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ОглавлениеReposar es “fluir en el espacio y el tiempo”
Somos espacio y en el espacio la vida fluye con naturalidad
Ciertamente la frase del título puede parecer abstrusa, innecesariamente abstrusa e intrincada. Admitiendo esta posible observación, el autor ha encontrado que en la correlación o unidad tiempo/espacio se encuentra la expresión más visible, discernible y gráfica de lo que entiende por reposar o fluir. Reposar en tanto desde un cierto punto de vista astronómico, las cosas, los mundos, todas las criaturas, “cuelgan” del espacio, “son espacio”, un espacio que ante los ojos ciegos y no iniciados aparece como ausente, inexistente, neutro. Las fuerzas electromagnéticas y cósmicas que le dan textura al espacio no son más que movimientos en el tiempo, un flujo constante, perseverante, de radiación de vida y energía, que requiere de un sostén, de un soporte, de un vehículo magnéticamente perfecto, cuya actividad consista precisamente en proporcionar una condición estable.
Espaciar la mente para perdurar en el tiempo y en paz
El modelo que propondremos a lo largo de estas páginas se encuentra expresado a la perfección por esa capacidad del espacio de darle vida al tiempo, de ofrecer a la duración un reservorio de polaridades y circunstancias plenas. Si nuestra mente se espaciara, se aquietara y alcanzara la sutileza del espacio, seguramente la consigna que el autor propone sería un hecho consumado, incuestionable, y no una mera virtualidad.
Reposar es fluir en armonía en la vida diaria
Reposar es fluir en una condición de calma, de quietud y de armonía. Dejar que la propia energía de la vida, de los hechos, nos ampare y nos oriente, nos interpele y conduzca por el mar de la existencia, sin la imposición del deseo personal o del capricho, al abrigo de todo ello, conectados y armonizados con la profunda y estremecedora, silenciosa y triunfal, palpitación del espacio.
Al espacio se lo ha comparado con las profundidades del océano y al tiempo con su superficie. En esta metáfora bien gráfica se encuentra expuesto el objeto de la Repososofía: proporcionar un medio adecuado para aligerar la carga a lo largo del camino de la vida, pacificarnos, ensamblarnos interna y exteriormente, unirnos en y con nosotros mismos.
El objetivo es ambicioso si tomamos en cuenta solamente la compleja urdimbre psíquica, emocional y mental que nos conforma; pero es también viable y tangible en la medida que todos somos el océano amén de las olas, el espacio además del tiempo. Esto es algo incuestionable.
La paz vuelve al espacio algo especialmente “sagrado”
El espacio es el reservorio primero y último de todas las manifestaciones de la vida. En la fraseología de los antiguos, el espacio es sagrado, es el último ser, la expresión de lo real, inmutable y permanente. La inspiración que se recoge de meditar en el núcleo inmanente del espacio en nosotros es muy poderosa. En esa capacidad de subvenir las necesidades de la conciencia que bucea en sí misma, radica el inmenso potencial sapiencial de la paz espacial. La completa intimidad con la paz, el equilibrio permanente del espacio, la comunión en el corazón con esa atmósfera de infinita subjetividad, proporciona la luz y la ciencia, puesto que de ella procede toda luz y toda ciencia, toda cualidad elevada, todo poder superior.
La paz es la condición del espacio, de nuestro espacio interno en armonía
La sabiduría que le es inherente a la paz espacial, a la paz en nuestro propio y efectivo espacio -a escala el espacio en su totalidad, conforme propone el paradigma holográfico-, es el potencial más luminoso y valorable, desde el punto de vista de la unidad y de las relaciones que de sus emanaciones surgen. Las relaciones entre las criaturas y las fuerzas de la vida, todas las emanaciones del espacio, son abonadas, resueltas positiva y poderosamente en el seno íntimo de uno mismo, lo cual significa: en unidad con el espacio universal como realidad primera y última, como poder sagrado e inaudito. El poder de dar vida, vigor y conciencia, a todo cuanto existe. Este poder administra gloriosamente, con justicia y ponderación, las gotas de sabiduría que podamos abrevar de ese océano sin orillas, nuestra morada real, nuestra naturaleza y energía esencial. Somos espacio en estado puro, la ley de las leyes, la realidad ´primera y última, la “cosa” en sí misma, el objeto y el por qué y el para qué de la totalidad de la vida.
El equilibrio de fuerzas en nuestro corazón es la réplica del espacio universal
Toda la ciencia y la verdad que conectemos conscientemente en nuestra existencia, es una emanación propia de la fuente espacial y a ella deberíamos remitirnos con reverencia y amorosamente, si es que aspiramos a percibir su perfume y a ser transmutados en profundidad por el único poder transformador. La paz y el equilibrio de todas las fuerzas y funciones espaciales han de ser experimentados en uno mismo y por extensión en nuestras relaciones; de ello deviene la más genuina forma de la sabiduría práctica, la ciencia y el arte de vivir, la gloriosa armonía de las esferas.
El espacio es la vida y la vida está saturada de realidad, de experimentación y conectividad. La Repososofía pretende entregarse al espacio/vida para ser intervenido por las modalidades profundas de semejante fuente y desarrollar las fuerzas, facultades, cualidades y aptitudes que hacen que un ser humano practique la sabiduría, por encima de todo aislamiento en torres de marfil o de disquisiciones teóricas distantes del corazón de los hechos.
Estamos hablando de desarrollar una mente abierta, casi “cósmica”
El espacio es la fuente del poder universal y de su excelencia, la sabiduría práctica; aquel poder que nos permite comprender intuitivamente, espontáneamente, el qué y el para qué de cuanto no ocurre y su conexión con el todo, con el cosmos. Una mente cósmica es una inteligencia espacial, libérrima, fundida con la grandiosa probabilidad fundamental, con sus leyes y funciones, con cada uno de los centros y puntos matemáticos virtuales desde los que se abren las puertas de la visión, de la percepción y del inaudito abrazo con “la cosa universal”. No deberíamos subestimar la propiedad espacial, por excelencia la propiedad de conformar lo que llamamos vida, la totalidad de la vida, emanarla e irradiarla constante y rítmicamente, logrando que todas las criaturas y energías sean conducidas hacia la final iluminación: el encuentro interior con la esencia radiante que cubre el océano sin orillas. En el tiempo, en la duración, en el acontecer, ocurren las inmersiones dentro del grandioso e inconcebible océano y el fruto es la ciencia y la sapiencia, la cenital perfección de los medios y los fines, el abrazo con la infinitud, el salto hacia el ser de lo real desde el ser de lo virtual, desde la personalidad temporaria y fugaz, desde lo fantasmático, lo coyuntural, vehículo múltiple de la vida espacial.
Entregarse a la calma de la mente es realizar el espacio en nuestro interior
Fluir en el tiempo con la sutil presencia del espacio, equivale, en cierta medida, a entregarse a la calma inherente a la esfera de lo inmutable y permanente. Si logramos establecernos en esa atmósfera, por cierto elevada de síntesis de los opuestos, de unidad y completitud, nuestra travesía humana y terrestre se verá potenciada, reforzada de una manera significativa. En las tradiciones orientales y en particular en el naturalismo taoísta, esta expresión, la del “fluir” al ritmo de la propia energía de vida, es algo de lo más corriente. Los sabios de esas tradiciones experimentaron y experimentan en sí mismos la superioridad de asimilarse a los ritmos de la naturaleza desde un calmo fuego en el corazón. Una llama que se enciende para siempre y que no produce humo, ni escorias ni residuos psicológicos. Una parte de la yoga taoísta hace hincapié en la unión con los cinco elementos de la vida, una suerte de consubstanciación y resonancia en el tiempo en que la naturaleza canta y respira. Respirar adecuadamente y vivir ese canto, una reverente entrega feliz a los hechos, resume el propósito de esas técnicas de auto-adiestramiento en los cánones de índole superior radicados por igual en nuestro fuero interno. Somos espacio pero también somos su emanación, la naturaleza visible y la invisible, y es en ella, integralmente, donde debemos actuar, movernos y tener nuestro ser.
La concepción taoísta del Wu Wei
La acción sin actuación ni premeditación, como parte de la doctrina china de Wu Wei, reconoce el magisterio superior de la múltiple naturaleza y de la energía que la nutre, y en ambas hace su énfasis: fluir en el tiempo como navegando en las aguas cadenciosas de un océano sin límites, he allí el secreto para la edad de la vida explícita, manifestada, el gran secreto, el verdadero secreto del arte de la existencia superior.
Por otra parte, ensamblarse con el tono en el que vibra la vida, practicar la paz y en paz con todos los seres, abandonar la preocupación, la inquietud y la ambición desenfrenada y establecer en nuestro interior un reino de satisfacción, de contento y equilibrio, no son sino instrumentos idóneos propios de quien acaricia la verdadera sabiduría de la vida. Todas las nociones metafísicas verdaderas son de recibo, sin lugar a dudas, a lo largo del proceso de la existencia, pero llega el momento de pasar a la acción, a lo fáctico y dejar el pensamiento en manos del conocimiento directo, lo simbólico en manos de lo práctico. Para eso no existe otro camino que la experiencia, la práctica de los medios más sabios y propicios para armonizar nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo físico, y acceder a las enseñanzas intuitivas, silenciosas, que aporta la vida misma, una vez que el individuo destina su mejor energía y su tiempo a la acción armoniosa, una vez que se entrega a las disciplinas señaladas desde la más remota antigüedad como las más competentes y aptas para fluir en el espacio, en la asertividad del océano sin orillas.