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Introducción

En 2008 iniciamos una investigación acerca del coleccionista, político, empresario e historiador ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño (1890-1950). En aquella ocasión tuvimos acceso al acervo personal de Jijón, el cual reposaba en los archivos del entonces Banco Central del Ecuador, hoy Ministerio de Cultura y Patrimonio. Durante varios meses pudimos revisar cartas, comunicaciones, fotografías, diarios de campo, dibujos y trabajos especializados, que nos contaban una historia de amplias dimensiones. Este coleccionista, en particular, tenía una inmensa red de contactos internacionales, compraba objetos antiguos de distinta procedencia, publicaba sus investigaciones, realizaba excavaciones y participaba activamente en congresos alrededor del mundo. Su práctica de colección y el ejercicio de una disciplina científica como la arqueología estaban ligados a un escenario transatlántico y a un espíritu colegiado local surgido a principios del siglo XX en ese país.

Esta primera experiencia de investigación con Jijón y Caamaño en el tema nos llevó a preocuparnos por indagar en las particularidades de un coleccionismo realizado por ciertos intelectuales de los Andes y la proyección de sus legados entre 1892 y 1915. En nuestro caso, esta práctica se articulaba a la construcción del relato sobre el pasado de la nación asociado a las antigüedades “indígenas” y “patrias” y a una serie de condicionamientos surgidos en la producción de conocimiento sobre el pasado dentro de una comunidad científica transatlántica. En este sentido, es interesante anotar que a finales del siglo XIX y principios del XX, las sociedades científicas tuvieron una importancia preponderante tanto en Europa como en América Latina, y en realidad, a escala global. El trabajo de dichas sociedades científicas se visibilizó en la fundación de academias, la promoción de estudios y los circuitos de pensadores, todo un conjunto de acciones que formaron parte de una generación de intelectuales para quienes este “asociacionismo”, les posibilitó la entrada a un escenario de discusión pública, a la vez que legitimar su práctica científica desde la canalización y el control de dicha actividad.

En este contexto histórico en particular, y tras la conmemoración del “descubrimiento” de 1892, hemos localizado el surgimiento de un común denominador: la idea del “objeto precolombino”. Esta marca impregnada en los restos antiguos de las sociedades indígenas de la región se vinculó con la construcción de un tiempo histórico definido por la llegada de Cristóbal Colón. Este fenómeno de representación del pasado transatlántico lo hemos encontrado en la labor de muchos de los actores involucrados en dicha celebración, y que, además, fueron quienes continuaron en cargos ligados a la construcción de una memoria nacional. Hacia inicios del siglo XX, vemos cómo estas antigüedades indígenas van ligándose a un tipo de asociacionismo que buscaba formalizar una práctica científica y que promovió la creación, el sostenimiento o la refundación de museos para albergar y organizar las colecciones conforme a la configuración de una temporalidad para la nación.

El ejercicio de colección de personajes ubicados en Colombia, Ecuador y Perú y de cómo surgía una paradójica y compleja necesidad de conservación, rescate, compra, donación, valoración y estudio de antigüedades es parte del interés de análisis en el presente trabajo. Muchos de estos intelectuales locales transitaron internacionalmente en escenarios de tráfico, comercio y movilidad de vestigios, hacia la incorporación de estos a una narrativa material de la nación bajo una representación del pasado marcada por la visión de la conquista hispánica de los territorios americanos. Es importante anotar que el tránsito de siglo en los países andinos estuvo marcado por momentos de mucha agitación social, política e ideológica, por ejemplo, en el caso colombiano, el fin de la Guerra de los Mil Días (1899-1902); en el Ecuador, la Revolución Liberal hacia 1895, consolidada con la Constitución Liberal de 1906, y en Perú, después de la Guerra del Pacífico (1879-1883), a partir de 1890 y hasta 1920, cuando se desarrolló lo que algunos historiadores denominarán “República Civilista”, de un gran florecimiento económico y el periodo de oro de la clase dominante.

Hemos localizado varios intelectuales-coleccionistas de variopinto origen: mineros, ingenieros, religiosos, lingüistas, médicos, etc. Entre ellos destacamos a los colombianos Vicente Restrepo y Ernesto Restrepo Tirado y al ecuatoriano Federico González Suárez, así como a sus pares europeos: el italiano Antonio Raimondi y el germano Max Uhle. El discurso de todos ellos fue preeminente dentro de las sociabilidades instituidas localmente en la primera década del siglo XX. En este naciente espíritu interesado en el pasado de la nación, varias figuras seguirán este legado; entre ellos, los jóvenes intelectuales, como el peruano Julio Tello o el ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño, quienes serían protagonistas importantes del nacimiento y la consolidación de la arqueología en la región.

Damos inicio a esta investigación en el ejercicio de conmemoración del cuarto centenario del “descubrimiento de América”, celebrado en 1892 en el contexto de la Exposición Histórico-Americana de Madrid. Este evento reunió a varias personalidades de la época, quienes mostraron su interés en exhibir públicamente el pasado precolombino: desde la confección de productos editoriales —como libros— para ser presentados en el contexto de la exposición, y escaparates nacionales y catálogos con fotografías hasta la donación de “tesoros”, como agradecimiento a transacciones diplomáticas realizadas en la época. Este acontecimiento, sin duda, fue un punto de referencia en la construcción de un sentido del pasado ligado a esas materialidades. Desde esta experiencia, el anclaje a la idea de lo universal, lo hispánico y civilizatorio de la conquista se confrontó a la inquietante necesidad de historiar a los pueblos antiguos, construir una alteridad e insertarlos en el relato de la nación. Hemos determinado un punto de cierre de este trabajo alrededor de 1915, cuando localizamos, para estos países, un momento de cambio importante que tiene que ver con el afianzamiento del campo científico arqueológico de manera formal y una participación, de cierta manera, más activa del Estado en sus proyectos museísticos.

El surgimiento de una sociabilidad especializada —o en proceso de serlo— y vinculada a las disciplinas del estudio del pasado, como la arqueología o la historia, fue una marca importante a inicios del siglo XX. Academias, sociedades e institutos fueron los núcleos de producción del saber y se constituyeron en puntos neurálgicos dentro del quehacer histórico cultural de la época. Así, la Academia Nacional de Historia en Colombia fue fundada en 1902, por orden del Ministerio de Instrucción Pública. Para el caso peruano, cabe mencionar la fundación del Instituto Histórico del Perú, en 1905. En el caso ecuatoriano, se constituyó en 1909 la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, que se consolidó en 1920 como Academia Nacional de Historia. Estas sociedades fueron agentes activos en los proyectos de reestructuración de varios museos de la zona —o la proyección de ellos— y aparecieron con fuerza durante las primeras décadas del XX en la región, junto con un proceso de consolidación del estudio de disciplinas científicas como la arqueología, la antropología y la historia.

En este contexto articulamos varias interrogantes y quisimos explorar cómo se configuraron ciertos procesos de musealización y representación de un pasado nacional. En primer lugar, fue importante determinar qué papel cumplió un tipo de sociabilidad intelectual y científica en la construcción de un imaginario nacional adscrito a la existencia de ciertas antigüedades. En segundo lugar, consideramos importante analizar cómo, desde ciertas agencias intelectuales, se representó a la nación y sus objetos precolombinos de cara a los procesos celebratorios de conmemoraciones centenarias como la de 1892, así como la promoción y el fortalecimiento de una institucionalidad cultural interesada en el desarrollo de una cultura nacional y su historia a principios de siglo. Y, finalmente, apuntamos a hurgar en la manera como fueron valorados, seleccionados, colectados, auspiciados y estudiados los objetos culturales indígenas, por ciertas prácticas de coleccionismo de carácter científico, sus complejidades y su proyección pública, promovida, a su vez, por una intelectualidad de época.

Nuestra hipótesis central consideró que la construcción de un saber especializado sobre el pasado se configuró en torno a una primigenia y compleja sociabilidad científica —articulada a una materialidad y a unas prácticas adscritas a ella— que actuaba de manera dispar, desde diferentes intereses y necesidades, generados en ambos lados del Atlántico, durante el último cuarto del siglo XIX y principios del XX. En el caso de los países andinos, esta sociabilidad se vinculó no solo a la problemática de la configuración de los orígenes de la nación, sino a la de cómo ese pasado podría utilizarse para diversas estrategias científicas, políticodiplomáticas y pedagógicas, que podrían ser visibilizadas en un campo que se configuraba como museal. Este reconocimiento hecho hacia los objetos antiguos indígenas como fuentes originarias fue contingente a las formas como el discurso de la nación fue erigido, exhibido y negociado.

Dentro de nuestras hipótesis complementarias, creemos que el estudio de una materialidad indígena entre los intelectuales andinos supuso un continuo escenario de negociación, tensión y disputa, desde el ámbito público y el privado. Empero, dicha escena estaba constituida por una serie de factores vinculados y vinculantes a las maneras como se construía un sentido para el pasado de los objetos. Fenómenos como el tráfico de objetos vía transatlántica, el panhispanismo y su promoción, así como los conflictos limítrofes, la situación posconflicto bélico o las confrontaciones ideológicas, fueron móviles para el uso del pasado en momentos de complejidad social, política y económica. Si bien el Estado se interesó, de cierta manera, en el rescate y la conservación de dichos bienes, también desarrolló una política aún vacilante sobre el destino de dichas antigüedades y su lugar en el discurso nacional. En este sentido, probaremos cómo la agencia intelectual y la promoción de una sociabilidad científica vinculada a la reflexión del pasado cobraron importancia entre siglos para permitir la construcción de un tipo de institucionalización cultural y establecer el estudio del pasado y su materialidad, como fuentes de la creación de un imaginario de la nación.

Enfoque de análisis

El debate sobre el coleccionismo se ha convertido en una de las problemáticas más discutidas en el campo de la historiografía desde múltiples perspectivas: de la historia de la ciencia a la antropología histórica y el estudio de los museos. También es ahora parte del debate internacional sobre el origen de las colecciones en los museos metropolitanos europeos frente a los procesos de colonización. Muchas de estas preocupaciones del ámbito de las políticas culturales han abierto un complejo espectro de discusión sobre el retorno o la repatriación de dichas colecciones, que han dialogado con perspectivas decoloniales y poscoloniales (De l’Etoile 2007; Laurière 2012; Savoy 2018).

Cuando pensamos en el escenario de las prácticas del coleccionismo ingresamos a un tipo de análisis que cubre varios espectros: las instituciones culturales, las sociedades científicas y las prácticas de archivo (Daston 2012; Podgorny 2005). Históricamente, los museos han cumplido el papel de repositorios de bienes culturales, y han permitido un cierto tipo de “acceso ampliado” a sus colecciones, y aunque dichos proyectos tendrían un interés inicial en lo educativo y lo científico, su injerencia en la sociedad serviría para proponer a la población una adhesión pasiva y despolitizada de la construcción del poder (Castilla 2010, 19). Además, el museo surge como institución cultural ligada al carácter de “cultura nacional” (Chastel 1984, 420), avalada por las nociones patrimoniales en boga; muchas de ellas, construidas desde agencias particulares en contextos históricos específicos. Hablamos, pues, de toda una compleja dinámica existente detrás de la configuración de esta institucionalidad cultural.

Ya en la primera mitad del siglo XX, en su Libro de los pasajes, el filósofo Walter Benjamin había recogido una serie de reflexiones filosóficas en torno a la figura del coleccionista y la colección, entendiendo a esta última como un sistema histórico construido. Según dicho autor, en la acción misma de coleccionar reposa una serie de convenciones; particularmente, porque al coleccionar “el objeto se libera de todas sus funciones originales” y cada cosa se “convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del paisaje, de la industria y del propietario de quien proviene” (Benjamin 2004, 223). Con esa perspectiva, el acto de coleccionar es, entonces, una forma de recordar mediante la praxis, y en este sentido, podría decirse que es un vehículo para la memoria.

La disciplina antropológica producirá una serie de reflexiones —que ya son “clásicas”— sobre el papel de las colecciones y la construcción de los discursos. En esta línea, existen algunos aportes anglosajones importantes, vinculados a la materialidad, y de los cuales recogeremos algunas breves experiencias. En La vida social de las cosas. Perspectiva cultural de las mercancías (1991), el antropólogo Arjun Appadurai pone en consideración la importancia de la circulación de los objetos y los intercambios como formas de reciprocidad, sociabilidad y espontaneidad. Este autor tiene en cuenta, además, el concepto de regímenes de valor, “que no implica que todo acto de intercambio mercantil presuponga una completa comunión cultural de presuposiciones, sino que el grado de coherencia del valor puede variar grandemente de situación en situación y de mercancía en mercancía” (1991, 30). Existe un interés en las constantes transferencias de las fronteras culturales y en cómo la cultura puede entenderse como un complejo sistema de significados, limitado y localizado. Dentro de esta misma publicación, el autor Igor Kopytoff presenta una perspectiva que apunta a estudiar la biografía de los objetos; es decir, analiza qué mensajes transmiten estos “objetos”, siguiendo el hilo de las respuestas culturales que hallamos en el contexto biográfico, donde los “juicios estéticos, históricos y aún políticos, y de convicciones y valores moldean nuestra actitud hacia los objetos clasificados como arte” (Kopytoff 1991, 93). En otra línea tenemos los aportes de James Clifford (1995), en su texto titulado Dilemas de la cultura: antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna, y quien sugiere que en todos los procesos de documentación las inclusiones reflejan reglas culturales más amplias de taxonomía racional, de género, de estética; esto es, que se encuentra en ellas una necesidad excesiva, incluso rapaz, de tener, que se transforma en un deseo significativo gobernado por reglas: el sujeto que debe poseer, pero no puede tenerlo todo, aprende a seleccionar, ordenar y clasificar por jerarquías, a hacer “buenas” colecciones.

En el caso que nos ocupa, el estudio de la relación entre el coleccionismo y los museos, para el caso de América Latina, es una temática que se ha abordado con mucho interés en estos últimos años. Si bien, las colecciones y sus prácticas expositivas fueron ligadas a los proyectos colonizadores europeos y a la generación de una alteridad, para el caso latinoamericano estas se vincularon a la “construcción de una memoria nacional” (Bustamante 2012, 23). A finales del siglo XX, el estudio sobre los museos en la región se había enfocado en recoger algunos datos interesantes y descriptivos sobre su nacimiento y su desempeño a lo largo del tiempo. Entre los casos estudiados para la región, con dicha perspectiva, entre los más relevantes se encuentran Tello y Mejía (1978), Ravines (1989) y Hampe (1998) para el caso peruano; también, Morales (1994) y Florescano (1993), para el de la museología mexicana, y Segura (1995), para el caso colombiano.

Actualmente existen algunas líneas de trabajo que han puesto acento en las interrelaciones entre el coleccionismo, los museos y la ciencia. En primer lugar, encontramos el dosier titulado “Independencia y Museos en América Latina”, publicado en 2010 en la revista L’Ordinaire Latino-américain, y coordinado por Irina Podgorny. En dicho texto existía un interés en entrar a debatir aquellas ideas que circulaban en la historiografía, centrándose, particularmente, en los debates sobre las ideas acerca de la historia y proponiendo, más bien, estudiar qué tipo de relación “existió entre las prácticas ligadas al estudio de esa cultura material que iban creando el patrimonio histórico y la consolidación de determinadas prácticas historiográficas” (Podgorny 2010, 8). De cierta forma, la propuesta se acercaba a una reflexión sobre la “creación de imaginarios materiales nacionales”. Dentro de este enfoque surgen varias publicaciones que recogen algunas reflexiones, y entre las que se encuentran: El museo en escena: política y cultura en América Latina, de Américo Castillo (2010); Museos al detalle: colecciones, antigüedades e historia natural, 1790-1870, de Miruna Achim e Irina Podgorny (2013); también, el dosier especializado en museos titulado Museos, memoria y antropología a los dos lados del Atlántico. Crisis institucional, construcción nacional y memoria de la colonización, publicado por la Revista de Indias en 2012, y coordinado por Jesús Bustamante1. Entre ellos, a su vez, se destacan los trabajos de Pérez Vejo (2012), para el caso del Museo Histórico de México y los dilemas de la construcción nacional, y el estudio de Casaús (2012), para el caso de Guatemala. Finalmente, también tenemos el texto de Beatriz González Stephan y Jens Andermann (2006) Galerías del progreso. Museos, exposiciones y cultura visual en América Latina, que recoge algunas experiencias en torno al tema de las exposiciones y su visualidad en distintos momentos históricos en América Latina.

Existen otros análisis en torno a las colecciones, los museos y los proyectos educativos o de “apropiación de la historia” para el siglo XIX en el Cono Sur, como los de Podgorny, Margaret y Malosetti (2010), o las reflexiones sobre museos, educación y evidencia científica (Podgorny, 2005). Entre las contribuciones más contemporáneas sobre museos en la región andina están las de Amada Carolina Pérez (2011; 2015), en torno a las colecciones del Museo Nacional de Colombia y el problema de la representación de la nación y sus sujetos. Además, en el caso colombiano contamos con el estudio de Clara Isabel Botero (2006), titulado El redescubrimiento del pasado prehispánico de Colombia: viajeros, arqueólogos y coleccionistas 1820-1945. Dicho texto plantea una revisión panorámica del coleccionismo en distintas épocas y una revisión del coleccionismo científico en Colombia para los siglos XIX y XX. También existen otras aproximaciones que analizan la relación entre arqueología, ciencia y ciertos tipos de coleccionismo privado en los casos de Perú y Chile. En esta línea se encuentran los trabajos relevantes de Stephanie Gänger (2006; 2008; 2011; 2014; 2014). Finalmente, también tenemos los trabajos de Raúl Hernández Asensio (2012; 2018) sobre museos, arqueología y guaquería en el Perú.

Para nuestro análisis hemos considerado, acorde con la perspectiva de Stephanie Gänger, que las antigüedades son categorías2, no objetos de colección específicos, y que los discursos de quienes trabajan con ellas —anticuarios, historiadores, arqueólogos— construyen y crean varios significados para estos vestigios; significados que, a su vez, son activados en las acciones de intercambio, así como en las de circulación, que se promueven (Gänger 2014, 6). En “estas maneras de hacer” se constituyen mil prácticas reapropiadas en un espacio determinado, que, a la vez, ponen en juego un “ratio popular” y “una manera de pensar investida de una manera de actuar, un arte de combinar indisociable de un arte de utilizar” (De Certeau 2000, 44-45). Así, las prácticas del coleccionismo pueden entenderse como escenarios de negociación de significados, de generación de valores y sentidos, de la fijación o la instrumentalización de los objetos que funcionarán como dispositivos para el aprendizaje de la historia y la nación; particularmente aquellos vinculados a la creación de una conciencia histórica y una representación del pasado, así como del tiempo histórico.

Dentro de esta malla reflexiva, hemos optado por el uso de la categoría de análisis de “musealización”3, la cual entendemos como un entramado de prácticas culturales que cruzan diversas fronteras entre lo simbólico y lo material. Tomamos en cuenta que dicha “musealización existe más allá del museo” y que en este proceso el museo es apenas un “mediador”, y no el principal actor, de dicha musealización (Brulon 2015, 53). Por un lado, estas prácticas apuntan a la construcción de sentidos sobre los objetos que se van constituyendo como “nacionales” en amplios contextos; por ejemplo, el uso de una recursividad visual para ordenar las colecciones, explicarlas, exhibirlas y catalogarlas, así como la articulación de prácticas de colección que configuran nuevas representaciones del pasado como “hechos museables”, acorde ello a demandas diversas (científicas, diplomáticas, expositivas, etc.). Por otro lado, no solo podemos dar cuenta de instancias que rebasan la noción de museo-institución como algo “preexistente”, sino que observamos las contradicciones y las paradojas que permiten mirar cómo se configura un campo para lo museal en un momento dado. En tal sentido, es interesante observar cómo operan estas prácticas, que se sostienen muchas veces en el interior de complejos procesos sociales, culturales y políticos en cada país, y son contingentes a los sucesos globales vinculados al coleccionismo, las conmemoraciones y la ciencia, así como a un espíritu de asociacionismo en boga para los intelectuales afincados en los Andes en el tránsito de siglo.

Sobre la crítica de fuentes

La metodología de nuestra investigación es cualitativa y consideró tres tipos de fuentes primarias como soportes del trabajo de análisis. La primera tuvo que ver con los archivos de cancillería en el contexto de la conmemoración de 1892, las negociaciones localizadas entre los países y las publicaciones editoriales relevantes al hecho. La información recopilada fue valiosa, puesto que nos permitió conocer una serie de estrategias diplomáticas formales e informales de la época que se movilizaron para la celebración de dicho acontecimiento, y que se ligaron a la configuración de un sentido de historia y civilización universal, con una fuerte asociación al legado hispánico.

En segundo lugar, buscamos fuentes primarias que nos dieran cuenta de la constitución y el desarrollo de las sociabilidades científicas en cada país respecto a la indagación del pasado. Nos interesaba ubicar las conexiones con intelectuales o sociedades a escala internacional; es decir, aquellas vinculadas a las academias o los institutos, así como sus promociones editoriales relativas al trabajo con las antigüedades precolombinas en la zona estudiada. Esta pesquisa puso particular énfasis en el rescate de las voces intelectuales locales, frente a la fuerte preeminencia del discurso y la producción científica europea en la región. Además, fijamos nuestra atención en la documentación relativa a nuestros estudios de caso, sus comunicaciones personales, sus diálogos entre pares, sus vínculos con órganos estatales o instituciones, etc., de nuestros personajes. Finalmente, también dimos gran importancia a la documentación de los archivos de los museos nacionales y a los procesos de adquisición de obra, o de promoción de excavaciones a inicios de siglo, así como a los catálogos o las guías, además de las actividades generadas desde las asociaciones surgidas en aquellos años.

Este libro se halla estructurado en tres grandes coordenadas. La primera parte se adentra a la Exposición Histórico-Americana de Madrid de 1892 como un hecho museal desde donde podemos localizar varias aristas en el análisis de los objetos precolombinos. En una segunda coordenada exploramos las distintas trayectorias intelectuales y de producción de discurso que se encuentran en los casos de Perú, Colombia y Ecuador. Allí nos enfrentamos a cómo ciertas formas de asociacionismo en torno a la discusión del pasado y ciertas trayectorias individuales nos permiten ver el complejo escenario en el que desenvolvieron su actividad entre los siglos XIX y XX. Finalmente, en una tercera parte indagamos en los procesos de musealización hacia la construcción de la idea de “antigüedades nacionales”, y, particularmente, los objetos precolombinos en el contexto del surgimiento de las academias y los institutos de historia y la promoción de los museos nacionales a principios del siglo XX. Para cerrar nuestra investigación, presentamos una sección de conclusiones donde recogemos las respuestas que nos planteamos en esta investigación, además de abrir algunos debates necesarios sobre el tema que hemos planteado. Finalmente, presentamos una sección general de fuentes y bibliografía consultadas durante nuestra pesquisa, así como los distintos archivos y las bibliotecas visitadas en los tres países y en otros centros de investigación.

Notas

1 Son interesantes los trabajos elaborados para el dosier Ingenieros sociales en América Latina: el papel de la Antropología y su institucionalización en las nuevas repúblicas, coordinado por Jesús Bustamante, en la Revista de Indias, 2005, vol. 65, número 234. En este dosier Bustamante hace un análisis, en la línea de historia, de las disciplinas, sobre el caso del Museo Nacional de México.

2 Encontramos una interesante bibliografía producida en los últimos años sobre la historia de la disciplina arqueológica en algunos de los países andinos. Aunque somos conscientes de la importancia de dicha literatura académica, debemos aclarar que nuestro enfoque busca ampliar la mirada sobre esta disciplina científica en particular. No hablamos específicamente de “objetos precolombinos” como “arqueológicos”, sino, más bien, como “antigüedades” dentro de las variaciones semánticas en las cuales fueron leídos en su época, desde distintos escenarios. En la línea de análisis de investigación de la disciplina, consideramos importantes los trabajos de Historia de la arqueología en el Perú del siglo XX, de Henry Tantaleán y César Astuhuamán (2014), así como la obra Una historia de la arqueología peruana, de Henry Tantaleán (2016), por mencionar algunos de los más interesantes. Para el caso ecuatoriano, tenemos algunos vistazos breves del desarrollo de la disciplina arqueológica y las problemáticas de la práctica contemporáneas; entre ellos tenemos a Ernesto Salazar (2013; 1997), Florencio Delgado (2010) y Francisco Valdez (2010). En Colombia tenemos algunos trabajos enfocados en la historia de la ciencia, como los de Piazzini (2015; 2010) y los de Langebaek (1996), referentes a la institucionalización del campo, así como los de Gnecco (2008; 2002), más orientados a la mirada de los viajeros y los anticuarios del siglo XIX, por mencionar los más relevantes.

3 En términos generales, este concepto fue trabajado inicialmente por el museólogo Zbynek Stránsky, quien analizó las maneras como los procesos de selección y exhibición, así como el contexto, cambian el estatus del objeto dentro del museo. Véase, Desvallées y Mairesse (2010).

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