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CAPÍTULO 5 EL PAIPO-ESQUÍ

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Desde el primer año de nuestras navegaciones, nos dábamos cuenta con qué admiración contemplaban los niños a las otras embarcaciones que navegan mucho más deprisa que los veleros, especialmente las motos de agua y las motoras que remolcan esquiadores. De las motos hablaremos en otro capítulo. Respecto al esquí acuático, era evidente que no es un deporte muy adecuado para ellos, por la falta de fuerza que suelen tener debido a la propia enfermedad y los tratamientos, y porque requiere una destreza que no se adquiere en los pocos días que nosotros podríamos dedicar a ello. Por eso inventamos un tipo especial de arrastre, que llamamos paipo-esquí, que consiste en arrastrar la tabla de paipo desde el velero con el niño encima. Este mecanismo evita la fuerza de brazos necesaria en el esquí acuático para sujetar a pulso todo el arrastre del esquiador (en el paipo-esquí, el tirón se transmite a la tabla, no al niño) y como la tabla flota por sí misma, permite el arrastre a baja velocidad, a diferencia del esquí acuático, en el que no se despega del agua hasta haber adquirido una velocidad alta, siendo precisamente el despegue lo que más esfuerzo cuesta. Además, la poca velocidad lo hace más seguro para los pequeños y tiene menos riesgo de accidentes. Por otra parte, un velero no podría, con los motores lentos que suelen tener, alcanzar la velocidad del esquí acuático, mientras que el paipo-esquí podemos practicarlo incluso navegando a vela.

Para hacerlo, tomamos unas medidas de precaución especiales. Los niños suelen llevar traje de neopreno para no quedarse fríos, pues los baños son prolongados, y por supuesto siempre el chaleco salvavidas. Como el agua salpica mucho a la cara les recomendamos ponerse gafas de piscina o de bucear. Además de la línea de arrastre del paipo, lanzamos por la otra banda una mucho más larga que arrastra una defensa o un flotador. Es para que cuando el niño se caiga o se suelte del paipo, en lugar de tener que maniobrar con el barco para retroceder a recogerle, simplemente dé un par de brazadas en la dirección de esta línea de seguridad y se agarre a ella. Como cuando la alcanza ya hemos detenido el barco no recibe ningún tirón, y solo tiene que esperar a que la defensa le llegue a las manos y luego, desde el barco, le vamos acercando poco a poco al paipo para que se agarre de nuevo. Esta simplificación es muy útil cuando les arrastramos navegando a vela porque solemos hacerlo en empopada, y a este rumbo la maniobra de recuperación sería muy lenta. Además, el primer día que un niño nuevo hace paipo-esquí le enseñamos la maniobra para que no le pille de sorpresa cuando se caiga. También les enseñamos que no se tiren ni se acerquen al barco con el motor en marcha, y un código de señales para transmitir los principales mensajes entre el esquiador y el barco, ya que con el motor en marcha no nos oímos (ver dibujo). Este código tienen que aprendérselo antes del paipo-esquí y es como estudiarse los deberes, porque el que no se lo sabe no esquía.

El arrastre lo practicamos por las zonas de la bahía en que está permitido, es decir, fuera de las líneas de navegación de los mercantes que entran al muelle de Raos, en la práctica en toda la zona al Sur de la canal, por encima de lo que se conoce como “El Páramo”. El cabo de arrastre lo utilizamos bastante más corto que el del esquí acuático, principalmente para poder hacer fotos cercanas del esquiador. A los niños más pequeños les arrastramos en un paipo inflable o de porespán que flota por sí mismo, y se sujetan sentados a velocidades muy bajas (uno o dos nudos); así solo se mojan de cintura para abajo y no tienen sensación de peligro. A los mayores, en un paipo de porespán o en una tabla de madera de tomar olas, con la punta levantada para planear mejor; esta última no flota con el peso del esquiador y necesita un poco más de habilidad para sujetarse encima hasta que alcanza velocidad. También hemos utilizado tablas de “paddle surf”, “donuts” o “caballitos” inflables para arrastrarlos. Las tablas de “paddle surf” son tan anchas y flotan tanto que prácticamente todos los niños, hasta los más pequeños, consiguen mantenerse de pie, lo que les encanta. Además les enseñamos otra modalidad que llamamos “el torete”, que consiste en arrastrar una defensa de las grandes, y agarrado a ella hacer giros en espiral como si fuera un tornillo; la mitad de cada vuelta por lo tanto se hace debajo del agua, y hay que llevar gafas de bucear y coordinar la respiración cuando el cuerpo sale a la superficie; es más difícil que el paipo-esquí y no tiene tanta aceptación.

También aprenden a dirigir la tabla atravesando la estela y se familiarizan con el sistema, para luego ir más cómodos el día del paipo-esquí auténtico que luego comentaré. Una de nuestras mayores satisfacciones fue conseguir que hicieran paipo-esquí la niña parapléjica y la niña ciega. Para la primera, fue principalmente cuestión de confiar en sí misma. Empezó cuando ya había aprendido a nadar, a pesar de no poder ayudarse con las piernas. Esta niña estaba mucho más cómoda en el agua sin chaleco, pues en la piscina aprendió lógicamente sin él, pero principalmente porque la tendencia del chaleco es a colocarte panza arriba y es la acción de las piernas la que te mantiene vertical con el chaleco puesto. Al faltarle el control de las piernas, la posición horizontal y panza arriba le impedía agarrarse al paipo y aguantar los primeros momentos hasta alcanzar velocidad. Por eso, curiosamente, es la única a la que hemos dejado hacerlo sin chaleco. Los primeros intentos los hicimos arrastrando a la vez a uno de los médicos del equipo y a ella, pero era demasiado peso y aquello no tenía ningún aliciente. Así que se armó de valor y acabó probando sola, y todo fue sobre ruedas. Una vez alcanzada la velocidad de crucero, el esfuerzo es únicamente de las manos para no soltarse de la tabla y del tronco para guardar el equilibrio necesario. A partir de ese momento, se comportaba como cualquier otro del grupo y para ella era una enorme satisfacción, y no digamos para sus padres, al verla en las fotos haciendo lo que cualquier otro niño.

Para la niña ciega el reto fue por el contrario confiar absolutamente en nosotros. Ella sabía nadar desde pequeñita y podía usar chaleco, pero le faltaban las referencias, la distancia a tierra o al barco de arrastre, etc. Es fácil comprender la diferencia entre estar en la piscina con las corcheras a unos centímetros por cada lado, o en el mar a varios kilómetros de la tierra más cercana y, además, sin saber en qué dirección. En esa superficie tan enorme, lo más obvio para nosotros es una dificultad enorme para ella. Por ejemplo, el día que les explicábamos las normas de actuación si se caen al agua, le decíamos que tenía que nadar hacia el aro salvavidas que le habíamos lanzado. Los otros del grupo lo tenían claro, pero ella preguntó cómo sabía en qué dirección tenía que nadar para recogerlo. ¡Imaginaos ahora dejarse arrastrar a motor y la angustia de pensar que si se suelta pierde cualquier contacto con su referencia de seguridad y solo le queda esperar en mitad de la nada a que volvamos a recogerla! Pues, a pesar de ello, acabó atreviéndose. Se puso sus gafas de piscina (siempre nada con ellas pues lleva prótesis oculares, y es para que no las pierda ni se le pueda meter arena o cualquier otra cosa en el ojo) y se tiró al agua con un adulto del equipo, que le ayudó a situarse en la tabla. Curiosamente, este otro miembro del equipo es el que más nos preocupó a posteriori, pues la ayudaba a colocarse pero, en cuanto arrancaba, todo el mundo estaba pendiente de la niña, si se caía o no, si tragaba agua, si se asustaba, etc., y en pocos minutos el ayudante se encontraba lejísimos de nosotros, asomando solo la cabeza en mitad de la bahía aunque, eso sí, fuera de las líneas de navegación. Poco a poco, había que dirigir el rumbo, con paipo-esquí y todo, hacia donde le habíamos “abandonado”. La niña hacía paipo-esquí a la perfección, se agarraba a la tabla como a un clavo ardiendo y acabó disfrutando de la actividad como los demás.

Con estas experiencias previas de arrastre desde los veleros, poco a poco fuimos madurando la idea de dedicar una tarde monográficamente al esquí acuático en mejores condiciones. Así, a partir de 2005, conseguimos una motora, de un compañero médico que practica habitualmente el esquí acuático, y desde entonces cada verano lo repetimos. Ese día está centrado en el esquí acuático y no en la vela. Distribuimos a los niños en los veleros como siempre, pero solo a efectos de tenerlos repartidos y con una “base” donde cada uno se seque, se caliente al terminar, se cambie de ropa, pueda merendar, etc. Porque, de hecho, nada más salir de puerto, nos concentramos en una boya cercana al Páramo, donde la motora viene a nuestro encuentro. Los niños embarcan en la motora de pocos en pocos (normalmente los de cada barco), y allí se van turnando para hacer esquí acuático, paipo-esquí o torete, según sus habilidades, bajo la supervisión de dos o tres de los adultos. El esquí acuático en sentido literal hasta ahora ha tenido poco éxito por su dificultad, que requiere muchas horas de aprendizaje que nosotros no les podemos facilitar. Pero el mero arrastre en paipo es más emocionante por la alta velocidad que le imprime la motora, nada que ver con el arrastre desde un velero. Además, les dejamos “conducir” la motora y que ellos sean los que arrastren al compañero que va esquiando, lo que le da una emoción añadida y un punto de responsabilidad que les emociona. Hay que tener en cuenta que la motora tiene un timón de rueda como el volante de un coche, que se les deja controlar el acelerador, y que la sensación de velocidad en el mar es enorme, de manera que una motora a veinte nudos (que en tierra serían menos de 40 kilómetros por hora, la velocidad de un ciclomotor) te da la sensación de volar sobre el agua. Todo ello, impensable que se lo dejaran hacer en tierra, por ejemplo, con el coche de su padre. Un año le dieron tanta caña a alguno de los mayores que la tabla de madera se partió. Cuando el primer grupo termina, se acerca a otro velero, se cambia la tripulación y se repite el proceso. Según los niños que naveguen ese día, el turno se repite algunas veces hasta que llega la hora de volver a puerto. En los intervalos que no hacen paipo-esquí pueden bañarse, merendar, remar en las Zodiac o la piragua si las hay, o dar unos bordos a vela por la zona para ver las evoluciones de los que esquían.

Hay que decir que en esta actividad no ha habido ningún incidente. El médico responsable tiene experiencia de muchos años en este deporte y controla perfectamente el barco y al esquiador. Quizás lo más difícil sea adaptar la velocidad a la fuerza de cada niño, pues con adultos bien entrenados siempre se busca lógicamente el máximo de velocidad. Aquí se trata de disfrutar, aguantar lo máximo que pueda cada niño, porque si se fuerza demasiado enseguida se sueltan de la tabla y no disfrutan de recorridos largos, que es de lo que se trata. Un problemilla habitual es perder el bañador, que con la velocidad de arrastre se queda en popa si no se ha apretado bien la cintura; solemos advertirlo y les hace mucha gracia. Otro es la salpicadura permanente del agua en la cara, pues no suelen conseguir ponerse de pie ni de rodillas y entonces la cabeza va muy cerca del agua. Les aconsejamos llevar gafas de bucear o de piscina para que no tengan que llevar los ojos cerrados, y una de las señales (ver dibujo) es para recordarles que cierren la boca, pues suelen ponerse a gritarnos consignas y les entra agua y se la tragan. Otro “problema” habitual es que van poco a poco pidiendo más velocidad (señal con el pulgar hacia arriba: “quiero más deprisa”) y luego, cuando querrían disminuir, no pueden hacer el signo de “quiero más despacio” (pulgar hacia abajo) que requiere soltar una mano y les da miedo caerse si lo hacen. Por eso, la señal alternativa para disminuir la marcha es sacar la lengua. Todo ello requiere que a bordo de la motora vayan al menos dos adultos, uno responsable del timón, la velocidad y de supervisar al niño al que se ha dejado al mando, y otro de ir permanentemente mirando al esquiador hacia popa y de transmitir al timonel lo que este va pidiendo por señas o de dar la señal cuando se cae y se queda rezagado.

El día del paipo-esquí suele ser de los más valorados por los niños, aunque también hay que decir que cualquier actividad “nueva” es de las mejor valoradas, y la repetición en años sucesivos le resta atractivo. Aparentemente, prefieren cualquier actividad a la escueta navegación a vela, pero es porque navegan a vela quince o veinte veces en el verano y las otras actividades solo se hacen una o dos veces. Nos ha pasado lo mismo los años que hemos introducido los fuegos artificiales, el día de la Cruz Roja para montar en las motos de agua, el día de la pesca, las travesías, el día del marisqueo, etc. Luego pasa el tiempo, la repiten varios años, y llega a ocurrir que alguna de las actividades que habían sido las preferidas en años anteriores se tengan que suspender por falta de niños. La vida misma.



Carpe diem

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