Читать книгу Relatos monocromáticos - María J. Mena Picazo - Страница 7
ENCUADRE A PROPÓSITO DE LA ESCRITURA
ОглавлениеUn día me dio por emular a Forrest Gump, pero en lugar de correr me puse a escribir.
Comencé relatando el discurrir de un arroyo, que me condujo a un lago del que emanaba un río. Seguí su curso hasta la desembocadura. En vez de terminar mi narración en ese punto, embarqué en un navío para cruzar el mar. Durante la travesía continué redactando e hice escala en varias islas que, por supuesto, también transcribí. Un día llegué a una extensión de terreno mayor. Se trataba de un continente. Atraqué en el primer puerto al que tuve acceso y continué mi improvisada ruta por tierra. Fui pasando de una nación a otra, hasta que recorrí por entero su extensión, de norte a sur y en zigzag de este a oeste. Crucé sus desiertos, bosques, zonas devastadas, cordilleras y no dejé ni un recoveco sin definir.
Cuando creía haber finalizado, convencida de que ya no había nada más que revelar, me tropecé con una inmensa montaña casi imposible de sortear. Me paré a observarla. Era la primera vez que me detenía desde que había iniciado el viaje. A pesar de su sobrecogedora altura, me pareció el paisaje más hermoso que había visto nunca. En ese momento, tuve la certeza de que estaba en el único sitio del mundo que, en realidad, toda la vida había deseado narrar. Decidí que si en su falda el escenario era tan imponente, debía coronar su cumbre para tener una visión aún más amplia del entorno. Fue un gran esfuerzo al que dediqué innumerables días con sus respectivas noches, pero conseguí alcanzar la cima. En lo alto, miré con altivez el horizonte. Lo que veía era mío. Yo lo había descubierto y, por tanto, me pertenecía. Nadie me lo podía arrebatar porque los que vinieran después tendrían siempre una segunda mirada. Ese hallazgo se convirtió en una ocasión increíble que el destino me regalaba, para que pudiera desvelar el misterio y la belleza que habitaban aquel espacio.
Mientras observaba obnubilada su perfección, percibí el calor que provenía del suelo, así como una ligera vibración. Supe en ese instante que la naturaleza del lugar era otra. Paseaba por encima de un volcán. Deduje que tenía que huir, sin embargo, me acomodé en una roca concluyendo que habría tiempo de escapar antes de que entrase en erupción. Era para mí indispensable transmitir el esplendor que veía, no podía perder esa oportunidad que el destino me brindaba. Sentada en mi privilegiado aunque inestable emplazamiento, reescribí lo vivido e inventé un nuevo relato, como si lo referido con anterioridad solo hubiera sido el preludio de ese prodigioso encuentro y no la historia a la que correspondía agradecer haber llegado allí.
En el momento en el que apuntaba la última palabra, el cráter se estremeció y la lava inició el descenso por una de sus laderas. Me alejé lo más rápido que pude.
Maltrecha y herida, pero a salvo desde la distancia, me di cuenta de que había extraviado en la huida lo anotado, pero en vez de caer en el desánimo, hice con aquella catástrofe un enorme océano y eso, también lo escribí.