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Prólogo
Mercedes Milá

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M e dijeron que entraba un chico moderno y culto. Me llevé una gran alegría. Tanto por lo de moderno, que me divertía lo que más, como por lo de culto, que siempre nos viene bien a todos. Me pregunté quién sería aquel valiente que tenía negocio propio y dedicaba su vida a la pintura y al arte para decidir dejarlo todo y seguir al Señor de Gran Hermano, sabiendo que la incertidumbre le acompañaría casi permanentemente.

Cuando nos conocimos, dos minutos breves en un hotel, como al resto de sus compañeros, se me quedó grabada su risa y su pelo rubio Marilyn. A partir de ese momento le recordé siempre como “mi pollito”.

Álvaro Vargas era de los nuestros, de esos que nos conocemos al dedillo la historia de nuestro programa; que amamos este formato, que lo hemos visto con extraordinaria fidelidad año tras año. Entrar en Guadalix iba a ser para él un momento importante de su vida y, por esa razón, se preparó a conciencia.

Cuando mi compañera Mafer y yo cerramos la puerta de aquella habitación y volvimos a coger el ascensor para dirigirnos al siguiente hotel, al siguiente concursante, a ella no se le escapó un comentario mío como de pasada... “¡cómo se atreve a entrar con esos calcetines amarillo pollito!”. Pero no dijimos más porque él estaba seguro de que aquellos calcetines le traerían suerte.

Todos los miembros del equipo de GH dejan el resto, año tras año, para que la primera Gala de cada edición sea especial, sorprenda y, a ser posible, entusiasme a los millones de seguidores que esperan nerviosos la llegada de los nuevos concursantes a la casa de Guadalix de la Sierra. En aquella ocasión, y siguiendo los pasos marcados por la publicidad de: “siente el vértigo” los concursantes fueron entrando a cual de manera más divertida y vertiginosa.

Las medidas de seguridad estaban puestas, todos estábamos preparados para disfrutar de los saltos al vacío de aquel grupo de chicas y chicos que lograban cumplir su sueño y formar parte de los valientes y generosos que nos entregarían sus vidas a partir de ese instante. Pero una tirolina iba a acabar con todas las ilusiones de aquel pollito moderno y culto. Saltó con ganas, tal como le indicaron, con ganas y miedo hizo lo que tenía que hacer para ser como los demás pero no le acompañó la suerte.

El grito en el plató fue aterrador. Sus compañeros desde abajo trataban de ayudarle a salir de esa red que se pegaba a sus brazos, a sus piernas, a todo su cuerpo, como un pulpo enredado en un salabre. Cuando Álvaro tocó por fin con los pies en el suelo, su carita blanca daba a entender que algo serio había ocurrido en su cuerpo. Y así fue.

Este libro que ahora tenemos en las manos es precisamente la reflexión y los pensamientos de unas semanas que nadie esperaba. Es el libro que puede ayudarnos a todos los que, de forma inesperada como suele ocurrir casi siempre, la vida nos haya frenado en seco y decidido colocar tus planes en un armario porque es ella la que toma decisiones.

Mi pollito fue un ejemplo para todos nosotros y para todos los que se acercaron a consolarle y ayudarle mientras vivió en el hospital. Nunca dejó que se apagara esa sonrisa, esa risa incluso, que había quedado grabada en mi memoria en nuestro primer encuentro. Su carcajada sonora y limpia mantuvo a raya a todos los que llegaban para compadecerle. Estoy segura de que en su fuero interno se puso en marcha un motor que le permitió tener esperanza todos los días de esas semanas de curas y ejercicios dolorosos. Ese motor fue el que llenaban de gasolina y pasión, las famosas 24 horas, sus compañeros desde Guadalix de la Sierra viviendo a manos llenas lo que él había perdido... de momento. Pero yo nunca dudé de que Álvaro, roto como estaba, entraría en nuestra casa de Gran Hermano a tiempo y mantuve la fe y la fuerza para ayudarle a que así fuera cada uno de los días que los médicos lo retuvieron.

Su control mental, su aprendizaje del sufrimiento, su capacidad de ponerse retos que iba superando, recompusieron sus brazos y una noche de gala, en Telecinco, pudimos darnos aquel abrazo con todas nuestras fuerzas, delante de todos los telespectadores mientras le decía al oído: “disfruta pollito, disfruta cada segundo de esa casa que es tuya y que te has ganado con todo el derecho del mundo, pero por favor te lo pido... no vuelvas a ponerte calcetines amarillos”.

Estoy segura de que Álvaro Vargas habrá escrito este libro para que llegue a cada uno de sus lectores como deba de llegar; estoy segura de que en estas líneas vamos a encontrar sabiduría y sobre todo bondad, porque “Mi Pollito Volador” ha sido siempre para mí un ejemplo de ser humano y eso suele contagiarse.

Gracias Álvaro.

Cómo caerse delante de 3 millones de personas y levantarse

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