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ОглавлениеCapítulo 2. La controversia diplomática durante las primeras semanas del estallido revolucionario
Días después del 20 de noviembre, algunos sectores de la prensa estadounidense aseguraron que la revolución en México no debía causar preocupación, pues no tenía las magnitudes de los levantamientos registrados en Europa. Desde Estados Unidos algunos medios consideraron que la situación política en México pronto se normalizaría. No obstante, el primer baño de sangre, registrado en Puebla y causado por los hermanos Aquiles Serdán, se publicó como un caso escandaloso en el que se indicó que “con certeza fueron más de 100 los asesinados por el conflicto […] dos mil tiros fueron disparados antes de que las fuerzas federales forzaran la rendición” (The Salt Lake Tribune, 20 de noviembre de 1910: 1).
La prensa amarillista estadounidense advirtió que la violencia no pararía, pues “el levantamiento mexicano está programado para hoy” (The Tribune, 19 de noviembre de 1910: 1). Como respuesta, el cónsul americano en Nuevo Laredo se trasladó a Washington para advertir de viva voz que la Revolución mexicana iniciaría entre Laredo y Eagle Pass, pero que se extendería simultáneamente por Cananea, Hermosillo y Guaymas.
Algunas voces más optimistas entre la prensa estadounidense esperaron que los disturbios y las manifestaciones callejeras terminaran “después del 1 de diciembre de 1910, fecha en la que el mandatario mexicano iniciaría un nuevo régimen presidencial” (The New York Tribune, 23 de noviembre de 1910: 2), ya que se creía que la renovación del régimen restauraría el sistema de orden y progreso. En principio, el alzamiento maderista no fue estimado como amenaza al orden social y económico prevaleciente, pues “los funcionarios de los gobiernos de México y Estados Unidos estaban convencidos de la estabilidad del porfiriato” (Ulloa, 1997: 21).
No obstante, con el paso de las semanas la prolongación de la lucha armada encendió todas las alarmas. El embajador mexicano en Estados Unidos señaló al secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, que existía una “gran preocupación por los movimientos revolucionarios registrados en la nación mexicana”.18 Al mismo tiempo, la prensa estadounidense dedicaba cada día más noticias sobre el movimiento armado. La estabilidad del porfiriato fue puesta en duda por distintos protagonistas de la política estadounidense, desde “el embajador Henry Lane Wilson, en seguida el subsecretario de Estado Huntington Wilson, y, por último, Taft y Knox” (Ulloa, 1997: 23). El gobierno de Washington aclaró públicamente que su respaldo al régimen porfirista era extraoficial.
La única medida oficial que tomó la Casa Blanca fue de vigilancia, pues era conocido por todos que el movimiento revolucionario se orquestaba en California, Nuevo México, Arizona y Texas. Se ordenó al Servicio Secreto que “vigilara cualquier movimiento, así como prevenir la movilización de fuerzas de los Estados Unidos a toda costa […] los Estados Unidos están determinados a prevenir cualquier infracción a las leyes de neutralidad” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1).
La prensa estadounidense señaló que dicha “neutralidad” poco contribuyó a la paz, ya que era evidente la venta de “grandes cantidades de munición y armas de fuego que ha sido secretamente dispuesta a lo largo de la frontera” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1). La economía fronteriza repuntó gracias a la venta de armas, por lo que la proscripción afectaría la economía regional. La neutralidad era una cuestión económica más que de respeto a la soberanía mexicana.
La incertidumbre respecto a la revolución creció cuando se rumoró que los enfrentamientos trascenderían la frontera, por lo que Washington recomendó al gobernador de Texas (Campbell) que enviara a los rangers a la frontera para “enfrentar a bandas de mexicanos que se encuentran instalados para iniciar una supuesta invasión de México” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1). El objetivo fue claro: “todas las precauciones han sido tomadas por las autoridades americanas para prevenir la violación de las leyes de neutralidad en suelo de los Estados Unidos” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
El 21 de noviembre de 1910 se reportó que el 23º Regimiento de Infantería estaba instalado en los tres pasos fronterizos de Texas,19 con lo que se restringió formalmente el cruce de armas o mexicanos armados que violaran la neutralidad acordada (The Marion Daily Mirror, 21 de noviembre de 1910: 5).20 Un día después, el Departamento de Guerra confirmó haber dispuesto “tropas listas para correr en trenes especiales hacia la frontera” (The Paducah Evening Sun, 22 de noviembre de 1910: 1) en caso de que se necesitaran.
La crítica ante esta movilización militar en la frontera no se hizo esperar. Para la prensa estadounidense la vigilancia era burlada por los revolucionarios con facilidad. Apenas dos días después se señaló que “todos los reportes coinciden en que las tropas americanas y los rangers de Texas que custodian la frontera han fallado en interceptar un cargamento solitario de armas o bloquear el cruce del río Grande por una simple banda de revolucionarios” (The Marion Daily Mirror, 23 de noviembre de 1910: 1).
El gobierno mexicano tomó medidas para prevenir que los revolucionarios irrumpieran en los estados fronterizos, por ello “las autoridades mexicanas esta tarde [22 de noviembre] enlistaron americanos con caballos para servir como guardias de la patrulla fronteriza” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1). El pago ofrecido era de 20 pesos diarios, un salario alto que pretendía motivar a que más estadounidenses ofrecieran sus servicios.21
El temor a que la movilización militar generara un conflicto internacional era latente, pero intervenir anticipadamente violaría las leyes internacionales y rompería con el compromiso de amistad y cooperación vigente con el gobierno de Díaz. El gobierno federal mexicano estaba consciente de que blindar la frontera era crucial para evitar que se fortificaran los revolucionarios. Por su parte, Estados Unidos consideró que el peligro de la revolución radicaba en que el estado mexicano no se enfrentaba a un ejército, sino a guerrilleros con objetivos diversos que luchaban por desarticular un régimen reconocido por ser ejemplo de paz y estabilidad latinoamericana. La falta de disciplina de los rebeldes amenazó con provocar que la violencia escalara sin freno, con peligro de alcanzar matices antiestadounidenses.
Las noticias sobre la revolución llegaban a cuenta gotas a Estados Unidos, pues tras la intervención de las comunicaciones telegráficas se generó una “gran dificultad para obtener auténticos reportes sobre los lugares de disturbio […] haciendo que la información auténtica sea difícil de procurar” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2). La llegada de informantes se limitó porque el cruce fronterizo se restringió en un horario de 6:00 a las 24:00 hrs. En consecuencia, los reporteros publicaban noticias atrasadas, la mayoría de ellas “de carácter vago. Aunque [no se tuvo duda que] de cualquier manera la situación es crítica al extremo” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
En México, el 22 de noviembre las oficinas postales censuraron cualquier periódico americano que hiciera referencia a la Revolución mexicana, lo cual fue calificado como evidencia de la crisis en la que estaba inmersa la administración porfirista. Para disipar los rumores, algunos voceros del gobierno mexicano argumentaron que las medidas restrictivas sólo pretendían el control total de las comunicaciones telegráficas para su coordinación. Con el paso de los días crecieron las sospechas de que “la situación en México es tan seria que el gobierno mexicano dio los primeros pasos para prevenir noticias sobre la rebelión de la mirada del mundo exterior” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
Aun frente a cualquier explicación, la censura aumentó la incertidumbre entre la prensa estadounidense, por lo que sus páginas se nutrieron con experiencias y declaraciones de estadounidenses y mexicanos que cruzaban la frontera. Los rumores protagonizaron los relatos acerca de la guerra, debido a que la información sobre México era escasa. Los primeros anuncios sobre grandes cantidades de muertos en México —más de trescientos— fueron reportados por “A. G. Springer, un hombre de negocios que llegó esta mañana [21 de noviembre] de Gómez Palacio” (The Rock Island Argus, 22 de noviembre de 1910: 1). Al ser entrevistado declaró: “la nación entera que he recorrido está en armas y en muchos lugares el terror prevalece” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). En otros diarios se publicaron noticias en las que Springer aseguró que “todo está cerrado en Torreón, bancos, tiendas, bares y los negocios están parados” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).
Pero así como algunas voces desestimaron la trascendencia del movimiento revolucionario, otros diarios publicaban que México estaba “en pleno proceso de disturbios y los rebeldes balean trenes de soldados” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). Se reportó un ataque a un tren de pasajeros que iba de Chihuahua a Madera, con saldo de 67 muertos (la mayoría civiles); las víctimas estaban a bordo del vagón de segunda clase, el cual fue incendiado, y aunque algunos soldados repelieron el ataque, no pudieron hacer gran cosa. Sin embargo, la información sobre esta tragedia fue limitada pues el control telegráfico impidió que fluyera información al respecto.
Un día después se confirmó la muerte de casi trescientos combatientes, como consecuencia de un ataque con dinamita al puente ferroviario de Madera en la ruta del noroeste.22 Aun cuando nadie se responsabilizó del hecho, se les adjudicó el ataque a los maderistas. Con el paso de los días se magnificó el miedo a la violencia revolucionaria en las ciudades fronterizas, y desde Washington se ordenó que los rangers y “tropas americanas acudieran apresuradamente al río Grande para estar preparados para cualquier emergencia” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).
La vigilia en que vivían los pobladores al sur de Estados Unidos fue consecuencia de los múltiples informes que aludieron a un sentimiento antiestadounidense en México. La revolución amenazó con convertirse en una guerra entre naciones, cuyas primeras víctimas eran los habitantes en los puntos fronterizos. La situación revolucionaria en México se convirtió en una crisis insostenible; ello generó que algunos estadounidenses decidieran abandonar el país. En algunas localidades fronterizas los “oficiales mexicanos permitieron a los extranjeros portar armas para protegerse a sí mismos” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).
El 22 de noviembre en El Paso, Texas, se reportó la llegada del primer grupo de estadounidenses que huían de México, quienes declararon ser testigos de una situación de anarquía, además que percibían desesperación en el gobierno mexicano, ya que nutrió su ejército con criminales y exconvictos. Los mexicanos no tenían la capacidad de controlar un movimiento armado de tales magnitudes, que “como bola de nieve” parecía no terminar (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).
La percepción de emergencia aumentó cuando en la prensa estadounidense se reportó la muerte de dos estadounidenses a manos de maderistas, sin embargo, la junta revolucionaria declaró que esas historias buscaban desacreditar el levantamiento contra Díaz. Madero insistió en que los revolucionarios eran respetuosos de las propiedades y los derechos de los extranjeros, y el único incidente del que se tenía noticia era “malos tratos a americanos de parte de servidores gubernamentales […] así como de seguidores de Díaz” (The Marion Daily Mirror, 23 de noviembre de 1910: 1). La controversia diplomática ya había empezado, por lo que el objetivo principal para México fue evitar un conflicto político con Washington.
Aun cuando se desarrollaron intensos combates en algunas poblaciones donde había importantes asentamientos estadounidenses, como Gómez Palacio, Lerdo y Torreón (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2), no se reportaron víctimas fatales hasta el 25 de noviembre de 1910.23 Tanto revolucionarios como el ejército federal garantizaron el respeto a la vida de los extranjeros; en la prensa estadounidense se reportó que “oficiales de la armada mexicana y americana están trabajando mano con mano para prevenir que la situación asuma proporciones más serias a lo lago de la frontera” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).
A pesar de todas las garantías, la intervención del ejército estadounidense fue un tema latente y los preparativos iniciaron con la disposición de una estrecha vigilancia militar de la frontera; sin embargo, ni el gobierno de Taft, Díaz o los maderistas consideraban que la intervención solucionaría los conflictos en México. La situación al sur del río Bravo era incierta: por un lado, se recibían informes de batallas, matanzas y acciones violentas; por otro, la censura y el control de las comunicaciones generó aún más rumores que los silenció.
Para garantizar la seguridad de los pobladores en la frontera, el gobierno federal anunció la declaración de la ley marcial, con la que los “reportes oficiales de estado informan que la quietud prevalece a lo largo del país, y que ningún problema ocurrió en ningún lugar hoy. Las autoridades de cualquier manera están vigilantes” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). Pero ni esta o alguna otra medida lograron disuadir las movilizaciones y propaganda antiyanqui, especialmente porque en Estados Unidos se registraron ataques antimexicanos.
En la madrugada del 24 de noviembre, en Denver, Colorado, se registró un ataque a la casa de Miguel Castanen; la turba justificó su ataque con la posibilidad de que fuerzas mexicanas invadieran Texas. Según algunos testigos, “todos con palos y rocas y otros misiles se apresuraron hacía ellos mientras huían […] Castanen fue notificado de que su casa sería quemada si no dejaba la ciudad” (The Marion Daily Mirror, 24 de noviembre de 1910: 8). Pese a todas las advertencias, este mexicano permaneció en su domicilio. El temor a una posible invasión generó que todos los mexicanos en Denver fueran perseguidos, por lo que se refugiaron en las oficinas del vicecónsul mexicano para que les brindara protección.
Los militares y las fuerzas policíacas contribuyeron al caos al reportar el arresto de algunos mexicanos por violar las leyes de neutralidad después de “importantes decomisos de armas reportados por la comisaría de Estados Unidos en el territorio del Alto Río Grande” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). El temor a una posible invasión exacerbó la violencia en ambos lados de la frontera.
Los mexicanos representaron una potencial amenaza al usar al territorio estadounidense como refugio, armería y campo de reclutamiento, por lo que se temió que, en su afán combativo, atrajeran la violencia a su país. El 24 de noviembre la prensa estadounidense fijó su atención en Washington, ya que el revolucionario Gustavo A. Madero llegó a la Casa Blanca “como agente confidencial para el partido revolucionario, pero hasta el momento no ha sido llamado por el Departamento de Estado” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Su llegada fue considerada como una respuesta al reclamo del Departamento de Justicia en el que responsabilizaba al maderismo de usar el territorio estadounidense como base militar.
El Departamento de Estado, por recomendación del embajador Henry Lane Wilson, negó cualquier entrevista con el líder revolucionario; además, el diplomático solicitó que se investigara su posible participación en violaciones a tratados internacionales.
La tensión diplomática aumentó la mañana del 23 de noviembre con el asesinato de J. M. Reid,24 a quien le dispararon mientras transitaba por la Alameda Central en la Ciudad de México. Ningún bando fue culpado, por lo que la embajada estadounidense no hizo declaraciones sobre el tema, a fin de evitar dar muestras de un distanciamiento con Díaz.
La presencia de Madero fue considerada un potencial peligro a la seguridad nacional, pues se advirtió que “el partido rebelde estableció su cuartel aquí” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). No bastaba la zona fronteriza, ahora Washington era tomado como refugio. Esta presencia incomodó al Departamento de Estado, pues cualquier gesto comprometería la neutralidad estadounidense. Pero Madero tampoco podía ser detenido, ya que cualquier acto en su contra podría interpretarse como una toma de partido.
Mientras tanto, en México se reportaron afectaciones y boicots que buscaron diseminar el sentimiento antiyanqui entre la población. Con alarma se refirió que en algunas ciudades circulaban panfletos que llamaban a:
No comprar ningún artículo hecho por americanos o vendido por americanos, y no frecuentar ningún hotel o casa rentada por americanos, donde sirven americanos y no emplear americanos […] no considerar casas de comercio que tengan un título en inglés aun cuando sus propietarios sean mexicanos (Bisbee Daily Review, 30 de noviembre de 1910: 1).
Fue en este contexto que Arnold Shanklin, cónsul general de Estados Unidos en México, se trasladó a San Antonio, Texas, con el fin de rendir un informe sobre la situación revolucionaria. En una entrevista previa a su presentación en el Congreso, reportó que todo estaba tranquilo “a lo largo de la línea de los Ferrocarriles Nacionales de México entre la capital y Laredo” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Descartó que la revolución fuera un movimiento generalizado en el país y mucho menos con poder de derrocar al gobierno nacional.
Esta misma perspectiva fue compartida por el vicepresidente de la American Smelting and Refinering Company, quien consideró que los reportes que le llegaban de regiones fronterizas como Eagle Pass eran exagerados, pues “el problema en México se ve más en las regiones rurales que en los centros de población […] en general nuestros representativos en la Ciudad de México reportan todo quieto” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Desestimó que la violencia se generalizara, por lo que invitó a sus compatriotas a confiar en los mercados mexicanos.
El 25 de noviembre, el cónsul estadounidense en Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, telegrafío al Departamento de Estado para informar que todo estaba “quieto en su sección, y que aparentemente la excitación en todos lugares de México va decreciendo […] los reportes de lucha en Torreón, Gómez Palacio, Parral, Durango y Zacatecas son exagerados y las condiciones en esos pueblos son ya casi normales” (The Tacoma Times, 25 de noviembre de 1910: 1). Aun cuando todo pareció regresar a la normalidad, algunos estadounidenses dejaron el país mediante las vías ferroviarias, por lo que era tarea del diplomático coordinar su retorno a Estados Unidos.
El embajador mexicano, León de la Barra, comentó a la prensa estadounidense que los informes sobre la violencia revolucionaria publicados hasta el momento eran totalmente exagerados; sin embargo, no aclaró cuál era la situación en México, pues no poseía informes o datos oficiales de su gobierno (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1), y sus declaraciones eran sólo su apreciación personal.
A finales de noviembre, Los Ángeles Herald anunció en una nota editorial que “las presentes indicaciones son que la ‘revolución’ mexicana puede terminar antes de que los hombres de las fotografías puedan llegar ahí” (Los Ángeles Herald, 30 de noviembre de 1910: 9). La revolución fue considerada más un problema poselectoral que un levantamiento similar a los casos de Nicaragua, Cuba y Puerto Rico, por lo que se esperó su consumación en cualquier momento.
No pasaron muchos días para que la revolución tomara tintes políticos dentro de Estados Unidos. Se discutió la necesidad de una intervención armada para asegurar la pacificación y si parte de la culpabilidad por la guerra en México era estadounidense. Uno de los señalamientos más controversiales fue el de Víctor L. Berger, congresista socialista de Wisconsin, quien declaró:
Morgan y otros tiburones de dinero han promovido la rebelión. Su influencia ha causado que el gobierno respalde a Díaz antes y ahora […] Díaz mantiene su trabajo por un cercano entendimiento con Morgan y otros plutócratas cuyas prácticas él ha impulsado, compartiendo con ellos el botín obtenido (Zinn, 2011: 255).
Este congresista denunció que Díaz estaba usando el intervencionismo estadounidense sobre Latinoamérica como argumento para legitimarse. Según sus informantes en México, el régimen porfirista acusaba que
en caso de que los americanos no reconozcan su gobierno, los americanos vendrán y México seguirá el camino de Texas y será anexado a América. Además, se le ha dicho a los mexicanos que la prensa de los Estados Unidos está continuamente insultándolos y que los estadounidenses promedio los miran hacia abajo (East Oregonian, 24 de noviembre de 1910: 1).
Finalmente, Berger hizo un llamado de emergencia, pues consideró que en adelante “este gobierno no deberá interferir con los asuntos domésticos de México a favor de Díaz y Morgan” (Palestine Daily Herald, 23 de noviembre de 1910: 1). Solicitó que se actuara con prudencia, pues México, por su cercanía y amistad, no era Cuba o Panamá.
En este mismo sentido, el profesor Bernard Moses, del Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley, calificó a la revolución como consecuencia de “la creación de una aristocracia, la amplia proporción de bárbaros en el país, y el descontento de la gente” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). El 24 de noviembre en su cátedra semanal sobre Latinoamérica apuntó:
La raza española parece haber heredado la pasión por la redacción de constituciones y leyes, y cada punto posiblemente esté cubierto en sus documentos. De hecho, está cubierto tan minuciosamente que son a la vez complicados y difíciles de aplicar.
El ejército es la clave de la situación, pero si se da cuenta que el viejo monarca no les puede dar más, pronto lo pondrán fuera del camino, en espera de otro líder (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3).
Es así como desde Estados Unidos se manifestaron voces que culpaban de la violencia en México a los políticos y empresarios estadounidenses. Si había violencia que amenazaba con extenderse a Estados Unidos, era culpa de la “doctrina intervencionista” de la Casa Blanca y el apoyo incondicional a Díaz. Estas declaraciones coincidieron con las denuncias realizadas por el periodista John Kenneth Turner en que la existencia de un sentimiento antiyanqui en México era consecuencia de la ambición empresarial estadounidense. Un ejemplo de ello fue la llamada “diplomacia del dólar”, que al igual que en el caso de Nicaragua creó más problemas de los que resolvió. Los conflictos armados en Latinoamérica amenazaron con multiplicarse, a menos que la doctrina Monroe se cancelara.
A pesar de las denuncias públicas, en algunos discursos, editoriales y columnas informativas de prensa se desestimó el éxito de la lucha revolucionaria. No obstante, dichos pronósticos llegaron a oídos de Francisco I. Madero, quien afianzó ante distintos medios nacionales e internacionales su decisión de llegar hasta las últimas consecuencias.
Mientras tanto, la presencia de Gustavo A. Madero en Washington siguió causando controversia; su insistencia y algunas victorias del ejército maderista le permitieron entrevistarse con representantes de la Casa Blanca. Las autoridades estadounidenses le advirtieron que él y sus correligionarios violaron la neutralidad estadounidense “porque dejaron el país para liderar una revolución contra un gobierno con el que los Estados Unidos estaba en paz” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). Por ello, era imposible ofrecerle alguna relación formal, no obstante, se aclaró que su situación cambiaría sólo si su movimiento triunfaba y se negociaba una amnistía para los porfiristas. En caso contrario, únicamente obtendría “muerte, y la confiscación de sus propiedades” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). El todo o nada era lo que el hermano de Madero consiguió en su visita a Estados Unidos; su única victoria fue asegurar que los marines no invadirían el territorio mexicano, por lo menos no inmediatamente.
A finales de 1910 se perdió toda esperanza de que el movimiento armado en México se extinguiera. La situación parecía ir de mal en peor, no sólo por las noticias sobre los enfrentamientos armados, sino también porque el cuidado de los intereses extranjeros era retórico. Para la clase política y la opinión pública estadounidense no importó si Díaz podía sofocar la rebelión, lo realmente importante fue el impacto de la violencia a los intereses estadounidenses. Mientras algunos periódicos de las zonas fronterizas estaban a la espera de que la revolución contagiara a Estados Unidos, en otros diarios (de entidades alejadas de la frontera) se redactaron columnas de opinión que declararon cierto grado de apatía ante el conflicto:
La elección ha terminado [presidencial], el campeonato nacional de béisbol ha sido jugado y Yale y Harvard han tenido su combate anual. Así que, ante la falta de excitación, la Revolución mexicana parece muy oportuna. Sin embargo, el público ha sido bombardeado tan a menudo con levantamientos latinoamericanos que la guerra abajo del Río Grande puede no llamar mucho la atención, después de todo (East Oregonian, 22 de noviembre de 1910: 1).
Para diciembre de 1910, las noticias sobre lo sucedido en México ocuparon espacios marginales en la prensa extranjera, lo que daba la apariencia de que la situación revolucionaria estaba bajo control. En una entrevista para la prensa estadounidense, el ministro de Guerra de México aseguró que “los llamados revolucionarios ahora se han vuelto sólo bandidos o fugitivos y han estado huyendo de las tropas por todos lados” (Morgan Country Republican, 1 de diciembre de 1910: 5). Las columnas editoriales de algunos diarios aseguraron que la guerra pronto terminaría en un fiasco, pues el presidente Díaz tomó fuertes medidas represivas. En consecuencia, “los rebeldes han huido a las montañas y la paz ha sido nominalmente restaurada, aunque la pelea continuará por algunos meses. Nadie ha leído la serie de artículos de ‘México Bárbaro’ sin llegar a la conclusión de que el título es ampliamente reservado” (The Denison Review, 7 de diciembre de 1910: 1).
Según informes de las autoridades diplomáticas, dentro y fuera de Estados Unidos se desestimó que la Revolución mexicana alcanzaría los niveles de violencia reportados en semanas anteriores. Guy B. Marean, residente de Washington quien durante meses trabajó como ingeniero en México, declaró que:
A juzgar por los periódicos americanos que he visto, se debe imaginar que tuvimos [en México] una revolución latinoamericana en toda regla por aquí, uno con todos los accesorios habituales, un nuevo presidente, propiedades destruidas, y aunque nos causó considerable excitación, en ningún momento los americanos estábamos en algún peligro (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).
Marean afirmó que, pese a la revolución, era posible seguir la vida cotidiana, inclusive aceptó haber cargado algunos días su revólver, pero dejó de hacerlo al resultarle inútil e incómodo. Llamó a los estadounidenses a despreocuparse por los acontecimientos en México, pues contrario a otros casos latinoamericanos, la policía no estaba formada por exbandidos, sino hombres leales que no traicionarían al gobierno por favorecer sus propios intereses (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).
Para el mes de diciembre, Díaz no dejó de presumir la solidez de su régimen ante la prensa internacional. El día primero, en la ceremonia de envestidura de su octava presidencia, se dirigió a los medios internacionales para reafirmar que su política internacional era amistosa, “nunca ha sido más cordial como lo indicamos de manera convincente durante la celebración del centenario de la independencia de México” (Alburquerque Morning Journal, 2 de diciembre de 1910: 1). Este gesto presidencial se sumó a otros mensajes que desestimaron los peligros de la revolución.
Pero el giro en la postura hacia México llegó a un punto de exageración, pues algunas notas calificaron más peligroso el tren que la revolución. En un balance anual del Daily Capital Journal se señaló que el ferrocarril de California tenía “la lista de muertes mayor que la Revolución mexicana” (Daily Capital Journal, 14 de diciembre de 1910: 7), con 306 muertos y 2 175 heridos o mutilados. La amenaza revolucionaria se redujo a un conflicto localizado al que se le acababa el oxígeno y “del que se observa un pronto final” (The Washington Times, 31 de diciembre de 1910: 6).
Los reflectores de la prensa estadounidense apuntaron a las costas del Atlántico, donde se anunció un desembarco de las fuerzas navales estadounidenses; sin embargo, la nación intervenida no sería México sino Honduras. El crucero Tacoma, con su bandera de barras y estrellas, se reportó preparado en las costas de Puerto Cortés para desembarcar a toda su tripulación “con el fin de proteger los intereses americanos de ese lugar” (The New York Tribune, 31 de diciembre de 1910: 2). Se aclaró que la intervención no buscó atacar al gobierno hondureño, sino prevenir posibles daños ante la inminente entrada de tropas guatemaltecas que se disponían a invadir el territorio hondureño.
Para finales de 1910, el caso mexicano pareció seguir los mismos pasos que otras naciones latinoamericanas sobre las que intervino el Tío Sam: un grupo rebelde que se levantó sobre un régimen colonial o autoritario, batallas encarnizadas en las que la principal víctima fue la población, huida de la población extranjera, afectaciones a los intereses estadounidenses. La pregunta entonces es ¿qué hizo a la Revolución mexicana diferente a otros movimientos armados en Latinoamérica? En comparación con otros conflictos continentales, la doctrina Monroe miró hacia otro lado; el cuerpo diplomático estadounidense fue cuidadoso de no generar una guerra, pues era evidente la existencia de una interdependencia compleja entre México y Estados Unidos.25
En una caricatura de Los Ángeles Herald, se comparó a la revolución con una pelea de niños (uno “revolucionario” y otro a favor de la “facción de Díaz”), en la que la verdadera preocupación del Tío Sam no era que se lastimaran, sino que en medio de la pelea se afectaran las inversiones estadounidenses (véase imagen 2). Los reportes de extranjeros que partían del territorio mexicano fueron cada vez más frecuentes, principalmente viajeros y hombres de negocios que buscaron llegar a Estados Unidos para escapar de la violencia.
Se temió que los éxodos de refugiados pronto abarrotarían los pasos fronterizos, temores que se fundamentaron tras reportes de la detención de “una importante carga de contrabando humano” (Los Angeles Herald, 23 de noviembre de 1910: 1) hecha por la patrulla costera de San Francisco. Fueron detenidos 38 tripulantes chinos escondidos en contenedores: “acorde a los reportes […] la nave de contrabando procedía de Mazatlán, donde los chinos pagaron una ‘cuota de contrabando’ para ser puestos en costas americanas” (The Arizona Republic, 2 de diciembre de 1910: 1). Los inmigrantes fueron localizados cuando la embarcación cargaba combustible. No fue posible tomar la declaración de los detenidos, pues sólo hablaban chino, aunque se concluyó que estos indocumentados huían de la violencia.
Imagen 2. Caricatura de la prensa estadounidense.
Fuente: Los Ángeles Herald (23 de noviembre de 1910: 1).
Otro caso que llamó la atención fue el del cónsul estadounidense Luther T. Ellsworth de Ciudad Porfirio Díaz (Piedras Negras, Coahuila), quien mediante un telegrama “solicitó al Departamento de Estado, a través del embajador americano Henry Lane Wilson, en Ciudad de México, ser transferido a otra posición” (The Omaha Daily Bee, 3 de diciembre de 1910: 8). Señaló que su decisión fue consecuencia de “insinuaciones que lo acusaban como autor de informes sensacionalistas de la Revolución mexicana que, según reportes, han perjudicado el comercio con México” (The New York Tribune, 2 de diciembre de 1910: 1). Temiendo por su vida, Ellsworth advirtió que, de negarse su transferencia, solicitaría su inmediata renuncia. La seguridad y el buen trato a los extranjeros se desvaneció durante los primeros días de 1911, y ni siquiera la representación diplomática tuvo garantizada su seguridad; la intervención pareció la única salida.
La ruptura de relaciones entre México y Estados Unidos
El mensaje enviado por la Casa Blanca a todos los involucrados en el conflicto en México fue de neutralidad, lo cual fue celebrado en México. No obstante, a pesar de que el presidente Taft se comprometió a investigar personalmente el linchamiento de Antonio Rodríguez, las manifestaciones antiestadounidenses continuaron en la capital. En ningún momento la administración estadounidense contempló interrumpir sus relaciones con México, aunque había rumores sobre la renuncia de Díaz (El País, 2 de diciembre de 1910: 1). En el interés de investigar la situación mexicana a fondo, se retiró al cónsul Ellswhorth de Ciudad Porfirio Díaz para que personalmente informara lo sucedido en su distrito, pues “se cree que generalmente que las noticias que ha dado sobre el movimiento sedicioso de los anti releccionistas mejicanos [sic] son demasiado exageradas” (El País, 4 de diciembre de 1910: 1).
Para la prensa estadounidense, era evidente que la revolución se salía de control al producirse un sentimiento antiextranjero y “particularmente antiamericano […] los americanos son menos populares que los ingleses y alemanes porque parecemos más emprendedores y porque somos menos diplomáticos” (The World’s Work, 14 de febrero de 1911: 13). Se temió que la violencia revolucionaria atacara los intereses estadounidenses que durante décadas coadyuvaron al crecimiento de la economía mexicana.
Sin embargo, otros sectores de la prensa de Estados Unidos rechazaron la viabilidad de una intervención, pues los estadounidenses no podían quejarse por los perjuicios resultantes de la revolución porque era un peligro latente en cualquier país. Se afirmó que nadie “tiene el derecho de reclamar, mientras el gobierno no pueda proteger sus personas y propiedades en contra de una agresión armada y pagar los daños causados” (The Evening Post, 8 de marzo de 1911: 1).
En México, el secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, en respuesta a los rumores sobre una posible intervención declaró que el movimiento de tropas estadounidenses no causó inquietud al gobierno mexicano “porque no existe temor de que ocurra conflicto alguno con los Estados Unidos. […] La situación completa, aunque algo desagradable, no es en modo alguno peligrosa” (El Diario, 10 de marzo de 1911: 1). Se especuló que el movimiento de tropas estadounidense en la frontera era una presión psicológica contra Madero. Algunos diarios extranjeros llegaron a asegurar que el líder revolucionario estaba preocupado, por lo que estaba dispuesto a rendirse para evitar la entrada de tropas estadounidenses (El Diario, 10 de marzo de 1911: 1). Como es evidente, la neutralidad anunciada no convenció a todos los sectores de la población en México, por lo que se acusó a la Casa Blanca de buscar cualquier pretexto para intervenir.
La prensa mexicana desmintió muchas de las noticias que publicaron algunos medios estadounidenses, calificándolos de especuladores. Muestra de ello fue la nota del diario mexicano El País, que en marzo de 1911 felicitó a The Times por desmentir la noticia respecto a que “una multitud enfurecida apedreó al Palacio Nacional de Méjico [sic]” (El País, 21 de marzo de 1911: 2), la cual días antes publicó en primera plana. Ello demostró que los corresponsales estadounidenses en México no siempre tenían pruebas de sus informes.
De manera opuesta, los diarios mexicanos también fueron rechazados entre algunos círculos políticos estadounidenses. Un ejemplo de ello fue la protesta pública hecha por el embajador Wilson respecto a una publicación del periódico El Diario el 28 de abril de 1911. En primera plana se presentaron las declaraciones del vicepresidente Ramón Corral, quien aseguró que “los americanos fomentan la rebelión para provocar la intervención norteamericana en Méjico [sic]” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Por ello, Wilson solicitó al gobierno mexicano que aclarara su postura al respecto, al no creer la autenticidad de la noticia “pues Méjico y sus funcionarios saben muy bien cuántos han sido los esfuerzos de la Casa Blanca para mantener la neutralidad” (El País, 29 de abril de 1911: 1).
La guerra de declaraciones y rumores entre las prensas de ambas naciones fueron parte de los retos a los que se enfrentó la diplomacia. Ninguna aclaración oficial pareció suficiente para disipar en los estadounidenses el temor a la barbarie, y en los mexicanos el sentimiento de rechazo al intervencionismo yanqui.
En el Senado de Estados Unidos se desarrollaron acalorados debates entre demócratas y republicanos. Mientras el senador Stone de Misuri solicitó a Taft que ordenara el envío de tropas a México, el senador Bacon de Georgia “concedió que han muerto algunos americanos inocentes en la frontera de México, pero los Estados Unidos no pueden inmiscuirse en ciertas cosas, pues hay que mirar el futuro y medir los actos” (El Diario, 11 de mayo de 1911: 2). La postura de los republicanos se basó en el necesario envío de una armada para “protección”; por el contrario, los demócratas consideraron que “una intervención ocasionaría una guerra, en la que seguramente habría que lamentar la muerte de miles de americanos y mexicanos” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Al final, el Senado concluyó que la intervención sería una acción precipitada, con lo que se respaldó la postura del presidente. El embajador Wilson consideró que el triunfo rebelde significaría la “debilidad o desgracia” tanto del gobierno federal como de los intereses norteamericanos (Cosío Villegas, 1961: 392-399).
Por instrucciones presidenciales, el ministro de Estado, P. Knox, solicitó al embajador Wilson que “desmienta los rumores que han circulado relativos a una intervención americana, pues nada está más lejos de las intenciones del Gobierno de los Estados Unidos” (El País, 13 de mayo de 1911: 1). Negada cualquier intervención sólo quedaba esperar que en las próximas semanas se estabilizara la situación en México. La preocupación del Congreso estadounidense se enfocó en la pérdida de bienes, mercados y privilegios adquiridos durante el porfiriato.
El intervencionismo, controversias y discursos estadounidenses
Para los primeros meses de 1911, la revolución ocupó las primeras planas de la prensa estadounidense. Específicamente, el tema fronterizo preocupó a la Casa Blanca, por lo que volvieron a ser noticia las posibilidades de un despliegue militar. Los enfrentamientos armados en México amenazaban la franja fronteriza. Un escándalo ejemplar fue una batalla desarrollada cerca de Douglas, Arizona, en la que “fueron heridos siete pobladores de la localidad por balas perdidas” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4); la intervención armada pareció la única manera de asegurar la pronta pacificación.
Los daños sufridos por la población extranjera no se limitaron a la estadounidense, por ello el ministro de España, Bernardo de Cólogan, solicitó la intervención de las autoridades para castigar a los bandoleros que saquearon la hacienda de Atezingo (Chietla, Puebla), pues “se dio muerte de una manera infame a seis españoles que eran empleados de esa propiedad rural” (El Imparcial, 27 de abril de 1911: 1).
La violencia en México no respetó nacionalidades, aunque se culpó al bando rebelde de los ataques a los extranjeros, así como al gobierno que no intervino. Ante el cuestionamiento respecto al asesinato de extranjeros en México, el presidente Taft declaró: “he consultado todo el asunto al Congreso para decidir si la situación es lo suficientemente grave como para la intervención” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4). Para el presidente, la intervención iniciaría una costosa guerra, por lo que cualquier acción debía ser cuidadosamente analizada.
Una noticia que causó controversia en Estados Unidos fue la de una posible invasión del Imperio japonés sobre México. De acuerdo con las denuncias de algunos residentes de Alamogordo, Nuevo México, los japoneses que residían en algunas localidades de Baja California eran exmilitares enviados con el objetivo de colonizar América. La magnitud de la amenaza fue “una colonia de seis mil japoneses a lo largo del golfo de California desde la costa […] Algunos dicen que hay mil doscientos rebeldes cerca de Mazatlán, y ochocientos cerca de Culiacán y esas bandas de cincuenta a doscientos vagando por las colinas cercanas para reunir armas y suministros” (The Alamogordo News, 30 de marzo de 1911: 1). Aludiendo al espíritu de la doctrina Monroe se advirtió que, de no movilizar rápidamente tropas a México, o por lo menos a la frontera, en poco tiempo una amenaza nipona tomaría posesión del territorio.
La amenaza no sólo era percibida por la comunidad estadounidense en su país, sino también quienes vivían en México veían con preocupación la presencia cada vez mayor de japoneses. Otro rumor controversial fue la violación de Estados Unidos a la supuesta neutralidad que abanderó, pues se permitió la distribución de armas y municiones a Madero; aunque se advirtió que era una noticia no confirmada ya que “ello fue declarado por un oficial del gobierno y denegado por otro” (The Amarillo Daily News, 30 de marzo de 1911: 1). Ningún argumento fue suficiente para impulsar una intervención armada sobre México.
A pesar de la abierta neutralidad, los rumores sobre una posible intervención armada estadounidense generaron una reacción inmediata de la Casa Blanca. Ante una serie de notas publicadas por el periódico El Diario, el Consejo de Ministros en Washington solicitó a las autoridades mexicanas que “influya para que no continúen apareciendo artículos que exciten al pueblo mejicano [sic] en contra de los americanos” (El País, 30 de abril de 1911: 1). Se temió que este tipo de noticias sensacionalistas provocaran atentados a la vida de los ciudadanos de Estados Unidos que habitaban el país.
La intervención como estrategia de paz continental
Conforme avanzó el año de 1911 se fue desvaneciendo la esperanza del Departamento de Estado respecto a la recomposición del caso mexicano, especialmente tras las crecientes noticias sobre daños a extranjeros. Entre los informes sobre el movimiento de tropas estadounidenses en la frontera, destacaron los rumores sobre una supuesta solicitud del gobierno alemán para que la Casa Blanca enviara tropas a México. Sin embargo, a los pocos días se emitió un comunicado desde Berlín a la Prensa Asociada de Estados Unidos en el que el barón Von Kiderie Wanscheter aclaró que “Alemania no ha hecho representaciones a Washington sobre el asunto [la intervención armada], y ni se propone tomar medida alguna a ese respecto” (El Imparcial, 12 de marzo de 1911: 12). Además, señaló que ninguno de sus cónsules en México consideró hasta el momento que la situación ameritara una medida intrusiva.
La intervención fue nuevamente negada por las autoridades estadounidenses, alemanas y mexicanas. No obstante, los rumores no se desvanecieron; la intervención para algunos periódicos mexicanos parecía probable, pues las explicaciones de Taft respecto al movimiento de tropas en la frontera eran poco convincentes, y a ello se sumó el hecho de que Henry Lane Wilson salió del país, poniendo en duda su regreso.26
Para mantener la situación diplomática bajo control y desmentir los rumores sobre el intervencionismo, el secretario de Estado, Knox, instruyó al cónsul Alexander V. Dye en Nogales, Sonora, para que negara todas las falsas historias de intervención. Los diplomáticos estadounidenses fueron encomendados para refrendar la amistad con los mexicanos, “esperando que pronto regresaran las bendiciones de paz” (The Border Vidette, 13 de mayo de 1911: 4). Lo único que estaba claro era la prioridad de garantizar la protección de las vidas estadounidenses.
Ante los rumores de una posible intervención, algunos sectores de la sociedad mexicana en Estados Unidos decidieron organizarse y protestar. Una de las manifestaciones más importantes fue convocada por Gil Blas, quien llamó a la “causa patriótica” para manifestarse frente a la embajada de México en Estados Unidos. La movilización sucedió un día antes de la celebración de Navidad, expresándose “en contra del maltrato de mexicanos a lo largo de la frontera, incluyendo la detención de quienes hubiesen violado las leyes de neutralidad” (The Arizona Republic, 24 de diciembre de 1911: 1). Este episodio fue uno de los múltiples actos públicos que se alzaron en contra de la supuesta neutralidad estadounidense.
Se acusó a la Casa Blanca de simpatizar con el maderismo, una conspiración que abiertamente contravenía a las políticas de neutralidad internacionales.27 De la misma manera, algunos periódicos estadounidenses fueron tachados de prointervencionistas y se les acusó de publicar rumores sobre supuestas intenciones de los rebeldes de volar los puentes al sur de Laredo, México; ello se consideró una “invención de los reporteros de la prensa amarilla, […] porque es bien sabido que hasta ahora no se tienen noticias de grupos maderistas sobre la línea del ferrocarril nacional” (El País, 19 de marzo de 1911: 1). En México se desacreditó a quienes desde el extranjero describían las condiciones revolucionarias como insalvables. La prensa extranjera hizo llamados al gobierno mexicano a poner pronto en cintura a los rebeldes, antes de que la anarquía fuera la ley regente, mismas publicaciones que consideraron que el único antídoto era una acción armada estadounidense.
El Departamento de Estado priorizó el resguardo de la vida e intereses de sus ciudadanos. Al respecto, el cónsul de Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, declaró estar preocupado por sus representados, dado que después del desarme del 40% de los rurales, se presentaron algunos altercados que aunque “no estuvieron marcados por el sentimiento antiamericano” (El País, 19 de marzo de 1911: 1), sí amenazaron a la población en general.
El reordenamiento de las fuerzas armadas en México generó que los cónsules solicitaran instrucciones para actuar conforme a la política neutral de Estados Unidos y a su vez garantizar la protección de sus intereses. La esperanza de los diplomáticos se centró en que Madero cumpliera con su palabra, es decir, que “enviara una fuerza adecuada de tropas regulares a Juárez para restablecer el orden y proteger a los residentes americanos” (El País, 2 de febrero de 1912: 1).
La victoria del maderismo: un nuevo reto para la diplomacia estadounidense
Desde las primeras semanas de lucha armada pareció latente la posibilidad de un conflicto con Estados Unidos. La violencia e inseguridad llevaron a la capitulación de Díaz, argumentando que el prolongar la lucha generaría una posible complicación internacional. No obstante, durante esta etapa “los revolucionarios y los federales tomaron precauciones para no causar daños […] aun cuando Madero y Díaz estaban dispuestos a vencer también estaban decididos a evitar la intervención de los Estados Unidos” (Cosío Villegas, 1997: 26).
Después de que el Departamento de Estado evaluó la situación en México, determinó que eran pocas las opciones no militares para impedir que se replicaran los actos antiestadounidenses. No obstante, antes de que se optara por protestar diplomáticamente ante el creciente sentimiento xenófobo, irrumpieron profundos cambios en el panorama político mexicano. El recrudecimiento de los combates en México generó que la prensa vaticinara la pronta intervención estadounidense.
Para disuadir cualquier rumor, el cónsul en Veracruz, William Canada, señaló: “mi gobierno tiene la más sincera amistad por México y su pueblo a quien se espera pronto regresará la bendición de la paz” (El Dictamen, 14 de mayo de 1911: 1). Por instrucciones de Knox, se aclaró que el gobierno de Estados Unidos no intervendría con la política mexicana, y su única demanda sería que se cuidara la vida de sus ciudadanos.
Ante las noticias sobre las derrotas del ejército federal, el cónsul estadounidense en la Ciudad de México informó que el 24 de mayo se reunió una multitud en el Zócalo para exigir la renuncia de Díaz. A las pocas horas los protestantes fueron atacados por fuerzas locales que los dispersaron. Al día siguiente, se reportó que a unas cuadras del consulado de Estados Unidos en México se dio otro enfrentamiento entre la guardia local y los ciudadanos, escena que desembocó en una importante cantidad de muertos y heridos.
El cónsul informó a la Casa Blanca que “al finalizar el día, algunos problemas causados por la turba fueron finalmente dispersos cuando fueron informados de que el presidente Díaz había renunciado”.28 Lo que causó sorpresa al cónsul fue la combatividad de la población, por lo que se temió que la violencia del norte del país se replicara en la capital.
Tras la toma de Ciudad Juárez y la renuncia de Díaz, Madero se proclamó por todos los medios posibles “amigo del pueblo de Estados Unidos”. Victorioso, frente a pobladores de El Paso, Texas, prometió que “haría cualquier esfuerzo para suprimir el sentimiento antiamericano y difundiera el espíritu en todo el país de que Estados Unidos es y era el mejor amigo internacional de México” (The Arizona Republic, 25 de mayo de 1911: 1).
El presidente interino De la Barra se comprometió a indemnizar los daños ocasionados por las acciones maderistas. El maderismo consideró vital ganar la confianza y aceptación tanto de las potencias europeas como de Estados Unidos; sin ello, el gobierno mexicano no tendría la posibilidad de participar en la escena política y económica internacional, por lo tanto, salvaguardar los intereses extranjeros se volvió vital para la vida diplomática mexicana.
La violencia armada en el norte de la frontera afectó a una gran cantidad de propiedades, bienes, derechos y concesiones extranjeros. La revolución, al ser contenedora de múltiples bandos, intereses y actitudes hacia los extranjeros se vio rebasada por una violencia sin concesiones.29 En cuestión de meses quedaron desechas propiedades agrícolas, haciendas, industrias y comercios; en general, la cotidianidad se interrumpió y se hicieron presentes los distintos bandos en pugna. De ello fueron culpados los revolucionaros, junto con grupos de bandidos y gavillas de asaltantes. Ante esta situación se levantaron rápidamente muchas voces de reclamo —tanto dentro como fuera del país— hacia las autoridades civiles estatales y nacionales.
Para Madero, quienes se manifestaron en contra de la revolución no comprendían su significado, y señaló que el sacrificio de los revolucionarios salvó vidas estadounidenses. El excandidato a la presidencia aseguró: “ahora que la guerra ha terminado, podrán apreciar el beneficio de la libertad y cosechar los beneficios de ello en sus relaciones con México” (Hart, 1998: 354). Se olvidaría cualquier sentimiento antiamericano siempre y cuando Estados Unidos respetaran el camino revolucionario.
La representación diplomática estadounidense presionó para que el gobierno de León de la Barra se comprometiera a resarcir los daños causados por las revueltas y los levantamientos subsecuentes. Ello quedó sólo en un proyecto que no fue aprobado por el Congreso, sin embargo, esta acción perfiló el actuar de la diplomacia estadounidense frente a México: garantizar que los intereses económicos de sus ciudadanos no fueran trastocados por ningún alzamiento político o militar.30
El gobierno de Madero: la esperanza al restablecimiento de la paz
A finales de 1911, una vez que Madero fue proclamado presidente, las críticas a la postura neutral estadounidense se hicieron cada vez más enérgicas. Un caso ejemplar fue el de Juan Leets, político centroamericano, quien con el respaldo del embajador Wilson logró repartir un texto al Congreso y Senado estadounidense donde denunció que el intervencionismo estadounidense no se aplicó con el mismo rigor en toda Latinoamérica, siendo México un caso de excepcional tolerancia.
Leets explicó que el fracaso del porfiriato se sustentó en la ignorancia mexicana y la complicidad estadounidense. Se consideró que el gobierno de Díaz fue una etapa de progreso y prosperidad, haciendo posible la paz por más de tres décadas; pero al no educar a las masas para disfrutar las libertades políticas, no estaban facultadas para “mantener estos esfuerzos altamente fructíferos, los que se derrumbaron en el primer asalto del huracán revolucionario que barrió al país y que está desgarrando las entrañas en el país” (Leets, 1912: 10).
De igual forma, Leets señaló que otro culpable de la violencia fue la intervención indirecta de Estados Unidos, pues desde el llamado maderista “la frontera americana fue prácticamente abierta para la introducción de armas a México, y de la capital americana fueron enviadas en abundancia para respaldar la revolución” (Leets, 1912: 11). Esta intervención fue calificada como un juego estratégico, pues a Washington le interesó ahondar en la discordia mientras movilizaba tropas que permitirían invadir al país, ello bajo el pretexto de la protección de vidas y propiedades americanas.
Con desdén, Leets señaló que el gobierno estadounidense retrasó toda incursión militar ante el temor de que una intervención en México “llevaría al inmediato cese de toda lucha interna y la unión de todos los mexicanos, que tomarían las armas contra el invasor” (Leets, 1912: 11). Este retraso fue calificado como una injusticia, no por la presencia y supervivencia de los regímenes revolucionarios, sino porque no se aplicó una política similar al resto de las naciones latinoamericanas.31
Para 1912, el profesor L. S. Rowe, de la Universidad de Pensilvania, señaló que el movimiento contra Porfirio Díaz no fue coyuntural, sino consecuencia del apoyo preferencial a empresarios sobre las masas obreras, la pobre calidad de la educación y principalmente el federalismo simulado. En general, el poder político del país fue acaparado en la oficina presidencial (Rowe, 1912: 286). La revolución fue comparada con el movimiento de 1876, en el cual el propio Díaz llamó a la guerra en rechazo a la reelección de Lerdo de Tejada.
Para este autor, la neutralidad de Estados Unidos resultó del “marcado contraste con otras revoluciones que han tomado lugar en México, o en la misma América Latina, el levantamiento contra el gobierno de Díaz fue exclusivamente civil” (Rowe, 1912: 281). Contrario a otros movimientos armados latinoamericanos, los revolucionarios tenían ventaja sobre Díaz, pues aun ignorando tácticas militares contaban con el equipo y apoyo secreto de las masas en Chihuahua, Coahuila, Sonora y Durango. Díaz, pese a su voluntad para gobernar, fue “un presidente de edad, con asesores de edad, que en su familiaridad con tácticas militares modernas eran totalmente ineptos” (Rowe, 1912: 291).
La abdicación de Díaz resultó gracias a la opinión pública, que por primera vez en la historia mexicana alcanzó proporciones nacionales. El triunfo de la revolución fue reflejo del sentir popular reprimido desde la guerra tuxtepecana. Finalmente, descartó que el encumbramiento de Madero garantizara la restauración de la paz, pues las demandas sociales no estaban resueltas, por lo que parecía probable que se viviera un nuevo periodo de anarquía. Advirtió que si el maderismo seguía en el poder era consecuencia de una posible “intervención por parte de los Estados Unidos [que] ha ejercido una cierta influencia aleccionadora, [aunque] no ha sido suficiente para evitar los movimientos insurreccionales” (Rowe, 1912: 297).
Respecto a la potencial intervención, advirtió que la Casa Blanca debía ser cuidadosa, ya que probablemente “se despertarían los recelos de cada mexicano patriótico que se unirían a una causa común, por lo que sin duda no beneficiarían a los intereses estadounidenses” (Rowe, 1912: 297). Su hipótesis fue que si Estados Unidos intervenía, se desataría un sentimiento nacionalista que sólo generaría un derramamiento mayor de sangre.
Mientras algunos círculos intelectuales en Estados Unidos discutían el caso mexicano, los estadounidenses que habitaban en la frontera solicitaron la pronta intervención armada, y a ellos se sumaron extranjeros de la Gran Bretaña y Alemania. En atención a los demandantes, el general Brigadier Hare, delegado militar en Dallas, declaró que era viable y justificable iniciar una movilización al sur del río Grande, pues demandó al gobierno mexicano que “si tú no nos dejas proteger a nuestros ciudadanos, entonces tú debes protegerlos [… De no ser así] considero que es una obligación moral de Estados Unidos mantener bajo protección a los ciudadanos de otras naciones” (The Amarillo Daily News, 24 de febrero de 1912: 4).
Aun ante los clamores por una intervención armada en México, la posición del presidente Taft fue contraria. Basado en los informes periodísticos y diplomáticos que sus colaboradores le hacían llegar, consideró que su posición no cambiaría, pues eran esperanzadores los logros de Madero en los últimos días. Negó rotundamente haber “tomado medidas para fortalecer la milicia americana en la frontera, o preparar una fuerza expedicionaria para operar en territorio mexicano” (The Amarillo Daily News, 24 de febrero de 1912: 4).
Por recomendación del embajador Wilson, Taft ordenó al servicio diplomático redoblar las medidas preventivas hacia México. Una de las primeras medidas fue enviar mil rifles Kragg estándar de Nueva York a la colonia americana en Ciudad de México. Es importante señalar que la Ciudad de México registró al mayor número de estadounidenses residentes en México con 3 987 (Secretaría de Agricultura y Fomento, 1918), por lo que era necesario extremar las medidas de protección. En consecuencia, en la capital se rumoró que, para cuidar a la embajada estadounidense, estaba por ser transportado un grupo de fuerzas militares especiales (The Amarillo Daily News, 30 de marzo de 1912: 1).
A los llamados prointervencionistas en México, se sumó la voz de algunos ciudadanos de El Paso, quienes mediante comunicados y notas de prensa demandaron a Smithson, secretario de Guerra de Estados Unidos, que enviara un destacamento a Ciudad Juárez. La vida en México era intolerable, “los robos y atracos nocturnos en Juárez en que los estadounidenses son víctimas y sus negocios y casas son saqueadas” (The Amarillo Daily News, 30 de marzo de 1912: 1). Los solicitantes promovieron una intervención más no una invasión, pues señalaron que una patrulla de soldados sería suficiente para su seguridad, ello hasta que el gobierno mexicano retomara las riendas en la frontera. La Casa Blanca fue receptiva respecto a las demandas de protección, por lo que envió un destacamento para que resguardara la zona fronteriza.
En México causó preocupación la declaración de Taft, quien refirió que “el ministro de la Guerra debió haber asistido a las fiestas de la coronación del Rey de Inglaterra, pero que no lo hizo por el temor que había de que estallara una guerra con Méjico [sic]” (El País, 24 de junio de 1911: 2). Parecía que la situación en México estaba lejos de restablecerse, por lo que la movilización de tropas y mandos militares en la frontera fue crucial para actuar en cuanto fuera necesario.
La intervención armada fue considerada por algunos sectores políticos estadounidenses como un asunto de seguridad nacional, acusando que el gabinete de Taft no actuaba acorde a la gravedad de los sucesos en México. En agosto de 1911, Taft enfrentó una demanda legal al ser acusado por J. E. Buckley de esconder al Congreso información que “podría justificar una demostración de la marina o armada, una semana antes de la clausura del congreso”. Algunos sectores de la prensa de Estados Unidos señalaron que el aseverar que las cosas en México estaban controladas era una mentira del Estado (Licking Valley Courier, 17 de agosto de 1911: 1).
El demandante se declaró representante de los ciudadanos estadounidenses residentes en la Ciudad de México, en una demanda realizada ante la Corte de Justicia estadounidense. Aclaró que su intención no era que se ejerciera alguna acción penal contra el presidente, sino impulsar “una acción para obligar a los Estados Unidos a declarar la guerra a México, no a modo de intervención, sino por conquista” (Licking Valley Courier, 17 de agosto de 1911: 1), puesto que una nación sin gobierno era una oportunidad de expansión territorial.
Los reportes sobre las afectaciones a estadounidenses en México continuaron, aun cuando se firmó un armisticio. Desde la zona fronteriza emanó el mayor número de reclamos al Departamento de Estado. Uno de los más notables fue el del cónsul Edwards, quien denunció que los revolucionarios, aun cuando lograron la victoria, seguían estableciendo préstamos forzosos, los cuales se aplicaron a los extranjeros “especialmente con los alemanes y americanos que residen en ciudad Juárez” (El Diario, 9 de marzo de 1912: 4).
En marzo de 1912 se realizó un balance respecto a las afectaciones sufridas por los extranjeros en México, y en él se evidenció un saldo negativo para los estadounidenses. Se reportó la salida de más de treinta mil personas a causa del conflicto revolucionario, la mayoría avecindados en la frontera. Fue entonces que los pasos fronterizos reportaron un importante tránsito diario. La salida de estadounidenses era masiva, “solamente ocho mil ciudadanos de los Estados Unidos, que son los que, según cálculo autorizado, permanecen en nuestro país” (El Imparcial, 13 de marzo de 1912: 1). Se estimó que los que permanecían en el país no lo harían por mucho tiempo, pues el éxodo de sus connacionales causó enormes pérdidas económicas.
18 Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México (ahsrem), legajo 381, p. 1/7.
19 Para más información sobre los conflictos desatados entre el cuerpo de guardia fronterizo estadounidense y los grupos armados revolucionarios véase Harris (2004).
20 Otros informes de prensa complementaron esta noticia con el hecho de que la fuerza de los rangers trabajaba de manera cooperativa con las fuerzas federales mexicanas, a fin de asegurar “el refuerzo de las leyes de neutralidad” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
21 Pese a la neutralidad existente entre ambas naciones, las leyes internacionales no impedían que los estadounidenses intervinieran en los hechos revolucionarios si eran contratados oficialmente por el gobierno mexicano; sin embargo, existía preocupación de que algunos estadounidenses se involucraran voluntariamente a las filas revolucionarias. Uno de los primeros de los que se tuvo noticia fue John Kenneth Turner. Véase The Arizona Republic (23 de noviembre de 1910: 1).
22 Véase la noticia completa en The Washington Herald (24 de noviembre de 1910: 1).
23 El 23 de noviembre se reportó la muerte de dos posibles ciudadanos americanos en el Parral que servían como parte de las tropas federales; no obstante, a esta noticia no se le dio seguimiento, por lo que no es posible confirmar su nacionalidad. Véase The Marion Daily Mirror (23 de noviembre de 1910: 1).
24 Este estadounidense era originario de Mississippi, por lo que se le pidió al Departamento de Estado que contactara a sus familiares y no hiciera otra cosa que fuera ajena a la resolución del caso, como entrevistarse con Madero. Véase la noticia completa en The San Francisco Call (24 de noviembre de 1910: 3).
25 Véase Borja Tamayo (1997: 39).
26 Se criticaron las explicaciones de Taft referentes a la presencia de tropas estadounidenses, pues aseguró que se trataban de maniobras que se tenían que realizar, siendo la frontera “el lugar más apropiado por su buen clima, no obstante que es más costoso por la distancia”. Mientras que la prensa mexicana acusó a H. L. Wilson de “haber dado malos informes respecto a la situación general de México”. Véase El Diario (10 de marzo de 1911: 1).
27 Se refiere a la ley internacional que prohíbe que una nación orqueste dentro de su territorio un movimiento armado que busque derrocar a un gobierno legítimamente instituido.
28 “Informe del cónsul de la Ciudad de México, Arnold Shankiln, al secretario de Estado, 27 de mayo de 1911”. nara, M275, 812.00, p. 2048.
29 Hay autores como Hart que sostienen que la revolución se fundamentó en un espíritu nacionalista antiimperial, en el que las afectaciones a los intereses de extranjeros en el país formaron parte de un proceder con intereses económicos y políticos, contrastando con las características de apertura del antiguo régimen. Aunque este sentimiento antiextranjero que en muchos momentos rayaría en la xenofobia y que caracterizó de forma identitaria al nuevo estado revolucionario, no se presentó exclusivamente en las instituciones gubernamentales, además se difundiría entre la opinión pública. Para mayor información véase Hart (1998: 354).
30 Para más información consúltese Treaties, Conventions, International Acts, Protocols and Agreements Between the United States and Other Powers, 1776-1923 (1928).
31 Se consideraba que la doctrina Knox proponía garantizar la prosperidad latinoamericana con el financiamiento de Wall Street y la intervención de las fuerzas armadas estadounidenses.