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El “coaching” en el deporte base
Eva Sancho
INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES EL DEPORTE BASE?
Por establecer un marco de referencia para el lector, comenzaré concretando qué se va a entender por categorías de base o deporte base. Son conceptos íntimamente ligados a la edad, pues los deportistas que se encuadran en ellos no superan los 20 años. A partir de aquí, entran (en la mayoría de las disciplinas deportivas) en la categoría sénior, entendiéndose concluida su etapa de formación (lo cual puede ser discutible) y enfocando el trabajo deportivo hacia el perfeccionamiento de la práctica (especialmente el orientado al rendimiento y la competición). Así pues, estamos hablando de jóvenes deportistas que van a tener la principal misión de sostener la práctica deportiva en la modalidad de que se trate, evitando que ésta se vaya extinguiendo en la medida en que sus figuras veteranas vayan retirándose de escena. Suponen la base sobre la cual descansa todo el elenco de categorías superiores y de la que, en algún momento, pueden nutrirse para completar plantillas, banquillos, jugadores, reservas, etc. Es por esto que se denominan categorías de base. Pero yendo un poquito más lejos, y aun sin ánimo de anticipar conclusiones y contenidos, debemos relacionar ese concepto de deporte base con el número de deportistas que lo integran. De ahí surge una reflexión relacionada con cómo quedan estructuradas las entidades deportivas en función de la cantidad de deportistas que integran sus filas en las diversas categorías. Las siguientes figuras muestran la configuración de aquellas estructuras, siendo su altura la evolución de los deportistas en el tiempo, según ascienden de categoría, y la anchura el número de deportistas:
Ésta es una estructura en la que el número de deportistas en etapas de iniciación deportiva se mantiene inmutable hasta sus categorías júnior y sénior. Es la estructura “cuasi-ideal”, porque no se pierden “adeptos”. Pero para que fuese realmente ideal debería ser mucho más ancha, lo que implicaría mayor cantidad de deportistas en todas sus categorías, compensándose las bajas de una temporada con altas en la temporada siguiente. No obstante, esta figura peca de ser poco realista, puesto que el paso del tiempo realiza su función y filtra a los deportistas, produciéndose abandonos provocados, fundamentalmente, por cambios en los motivos que sustentan la práctica del deporte.
Ésta es una estructura en la que hay un gran número de deportistas en etapas de iniciación y que se van perdiendo conforme van creciendo y subiendo de categorías. Es una situación que se aproxima mucho a la realidad de algunas modalidades deportivas, en las que el abandono en etapas formativas acaba haciendo mella en las categorías superiores y, por tanto, el “deporte base” no cumple esa función a la que antes se aludía.
Es ésta, a mi entender, la estructura que supone un desafío realista, un reto fácilmente alcanzable si se trabaja en la línea requerida. En ella se aprecian unas nutridas categorías inferiores que van perdiendo deportistas progresivamente y de manera natural, porque no podemos negar que los motivos de la práctica deportiva en edades tempranas van evolucionando y cambiando, porque, con ello, cambia también la motivación, aumentan las cargas académicas, las lesiones, etc. Y todo ello conlleva un filtrado. Pero los profesionales del deporte debemos gestionarlo y controlarlo para que los abandonos no seanmás de los estrictamente inevitables, aunando esfuerzos para que las categorías “de base” cumplan efectivamente su misión y supongan aportaciones significativas a las categorías superiores.
Con todo, espero haber introducido un pequeño ideario de lo que va a ser este capítulo, y haber resumido de manera clara las líneas de trabajo por las que se va a apostar a continuación.
¿PARA QUÉ HACER “COACHING” EN LA BASE?¿QUÉ APORTA A LAS CATEGORÍAS DE BASE?
Cuando nos referimos a las categorías de base de un deporte, el trabajo hacia el rendimiento deportivo, es más, hacia el “alto” rendimiento deportivo, debe pasar siempre por el filtro de la edad de aquellos con los que estemos trabajando. Este hecho obliga a hacer adaptaciones en los programas deportivos y en las planificaciones, adaptaciones relativas a los criterios que es conveniente utilizar para fijar los objetivos deportivos, a los plazos para cumplirlos y a la flexibilidad en la exigencia de la obtención de los resultados. Y los motivos no son sólo el grado de capacitación y el nivel actitudinal que los niños tienen en el ejercicio de la actividad física en comparación con las etapas adultas, sino también el hecho de que están todavía en plena evolución. Los cambios a nivel anatómico, físico, psicológico y emocional se suceden con mucha mayor rapidez que en una etapa adulta. De una temporada a otra, los deportistas pueden experimentar cambios básicos y fundamentales para determinar su carrera deportiva. Por tanto, es importante indicar que las conclusiones absolutas y rígidas respecto al rendimiento de los deportistas de base no deben tenerse en cuenta hasta llegada cierta etapa de madurez y consolidación del crecimiento.
Considerar a un niño deportista en el único aspecto del desarrollo deportivo en cuanto que actividad física, y pretender explotar esa faceta para obtener resultados inmediatos, no va a garantizar la continuidad de ese mismo nivel de rendimiento en las etapas sucesivas. A modo ilustrativo, transcribo aquí los datos de un par de estudios realizados respecto a la evolución en el tiempo de los deportistas y el mantenimiento de su nivel de rendimiento, así como el momento de aparición significativa de resultados competitivos:
1 En el estudio realizado por García-Verdugo Delmas (expuesto en su ponencia Bases del entrenamiento en niños y jóvenes. De la formación al alto rendimiento, dentro del II Congreso Internacional de Ciencias del Deporte organizado por la Universidad de Vigo), centrándose en las pruebas de fondo y mediofondo de atletismo, y sin discriminar entre hombres y mujeres, el autor trató de reflexionar sobre cuál era el mantenimiento del rendimiento de los atletas cuando, a edades tempranas, se han demostrado resultados significativos en la competición. Así, a partir de los datos que a continuación se detallan, obtuvo el número de atletas que, habiendo estado entre los 15 primeros del ranking nacional en esas pruebas en categorías cadete, continuaban 10 años después practicando las pruebas equivalentes en categoría sénior al mismo nivel competitivo. El resultado fue que sólo 2 atletas sénior seguían entre los 15 primeros del ranking (figura 1).
2 Posteriormente, García-Verdugo Delmas realizó el análisis a la inversa, a fin de obtener el “momento de aparición” de los atletas sénior que destacan en el ranking nacional (en todas las pruebas de resistencia), es decir, en qué categoría aparecían por primera vez estos atletas entre los primeros del ranking de su categoría. Se fijó en los atletas sénior que estaban entre los 10 primeros del ranking e investigó su evolución a lo largo de las categorías precedentes, hasta encontrar el momento en que fue la primera vez que tuvieron un resultado competitivo significativo. Ésta es la tabla que resume los resultados obtenidos:
Así, de entre 171 deportistas sujetos al estudio que quedaron entre los 10 primeros del ranking en categoría sénior, sólo 15 aparecieron en cadete, lo que supone un 8,77%. Igualmente, de entre otros 231 deportistas sujetos al estudio, 39 aparecieron en júnior, lo que supone un 16,88%. Y por último, de entre otros 165 deportistas sujetos al estudio, 45 aparecieron en promesa, lo que supone un 27,27%. Si se observan detenidamente los números, se aprecia que el número de apariciones aumenta según se asciende de categoría, con lo que el mayor número de “momentos de aparición” con resultados competitivos significativos tiene lugar en la categoría sénior (concretamente el resto del porcentaje hasta llegar al 100% de la población estudiada, es decir, un 47,08%). Esta conclusión se aprecia con mayor claridad en la siguiente gráfica:
Como curiosidad que respalda la tesis que se está exponiendo, la tabla de la página siguiente indica la progresión en el ranking de tres de los mejores atletas saltadores españoles, según sus resultados en competición en todas sus categorías.
Para poder contar con un gran número de deportistas que nutran las canteras de los clubes deportivos, manteniendo los resultados y el rendimiento durante el mayor tiempo posible, habrá que incorporar otra visión, otra perspectiva de trabajo con la base. En consecuencia, conviene tener en cuenta otra dimensión de las categorías más jóvenes: la del crecimiento y la formación como persona.
Ser considerado como persona (niño o adolescente) es fundamental para hacer que ciertos aspectos que van a influir en su futuro rendimiento deportivo jueguen a su favor y a favor de los resultados esperados. Hablamos de aspectos tales como:
Motivación e implicación.
Aprendizaje.
Responsabilidad y ejercicio de su capacidad de elección.
Evolución y desarrollo.
Conciencia de uno mismo.
Autoconocimiento.
Autoestima.
Seguridad y confianza.
Gestión emocional.
Asunción de valores (esfuerzo, constancia y trabajo).
Es en este “desarrollo como persona” donde el “coaching” puede jugar su mayor papel en el deporte de base, pues su propia filosofía subyacente (a saber: basarse en la capacidad o potencial que las personas tienen para buscar y descubrir las respuestas por sí mismas) ya hace que ésta sea una herramienta adecuada para trabajar aquellos aspectos mencionados.
Conceptos tan utilizados en “coaching” como la responsabilidad y el protagonismo sobre la propia vida; el círculo de influencia; el cambio y la evolución; el no estancarse y seguir adelante; los objetivos deseados, positivos, medibles, retadores y alcanzables; la acción como oportunidad de logro, y el error como base del aprendizaje resultan adecuados para el trabajo con niños en cuanto a su desarrollo holístico e integral, y no exclusivamente como deportistas.
Los expertos mencionan su preocupación por las altas tasas de abandono deportivo en edades escolares que se están produciendo. Y aunque a priori parezca que esto no tenga relación con el tema objeto de estudio, sí me gustaría detenerme en la relación existente entre este abandono y la motivación de los niños y adolescentes. Hay autores (Torregrosa y Cruz, 2007) que clasifican los motivos de los menores para practicar deporte en:
Razones intrínsecas: son motivos que radican en el propio deportista, en su decisión, elección, o en sus sentimientos cuando practican el deporte. Ejemplo: divertirse, sentir la emoción, sentir el reto, aprender a hacer cosas.
Motivos sociales: tienen que ver con el entorno. Ejemplo: estar con los amigos, hacer nuevos amigos, o evadirse de donde o con quien debería estar si no hiciera deporte, pasar un rato con mi madre cuando me lleva a entrenar.
Razones extrínsecas: son motivos externos al deportista, que tienen que ver con la actividad. Ejemplo: competir, el reconocimiento externo, el premio, la propia modalidad deportiva, la admiración de los familiares.
Tal como indica Dosil (2008), mantenerse en un deporte está relacionado con la orientación que se le da a su práctica, es decir, si está orientado a la competición, a la recreación o al desarrollo. Cuando la orientación es competitiva, el deporte está inmerso en un círculo de reforzadores estrechamente vinculados con la motivación extrínseca del practicante, lo que suele tener mucha importancia en el mantenimiento o en el abandono. Con esta motivación externa puede coexistir una motivación interna que, probablemente, será la que adquiera más fuerza para continuar en el deporte de competición en los momentos en que el deportista atraviese dificultades. Por tanto, para prevenir el abandono es importante que el proceso formativo de los deportistas centre parte de la atención en reforzar la motivación interna de los niños deportistas, y no potenciar el premio y los resultados competitivos como único motor para practicar el deporte de que se trate.
La aportación del “coaching” en este punto es importante, en cuanto que potencia la motivación intrínseca y la implicación de los jóvenes con su disciplina deportiva, por lo menos, en dos aspectos:
En cuanto a la empatía: en la medida en que el “coaching” implica una relación de empatía y confianza entre el “coach” y la persona que lo recibe. Especialmente cuando es ejercido por la propia figura del entrenador, genera motivos por los que practicar el deporte, y esto aumenta la implicación porque hace a los niños sentirse a gusto y experimentar con mayor plenitud y libertad todas las vivencias deportivas.
En cuanto al trabajo por objetivos: la manera en que el “coaching” incentiva al “coachee” a conseguir sus objetivos, potencia el afán de superación y esfuerzo, que acaba ejerciendo un efecto palanca sobre aquella motivación e implicación.
En otro orden de cosas, hay que mencionar también la consideración que el “coaching” tiene sobre la capacidad de cambio del ser humano. Estamos ante una disciplina basada en hacer crecer y evolucionar a las personas, promoviendo introducir cambios en sus vidas que provoquen resultados diferentes de los obtenidos hasta el momento. Estos resultados deben evaluarse con posterioridad y trazar así planes de acción adecuados para lograr los objetivos deseados. Por tanto, uno de los pilares del “coaching” es concebir al ser humano susceptible de cambio en cuanto que tiene capacidad de decidir y elegir su futuro, y no como seres rígidos e inmutables, con capacidades prefijadas genéticamente que implican un filtro determinista sobre las personas. Esto último conlleva excluir, y, como se ha visto anteriormente, la exclusión en categorías de base limita las opciones en categorías superiores. Sin embargo, confiar, como hace el “coaching”, en que las personas cambian y tienen capacidad para lograr los objetivos que se planteen conduce a entender que, con mucha probabilidad, detrás de cada niño deportista puede haber, a largo plazo, un deportista de elite o un gran campeón. Esta filosofía ofrece una tregua a aquellos jóvenes que en edades tempranas todavía no han obtenido grandes resultados competitivos, pues no quedan excluidos del marco de la planificación y programación deportiva que se haya elaborado. Palia algunas de las principales causas de abandono deportivo de escolares:
Énfasis competitivoExceso de presión y seriedad de los programasFalta de habilidad y competenciaAusencia de progreso técnico y aprendizajeMiedo al fracaso | Porque el “coaching” se centra en el proceso de aprendizaje más que en la obtención de resultados, lo que contribuye a un ejercicio relajado y consciente de la progresión y evolución del/la deportista. |
Es esto lo que el “coaching” puede aportar al deporte de base: hacer que los pequeños y jóvenes deportistas se desarrollen como personas responsables con su vida y sus metas, que sean conscientes de sus elecciones y consecuentes con las acciones que deciden tomar respecto a las metas que ellos mismos desean conseguir. Y ello en el marco de un entorno de respeto y empatía que, lejos de conformarse con cualquier resultado, va a promover que cada deportista sea consciente de su aprendizaje y evolución, descubra cuál es su mayor potencial y busque su mejor rendimiento a su ritmo particular y a medio-largo plazo.
DIFICULTADES DEL “COACHING” DEPORTIVO EN LAS CATEGORÍAS DE BASE
Es importante hacer un breve repaso a cuáles son las dificultades que atraviesa el “coaching” en su ejercicio con las categorías de base. Algunas de ellas son compartidas, desgraciadamente, con las categorías sénior y/o veteranas, especialmente cuando se trata de deportes minoritarios.
Es cierto que el entorno deportivo está cada vez más abierto a incluir en sus programas deportivos la preparación mental o psicológica, y que ésta está en vías de convertirse en un aspecto tan relevante como el desarrollo físico. Aunque esta consideración es reciente y aún tiene que evolucionar más, el aspecto psicológico de los deportistas ya se está teniendo lo suficientemente en cuenta como para constituir un trabajo autónomo y con entidad propia en cualquier preparación deportiva, especialmente en la alta competición. Afortunadamente, en el entorno deportivo ya no se niega que los miedos, las inseguridades y las creencias limitantes de un deportista afectan a sus resultados, además de la concentración, la motivación, la resistencia al estrés, la confianza en uno mismo y la gestión emocional…, por mencionar sólo algunos aspectos. Esta nueva situación facilita que exista la posibilidad de ir introduciendo nuevas técnicas y disciplinas que trabajen todas estas facetas en los deportistas, disciplinas como el “coaching”.
Sin embargo, es cierto que todavía existe un gran desconocimiento de esta disciplina en concreto, que obstaculiza la fluidez con la que los clubes deportivos, entrenadores, técnicos y deportistas pueden recurrir a los servicios de un “coach”. Ciertamente, el “coaching” es una disciplina que se encuentra en plena evolución y crecimiento en nuestro país, y que, hasta ahora, se ha desenvuelto más en entornos empresariales y ejecutivos. Esto provoca que los “coach” deportivos se conviertan en puros comerciales y tengan que hacer un esfuerzo por explicar a las diferentes personas involucradas qué es y en qué consiste el “coaching” para llegar a plantear lo que éste puede aportar.
Otra dificultad que se suma a la implantación del “coaching” en los clubes o en el proceso de preparación de los deportistas es de naturaleza económica. En general, el deporte en nuestro país cuenta con una escasa inversión económica, a excepción de algunas disciplinas mayoritarias. Esta situación conduce, hablando de las categorías de base, a que, de querer contar con un “coach” y valorar su necesidad en el desarrollo de los deportistas, el trabajo se realiza de manera voluntaria o escasamente retribuida, o bajo la “denominación” de otras figuras (como las de segundo entrenador, delegado, fisioterapeuta, coordinador deportivo…). Esto en el mejor de los casos. En el peor, automáticamente se deja de contemplar la posibilidad de realizar un desarrollo como el hasta ahora descrito con los deportistas más pequeños, priorizando otros aspectos, en ocasiones, menos relevantes. Ocurre el caso de clubes, técnicos y deportistas para los que las prioridades acerca de cómo repartir los presupuestos o la inversión económica pasan por la impaciencia que tienen en la obtención de resultados. Esta impaciencia conduce a no invertir en un proceso de aprendizaje y desarrollo como el que hemos descrito antes, sino que se busca el “atajo” y el camino que más fácilmente vaya a producir grandes resultados deportivos, lo que, segura y desgraciadamente, conlleve a corto plazo más inversión, patrocinio y esponsorización. Es el caso, por ejemplo, de la inversión en fichajes y becas a jóvenes deportistas que tienen un nivel de rendimiento actual superior al de su categoría, con la intención de integrarlos dentro de un plan formativo que les mantenga en ese nivel para ser aprovechados en las plantillas de las categorías superiores en el presente y en el futuro. Obviamente, este tipo de fichajes pasan también a engrosar las filas de la cantera de las organizaciones deportivas, lo que resulta positivo, pero desafortunadamente, en la mayoría de los casos, implica un descuido de la evolución de la cantera local hacia ese mismo rendimiento, de manera que esas inversiones (económicas y de esfuerzo) no son equitativas. Crear una cantera es crear escuela, una escuela orientada a atender a la “base” en cuanto que son los futuros deportistas, y esto implica:
Tener la paciencia suficiente para dedicar tiempo al desarrollo.
Implicación y confianza de los técnicos en la evolución de los niños.
Tener la habilidad necesaria para saber apreciar las mejoras y hacer las correcciones pertinentes.
Es ante esa filosofía del fichaje cuando surge la dificultad con la que se encuentra el “coaching” como herramienta de desarrollo de deportistas como personas ante todo, y como futuros deportistas de rendimiento después, porque el trabajo a largo plazo y la metodología utilizada distan mucho de las intenciones de la filosofía mencionada. Es decir, dado que lo que aporta el “coaching” no es lo que interesa, no se invierte en él.
Cuando nos encontramos en esta tesitura, una alternativa a la hora de ejercer el “coaching” en la base es que los entrenadores sean a su vez los “coach”, aplicando sus habilidades y competencias en su desempeño como técnicos. No obstante, esta opción lleva consigo unos riesgos que suponen sacrificar algunos aspectos inherentes a los procesos de “coaching” estrictamente entendidos. Me estoy refiriendo especialmente a la implicación del “coach” en los procesos del equipo o de los deportistas. Los técnicos son parte del proceso de evolución y desarrollo, y son los responsables de la valoración y evaluación de las planificaciones deportivas establecidas. Esto les posiciona como parte dentro de ese proceso, impregnándoles de cierto subjetivismo y dificultándoles, en muchas ocasiones, contar con una visión tan aséptica como se requiere. Es el caso, por ejemplo, de situaciones en las que se requiere gestionar emociones durante un evento competitivo en el que los entrenadores también son partícipes del mismo (aunque no principales protagonistas) y soportan cierta carga emocional propia. En estos casos, que tanto el deportista como el técnico vayan acompañados por un “coach” facilita que ambos gestionen sus emociones orientándolas al objetivo, pudiendo centrarse en uno, otro, o en ambos, según en quién se manifieste la limitación. Por el contrario, un entrenador que se encuentre en una situación de tensión competitiva, por ejemplo, durante un partido importante con un marcador ajustado, corre el riesgo de actuar con los/las deportistas influido por sus propias emociones, sus propias expectativas y su “diálogo interno” personal.
Y no es éste el único riesgo o sacrificio. Se puede también hablar de las diferencias que existen entre el estilo comunicativo utilizado en el “coaching” y el que habitualmente tienen los entrenadores, así como, en general, entre el modus operandi del “coach” y el del entrenador:
Modus operandi del “coach”: será hacer que el deportista encuentre sus propias respuestas en su aprendizaje a través, fundamentalmente, de preguntas poderosas que movilicen sus conocimientos y le ayuden a hacer sus propios descubrimientos. Y permitiéndole siempre experimentar, probar, arriesgarse para darse cuenta de que sólo con la acción se puede ganar.
Modus operandi del entrenador: basado en que será su propia experiencia y conocimientos los que sirvan de base para que el niño aprenda a través de observar cómo se debe hacer, repetir y mecanizar lo que hay que hacer, y establecer de manera absoluta la técnica y la táctica deportiva a seguir. Es, por tanto, un proceso de aprendizaje guiado y orientado, con unos criterios que hay que aplicar a la generalidad de los deportistas.
Con todo, no quiero transmitir que estos supuestos de integración de ambas figuras no son adecuados o son una “misión imposible”, pero sí que se requiere que el “coach”-entrenador realice un esfuerzo para compaginarlas, prestando especial atención a aquello que haga que el “coaching” no pierda su esencia. Se invita al lector que desee profundizar en este tema a la lectura del capítulo de este mismo libro El rol del entrenador como líder-“coach”.
Otra dificultad con la que un “coach” deportivo se puede encontrar a la hora de realizar procesos de “coaching” a las categorías de base es la escasez de tiempo del que disponen actualmente los niños. Algo que hay que evitar de cualquier manera es que las sesiones de “coaching” se conviertan en otra actividad extraescolar más para los deportistas. La mayoría de los niños y niñas se encuentran sobresaturados de actividades extraescolares. Muchos realizan varias modalidades deportivas, otros compaginan el deporte con disciplinas artísticas (como la música, la danza o la pintura, por ejemplo), y otros cuadran sus horarios con actividades de refuerzo de los estudios y clases particulares. Ante estas circunstancias, el “coaching” se ve relegado al espacio de tiempo en que estos pequeños deportistas practican su modalidad deportiva, de manera que no obstaculice su desarrollo en otras áreas de su vida. Por tanto, la práctica del “coaching” en estos casos se escapa de la manera en que se aplica en otros ámbitos, a saber: un proceso compuesto por un número pactado de sesiones que se desarrollan en un horario establecido entre el “coach” y el “coachee”, y en las que éste contará con un tiempo de introspección y análisis de sus objetivos, logros, evoluciones y cambios. Con niños y niñas que tengan tanta ocupación horaria, es harto difícil practicar “coaching” de esta manera. La mejor alternativa es, por una parte, incluirlo en la planificación deportiva y que constituya una acción más a realizar dentro del tiempo que los deportistas dedican a su disciplina deportiva, y, por otra, capacitar a los cuerpos técnicos en el ejercicio de las habilidades y competencias del “coaching” e, incluso, de la pedagogía.
Lo expuesto en este epígrafe tan sólo pretende ser un escueto análisis de cuál es la situación actual y generalizada del “coaching” en el deporte base. En absoluto quiere amedrentar cualquier alternativa, opción u oportunidad de dar un primer paso e introducir esta disciplina de desarrollo personal en el ámbito deportivo con los más pequeños, y, mucho menos, disuadir de hacer cualquier esfuerzo que contribuya, por pequeño que sea, a demostrar el potencial que el “coaching” tiene en el crecimiento de las personas y todos los beneficios que se pueden obtener en el deporte de elite.
¿CÓMO SE HACE? ESPECIALIDADES DEL “COACHING” PARA LA BASE
A día de hoy, las posibilidades más habituales de realizar “coaching” con el deporte base son tres: “coaching” externo, “coaching” interno, y “coach”-entrenador.
Se pueden llevar a cabo procesos de “coaching” fuera de la organización a la que pertenezcan los deportistas y de manera independiente de sus directrices, procedimientos y estructura. Es a esto a lo que me refiero con “coaching” externo. Los “coachees” (clientes) son deportistas que voluntariamente, por su propia iniciativa, contratan los servicios de un “coach” para desarrollar su preparación deportiva. En estos casos, normalmente, estamos ante jóvenes de 15 ó 16 años en adelante, que ya tienen cierta autonomía, conocimiento e implicación con su carrera deportiva, orientación al rendimiento y capacidad intelectual para comprender qué supone un proceso de “coaching”.
En edades inferiores se suelen plantear dos situaciones:
1. Los padres, tutores o incluso los técnicos deportivos deciden que el deportista debe realizar un proceso de “coaching” (parecido a como sucede en el “coaching” empresarial y ejecutivo).
Como se aprecia en el gráfico, se crea una relación triangular entre el “coach”, las personas que han tomado la decisión o han sugerido hacer un proceso de “coaching” y el deportista que se subordina o acepta la decisión de otros de hacer un proceso.
Aunque éste es un tema que se abordará más adelante, en el epígrafe de La importancia de trabajar con objetivos, adelanto aquí la reflexión, por cuanto parte de este punto que ahora se trata. La cuestión que surge aquí es preguntarse acerca del grado en que el “coachee” asume el objetivo, teniendo en cuenta que personas ajenas al deportista ya han considerado un objetivo sobre el que éste debería trabajar. Lo que llama la atención de esta situación es cómo el “coachee” va a motivarse y responsabilizarse de ese objetivo que no ha sido fijado por él mismo. Ésta es una cuestión interesante, que no está del todo zanjada entre gran número de profesionales del “coaching” y que, en el ámbito deportivo (y especialmente cuando se trata de niños), tiende a ser una situación habitual, porque el ejercicio deportivo (no como mera actividad física, sino como deporte) sigue unas programaciones y planificaciones que contienen objetivos deportivos a cumplir por todos los componentes, bien sea a nivel individual (entrenador, preparadores físicos y atleta, tirador, tenista, nadador, etc.), bien sea a nivel colectivo (entrenador, preparadores físicos, fisioterapeutas, jugadores, etc.).
No obstante, los objetivos que se pueden trabajar en “coaching” no tienen por qué ser incompatibles con esas programaciones deportivas. De hecho, parte de la labor del “coach” en esta relación triangular será promover que el “coachee” fije sus objetivos de “coaching” en consonancia y congruencia con los objetivos deportivos que estén previstos para él, de manera que el trabajo que se realice en el proceso suponga verdaderamente una aportación al camino deportivo del niño o adolescente.
2. El “coaching” es concebido como un servicio más del club u organización deportiva y se inserta a nivel interno dentro del sistema de recursos humanos, disponiendo o de “coaches” como figuras independientes de cualquier otra, o de personas que fusionan ambas figuras (“coach”-entrenador). Tal como ha quedado expuesto anteriormente, salvo contadas excepciones, disponer de un “coach” interno que no ejerza al mismo tiempo funciones de técnico requiere un alto grado de madurez y desarrollo de la organización deportiva, madurez que implica, fundamentalmente, tener una visión y misión orientadas a la consolidación de la cantera, pasando por el desarrollo como persona de sus jóvenes deportistas.
Pero en otro orden de cosas, y hablando de la práctica del “coaching” con niños y adolescentes, de cómo se hace “coaching” con ellos, cabe mencionar que existen diferencias propias de la edad. Como “coaches” debemos tener en consideración que hay algunos aspectos que es necesario adaptar a efectos de lograr procesos satisfactorios para los deportistas. Y ello con independencia de si se trata de un “coaching” externo, interno o “coach”-entrenador.
Fundamentalmente, los aspectos que es necesario adaptar cuando se trata de niños y adolescentes son:
El lenguaje, es decir, la terminología utilizada, en los conceptos, en la complejidad de las preguntas y en la composición de las frases. Obviamente, no todas las personas tienen el mismo grado de desarrollo lingüístico y el “coach” deberá adaptarse siempre al “coachee” para generar rapport y confianza. Este detalle es común a la práctica del “coaching”, en que el “coach” debe adaptarse a las características concretas de cada “coachee”. Pero, además, en el caso de niños y adolescentes es todavía más marcado porque, en general, la variedad lingüística es escasa. Están aún confeccionando y ampliando su vocabulario, y el grado de desarrollo conceptual es todavía bajo, con lo que las abstracciones lingüísticas les resultan poco comprensibles. El uso de metáforas e ironías, como herramientas de “coaching”, funcionan si son muy visuales y están adaptadas lingüísticamente. Utilizar metáforas de animales para ilustrar la actividad que se realiza y/o cómo se debe realizar suele tener efectos relevantes dentro del aprendizaje significativo de los deportistas de menor edad (por ejemplo, escabullirse de la defensa como un ratón, o ampliar la zancada como un avestruz, etc.). Por tanto, el lenguaje a utilizar debe ser sencillo y claro, con gran variedad de sinónimos y plenamente adaptado a los estilos comunicativos que usen los “coachees” con los que se esté trabajando.
La formulación de preguntas. En determinadas edades están acostumbrados a que se les den “lecciones” y, en ocasiones, al aplicar el método socrático reciben las preguntas como capciosas o quieren e intentan responder lo que “hay” que responder, buscando la respuesta correcta. Sienten las preguntas como una evaluación o examen de conocimientos, y quieren acertar en la respuesta que el “coach” pueda estar pensando. En definitiva, creen que lo que les va a hacer avanzar es el acierto sobre la respuesta correcta (que es la que tiene el adulto) y, por tanto, descuidan esa parte del “coaching” en la que el responsable es el “coachee”, siendo sus valores, su voluntad y su compromiso lo que cuenta y sobre lo que se trabaja. El uso de preguntas abiertas, entendidas como aquellas que permiten al interlocutor confeccionar libremente la respuesta, de una manera amplia y con numerosa información, es crucial en “coaching” porque potencia el autodescubrimiento y la autoconciencia. Pero cuando se trata de menores no viene mal tener a mano otros recursos que delimiten mínimamente el contenido de las respuestas y que les puedan orientar hacia el camino que se esté trabajando.
Así, conviene compaginar esta metodología con otras estrategias complementarias como, por ejemplo:
1. Resumir con afirmaciones las respuestas que hayan dado:
“Coach”: ¿Qué es lo que hace que no lances?
“Coachee”: No lo sé… No quiero lanzar, no me gusta, porque si no meto gol, ¿qué? La entrenadora me riñe.
“Coach” (afirmación): Entonces es porque la entrenadora te riñe cuando no metes gol.
“Coachee”: No, no, la entrenadora no me riñe, pero me da miedo que lo pueda hacer.
En este ejemplo, la “coachee” ha especificado su respuesta tan sólo para que no se malinterpretara la información que el “coach” había obtenido tras la primera respuesta y, al hacerlo, ha descubierto el verdadero obstáculo que le impide lanzar: el miedo.
2. Extraer conclusiones exageradas de esas respuestas. Con el mismo ejemplo:
“Coach”: ¿Qué es lo que hace que no lances?
“Coachee”: No lo sé… No quiero lanzar, no me gusta, porque si no meto gol, ¿qué? La entrenadora me riñe.
“Coach” (exageración): Siempre que no metes gol la entrenadora te riñe. Todas las veces que lanzas y no es gol, la entrenadora se pone como una energúmena, no te explica lo que has hecho mal y te llevas una bronca. Por eso no lanzas.
“Coachee”: No, eso no es lo que pasa. Cuando lanzo la entrenadora me anima, aunque no meta gol. Pero es que no me sale y pienso que otras compañeras sí podían haber metido gol más veces que yo.
En este ejemplo, la “coachee” se ha representado en su mente la situación que el “coach” le ha descrito y ha comprobado que no es la situación que realmente le sucede, con lo que desvela el verdadero motivo: poca seguridad en sí misma o complejo de inferioridad.
3. Hacer encadenaciones de causas y consecuencias derivadas de los pensamientos que expresen (del tipo: quieres decir esto… entonces esto otro…, y si esto otro, también lo de más allá…):
“Coachee”: Nunca meto gol.
“Coach” (primera conclusión): ¿Quieres decir que cada vez que lanzas tiras la pelota fuera?
“Coachee”: Sí. No soy buena lanzando y, para hacer eso, prefiero que lancen otras.
“Coach” (segunda conclusión): Así que como no sabes lanzar bien, no practicas lanzando más veces.
“Coachee”: Sí.
“Coach” (consecuencia final). Si no practicas el lanzamiento, no aprendes a lanzar bien, y como no lanzas bien, no metes gol. Entonces, no metes gol porque no lanzas suficiente, ¿no?
En este ejemplo, a través de la exposición de las consecuencias que tienen las afirmaciones de la “coachee”, se puede representar gráficamente el “círculo vicioso” en la que está inmersa y darse cuenta de cuál es el cambio que puede introducir para paliarlas.
No obstante, no olvidemos que lo más importante es observar el efecto que están produciendo las preguntas y, sobre todo, haber generado una relación de confianza y respeto suficientes que prevenga y evite que el niño se sienta cuestionado. El “coach” tiene que lograr que el deportista conciba esta metodología como pertinente y adecuada, y eso lo puede conseguir poniéndole de manifiesto los resultados y beneficios que ese método está teniendo en él.
La metodología. En general, es difícil hacer que un niño se siente a reflexionar sobre sí mismo, sobre las cosas que hace y los resultados que obtiene. Y mucho más si hay que hacerlo en horas de entrenamiento. Ciertamente, la escuela ya les obliga a estar tiempo sentados “pensando”, con lo que el “coach” que pretenda repetir el esquema de “coaching” adulto con niños se encontrará con una barrera infranqueable: la nula predisposición y voluntad para ello. El “coaching” debe ser más fluido y cotidiano en los entrenamientos, es decir, una herramienta de autoobservación y análisis mientras el niño practica los ejercicios establecidos por el entrenador. El uso habitual de las preguntas en el desarrollo de estos ejercicios (con las adaptaciones oportunas que ya hemos mencionado anteriormente) supone un gran instrumento, así como también diseñar entrenamientos específicamente orientados a que los deportistas se observen y reflexionen sobre los aspectos que convenga desarrollar. Al hilo de lo expuesto se deduce otra adaptación metodológica: que el papel del “coach” es mucho más directivo que con adultos, es decir, que con niños y niñas el “coach” orienta más el proceso y dirige más la atención hacia aspectos que él considera convenientes. Cuando hablamos de adolescentes, estas adaptaciones se difuminan más, y no son tan necesarias. Incluso mantenerlas puede resultar contraproducente, en cuanto que el “coaching” perdería su esencia. Sin embargo, sí que hay que tener en cuenta lo poco acostumbrados que están los jóvenes a reflexionar sobre sí mismos. En los supuestos en que el “coaching” no sea una contratación intencionada del deportista sino que constituya un servicio de la organización deportiva y venga impuesto por ella (apareciendo aquella relación triangular expuesta antes), podemos llegar a encontrar en los jóvenes actitudes saboteadoras de los procesos, poca voluntad y poco reconocimiento sobre los resultados que se obtengan con el proceso. Por tanto, en el trabajo con adolescentes es crucial y fundamental dedicar más tiempo y esfuerzo a la definición de los objetivos, a que sean compartidos con el club, a que los vivan y los tengan siempre presentes y a que sean plenamente conscientes de cuánto desean conseguirlos. Será esto lo que les motive y les incentive a recapacitar sobre determinados puntos de mejora y cambio, a reflexionar sobre cómo hacen las cosas y cómo podrían llegar a hacerlas, a estar orientados en una dirección, y a experimentar que lo que hacen es realmente lo que quieren hacer. Ésta es la puerta de entrada al trabajo con adolescentes.
La forma de relacionarse con el “coachee”. La diferencia de edad entre “coach” y “coachee” puede jugar un papel contrario a la empatía, confianza y neutralidad que el “coachee” necesita sentir en aras de que se genere un ambiente propicio para la introspección. De manera automática, los jóvenes “coachees” posicionan a su “coach” por encima de ellos por el solo motivo de ser mayor. Por ello es conveniente que el “coach” tenga en cuenta este aspecto y se asegure de que el proceso se sustenta sobre una relación en la que el “coachee” no se sienta en ningún caso intimidado o presionado, o tentado de derivar responsabilidad al “coach” y adoptar actitudes escapistas. Además, el proceso de asunción de responsabilidad sobre la propia vida, sobre las acciones que realizamos y el desarrollo de la capacidad de elección y toma de decisiones puede resultar incómodo a determinadas personas, especialmente tratándose de niños o adolescentes. Incidir en ello en exceso puede provocar reacciones en el “coachee” que dilapiden la relación de confianza que necesariamente debe existir entre “coach” y “coachee”. La actitud del “coach” de mantenerse al margen, de no intervenir, de no dirigir, de trasladar toda la responsabilidad al “coachee”, hay que adoptarla de forma flexible cuando trabajamos con niños o adolescentes. El “coach” deberá tener la habilidad necesaria para hacer que el deportista encuentre sus propias respuestas, las valore como primordiales y, al mismo tiempo, que esto no suponga una presión extra que pueda desestabilizarle. De hecho, lo que sucede cuando se consigue controlar este aspecto es que aumenta la autoestima que experimentan los “coachees” cuando se sienten respetados y perciben que sus propias decisiones y respuestas son tan válidas como las de un adulto, al tiempo que aumenta su confianza en su “coach” y hará que cuenten con él ante las dificultades que se les presenten.
Mayor peso de la intuición del “coach”. Especialmente cuando se trabaja con niños (no tanto con adolescentes), la intuición del “coach” tiene más relevancia en la evolución de sus procesos de cambio, dado que, por las especialidades mencionadas y el hecho de que los menores están aún en pleno proceso de autoconocimiento, es difícil y lento indagar con ellos acerca de sus emociones, creencias, comportamientos, etc., más aún sin que se sientan desbordados por lo analítico del procedimiento y se pierda su confianza y predisposición al trabajo de “coaching”. Un niño podrá descubrir con su “coach” qué emociones le llevan a “desaparecer” de la competición o del partido y perder la concentración, por ejemplo. Pero es necesario que el “coach” tenga bien desarrollada la habilidad para hacer una lectura acertada de qué es lo que hace que el niño en cuestión tenga esa emoción. Así, los “coaches” deportivos que trabajan con niños tienen que lanzarse más habitualmente a trabajar bajo lo que ellos piensan que es y que está sucediendo, hasta que confirmen o desmientan su lectura en pro de otra más ajustada. Esto no sucede tanto cuando entramos en edades adolescentes, 16 años en adelante, ya que con estos deportistas se puede hacer un trabajo más introspectivo y el “coach” podrá trabajar de nuevo desde una posición externa a su propia visión, sus opciones y sus valores, pues el “coachee” ya puede ofrecerle sus parámetros con mayor claridad y acierto.
El tiempo que puede durar un proceso. Es la consecuencia de tener que hacer las adaptaciones expuestas. Dado que se requiere un “acople” metodológico, el proceso se ralentiza y, con él, los resultados de cada plan de acción. Es decir, si al “coachee” le cuesta asumir que los resultados que espera dependen de él y de su propio compromiso, que el plan de acción está compuesto por acciones que define él y nadie más (y no son “deberes para casa” ni ejercicios para llevar la lección aprendida), el “coach” tendrá que centrarse antes en “subsanar” estos puntos para que el proceso pueda resultar efectivamente un proceso de “coaching” con todas sus características. Hay también otros factores que ya se han mencionado y que afectan a la duración del proceso, como, por ejemplo, que el “coaching” sólo se pueda practicar en el mismo horario que los entrenamientos.
LA IMPORTANCIA DE TRABAJAR CON OBJETIVOS
Establecer objetivos es un pilar elemental del aprendizaje y la evolución. Cualquier teoría pedagógica que se preste se sustenta sobre lo fundamental de establecer y ser consciente de para qué se hacen las cosas, para conseguir qué, con qué intención se hace este u otro ejercicio o qué queremos conseguir con tal planificación. Es la mejor manera de tener claro hacia dónde vamos, adónde nos dirigimos. El “coaching” va un poco más allá en cuanto que trata de desvelar los verdaderos objetivos y metas que cada uno tiene, en el sentido de descubrir qué es lo que realmente se quiere. Normalmente, este trabajo no es fácil de realizar con menores si se plantea en términos de una reflexión profunda, porque, como ya se ha dicho, les desborda la cuestión (por lo innovador que les resulta, porque no saben elegir sólo una respuesta y no tienen claro por cuál decantarse, por subestimar la validez de lo que piensan…).
Como estrategia para que expresen un objetivo, algo que quieran conseguir, resulta muy útil cerrar el ámbito y poner límites a las posibilidades entre las que elegir. Por ejemplo, centrarse en el ataque, o centrarse en la defensa, o centrarse en la subida a la red, o en los lanzamientos, o en la batida de un salto, o en los pasos entre las vallas de una carrera, o en los calentamientos antes de una competición, o en la concentración y la tranquilidad ante un evento deportivo, etc. Empleando una metáfora muy utilizada en “coaching”, consiste en “hacer trocitos pequeños de ese elefante grande que nos queremos comer”, y cuando se trata de “coaching” con niños, el rasgo distintivo reside en quién es la persona que “trincha” ese elefante. Especialmente con las edades más jóvenes, lo conveniente es que el “coach” cerque este ámbito en función de lo que se haya entrenado o se esté entrenando. Progresivamente, según avance la temporada y el trabajo deportivo evolucione, hay que ir abriendo ese ámbito y levantando las restricciones para que vayan responsabilizándose de la fijación de sus objetivos. Así, conforme van adaptándose a funcionar de esta manera, serán los deportistas quienes automáticamente se marquen metas y pidan establecerlas. Es cierto que funcionar de esta manera exige del “coaching” un sacrificio al inicio del proceso: trabajar con una pluralidad de objetivos que se van a ir cumpliendo o desechando consecutivamente hasta encontrar “el objetivo”, es decir, la meta final a largo plazo que constituirá el punto evaluativo del progreso del deportista. Aquel punto le servirá para evaluarse y analizar hasta dónde puede llegar. Entre tanto, sólo se trabajará con pequeñas metas, que le hagan estar en el camino y le orienten hacia su mejor rendimiento a largo plazo.
Tampoco hay que complicarse mucho la vida: lo fundamental del trabajo con objetivos en las categorías de base es hacer que estén orientados y centrados en el trabajo, en el esfuerzo y en el evento o actuación deportiva que vayan a realizar, minimizando al máximo las inferencias externas que puedan haber (como padres, público, árbitros y jueces, pensamientos y emociones limitantes, etc.). Esto es crucial para mejorar el rendimiento y los resultados, dado que así los niños saben qué es lo que van a buscar y para qué van a trabajar y esforzarse en entrenamientos y competiciones. Saben que tienen que hacer cosas en cuanto que se han propuesto conseguir algo personalmente. Consecuencia de esto es la proactividad e iniciativa que demuestran los niños deportistas cuando, teniendo claro y manifestando sus propios objetivos, se les demuestra (por el entrenador o el “coach”) y asumen que la pasividad, el no hacer cosas, les priva de lograr lo que desean. Además, éste es uno de los primeros pasos para combatir los miedos y las creencias limitantes, y en edades tempranas tiene resultados apreciables enseguida (no siendo tan evidente en adolescentes).
Una de las adaptaciones que el “coach” se puede ver obligado a hacer tiene que ver con el filtrado de los objetivos que los deportistas se fijen. Esto es, que el objetivo esté expresado en positivo, sea específico, temporalizado, retador, alcanzable, medible, evaluable y ecológico. Todo el análisis que se requiere para hacer que el objetivo cumpla estos parámetros se puede realizar con mayor facilidad cuando estamos ante un “coaching” externo o interno que cuente con un tiempo de dedicación al “coaching” independiente de los entrenamientos. La atención está más enfocada a ello, hay mayor predisposición al análisis intelectual que cuando estás en un entrenamiento, y la sesión cuenta con un horario propio no compartido con otras actividades. Cuando no es así, y estamos ante un “coach”-entrenador o un “coach” inter-no que sólo pueden trabajar con los deportistas en los momentos de entrenamiento, hay que priorizar e ir paso a paso:
1 Centrarse en que los objetivos se expresen en positivo, que los niños entiendan y manifiesten qué es lo que sí quieren conseguir y se enfoquen a ello, y no hacia lo que no quieren.
2 Hacer que esos objetivos sean específicos, es decir, que se trate de conseguir cosas concretas: marcar 4 goles, hacer un tiempo de 63 segundos en la carrera, saltar 2 metros y 41 centímetros, etc.
3 Hacer que el objetivo sea alcanzable por el deportista, pero que, al mismo tiempo, le suponga un reto alcanzarlo porque entrañe cierto esfuerzo o dificultad. Que sea alcanzable, además, bajo dos premisas:
que la dificultad esté dentro de su proceso evolutivo y de sus capacidades puestas en marcha para conseguirlo;
que dependa de él, que esté dentro de su ámbito de influencia y control, que sea él quien tenga que hacer algo para conseguirlo y sea consciente de ello.
Lo bueno que tienen los niños y adolescentes (en general, claro está) es que, al estar formándose en la vida y desarrollándose como personas, todavía no tienen mapas mentales rígidos que les hagan tener fuertes creencias limitantes acerca de lo que pueden y no pueden hacer. En este sentido, la estrategia del “¿y qué pasa si…?” funciona bien, es decir, cuestionarles qué pasaría si hicieran eso que no están haciendo (porque les da miedo, porque no se lo han planteado nunca, porque nunca antes se les había responsabilizado de eso, etc.) e inducirles a que prueben y experimenten con ello y con los resultados que obtengan es una dinámica que con estas categorías produce resultados observables con rapidez.
Por otra parte, el funcionar con los objetivos individuales de cada deportista no puede ser la única y principal herramienta para hacer que los niños evolucionen hacia un alto rendimiento que pueda mantener el nivel competitivo del club o la organización de los que son cantera. Y no puede serlo, obviamente, porque existirán planificaciones deportivas globales, con sus objetivos propios, existirá una misión del club y existirá una programación deportiva de los entrenadores en la que estarán fijados, temporalmente, los objetivos específicos que a nivel técnico hay que conseguir o se van a trabajar. Incluso los propios técnicos pueden tener sus propios objetivos (impuestos o autoimpuestos). Siendo esto así, y retomando la cuestión que he apuntado unas páginas atrás al introducir el concepto de “relación triangular”, la pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿cómo se compaginan los objetivos del deportista con los del club, los del entrenador o los del equipo?
Por una parte, la misión y los objetivos del club u organización deportiva y los de los técnicos van a servir al “coach” para fijar aquel marco de referencia que se comentaba en el que quedará especificado el objetivo del “coachee”, de manera que los objetivos individuales siempre estarán en la línea de trabajo fijada técnicamente. Pero, por otra parte, no hay que olvidar que estamos hablando de las categorías de base. En el caso de deportistas de elite adultos, es bastante obvio que los objetivos versarán sobre la obtención de resultados, de los mejores resultados. Es decir, la meta principal es ganar y, si no, lograr el mejor resultado competitivo que se pueda. Y estos objetivos serán comunes a todos los sujetos implicados (club, técnicos, deportista, etc.). Sin embargo, si en las categorías de base nos orientamos hacia el desarrollo integral y holístico de los deportistas, los principales objetivos de los clubes y equipos técnicos deben ser la propia evolución y progresión deportiva de los jóvenes, si bien esto no quiere decir eliminar el factor competitivo. Dados todos los beneficios que supone que los niños y adolescentes aprendan a fijar sus propias metas y se responsabilicen de ellas, será el entorno deportivo el que tenga que ajustarse mínimamente a los objetivos individuales de los deportistas y respetarlos, especialmente a fin de lograr un ambiente propicio para conseguir que el afán de superación y esfuerzo surja de manera natural y voluntaria, y no se imponga. Y ello no es incompatible en absoluto con que la misión del “coach” sea hacer que esos objetivos evolucionen hacia un mejor rendimiento futuro.
Una herramienta muy aconsejable y sencilla para que los niños se encuentren concentrados y orientados hacia el evento deportivo en el que tengan previsto participar es hacer que escriban sus objetivos para ese evento. ¿Qué es lo que quieren conseguir hacer en ese partido, competición, carrera, combate, etc.? Se les pide que escriban, justo antes de la preparación o calentamiento, en un papel que luego vayan a conservar, entre 3 y 5 metas que quieran conseguir. El “coach”, que bien sea interno o externo es aconsejable que acompañe a los deportistas en estas ocasiones, debe revisar estas metas y hacer un pequeño filtrado con el niño, orientado a que se cumplan los requisitos ya comentados: positivo, específico, alcanzable y retador, y que esté relacionado con lo que se haya entrenado hasta ese momento (para cuadrarlo con el nivel de aprendizaje deportivo que se tenga). Es muy importante también que el entrenador conozca estos objetivos y ajuste su grado de exigencia y expectativas a ellos o que, en caso de no hacerse tal ajuste, lo comunique al deportista en cuestión, especificándole lo que se espera de él.
Este último es un punto importante e interesante: la comunicación y transmisión a los niños de los objetivos del entrenador y las expectativas que éste tiene sobre cada uno. De nuevo, surge otra vez el detalle de la “relación triangular”, en la que se aprecian una pluralidad de objetivos, metas y expectativas de los diferentes sujetos involucrados. El “coach” debe potenciar situaciones de comunicación entre entrenadores y deportistas, con el fin de que los objetivos de los primeros sean consensuados y compartidos para prevenir al máximo su propia frustración, y el sentimiento de fracaso del deportista. En este sentido, hacer partícipes a los deportistas ayuda mucho, en cuanto que tiene, como mínimo, los siguientes efectos:
Integradores: los entrenadores y los deportistas trabajan juntos.
Captadores: porque genera un clima de respeto y confianza que hace que los niños quieran estar en él.
Sobre el desarrollo de la responsabilidad: porque los niños saben siempre desde dónde se les evalúa, desde dónde se pueden ellos exigir a sí mismos, y cuáles son los parámetros de aquello que pueden conseguir, evitando así autocreencias limitantes.
Sobre el sentimiento de seguridad: puesto que la claridad y transparencia en la comunicación hacen que sepan a qué atenerse, es decir, que esté todo especificado y tengan la información necesaria para elaborar el mapa que les ayude a tomar decisiones.
Esta comunicación puede hacerse tanto de los objetivos generales de la programación que el entrenador tenga (algo así como “lo que tenemos que acabar sabiendo y haciendo bien al final de la temporada”), como de las propias actividades que compongan cada entrenamiento. Hacer que los niños descubran para qué sirve cada cosa que el equipo técnico les dice que hagan, saber qué tienen que conseguir en esos ejercicios, les motiva y orienta su esfuerzo a lograr esos objetivos. Se establece así una base consciente sobre el proceso de aprendizaje que estén llevando a cabo. Posteriormente, el “coach” o los técnicos pueden recurrir a esa conciencia para que los deportistas traigan al presente esos conocimientos. Además, con adolescentes, tiene un efecto sobre el reconocimiento de la labor del equipo técnico, puesto que descubren todo el trabajo que hay detrás de cada entrenamiento, de cada competición, de cada comentario o atención que se les presta.
En otro orden de cosas, dentro de aquella filosofía expuesta al inicio de este capítulo de centrarse en elaborar programaciones deportivas que busquen la formación de deportistas de alto rendimiento a largo plazo, y de dedicar el esfuerzo con las categorías de base a conseguir su desarrollo integral, el “coach” tiene la labor, dentro del trabajo con objetivos y creencias, de potenciar que cada niño o adolescente se defina como deportista y consiga dar respuesta a qué tipo de deportista quiere llegar a ser. Este trabajo tiene enormes beneficios sobre su propio progreso deportivo, puesto que se les sitúa fácilmente como dueños de su propio futuro, sin olvidar la cantidad de información que reporta a los diferentes profesionales que trabajan con ellos. Conocer la autoimagen y el autoconcepto de los deportistas que conforman la cantera ayuda a fijar objetivos y desarrollar expectativas ajustadas a la realidad, a analizar las líneas de trabajo que resulta conveniente seguir, y a diseñar planes de trabajo orientados a mejorar o potenciar esos aspectos. En general, conocer la autoestima de nuestros deportistas supone tener la información suficiente para saber hasta dónde creen que van a llegar y, por tanto, cuál es el porcentaje de su potencial con el que van a trabajar para lograr resultados. Si los deportistas creen que no pueden, tienen razón, pero también la tienen si creen que pueden, porque todo depende de lo que ellos crean que pueden llegar a conseguir. Así, conforme el “coach” vaya mejorando la autoestima de los niños y adolescentes de la cantera, mayor potencial se estará poniendo a disposición del rendimiento futuro.
LA AUTOOBSERVACIÓN, EL AUTODESCUBRIMIENTO Y LA CONCIENCIA DE UNO MISMO EN LAS CATEGORÍAS DE BASE
En un proceso de crecimiento natural, el conocimiento propio, el saber cómo somos cada uno, va incluido en la edad. Cuanto más tiempo lleva uno consigo mismo, más experiencia ha acumulado y, por tanto, más ocasiones hemos tenido de analizar cómo sentimos y nos comportamos. No obstante, cuando se trabaja con niños y jóvenes para obtener un futuro rendimiento, resulta muy interesante acelerar mínimamente ese proceso y desarrollar la autoobservación y el autoconocimiento sobre la práctica deportiva, dotando a los deportistas de recursos para que sepan leerse a sí mismos y ser capaces de elaborar estrategias que les ayuden a avanzar y evolucionar.
El feedback es una técnica muy adecuada para esto. Se trata de obtener retroinformación del exterior sobre cómo se nos ve, cómo se nos percibe. En este sentido, las herramientas que el “coaching” ofrece para que el “coach” ofrezca feedback a los deportistas (es decir, les diga cómo se les ve desde fuera) son muy útiles no sólo en cuanto a la formación integral de cada niño, sino también a nivel técnico deportivo. Hacer de espejo del “coachee” y servir de modelo en la ejecución de un aspecto técnico, mostrándole in situ qué y cómo lo está haciendo, tiene ventajas sobre las típicas proyecciones de vídeo y fotos. Sin ánimo de restarles importancia (porque cuanto más creativos seamos y más recursos tengamos, mejor), la intención es que el deportista se encuentre:
en el terreno en el que tiene que manejarse y no en una sala de vídeo, sentado/a frente a un televisor;
en el momento en que tiene que practicar y conseguir resolver correctamente el ejercicio, y no días después del evento que está viendo;
con las sensaciones de activación física, cansancio, tensión, concentración, etc., que más se aproximen a la situación real en la que luego tiene que desenvolverse para ejecutar “correctamente” lo aprendido.
Todo ello aporta inmediatez al proceso correctivo, de manera que el niño puede apreciar la diferencia existente entre ambas ejecuciones y centrarse en la que se le requiere. Pero, además, esto contribuye a aumentar su conciencia, porque siempre se le da información al deportista de cómo ejecuta el ejercicio, con lo que trae al consciente aquellos hábitos o tics que quizá le están impidiendo realizar las acciones de otra manera. No es lo mismo preguntarse cómo cambiar una acción concreta (mi apoyo en el lanzamiento, el paso en la batida del salto, recuperar la posición defensiva, etc.), que cómo cambiar (y punto). Al hacerles conscientes de ello, los mismos deportistas pueden incorporar sus propias estrategias correctivas, con lo que el proceso de aprendizaje resulta más enriquecedor y efectivo.
Obviamente, si este feedback técnico-deportivo lo tiene que ofrecer el “coach”, implica que tiene que ser deportista, practicar la misma modalidad y disponer de unas condiciones físicas que le permitan hacer ejercicio, entre otras cosas. Si se trata de un “coach”-entrenador, la dificultad no es tan grande, pero si no, estos requisitos restringen las opciones de contar con un “coach” independiente o externo que los cumpla. Sin embargo, existen alternativas, como que el “coach” acompañe a los técnicos en el desarrollo de sus habilidades para ofrecer feedback a sus deportistas (en cuyo caso el “coachee” sería el entrenador), o como contar con un deportista de categoría superior que pueda hacer de modelo para los niños.
Otras herramientas del “coaching” que también repercuten positivamente en el rendimiento deportivo en cuanto que refuerzan la autoconciencia sobre las habilidades y áreas de mejora y el descubrimiento de uno mismo o, en su caso, del equipo, son los análisis DAFO (Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades), que se verán con más detalle en el capítulo de El rol del entrenador como líder-“coach”, o las dinámicas de grupo en las que los niños se transmitan mutuamente cómo se perciben unos a otros como deportistas. Un ejemplo muy simple de este tipo de dinámicas es la denominada Imagen de mi yo, que trata de analizar cómo la autoimagen que tenemos cada uno y la que tienen los demás de nosotros mismos no siempre coinciden, y abre la puerta a reflexionar sobre qué cualidades tenemos que los demás sí ven pero nosotros no.
Trabajar con estas actividades proporciona el autodescubrimiento de los propios deportistas sobre sí mismos y también sobre el equipo al que pertenecen, muy útil sobre todo a la hora de formar deportistas “inteligentes” y capaces de tomar decisiones sobre el terreno de juego. Puede tratarse también de cuestionarios que se les entreguen individualmente o de otro tipo de actividades de interacción entre ellos, pero siempre con la intención de realizar un análisis posterior de la información obtenida y de elaborar planes de acción que puedan reforzar habilidades o transformar debilidades.
En otro orden de cosas, es interesante detenernos aquí y hacer algún comentario acerca de la tesis que desarrolla Timothy Gallwey (2006) en su libro El juego interior del tenis. El autor desarrolla la teoría de la “dualidad de yoes”, es decir, afirma que cada deportista tiene dos fuentes de información para el ejercicio del deporte: uno es su mente (al que llama “yo número uno”) y el otro su cuerpo (al que llama “yo número dos”). Mantiene que este “yo número dos” tiene más información de lo que creemos acerca de cómo ejecutar las acciones físicas que nos requiere el ejercicio deportivo, y que se encuentra siempre a la sombra del “yo número uno”, que es quien lo controla a base de enjuiciar constantemente como buenas o malas las ejecuciones y el desempeño. Este enjuiciamiento limita al “yo número dos” para demostrar y poner en práctica las capacidades reales que tiene, porque se encuentra sometido a las órdenes del “yo número uno”, que está siempre ocupado en mantener un diálogo interno y juzgar los resultados, y en esforzarse y esforzarse una y otra vez para intentar hacer lo que cree que hay que hacer, en lugar de hacerlo simplemente. En síntesis, y reconduciendo el tema al contexto que nos ocupa, la propuesta del autor es aprender a acallar al “yo número uno”, es decir, dejar de juzgarse uno mismo y simplemente observarse, dejando que el “yo número dos” actúe libremente durante el desempeño de la actividad física. Consiste en sentir el cuerpo, sentir cómo ejecuta la técnica y recopilar el máximo de información acerca de cómo estamos haciéndolo, para luego dejarlo evolucionar por sí mismo hacia las sensaciones corporales que se quieren experimentar para conseguir el rendimiento deseado. Se trata (como en otro capítulo se explicará al hablar de la PNL y las visualizaciones) de concentrarse en las sensaciones físicas, corporales, que se experimentan cada vez que conseguimos el resultado deseado (esa sensación de una muy buena batida en un salto, de una muy buena salida en una carrera, de un buen golpe de revés con la raqueta, etc.). Son esas sensaciones que todo deportista ha tenido alguna vez de “¡me ha salido!” o “¡qué bien lo he hecho!”. Pues Timothy Gallwey utiliza estas ocasiones para hacer que generen precedente en nuestro desempeño, de manera que nuestro cuerpo aprenda a repetir y mecanizar las ejecuciones que van a hacerle experimentar de nuevo esas sensaciones idóneas para un resultado excelente.
FICHA DE LA IMAGEN DE MI YO | ||
Material | Desarrollo de la dinámica | Notas y adaptaciones |
Baraja de fotos de animales que demuestren una actitud o acción característica, por ejemplo: | El juego consiste en que cada persona participante asigne un animal concreto a cada compañero/a, según las cualidades que vean en él/ella. Cada participante responde a las siguientes preguntas, dejando siempre al/la “protagonista” para el final, de manera que se aprecie la diferente visión que tiene de sí mismo/a y cómo le ve el resto.Cuando X juega o practica fútbol, baloncesto, tenis, esgrima, esquí… ¿con qué animal le identificas? ¿Por qué?X, ¿tú con qué animal te identificas? ¿Por qué?¿Con qué animal te gustaría que se te identificara? ¿Por qué? ¿Qué necesitas para que sea así? | Se pueden hacer grupos de participantes que den una respuesta consensuada a las preguntas.En deportes individuales se puede realizar con un grupo de deportistas o aisladamente entre “coach” y “coachee”, e incluso con el/la entrenador/a.En deportes de equipo, se pueden adaptar las preguntas para ser respondidas pensando en el equipo y creando así una imagen colectiva del mismo. |
Al traer esta tesis al “coaching” con categorías de base, encontramos, en teoría, una ventaja: que es más fácil eliminar el filtro del “yo número uno” en los niños, pues no tienen tan interiorizados los criterios de enjuiciamiento sobre lo que es correcto o incorrecto de su ejecución. Pero, en este sentido, el “coach” tiene la ardua tarea de realizar un trabajo sistémico, es decir, sobre todo el entorno de los deportistas como sistema que afecta e influye en su desarrollo y formación (entrenadores, delegados, directivos, asesores técnicos, padres/madres o familiares, etc.), porque el juicio se desarrolla basándose en normas sociales y convencionalmente establecidas, que pretenden aportar criterios objetivos acerca de algo (en este caso, el desempeño deportivo). De hecho, según se aumenta de categoría y entramos en etapas adolescentes, los juicios sobre uno mismo se hacen más frecuentes y severos, arraigándose como creencias limitantes que el “coach” tendrá que trabajar con el deportista.
En cualquier caso, la tarea principal del “coach” en cuanto a la autoobservación del propio desempeño y de las propias acciones es hacer que los deportistas encuentren e identifiquen esas sensaciones que se experimentan cuando “te salen las cosas”, cuando se produce el resultado deseado, y si no lo han experimentado nunca, o en tan pocas ocasiones que no lo pueden recordar (algo que puede suceder en edades tan tempranas), hacer que las busquen, que estén pendientes de esas sensaciones para cuando se produzca dicho resultado. Este trabajo del “coach” generará un hábito en los niños que les orientará a dejar libre al “yo número dos” para que se comporte de la manera más exitosa que sabe. Obviamente, esta labor requerirá momentos de introspección casi individualizada o realizar actividades complementarias a los entrenamientos, con lo que pueden surgir las dificultades que ya se mencionaron en los epígrafes anteriores, especialmente respecto al tiempo de dedicación que los menores tienen.
EL ASPECTO EMOCIONAL DE LOS JÓVENES DEPORTISTAS
Prestar atención al aspecto emocional en los menores es crucial en muchos sentidos, pero principalmente porque las emociones constituyen un canal de comunicación relevante que ellos manejan. Obviamente, esto no significa que las dominen ni las controlen, pero sí que los mensajes emotivos o emocionales son un código que pueden descifrar con mayor agilidad y rapidez en comparación con los códigos lingüísticos. La dialéctica, como ya se ha expuesto, no resulta fluida en el trabajo con niños, puesto que su nivel lingüístico y la capacidad de discernir ciertos conceptos y abstracciones todavía están en pleno desarrollo. Sin embargo, no ocurre así con las emociones que experimentan. Los niños conocen sus emociones, saben lo que sienten porque lo sienten efectivamente, sin necesidad de pasar por ningún filtro intelectual para averiguarlo. Esto hace que las emociones puedan ser una puerta de entrada a la comunicación con estos deportistas, pues sitúan al “coach” en el mismo terreno de juego en que ellos juegan.
Dicho esto, cabe mencionar que el trabajo con emociones en el “coaching” para categorías de base tiene una labor primordial en cuanto a la formación de futuros deportistas de elite: aprender a gestionarlas y transformarlas en el motor e impulso necesario para lograr los objetivos deportivos, prestando especial atención a evitar que estas emociones constituyan un motivo de desorientación y de intromisión en la concentración que exigen los eventos competitivos. Por tanto, el trabajo del “coach” con las emociones tiene tres finalidades:
1. Que aprendan a identificarlas correctamente.
2. Que aprendan a gestionarlas, respetándolas.
3. Que amplíen su abanico de emociones, es decir, el “coach” tiene la misión de provocar nuevas emociones en los deportistas, que salgan del “menú emocional” en que habitualmente se encuentran, y que experimenten nuevas emociones que les vinculen de manera diferente con su entorno y su actividad.
De entre las emociones que con mayor frecuencia puede encontrarse un “coach” en cuanto que limitantes o bloqueadoras de un rendimiento deseado, podemos mencionar (sin distinguir entre emociones básicas o secundarias):
Vergüenza. Es una emoción muy común cuando al niño se le sitúa ocupando el rol de líder de un equipo, o como protagonista de un rendimiento ejemplar, o como modelo para otros compañeros. En definitiva, cuando se convierten en el centro de atención. Normalmente, se trata de deportistas con una personalidad introvertida o con algún tipo de complejo. Esta emoción puede bloquear al niño y hacer que no practique deporte con su mayor potencial, pues le induce a pensar que los resultados que va a obtener van a conducir a situarlo en el punto de mira, como modelo para otros. Si esta situación no le resulta satisfactoria, tenderá a huir de ella de la mejor manera que se le ocurra: evitando obtener buenos resultados a través de la buena ejecución deportiva. En estos casos, el “coach” debe “diagnosticar” rápidamente esta emoción y trabajar no sólo con ella, sino con todo el entorno del deportista, a efectos de ajustar las consecuencias de su buena actuación deportiva al grado de madurez emocional que tenga, y que la situación que se produzca pueda ser asumida emocionalmente por él, no generándose anclajes contraproducentes. En este sentido, el “coach” puede dirigirse al entrenador y a los padres y familiares, para que sean conscientes de esta situación y contribuyan a gestionar esta emoción de la manera más conveniente posible, cada uno en su ámbito determinado. Por ejemplo, aminorando la euforia o la reacción que ese entorno muestra ante la actuación del deportista (sin que ello suponga la eliminación del refuerzo positivo o el reconocimiento del logro).
Miedo. Esta emoción puede producirse por múltiples causas: miedo a no hacerlo bien, miedo a las represalias, miedo a no conseguirlo, miedo al agotamiento, etc., y tiene diferentes efectos limitantes según las causas y las personas. Así, puede causar:
a) La evasión de la ejecución deportiva, es decir, no lanzo, no corro, no boto, no golpeo de revés, etc. Esta situación suele ser más habitual en niños de hasta 14 ó 15 años.
b) El intento retraído y desconfiado, es decir, sé que lo tengo que hacer porque si no tengo menos probabilidades de conseguir lo que quiero, pero estoy nervioso y pienso continuamente en qué pasará cuando no lo consiga. Esta situación suele ser más frecuente en deportistas adolescentes de 15 ó 16 años en adelante.
El miedo tiene una misión fundamental: protegernos, prevenirnos de sufrir y padecer algún tipo de agresión. Es la respuesta más básica de nuestro instinto de supervivencia. Pero, como el resto de las emociones, hay que colocarlo en un lugar en el que, pudiendo escucharlo, no nos obstaculice el camino. En ambos casos, este miedo intenta proteger al deportista de las consecuencias de su actuación deportiva, y en este sentido cobra especial relevancia el valor que se le esté atribuyendo al error. El trabajo a realizar es doble:
Deportista. Por una parte, el “coach” debe trabajar la interpretación que el niño o adolescente hagan de sus errores, con la finalidad de que lo asuman como parte fundamental de su evolución y aprendizaje. Que los niños aprendan a gestionar su miedo pasa por un aprendizaje paralelo relativo a observar y analizar qué aspectos son los que deben cambiar y cuáles son sus áreas de mejora para centrar sus esfuerzos. Y esto no tiene el mismo efecto cuando lo descubre uno mismo que cuando se lo hace notar una persona externa (entrenador, padre/madre, maestros, etc.). El niño debe aprender a discriminar por sí mismo cuáles son los resultados satisfactorios o no satisfactorios (según los objetivos que se haya fijado) y, sobre todo, que tras un resultado insatisfactorio siempre se puede establecer un plan de acción para mejorar. Así, el miedo al fracaso se diluye para dejar paso al afán de superación y a la tranquilidad de saber que siempre hay nuevas oportunidades, aunque cuesten mucho esfuerzo.
Entorno. Por otra parte, el “coach” tendrá que trabajar también con aquellas personas responsables de evaluar el rendimiento. Con niños de las edades mencionadas es relativamente fácil que se enganchen a esta idea expuesta en el párrafo anterior. No obstante, es fundamental que su entorno esté orientado a respaldar esa mentalidad y a darle tiempo y autonomía suficientes para que hagan su propia evaluación del aprendizaje y de los resultados. Si todo lo corrige el entrenador, nada aprenderán los deportistas de sí mismos. Así, por tanto, es primordial que el “coach” trabaje con todas las personas que van a tener cierta repercusión en la evaluación del niño, en especial: el entrenador y los padres o familiares. Y este trabajo consiste en producir un cambio de mentalidad: pasar de considerar el error como un fracaso que necesariamente hay que erradicar, a considerarlo como una oportunidad de aprendizaje y evolución y como herramienta de orientación para saber adónde dirigir los esfuerzos. En este sentido, los entrenadores y técnicos tienen que estar muy atentos a sus propias reacciones y manifestaciones ante las ejecuciones de los deportistas.
Rabia. Es una de las emociones más condicionantes del comportamiento. Primero por la fuerza con la que se vive, y segundo por la obcecación que supone, impidiendo escuchar y atender argumentos para descargar y reconducir la energía hacia lo que se pretende conseguir. Es la emoción por excelencia que provoca la desconcentración de los deportistas y hace que pierdan su punto de referencia: el objetivo. Enfadarse, bien con uno mismo, o bien con el entorno, sitúa una barrera infranqueable entre el niño y su propósito, y, lo que es más importante, en muchas ocasiones se produce por una sensación de frustración sobre lo que está sucediendo. Es por esto que resulta muy útil que, a través de técnicas de “coaching”, se consiga la correcta gestión de la rabia, alejando su atención del centro de la emoción y resituándola de nuevo en lo que se quiere alcanzar.
Especial mención requiere la rabia que se experimenta ante las actuaciones arbitrales o ante provocaciones de los adversarios. Cuando el deportista comienza a prestar atención a cómo se está juzgando su actuación por parte del árbitro, o cómo la está subestimando el oponente, tenemos a un deportista frustrado porque ha dejado de valorar cuáles son los elementos deportivos que le van a hacer lograr sus objetivos: la concentración, el esfuerzo y la capacidad de recuperación mental para volver a buscar otra oportunidad. El niño tiene que aprender a colocar y a jugar estratégicamente con los inconvenientes que aparezcan, y a manejarlos para que no supongan un obstáculo en su aprendizaje.
Las técnicas de resolución de conflictos, de observación disociada de la situación y de ocupar posiciones perceptivas son muy útiles en esos momentos puntuales en los que se está experimentando la emoción, y pueden llevarse a cabo bien por el “coach” o por los técnicos responsables. Lo que sí es importante que el adulto tenga en cuenta en su intervención es:
Empatizar con el niño.
No despreciar o subestimar lo que está sintiendo.
Mantener la calma.
Darle tiempo para la reflexión y no mostrarse ansioso, para que todo ello surta efecto.
CONCLUSIONES
Con todo, animo a todas las personas involucradas en las categorías de base a que tengan en cuenta todo el conjunto y orienten sus esfuerzos a hacer que los niños y adolescentes estén cómodos, a gusto, y que, fundamentalmente, sean deportistas felices que disfrutan y se divierten con lo que hacen. Permitamos que la naturalidad, el respeto y la diversión nos ayuden a construir canteras deportivas, y dejémonos llevar por toda la energía que los niños aportan a la vida, disfrutando con ellos/as y, por qué no, haciéndonos un poco más jóvenes nosotros también.
Además, me gustaría acabar este capítulo con una frase de Goethe que todo entrenador, monitor, educador y, en general, docentes debería tener presente en su trabajo con menores: «Lo mejor que puedes hacer por los demás no es enseñarles tus riquezas, sino hacerles ver la suya propia.».