamiento».11 Y la noción de humanidad, en sí misma, comprendía y abarcaba a hombres y mujeres, es decir, al conjunto de la especie. Pero, además, la fuerza de la nueva revolución, al menos en lo que a planteamientos teóricos se refería, consistía en que esa humanidad que compartía nuevos pensamientos e ideales contagiaba ineludiblemente a su entorno y expandía un modo distinto de ser. O, como ellos mismos decían:

Las ideas, cuando se propagan con ardor [...] son como el aire, las respiran los que quieren y los que no quieren. Son como la llama que todo lo purifica y transforma.12

Las nuevas ideas que los blasquistas difundieron, efectivamente, llegaron a formar parte, en cierta medida, del aire colectivo que, de algún modo, ambos géneros respiraron.

Así, no es extraño que en el año 1909, cuando el gobernador civil de Valencia instiga a los republicanos, prohibiendo sus actos públicos y denunciando al periódico, éstos le respondan afirmando que tras su organización había una masa inconcreta de sujetos dispuestos a apoyarles.

Alrededor nuestro se agrupan muchísimos miles de familias, de voluntades que, amparándose en la ley, nos ayudan en esta obra patriótica y progresiva.13

¿Estaban hablando de familias constituidas por grupos afines al movimiento blasquista o eran realmente las familias privadas que forman los matrimonios republicanos? Las «miles de familias» que estaban a su alrededor para apoyarles, eran con toda probabilidad las propias parejas que formaban un nuevo hogar, caracterizado también porque la pareja compartía, además de vínculos sentimentales, una misma visión política e ideológica de la vida social.

Una vez consolidadas las transformaciones referidas a la nueva identidad masculina, la revolución política y social del blasquismo se fue extendiendo, también, a las mujeres y al ámbito de lo privado y del hogar. Al menos esas eran las propuestas que hacia Azzati en uno de sus artículos:

La revolución no puede hacerse más que cultivando vidas para ella [...] Y si mi opinión goza de algún respeto, hablemos menos de revolución y hagámosla más, comenzando la épica empresa en nuestro hogar. Que quienes no consiguieron redimir ni á sus propias esposas ni a sus hijos no son garantía para realizar la revolución ni en las esferas del Derecho ni en el alma de la patria.14

En estas representaciones que constituían la visión del mundo que los blasquistas manejaban, se fueron dando a las mujeres mayores posibilidades para formar parte del movimiento y participar indirectamente a través de sus esposos de los ideales republicanos.

1. NUEVAS IDENTIDADES MASCULINAS

El compromiso ideológico del blasquismo –que como ya se ha mencionado, al menos teóricamente, iba más allá de la conquista del poder político y proclamaba la necesidad del desarrollo moral de la humanidad, demandando «para los pueblos una era de paz, de amor, de libertad y de justicia»–,15 se apoyaba en la creencia de que las ideas tenían un poder transformador e inmortal. Las ideas para los blasquistas, sólo formando parte del desarrollo personal de cada uno de los ciudadanos, serían capaces de hacer de la sociedad y de sus instituciones una realidad distinta.

En este sentido, en el proceso de acción política desarrollada por los blasquistas hay que prestar una especial consideración al hecho de que los ideales que se propugnaban como deseables para los hombres en el ámbito público, se proyectaban también, debiendo formar parte de la vida privada. Desde su punto de vista, la posibilidad de alcanzar alguna transformación política y social dependía, asimismo, de la capacidad que tuviesen como librepensadores y republicanos para vivir cotidianamente de acuerdo con su conciencia y sus pensamientos.

Como afirma Habermas,

los ideales del humanismo burgués marcaron el autoentendimiento de la esfera íntima y de la publicidad, y se articularon en los conceptos clave de la subjetividad y la autorrealización, de la formación racional de la voluntad y de la opinión, así como de la autodeterminación personal y política.16

El progreso, la igualdad, la libertad, la necesidad de la instrucción para mejorar la emancipación de los más desfavorecidos, no eran ideas inconcretas y abstractas que sólo se materializarían en la vida social como resultado de su acceso político al poder público, sino que debían formar parte del quehacer diario, del trabajo continuado de los militantes blasquistas.

Partiendo de estos planteamientos y a medida que los republicanos valencianos, en febrero de 1897, iniciaron la fusión y se desmarcaron definitivamente de las tesis del cambio revolucionario, el partido fue elaborando una propuesta filosófico-política que, como afirma Manuel Suárez al analizar el republicanismo institucionalista, desbordó los límites de la acción política estricta hasta adquirir todo su significado

en el marco más amplio de su interpretación de la vida humana, de la sociedad y de las diversas relaciones que el hombre –como individuo y como ser social– establece en los diversos órdenes de la vida.17

La identidad de los hombres blasquistas se proyectaba, por tanto, en los primeros discursos del periódico como una elección personal, una elección que significaba que no sólo se mantenían ideas diferentes a las del resto de grupos políticos, sino que además esas ideas suponían una conducta distinta.

Y puesto que defendían un liberalismo ético y paradójicamente social, que entendía al individuo participando activamente en la vida de la colectividad, la responsabilidad de los cambios políticos y sociales se representaban como cercana y abarcable, responsabilidad de cada militante blasquista o de cada individuo comprometido con los ideales republicanos, pues como afirmaba Escuder en El Pueblo, con no poca ingenuidad, «¡Que nuestra patria es anómala, inculta, supersticiosa! Pues bien; mejorémosla, que eso sí depende en parte de nuestra voluntad».18 O, bien, también llegaban a decir: «Trabajad todos por y para las ideas. Ellas nos conducirán sobre toda pequeñez á la suprema conquista, á la verdad [...] ¡Republicanos: sedlo!».19

La participación masiva de los hombres en la política hacía necesario construir mecanismos de cohesión y de identificación social que unificaran y canalizaran su fuerza.20

Esos mecanismos de cohesión fueron también un modelo identitario masculino que responsabilizaba directamente a cada militante republicano de los cambios en su entorno, porque muchos de los atropellos políticos que sufrían los demócratas eran el resultado de su falta de coherencia y de la incapacidad para agruparse y crear un frente político y social, que les permitiera contestar al sistema. Cuando se denuncian por parte de los republicanos de Bilbao ilegalidades en las elecciones del mes de julio de 1897, las reflexiones de El Pueblo volvían a incidir en que: «Es inútil esperar horizontes de justicia y prosperidad no saliendo a conquistarlas con nuestras propias manos».21

Y, nada más realizarse la unidad política de la mayoría de los republicanos valencianos en el partido de Blasco, Escuder remarcaba la necesidad de trabajar en la base, en las «provincias», porque sólo ésa era en realidad la tarea que les permitiría expandir las ideas que como republicanos mantenían:

Hecho está lo de arriba: falta hacer lo de abajo. A provincias acudiremos y allí en la brecha nos dedicaremos á la educación y a la conquista del pueblo español.22

Así se creó en torno al blasquismo un sólido tejido asociativo, accionado y reforzado por las apelaciones que hacían referencia a «la fe en los principios», a «la conciencia» y a «la honradez» de sus seguidores. De este modo, se diferenciaban a sus enemigos políticos, y representaban a los sujetos republicanos como los únicos «verdaderamente» revolucionarios y capaces de propiciar transformaciones sociales, ya que sus «principios» no eran sólo palabras abstractas, sino una nueva forma de «ser» y de actuar.

Por ello, los blasquistas promovían a través del periódico reiteradas campañas con el fin de movilizar e implicar cotidianamente a sus militantes. Recogían masivamente firmas, abrían suscripciones populares, promovían manifestaciones, o hacían repetitivos llamamientos a los militantes para trabajar en el partido y garantizar la «limpieza» de los comicios.23

En esta militancia activa de la que hacían gala los blasquistas, habitualmente, encontramos que las mujeres eran, también, invitadas a participar o participaban por su propia voluntad en los actos que se promovían. En los festejos del 15 de julio de 1897, cuando la Juventud Republicana conmemora la toma de la Bastilla (14 de julio), entre los oradores que pronuncian discursos encontramos que se cita como oradora a Dª. Belén Sárraga,24 y en el resumen del acto se puede leer: «Entre la concurrencia vióse gran número de señoras, que llevaban ceñido al cuerpo un cinturón con los colores republicanos».25

También, cuando se invita a los valencianos a que firmen en las oficinas del periódico El Pueblo en apoyo de Zola por el caso Dreyfus, son numerosos los nombres de señoras que figuran en el libro de apoyo, el cual finalmente envían los republicanos valencianos al escritor francés, que está siendo juzgado.

Como resultado de esta invitación a la participación, se promovía una conciencia cívica capaz de movilizarse espontáneamente y con diligencia, manifestándose en las calles y mostrando su desacuerdo con hechos que consideraban onerosos, como, por ejemplo, ante el desastre de Cavite,26 o ante los nuevos impuestos que aplicó Villaverde siendo ministro de Hacienda. En este último caso, de nuevo, la noticia del periódico da cuenta de que en la huelga general que llevaron a cabo los ciudadanos valencianos, también las mujeres y los niños se movilizaron y tuvieron su propio protagonismo.

Muchísimas mujeres y chiquillos desde la seis de la mañana dedicáronse a impedir que se abrieran los talleres, y varios grupos de hombres intentaron hacer cerrar los comercios lo que no fue necesario, pues la mayor parte de ellos ya se habían anticipado a hacerlo.27

Los blasquistas, con esta actitud de movilización popular y de reforzamiento de la militancia, resaltaban la importancia de la acción individual y afirmaban la necesidad de que los sujetos –sobre todo los hombres, pero también las mujeres–, adquiriesen un compromiso tangible con la vida social y política.

Frente al carisma de los líderes, la política de medro y privilegios que, desde su punto de vista, significaba para el resto de los partidos políticos obtener diputados y relacionarse con sectores sociales influyentes para el propio provecho, oponían la necesidad de acciones basadas en la presencia en las calles de la masa federal, que eran en realidad sus seguidores.

Sin embargo, conviene no olvidar que Pigmalión, refiriéndose a los republicanos influyentes, afirma que hubo también intereses particulares vehiculados a través del partido:

La junta municipal del partido estaba compuesta por hombres ambiciosos que aspiraban a ocupar cargos públicos de la administración y política valenciana. Otros, industriales y comerciantes, pensaban hacer grandes negocios al socaire de la política.28

También en el mismo sentido, Martí advierte que

Cal tenir en compte l’afavoriment per part dels blasquistes dels interessos d’una burguesia urbana beneficiada per l’assaig de reforma urbanística [...] fins al punt que J. López Hernando ha pogut parlar, en estudiar la política hisendística del blasquisme, d’autèntica detracció de recursos dels sectors populars per a subvenir els negocis immobiliaris dels propietaris.29

Estas representaciones que los blasquistas hacían de sus seguidores, aun cuando no siempre sus actuaciones tuvieron un correlato exacto con sus prácticas de vida, nos permiten comprender cómo aquellos republicanos –que en los primeros tiempos del partido en Valencia leían o escuchaban El Pueblo, eran «pobres, y en su mayoría iletrados, entendían la democracia a su manera y se dirigían al jefe para resolver cualquier asunto»–,30 fueron progresivamente formados para comprender que podía existir otra forma más moderna y efectiva de hacer política.

Desde este punto de vista, la tarea de los blasquistas se centró en convencer, sobre todo a los varones, de que no sólo era necesario confiar en la integridad que debían tener los líderes a los que votaban; también era necesario que la política se convirtiese en una responsabilidad colectiva. Como decía un artículo del periódico:

Podrán caer los jefes, pero las ideas sobreviven, y la protesta revolucionaria no muere ni morirá, pues se abriga en el corazón de todos los españoles honrados.31

O también:

El único medio de hacer republicanos es trabajar incesantemente por la causa, llevando á cabo campañas de actividad extraordinaria, sosteniendo el calor en todos los corazones y el entusiasmo en todos los cerebros.32

Esta visión se hacía presente, asimismo, en muchos de los artículos del periódico que trataban sobre los políticos relevantes. Los personajes de la vida política que aparecen en El Pueblo no sólo eran valorados por sus acciones públicas, sino que también se solía remarcar la necesaria coincidencia que debían tener su vida y sus ideales.

Las figuras tanto de Cánovas como de Castelar, de Sagasta, o Estévañez se analizan evaluando el conjunto de cualidades y comportamientos que conforman su personalidad; y en muchos casos, su vida familiar, el confort o el sacrificio, la comodidad o las renuncias gozadas o sufridas son las que definen, también, las intenciones públicas y la valía política del personaje. Las declaraciones de los políticos dejaban de tener valor o cobraban todo su valor sólo si eran capaces de ser coherentes con sus ideas, haciendo de su compromiso público un compromiso vivencial.

Desde estos parámetros, el juicio que el periódico aplicaba a los personajes que mencionaba solía ser benigno cuando se guardaba fidelidad a los principios, o podía ser implacable o demoledor en el caso contrario.

2. LA CONCIENCIA INDIVIDUAL, GUÍA DE LAS ACCIONES

Porque, en última instancia, cuando los individuos se comprometían políticamente, la necesidad de coherencia personal se hacía del todo necesaria incluso para mantener la propia conciencia de la nación. En un artículo titulado «Nación sin conciencia», el articulista criticaba los desastres políticos haciendo referencia, de nuevo, a la pérdida de los valores entre los hombres que gestionaban los asuntos públicos sin que los electores les demandasen responsabilidades. Pues no debían ser los mayores o menores éxitos, ni los beneficios materiales, como «los monárquicos [que] se aprovechan del voto para el medro personal», ni las presiones externas, ni el disfrute del poder. La base de cualquier proyecto político renovador era también la conformación de una conciencia autónoma que, en el interior de cada sujeto, permitía que éste se comprometiese con la colectividad y viviera consecuentemente en la línea de sus pensamientos. Ése era el principio que les diferenciaba, según su punto de vista, del resto de grupos políticos, porque no hacían uso de una doble moral y trataban de vivir sin someterse a ninguna moral externa ni a ninguna claudicación material. Por ello también muchos republicanos ilustres, después de abandonar sus cargos políticos por mantener sus ideas y actuar como les dictaba su conciencia, vivían en la pobreza.33

Vivir de este modo era fundamental en la nueva representación de la acción política que en ningún caso era una tarea fácil. Incluso la dificultad de la empresa se convertía en heroicidad y mérito, ya que, en última instancia, ése era también el sentido de un concepto de libertad que se definía como fundamento de una subjetividad ajena a cualquier servilismo. Como afirma Reig, «el tema de la libertad está siempre presente de una forma directa y hasta hermosa» en los artículos del periódico y en las grandes campañas que reiteradamente emprenden y que «muestran una pasión sincera que se comunica al lector».

Desde estos presupuestos, en un artículo titulado «Catecismo revolucionario»,34 cuando el escritor se pregunta retóricamente por las virtudes positivas de un buen republicano, la repuesta dice así:

La primera tener decisión; la segunda no confiar ni un minuto más en otra cosa que no sea la guerra activa á la monarquía, y la tercera y más importante, no dejarse seducir por nada ni por nadie.35

También cuando el periódico menciona que «a D. Alejandro Pidal le sale un hijo librepensador», el articulista matiza sus propias palabras añadiendo: «en el sentido de que piensa por sí, libremente, sin miedo al qué dirán, sin plegarse á conveniencias ni á prejuicios».36 Incluso cuando Benito Pérez Galdós «ingresa en la falange republicana», escribe una carta (que publica El Pueblo), en la que el escritor hace explícito que se reserva la independencia en todo lo que no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que los republicanos defienden.37

Incluso cuando las mujeres republicanas tomaban la palabra, continuaban remarcando esa necesidad de acogerse a la libertad interna (que no se deja seducir por nada ni por nadie); libertad que se forma a través de la razón y la instrucción, mecanismos básicos para formar esas subjetividades «verdaderamente» autónomas.

En un mitin celebrado en Sagunto por los librepensadores, se narra el discurso pronunciado por Belén Sárraga con las siguientes palabras:

Hizo la historia de la mujer en la antigüedad y la consideración en que era tenida por los sacerdotes.

Añadió que no quería esclavas ni que siguieran sus doctrinas, sino que se instruyeran y luego con libertad siguieran las doctrinas que les inspirase su libre criterio.38

Los republicanos entendían la libertad como plenamente ligada al desarrollo de la razón individual, pero también como plenamente capaz de distanciarse de los seres o de las ideas que desde el exterior marcaban, observaban o juzgaban las conductas.

En el mismo sentido, cuando en 1898 Blasco Ibáñez agradece a sus votantes su elección como diputado, remarca también la importancia política que tiene para «el obrero honrado» (que le ha otorgado su voto) el desarrollo, a través de la educación, de un juicio autónomo que le permite elegir políticamente.

El obrero honrado que adquiere su instrucción en las horas de descanso, formándose sus opiniones con independencia, y purifica su voluntad de tal modo que sabe resistir las seducciones y da su voto al que cree más digno.39

Aun cuando las palabras de Blasco contienen, sin duda, una clara intención política que pretende redundar en su propio beneficio y en el de su partido, dichas palabras no dejan de remarcar la importancia que para los republicanos tenía la construcción de ese ámbito privado de elección, basado en el propio discernimiento.

Habermas,40 reflexionando sobre tres modelos de política deliberativa, afirma que según la concepción republicana la política no se agota –como afirma el liberalismo– en la función de mediación entre el Estado y los ciudadanos, «sino que es un elemento constitutivo del proceso social en su conjunto. La política es entendida como forma de reflexión de un plexo de vida ético». En la concepción liberal, la política (entendida en el sentido de formación de la voluntad política de los ciudadanos) tiene la función de

imponer los intereses sociales privados frente a un aparato estatal que se especializa en el empleo administrativo del poder político para conseguir fines colectivos.

En la concepción republicana, la política constituye el medio a través del cual «los miembros de comunidades solidarias [...] se tornan conscientes de su recíproca dependencia» y tratan de configurar, y transformar con voluntad y conciencia, y a través de relaciones de reconocimiento mutuo, esa comunidad en una asociación de ciudadanos libres e iguales. Y para estas prácticas, además de la solidaridad, que se constituye como una fuente de integración social, es necesaria también la práctica de la autodeterminación ciudadana que emerge de una base social autónoma.

Por ello, para que la sociedad civil fuese independiente de la administración pública liberal y del tráfico económico privado, era necesario también que los ciudadanos republicanos se percibieran a ellos mismos, primero, como portadores de unos principios e ideales específicos y distintos a los que mantenía no sólo el liberalismo más conservador, sino también de los que mantenía el liberalismo progresista; y segundo, que dichos republicanos fuesen capaces de actuar e incidir en la sociedad, haciendo coincidir sus ideales con sus conductas y prácticas cotidianas; lo que significaba que las nociones relacionadas con la autonomía –política y ciudadana– eran cuestiones vinculadas también a su propio autoentendimiento personal.

O dicho de otro modo, los seres o agentes sociales sólo existimos en una comunidad, lo que significa –como afirma Béjar, analizando las teorías del comunitarismo– que «la comunidad no es por ende un atributo sino un elemento constitutivo de la identidad».41 Así, los sujetos se forman como tales sujetos participando en comunidades o grupos específicos. Por tanto, la libertad se define no sólo a partir de las limitaciones sociales que enfrentan a unos seres o grupos a otros, sino también como el ejercicio diario que supone la conciencia de las interdependencias existentes entre los miembros que forman una comunidad o grupo.

3. AUTONOMÍA PERSONAL Y VIDA POLÍTICA

Así, y haciendo un recorrido que podríamos denominar de doble sentido, esos ideales profesados por los blasquistas debían materializarse efectivamente en la vida política, puesto que, en última instancia, sólo los individuos libres, autónomos y racionales, como afirman las siguientes palabras, podían –una vez unidos y organizados libremente– construir una nueva sociedad, sus instituciones e incluso proponer socialmente nuevas formas de conducta.

Cierto que con el poder divino del pensamiento, con el empleo de la razón, con el influjo de la ciencia, con el trabajo de la propaganda, siempre tienen las ideas pocos ó muchos adeptos, constituyen sistemas y hasta forman escuelas, pero verdad también que nunca se convierten en hechos, ni las adoptan los pueblos, ni rigen la vida, si los encargados de realizarlas no se unen, no se organizan, no suman sus fuerzas para crear instituciones, leyes o reglas de conducta.42

Los republicanos valencianos, identificados en muchos casos con el ideario de los krausistas españoles, asumían «la idea de la nación como una realidad construida en el tiempo por la voluntad colectiva».43 La autonomía personal cobraba sentido al extenderse al municipio, a la región, y a la nación, proponiendo una democracia que iba más allá de lo que representaba, puesto que afirmaba los derechos civiles y políticos de los nuevos ciudadanos libres e individualmente formados, para mejorar sus vidas y decidir en toda cuestión. Comunidad e individuo se debían equilibrar y reforzar porque, como afirmaba un articulista del periódico,

al entendimiento humano podrá dársele á conocer que el bien de todos juntos es el bien particular de cada uno, y amarlo ha el corazón por instinto y conveniencia.44

Lógicamente, la única forma de gobierno que garantizaba verdaderamente la aplicación y la instauración de esta dinámica social era la:

¡Bendita mil veces República, única forma de gobierno que garantiza la moralidad, por lo mismo que da al pueblo medios de protesta y le deja intervenir real y continuamente en el gobierno!45

Una de las características del republicanismo popular fue la concepción de la República como un mito, como el motivo movilizador de las mejores energías del pueblo porque se presentaba como la única alternativa moralizadora. Pero, además, frente al reformismo de la Restauración, que promovía la corrupción en las alturas y la inhibición en las masas, la República significaba abrir el camino a la modernización.46

Pero, aunque con frecuencia los blasquistas utilizaban la dicotomía de proyectar dos bandos beligerantes que se enfrentaban a los partidos conservadores, ellos mismos siempre se volvían a autodefinir como

los que buscan el establecimiento de verdaderos, puros principios democráticos; es decir, aquellos por los cuales gobierna la universalidad de los ciudadanos, y son por lo tanto contrarios a todo privilegio divino ó humano, de religión, de herencia, de sangre, ó de condición capitalista.47

El gobierno de «la universalidad de los ciudadanos», siguiendo de nuevo el análisis de Habermas, no significaba, como desde la concepción liberal, gozar sólo de derechos subjetivos frente al Estado o frente a los demás ciudadanos, sino tener derecho a la participación y a la comunicación política. Para el republicanismo, lo importante no era sólo que la política les garantizase la libertad frente a las coacciones externas, sino también la participación en una práctica común,

cuyo ejercicio es lo que permite a los ciudadanos convertirse en aquello que quieren ser, en sujetos políticamente responsables de una comunidad de libres e iguales.48

La formación política adquiría, así, dimensiones que acercaban la acción pública y de gobierno a los auténticos valores que habían inspirado las revoluciones liberales; porque, como apuntaba otro artículo del pueblo: «del despotis-mo no se va á la libertad, ni por la autoridad absoluta al ejercicio de la razón, que es la conciencia».49

En parte, los problemas de la política española, el escepticismo y la compra de votos, eran una consecuencia directa del despotismo que mantenían los políticos del resto de partidos que, defendiendo sus propios privilegios, impedían la participación popular y el libre ejercicio del sufragio.50

El voto, que sólo podían ejercer los varones, se convertía, por tanto, en el símbolo político de la libertad individual, y la venta de votos en la negación de toda capacidad subjetiva relacionada con la voluntad, la libertad y el honor personal.

Refiriéndose a Catarroja, donde los blasquistas sospechaban que el médico compraba con dinero los votos, un articulista de El Pueblo afirmaba:

Aquí el voto no supone juicio ni voluntad, deber y derecho, honor y honra. La facultad de elegir, el voto, el sufragio, esta sagrada creación de la voluntad, este acto inviolable del albedrío, supone en Catarroja el loco afán de un encubrimiento personal.51

Y aunque el populismo blasquista en ningún caso llevó a la práctica la totalidad de ideales que defendían en sus discursos, y jugó sus propias bazas –sobre todo para acrecentar su poder político–, la organización del propio partido y de los grupos afines al republicanismo daban pruebas de estar dispuestos a ejercer esa democracia vinculada a la libre elección de sus representantes, dejando que fuese la propia voluntad de sus afiliados la que asumiera las decisiones del partido o del grupo del que formaban parte.

Ya en el año 1897, cuando se explican en El Pueblo los acuerdos de la Asamblea Nacional Republicana que dará origen al nacimiento del Partido Fusión Republicana, se expresaban de este modo,

la conducta que en el porvenir seguirán todos los republicanos fusionados, es casi seguro que se convendrá que no siendo el nuevo partido de escuela cerrada, será lícito a todos sus afiliados la propaganda individual de distintos puntos de vista políticos, siempre que no afecte á las buenas relaciones de concordia y unidad establecidas en la base.52

Como consecuencia del texto anterior podemos deducir que formar parte del partido no debía implicar renunciar a las propias opiniones, sino establecer puentes para la unidad que debía hacerse desde la base.

Esta democracia comunicativa y participativa más compleja y difícil de llevar a la práctica cuando se trataba de ganar elecciones políticas y formar un partido fuerte– sin embargo, acentuaba la autoformación individual de los militantes republicanos a través de la práctica de la política, y situaba en un lugar central la autodeterminación de los sujetos que deseaban dar origen a un nuevo concepto de libertades públicas, orientadas a la participación y al entendimiento de los ciudadanos.

Pocos meses antes, cuando los republicanos estaban preparando la fusión, mientras el periódico hablaba acerca de los beneficios políticos que les supondría formar un solo partido, se celebró en el Teatro Pizarro un mitin en el que participaron los hombres más significativos del republicanismo valenciano del momento. En la narración del acto el cronista informa que «A petición del público bajo al escenario la exdirectora de La Conciencia Libre doña Belén Sárraga». Resulta insólita la intervención de una mujer en un acto político, y más, cuanto que fue requerida por el propio público, pero, con un considerable aplomo, las palabras que el cronista atribuye al discurso que espontáneamente pronunció Belén Sárraga inciden, de nuevo, en los principios más arraigados del republicanismo de la época; en la necesidad de acción directa e individual desde las bases y en la necesidad de trabajo y lucha para conseguir los objetivos de la unión: «Podremos –dijo– encontrar inconveniente; vernos detenidos por obstáculos; podremos perecer en la lucha, pero habremos luchado». Afirmó que el pueblo siempre vive y vivirá unido, y refiriéndose a los jefes añadió que lo mismo organizan un meeting que banquetean con los ministros. «Todo hay que esperarlo de los de abajo, nada de los de arriba». Opinó que el triunfo está cercano y pidió en corto plazo oír sonar «no aplausos, sino ruido más sonoro y más honrado».53

En base a la intervención de Sárraga en este mitin, cabe volver a señalar que las mujeres compartían con los hombres los mismos valores culturales y también la apertura del republicanismo blasquista a la intervención y participación de las mujeres en sus actos. Radcliff refiere la intervención de Belén Sárraga en una conferencia en Gijón en 1899 que «provocó una seria conmoción». Aun cuando Belén Sárraga era una excepción en el mundo masculino del republicanismo, entre los blasquistas era claramente valorada. Siguiendo la narración de Radcliff,

cuando se le pide a Melquiades Álvarez –la nueva estrella republicana en Asturias– que intervenga en un mitin junto a Belén Sárraga, se niega tajantemente aduciendo que «las mujeres no deben tomar parte en estas actividades».54

La misma estructura de funcionamiento abierto que reclamaba Belén Sárraga en el mitin del Teatro Pizarro, la encontramos en 1901, cuando el Casino Republicano Propagandista del distrito de la Misericordia celebra una reunión para «acordar la línea de conducta que debía seguir en las próximas elecciones de diputados provinciales». Después de una amplia discusión entre sus miembros, se llegó a la siguiente conclusión:

Siendo esta sociedad de unión republicana compuesta por elementos pertenecientes á las distintas agrupaciones en que se halla dividido el partido republicano, procede oficialmente permanecer neutrales, sin perjuicio de que los socios, particularmente, puedan votar la candidatura que mejor les plazca, dejando el local de la sociedad á disposición de los candidatos republicanos.55

Ciertamente, esta nueva forma de hacer política supuso un contacto más directo del partido con el electorado, y logró que la organización fuese capaz de movilizar a sus militantes con celeridad.56

Además de ofrecer contenidos nuevos en su comprensión de la política, el partido y los grupos afines al republicanismo aplicaban sus principios a las estructuras organizativas que formaban, de modo que la participación de sus afiliados se hacía efectiva y posible.

Es común encontrar en el periódico convocatorias como las que siguen: «La nueva Sociedad de Instrucción Laica La Luz celebrará junta general para renovar la mitad de la junta».57 O también,

La Sociedad de Instrucción Laica del distrito de Pueblo Nuevo del Mar celebrará el domingo á las 15 junta general ordinaria en el domicilio social, para la dación de cuentas y renovación de la mitad de la junta directiva según previene el reglamento de dicha sociedad. Se espera la puntual asistencia de todos los socios.58

El modelo individualista del liberalismo clásico se convertía, de este modo, en democrático y social, enraizado en el criterio personal, pero activo y sujeto al compromiso comunitario. Y en la práctica, a través de sus estructuras organizativas, los blasquistas hacían, también, accesible a sus militantes la autoformación y la participación en las prácticas políticas.

El funcionamiento mismo de Fusión Republicana era, al menos desde lo que podemos leer en el periódico, un ejemplo de organización moderna de partido. Para verificar las elecciones a los comités de distrito, se exponía durante treinta días en las sedes y casinos republicanos el censo, donde constaban los nombres de los miembros del partido. Terminado el plazo de exposición de las listas al público, se admitían nuevas afiliaciones, «reclamaciones de inclusión, exclusión o rectificación», durante un plazo de quince días más. Pasado ese tiempo, y siempre a través de los distintos locales que se distribuían por los diversos distritos de la ciudad, se procedía a las votaciones de los comités de distrito que constituían la organización máxima del partido.59

Según Reig, el partido de Blasco en Valencia y Lerroux en Barcelona

representa la primera experiencia de un partido moderno de masas, que mantiene una estructura estable organizativa y propagandística; que es capaz de comunicarse permanentemente con la base social y de movilizarla en los momentos oportunos; que gracias a esto se constituye como una fuerza política que, estando fuera del poder, deja sentir su presencia en cada caso; y que consigue la adhesión o identificación de un amplio círculo de personas que llevan una actividad política en su nombre y a los que hoy llamaríamos «afiliados» o «militantes».60

También Magenti afirma que realmente la novedad del blasquismo fue

una infraestructura moderna en el partit, amb casinos diferenciats (primer, en els diferents districtes electorals urbans i, més tard, en nombrosos pobles de la província) i la possibilitat de realitzar campanyes electorals dinàmiques, noves no sols entre els partits monàrquics sinó entre els mateixos republicans.61

Sin embargo, es posible también que esta estructura organizativa fuese en parte común en el republicanismo del último tercio del siglo XIX.

En base a estas normas de funcionamiento, cuando se convocaban elecciones, los llamamientos del partido a través del periódico para que los votantes comprobasen su inclusión en el censo eran constantes. En la sede de Fusión Republicana de la calle Libreros, los propios militantes blasquistas se ofrecían para solucionar cualquier duda o problema que tuvieran los electores. Posteriormente, en el año 1907, y ya con el nombre de Unión Republicana,62 el partido ofrecía sus «servicios» en los muchos Casinos ubicados en todos los distritos de la ciudad, para asesorar a los electores republicanos y verificar que sus nombres estuvieran correctamente incluidos en los censos del distrito donde les correspondía votar.63

Compr">la socialización de la política se puede definir como un proceso a través del cual los individuos se integran de manera activa y consciente en el juego político, interiorizando valores positivos o negativos del mismo.64

Lo que significa que existe un juego recíproco a través del cual la política promueve hábitos y también determinadas percepciones, apreciaciones y accio-nes que el individuo interioriza, lo que significa que incorpora de forma duradera una dinámica que se extiende a su confrontación diaria con el mundo social.65

De esta forma, los principios ideológicos defendidos por los republicanos, se incorporaron a la política, y puestos en práctica a través de la militancia activa, debieron reforzar las propias identidades de sus militantes varones, los cuales se convirtieron en sujetos «valiosos» que podían tomar decisiones, elegir por ellos mismos, y contribuir con su trabajo a conformar las estructuras y los cargos de representación que organizaban el partido y las organizaciones afines al republicanismo.

Como llegaba a afirmar un articulista de El Pueblo:

Ser hombre y no ser político indica una excentricidad en los tiempos que corremos. Algo parecido al no ser del que hablan los filósofos noveles en sus opúsculos de regalo.66

O también,

Nos pavoneamos los demócratas y los hombres de nuestro tiempo con las grandes conquistas en el papel escritas, que no grabadas en la vida, en las costumbres, en los intereses...67

Pero además, el Estado y las leyes eran los encargados de aplicar y garantizar esa noción de democracia que debía hacerse presente en muchos aspectos de la vida cotidiana.

Al igual que la política, que era parte de una elección personal, también la religión se comprendía como una elección, relacionada con la propia conciencia subjetiva.68

De este modo, una parte significativa de las protestas anticlericales de los blasquistas se relacionaban con la libertad religiosa de la que debían gozar todos los ciudadanos. La debilidad de los gobernantes, incapaces a la hora de respetar esa parte de la libertad que proclamaban las leyes, era objeto de críticas; porque el Estado estaba obligado a terminar con los privilegios que mantenía la Iglesia católica, y a garantizar la libertad de culto.

En 1901, el periódico denuncia que mientras Silvela pide el cumplimiento «de los artículos de la Constitución que garantizan la libertad de conciencia», sucedía que

a los individuos de la Sociedad Bíblica, obrando correctamente con la ley, han sido en muchos pueblos apaleados por los igorrotes católicos a los que no ha pasado nada. ¡Ah! Fariseo, fariseo, así anda todo en España, regido ó rajado por Pantojas o Pantojillas sin más ideales que la satisfacción de sus menguados apetitos.69

La Constitución que debía garantizar la libertad de conciencia no era igual para todos.

De nuevo, en 1909, los blasquistas vuelven a insistir en los mismos principios cuando afirman:

Nosotros lejos de atacar á la Iglesia, más bien la defendemos de los que con sus actos reprobados la denigran y escarnecen; la defendemos con el más amplio espíritu de justicia, considerando que los hombres han de ser libres en la profesión de sus ideas y en el ejercicio de su culto; con la esperanza de una equitativa reciprocidad que garantice la libertad de nuestras conciencias.70

Siguiendo de nuevo a Habermas, mientras que la concepción liberal mantiene una noción del derecho y del orden jurídico consistente en que dicho orden permite decidir en cada caso particular qué derechos asisten a qué individuos, según la concepción republicana, los derechos subjetivos se derivan de un orden jurídico objetivo que debe posibilitar y a la vez garantizar «la integridad de una convivencia basada en la igualdad, la autonomía y el respeto recíprocos».71 Desde la concepción republicana se establecía, por tanto, una conexión interna entre la práctica de la autodeterminación de los pueblos o comunidades y el imperio personal de las leyes.72 Entendidas como un marco colectivo de convivencia, las leyes, que eran universales e iguales para todos, no podían hacer diferenciaciones entre sujetos o grupos, puesto que su función era dar a cada individuo la potestad de ejercer su propia libertad amparado en la objetividad del orden jurídico.

Pero para formar la libertad de criterio y de elección de sus militantes la tarea del blasquismo debía ser acrecentar la razón individual y tratar de plasmarla en la realidad. Lo que había supuesto un esfuerzo de formación y autoformación dirigido, sobre todo y en un principio, a los varones de los sectores sociales más desfavorecidos, es decir, a esas masas irracionales y apasionadas que debían socializarse y aprender a vivir y a vivirse desde parámetros nuevos. Como ellos, también afirmaban: «Toda rebelión está en la cultura. Con un arma se comete un crimen: con una idea se construye un pueblo».73 La garantía de una nueva política, desde su punto de vista, estaba relacionada con ese nuevo sujeto político capaz de discernir, porque previamente se había esforzado para formar sus ideas y sus opiniones con independencia. Como afirma Béjar;

las libertades civiles básicas serán aquellas relacionadas con el intelecto. La autonomía de la conciencia es el derecho liberal más importante y de él se derivan la libertad de pensamiento y la libertad de opinión. Pero el pensamiento ha de hacerse acto y así aparece la libertad de acción.74

Por ello y para que los hombres se convirtieran en sujetos libres era necesario que se «formasen» racionalmente.

En este proceso de autoformación de los individuos blasquistas, la transformación de la identidad genérica masculina se constituyó en fundamental, el eje alrededor del cual giraron muchos de sus programas sociales y culturales.

Las mujeres y la transformación de su identidad genérica, sin embargo, fueron una cuestión secundaria y, mayoritariamente, estuvieron en función de los intereses masculinos. Las mujeres como las que formaron la Asociación General Femenina, en los orígenes del partido, compartieron con los hombres cierto protagonismo y también los mismos principios ideológicos. Pero su cometido social, la «encarnación» en la identidad femenina de los principios que los republicanos mantenían, no fue como en el caso de los hombres una prioridad del partido. Tampoco en las representaciones que el periódico hacía de las mujeres se percibía con claridad un proyecto identitario referido a las mujeres que tan claramente se manifestaba cuando se referían a los hombres.

No hay que olvidar que el idealismo republicano (que Habermas pone también en cuestión)75 se aplicaba sobre una comunidad específica, en un contexto concreto. Aunque las representaciones del periódico, a veces, parecían referirse a un pueblo único e indiferenciado, los procesos democráticos no siempre están orientados de una forma simple y lineal –como decían los blasquistas– hacia la conquista del progreso y del bien colectivo. Las identidades colectivas, aun cuando se representaban como universales, no podían ocultar que las diferencias entre los individuos que, en aquel tiempo formaban la sociedad valenciana, se basaban en ejes valorativos «marcados» por la tradición y el contexto que, en este caso, atribuían a las mujeres cometidos políticamente no significativos. Estas particularidades adscritas a los sujetos (como la etnia, el género, la edad) estaban históricamente determinadas e influían sobre las posiciones, significados y prácticas que dichos sujetos podían o debían emprender en el «nuevo» contexto. Pese al populismo de los discursos republicanos que, de algún modo, parecían contener las aspiraciones femeninas, los blasquistas eran un partido político, también, con profundos intereses electorales que hacían que los varones, que eran quienes podían votar, se constituyeran en el grupo prioritario con el que se comprometió el blasquismo. No hay que olvidar que

en situaciones de pluralismo cultural y social, tras las medidas políticamente relevantes, se esconden a menudo intereses y orientaciones que de ningún modo pueden considerarse constitutivos de la identidad de la comunidad en su conjunto.76

Sin embargo, del mismo modo que la dinámica policlasista que promocionaba el blasquismo, se apoyó en la necesidad de establecer una conciencia laica, autónoma o racional –permitiendo el reconocimiento de los varones más o menos desfavorecidos, como sujetos capaces de gozar de derechos políticos–, también en este proceso, las mujeres republicanas obtuvieron bases, legitimación para poder reclamar sus derechos, sobre todo apoyándose en las nuevas identidades masculinas, que extendía la política hasta la familia y la cotidianidad, en cuyo seno ellas gozaron de ciertas atribuciones. Sin embargo, la ciudadanía política de las mujeres y su consideración como sujetos autónomos en pocos casos se concretó de una forma clara en el proyecto blasquista. Pero, lateralmente, las mujeres tomaron contacto con un nuevo universo público, político y de relaciones sociales que les permitía desarrollar, también, una capacidad de discernimiento progresivamente autónomo.

4. EL OCIO MASCULINO

La necesidad de que los hombres de los grupos sociales más desfavorecidos adaptaran sus conductas a unos determinados ideales resultaba, sin embargo, una tarea compleja. Porque en una sociedad donde la educación y la cultura eran inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos, resultaba difícil acercar y popularizar formas de conocimiento y pensamiento, en principio reservadas a las élites intelectuales que formaban parte mayoritariamente de las clases medias urbanas o de los sectores sociales más acomodados.

Las ambiciones del krausismo, que demandaban «una reforma general del país a partir de un ideario armónico, solidario y laico», tuvieron su concreción en la Institución Libre de Enseñanza, a través de la cual los intelectuales españoles aspiraban a difundir una ciencia social y política reformista basada en un nuevo espíritu armónico y racional que, superando el individualismo abstracto del liberalismo filosófico, extendiera ideas relacionadas con una nueva economía social y una organización de la vida social organicista, democrática y solidaria más acorde con las nuevas realidades de la sociedad española de su tiempo. Las doctrinas y los objetivos educativos del kausoinstitucionalismo, pese a no estar inscritos en ninguna escuela específica, tuvieron una notable influencia entre muchos de los políticos e intelectuales de finales del siglo XIX;77 pero la difusión de sus ideas entre las «masas», sobre todo entre las capas sociales más desfavorecidas, fue una tarea que implicó a muchos de los grupos afines al republicanismo.

Combinando visiones, unas veces moderadas y otras veces más radicales, el periódico El Pueblo asumió la tarea de socializar a los ciudadanos progresistas en la nueva ética política y social que el krausismo y las élites intelectuales más liberales trataban de difundir. A través de la acción y de la representación política, los casinos republicanos, las escuelas laicas, los grupos de librepensamiento y las Sociedades Obreras, organizados en torno al partido republicano que había fundado Blasco y a su órgano diario de difusión, trataron de dar coherencia y aplicar en la práctica el proyecto que los regeneracionistas krausistas y los republicanos demandaban para transformar la nación. También, los grupos socialistas, anarquistas, las corrientes relacionadas con la escuela moderna o los grupos que trataban de difundir el esperanto, tuvieron en ese tiempo un espacio abierto para difundir sus ideas en el diario republicano. Así, lograron en las primeras décadas del siglo XX sembrar el sueño de un pueblo republicano emancipado de los poderes emergidos tras la revolución liberal y de la deriva oligárquica del liberalismo español a lo largo del siglo XIX. Pero lograron, además, que ese pueblo, al que los republicanos se dirigían haciendo uso de una notable demagogia, se convirtiese en sujeto activo de la política y de la vida social.

Para la formación de los blasquistas en el nuevo ideario fue necesario socializar a los hombres en nuevos modelos de comportamiento en lo que hacía referencia al disfrute del tiempo libre y, también, a las relaciones con las mujeres y con la vida familiar.

A principios de siglo, la radical segregación entre los sexos en las clases populares hacía que el tiempo de ocio masculino se dedicara sobre todo a las reuniones en las tabernas, donde la charla, el juego y la bebida eran las principales ocupaciones. Este ocio exclusivamente de los hombres, donde las mujeres no tenían cabida, ocupaba su tiempo de descanso y daban lugar a una sociabilidad sin objetivos, en muchos casos irracional. A veces, llena de peleas y discusiones, que condenaba a los varones a embrutecerse con el alcohol y a perpetuarse en hábitos que los republicanos consideraban anacrónicos e inmorales y en cuya transformación se comprometieron, con la intuición de que era necesario modificar ciertas nociones sobre el significado y las vivencias de la masculinidad para poner en marcha algunos cambios sociales importantes.

En todas las novelas del ciclo valenciano de Blasco Ibáñez, La barraca, Cañas y barro, Flor de Mayo, Cuentos valencianos y Entre naranjos aparecen reiteradamente escenas donde se describe cómo este ocio masculino que se vive en tabernas y casinos se significa, por un lado, como un espacio de expansión, de encuentro y distracción, que en algunos casos conduce a una cierta degradación de la conducta de los hombres; y, por otro lado, como ajeno, casi una huida de los hombres de las responsabilidades y presiones del entorno familiar.

Espacio de una supuesta libertad masculina, en el casino los hombres pueden hacer abiertamente comentarios sobre Leonora, la cantante de ópera que en Entre naranjos se había establecido en Alzira, mujer independiente y de vida libre, de la que «sólo hablaban bien los hombres en el Casino, cuando se veían libres de la protesta de su familia».78

Las tabernas, el juego, el alcohol, donde hombres con hombres se distraían y hablaban, ajenos a la presencia femenina, demarcaban el espacio real y simbólico no sólo entre los géneros, sino también entre las responsabilidades sociales que tenían los hombres con respecto a su trabajo, su familia y su propia personalidad, que sólo entre hombres se mostraba finalmente sin cortapisas. Las presiones sociales exigían de los hombres cargas y compromisos que sólo se subvertían en el espacio donde se encontraban solos; en las tabernas, por ejemplo, donde podían expresar finalmente una masculinidad, provisionalmente, al margen de sus deberes sociales.

Como se narra en La barraca, refiriéndose a los encuentros masculinos en la taberna de Copa, «cuando un padre de familia ha trabajado y tiene en el granero la cosecha, bien puede permitirse su poquito de locura».79 Pero, seguidamente, en la descripción de la actividad de los hombres en el local de Copa, se muestra cómo este «poquito de locura» sobrepasa ciertos límites y las reyertas y peleas se hacen presentes. Los conflictos sociales, la rabia de los labradores por la explotación a la que les somete el «amo» de la tierra, se vuelve contra los mismos labradores que, aletargados por el alcohol, se enfrentan entre ellos en las tabernas y garitos, incapaces de comprender que sus disputas bravuconas no son la solución a las arbitrariedades de los propietarios.

Así, esta noción de la identidad masculina violenta, que se expresaba sobre todo en el tiempo de ocio, perpetuaba a los hombres de clases populares en valores y hábitos de conducta que el blasquismo, como ya hemos dicho, consideraba necesario transformar.

Por tanto, el ocio en las tabernas, en el juego o en los toros se significaba por los republicanos como una válvula de escape a través de la cual se expresaba una masculinidad, en muchos casos chulesca, prepotente y agresiva, promocionada por el poder para perpetuar en el inmovilismo y en la ignorancia a los grupos sociales más desfavorecidos, principales practicantes de este tipo de entretenimientos realmente muy extendidos en la época. Como cuenta Pigmalión «había entonces en Valencia muchos garitos y casas de juego defendidas por chulos baratos y matones».80

Una de las expresiones más directas de esta relación que los blasquistas establecían entre la identidad masculina y la violencia, la encontramos en un artículo humorístico titulado «El símbolo» y que firmaba Luis Taboada. El texto dice así:

A algunos les parece muy bien la costumbre de llevar navajas en el bolsillo y se mueren por sacarlas y fingir que matan a uno detrás de una puerta [...] Y esgrimen el arma con encantadora agilidad, y se hacen la ilusión de ser unos homicidas terribles [...] En fin la navaja desaparecerá cuando muramos todos. Hay quienes ya vienen al mundo con ella.

Y, a continuación, se establece en el texto un corto diálogo:

—Corra Ud. D. Nicomedes; corra usted que ya ha salido de cuidado su señora.

—¿Y qué ha soltado? ¿Niño ó niña?

—Un niño, un niño muy hermoso, con su navajita colgada al cuello.81

Los niños parecían nacer vinculados irremediablemente a la «navajita», símbolo inequívoco de su masculinidad. Ser hombre suponía que era necesario ostentar y practicar formas de valor y violencia que daban prestigio al individuo dentro de la comunidad. Los sujetos más desfavorecidos parecían obtener un cierto reconocimiento social demostrando que eran valientes y capaces de amedrentar e imponerse por la fuerza sobre los demás.

Como decía el periodista Escuder, la vida para los pobres era dura, los obreros vivían en condiciones de habitabilidad precarias, en casas insalubres y oscuras, «amontonados en cuchitriles, revueltos los sexos, sin abrigos, incómodos», y, en este estado de penuria, añadía: «la embriaguez suele ser su única diversión».82 Esta precariedad en las condiciones de vida de los más necesitados con frecuencia suponía que la embriaguez y las peleas entre hombres iban unidas; y aunque estas expresiones de la masculinidad estaban para los blasquistas relacionadas con sus deficientes condiciones materiales, desde su punto de vista, eran intolerables y anacrónicas, responsabilidad de las autoridades que no hacían nada para solucionarlas. Parte del problema era que los gobernantes no se preocupaban tampoco de elevar el nivel cultural de los hombres que vivían en el atraso y en la subordinación, manteniendo hábitos de conducta y formas de pensamiento antiguos y bárbaros. La continuidad del sistema político de la Restauración no se manifestaba sólo en prácticas de poder político caciquiles, arbitrarias y antidemocráticas, sino en la extensión y perpetuación de toda una tradición cultural que suponía, también, unos usos cotidianos que extendían las prácticas políticas hasta las conductas personales.

Además, los agentes de la autoridad, aplicando unas fórmulas políticas, también irracionales, arbitrarias e injustas, continuamente dejaban tranquilos a los «chulos» y violentos con los que, incluso, compartían ciertas conductas y determinados ambientes. Como era frecuente leer en el periódico El Pueblo:

Ni en África ocurren actos de barbarismo como en Valencia [...] Desde que el productivo oficio de matón es respetado por los agentes de la autoridad y protegido por las personas influyentes, la seguridad pública en esta ciudad es un mito.83

En cualquier caso, los republicanos incidían en las conductas violentas que enfrentaban a los hombres para solucionar los conflictos. Así, incluso cuando las actividades violentas tenían lugar entre los propios republicanos, admitían que la violencia entre los iguales no era la solución.

La solución a los problemas de la violencia, de las peleas, incluso de la embriaguez, no era el tolerarlos amparándose en la propia arbitrariedad y complicidad de las autoridades, ni tampoco dictar órdenes para reprimirlos. Como se puede leer entre líneas en el artículo anterior y se afirma con rotundidad en otro artículo titulado «La moral conservadora», las soluciones a esos problemas se relacionaban con otra noción de las relaciones entre hombres, una noción que tuvieran como base determinados ideales, como la fraternidad y los razonamientos, que debían desterrar las pasiones y el instinto como métodos antiguos en los que se basaban las relaciones humanas.

En el artículo titulado «Pueblos bárbaros», las palabras del propio Blasco Ibáñez lo expresan del siguiente modo:

No hay en el mundo gente más valiente que nosotros –se dicen–; al enemigo que cae lo escabechamos; la matanza o el incendio son nuestros medios de convicción; nuestra ley la del más fuerte; nuestra diversión, ver correr la sangre. Vivimos aislados de la civilización que es el afeminamiento; seamos fieles al taparrabos y al rompecabezas; símbolo del valor.84

Para cambiar la sociedad había que iniciar un proceso de culturización, de civilización, o de «afeminamiento», como lo hubieran llamado los «valientes» de entonces, un proceso que consistió en que los hombres más desfavorecidos, los trabajadores que disponían tan sólo del tiempo de ocio para instruirse y participar en otro tipo de prácticas culturales y políticas, debían racionalizar y encauzar su tiempo libre y sus diversiones. Debían, por tanto, transformar en claves lógicas y razonables, tendentes a un fin preciso, los parámetros que regían sus pautas relacionadas con las diversiones para hacerlas social y políticamente útiles.

Por todo ello, la resignificación que el blasquismo pretendía hacer de la identidad masculina asociaba reiteradamente el embrutecimiento del pueblo con el aprovechamiento que las ideologías reaccionarias hacían de la brutalidad y la incultura de los hombres. Un pueblo culto y progresista debía utilizar de una forma más adecuada su tiempo libre, ya que determinadas diversiones, además de ser bárbaras y atrasadas, aletargaban a la masa e impedían a los individuos preocuparse por los problemas que tenía la nación.

En este sentido, también, las corridas de toros fue otro de los temas favoritos que utilizaron los republicanos para relacionar, ocio masculino, violencia, incultura y política.85

Para los republicanos valencianos el problema era que desde la política nacional se favorecía la incoherencia de estos comportamientos y no se promovían otro tipo de distracciones relacionadas con la educación o la cultura del pueblo.

Como decía otro articulista del periódico; «No me gustan las corridas de toros. Pero, ¿y las carreras de caballos, el boxeo, los cabarets? Hagamos una campaña culta contra todo esto».86

Desde el punto de vista de los blasquistas, un caudal inmenso de energías masculinas que debían destinarse a hacer frente a la incultura y al atraso nacional se «distraían» en diversiones ilusorias y anacrónicas, y los políticos no prestaban atención a la instrucción y al fomento de la capacidad intelectual del pueblo, que en este caso, eran en realidad los hombres. La ley del más fuerte, las peleas entre hombres, el valor torero y sanguinario, debían dejar de ser símbolos del valor masculino. Las prácticas embrutecedoras del juego, la embriaguez, los toros o el uso de la violencia personal mantenían la ilusión entre los hombres, sobre todo entre los de clases populares, de que podían «ser alguien» e imponerse sobre los demás; o las distracciones «bárbaras» podían ayudarles a evadirse momentáneamente de la miseria y de la mediocridad en que vivían. Como los propios hombres, la nación debía dejar atrás sus propios mitos e implicarse en la «verdadera» civilización. La «civilización», relacionada con una nueva autopercepción de los sujetos, suponía que los hombres se hacían conscientes de que las transformaciones sociales y la mejora de sus condiciones de vida dependían también de ellos mismos, de su propia capacidad de instruirse y comprometerse políticamente, aplicando su tiempo de ocio en tareas útiles que realmente reportasen algún beneficio a la colectividad.

En este sentido, la educación, el pensamiento, la racionalidad, el compromiso social y las actuaciones políticas debían ser los nuevos símbolos de la masculinidad. El valor viril era saber enfrentarse políticamente a quienes pretendían mantener a los más desfavorecidos en el atraso cultural y en la subordinación. El nuevo valor masculino era comprometerse en las organizaciones obreras que defendían los intereses de los trabajadores y reivindicar pausadamente, pero con contundencia, los derechos que las leyes otorgaban a los ciudadanos. Por ello, la violencia masculina individual debía transformarse en violencia colectiva y política. Y esta nueva valentía masculina para enfrentar las injusticias sociales era el «verdadero» signo de la virilidad.

Así, cuando una delegación de republicanos españoles visita Bélgica y los socialistas belgas «presionan» para que los republicanos españoles acudan al parlamento de aquel país, los socialistas granadinos felicitan a los obreros belgas por «vuestra protesta, honrada, viril y revolucionaria».87 Igualmente, no dudaban en alabar con palabras que hacían referencia a su virilidad a un ex-concejal republicano que se resistía a las presiones de Capriles que en 1904 ejercía de gobernador civil de Valencia y con el que los blasquistas republicanos mantenían enfrentamientos:

La junta directiva del Casino de Unión Republicana acordó en la sesión de ayer felicitar al digno exconcejal D. José María Codeñea por la viril y gallarda contestación dada á Capriles con motivo del requerimiento de éste para que aceptase una concejalía interina ó de esquirol.88

Del mismo modo, en un artículo titulado «Lo que aquí falta», cuando los blasquistas acusan a los liberales y a los propios republicanos de fomentar la pasividad política no dudaban en preguntarse:

Qué de extraño tiene la metamorfosis de ciudadanos viriles en inmensa borregada, si han matado las energías populares los mismos que debieron trabajar por robustecerlas y desarrollarlas.89

La «auténtica» virilidad para los blasquistas, se relacionaba directamente con la capacidad de los hombres de intervenir políticamente y hacer frente a lo que ellos consideraban injusto y arbitrario. Así, no era extraño que en un artículo titulado «Sólo quedan las mujeres» llegaran a decir:

Un amigo nuestro dice con muy buen sentido que todavía España tiene un áncora de salvación: las mujeres.

Ellas son las que de años á esta parte dan pruebas de virilidad en España, las que se imponen á las autoridades en motines y asonadas, las que silban á los malos españoles.

Los hombres han quedado reducidos al papel de tropa asustadiza y ni se resuelven á dar un silbido allí donde hace falta por temor á que les resulte perjuicio.90

Simbólicamente, la nueva virilidad no se basaba en una violencia prepotente y personal que se ejercía entre iguales, sino en la capacidad de los nuevos sujetos para hacer frente y denunciar los problemas colectivos que eran siempre políticos. La violencia colectiva, aunque la ejerciesen las mujeres era, por tanto, además de un exponente de la virilidad, una forma legítima de transformar la política.91 Por eso los blasquistas trataban de espolear la masculinidad de los hombres afirmando que, en los últimos años, las mujeres eran las únicas que demostraban virilidad en España al enfrentarse a las autoridades. Y, por eso, también eran capaces de titular otro artículo con palabras que decían: «Gobierno femenino». Los fracasos de la Marina y la pasividad con que el Señor Moret aceptaba las agresiones que había sufrido la embajada española en Washington, les llevaba a afirmar:

No es extraño que esto ocurra, ya que la nación está regida por seres débiles y por un gobierno cuyo inspirador es un hombre con espíritu femenino.92

Hábilmente demagógicos, los blasquistas utilizaban los atributos genéricos con más o menos valor según se refiriesen a lo «viril» o a lo «femenino», según su propia conveniencia. Sin embargo, para los blasquistas las apelaciones a la virilidad no remiten exclusivamente como mantiene Álvarez Junco a «valores culturales violentos», ni resultan excesivamente groseras como parece que fueron en el caso de los lerrouxistas, que hacían referencia a los órganos sexuales masculinos para afianzar el carácter revolucionario del propio Lerroux.93 La valentía viril se entendía no como agresiones entre iguales que se enfrentaban personalmente, sino con el compromiso colectivo ante lo que política y socialmente se consideraba ilegal, arbitrario, injusto o denigrante. La violencia que a nivel individual era considerada por los blasquistas detestable, sin embargo, se consideraba deseable cuando era colectiva y se ejercía con un fin político.

Pero para que los hombres pudiesen ser ciertamente esos nuevos sujetos «viriles» y para que comprendiesen con detenimiento el origen de las injusticias sociales, los trabajadores y obreros que tenían un tiempo reducido para formarse y ejercer la política debían emplear su tiempo libre en tareas políticamente útiles. En este sentido, en el relato de una conferencia en el café Dos Reinos de Pueblo Nuevo del Mar, el señor Monfort Nadres contrapone y sanciona dos modelos excluyentes que tenían los obreros de vivir el tiempo libre. Por un lado, estaban los que se entregaban a los hábitos de conducta relacionados con el ocio que el blasquismo pretendía erradicar y, por otro lado, los obreros con hábitos de conducta que el blasquismo promocionaba. Por supuesto, estas representaciones trataban de significar dos modos antagónicos de vivir la identidad masculina. Así, en su charla el citado señor

dijo también que los obreros, lejos de procurar por el estudio, por la cultura emancipadora, se entregan a las corridas de toros y al aguardiente. Otros sacrifican horas de descanso al estudio.

A continuación, en el mismo artículo, al narrar los actos que siguen a la conferencia, tenemos un ejemplo de cómo los blasquistas practicaban ya esa nueva identidad masculina que ligaba política, cultura y diversión, promocionando formas de conducta que estaban transformando la imagen y los roles que socialmente debían desempeñar los hombres. Como colofón al encuentro de los republicanos en el café,

Una banda de música sin otro uniforme que la blusa, entretuvo a los obreros ejecutando piezas populares. Al terminar el acto se tocó La Marsellesa.94

En los primeros tiempos del partido, estas campañas de los republicanos para reformular la identidad masculina y encauzar el tiempo libre de los hombres, fueron constantes. En las elecciones de diputados de 1903, cuando Blasco Ibáñez tiene que enfrentarse a Soriano y pronuncia un mitin en el Centro de Unión Republicana, aparece la misma contraposición entre dos formas de entender y vivir la masculinidad.

Así, Blasco habla de Valencia como de

un pueblo donde se avergonzará el hombre de llevar armas mortíferas, donde el hombre de ciencia encontrará la inspiración de sus investigaciones; el artista sus musas; el escritor sus fuentes de creación.

Y continúa su discurso afirmando que ya se había hecho algo de este programa y se continuaría haciendo porque «un pueblo que jugaba en las tabernas ahora leía».95

La ciencia, las artes y la creación debían sustituir a las vergonzosas armas mortíferas. La lectura ya ocupaba el tiempo que antes dedicaban los obreros a los juegos de taberna.

Durante los años que comprende la presente investigación, determinadas organizaciones más o menos afines al republicanismo se pusieron también en marcha para difundir otras nociones de identidad masculina relacionadas con la educación y la cultura. Desde el periódico se daba publicidad a sus actos y, como cuando anunciaban el «Festival Musical de la plaza de Toros» organizado por las Escuelas de Artesanos, los periodistas republicanos siempre volvían a insistir en que al citado acto debía «acudir el que sienta cariño hacia esa institución, que tantos seres arranca del vicio y tanto difunde la ilustración entre la clase trabajadora».96

También la tarea de los casinos en estas transformaciones de la identidad masculina debió de ser fundamental, porque durante ese tiempo libre de los hombres era también cuando se acordaban informalmente las estrategias de los partidos políticos y cuando, habitualmente, tenían lugar las conversaciones y el intercambio de opiniones.

El mundo de la vida política, reservado también exclusivamente a los varones, contaba con el espacio privilegiado de los cafés y casinos, donde los hombres discutían y se reunían con sus amigos compartiendo informaciones y buscando aliados políticos en el ambiente distendido de esos lugares de ocio.

En la novela Flor de Mayo se explica que en el café de Carabina, el tío Mariano aguardaba la llegada del alcalde y de otros de su clase escuchando con desdeñosa superioridad al «tio Gori, viejo carpintero de ribera que durante veinte años iba al café todas las tardes a deletrear el periódico desde el título a la plana de anuncios, comentando especialmente las sesiones de las Cortes ante unos cuantos pescadores que en días de holganza le oían hasta el anochecer».97

Los cafés y las tabernas de barrios y pueblos eran, pues, centros de ocio y a la vez de tertulia, donde tradicionalmente, también, los hombres se informaban, discutían y fraguaban alianzas.

Emulando a esos cafés y casinos de los barrios y pueblos, la vida asociativa de los casinos y centros republicanos combinaba la vida política del partido con un tiempo libre que podía ser evasión y distracción para los hombres, pero que trataba a su vez transformar los hábitos de conducta masculina, haciendo la sociabilidad reflexiva y el tiempo de ocio un espacio abierto a la cultura, progresista y comprometido con ese desarrollo personal que se entendía como la base de los cambios sociales.

Apoyándose en algunos hábitos de conducta ya establecidos, como era el de acudir a los casinos, los blasquistas, con un claro fin, pretendían imprimir a la sociabilidad masculina un claro matiz ideológico.

Así, cuando en 1903 se puso en marcha la Universidad Popular en Valencia, con sede en el Centro de Fusión Republicana de la calle Libreros, los blasquistas ya podían afirmar que

por fin, las mesas, los naipes y las fichas de dominó se arrinconarían unas horas mientras duraban las clases, y tal vez el ambiente instructivo de las enseñanzas, de los profesores que diesen sus lecciones desde sus cátedras populares, acabarían por avergonzar a los jugadores que se dedicarían a leer y a instruirse.98

El tiempo de ocio del que sólo los hombres disfrutaban (puesto que las mujeres de clases populares, durante el tiempo que les dejaba libre el trabajo remunerado, permanecían en la casa o se reunían con las vecinas para coser y charlar) fue, por tanto, uno de los ámbitos desde donde se impulsaron muchas de las iniciativas que el blasquismo proponía con respecto a la identidad masculina.

Pero los casinos, a medida que el partido republicano se fue consolidando como un eje fundamental de la sociabilidad masculina, ampliaron sus competencias y se convirtieron en espacios de sociabilidad familiar. Bailes, veladas musicales o teatrales, conferencias instructivas, pronto se programaron contando y reclamando la presencia de las mujeres de los republicanos. La vida política y asociativa, se convirtió también en vida de relaciones sociales disponible para todos los miembros de la familia republicana. Como espacios alternativos, los casinos no dudaron en programar actos propios para celebrar determinadas fiestas, como la conmemoración de la Primera República o la toma de la Bastilla; y más tarde, los casinos programaban continuas actividades relacionadas con la diversión y el entretenimiento. Incluso las fiestas tradicionales como las navidades, pascuas o carnavales se celebraban en los casinos republicanos adquiriendo, por supuesto, otros matices mucho más acordes con sus presupuestos ideológicos. Así, en 1909, en un artículo titulado «Los bailes del carnaval en nuestros Casinos», el periódico felicitaba a la directiva y comisión del baile con estas palabras: «Así se trabaja: uniendo el arte, el recreo y el buen gusto con la hermosa nota de los ideales que se sustentan y defienden».99

Desde el ambiente de hostilidad que los blasquistas expresaban ante esas formas de identidad masculina que se manifestaba de forma violenta en tabernas y cafetines, hasta la autocomplacencia que mostraban ante sus propias formas de diversión y sociabilidad, se había recorrido un interesante camino. Aquellos ideales que en los primeros tiempos del partido debían servir de guía a la conducta masculina continuaban sustentando la programación de un acto, tan aparentemente insustancial, como era un baile de carnaval. Los que compartían los mismos principios políticos se divertían y recreaban en familia para mostrar en público, en sus propios casinos, un nuevo estilo de vida.

En 1908 el partido contaba ya con una Comisión de Fiestas que, para «dar mayor brillantez á la conmemoración del 11 de febrero», acordaba contactar con los demás casinos del partido para que «estudien la idea y colectivamente lleven á la práctica toda iniciativa». Para tal «efecto se reunieron algunos presidentes y acordaron en principio celebrar una fiesta de caridad, un festival escolar y un acto político».100 En las fiestas de caridad solían participar activamente las mujeres, y en los festivales escolares el protagonismo se reservaba a los niños. El acto político final formaba parte, por tanto, de una compleja red donde la representación del «hacer» republicano se extendía a la fiesta e implicaba a diferentes grupos de edad y género.

La nueva sociabilidad masculina y el tiempo de ocio de los hombres, al hacerse política y culturalmente «útil», había logrado «reunir» en algunas ocasiones a los hombres y mujeres republicanos, proyectando indirectamente un nuevo modelo de relaciones familiares que se mostraban en público

1 Sobre el tema del populismo, véase J. Álvarez Junco (comp.): Populismo, caudillaje y discurso demagógico, Madrid, cis, 1987, pp. 219-270; J. Álvarez Junco: El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990.

2 R. Reig: Blasquistas y..., p. 14.

3 También Townson afirma que «populismo es un concepto escurridizo que se ha usado para cubrir una variedad de formas políticas [...] Sin embargo, “populismo” ha sido usado específicamente para hacer referencia a una política que intenta movilizar el apoyo a través de la atracción de un líder carismático. Su mensaje es moralista, emocional y antiintelectual e inconcreto». En N. Townson: «Introducción», en N. Townson: El republicanismo en..., p. 27.

4 S. de Beauvoir: El segundo sexo. La experiencia vivida, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1987, p. 54.

5 El Pueblo, 15 de febrero de 1898.

6 C. Fagoaga: «La herencia laicista del movimiento sufragista en España», en A. Aguado (coord.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, Direcció General de la Dona, 1999, pp. 91-111.

7 El Pueblo, 19 de febrero de 1898.

8 El Pueblo, 2 de agosto de 1896.

9 El Pueblo, «Hace veinte siglos», Blasco Ibáñez, 24 de diciembre de 1897.

10 Desde esta perspectiva y en referencia a los hombres, se trata de considerar las cargas sexuales y de género que tienen los símbolos y el lenguaje de la política. Para una reflexión al respecto, véase G. Bock: «La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un debate internacional», Historia Social, 9..., pp. 69-72.

11 El Pueblo, 9 de marzo de 1896.

12 El Pueblo, 11 de marzo de 1897.

13 El Pueblo, «Nuestra Obra», 18 de septiembre de 1909.

14 El Pueblo, 20 de agosto de 1909.

15 El Pueblo, «Fin de siglo», Alfredo Calderón, 26 de enero de 1898.

16 J. Habermas: Historia y crítica de la..., p. 22.

17 M. Suárez Cortina: «El republicanismo institucionista...», pp. 61-81.

18 El Pueblo, 1 de mayo 1896.

19 El Pueblo, «A trabajar», 9 de mayo de 1910.

20 En el estudio de Litvak en torno a la sociología del anarquismo español se afirma también que «la exaltación de la acción social se llevaba a cabo no sólo como norma de existencia humana, sino también como una más ancha apertura de idealismo benéfico y fervor altruista». L. Litvak: Musa libertaria. Arte, literatura y vida cultural del anarquismo español (1880-1913), Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2001, p. 171.

21 El Pueblo, 10 de julio de 1897.

22 El Pueblo, «La fusión republicana», 5 de junio de 1897.

23 El Pueblo, «Elecciones», 11 de abril de 1899.

24 Mª. D. Ramos: «Feminismo y librepensamiento en España. Contra las raíces de la sociedad patriarcal», en C. Canterla (coord.): VII Encuentro de la Ilustración al Romanticismo, Cádiz, Universidad de Cádiz, pp. 313-330; Mª. D. Ramos: Belén Sárraga: una líder social del 98 en Andalucía, Córdoba, Publicaciones Obras Social y Cultural Cajasur, Actas del Primer Coloquio Internacional Andalucía y el 98, 2001. También véase, C. Martínez, R. Pastor, M. J. de la Pascua, S. Tavera (dirs.): Mujeres en la historia de España. Enciclopedia biográfica, Barcelona, Planeta, 2000, pp. 681-685.

25 El Pueblo, 15 de julio de 1897.

26 El Pueblo, «La manifestación de anoche», 16 de julio de 1898.

27 El Pueblo, 2 de julio de 1899.

28 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 48.

29 M. Martí: «La societat valenciana de la Restauració...», p. 160.

30 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 49.

31 El Pueblo, 9 de febrero de 1896.

32 El Pueblo, 14 de mayo de 1899.

33 El Pueblo, «Ladrones y hombres honrados», 4 de octubre de 1897.

34 También Litvak y Álvarez Junco mencionan este tipo de «catecismos» libertarios o republicanos propios de la toponimia cristiana. La sustitución de los valores religiosos enlaza también con la idea del sacrificio por las ideas y con la veneración de las figuras míticas de los «mártires del progreso». L. Litvak: Musa libertaria..., pp. 79-80; J. Álvarez Junco: El Emperador...

35 El Pueblo, «Catecismo revolucionario», 4 de febrero de 1897.

36 El Pueblo, 23 de noviembre de 1898.

37 El Pueblo, «Carta de Benito Pérez Galdós», 7 de abril de 1907.

38 El Pueblo, 24 de abril de 1899.

39 El Pueblo, 7 de mayo de 1898.

40 J. Habermas: «Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa», Debats, 39 (1992), p. 18.

41 H. Béjar: El corazón de la república. Avatares de la virtud política, Barcelona, Paidós, 2000, p. 174. Cita textual de las teorías de Sandel.

42 El Pueblo, «La fusión republicana», 11 de noviembre de 1897.

43 Hay que matizar que la formulación que Suárez Cortina atribuye a los krausistas españoles fueron en sí mismas contradictorias. M. Suárez Cortina: «El republicanismo...», p. 72.

44 El Pueblo, 3 de julio de 1897.

45 El Pueblo, «La plena inmoralidad», 16 de enero de 1897.

46 R. Reig: Blasquistas y..., p. 202.

47 El Pueblo, 9 de marzo de 1910.

48 J. Habermas: «Tres modelos de democracia...», p. 19.

49 El Pueblo, «Nación sin conciencia», 20 de septiembre de 1898.

50 El Pueblo, «Escepticismo», 13 de noviembre de 1902.

51 El Pueblo, 13 de marzo de 1901.

52 El Pueblo, «Asamblea Nacional Republicana», 1 de junio de 1897.

53 El Pueblo, «El meeting de ayer», 8 de febrero de 1897.

54 P. Radcliff: «Política y cultura republicana...», p. 386. Radcliff hace referencia a la Aurora Social, 7 de octubre de 1899.

55 El Pueblo, 4 de marzo de 1901.

56 M. Cerdá (dir): Diccionario histórico..., pp. 149-150.

57 El Pueblo, 9 de julio de 1901.

58 El Pueblo, 6 de julio de 1901.

59 El Pueblo, 6 de julio de 1901.

60 Reig cita, para apoyar sus tesis, el trabajo de Romero-Maura. R. Reig: Blasquistas y..., p. 226.

61 S. Magenti Javaloyas: L’anticlericalisme blasquista. València: 1898-1913, Simat de la Valldigna, Edicions La Xara, 2001, p. 39.

62 El Partido Unión Republicana, del que los blasquistas formaron parte, se fundó en el Teatro Lírico de Madrid el 25 de marzo de 1903. De los actos que se celebraron da cuenta el diario El Pueblo, 26 de marzo de 1903.

63 El Pueblo, 3 de abril de 1907.

64 La autora hace referencia al concepto de hábitus utilizado por Dobry en el que se «acentúa la importancia de los esquemas de percepción, apreciación y acción que el individuo interioriza, o más exactamente, incorpora de forma duradera en el curso de su confrontación diaria con el mundo social». M. J. González Hernández: «Las manchas del leopardo...», en M. Suárez Cortina (ed.): La Restauración entre..., p. 165.

65 Ibidem, p. 165.

66 El Pueblo, «Política rural», 7 de enero de 1896.

67 El Pueblo, 19 de julio de 1901.

68 Un enfoque más estrictamente político de las posiciones anticlericales del blasquismo en S. Magenti: L’anticlericalisme...

69 El Pueblo, I. Rodríguez Abarrátegui, 2 de julio de 1901.

70 El Pueblo, 23 de enero de 1909.

71 J. Habermas: «Tres modelos de democracia...», p. 19.

72 Ibidem, p. 19.

73 El Pueblo, «El hombre-Idea», 20 de febrero de 1909.

74 H. Béjar: El ámbito íntimo. Privacidad, individualismo y modernidad, Madrid, Alianza, 1995, p. 44.

75 J. Habermas «Tres modelos de democracia...», p. 20.

76 Ibidem, p. 20.

77 M. Suárez Cortina: El gorro frigio..., pp. 91-120.

78 V. Blasco Ibáñez: Entre naranjos, Barcelona, Plaza & Janés, 1977, p. 105.

79 . Blasco Ibáñez: La barraca. Barcelona, Plaza & Janés, 1996, pp. 196-197.

80 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 46.

81 El Pueblo, 19 de abril de 1896.

82 El Pueblo, «Malestar de los obreros», 4 de mayo de 1896.

83 El Pueblo, 20 de junio de 1897.

84 Ibidem.

85 Álvarez Junco, afirma que en el republicanismo la enseñanza se contrapone a otros símbolos de contenido negativo como los cuarteles y las plazas de toros. J. Álvarez Junco: «“Los amantes de la libertad”: la cultura republicana española a principios del siglo XX», en N. Townson: El republicanismo en..., p. 285. También Litvak cita que los anarquistas se oponían a las peleas de gallos y a los toros y relacionaban estas «diversiones» con la promoción que la Iglesia hacía de ellas. L. Litvak: Musa libertaria..., p. 184.

86 El Pueblo, 6 de junio de 1900.

87 El Pueblo, 24 de abril de 1902.

88 El Pueblo, 1 de junio de 1904.

89 El Pueblo, 14 de octubre de 1896.

90 El Pueblo, 28 de septiembre de 1898.

91 También Álvarez Junco se refiere a las apelaciones a la «virilidad» como a una metáfora sexual habitual entre los republicanos. Según sus palabras, «ni siquiera las mujeres se libraban de su utilización: en ocasiones expresaban el deseo de que ya que los hombres habían perdido sus mejores cualidades, surgiesen féminas “varoniles en sus actos y rebeldes en sus pensamientos”». El citado autor hace referencia a María Estévanez: «Los intelectuales». También cita un artículo del semanario La Conciencia Libre, dirigido por Belén Sárraga (1906, núm. 1). J. Álvarez Junco: El Emperador..., p. 250.

92 El Pueblo, 10 de abril de 1898.

93 Ibidem, pp. 250-251.

94 El Pueblo, 8 de enero de 1900.

95 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 72.

96 El Pueblo, 24 de marzo de 1897.

97 V. Blasco Ibáñez: Flor de Mayo, Barcelona, Plaza & Janés, 1978, p. 92.

98 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 105.

99 El Pueblo, 20 de febrero de 1909.

100 El Pueblo, 12 de enero de 1908.

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