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Agradecimientos

En la historia de este libro caben varias décadas, países, lenguas, árboles genealógicos, áreas de conocimiento, incontables personas. Tengo, por lo tanto, una deuda vital tan grande que no logra ser rastreada, mucho menos nombrada; una deuda circular, que solo puedo pagar escribiendo páginas-homenajes que la multiplican.

Pero hubo también ofrendas cercanas, como la de mi papá, Rodolfo Morán, sonrisa rodeada de hombre, a quien le agradezco por enseñarme a amar la vida y los libros, y por escribir Dulce Naufragio, regalándome, sin saber, la idea de esta novela. Sé que me estás leyendo desde el Adentro.

A Marisela Atencio y Oriana Morán, mis mujeres, les soy grata hoy y siempre por ser, además de mi madre y mi hermana, lectoras atentas, universos y diálogos posibles.

A Los Atencio y a La Moranera, dejo aquí mi reverencia; ustedes son mi fuente inagotable de motivos.

Tengo una deuda grande con mi profesor y amigo, Luiz Antonio de Assis Brasil, por el incentivo y por la generosidad de acompañar la creación de esta novela de inicio a fin.

Agradezco los apuntamientos imprescindibles de Ciro Nogueira, Marianela Díaz Cardoso, Maria Eunice Moreira y Byron Vélez, primeros lectores de esta novela, junto con Julia Dantas.

Infinitas gracias a Taiane Santi Martins, Ángela Cuartas, Arthur Telló y Davi Boaventura, por las conversas sobre el libro en nuestra asamblea literaria particular. A mis amigos de siempre, Jesús Salvador Millán, Neomar Semprún y Ana Lourdes Colina, por apoyar mi trabajo de las más diversas y amorosas maneras.

Toda mi gratitud y admiración para las Ménades, por creer en mí y en mis Continentes.

Cierro esta lista de deudas con la mayor de todas, la que tengo con Rafael Trindade, mi amor, por el apoyo incesante, el diálogo sincero y el encaje siempre fascinante de su abrazo, que hizo este recorrido infinitamente más leve y feliz. Por eso, y por todo lo que no cabe en este texto condenado a la insuficiencia, gracias, mi amor. Hicimos este libro juntos.

Los Continentes del Adentro

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