Читать книгу Del laboratorio al mercado - Álvaro Ossa Daruich - Страница 10
ОглавлениеTransferencia tecnológica
La investigación es un proceso intelectual a través del que se puede aprender algo nuevo o también crear cosas que no existen, lo que permite mejorar la calidad de la enseñanza o también mejorar la vida de las personas, mediante productos y servicios. Sin embargo, es un proceso complejo y de mucha incertidumbre, y la mayoría de las veces implica recorrer un largo camino para obtener el resultado esperado.
Para lo anterior se requiere un trabajo intensivo de los investigadores y un fuerte apoyo por parte de la institución en donde se realiza investigación, tanto en infraestructura como en medios materiales y apoyo administrativo. Se necesitan también recursos, que mayoritariamente provienen del Estado, disponibles para financiar la investigación con el propósito de generar más y mejor conocimiento que impacte en la sociedad, ya sea por la vía académica, por ejemplo, la formación de personas, publicaciones científicas o tesis de grado, así como por la disponibilidad de resultados de investigación que puedan transformarse en soluciones concretas a los problemas reales del mercado y de la sociedad.
En este sentido, se ha generado cierta controversia respecto de cuál es el verdadero fin de una investigación científica. Hay quienes plantean que la ciencia sirve para conocer mejor el entorno que nos rodea, siendo un estímulo a la actividad intelectual creadora. Por otro lado, están aquellos que piensan que si algunos resultados científicos tienen un potencial de aplicación y pueden resolver un problema concreto de la sociedad, es necesario hacer todos los esfuerzos para que así sea.
En lo que sí hay consenso es en que los investigadores buscan impactar con la ciencia que desarrollan. En este sentido, existen múltiples formas de hacerlo; por ejemplo, es posible a través de publicaciones científicas o canalizando ese nuevo conocimiento en el proceso formativo de personas, también –como hemos señalado–, resolviendo un problema concreto.
Al proceso de llevar un resultado de investigación al mercado, se le llama transferencia tecnológica o comercialización de tecnologías.
Uno de los aspectos más relevantes para un investigador es la satisfacción de contribuir a la sociedad. Puede ser a través de la generación de un bien o un servicio que resuelva una necesidad, como, por ejemplo, desarrollar un fármaco para curar una enfermedad, llevar adelante un proceso que permita reducir la contaminación industrial o crear un nuevo método que mejore la enseñanza. Dicho de otra forma, lo que se busca es impactar en la mejora de la calidad de vida de las personas mediante el desarrollo científico.
El mundo académico cuenta con indicadores y metas para progresar académicamente, como es el caso de las publicaciones científicas, pero la transferencia tecnológica también podría implicar un avance en la carrera académica de los investigadores al ser reconocida la actividad de comercialización de tecnología en la evaluación docente. Sin embargo, esto último ha sido implementado por pocas instituciones en el mundo.
Si se mira esto desde el punto de vista financiero, la comercialización de ciencia y tecnologías, podría traducirse en una nueva fuente de financiamiento para investigaciones futuras, además de ganancia económica para los investigadores, dependiendo de si la estrategia de transferencia de resultados de investigación es con o sin fines comerciales.
En este contexto, un desafío radica en que los resultados de investigación no terminen únicamente en publicaciones científicas y en su difusión en el mundo académico, sino que logren llegar al mercado y solucionar alguna necesidad real de las personas.
Es importante resaltar que la transferencia tecnológica se asoció tradicionalmente a las áreas de ingeniería, y posteriormente se fueron sumando las ciencias médicas. Sin embargo, se han visto grandes transferencias en las áreas de educación, ciencias sociales y humanidades. Es decir, la comercialización de tecnologías no es materia exclusiva de ciertas áreas del saber, sino que abarca a todas aquellas que tengan aplicación concreta en el mercado.
Mecanismos de transferencia tecnológica
Para que un resultado de investigación llegue al mercado en forma de bien o servicio, se puede explotar directamente o, bien mediante la realización de una transferencia a un tercero que se encargue de la comercialización, ya que rara vez una institución científica comercializará directamente los desarrollos a los usuarios finales. En este sentido, un resultado de investigación puede ser transferido a una empresa ya constituida o, bien se puede crear una nueva empresa para explotarlo comercialmente.
Vender o arrendar
Los resultados de investigación generan propiedad intelectual que se protege. Dicha propiedad es un activo intelectual, siendo este el que se transfiere. Así, un resultado de investigación puede ser transferido mediante dos mecanismos: por un lado, los derechos de propiedad intelectual pueden ser cedidos, traspasando su titularidad a un tercero –con lo que dejan de pertenecer al titular original–, o bien pueden ser licenciados, lo que implica que el titular original mantiene su derecho de propiedad y otorga una autorización de uso, explotación comercial o masificación a un tercero bajo ciertas condiciones.
Como ejemplo ilustrativo, supondremos que, en lugar de tener derechos de propiedad intelectual, se tiene una casa. Esta puede ser vendida, lo que podría equivaler a la cesión de los derechos de propiedad intelectual mencionados anteriormente; o bien arrendada, lo que equivale a licenciar los derechos de propiedad intelectual. Al vender una casa, el nuevo propietario paga por ella un precio determinado y, una vez concluida la venta, la casa deja de pertenecer al propietario original, el cual pierde todo control sobre el bien. El nuevo dueño podrá disponer libremente de la casa: podrá pintarla, alquilarla, venderla e incluso demolerla. También puede ocurrir que el nuevo propietario nunca habite la casa. En estos casos, el anterior dueño no tendrá ninguna injerencia en lo que decida hacer el nuevo titular.
Así, un resultado de investigación que se cede puede ser licenciado o cedido posteriormente a otro por parte del nuevo dueño. También puede que ese nuevo propietario nunca la use o explote, frente a lo cual el antiguo titular no podrá intervenir.
Volviendo con el ejemplo, si la casa es arrendada a un tercero, equivalente al licenciamiento de un resultado de investigación, el dueño-arrendador no pierde su calidad de propietario y el arrendatario solo puede habitar la casa bajo ciertas condiciones que quedan establecidas en el contrato de arriendo. Frente al incumplimiento de esas condiciones, el propietario o arrendador tiene el derecho a terminar el contrato con el arrendatario. Esto mismo ocurre al licenciar un resultado de investigación: el propietario de la tecnología la licenciará o “arrendará” bajo ciertos términos y condiciones para que la patente se use o explote comercialmente.
Tal como ocurre con el arriendo de una casa, que puede permitir al arrendatario subarrendar la propiedad, también es posible otorgar al licenciatario de la tecnología el derecho a sublicenciar. En cualquier caso, el otorgamiento de este derecho debe realizarse con muchos resguardos, dado que presenta un impacto importante en múltiples aspectos de la licencia.
Es importante considerar que el ejemplo expuesto ayuda a entender la diferencia entre cesión de derechos y licenciamiento. No obstante, se debe tener en cuenta la distinta naturaleza que existe entre la casa y un resultado de investigación, ya que este último es un activo intangible. El ejemplo, sin embargo, permite visualizar de manera fácil y rápida la diferencia entre cesión de derechos y licenciamiento.
La alternativa que finalmente se escoja entre la cesión o el licenciamiento responde a una estrategia específica para cada caso, dependiendo del tipo de resultado obtenido, su estado de madurez, las características de su protección, lo que se quiere lograr con su transferencia, el tipo de financiamiento disponible y del interés de quien adquirirá la tecnología, entre otros aspectos.
Por otra parte, la decisión de licenciar o ceder a una empresa ya constituida, o de fomentar la generación de un emprendimiento basado en ciencia para utilizar o explotar un resultado de investigación, dependerá de un análisis del caso particular. Es recomendable crear una nueva empresa cuando existen capacidades emprendedoras en el equipo, cuando se trata de una tecnología de base que permite generar, a partir de ella, varios desarrollos tecnológicos, y cuando se requiere alta inversión de capital.
Generar un emprendimiento basado en ciencia no siempre es la alternativa más adecuada, por lo que debe ser analizada caso a caso, teniendo en cuenta múltiples variables.
Desafíos y barreras de la transferencia tecnológica
La transferencia tecnológica es un proceso largo y complejo, pero con un potencial impacto económico y social que es enorme, y trae asociados múltiples desafíos que es necesario enfrentar.
Entender el valor de la transferencia tecnológica
En diversos estudios (Biggar Economics, 2017; Fraser, 2008) se plantean desafíos que debe enfrentar el proceso de la transferencia tecnológica. Uno de los mayores es que se conozca y entienda su relevancia para los países, ya que muchas veces se cree que la ciencia y la tecnología constituyen un capricho de un grupo de investigadores que no buscan más que prestigio personal y avanzar en su carrera académica. Sin embargo, lo que en realidad pretenden es impactar con la ciencia que desarrollan, tanto a través de publicaciones científicas como de transferencias tecnológicas que permitan atender necesidades de la sociedad.
Estrechar la relación academia-industria
Otro de los desafíos importantes es lograr una mayor vinculación universidad-empresa para facilitar la transferencia tecnológica; es decir, vincular las capacidades de desarrollo de las universidades y centros de investigación con las necesidades de las empresas y la sociedad. Para lograr que la ciencia, o parte de ella, pueda resolver problemas reales, es necesario dialogar con quienes tienen estos problemas. Lo anterior se logrará cuando ambas partes hablen idiomas similares y acerquen posturas, o –dicho de otro modo– cuando las universidades aprendan a moverse a los ritmos de la industria, y la industria entienda la importancia de la investigación y desarrollo, sus riesgos y costos (Fraser, 2008).
Mirada de largo plazo
Por otra parte, es muy importante que las instituciones tengan un compromiso y mirada a largo plazo para desarrollar investigación aplicada con impacto, de manera de impulsar y fortalecer las capacidades para transferir sus resultados. Esto debiese contribuir a que los investigadores se interesen más por desarrollar investigación orientada a las necesidades de la industria y con perspectivas de resolver un problema concreto desde sus inicios (Fraser, 2008).
La inversión pública es clave
Finalmente, es clave que los Estados inviertan en ciencia y tecnología. Los países ricos lo son, porque dedican recursos al desarrollo científico-tecnológico; y los países pobres lo siguen siendo, porque no lo hacen: “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia” (Pigna & Pacheco, n.d.).
El desarrollo científico tecnológico permite diversificar la matriz productiva, hacer más competitiva a una nación y, por sobre todo, mejorar la calidad de vida de las personas. Los países deben lograr entender, incentivar e invertir en ciencia y tecnología para el crecimiento y el bienestar de la nación. Es importante que tengan una visión de Estado de largo plazo y no una mirada limitada de corto plazo.
Por otra parte, existen múltiples barreras a la hora de desarrollar la transferencia tecnológica. Según (Mazurkiewicz & Poteralska, 2017), la transferencia tecnológica se ve dificultada por la existencia de diferentes barreras que es importante sortear, ya que bloquean las interacciones entre las universidades y las empresas, impidiendo así el desarrollo de innovaciones. Según los autores, existen tres tipos de barreras que enfrentan las universidades y centros científicos a la hora de iniciar un proceso de transferencia tecnológica: las barreras tecnológicas, las económicas y organizacionales, y las del ecosistema.
Barreras tecnológicas
Dentro de las barreras tecnológicas se encuentra la dificultad intrínseca de desarrollar cualquier nueva tecnología, según el estudio Technology Transfer Barriers and Challenges Faced by R&D Organisations (Mazurkiewicz & Poteralska, 2017). Debido a que es un proceso de alto riesgo, no solo se debe comprobar que la tecnología funciona, sino que además se debe demostrar su utilidad para resolver un problema real. También puede ocurrir que las tecnologías sean demasiado sofisticadas, por lo que resulte difícil o imposible adecuarlas para su utilización en el mercado. En este sentido será mucho menos riesgoso utilizar tecnologías ya desarrolladas que otras en proceso de desarrollo.
El estudio plantea que otro de los factores considerados barreras tecnológicas es la limitada capacidad técnica que pueda existir en los equipos de investigación, lo que puede llevar a desarrollar una única posible solución para el problema existente. Esto es una barrera, ya que puede llevar a no ver el problema en forma global, sino más bien a concentrarse en una solución en particular.
Por otro lado, el hecho de que los desarrollos impliquen altos requisitos técnicos y de personas puede hacer que el costo sea muy elevado y, por ende, muchas veces haga compleja su implementación y su transferencia. Adicional a lo anterior, Mazurkiewicz & Poteralska (2017) plantean que en algunas ocasiones se requiere mucho tiempo para el desarrollo tecnológico, lo que puede llevar al desaliento y desinterés de los clientes potenciales que desean que la tecnología sea desarrollada lo más rápido posible. Finalmente, también puede ser que una versión prototipo de una tecnología no funcione de igual manera o no sea compatible cuando se requiere hacer el escalamiento industrial, lo cual hace completamente inviable su transferencia.
Barreras económicas y organizacionales
Dentro de las barreras económicas y organizacionales, se encuentra el tiempo, según lo estudiado por Mazurkiewicz & Poteralska (2017). Mientras las organizaciones de investigación y desarrollo (I+D) piensan en hacer desarrollos de largo plazo, las empresas buscan soluciones en el más corto plazo posible, es decir, tienen una visión distinta sobre el tiempo necesario para alcanzar una solución.
El estudio continúa planteando que los diferentes enfoques frente al desarrollo tecnológico también constituyen una barrera. Mientras las universidades y los centros de I+D tienen un enfoque mucho más orientado al desarrollo de la tecnología, el que con un alto conocimiento técnico les permitirá llegar a una solución acabada, las empresas tienen su enfoque puesto en soluciones con orientación al mercado, en desmedro de la perfección de la solución técnica. Lo anterior se ve aun más dificultado cuando existe una transmisión de información técnica imperfecta y una cooperación insuficiente entre ambos, lo que, sumado a las habilidades de negociación y gestión comercial deficientes que existen principalmente en las universidades y centros de I+D, dificulta el trabajo conjunto e incrementa las desconfianzas.
La falta de una evaluación precisa sobre la comercialización de la tecnología y la carencia de un plan para su implementación conforman otra barrera permanentemente presente. Los centros de I+D y universidades se centran mucho en el avance y la difusión del conocimiento, haciéndolo, por ejemplo, a través de publicaciones científicas, antes que patentar sus hallazgos, lo que colisiona profundamente con las demandas de la industria (Mazurkiewicz & Poteralska, 2017).
Según los autores, otros de los problemas que se generan en el desarrollo tecnológico a través de la vinculación universidad-empresa, tienen relación con quien financia los desarrollos. Por un lado, está el interés de las universidades y centros de I+D de que sean las empresas las que financien el proceso completo, lo que se contrapone con el interés de la industria, que es financiar el resultado final, pero no el proceso de investigación en sí.
Finalmente, otras de las barreras económico-organizacionales corresponden a los problemas relacionados con los derechos de propiedad intelectual. Por lo general, las universidades y centros de investigación buscan mantener para sí la propiedad intelectual, ya que en el centro de su quehacer está la creación de conocimiento; aunque sí están disponibles para que la empresa lo utilice, aun en forma exclusiva y perpetua. Por otro lado, las empresas también quieren tener la propiedad intelectual, debido a que la entienden, erróneamente, como el único mecanismo para garantizar el uso en forma exclusiva y perpetua de la tecnología desarrollada (Mazurkiewicz & Poteralska, 2017).
Barreras del ecosistema
Con respecto a las barreras del ecosistema (Mazurkiewicz & Poteralska, 2017), están en la ausencia de una estrategia nacional de desarrollo tecnológico, el poco financiamiento, la falta de infraestructuras, y la carencia de incentivos para impulsar la transferencia tecnológica tanto en empresas como en centros de I+D y universidades. Son pocos los países que tienen una real y efectiva estrategia de desarrollo tecnológico. Sin una mirada estatal de largo plazo que involucre realmente al sector privado, no es posible desarrollar un sistema robusto de innovación basado en ciencia.
Por otro lado, el financiamiento siempre ha sido una barrera relevante, según los autores, tanto en países desarrollados como en los que no lo son, y el problema no radica solo en los montos a invertir, que por lo general se miden como un porcentaje del PIB de la nación, sino también en quiénes son los que invierten en I+D. Mientras en países desarrollados hay un equilibrio entre los aportes estatales y privados, e, incluso, en algunos casos los aportes privados son mayoritarios, en países de menor desarrollo es el Estado quien financia, con las restricciones presupuestarias imaginables.
Con respecto a la infraestructura, según continúan los autores, para lograr innovación basada en ciencia y tecnología se requieren laboratorios y equipamiento sofisticados. Adicionalmente, no basta solo con la implementación inicial, sino que también es necesario mantenerlos y actualizarlos, por lo que, para generar desarrollos tecnológicos de clase mundial, es imprescindible contar con infraestructura de clase mundial.
Finalmente, para los autores, los incentivos son claves a la hora de impulsar el ecosistema de ciencia y tecnología. En universidades y centros de investigación es necesario incorporar métricas dentro de la evaluación de la carrera profesional y académica, que reconozcan los aportes de los investigadores en estas materias. Para el caso de las empresas, uno de los incentivos interesantes son las rebajas tributarias por invertir en desarrollos tecnológicos, aunque lo importante es que sean poco burocráticos y fáciles de gestionar, para que la industria se interese en acogerse a ellos y resulte más atractivo involucrase en desarrollar ciencia y tecnología.
Para hacer frente a estas barreras, es importarte reconocerlas y trabajar con el fin de poder reducirlas o eliminarlas. Este enfoque debe aplicarse tanto antes de que se tome la decisión de desarrollar la tecnología, como en el curso de su desarrollo. Dependiendo del tipo de barrera, las actividades deben llevarse a cabo individualmente a nivel organizacional o conjuntamente con otras instituciones (Mazurkiewicz & Poteralska, 2017).
Ejemplos de transferencia tecnológica
Gatorade
Lo que se conoce como bebida isotónica es un muy buen ejemplo de transferencia tecnológica. A mediados de los años sesenta, un equipo de investigadores de la Universidad de Florida, en Estados Unidos, creó una bebida que reponía rápidamente el líquido corporal de los jugadores de su equipo de fútbol americano Florida Gators. Consumir este líquido les ayudaba a evitar la deshidratación y pérdida de sales minerales. Este increíble invento fue bautizado como Gatorade, en honor a Florida Gators y al científico Robert Cade, quien comandó la investigación (Gatorade®, La Bebida Deportiva N°1 Del Mundo Cumple 50 Años | PepsiCo, 2015).
La historia relata que el entrenador del equipo Florida Gators le preguntó al doctor Robert Cade, quien aún no cumplía los 40 años, por qué los jugadores de su equipo no podían orinar después de cada juego. El médico nefrólogo, quien además era un excelente científico, comenzó a investigar y descubrió que los jugadores perdían hasta 8 kilogramos de peso después de cada juego, que duraba tres horas en promedio, de los cuales alrededor del 95% era agua, producto del sudor generado por lo exigente de la actividad física.
Robert Cade, junto a Dana Shires, James Free y Alejandro de Quesada, desarrolló una bebida que permitía una rápida rehidratación. Se cuenta que las primeras versiones tenían sabor a químicos desinfectantes, lo que hacía que los jugadores vomitaran. Ante esto, la esposa del doctor Cade recomendó añadir jugo de limón a la bebida.
En 1965 se comenzó a usar Gatorade y, al año siguiente, apariciones en la prensa comenzaron a hacerla popular. En 1967, uno de los estudiantes del doctor Cade conversó con uno de los vicepresidentes de Stokely-Van Camp, Inc., empresa envasadora de frutas y vegetales, quienes finalmente llevaron al mercado el producto.
Con el pasar de los años, los Florida Gators lograron una serie de triunfos, detonando un masivo interés hacia la bebida en 1967 cuando el entrenador de los Yellows Jackets, equipo de Georgia Tech Bud Carson, declaró luego de la derrota 27 a 12 de su equipo frente a Los Gators: “Nosotros no teníamos Gatorade, eso hizo la diferencia” (Gatorade®, La Bebida Deportiva N°1 Del Mundo Cumple 50 Años | PepsiCo, 2015).
La historia no estuvo exenta de problemas. En 1970, en Estados Unidos se prohibió el uso del ciclamato sódico en alimentos y bebidas, uno de los ingredientes de Gatorade, por lo que Rober Cade y su equipo tuvieron que crear una nueva fórmula sin este compuesto. En 1973 se generó una controversia judicial importante por los derechos de propiedad intelectual del desarrollo, que finalmente llegó a acuerdo entre los investigadores y la universidad, determinando que el equipo de investigación se quedaría con un 80% de las regalías, y la universidad con el 20% restante.
Desde entonces, Gatorade se convirtió en la fórmula hidratante para deportistas por excelencia. Actualmente es consumida en más de 55 países, siendo la bebida oficial de diversas organizaciones.
Gatorade además se ha utilizado para manejar la deshidratación producida por algunas enfermedades, por lo que su aporte e impacto en la sociedad es notable y corresponde a un ejemplo icónico de transferencia.
Tomates cherry
El tomate cherry es muy antiguo y no se sabe muy bien de dónde proviene. Algunos dicen que de Grecia, otros de Italia o de América en forma silvestre. Si bien es cierto el tomate cherry existe hace mucho, científicos israelíes encontraron la forma de crear una variedad que fuera fácil de empacar, transportar y vender antes de que se echara a perder. Lo hicieron modificando la semilla de los tomates, para crear una variedad resistente y fácil de cultivar.
La historia cuenta que (Lewis, 2016) durante la década de 1970 el dueño de la tienda inglesa Marks & Spencer se acercó a productores locales, así como a los científicos israelíes, para solicitarles que desarrollaran un tomate que fuera apto para los supermercados y tuviera un sabor más dulce. El agricultor inglés Bernard Sparkes empezó a experimentar con una variedad de tomates cherry llamados Gardener’s Delight, al tiempo que dos científicos israelíes de la Universidad Hebrea de Jerusalén empezaron a producir semillas de tomates cherry que crecían en filas uniformes y podían durar más tiempo en los estantes. Lo que hicieron fue mejorar su sabor, volviéndolo más dulce y jugoso, además de lograr que durara más. Después, esa universidad se lo entregó a los agricultores de Israel para que lo cultivaran. Hoy es un éxito y es consumido en muchos países del mundo. Actualmente, Israel es un líder mundial en la industria de las semillas de tomate y se estima que el 10% del mercado mundial de semillas de tomate le pertenece.
Dispositivos antiterremotos
La noche del terremoto del 27 de febrero de 2010 en Chile, conocido como el 27-F, fue la mejor prueba para una de las torres más altas de la ciudad de Santiago. La torre Titanium, con 55 pisos y más de 190 metros de altura, solo sufrió daños menores, sin deterioros estructurales. Era el edificio más alto del país, que pasó la prueba al quinto terremoto de mayor intensidad en la historia del mundo. Esta torre contaba con un sistema antisísmico basado en disipadores de energía.
En 1995 volvía de su doctorado en la Universidad de Berkeley –ubicada en la falla de San Andrés, otro punto altamente sísmico– el profesor Juan Carlos de la Llera, ingeniero civil de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Durante su estadía en Estados Unidos había comenzado a investigar tecnologías asociadas al riesgo sísmico en diferentes estructuras. Se decidió a impulsar en Chile una línea de ingeniería sísmica distinta a la vigente hasta ese entonces en el país, enfocándose en dos aspectos fundamentales: el aislamiento sísmico, que con grandes rodillos de gomas y disipadores de energía, especie de amortiguadores que disipan la vibración, separa las estructuras del suelo.
A mediados de los años noventa, el investigador obtuvo fondos concursables del Estado para comenzar su investigación, lo que llevó a desarrollar más de treinta patentes de invención y a constituir la empresa en el año 2003.
Hoy se puede ver aplicado el resultado de años de investigación. Estos amortiguadores se han implementado con éxito en importantes hospitales y edificios en Chile, e incluso han comenzado a exportarse a otros países, como Perú y Nueva Zelanda.
Esta tecnología cambió la vida de miles de personas, la tornó más segura, y ahora se está en la búsqueda de hacerla más económica para llegar a todos los rincones del mundo donde se necesite aislación sísmica. Esta, sin duda, es ciencia que cambia vidas para siempre (J. de la Llera, comunicación personal, 2020).
Síndrome de Morquio
Las enfermedades huérfanas son un gran problema para pacientes, sus familias y la sociedad en general, ya que suelen llevar a condiciones físicas y emocionales que afectan completamente la calidad de vida de las personas que las padecen. Estas enfermedades normalmente no son de interés por parte de los gobiernos o las grandes farmacéuticas, porque el tamaño de la población afectada por cada condición no es significativa en comparación a otras enfermedades, lo que las hace económicamente inviables o de bajo interés.
A pesar de esto, investigadores agrupados en el Instituto de Errores Innatos del Metabolismo de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, tienen como foco principal el desarrollo de terapias y diagnósticos para un grupo específico de enfermedades raras, los errores innatos del metabolismo.
Uno de los investigadores líderes es Carlos Javier Almeciga, quien con su trayectoría investigativa se ha convertido en uno de los líderes en este campo por lograr innovaciones relevantes en errores innatos del metabolismo. Carlos Javier es químico farmacéutico y doctor en ciencias biológicas, cuenta con experiencia en biotecnología aplicada al área de salud, tecnologías relacionadas con ADN y proteínas para estrategia terapéutica para terapia génica, especialmente para errores innatos del metabolismo.
El doctor Almeciga, durante la etapa final de su formación doctoral, participó en una investigación en St. Louis University en Estados Unidos, que lo llevó a desarrollar una terapia alternativa para el síndrome de Morquio A, también conocido como la mucopolisacaridosis tipo IV A. El síndrome de Morquio toma su nombre del pediatra uruguayo Luis Morquio, quien en 1929 describió a una familia con cuatro niños afectados por la misma enfermedad (Sawamoto et al., 2018). Dicha patología es una afección rara que genera un daño en la información genética del paciente, que lleva a la producción deficiente de una proteína necesaria para descomponer unas moléculas de azúcares complejos denominados glicosaminoglicanos (Khan et al., 2017). Esta deficiencia genera malformaciones físicas, como poca estatura y alteraciones esqueléticas.
Junto al grupo de investigaciones de St. Louis University, el doctor Alméciga desarrolló un método basado en terapia génica, que permite llevar de manera más eficiente a hueso el material genético empleado para corregir la enfermedad. Lo más interesante de esta tecnología es que podría ser empleada para corregir la alteración genética en otras enfermedades con alteraciones esqueléticas. Esta tecnología fue protegida por patente inscrita a nombre de la universidad colombiana y de Estados Unidos, y unos años después una empresa de base tecnológica en los Estados Unidos licenció la tecnología para emplearla en el desarrollo de terapias para enfermedades raras.
Adicionalmente, el Instituto de Errores Innatos del Metabolismo desarrolló y transfirió al Hospital Universitario San Ignacio, en Colombia, una seríe de metodologías empleadas en el diagnóstico de errores innatos del metabolismo, en el año 2009. Esto se logró haciendo una adaptación de pruebas que existían a nivel internacional a la población y condiciones tecnológicas colombianas. Con los créditos generados por estas transferencias, el Instituto de Errores Innatos ha generado un modelo de negocio sostenible que ha dado pie a un circulo virtuoso que le permite continuar desarrollando investigaciones e innovaciones con tecnologías de punta en la región (C. Alméciga, S Cuellar, D. Díaz, comunicación personal, 2020).
Sistema de desalinización de agua de mar
Uno de los estragos que ha causado el cambio climático, sumado al aumento significativo de la población mundial, es la escasez hídrica. Tanto es el problema, que ya se está hablando del agua como el oro azul.
En este contexto, en Chile, luego del terremoto del 27 de febrero de 2010, se comenzó a gestar un proyecto para poder obtener agua potable a partir de agua de mar. La tecnología había sido patentada en 2016, y basaba su principio en un proceso destinado a la obtención de agua para consumo humano e industrial, y para regadío, a partir de agua de mar, aguas salobres o con alto contenido de hierro, magnesio y metales pesados. El proyecto fue liderado por Rodrigo Bórquez, ingeniero civil químico y doctor en Ciencias de la Ingeniería de la Universität Karlsruhe de Alemania y académico de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Concepción.
El sistema destaca por requerir condiciones operativas a presiones más bajas que las que se utilizan en las plantas convencionales de osmosis inversa, lo que reduce significativamente los costos en las etapas de inversión y operación, representando una alternativa viable para abastecer de agua potable a zonas costeras, y cumpliendo con las normas chilenas de calidad del agua.
Tras los resultados de las experiencias piloto, la tecnología se implementó en la comuna de Arauco en abril de 2019, gracias al financiamiento del gobierno local, complementando así el abastecimiento de agua potable de las 375 familias de esa localidad.
La tecnología se ha implementado en diferentes localidades del país, facilitando el acceso a este vital elemento a cientos de chilenos (S. Araya, comunicación personal, 2020).
Mallas de fotoselectividad combinada
El “golpe de sol” en la fruta, debido al exceso de radiación solar y altas temperaturas, causa importantes pérdidas económicas a la industria frutícola. Para resolver este problema, Richard Bastías, ingeniero agrónomo y doctor en Fruit Trees & AgroEcosystem de Alma Mater Studiorum – Universita Di Bologna, y académico de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Concepción, desarrolló la tecnología “Mallas de Fotoselectividad Combinada”, que otorga mayor efectividad en el control de daño en frutas ocasionado por el sol.
Esta malla fue diseñada utilizando como base un modelo matemático que se desarrolló como resultado de la investigación, y que permitió definir una configuración específica desde el punto de vista de color y trenzado de la malla. Esta logra modificar el espectro de la radiación y transmitirla selectivamente, generando beneficios en las plantaciones que se cubren con estas mallas, principalmente frutícolas. Lo anterior, sin sacrificar el rendimiento del huerto ni la coloración de la fruta; por el contrario, el mejor uso de la luz favorece el desarrollo del color y el crecimiento floral y del fruto. La efectividad de la malla, observada en distintas variedades de manzana, se aprecia en la diferencia entre el porcentaje de frutas con daño en campos con y sin malla, notando una disminución de entre el 61% y el 95%, con lo que los productores pueden evitar millonarias pérdidas por factores climáticos, obteniendo al mismo tiempo productos de un mayor valor comercial. El desarrollo solicitó una patente de invención en 2016 y posteriormente se transfirió a la empresa chilena Delsantek, que introdujo este producto en el mercado chileno en el año 2017. En 2019 se transfirió la tecnología a la empresa mexicana Giddings, expandiendo su uso en más de 200 hectáreas de berries ubicadas en campos del estado de Michoacán, en México, y con plan de aplicación en otros cultivos.
La tecnología se ha implementado en diferentes países de la región y busca su expansión a nivel mundial (S. Araya, comunicación personal, 2020).
Fertilidad asistida
La infertilidad afecta aproximadamente al 15% de las parejas a nivel mundial, lo que equivale a 48,5 millones de ellas, alcanzando en el hombre el 50%. Sin embargo, es difícil precisar esto, por falta de datos específicos por país (Agarwal et al., 2012). La evidencia muestra que la tasa de infertilidad mundial va en aumento, estimándose sobre el 17% de la población mundial. El 40% de los casos se debe a causas en el hombre, 40% en la mujer y otro 20% a razones desconocidas.
Raúl Sánchez Gutiérrez, médico ginecólogo doctorado en andrología y especialista en medicina reproductiva, por su experiencia atendiendo a parejas con dificultades para convertirse en padres, entendiendo la desesperanza y tristeza al no conseguirlo y muchas veces no contando con altos recursos económicos para probar otras técnicas, se propuso modificar las técnicas disponibles para que fuesen simples y económicas, con el fin de realizarlas en cualquier laboratorio, tanto en Chile como en toda América Latina.
Los métodos desarrollados no asépticos, convencionales, comprenden en su mayoría la vitrificación del semen por contacto directo con nitrógeno líquido. La recuperación de motilidad post-desvitrificación utilizando dichos métodos no asépticos es del orden del 20% al 30%, por lo que se hace compleja la inseminación y por ende el embarazo.
En el año 2006, el doctor Sánchez, con el apoyo de la Universidad de la Frontera de Chile, postuló a fondos gubernamentales para la investigación. Sin embargo, las agencias estatales decidieron no concederlos, por considerar que era un proyecto que requería más desarrollo y que era muy simple para un problema a nivel mundial, y por parecer que requería más investigación que desarrollo.
Aun así, el proyecto siguió adelante y se logró la vitrificación aséptica de pajuelas (VAP), que permite seleccionar espermatozoides que conserven su función, pudiendo almacenarlos y obtener un número suficiente para hacer inseminaciones intrauterinas, con lo cual se alcanzaba una alternativa viable para parejas con infertilidad. El resultado fue desarrollado por el doctor Raúl Sánchez Gutiérrez, la doctora Mabel Schulz, la investigadora Jennie Risopatrón, junto a los investigadores internacionales, que eran colaboradores independientes: el doctor Vladimir Isachenko y la doctora Eugenia Isachenko, quienes probaron la metodología y comprobaron que se lograba sobrevida y funcionalidad espermática, postdesvitrificación.
La metodología VITRISPERM® o VAP es mejor que las alternativas convencionales de preservación en cuanto a la forma de vitrificar. Proporciona una efectividad sobre el 80% de la supervivencia del esperma humano, protege el material genético y reemplaza el uso del nitrógeno para el almacenamiento, lo que la hace una metodología que puede implementarse en cualquier banco de espermatozoides o de fertilidad. Esta metodología fue probada y en 2011 nació el primer niño en Temuco, a través la alianza con el doctor Juan Álvarez, de la empresa ANDROGEN de España. La tecnología fue licenciada por la oficina de transferencia tecnológica de la Universidad de la Frontera a BIOKIBANK en España.
Esta metodología funciona y da esperanza a miles de parejas que desean hacer realidad su sueño de convertirse en madres y padres, aun cuando hayan decidido postergarlo a edades por sobre los 40 años. Se espera que también se disponga de esta metodología en Alemania, Dinamarca, España, Francia, Italia y Reino Unido, así como en EE.UU. y el resto del mundo que lo necesite (F. Vásquez, comunicación personal, 2020).
Purificador de agua
El investigador Roland Vetter, doctor en Botánica Forestal, investigador jefe del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonía (INPA), desarrolló una tecnología denominada “Secador solar”, que es un dispositivo para secar la madera utilizando energía solar. La idea surgió para atender las necesidades de diversas comunidades, que no contaban con electricidad y, por otra parte, buscaba reemplazar los secadores de madera convencionales que consumían mucha energía. En 2005, al visitar una comunidad indígena en el município de Itamarati, con el objetivo de presentar la tecnología, se sorprendió al ver la necesidad de la comunidad por mejorar la calidad del agua, ya que muchos niños y ancianos estaban experimentando problemas de salud como diarrea y cólera, debido a contaminación del agua de los arroyos y ríos utilizados por la comunidad. A partir de esta demanda, el investigador y su equipo buscaron alternativas para desinfectar el agua, utilizando la tecnología del “secador solar”. El resultado fue el diseño de un purificador de agua basado en energía solar.
En 2009, esta tecnología fue finalizada y denominada “Água Box”, protegida por patente de modelo de utilidad, cuyo titular es el INPA y el inventor Dr. Roland Vetter. El depurador de agua es una caja metálica de 13 kilos, que funciona con una bomba de agua y dos paneles solares de 90 Watts cada uno, que bombea el agua del río a un depósito de agua. El agua contaminada pasa por un filtro y luego por un tubo de acero inoxidable con una lámpara ultravioleta tipo C, que elimina el ADN (ácido desoxirribonucleico) de los microorganismos, causantes de enfermedades intestinales. Después de estos procesos, el agua es potable, libre de gérmenes y lista para el consumo. La lámpara y la batería duran unas 10.000 horas, es decir, de tres a cuatro años. El depurador elimina el 99,5% de bacterias, hongos y coliformes fecales del agua del río mediante una lámpara ultravioleta C, los rayos más peligrosos de la radiación ultravioleta. Unido a un panel solar y al tanque de agua de las comunidades, el depurador filtra 400 litros por hora, es decir, 5.000 litros por día, suficiente para proporcionar agua limpia para beber y cocinar a 300 personas. El precio del sistema es de alrededor de US$450, incluido el panel solar y el filtro de entrada.
La “Caja de Água” se implementó en comunidades ribereñas de la Amazonía, en los pueblos indígenas Deni y Yanomamis, y en Nampula, una región de Mozambique, en África.
Entre 2012 y 2017, el INPA licenció la tecnología a la empresa de Manaus, Q’Luz EcoEnergia, y pasó a denominarse “Ecolágua”, siendo la primera tecnología de la Institución en traer regalías al investigador del Instituto Nacional de Investigaciones en la Amazonía.
En 2015, INPA se asoció con el Ejército para desarrollar un proyecto llamado “Hombre Água”, que consistía en crear un modelo más compacto del purificador de agua que cabía en una mochila. La versión adaptada pesa aproximadamente ocho kilos y tiene la capacidad de depurar hasta 300 litros por hora. Lo que mejora la salubridad de los militares, al evitar el uso de una pastilla de cloro para depurar el líquido y aumentar la disponibilidad de agua para los militares, que antes utilizaban solo una cantimplora con capacidad de 1,5 litros de agua.
En 2017, la patente fue concedida y en 2020, la tecnología fue licenciada a una nueva empresa.
Diagnóstico de tuberculosis en bovinos
La industria de carnes y lácteos cuenta con altos estándares de manejo y reglamentaciones sanitarias, la cual busca certificar tanto la calidad de los productos como el manejo sanitario de los animales. A la vez, la tuberculosis bovina es una de las principales afecciones a las que está expuesto el ganado, causando un gran daño económico al reducir la eficiencia en la producción.
En Chile, es obligatoria la certificación de ausencia de la enfermedad mediante la observación de lesiones sospechosas encontradas en plantas que faenan la carne. Además, se requiere contar con un diagnóstico acelerado confirmatorio, con la finalidad de trazar los rebaños infectados e iniciar acciones de saneamiento oportunas. Con esta oportunidad a la vista, la doctora en bioquímica y biologia molecular, Ana María Zárraga, académica de la Facultad de Ciencias, y el investigador, bioquímico y doctor en Ciencias y postdoctorado, Germán Rehren, ambos de la Universidad Austral de Chile (UACh), desarrollaron un kit de reacción en cadena de la polimerasa –conocida como PCR por sus siglas en inglés– en tiempo real para Mycobacterium bovis, patógeno que causa tuberculosis en bovinos, animales domésticos y silvestres, y en humanos, llamado Boviman.
La detección mediante el uso de Boviman demora solo 3 horas, comparado con la detección mediante cultivo, que toma 60 días. Además, confirma la presencia de tuberculosis con 95% de sensibilidad y 97% de especificidad.
La investigación se desarrolló gracias al financiamiento del Estado de Chile y contó con el apoyo de la empresa Biosonda, la Asociación Gremial de Leche de Biobío, mataderos Frigosor Ñuble y profesionales veterinarios del Programa de Tuberculosis del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), entidad estatal encargada del desarrollo de la agricultura, los bosques y la ganadería mediante la protección y mejoramiento de la salud de los animales y vegetales. Consiguió, además de la generación del kit PCR en tiempo real, la generación de un mapa de distribución nacional de las variantes genéticas del patógeno para trazar rutas de diseminación de la enfermedad, lo que ha contribuido a validar el kit entre estas variantes.
El kit se transformó en la prueba oficial para la vigilancia de tuberculosis en Chile, validado por el SAG, y ha permitido contar con un diagnóstico acelerado confirmatorio de BTB en lesiones sospechosas encontradas en plantas faenadoras de carne y certificar rebaños libres de BTB, requisito exigido por el mercado internacional de lácteos y carnes. Su uso ha sido clave en programas de erradicación, ya que permite trazar los rebaños infectados e iniciar acciones de saneamiento oportunas para así reducir el daño económico y disminuir los problemas que la tuberculosis bovina causa en la producción.
Boviman® obtuvo el Premio Nacional a la Innovación Avonni en Categoría Salud el año 2012. La tecnología tiene marca registrada y cuenta con patentes de invención concedidas en Chile, México y Argentina.
El kit inició su comercialización el año 2006, en una primera etapa, directamente desde la Universidad Austral de Chile al SAG hasta que, el año 2008, la Universidad firmó un acuerdo con la empresa Roche Chile Limitada para que se hicieran cargo de la venta. Luego de cinco años, la Universidad decidió dar término al contrato con Roche para entregar la comercialización a la spin off que formaron los inventores del kit, dicho spin off no llegó tener actividad comercial, por lo que la Universidad Austral siguió vendiendo el kit directamente, principalmente al SAG.
Luego de esto, y liderado por la oficina de transferencia tecnológica de la misma universidad, en marzo del 2019 se firmó un contrato de licencia con la empresa Biotecom SpA, la que desde ese entonces ha comercializado la tecnología en todo el país (G. Rehren, comunicación personal, 2020).
Medicina de precisión en diagnóstico de nódulos de la tiroides
Según datos del Ministerio de Salud de Chile, uno de cada cuatro chilenos sufre de alguna alteración de la función tiroidea, siendo la formación de nódulos una de las principales afecciones. Los nódulos en la glándula tiroidea pueden detectarse en hasta el 50% de la población adulta y bajo ciertos criterios clínicos, requiriéndose la evaluación de la naturaleza del nódulo para determinar si es patología benigna o maligna.
El método estándar para determinar la naturaleza de un nódulo tiroideo es la evaluación citológica de una muestra obtenida por punción con aguja fina (PAF). Una limitación de la PAF es que aproximadamente uno de cada cinco casos es informado como indeterminado. Dado que el 25% de las PAF indeterminadas son malignas, en muchos casos la incertidumbre se resuelve extirpando la tiroides, lo que permite resolver en forma definitiva el diagnóstico. Como resultado, en un 75% de los casos indeterminados operados, la cirugía se realiza en forma innecesaria. Esto expone a muchos pacientes a los riesgos y altos costos de la cirugía, además de generar dependencia de por vida a la suplementación hormonal.
Este problema clínico motivó a investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile, a través del Consorcio Tecnológico en Biomedicina Clínico-Molecular (BRMC), a desarrollar una nueva herramienta que permite optimizar diagnósticos en pacientes con nódulos tiroideos indeterminados. Es así como un equipo multidisciplinario liderado por el cirujano oncólogo Hernán González desarrolló ThyroidPrint, un test basado en la integración del análisis de diez marcadores genéticos de una muestra de PAF e inteligencia artificial, que permite predecir con 95% de exactitud qué pacientes con PAF indeterminado tienen un nódulo benigno y pueden evitar la cirugía innecesaria.
El año 2012, el doctor González fundó GeneproDx. Esta startup licenció los derechos de ThyroidPrint y, tras levantar más de 8 millones de dólares de capital de riesgo y seis años de I+D, logró validar clínicamente ThyroidPrint en un ensayo clínico multicéntrico realizado en Chile y los Estados Unidos, que reclutó a más de 4.000 pacientes.
En 2018, GeneproDx lanzó ThyroidPrint al mercado latinoamericano como un servicio centralizado. Hasta julio de 2020 se habían realizado los diagnósticos de más de 260 personas, entre las cuales se evitó la cirugía a más del 70% de los casos, generando un gran impacto en la calidad de vida de estos pacientes. Además, la simplicidad tecnológica del test permitió que fuera un 70% más económico que sus competidores y que los costos en salud de estos pacientes se redujeran en más de 40%.
A inicios del 2020, GeneproDx firmó un acuerdo con la empresa multinacional de diagnóstico molecular Biocartis para el codesarrollo de una nueva versión de ThyroidPrint en un formato de un kit que permite realizar el test en cualquier laboratorio del mundo en solo dos horas. Esto posicionará a GeneproDx como la primera empresa en el mundo en contar con un kit para nódulos indeterminados con acceso al mercado global (H. González, comunicación personal, 2020).
Proceso de ideación
Technology push versus demand pull
Según Brem & Voigt, (2009), las ideas que se pueden transformar en innovación basada en ciencia pueden provenir de dos fuentes. Una de ellas es la necesidad del mercado denominado en inglés como “market pull” o “demand pull”, lo que quiere decir que son las empresas las que dirán qué es lo que se requiere. La otra fuente es la curiosidad científica, denominada en inglés como “technology push”, según la cual serán los investigadores quienes tomarán la decisión de en qué investigar, según de lo que ellos creen necesario.
Entonces, se denomina “market pull” o “demand pull” –continúan los autores– al mecanismo desde el cual surgen aquellas ideas que se transformarán en desarrollos tecnológicos, cuyo origen es manifestado como una necesidad de la empresa o del mercado en general. Con esta necesidad, las organizaciones de I+D, como universidades y centros de investigación, comienzan el desarrollo científico para crear una solución para esta demanda, que puede ser particular o general, es decir, resolver un problema específico de una empresa en particular o resolver un problema general de una industria.
Por otra parte, aquellas denominadas como “technology push” son las que surgen de procesos intelectuales dentro de las organizaciones de I+D, sin que necesariamente haya claridad sobre la necesidad del mercado; es decir, surgen desde una insatisfacción o curiosidad científica del investigador, y luego el objetivo es comercializar el nuevo bien o servicio (Brem & Voigt, 2009).
Afortunadamente, la realidad no es tan en blanco o negro. En general, se da una combinación entre ambos mecanismos, a partir de lo cual surgen estas ideas. Atrás quedó la época de los “Eureka”, la célebre expresión de Arquímides, el matemático griego que la pronunció después de descubrir que el volumen de agua que asciende es igual al volumen del cuerpo sumergido, lo que lo habría llevado a resolver el problema de medir el volumen de cuerpos irregulares. Desde entonces, esta frase se utilizaba para celebrar un descubrimiento o un hallazgo muy significativo. Cuando se habla de desarrollo tecnológico, los investigadores están relacionados con su entorno, ya sea a través de congresos y conferencias científicas, o también en diálogo con la industria, por lo que es difícil hacer desarrollos encerrados en un laboratorio y gritar “Eureka” por encontrar una idea maravillosa sobre la cual investigar.
Por otro lado, las empresas no siempre tienen claridad de sus problemas y, dependiendo de los países, no siempre tienen la visión, la voluntad o el financiamiento para acercarse a las organizaciones de I+D y solicitar desarrollos específicos. Por lo tanto, este acercamiento ocurre, generalmente, por voluntad de ambas partes y con una combinación de “Eureka” y requerimientos de la industria.
Sin duda, ambos mecanismos tienen ciertas deficiencias y limitaciones. En el caso del “technology push”, existe el riesgo de comenzar a investigar con aquello que sea más fácil para el investigador, desarrollar soluciones para necesidades de poco interés para la sociedad o el mercado, y también centrarse en un único desarrollo técnico como solución para un problema específico. Por otra parte, el “demand pull” puede enfocarse en aquellas necesidades acotadas, que se identifican fácilmente pero que tienen un potencial o impacto menor.
Según Ameka (2013), uno de los aspectos que influye fuertemente en el desarrollo de innovación basado en ciencia es la proactividad del sector empresarial para vincularse con organizaciones de I+D, manifestando sus necesidades de desarrollo y, a su vez, para saber cuáles son los riesgos que están disponibles a tomar en esta carrera por el desarrollo de innovaciones. En ese sentido, el éxito de un nuevo bien o servicio que se origine de un proceso de I+D depende de la sintonía y el direccionamiento que haya ente el “demand pull” y el “technology push”. Para lograrla, la capacidad de relacionarse o vincularse, o networking por su denominación en inglés, es reconocida como la clave esencial del factor de éxito.
Bootleg Research
Otro concepto relevante a considerar en el surgimiento de ideas es el denominado “Bootleg Research”, que se refiere a una forma de desarrollar una idea dentro de una organización, sin autorización formal, sin consentimiento, o en contra de lo establecido por la organización, lo que afecta principalmente a empresas.
Según lo plateado por Criscuolo et al. (2014) en su investigación sobre “bootlegging”, las organizaciones a menudo tienen que lidiar con encontrar un equilibrio entre permitir a sus colaboradores, específicamente aquellos dedicados a I+D, la suficiente flexibilidad y la autonomía para explorar lo “nuevo” e “inusual”, y mantenerlos controlados para asegurar que sus esfuerzos innovadores estén alineados con las estrategias, objetivos y prioridades de la empresa. En los casos en donde existan muchas restricciones, los individuos pueden buscar aumentar su autonomía, tomando parte de su trabajo “clandestinamente”. Estas actividades clandestinas se describen como “bootlegging”.
Según Augsdorfer (2005), el bootlegging se define como el proceso mediante el cual las personas toman la iniciativa de trabajar en ideas que no tienen un respaldo formal de la organización y que a menudo están ocultas a la vista de la alta gerencia, pero se llevan a cabo con el objetivo de producir innovaciones que beneficien a la misma empresa. En este contexto, el bootlegging es un vehículo que permite a los investigadores lograr una mayor autonomía para definir sus agendas de investigación y sus objetivos en entornos donde esto no se otorga formalmente (Criscuolo et al., 2014).
El autor continúa sosteniendo que en el caso de las empresas y de las organizaciones de I+D que tienen focos de desarrollo específicos, las reglas y procedimientos formales pueden limitar la flexibilidad y la creatividad requeridas para explorar nuevas y valiosas oportunidades y limitar el alcance de la experimentación. Sin embargo, el deseo de garantizar la autonomía en la búsqueda de nuevas ideas y el desarrollo de innovaciones, debe equilibrarse con un nivel de responsabilidad sobre los roles asignados a los colaboradores involucrados.
Dos tipos de autonomía son particularmente relevantes: autonomía operacional y autonomía estratégica. Debido a que la organización típica de I+D se caracteriza por contar con personas altamente calificadas que trabajan en proyectos complejos y difíciles, es común que quienes hacen investigación tengan altos niveles de autonomía operativa en su trabajo. Sin embargo, solo algunas organizaciones otorgan formalmente un grado de autonomía estratégica que brinda a los equipos de investigación la oportunidad de definir sus propias agendas y objetivos de investigación, y establecer la dirección general de sus proyectos (Criscuolo et al., 2014). Si bien es cierto esto ocurre mayoritariamente en universidades, que por lo general tienen el principio de libertad de investigación, también hay algunas empresas, como Google, donde los desarrolladores pueden dedicar el 10% de su tiempo a investigar cosas fuera de su agenda de investigación.
A diferencia de estos casos particulares, como resultado de las restricciones impuestas por las organizaciones, los investigadores pueden recurrir a métodos informales para obtener una mayor autonomía estratégica, participando secretamente en esfuerzos de innovación no programados (Criscuolo et al., 2014). En este sentido, el bootlegging surge como un proceso continuo incremental de aprendizaje de prueba y error en I+D, y su incertidumbre no es mejor o peor que la de I+D “autorizada” (Augsdorfer, 2005), aunque esta práctica muchas veces surge debido a que la idea es difícil de justificar y bastante arriesgada a ojos de la organización.
El valor de la investigación de bootleg para una empresa puede ser tangible e intangible. Mientras que los resultados tangibles de la investigación tienen claros beneficios económicos en términos de mayores ganancias para la compañía, los beneficios intangibles consisten en que, por un lado, aumentan la base de conocimiento tecnológico a través de la construcción de competencias y, por otro, los equipos de investigación se mantienen motivados (Augsdorfer, 2005).
El estudio señala que en la etapa inicial de la actividad innovadora existe muy poca diferencia entre los proyectos de bootlegging y los proyectos “autorizados”. Los primeros pasos de la investigación generalmente consisten en la recopilación de datos, ya sea en forma de pequeños experimentos o revisiones de la literatura. Donde sí hay una diferencia, es en que el bootlegging representa un bajo nivel de incertidumbre en cuanto a recursos, ya que la investigación ocasiona solo costos menores adicionales en términos de consumo de tiempo y costo de herramientas, materiales y equipos, pues estos a menudo están ya disponibles en el laboratorio.
En resumen, los gerentes que temen perder el control pueden estar seguros de que no hay nada que temer. Las ideas no se desarrollan por accidente o de forma aislada. Las nuevas ideas están de alguna manera relacionadas con lo que los investigadores ya saben (Augsdorfer, 2005).
Existen múltiples ejemplos que demuestran que esta práctica ha significado grandes beneficios para la organización, y por supuesto, muchos dan cuenta de que ha sido un rotundo fracaso y una pérdida de recursos importantes.
El contexto histórico y las políticas de apoyo
Estados Unidos
Si bien la historia de transferencia tecnológica en Estados Unidos tiene una larga data, lo cierto es que en los años ochenta se genera un fuerte impulso. En esta década, el Congreso aprobó la legislación histórica que rige la transferencia de tecnología universitaria llamada Ley de patentes y enmiendas derecho de marcas, más conocida como la Ley Bayh-Dole, impulsada por los senadores Birch Bayh, de Indiana, y Bob Dole, de Kansas. Dicha ley cambió drásticamente los incentivos para que las universidades y las empresas se involucren en la transferencia de tecnología universitaria, y simplificó el proceso de comercialización mediante el establecimiento de una política de patentes uniforme y la eliminación de muchas restricciones a la licencia de tecnologías financiadas por el gobierno federal. Más importante aun, permitió a las universidades ser dueñas de las patentes que surgían de los subsidios de investigación federales, lo que hasta esa fecha no se permitía. Se considera que esta ley no solo transformó el sistema de innovación basado en ciencia en Estados Unidos, sino que también fue la base jurisprudencial que ha permitido que beneficiarios de fondos estatales para actividades de I+D tengan derecho a patentar invenciones y conceder licencias, incentivando fuertemente la vinculación universidad-industria, y facilitando la llegada al mercado de bienes y servicios basados en resultados de investigación (Albert et al., 2015).
Con dicha ley, dicen los autores, se incentivó a las universidades a comenzar a crear unidades encargadas de responder a la necesidad de gestionar el proceso de transferencia de manera formal, con incentivos y políticas claras, generando vínculos de largo plazo con la industria y el sector público. La mayoría de las universidades que desarrollan investigación, tienen oficinas de transferencia tecnológica conocidas también como oficinas de transferencia y licenciamiento, y cada vez más las universidades comienzan a ser motores del crecimiento económico y del desarrollo local y regional, a través de la comercialización de su propiedad intelectual.
Aunque los efectos de la Ley Bayh-Dole sobre el aumento de patentes están lejos de ser definitivos y concluyentes, las universidades y otras organizaciones públicas de investigación protegen cada vez más sus invenciones, las que van desde desarrollos genéticos hasta programas de software, con la expectativa de generar fondos adicionales para la investigación y financiar parte de la actividad universitaria. Por ejemplo, antes de 1981, menos de 250 patentes eran solicitadas por las universidades cada año. Un poco más de una década después, se solicitaban casi 1.600 patentes cada año (Henderson et al., 1998; Shane, 2004). Otro de los datos relevantes relacionados con las patentes es que entre 1993 y 2000 a las universidades de Estados Unidos se les concedieron aproximadamente 20.000 patentes. Durante ese período, algunas de estas patentes universitarias generaron millones de dólares en ingresos por licencias, y estimularon la creación de más de 3.000 nuevas empresas.
Según datos de la asociación de gestores tecnológicos universitarios, AUTM por su sigla en inglés, entre 1996 y 2017, la transferencia tecnológica en Estados Unidos ha apoyado la creación de cerca de seis millones de nuevos empleos, se han creado más de 13.000 empresas basadas en ciencia, y se ha contribuido con 865 billones de dólares al producto interno bruto del país (Atkins, 2009).
Dicha organización realiza encuestas anuales entre las organizaciones que son parte de la asociación, denominada AUTM Licensing Survey. Los resultados del año 2018, mostraron que 828 nuevos productos comerciales se lanzaron al mercado ese año. Adicionalmente, 1.080 nuevas empresas fueron creadas en 2018 (AUTM, 2017).
Europa
En Europa existen diferencias significativas en términos de la gestión de la propiedad intelectual de las universidades, aunque es posible encontrar cierta convergencia, según el estudio realizado por Siegel (2015). En el Reino Unido, por ejemplo, las universidades han fortalecido cada vez más sus derechos sobre la propiedad intelectual generada por sus académicos, mediante una normativa que considera la distribución de regalías asociadas entre quienes participaron en la creación de los resultados de investigación y las áreas de las universidades que participaron en el desarrollo.
El estudio plantea que en Alemania y Bélgica adoptaron la legislación tipo Bayh-Dole a fines de la década de los noventa, mientras que en Francia este tipo de regulación ya existía desde hacía algún tiempo. En Italia, los investigadores pertenecientes al sector público reciben el derecho de propiedad de sus desarrollos, pero en la mayoría de los casos las universidades realizan un contrato formal de manera individual para otorgar los derechos de propiedad intelectual a la universidad. En Suecia y Finlandia se están llevando a cabo discusiones para cambiar sus políticas y regirse por un modelo tipo Bayh-Dole más que por el modelo de propiedad del inventor.
Por otra parte, la mayoría de los países europeos ha cambiado su legislación para hacer posible y más atractivo para los investigadores y académicos asumir participación accionaria sobre empresas que se creen para desarrollar y explotar comercialmente sus resultados y para poder recibir regalías o ingresos, producto de la comercialización. En Francia, por ejemplo, antes de 1999 era ilegal que un académico asumiera participación accionaria sobre una empresa (Albert et al., 2015).
El estudio agrega que, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, el nivel de actividad comercial en las universidades europeas es relativamente bajo en comparación con los altos niveles de rendimiento científico e inversión en investigación con los que cuentan. Este fenómeno se conoce como la “European Academic Paradox”. En gran parte, esta toma de conciencia reflejó el reconocimiento por parte de los gobiernos de que, en algunos casos, colocar los resultados de la investigación financiada con fondos estatales en el dominio público no es suficiente para generar beneficios sociales y económicos de la investigación (OCDE 2003). Así, desde principios de 2000, muchos países europeos, como, por ejemplo, Austria, Dinamarca, Alemania y Noruega, han eliminado el llamado privilegio del profesor, que otorgaba a los académicos el derecho a poseer patentes. El derecho a la propiedad intelectual ahora se ha transferido a las universidades, mientras que los inventores académicos reciben una parte de los ingresos vía regalías, acorde al modelo Bayh Dole.
Latinoamérica
El caso de Latinoamérica es más reciente y diverso, ya que cada país ha vivido realidades diferentes. Por ejemplo, en Argentina, si bien es cierto las primeras actividades surgen en la década de los años ochenta, como punto de partida de la institucionalidad se considera la creación en los noventa de la unidad de vinculación tecnológica a nivel estatal, la cual fue pionera en la región latinoamericana. Más recientemente y a partir de la necesidad de diseñar y ejecutar una política integral de promoción de la vinculación y la transferencia tecnológica, se crean en el año 2013 las oficinas de vinculación tecnológica dentro de los centros científicos tecnológicos argentinos.
Estas oficinas tienen la finalidad de promover la explotación comercial de los resultados de las actividades de investigación, de transferencia y de servicios de ciencia y tecnología, así como realizar la gestión administrativa, el seguimiento y la evaluación, incluyendo los convenios celebrados entre el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET y sus contrapartes (Oficinas de Vinculación, n.d.).
En 1981, en Brasil se comenzó a diseñar los Nucleos de Innovación Tecnológica, NITs, con el objetivo de mejorar los vínculos entre academia e industria y, pese a los esfuerzos estatales, la iniciativa se suspendió a fines de la década de los ochenta (Santos, 2016). En la mísma década, comenzaron las actividades del Programa de Apoyo para el Desarrollo Científico y Tecnológico, PADCT, vinculado al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación del país, en cuyas áreas de acción está incluida la propiedad industrial. En 1998 comenzó un debate sobre la importancia de la propiedad intelectual para el desarrollo económico de Brasil, particularmente en relación con la internacionalización de la economía. En esa década, la falta de una legislación nacional que contemplara y guiara las acciones de esta área en desarrollo fue evidente ya que los Centros de Innovación Tecnológica, TIC, recibieron diferentes nombres y divergieron en acciones que estaban totalmente desenfocadas. Esta situación fue crucial para la creación de la Ley de Innovación Nacional de Brasil en 2004 (Chais et al., 2017).
La Ley de Innovación de 2004, definió TIC como un Centro de Innovación Tecnológica cuyo objetivo es gestionar la política de innovación, monitorear los procesos de desarrollo desde la investigación hasta la innovación, y promover asociaciones entre universidades y empresas. Con este impulso, en 2006 se creó el Foro de Gestores de Innovación y Transferencia de Tecnología, FORTEC, por sus siglas en portugués, con el objetivo de compartir experiencias y buenas prácticas de gestión, impulsar la formación y cualificación de profesionales en materias de propiedad intelectual y la transferencia de tecnología (Santos, 2016). Las actividades vinculadas a las TICs en las universidades se relacionan con la atención a la política institucional y el incentivo con respecto a la cultura de innovación a través de la protección de propiedad intelectual, licencias de patentes, gestión de acuerdos de transferencia de tecnología, interacción entre universidades y empresas, organización de eventos que promueven y crean un entorno propicio para la difusión de la innovación en la universidad, y asistencia a investigadores en la recaudación de fondos para la innovación, entre otras actividades. Nuevamente la Ley Bayh-Dole inspiró la Ley de Innovación de 2004 en Brasil (Chais et al., 2017).
En el caso de Chile, la historia es más reciente aun. Si bien es cierto que el país cuenta con una ley de propiedad intelectual que data de los años setenta, recién a principios de este siglo algunas universidades comenzaron a crear unidades encargadas de gestionar la propiedad intelectual y la transferencia tecnológica.
En el país, los esfuerzos por impulsar la transferencia tecnológica fueron generados por el Estado, y es así como a comienzos de los años dos mil se realizaron las primeras tentativas de crear institucionalidad y comenzar el proceso de formación de personas que serían las encargadas de gestionar las oficinas de transferencia en los siguientes años. Comenzada la segunda década, la agencia estatal encargada del fomento a la innovación y el emprendimiento, dependiente del Ministerio de Economía, denominada Corporación de Fomento de la Producción, CORFO, lanzó un financiamiento para la creación y el fortalecimiento de capacidades de comercialización y transferencia tecnológica dentro de las instituciones, y en este contexto convocó al primer concurso para fortalecer Oficinas de Transferencia y Licenciamiento de universidades y centros científico-tecnológicos nacionales. En un inicio se apoyó a más de veinte instituciones, las que desarrollaron nuevas políticas, procedimientos y regulaciones de propiedad intelectual, aumentaron sus redes de contacto y formaron capacidades internas.
Durante el año 2012 se crea la “Red de Gestores Tecnológicos de Chile”, una corporación de derecho privado sin fines de lucro, constituida por profesionales que trabajan en universidades y centros científico-tecnológicos en temáticas relacionadas con la transferencia tecnológica, cuyo objetivo es vincularse y relevar la importancia de la transferencia tecnológica en el país.
Además de los programas del Ministerio de Economía, en 2012, el Ministerio de Educación creó programas de financiamiento para incentivar la innovación basada en ciencia en las universidades chilenas, lo que aceleró y fortaleció el sistema.
CORFO ha continuado el apoyo a las oficinas de transferencia y licenciamiento del país, con el objetivo de apoyar su consolidación y posicionamiento dentro de la institución y hacia el exterior, y aumentar la cartera de iniciativas con potencial de mercado, incrementando de forma significativa el número de revelaciones de invención, contratos de I+D, licencias, consultorías e investigación colaborativa con empresas y otras entidades de I+D+i, tanto a nivel nacional como internacional.
En 2015, CORFO lanzó un nuevo instrumento que dio paso al nacimiento de los hub de transferencia tecnológica, cuyo objetivo es crear una entidad que agrupe a diversas universidades, en tamaño, especialización y ubicación geográfica, con la hipótesis de hacer más eficiente la gestión de transferencia tecnológica y escalamiento de resultados de I+D a través de la concentración de capacidades y capital humano altamente especializado, orientada hacia la creación de negocios en distintas industrias en mercados globales, con acceso a redes de apoyo a la internacionalización de los emprendimientos de base tecnológica.
Si bien es cierto que desde el año 2011 se han realizado esfuerzos importantes en la creación de capacidades de gestión tecnológica en las universidades y centros científico- tecnológicos, habiendo importantes avances institucionales en gestión de propiedad intelectual y formalización de procesos de transferencia tecnológica, solo recientemente ha comenzado a notarse un incremento en el número de patentes y licencias, y son todavía incipientes los resultados en contratos tecnológicos y creación de empresas de base tecnológica, debido a que se trata de procesos que toman tiempo de maduración.