Читать книгу El libro de Lucía - María Lucía Cassain - Страница 8
ОглавлениеEl nacimiento de Tolerancia 0
Hoy, domingo 29 de marzo de 2015, comienzo a escribir este libro sin saber claramente de qué se va a tratar. Solo que, conociéndome, con seguridad va a estar relacionado con mis sensaciones personales, que por cierto son muchas diariamente, variadas, y que comúnmente tienen que ver con los valores y mi observación de las personas y las cosas.
Desde hace algún tiempo, en el que tomé conciencia del estrés crónico que padezco, me refiero a mí misma como “Tolerancia 0”. En cierto sentido ello me recordó a Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York que, con esa expresión aludía al combate del delito y cómo este debía realizarse en esa ciudad. En otro, me recordó que en muchos lugares no se puede tomar siquiera una copa de alcohol y luego conducir un vehículo. Bueno, en realidad Tolerancia 0 tiene algo que ver con esas menciones comunes, según se lo vea. Por un lado, por estar en la justicia penal y, por otro, porque le encanta tomar una copa de vino.
Creo que hoy representa para mí un grito silencioso de libertad.
Esto ocurrió porque un día, después de haber estado conversando varias horas con Patricia, mi médica y amiga, acerca de cómo me sentía en algunas ocasiones, como ser que al recibir algún comentario crítico, aunque insignificante, experimentaba un desagradable escozor, nerviosismo (se entiende en el cuerpo) y algún cambio de humor, llegamos a la conclusión de que mi nivel de tolerancia era 0, por lo que, y sin pensarlo demasiado adopté ese apodo para mí a partir de ese momento.
No lo recuerdo exactamente, pero creo que fue al día siguiente, en la primera oportunidad de ir a trabajar al Tribunal, cuando para sorpresa de todos anuncié que desde ese momento con ese apodo me identificaría y con él les quise significar que no tendría tantas “contemplaciones” con los procesados y condenados y, además, ese concepto lo hice extensivo delicadamente a mis colegas y colaboradores, intentando transmitirles de ese modo que no me dejaría llevar por mi sensibilidad, que dejaría en suspenso la paciencia y la piedad, que siento que son valores que junto a otros me caracterizan.
Nadie me creyó mucho, sin embargo comenzamos a comportarnos todos como si aquello fuera totalmente cierto. Alejandro, mi colega, les pedía a sus colaboradores más cercanos que consultaran con Tolerancia 0, es decir, conmigo, para acordar algunas decisiones y yo daba como siempre mis opiniones, que no resultaban muy distintas de aquellas que daba habitualmente, aunque impresionaban como si tuvieran una mayor severidad.
Un día se me ocurrió empezar a mandar mensajes por WhatsApp a quienes trabajan en mi vocalía, mis ayudantes, los más estrechos, avisándoles que iba en camino hacia el Tribunal y a señalarles aspiraciones de Tolerancia 0 para esa jornada (todo como un juego) y, por supuesto, comenzaron a ser contestados los mensajes con gran creatividad, agregándose además otras personas vecinas a mi propia oficina, conformándose así “un ala intolerante”.
A veces, a propósito, evité escribir creando una expectativa mayor justamente (por la ausencia de mensaje), en otras oportunidades eran tan exageradas mis propuestas que todos empezaron a fantasear con las interpretaciones que podrían dárseles, si fueran interceptados estos correos (como está de moda) y en vez de originarme alguna preocupación se me ocurrió que los infiltrados podrían sostener que gozo de un cierto grado de locura, tal vez que padezco una incapacidad madurativa, que puedo no estar en condiciones de ocupar el cargo o que estoy obsesionada con la profesión. En fin, Ariel, el esposo de Marcela, es uno de los que ha expresado algún temor por la situación y mis juegos y Alejandro, mi compañero juez, no se queda lejos en su preocupación…
En realidad, debo decir que poco me importa si alguien interfiriera mis mensajes, ya que de ellos no se desprendería otra cosa que lo que soy, una persona con mucha imaginación, que me encanta ridiculizar algunas situaciones y con una importante cuota de humor, lo que creo que es un gran escape frente al horror que me produce la miseria humana.
Así, dije por ejemplo que anunciaba mi arribo al Tribunal para continuar la lucha contra la delincuencia organizada y agregué contra la desorganizada también y mis huestes contestaron hallarse prontas para esa misión. ¿Qué tal?, lo de las “huestes” lo dijeron ellos y ¡me encantó!
Continuaron las comunicaciones y las hacía personalizadas y el que recibía el mensaje debía difundirlo al resto del grupo, resultando así divertido para todos, y desde mí, una demostración del cariño y atención a cada uno de ellos, y hasta el punto resultó de esa manera que algunos se quejaron por no recibir mayor cantidad de mensajes e, incluso, debí integrar a más personas en este juego cordial y matutino.
Ocurre que Tolerancia 0 o sea yo, va siempre acompañada al Tribunal por dos fieles custodias, alternativamente, a quienes les encanta manejar mi camioneta y fueron bautizados (ellos mismos), uno como Jorge “el hombre del látigo” y el otro Jorge como “el hombre del rebenque “ y lo gracioso del caso es que, poco a poco, ambos me han ido alejando del volante del Jeep, circunstancia aprovechada por mí para escribir los WhatsApp, pero que, a la larga, reconozco que perjudica mi habilidad en el manejo, por lo cual en ocasiones los anoticio de que voy a manejar, y como obviamente si manejo no puedo escribir, cuando llegábamos mis colaboradores manifestaban lo extraño que les pareció no recibir ningún lineamiento especial de su jefa.
A modo de ejemplo van algunas de nuestras comunicaciones: “Tolerancia 0 avanza hacia los suyos para combatir lo que bien saben.– Matías contesta: Esperamos a Tolerancia renovados para iniciar una semana corta, pero llena de batallas”.
“Tolerancia 0 avanza hacia el teatro de operaciones QSL. Muy Campo de Mayo, ¿no?– Y Nicolás contesta: Copiado, Sra. jefe, personal alistado desde las 8.00 hs., esperando directivas de campo”.
“Tolerancia 0 avanza y anticipa a los suyos que no concurrirá los días 26 al 29 del corriente por cuestiones familiares y de playa. La justicia la dejará en sus manos. Difundir.– Y Sol contesta: ja, ja, ja… ¡nos parece perfecto! ¡La justicia queda en buenas manos!– Y Tolerancia 0 agrega: ¡¡¡Por las dudas en la valija me llevo todos los atenuantes!!!”.
Bueno, van pasando los días y anuncio, entre otros proyectos de Tolerancia 0, el de convertir el Partido de San Martín, donde funciona el Tribunal, en un polo turístico como una obra que se merece nuestro padre de la patria, sencillamente porque, en mi opinión, es un partido que deshonra su nombre por desidia de sus habitantes y de los intendentes de turno, lo que me resulta totalmente injusto.
Esta idea loca la hago conocer en la gran mesa del almuerzo que compartimos con mis compañeros jueces, los secretarios y el resto de los colaboradores y siento que escuchan la idea con estupor. Entonces comienzo a destacar (haciendo gala de mi nueva intolerancia) que ya no me banco la desidia generalizada de los vecinos de esta localidad a la que, en mi imaginación, refacciono, pinto, barro y emprolijo diariamente, cuando voy en camino al Tribunal, logrando transformarla en mi mente en un lugar muy armonioso y agradable, digno de recorrer, ser visitado y fotografiado, aun por extranjeros. Aquí aparece sin dudas la obra del “intendente mágico de frentes” ese cargo inexistente que alguna vez fantaseé ocupar y que algunos de mis afectos ya conocen.
Y ahora me pregunto: ¿tendrá que ver la suciedad barrial con la mugre humana?
Y continúo con mi cantinela… San Martín cruzó la cordillera de los Andes para liberar a los pueblos (un grande) y los vecinos que viven en la ciudad que lleva su nombre no pueden mantener siquiera sus propias veredas limpias, imposible pensar que pudieran buena y espontáneamente asear la de al lado, menos la de enfrente, y entonces siento una pena tan grande y pienso en el egoísmo y la miserabilidad de las personas, llegando simplemente a considerar que estas cosas son, entre otras, las que enojan a Tolerancia 0.
Si algún vecino pudiera entender el sentido de estas palabras y modificara su actuar en consecuencia, ¡¡me haría muy feliz!!, aunque sé que ello nunca va a ocurrir.
Esto de pensar en ser un “intendente mágico de frentes” no es algo novedoso y exclusivo en relación con mi persona ni con el partido de San Martín, en realidad el concepto tiene que ver con una postura personal acerca de la armonía y la belleza en general que arrastro desde siempre. ¿Obsesión estética? Aún no lo sé.
Cuando era estudiante tomaba todos los días el tren del Ferrocarril Sarmiento, colectivos para ir y venir a la facultad, al trabajo y a mi casa, y en algunas oportunidades hasta viajaba dos veces por día al centro, como así se daba en llamar a la Capital Federal, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Me explico… Muy temprano a la mañana me levantaba para cumplir con mis obligaciones diarias que abarcaban ir en el colectivo de la línea 216 hasta la estación de Ramos Mejía, allí tomaba el tren hasta la estación de Once y luego nuevamente un colectivo hasta la Facultad de Derecho, circunstancias en las que observaba el amanecer a través de las ventanillas del colectivo de la línea 62 cuando avanzaba por la avenida Pueyrredón.
Luego, en horas del mediodía me dirigía al Juzgado de Morón, por cierto desandando el camino anterior y extendiendo el tramo del tren, dos estaciones más y después de trabajar regresaba a la estación de Once, nuevamente tomaba el colectivo a la Facultad y por último regresaba a Ramos Mejía. Es decir, viajaba muchas horas por día y si bien algunos de esos recorridos los utilizaba para estudiar o conversar con algún compañero, en otras oportunidades me dedicaba a observar a los pasajeros, embelleciéndolos en mi imaginación.
Así, les sacaba kilos a los excedidos, les combinaba la ropa que vestían, incluyendo accesorios, cambiaba los peinados, los estilos en general e incluso incursionaba en alguna cirugía plástica respecto de aquellos que tenían narices a veces muy prominentes.
Mediante este pintoresco recurso (si se quiere) no me aburría demasiado y, si en algún momento, como para cambiar un poco, dejaba el objetivo de las personas, pasaba hacia las modificaciones del exterior, el de la belleza de las casas, de los frentes, algunos laterales, terrazas y contrafrentes y lo aclaro porque eran los que se veían desde la ventanilla del tren o sea, un conjunto de grises en el atardecer, sobre los techos del barrio de Caballito rumbo a la estación de Once o antes del desvío a la subterránea estación llamada Plaza de Miserere, algo que realmente me deprimía.
Entonces, en el fragor del embellecimiento de las terrazas, patios traseros y algunos laterales se iba haciendo la noche, me olvidaba de los grises y la tristeza y terminaba por renovar mi espíritu ya en la facultad cuando me encontraba con mis compañeros, que en general eran alegres.
Una de mis compañeras, que trabajaba como yo y al volver a su casa tenía que preparar la cena para su marido, me sorprendió un día mientras daba clase un profesor, sacando de la cartera unos bifes envueltos en nailon transparente y, cuando me los mostró, yo no podía parar de reírme. Fue maravillosa la escena y cada día, al recordar ese episodio, como si fuera hoy esbozo una sonrisa.
Bueno, de allí viene esto de ser el intendente “mágico” de frentes, que además creo que estaba motivada en alguna otra circunstancia la cercanía en mi niñez con la arquitectura, carrera que estudiaban mis hermanos mayores y en las que solía participar cuando tenían que hacer entregas en la facultad, no tenían mucho tiempo y entonces yo colaboraba algunas veces como autora de los pastitos que se pintaban en planos y maquetas.
Por supuesto lo hacía con felicidad y ese contacto con los proyectos que ellos diseñaban quizás alimentaron la fantasía de aquel intendente que hacía, y hace aún, que todos mis traslados terrestres sean objeto de pequeñas o grandes transformaciones en las construcciones y estética de las calles por las que transito, continuando siempre con las tareas de pintura y mantenimiento en las que incluyo pavimentos, veredas y jardines.
Sus amigas y otras cosas
Tolerancia 0, o sea yo, versión 2015, porque antes no existía, tiene una excelente amiga que se llama Prudencia, quien la acompaña en su interior y es tan buena en sus capacidades que muchas veces la deja salir para acompañar a otros que con urgencia la necesitan.
Esa amiga es tan importante, porque con sus sabios consejos, en ocasiones, ha evitado resultados catastróficos o muy desagradables en mí, en parientes, amigos, conocidos y aún en desconocidos, diría que ella tiene un sentido muy especial de la oportunidad y justamente ¡¡ese don la enaltece!!
Diría que Tolerancia 0 y Prudencia conforman hoy un binomio esencial. Ni qué hablar cuando se encuentran con “Piedad”, es que todas trabajando juntas constituyen así un trío que brilla y brilla y ¡¡no deja de brillar!! (modestia aparte).
Hablando de Piedad, esta fue siempre en mi vida la escultura más bella y lo cierto es que, aun sabiendo que Miguel Ángel era su autor, reconociendo mi ignorancia, solo sabía que esa obra estaba en Roma. Ahora, imagínense, el día en el que por primera vez entré al Vaticano y la vi. Recuerdo que estaba, junto a mi marido y mi hija con apenas dos años de edad y al verla sentí una emoción embriagadora, que se mantuvo en el tiempo en que permanecí allí, mientras observaba que la gente aplaudía, descubriendo en ese momento entre los aplausos y el brillo de los flashes que se reflejaban en el interior de la basílica, donde Juan Pablo II oficiaba la misa.
Un momento sublime… porque fue él quien, en una oportunidad, propuso en un viaje que hizo a la Argentina cambiar la “soledad” por la “solidaridad” y esas palabras que pronunció en la sede del Mercado Central ante miles de personas, entre las que me encontraba, tuvieron una honda repercusión en mi propia vida. La escultura de la Piedad aún no había sido objeto de ningún ataque, con lo cual la descubrí cuando no tenía un blindex de protección y la misa a la que asistí fue una verdadera sorpresa y una bendición. Cuando entre amigos alguna vez contaba esa experiencia mi hija me preguntó si el papa la había alzado en sus brazos. ¿Qué ocurrencia, no?
Bueno, pasando a otro tema, la verdad es que en mi presente se deben producir cambios tremendos, no porque sean malos, sino por lo movilizadores. Es tiempo de elaborar mi retiro de la Justicia, es la mudanza necesaria que debo realizar, dejar ese espacio que es mi lugar de trabajo, el Tribunal, con toda la carga emocional que tiene para mí y el desafío de encontrar otro que satisfaga mi intelecto y mi corazón.
Creo que el tiempo es hoy, por decir en estos meses, los acontecimientos externos me indican que aquel lugar con las reformas que se están produciendo no tienen demasiado que ver con los ideales por los que siempre luché, la corrupción apesta, está a la orden del día y en este sentido podría, aunque de un modo colateral, dañarme.
Todo el esfuerzo de mis años de juez tuvieron aquello de dar a cada uno lo suyo, y siempre volqué la pasión en ese servicio. Recuerdo que cuando me presenté en un grupo de terapia dije mi nombre y que trabajaba para la justicia, es decir, me presenté con sinceridad como quien soy y no por el cargo que ocupaba ya en ese momento (1987), y a esta manera de ser, algún amigo la llama humildad. Y si es así, además, me encanta.
Es que aún conservo en mí cierto pudor en relación con los logros profesionales, no sé por qué, pero, bueno, son las 20.37 h del 4 de abril, voy a cenar y mañana seguiré escribiendo seguramente, ya que estoy muy entusiasmada.
Un día después
Ya es 5 de abril, y justamente hoy, pero hace 43 años, empecé a trabajar como “meritoria” en la Asesoría Pericial de Morón, en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.
La oficina estaba ubicada en un viejo chalé alquilado, en el que funcionaban además una oficina de la Administración General y la Asesoría de Menores. Nuestra dependencia estaba reducida a una cocina, que hacía de mesa de entradas y un despacho en lo que habría sido un dormitorio de esa casa.
Su mobiliario consistía en una vieja camilla de metal oxidada, un escritorio antiguo y tres sillas, todo cubierto de polvo y tan así fue que lo primero que hice fue limpiar todo, es decir, el dormitorio, la cocina, el pasillo por el que se accedía desde un garaje, la vereda y la terminé baldeando, ante la mirada atónita de los policías uniformados que, como imaginarán, cubrían las guardias de la comisaría de Morón 1ra. y la Unidad Regional de Morón. Fue el 5 de abril de 1972.
Cuando terminé de limpiar me sentí muy feliz, preparada, en condiciones dignas de estar ocupando mi cargo de meritoria en esa oficina, de asistente de un médico legista y de un contador al principio y luego también de una perito calígrafo y, en ella a los pocos días y por primera vez, tuve contacto con un hombre que había matado a otro hombre.
Fue extremadamente fuerte la sensación, ocurrió durante la entrevista que le hizo el médico forense y con seguridad en esa ocasión recibí al detenido y la custodia que lo condujo a la oficina.
No recuerdo ni su nombre ni cómo había ocurrido el hecho, ni el tipo de arma que pudo haber usado, tampoco el móvil, ni quién había resultado la víctima, solo evoco vagamente la presencia de un hombre de unos cuarenta años sentado de un lado del escritorio con las manos apoyadas en sus piernas, sin esposas, enfrentado al médico que lo interrogaba y yo sentada en la otra silla al costadito, escuchando el diálogo que mantenían, suponiendo hoy que su sentido apuntaba a saber, sí aquel hombre había comprendido lo que había hecho.
Estaba como azorada, y lo disimulé, obviamente. Si bien tenía 19 años, la muerte violenta no era algo tan común ni cotidiano como lo es ahora, y para esa época no se visualizaban como hoy esos hechos, que tampoco eran tantos y además aparecían como muy lejanos a mi persona y entorno.
El segundo episodio muy cruento fue la revisación de una mujer que había dado recientemente a luz un hijo, lo que el perito médico comprobó con sencillez, enterándome luego de que, en razón de haber ocultado el embarazo a su familia, el día que nació lo arrojó por el incinerador del monobloc en el que residía en Ciudad Evita, en el partido de La Matanza.
Por supuesto que no podía creer (como se dice ahora) lo que había hecho esa mujer, no entraba en mi cabeza que se pudiera tomar una determinación así. Recuerdo que era rubia, tenía su cabello atado con una cola de caballo, me pareció muy tímida y tampoco sé si existió un diálogo con el médico, en realidad creo que solo escuché que pronunció su nombre, habiéndome impresionado la profunda tristeza que trascendía de su persona y que de sus pezones brotaba naturalmente leche en el momento en el que médico realizó su examen clínico.
Ese fue un día de un gran aprendizaje, yo aún no conocía la figura del infanticidio, ese homicidio atenuado que preveía el Código Penal en aquel tiempo y aseguro que no me resultó grato conocerlo de ese modo, pensaba en el bebé… y al mismo tiempo en esa pobre mujer… dándome cuenta por cierto de la presión familiar y social que debió haber sentido, por un lado, para vivir fajada todo el embarazo ocultándolo y al propio tiempo la gran soledad que debió haber sufrido, enterándome en ese momento también de la existencia del concepto médico del estado puerperal.
Como no hay dos sin tres, también me espanté con otro caso que llegó al médico legista por esos días, la violación de un muchachito que padecía el síndrome de Down, hecho por supuesto que me llenó de rabia e impotencia, también de desazón y tristeza.
Estaba en el primer año de la facultad, viajaba en colectivo y en tren todos los días, como ya lo dije, y si bien podían haber malas personas en el acotado mundo que me rodeaba en esos medios de transporte y en los lugares que frecuentaba, no eran habituales las situaciones de violencia extrema, más bien estaba inmersa en un ambiente de trabajo, estudio, aprendizaje, esperanzas y ansias de superación.
Pues bien, la cercanía con aquellos tres hechos espantosos produjo un enorme sacudón en mi persona y despertó aún más la pasión hacia el ejercicio del derecho penal.
Hoy, no tengo más que un salpicado registro de las personas con las que tuve contacto profesional directo que mataran a otro ser humano y vienen a mi mente figuras de hombres, mujeres, viejos, jóvenes, locos y cuerdos. Fueron muchos en cantidad los homicidios y algunos de esos hechos merecen ser contados, tal vez lo haré…
En general, la mayoría de los homicidas fueron hombres, y excepcionalmente mujeres y en mis primeras impresiones estas solamente cometían ciertos y determinados delitos, los hurtos en los comercios (las famosas mecheras), los abortos, porque necesaria y físicamente estaban involucradas y el homicidio del marido o la pareja, casi siempre como producto de la violencia familiar ejercida previamente sobre ellas o sus hijos.
Al respecto recuerdo un caso en que una mujer, harta de los golpes hacia ella y los hijos propinados por un marido alcohólico, sin hallar otro escape a su situación, un día esperó a que se durmiera y lo mató golpeándolo reiteradamente con un sifón en la cabeza.
Hoy, las cosas para las mujeres no han cambiado mucho, pero ahora, además, también se agregó que están involucradas en el narcotráfico y comprometidas con la delincuencia de hijos y esposos que viven del robo y los secuestros extorsivos (aun con el resultado de homicidios) como “un trabajo”, y demuestran la decadencia moral de nuestra sociedad.
Lo digo porque, cuando en 1993 arribé a la Justicia Federal advertí que las mujeres además de aquellos hechos que mencioné vendían droga al menudeo, es decir, desde sus casas, y al tiempo en que realizaban las tareas propias domésticas y el cuidado de los hijos, vendían “porros” y “ravioles” como si tal cosa… Aun, en presencia de los niños, los que tomaban como natural la actividad de su mamá. Qué pena le produce esta degradación moral a Tolerancia 0.
Pero, bueno, siguiendo con la misión que creo tener en este mundo, relaciono mi existencia en muchos sentidos con la limpieza, el orden y el aseo, algo sobre lo que bromean quienes me conocen bien, o sea, mis afectos, hasta el punto de que soy famosa porque me levanto y no puedo salir de casa sin hacer la cama y dejar todo mínimamente ordenado y es que, en mi fantasía y desde muy pequeña, pensaba que de sorpresa podía presentarse “alguien” en cualquier momento y yo y las cosas a mi alrededor debían estar prestas, para una correcta recepción.
Mis amigas me cargan por esto que califican una manía y, además, por otras características de mi personalidad suelen apodarme “la Adecuada” y bueno… qué voy a hacer, no me disgusta ni esta manera de ser, ni el mote que me adjudican, no me quejo y creo que no molesto a los otros con estos comportamientos. En algún caso, por ejemplo en “el barrido”, he descubierto que poseo una carga genética especial. Es que el afán en el uso de la escoba lo comparto con un hermano y sobrinos, ni qué decir si por ahí me encuentro en algún lugar donde hubiera muchas hojas, me empeño inmediatamente.
Viene a mi memoria que hace unos cuantos años en una quinta que alquilamos un grupo de amigas, en las tardes, tomaba una vieja escoba y barría todos los senderos de baldosas que encontraba, los alrededores de la pileta, galerías y algún patio y ese contacto con los pisos y la actividad que desplegaba producía en mi persona una satisfacción hermosa, creo que era tranquilidad y paz, y justamente, al cabo de muchos años he descubierto que no soy la única de la familia que tiene ese poder de atracción hacia la escoba.
Esto del aseo y la limpieza es en un sentido, ya que, en otro, no me parece casual mi inclinación laboral, porque en muchas oportunidades mi deber es y ha sido mantener a personas en prisión y puede pensarse que ello puede significar preservar a la sociedad de la convivencia con los violentos y esto de alguna manera es correrlos de su seno para procurar un cierto orden y limpieza, en fin, tranquilidad social para el resto, en cierto modo la posibilidad de permitir una convivencia en paz.
La renuncia
Comienza la semana de trabajo y me siento en este mes de abril de 2015 intelectualmente en forma, especialmente lúcida, libre, resuelvo las situaciones que se me plantean con facilidad y holgura, pasan los días con algunos requerimientos extras, pero no extraordinarios y en mi sesión de terapia expreso mis intenciones de jubilarme, de la fe que tengo respecto de la existencia de Dios, de su mano alcanzando las cosas, armonizando algunas relaciones de mi vida familiar, que en ciertos momentos (por lo bizarras) me pasan por encima.
Y llego así al miércoles 8 de abril, y me sorprendo recibiendo el llamado de Marta, una colega a quien respeto y quiero, que me comunica que la Cámara de Casación me designó para integrar un juicio seguido a militares y civiles que actuaron durante la dictadura militar de 1976–1983 en Campo de Mayo.
Y, lo digo especialmente porque antes de recibir esa comunicación telefónica y antes de ingresar a mi despacho y como al pasar le pedí a Marcela, una de mis manos derecha (lo aclaro porque en realidad tengo dos, ya que la otra es Soledad) que debía ayudarme a redactar la renuncia a mi cargo de juez de Cámara a partir del 1 de septiembre próximo, fecha tentativa que elegí al azar como para alejarme del Tribunal.
No significa ello que no pudiera hacerlo sola, sino que la colaboración especial requerida a Marcela lo era, por lo que debo decir o no decir en esa oportunidad, ya que estará dirigida a la presidenta de la nación argentina, con quien disiento reiteradamente por un lado, y por el otro, por el propio e inmenso peso de la decisión.
Justo es señalar que en ciertos temas delicados al extremo considero que Marcela aporta una cuota importante de su saber y Soledad es mi elegida para otros temas que requieren una energía especial máxima. Diría prudencia una, temeridad la otra, ambas excelentes. Y desde hace muy poco tiempo se ha incorporado a mi grupo, aunque lo comparto, el joven Nicolás, que viene a ser algo así como el experto en tecnología moderna con la cual reconozco que todavía estoy en veremos.
Y hago hincapié en estas circunstancias porque justamente mi terapeuta ante mis reiterados reclamos insinuó que, la próxima semana, comenzaríamos a elaborar esa renuncia a mi cargo, tentativamente, para los finales del verano español que tanto me agradan.
Ella, Ethel, como otros, no está muy convencida de mi retiro, se preguntan qué puede sentir una persona al dejar de ser juez, y la pregunta estoy convencida de que puede tener una respuesta según cada quien.
Tengo claro para mí que desde pequeños los seres humanos adquirimos la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal y a medida que va transcurriendo el tiempo vamos apreciando con los estudios (aclaro, cuando tenemos la oportunidad) lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Y así, cada uno de nosotros en una etapa posterior vamos elaborando nuestra inclinación y tal vez en ese camino volcando nuestra pasión hacia las diversas actividades que nos ofrece la vida, lo técnico, lo humanístico, lo comercial, en fin, en mi caso particular resultó que fui afianzando determinados valores que se relacionaban con la justicia y el rechazo que sentía hacia las injusticias y entonces, luego de abrazar la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho de la UBA, adquirí el título de abogada a los veintitrés años de edad. La vida me permitió elegir.
Simultáneamente durante mis estudios, fui acumulando experiencia trabajando en el fuero penal como ya lo relaté (primero en la Asesoría Pericial y a los pocos meses en un Juzgado Penal) y reafirmando aquellos valores aprendidos de justicia y verdad, surgió de una manera natural la decisión de realizar toda la carrera judicial y de alcanzar en su transcurso aquella meta, el cargo de juez, en el afán de poder lograr además de “dar a cada uno lo suyo”, como dijo Ulpiano, intentar “administrar las injusticias naturales de la vida”, lo que sostuvo un amigo y que aprecié como una gran verdad. Para mí implicó un gran desafío.
Comprendí desde el inicio de mis estudios que para inclinarme por el derecho penal era necesario su ejercicio desde el poder, ya que mi condición de mujer exigía un cierto marco de protección.
Por aquellos años, los setenta, las mujeres que se dedicaban a este no eran muchas, eran rechazadas, no alcanzaban niveles superiores, en fin, el machismo imperante hacía que no fueran incluso bien vistas y algunas hasta perdían sus rasgos femeninos con tal de pertenecer.
Entonces, mi propuesta personal y el desafío fue lograr ejercer la magistratura, desde mi condición, sin perder ese atributo y al propio tiempo demostrar a mis colegas hombres que era posible ser valiente, severa y al mismo tiempo muy eficaz y femenina.
La presencia de la mujer en la justicia me parecía y me parece muy necesaria en ese especial ejercicio profesional, ya que muchos temas tenían y tienen tantos aspectos sensibles y delicados que era importante en mi concepto abandonar el machismo que predominaba en esos momentos, como ya lo dije, dando paso a lo “sutil”, que creo que tiene que ver bastante conmigo y con lo femenino.
No fue fácil el camino y recorrerlo con dignidad me costó un gran esfuerzo físico y mental, de lo que no me arrepiento, además durante la dictadura militar había un “tufillo” misógino al extremo y no era para menos, en atención a la formación profesional y además a las circunstancias históricas que atravesaba nuestro país y en general todo Latinoamérica.
La opinión de que las mujeres “son para las casas” que aún escucho, aunque un colega lo diga de una manera risueña, pero reiterada (como si fuera una broma), en realidad, forma parte de un pensamiento patriarcal que se corresponde con los hombres y algunas mujeres de mi generación. Ellas también son misóginas y tienen prejuicios y desconfianza de otras mujeres.
Sin embargo, nunca me amilané frente a ello, y al contrario, supe rodearme en mi tarea de mujeres, apostando a sus cualidades que para mí son muchas y superan ampliamente el prejuicio masculino vinculado a la ausencia laboral, por la licencia por maternidad, como un elemento que obstaculiza el desarrollo del trabajo grupal o que este se perjudica por tres meses u otras licencias previstas en las leyes laborales como ser por enfermedad de hijos, marido o padres que en oportunidades las obliga a abocarse a ellos, irremediablemente.
Es que esto siempre me pareció un disparate digno de desagradecidos, como si ellos mismos no hubieran nacido de una mujer, no hubieran sido cuidados y educados como hijos o atendidos como maridos o padres. Ingratitud creo que sería la palabra correcta para aplicar a estos casos de discriminación.
¡Qué broncas se agarró Tolerancia 0, más de una vez escuchando este tipo de argumentos de hombres universitarios!, por señalar alguna cualidad que supone cierto nivel de cultura elevada y sin que esto pueda ofender a algunos colegas debo decir que, cuando me integré en un Tribunal, viendo el machismo imperante y el destrato que recibían algunas mujeres que se desempeñaban allí, no tuve más remedio que dar aviso de que, a partir de determinada fecha, las mujeres que se desempeñaban en ese ámbito laboral corrían por cuerda floja a mi persona. Quedó claro por cierto, aunque a regañadientes al principio.
Y para quienes lean esto y no sean conocedores del ambiente tribunalicio, aclaro que suele suceder que en un juzgado o tribunal tramite una causa y que de esta puedan desprenderse otras conexas a esa principal y estas justamente son las “causas que corren por cuerda floja” a aquella principal.
En fin, tal vez por tener conciencia de lo relativo del alcance del poder o por las propias limitaciones de su ejercicio correcto, he logrado no “creérmela”, como se dice vulgarmente ahora y por eso pude, a diferencia de otros, mantener la humildad que me caracteriza según algunos amigos.
Pues bien, dejar de cumplir un rol, aunque sea el de juez, en esta vida no me parece algo que deba alarmarme sobremanera, quizás sean los demás los que me enaltecieron de un modo inadecuado o exagerado respecto de mis posibilidades, vinculándolas a determinadas jerarquías sociales o políticas, pero a mi entender, sin llegar hasta el punto extremo de descalificación de ese rol o de negar su peso en la sociedad, que lo tiene por cierto y es importante, no me parece necesario embarcarme en un “duelo” con mayúsculas.
Por lo pronto, me siento muy bien con mi individualidad, tranquila con mi conciencia, satisfecha con mi carrera, confiada y diría que segura de mi siembra, en mi capacidad de adaptación a las más diversas circunstancias de la vida.
Sin embargo, en otros momentos de elaboración de la decisión, también siento miedo de extrañar el quehacer diario y si bien no pienso que no lo pueda superar, me abrazo a mi cotidianeidad, tal vez retrasando la aparición de otras oportunidades vitales y distintas y en cierta forma la posibilidad de un nuevo ámbito para el ejercicio de mi libertad y si quisiera de mi profesión o cuanto menos, de las habilidades adquiridas en las tan diversas situaciones que debí enfrentar y sortear.
La opinión de que mi retiro implicaría una pérdida para la república como me dijo un fiscal general que merece todo mi aprecio por supuesto me halagó, pero siento que no debo dejarme seducir por estos “cantos de sirena” porque ya es tiempo de que los más jóvenes asuman más responsabilidades, y estoy convencida de que el aporte al país, a la democracia, en todo caso ya lo hice y que mi permanencia o no en la justicia no habrá de cambiar el rumbo ni el destino de ellas.
Hoy más que nunca afloran mis recuerdos, aquel primer día de trabajo gratuito, hacendoso, hasta el baldeado de veredas propias y ajenas. El almuerzo en la famosa mesa de Mirtha Legrand como primera invitada, hablando de los vinos adulterados, para ese día ya había 17 muertos en una causa en la que investigaba el estiramiento del vino envasado en damajuanas, mezclado con alcohol metílico al tiempo que en París, justamente, se presentaban los mejores vinos argentinos (almuerzo concertado entre Elide y la producción del programa, a mis espaldas).
También mi participación en un programa de televisión con motivo del incendio intencional que había sufrido el Juzgado Criminal nro. 1 de Morón a mi cargo, en tiempos en que en este se profundizaba la pesquisa en una causa de estafas y defraudaciones, en fin, el movimiento de una financiera clandestina que funcionaba en La Matanza, en perjuicio de miles de personas y por un monto que rondaba los 70 millones de dólares, o una extorsión en la que se involucraba al intendente municipal.
¡Cuántas cosas le sucedieron a Tolerancia 0!
Sorprendiéndome
En esta etapa que transito estoy descubriendo que decir que empecé a escribir un libro, mi libro, este, que puede contener cualquier cosa, me coloca en una situación especial. Percibo graciosamente que es como si empezara a adquirir una trascendencia diferente, distinta, tal vez despierta en los demás una curiosidad exagerada como si estuviera a punto de escribir algo digno de ganar un Pulitzer. ¡Cuán equivocados vivimos los seres humanos en esta sociedad!
Lo que para mí comienza a ser un grato esparcimiento, justamente por aquel rol que tengo, parece que algunos sospechan que habré de escribir algo así como el racconto de una verdad o verdades reveladas y entonces me muero de risa, como aquel día en la facultad en que mi compañera me presentó los bifes que habría de preparar para la cena con su marido.
En realidad, para cuando termine este libro seguramente seré tan libre que, sin haber abandonado el mote de la Adecuada, que me lo puso Haydeé, me sentiré orgullosa de haber podido expresar, sin empacho alguno, toda la desilusión que siento de la condición humana, que no es poca, sobre todo luego de haber descubierto en el primer juicio contra un expresidente de la nación y otros militares en el que participé, la existencia de campos de concentración muy cerca de donde vivía, lo que implicó haber comprobado, de un modo fehaciente, la crueldad de los actos ocultos que allí se realizaban, algo mucho más grave que todo lo que había visto suceder en más de veinte años de carrera en el poder judicial de la provincia de Buenos Aires y en el de otros veinte más en la justicia federal hasta ese momento.
Al respecto, recuerdo que el día en que vi en el cine el estreno de la película La lista de Schindler me pasaron dos cosas que marcaron mi vida. La primera que, en el intervalo me enteré del accidente trágico sufrido por una persona de la familia muy querida, Ester, y la segunda que me prometí a mí misma no volver a ver ninguna película que se relacionara con el Holocausto, porque sentí que el dolor que me invadía era insoportable y quién me iba a decir, en ese tiempo, que en mi vida, iba a tener que juzgar hechos como los que se veían en aquel film: secuestros, torturas, hambre, violaciones, homicidios, incineraciones, en síntesis, deshumanización y entonces, recapitulando, el llamado de aquella colega fue el anticipo de mi futura intervención en otros juicios de “lesa humanidad” que por supuesto conmovieron mi espíritu nuevamente.
La visa
Entre tantas cosas que me suceden, el 14 de abril concurrí a solicitar la visa para viajar a Estados Unidos, traicionando un postulado que tenía en mi juventud. Justamente no hacerlo, porque me irritaba solo pensar que para viajar como turista a otro país debía pedir permiso. Bueno, corrí aquel postulado a un costadito y resignada fui a Icana, entre otras cosas para preparar un viaje de placer con mi hija y mi marido.
Recuerdo que, en una oportunidad en que aquel permiso no era necesario, fui a Estados Unidos a hacer un curso de “los juicios por jurados” en una universidad en la ciudad de Los Ángeles y grande fue mi sorpresa cuando descubrí que en aquel país me catalogaron como de “raza hispana”, por escrito en formularios que debía completar.
Es decir, a los 45 años aprendí que además de las razas que me enseñaron en la escuela primaria, blanca, negra y amarilla había otra, esta nueva categoría inventada seguramente por ellos “la hispana”, de la que por cierto estoy orgullosa.
En esa oportunidad “yo, la hispana” comprobé la viveza (criolla) de los norteamericanos. En horas de la mañana muy temprano íbamos a la facultad, desayunábamos y luego de recibir una clase teórica nos llevaban a presenciar diversos juicios por supuesto con traducción simultánea y de distintas jurisdicciones. Y así, tuve la oportunidad de darme cuenta de lo que paso a explicar.
Si en el juicio que se desarrollaba, el procesado era de raza negra, “casualmente” el fiscal o sea el que lo acusaba y pedía su condena a prisión, era de la misma raza y el defensor era blanco. Y viceversa, si él o la acusada eran de raza blanca, los acusadores tenían el mismo color de piel y esto lo percibí en varios de los juicios a los que asistí, por lo que concluí en que no era ello obra de la casualidad, sino una manera delicada, utilizada para disimular la discriminación que en realidad pienso que subyace allí. Esta apreciación solo se la transmití durante nuestra estadía a mi marido que me había acompañado, mi amiga Prudencia me lo aconsejó en esos momentos.
En relación con esto, en otra ocasión, el guardia de raza negra, que controlaba el escáner por el que pasábamos obligatoriamente para ingresar a las Cortes, no creía que fuera argentina, cuando le exhibí el pasaporte, atribuyéndome a su entender y por mi aspecto la nacionalidad francesa, producto sin duda para mí de su propio prejuicio respecto de los sudamericanos o “sudacas”.
También me sorprendió en esas Cortes el trato de un juez que había otorgado una probatio a una mujer, ya que le indicó a la procesada, que para mí no era otra cosa que una pobre mujer que había consumido drogas, que fuera a inscribirse en el Registro de Delincuentes. Sí, así como así. Yo no podía creer lo que escuchaba y veía. Me pareció como muy fuerte. Era el poder a metros de la desgracia. Mi amiga Piedad se alarmó en ese momento.
Es que, más allá de que esa mujer pudiera eventualmente ser responsable de consumir drogas, así fue traducido, jamás me imaginé que de ese modo grotesco podía dirigirse un magistrado a una procesada, o yo soy muy cuidadosa cuando les indico que deberán ir al Patronato de Liberados para hacer el seguimiento de las reglas de conducta que les impone el tribunal por un asistente social, o lo que vi fue algo de excepción, pero creo que no.
Regresé de ese viaje con la sensación de que en Estados Unidos la comisión de un delito, figuradamente, era algo así como cruzar una calle determinada y que a partir de allí comenzaba para las personas un proceso que me hizo recordar la capitis diminutio (que existía en épocas de los romanos) y ese proceso es muy, pero muy difícil de sortear. Sería en palabras muy sencillas como empezar a perder el estatus de persona, de buena persona, irrecuperable por cierto y esto para mí resultó demasiado extremo.
Con el tiempo aprendí y también reconocí que aquel destrato que había observado en aquella Corte en Los Ángeles resultaba muy parecido al que algunas veces presencié en mi propio Tribunal o en otros que alguna vez integré y esto me llevó a considerar que, según sucedan las cosas, las personas podemos ser educadas y amables (aun en momentos en que debemos comportarnos con severidad o autoridad) o maleducadas y groseras en las mismas situaciones. Y estas condiciones diría que primarias, de nuestra personalidad o del carácter son las que trasladamos a los ámbitos en los que nos desenvolvemos, incluida la magistratura.
Siempre le recuerdo a mi hija que es maravilloso que las mujeres y los hombres tengamos carácter, pero que es mucho mejor que dominemos el carácter que, al contrario, este nos termine por dominar y he llegado a esta conclusión porque he visto muchas veces ánimos exacerbados que terminaron por crear situaciones que luego no tuvieron retorno.
La ira es el gran problema, o mejor dicho, el desmanejo de la ira, porque en realidad ese feo sentimiento puede invadirnos en cualquier momento, inesperadamente. Me ha ocurrido y allí fue muy buena la aparición de mis dos fieles amigas Prudencia y Paciencia (a quien incorporo aquí), ya que ellas fueron capaces de inspirar soluciones diría que tangenciales que, las más de las veces, resultaron las adecuadas para alejarme del abismo al que conduce casi inexorablemente la ira. Tal vez alguien que lea estas páginas pueda recordar algún consejo que le brindé cuando atravesaba una profunda crisis, hasta el punto de que le ofrecí prestarle un juego de esposas imaginario por si en su mente se cruzaba querer matar a alguien.
Mi abuelo
Y aquello de la raza hispana que descubrí en aquel viaje de estudios me recuerda a mi abuelo materno Joaquín Manuel García, a quien su familia en Asturias lo despachó para la Argentina junto a su hermano José, con solo 13 o 14 años de edad, para evitar que ellos, en ese tiempo posiblemente, fueran a luchar en la guerra de Marruecos. De esto me anoticié siendo pequeña y tal circunstancia me inspiró siempre un gran respeto. ¡Qué decisión extrema debió tomarse en esos momentos!
Esta situación por cierto eleva mi orgullo de esa descendencia porque muchas veces, sin la posibilidad de haberlo podido preguntar a tiempo por mi inmadurez, mi abuelo murió el día en que cumplí quince años, ya siendo una adulta, he pensado en la soledad y el desarraigo que debieron sentir mi abuelo y su hermano siendo tan jovencitos y sin embargo, pese a la todo lo que ahondado en mis recuerdos, no registro siquiera un lamento de aquella situación por la que debieron haber atravesado. Mi abuelo y su hermano José no pudieron regresar a España. Qué se puede decir…?
Viene a mi memoria que mi abuelo estudiaba un diccionario y con un lápiz escribía en hojas de cuaderno sueltas, con una letra hermosa. Yo tendría cuatro años y lo admiraba, me encantaba verlo estudiar y luego escuchar cómo transmitía sus conocimientos.
En mi poder tengo una foto que documenta estos hechos, mi abuelo sentado en un sillón de jardín y mi personita vestida de bailarina clásica con rodete a su lado, junto a mi hermano Enrique que lucía el traje de gaucho y más atrás Joaquín con esa inmensa sonrisa que lo caracteriza.
Aquel diccionario (que aún lo conservo) va a mudarse desde mi despacho en el Tribunal para ocupar próximamente un lugar privilegiado en la biblioteca de mi hogar, ya que ese libro es para mí la mejor expresión de un “autodidacta”, calificativo que también siento que me alcanza en muchos sentidos.
Y digo esto porque, a diferencia de mi actitud de enseñar siempre a quienes me rodearon en el trabajo y en mi casa, o de invitar a profundizar algún tema en forma conjunta, en reiteradas oportunidades sentí la soledad en aquel, la soledad del autodidacta porque hay muchas personas que no trasmiten sus conocimientos por temor a competir o ser superados por los otros y por ello debí resolver muchas situaciones asumiendo el riesgo de equivocarme. Por suerte no me fue mal.
También aprendí que, pese a ser un buen mentor y con el tiempo, a veces se producen desilusiones. Alguna vez escuché una frase tan procaz como aquella de que “no había que avivar giles”... con la que por supuesto nunca estuve de acuerdo y, sin embargo, frente a algún profundo dolor vino a mi memoria aquella frase. En fin, dolores del alma…
Hace días que no escribo, realmente estuve muy ocupada con mi trabajo, mi papá, mi marido, mi hija, mi nieta y además tuve que ir a un lugar para sacarme una foto para Obama, y dejarle mis impresiones digitales. Dicho sea de paso, me imagino y quiero creer que este hombre Barak sabrá quién fue Juan Vucetich, que nació en Croacia, se nacionalizó en la Argentina y contribuyó en la identificación de las personas, a lo largo de toda su vida. Se entiende que esto es un chiste, que sigo con los trámites del permiso para ir a Estados Unidos y el martes voy a la entrevista final en el Consulado y en ese momento me dirán qué resolvió Barak Obama respecto de mi persona.
Desde ya que Tolerancia 0 se volvería loca si le dijeran que no, pero no logro imaginarlo seriamente. Veremos qué ocurre.
Un fin de semana, el abandono y otras cosas
Hoy es sábado, estamos en casa, en familia, esperando a Mia (la nieta mayor) para ir a cenar, mañana me ocuparé de ver cómo le va en la escuela y si fuera necesario evalué en estos días contratar a una docente para apoyarla. La observo como bloqueada y lo bueno fue advertir, no obstante, que con atención y dedicación responde a las tareas, diría que, como ocurre con la mayoría de las personas, la respuesta positiva es al amor, a la atención que le dispenso, y qué placercito me produjo durante nuestro trabajo hace unos días su contracción a este.
Seguramente, seguiremos con los sinónimos y los antónimos y no sé con qué otras cosas, porque vamos descubriendo juntas lo que hay que estudiar y me causa mucha gracia en ese contexto la importancia que le da, al subrayado de los títulos y la elección de los colores (me recuerda a mi hija Lula cuando tenía su edad y aún también más grande) y seguramente yo tampoco fui ajena en mi niñez a esos detalles, que creo que hablan de la femineidad de las tres, lo que me encanta.
Enseñarle a Mia a amar sus útiles de la escuela es trasmitirle a su vez que esas cosas, llámense libros, cuentos, cuentas, pueden ser también herramientas y fuentes de placer en su vida y ni qué decir si logro que además aprenda a dibujar y a pintar, porque siento que, si fomento su creatividad, ella será el mejor recurso con el que podrá contar en el futuro, un espacio en el que encuentre un refugio para tanta desazón e inseguridad como la que sufre y la rodea.
Es tan chiquita, como lo fui yo, tiene tantas carencias que no se llegan a explicar y menos aún puede ella entenderlas, tiene esos agujeros que como a otros, léase mi Daniel como un ejemplo, le son imposibles de superar aun con el paso del tiempo y el amor que recibió, recibe y seguirá recibiendo, sin dudar.
No es sencillo para nadie, en ningún tiempo sentirse abandonado, ni siendo chico ni siendo grande, y esto que también forma parte de las injusticias de la vida son cosas que entristecen a Tolerancia 0.
Hablando de cuando era chiquita, con los chicos de la cuadra en la que vivía formamos un conjunto musical, tendríamos unos 9 o 10 años, en realidad solo cantábamos canciones folklóricas como las clásicas “sapo cancionero” o la “zamba de mi esperanza” y nos habíamos autotitulado como el conjunto Estrellita, con el que debutamos en el Club Social de Villa Sarmiento.
Mi hermano Enrique por su parte había formado otro conjunto, los Intihuasi, pero ese grupo, además, tenía bombo y guitarra para acompañarse y cantaba lo mismo que nosotros o algunas cosas más, lo bueno era que pasábamos muchísimas horas ensayando y eso nos hacía muy bien a todos, nos sentíamos importantes.
Siguiendo con lo artístico, cuando empecé a tocar el órgano le propuse a mi hija Lula hacer algo juntas, es decir, que yo tocara y ella cantara (fue un tiempo a estudiar canto) y, empezamos a ensayar el tema de la película Titanic que fue el primer tema que me enseñó mi profesora.
En ese momento le conté la historia de mi conjunto Estrellita y demás está decir que se mató de risa, por lo ridículo que le parecía el nombre y me propuso que, nuestro dúo se llame Estrellita y Estrellada, y por supuesto, se encargó de decir que yo iba a ser la segunda.
Bueno, no pudimos concretar nada porque yo me eternizo en algunas notas que me gustan, por cierto la dejo sin aire y entonces no puede cantar, y aquí terminó nuestra idea del dúo. Ella dejó de cantar y yo abandoné el teclado y ahora me cuesta un horror volver a recuperar la memoria de los dedos. En fin, como el Titanic, nos hundimos en el océano y no creo que ya podamos encontrar algún collar en sus profundidades, por lo menos juntas.
Este tema de tocar el órgano es una materia pendiente porque comencé el estudio con muchísimo entusiasmo. Mi profesora Victoria no pudo tener la mejor idea que enseñarme los temas de películas hermosas y famosas, y lamentablemente abandoné sus clases cuando mi padre estuvo muy enfermo y yo, en ese momento justamente, había empezado a aprender a tocar el “Adiós, Nonino” de Astor Piazzolla y mientras practicaba recuerdo que Lupita, mi perra, lloraba como si entendiera de qué se trataba.
Noche funesta
Estuve en estos días pensando en una cena que compartí entre colegas despidiendo a uno de ellos, que se retiró de la Justicia hace poco y la verdad es que, en ese evento, estuvieron presentes personas que hubiera deseado no ver, me provocan náuseas.
En el país, la violencia física y moral ha escalado grandemente, y ya me resulta difícil la conversación con personas que antes no me ofrecían fastidio alguno. Después de la cena esa noche, en la que vi a muchos fanáticos compartiendo mesas tuve pesadillas horribles, soñé con secuestros, con un suicidio que no sé si se concretó porque pretendía realizarse en mi presencia y la visión resultaba tan fuerte que me desperté, en otro tramo soñé que conducía un automóvil con exceso de velocidad, por calles raras, de piedras azuladas, con curvas y muy escabrosas.
Me preguntaría luego mi terapeuta qué interpretaba desde lo manifiesto de ese sueño y, bueno, le dije que no tenía dudas de que ello fue por haber visto a aquellos funestos personajes que evidentemente, avivaron recuerdos dolorosos de hechos recientes como la muerte de Alberto Nisman u otros tan remotos de más de treinta o cuarenta años, episodios que vinculan la política, la justicia, el terrorismo de Estado y el otro, del que parece que no se puede mencionar en esta época, como no sea entre amigos.
En fin, el tema de las muertes, que no son solo físicas, sino que también pueden ser espirituales y ello así lo concibo porque algunas se vinculan a mis propios ideales.
Más allá del orgullo que siento de haber hecho las cosas bien, hoy sufro la decepción como tantos otros amigos, de pensar que no alcanzó todo el esfuerzo realizado para tanta maldad que nos rodea.
Tolerancia 0 está harta de la soberbia, la codicia, la envidia y las consecuencias trágicas de las conductas inspiradas en ellas, a veces hasta de modo inconsciente quiero creer, porque si así no fuera, ya se trataría del triunfo de la maldad por sobre la bondad, y me resisto a pensar aún en el fracaso de la humanidad pese a todo.
Amalia
Hoy es 1 de mayo, mi mamá festejaría su cumpleaños, siempre me acuerdo de ella y le doy gracias a Amalia Argentina, porque así se llamaba, por haber nacido en este país, que me haya dado la vida y por haberme transmitido sus genes.
Si de algo estoy segura es de que de ella heredé la capacidad para la docencia que creo tener y de lo que me he vanagloriado siempre, producto de haber sido profesora durante trece años en la Facultad de Morón, sin queja alguna, sino todo lo contrario. También sospecho haber heredado su creatividad. Es que para mí, en su desempeño laboral, esta condición de Amalia salió a la luz.
Ella tuvo la idea de transformar viejos vagones de tren en aulas para poder educar a más chicos. Yo tendría ocho años y recuerdo que ella logró acondicionar tres o cuatro vagones por lo menos y que me llevó a ver las tareas que se hicieron sobre estos y luego a la inauguración oficial de la ampliación de la escuela, en la que era directora, en El Palomar, ceremonia a la que concurrieron personas de la Fuerza Aérea Argentina que la habían ayudado en aquel original emprendimiento.
Esto fue hace ya más de 55 años y me imagino hoy que aquello fue absolutamente novedoso y tan particular como algunas cosas que hice yo en esta vida.
Una vez me decidí a llamar al director de Prensa de esa fuerza para pedirle que un avión transporte elementos que, con amigos, habíamos juntado en Buenos Aires para llevarlos a hogares de niños de la provincia de Corrientes, petición a la que accedió, yendo un grupo de personas que habíamos trabajado en ese proyecto en un avión Hércules, que llenamos con las donaciones.
Seré honesta al respecto, el dato de que el director de Prensa de la Fuerza Aérea Argentina era un hombre accesible lo recogí de una amiga que, a su vez, lo obtuvo de un modo casual. Cuando lea estas líneas ella lo recordará con una amplia sonrisa.
Ahora, para lograr la atención del comodoro Reta, así se llamaba, invoqué mi cargo de presidente del Tribunal en lo Criminal Federal nro. 4 de San Martín, lo que era cierto, sin embargo cuando atendió el llamado telefónico inmediatamente le manifesté que lo llamaba por algo personal, que no tenía que ver con la Justicia, sino que se relacionaba con la tarea de un grupo de amigos solidarios y como se notó que no tenía mucho tiempo me preguntó gentilmente, como yendo al grano, ¿qué necesita?, y mi inmediata respuesta fue UN AVIÓN y, entonces, muy amablemente me dijo que sí y me indicó a quién debía dirigirme para materializar el pedido y fue así como, al poco tiempo, nos encontramos a bordo de un Hércules con Roxana, Beatriz, Soledad, María Eugenia, y otros amigos felices de poder realizar nuestro objetivo, viendo el aterrizaje en el aeropuerto de Corrientes algunos de nosotros desde la cabina de la tripulación. Diría Roxi: “soñado”.
Demás está decir que las anécdotas vinculadas a nuestro trabajo solidario y este viaje fueron maravillosas, como las de los otros trece viajes anteriores que habíamos realizado a Corrientes, para lo cual contamos con el apoyo de la Prefectura Nacional Argentina.
En este caso, sus autoridades tenían una mayor afinidad conmigo, en razón de que cubrían la seguridad de los dos tribunales federales en los que ejercí mi cargo de jueza y por ello me trataban regularmente y entonces, los traslados de nuestras donaciones en camiones de esa fuerza resultaban muy fluidos, y ahí aprendí algo sobre las capacidades del semi, que hizo uno de nuestros viajes a Corrientes. Aclaro, por si alguien pensara o piensa que podría haber habido un desvío de fondos públicos, que esos viajes no eran gratuitos, nuestro grupo aprovechaba alguna diagramación de los propios de alguna actividad de esa fuerza y a su vez colaboraba en la provisión del combustible y en el gasto que originaba el traslado del personal que afectaban. De otra parte, siempre viajábamos simultáneamente varios de nosotros para realizar la distribución e instalación de los elementos que se enviaban y para compartir esos días solidarios junto a los chicos.
Y, a propósito de camiones, un buen día contratamos uno de modo particular, para acercar nuestros paquetes hasta las instalaciones de la Gendarmería Nacional, que tampoco se salvó de nuestras garras y así fue como, junto a su conductor, concurrí a la sede central de aquella, para hacer el despacho de nuestra grandiosa y preciosa carga, y cuando un hombre de la guardia me requirió información acerca de mi presencia en ese lugar, muy suelta de cuerpo y desde la altura de mis estiletos señalé y di precisión acerca de los motivos y del camión en el que había arribado, del que solo un minuto antes supe que se trataba de un Mercedes Benz 1114, cuando por curiosidad se lo pregunté al chofer, como para tener alguna conversación.
Mi mamá, ya estaba muy viejita para la época de estas andanzas y me protestaba porque trabajaba mucho en esa actividad, clasificando y empaquetando las cosas, convirtiendo lugares de mi departamento en depósitos hasta la concreción de los viajes, los que disimulaba lo más que podía para no desarmonizar la casa, tarea en la que estábamos comprometidos toda la familia, me refiero a Daniel, mi papá, Lula que tendría menos de 8 años y también Sandra o Alicia, empleadas de mi casa, y cualquier amigo o pariente que llegara cuando estábamos haciendo esas tareas, nadie se salvaba de colaborar de una manera u otra, ni siquiera los contadores amigos ni los clientes de mi marido, tampoco los vecinos.
Pero no solo yo hacía esto, “todos los del grupo” teníamos vecinos, parientes, conocidos, amigos y nadie se salvaba, todos improvisamos en nuestras casas aquellos depósitos y además en galerías, quinchos y balcones habíamos montado talleres donde cosíamos, pintábamos y acondicionábamos todas las cosas que recibíamos, para luego llevar a los hogares, incluso hicimos ferias americanas para recaudar dinero para comprar directamente en Corrientes alimentos perecederos.
Trabajábamos tan bien, tan contentos con cada aporte solidario, que gozábamos al imaginar las caras de los chicos y también las de sus cuidadores, recibiendo lo que habíamos preparado con tanto amor y dedicación.
Nuestra experiencia fue hermosa y creativa, duró como siete años que no pudieron ser consecutivos a causa de algunas grandes inundaciones que se produjeron en el Litoral y tuvo un final, como casi todo en esta vida.
Otro día voy a profundizar en este tema, porque si bien lo material tuvo su importancia, lo más maravilloso fueron los descubrimientos que hicimos y lo que vivimos junto a tantas personas y personitas. Alcanza por ahora un ejemplo…
Mi hermana Graciela me donó para uno de los hogares, entre otras cosas, un espejo, que al descargar del camión lo apoyamos en una pared, como al descuido en el Hogar Tía Amanda, y al rato, nos sorprendimos al ver a los chicos que por primera vez se reflejaban en él, tomando conciencia de que muchos no habían tenido NUNCA una experiencia así y entonces hacían fila para verse un ratito, les encantó, se sonreían y hacían morisquetas frente al espejo.
Fue realmente conmovedor, como también haber enmarcado sus fotografías y colgarlas en las paredes como cuadros y poder percibir el placer que sentían al reconocerse en ellos. Estos fueron momentos “preciosos” para nuestro grupo y no solo esto ocurrió en Tía Amanda, también nuestra obra la continuamos en el Hogar Domingo Savio, luego en el Hogar Magone, y en estos además, hicimos trabajos de pintura, carpintería, iluminación, decoración, etc., y colaboramos con otros hogares de niñas en Corrientes Capital y en San Roque.
Serán casualidad mis derivaciones, hablando de mi mamá y su legado aparecieron los recuerdos de los hogares de Corrientes y contemporáneamente se produjeron en estos días los nacimientos de dos bebés, hijos de colaboradores en el tribunal y también afloraron ahora en mi recuerdo los deseos incumplidos de Amalia de haber sido médica neonatóloga o actriz.
Y tan fuertes debieron ser sus deseos y la frustración que debió haber sentido por no concretarlos que “ casualmente” cuando tuvo un brote de locura senil, a los 83 años, hallándonos sentadas junto a la mesa de su comedor, viendo la televisión me contaba que, en el Servicio del Hospital todos los bebés evolucionaban bien y señalándome al actor (cualquiera que aparecía en ese momento en la pantalla) me comentaba que ese día, lo había visto en la Secretaría, por supuesto se refería a la Secretaría de La Casa del Teatro, en la que supuestamente en su fantasía ella se desempeñaba.
Estas expresiones por lo visto aparecieron, desde su inconsciente y me dieron la pauta de que, en esta vida es muy bueno poder cumplir con nuestros deseos más profundos, que por lo visto como datos quedan guardados en nuestro disco rígido, o sea nuestro cerebro o nuestro inconsciente como se prefiera.
Página 12 (antes de la corrección de estas líneas)
Me acaba de señalar mi tablet que entré en la página 12, y no puedo dejar de relacionar esto con el periódico de igual nombre (Página/12), y con Jorge Lanata, su fundador, porque, aunque él no lo sepa, lo admiro y además lo extraño cada vez que no está su programa en televisión, ya que su claridad me acompañó, en numerosos momentos de mi vida y muy especialmente cuando juzgué parte de los hechos sucedidos en Campo de Mayo porque mientras lo hacía, releía aquel tomo de su libro Argentina, y esa lectura me ayudó a comprender aquella época tan nefasta que yo viví siendo muy joven, cuya trascendencia no había logrado incorporar en su plenitud hasta después de restablecida la democracia.
A propósito de ese juicio, a veces vuelvo sobre el voto y la disidencia que hice en aquella sentencia, porque fue algo tan fuerte lo que escuché, analicé y luego sinteticé en ella que tuvo el efecto de pasar muy rápidamente al olvido, hasta el punto de que, al poco tiempo de su dictado, en una charla con compañeros de la secundaria que me preguntaban acerca de mi experiencia en ese juicio no pude recordar ni los nombres de las víctimas (algunas, hombres públicos) o los lugares de los hechos, y creo que esa selección perceptiva de olvidos fue el más preciado recurso que pudo utilizar mi cerebro, para que pudiera salir sanamente, del lodazal en el que había estado sumergida mi persona durante varios meses.
No quiero abrumarme hoy, bastante con los insomnios y pesadillas que sufrí entonces y los que vengo sufriendo últimamente. Esto es para mí el miedo. Tengo muchos miedos, a la muerte de los otros, a la violencia callejera, a la violencia verbal, a los fracasos ajenos, a las frustraciones, en general a las muertes y a los duelos. Siento que necesito tranquilidad, paz, y seguridad, Tolerancia 0 está un poco cansada de luchar y el país no acompaña en nada.
Estoy asustada por el futuro, porque creo que hoy ya no tengo el empuje y la fuerza de antaño y temo administrar mal mis propios recursos.
Nuevamente me planteo si este es el mejor momento para retirarme o si sería conveniente hacerlo el año próximo, lo estoy pensando bien, por lo pronto me dejo de presionar a mí misma y resolví tomarme una semana de vacaciones con “mi chico” y viajar a Fortaleza, Brasil para visitar a mi hermano Enrique, que es lo mismo que decir descansar, ver el mar, tomar sol, hacer gimnasia y disfrutar momentos cariñosos, en fin, entrar en estado de babia, como me ocurre cada vez que me alejo de las obligaciones.
Creo que esta es la mejor decisión en este mayo con clima de verano que estamos viviendo en Buenos Aires. Quizás en los próximos días encuentre en mi interior la tranquilidad de espíritu que tanto anhelo y aspiro a dejar aquí las preocupaciones que me acosan y me pesan tanto. Mi vida no es ajena a mi circunstancia y esta engloba no solo lo profesional, sino también las vicisitudes familiares y las políticas de las que no puedo desinvolucrarme, aunque lo quisiera.
A veces, mi cabeza corre tan velozmente que mi cuerpo no puede soportarlo, es la visión del conjunto y los pronósticos que imagino, lo inevitable de la pesadumbre que por momentos experimento. Me gustaría contar con un botón para poder (cual interruptor eléctrico) prenderme y apagarme. Por cierto no lo logro y entonces arrastro mis pesares como puedo y sigo andando también como puedo.
El señor Barak nos ha permitido ingresar a su país, falta que también la autorice a nuestra hija y entonces seremos los tres quienes decidiremos cuándo vamos a ir a visitarlo, tal vez en ese momento ya no presida él mismo, pero bien valdrá la pena haber logrado la visa para fines más cercanos como los encuentros familiares, culturales, en fin, vacacionales.
La salud
En estos días sufro un retroceso en mi salud, tengo un brote psoriásico y ello me desestabiliza, esta enfermedad la sufrí desde los 18 años y hasta los cincuenta, y para mí resultaba vergonzante, hasta el punto de que no todos los que me conocían o conocieron por aquellos años supieron de su existencia, las lesiones siempre las tuve en la cabeza, especialmente en la nuca y recuerdo que en la época de los exámenes en la facultad he llegado a ir a rendir con el cuero cabelludo, como “en carne viva”, circunstancia que disimulaba por supuesto, con el pelo suelto.
La reproducción de células era tan veloz que la descamación que sufría era impresionante, ni hablar de la picazón permanente y el rascado que trataba de ocultar moviendo el pelo como fingiendo que lo acomodaba, de las cremas que tenía que ponerme para cicatrizar (alguna realizada por algún brujo), el aceite de auto quemado que me recomendó algún médico, las inyecciones subcutáneas que me daba mi amiga Patricia, en fin, el único recurso que tenía para ponerle un poco de humor a mi sufrimiento era decir, a los íntimos por supuesto, que era tan inteligente que por eso las células se me caían por la nuca, pero, bueno, el día en que dejé de soportarla, no sé por qué, comenzó una etapa de mucha alegría, entonces, volver a sufrirla me produce una gran desazón, parece que este asunto no está definitivamente terminado en mi vida.
Algunas reflexiones
Me resulta, si no difícil, un poco delicado aceptar esta nueva etapa de la vida, antes era audaz y ya no lo soy tanto, ahora tengo una mayor prudencia y creo que en otros tiempos tomaba decisiones rápidamente, porque sabía que si erraba siempre habría la posibilidad de enmendar y no sucede lo mismo ahora. “De todas maneras”, como diría una de las señoras que cuida a mi papá, como una muletilla, reconozco que he tenido esa cuota de suerte que tal vez no alcanzó a otros. En este sentido creo que he sido y soy afortunada y por ello estoy muy agradecida.
Sería por eso creo que hace muchos años sostenía que existía como un equilibrio ecológico de las relaciones humanas, porque cuando algo no se daba para mí de la manera esperada, al poco tiempo, brotaba como mágicamente un nuevo camino o alguna solución, y hoy pienso que esa compensación, que en mi vida producía ese equilibrio, lamentablemente no alcanzó a todo el mundo.
Siempre sostuve que era muy bueno haber podido nacer en la época en que nací y en Occidente, por un lado porque fue después de las guerras mundiales y por otro, porque me resultaba doloroso pensar en las mujeres de lugares del Oriente con las limitaciones que les imponían los hombres y sus culturas.
Hoy sigo estando agradecida por ello, pero viendo lo que sigue ocurriendo, en este mundo en Oriente y también en Occidente, debo reconocer que las injusticias han superado aquel equilibrio que creía que existía o tal vez lo soñé.
Vuelve a mi recuerdo nuevamente el cansancio moral de Tolerancia 0 y creo que es momento de empezar a releer a José Ingenieros, a quien recurrí en numerosas oportunidades hace ya algunos años, cuando no encontraba la paz necesaria para seguir avanzando.
Me refiero aquí a su obra Las fuerzas morales, ya que parece que nada ha cambiado y todo lo por él sostenido tiene una real vigencia. Lo hablo con Ethel, mi terapeuta, que siento que me acompaña y me comprende y que, desde su lugar, me ofrece o me plantea miradas distintas a las mías, a veces tan crueles que me duelen y que quisiera no escuchar. Muchas veces siento que en nuestro trabajo, sin proponérnoslo, hemos ido adelantando el tiempo de algunos sucesos. ¿Cuántas veces me ocurrió estar atravesando vivencias que repentinamente se presentaron ante mí y en esas circunstancias recordaba nuestras conversaciones?
En vuelo
Desde este momento estoy escribiendo estas líneas a no sé qué altura del planeta Tierra. Acabo de prender mi minitablet, desconectar el modo avión, y entonces es como si iniciara “su uso legal” por los cielos y por primera vez, ya que por cierto, la tablet fue declarada como corresponde a su estirpe y a su dueña en la oficina correspondiente del aeropuerto de Ezeiza en la que le otorgaron identidad, sin fecha de vencimiento, así me lo dijeron los agentes de la Afip o aduaneros. Se entiende que estoy volando rumbo a Fortaleza, Brasil.
Bueno, es tan pequeña la tablet que la uso con uno o dos dedos, lo que me retrocede a los 18 años cuando hice un curso para aprender a escribir a máquina, en las famosas Academias Pitman que tenían sucursales por todos lados. Si bien lo completé, nunca logré adquirir la habilidad que exigían en cuanto a velocidad de escritura por minuto, pero a mí igual me sirvió porque cuando debía copiar un texto no tenía que estar al mismo tiempo mirando el teclado.
Esa academia era el lugar por el cual no podíamos de dejar de pasar los que, como yo, pretendíamos ir a la facultad y trabajar al mismo tiempo, no era una habilidad que podíamos aprender en la escuela secundaria, por cierto distinto de hoy en que les enseñan computación, sino que la mecanografía era algo extra y además costoso.
En esa época creo que no había siquiera máquinas eléctricas, por lo menos en la Argentina y que yo lo supiera (1969), y aquí —necesariamente enlazo— los vertiginosos cambios que hemos vivido los de mi generación pre–post–espacial, lo que acabo de inventar, porque nacimos antes de que el hombre llegara a la Luna y ahora la humanidad toda está conectada por satélites y algunos estudian o ya planifican vacaciones en el espacio.
Me parece maravilloso y mágico esto de escribir en un avión, lo único que me molesta en este momento es no tener una mejor visión, ya que acabo de hacerme anteojos nuevos y no voy muy bien con la adaptación. Veremos qué pasa, ¡¡ja, ja, ja!! Qué redundancia.
Estuve pensando en estos días que este libro va a estar especialmente dedicado a todos mis afectos, porque con seguridad cada uno va a reconocerse en algún lugar y pienso que ello ocurrirá, sea que los nombre en forma directa o no. Lo que anticipo aquí es que en mi dedicatoria, si llegara a nombrarlos, necesariamente lo sería por orden alfabético porque no quisiera que pudiera medirse mi cariño por el momento de las apariciones de sus personas en estas líneas. ¡Pero no se ilusionen, afectos! Todavía no sé si confeccionaré esa lista.
A partir de ahora en que veo el ocaso del día por la ventanilla del avión, Tolerancia 0 tratará de descansar, iniciará un tratamiento antienvejecimiento del alma y del cuerpo para regresar renovada junto a los suyos en el tribunal. Por supuesto, guardó en la valija todas las posibles excarcelaciones, libertades domiciliarias y condicionales, no sea cosa que algún malo intente en su ausencia aprovecharla para lograrlas. Ha sucedido en la Justicia en algunas ferias.
Bueno, aquí suspendo, están comenzando a servir una merienda y no me la quiero perder, en un ratito arribamos a destino.
Un placer el vuelo, el recibimiento, los momentos cariñosos y ahora nuevamente volando hacia Buenos Aires.
Ya de regreso
Pensé en estos días que transcurrieron que iba a escribir, pero no lo hice, y no tengo claro si me faltó inspiración o en realidad no tuve muchas oportunidades. Escuché por ahí que alguien decía que no siempre se podía escribir y en eso acuerdo, además no quiero transformar esta actividad en un relato diario ni quiero que ella se transforme en una obligación, sino en una situación de placer personal, algo muy agradable y gracioso al mismo tiempo.
Muchas comparaciones resultaron inevitables durante el viaje, referidas a las costumbres, los hombres, las mujeres, los estilos, los no estilos, la riqueza y la pobreza. No sé por dónde empezar, pero como gorda psicológica comienzo por la obesidad. Es brutal la cantidad de personas excedidas de peso que estuve viendo y lo más grande para mí es que me parece que a ellas no les importa.
El primer día en que fui a la piscina al ingresar al solárium creí equivocarme de espacio porque estaba en un “ballenato”. Yo, Tolerancia 0, con mis actuales dos kilos de más a cuestas y casi como peleada con lo que me devuelve el espejo, descubrí la indiferencia de la gente en relación con la armonía de los cuerpos y percibí mucha alegría en ellos, no obstante, esto también ocurrió cuando fui a la playa y me cuesta creerlo.
En el desayuno en el hotel parecía que todos los días asistía a un concurso de quién comía más y estaba más gordo. Me causa risa contarlo de esta manera, tal vez resulte antipático, pero la verdad es que me resultó sorprendente y me acordaba todas las mañanas de un programa de televisión que conducía Andrea Frigerio en el que hacía “un concurso” que era de canto y lo anunciaba con una gran simpatía.
Los argentinos, me parece que en general, somos más cuidadosos o disimulamos más en ese aspecto, y la comparación que hago con los brasileños resulta de personas del mismo o parecido nivel social y no la hago peyorativamente, como me diría un colega, no es un asunto de discriminación, sino de descripción.
Otro tema llamativo fue la estrechísima vecindad entre la riqueza y la pobreza. Dando un paseo por la ciudad de Fortaleza, pasé por el frente del edificio blindado en el que la famosa Xuxa tiene un piso de 900 metros cuadrados y cruzando la calle, muy angosta por cierto, en la vereda de enfrente comenzaba un barrio de emergencia y en la misma cuadra, los vecinos se veían todos sentados en sus vereditas, de 1, 50 metros de ancho conversando y bebiendo, mientras los chicos jugaban a su alrededor.
Este contraste, sin llegar al extremo del anterior es constante y persistente en toda la ciudad. A grandes edificios de departamentos se contraponen negocios pequeños de dos por dos, en los que se venden “cinco cosas”, por decir algo y algún ambiente aledaño en el que, en vez de camas, se aprecian las hamacas colgantes que usan para dormir y esta convivencia entremezcla, a los que solo tienen un short y un par de ojotas y a aquellos que visten bien y que solo se los ve en los hoteles o ascender y descender de sus autos, ingresando a sus edificios de departamentos custodiados. Esto lo conversaba a menudo con Enrique, mi hermano.
Son como dos mundos insertos en una misma ciudad, por cierto distinto a nuestro país, en el que los barrios, en general, mantienen un estilo propio, sea por sus construcciones o el nivel económico parecido de sus vecinos.
Siguiendo con las percepciones, en Brasil lo que nos llamó la atención, y lo comentamos con mi marido, es la cantidad de personas que están para “cuidar”, aunque no se sabe bien qué o cuál sería el objeto de su desvelo, por decirlo de alguna manera, pero que pasan horas y horas, sentados o parados en muchos lugares de la ciudad, expectantes.
Se diferencian del resto por llevar una camisa con un holograma y a ellos sería aplicable ese concepto que me resultó tan gracioso que me transmitió mi amiga Liliana, en realidad era el concepto de un juez de la Corte que consideraba a su custodia como una persona que ejercía “un ocio remunerado”.
En este caso me imagino que estos hombres son verdaderos exponentes de un “ocio–subremunerado”, de acuerdo a como están las cosas allí.
A veces veía a jóvenes o personas mayores sentadas en cualquier parte, en un cordón, una silla o sobre cualquier cosa mirando hacia lo lejos y me preguntaba si estarían pensando o no, porque se apreciaban tan sencillos en su actitud que me daban una cierta sensación de vacío, mi sensación más profunda era que se hallaban como resignados mirando su destino. Me producían una gran tristeza.
Sin título
Hace días que no escribo, o mejor dicho, no lo hago en este espacio, ya que en mis horas de trabajo escribo sentencias o proyectos casi siempre cuando no estoy en la Sala de Audiencias, haciendo “juicios orales” y la verdad es que me encanta hacerlo, me produce un placer especial concluir una causa, sea en el sentido que fuere, condena, absolución, prescripción o cualquiera de esos nombres técnicos que tienen las resoluciones judiciales de los casos.
Esto de ponerle fin a los conflictos es algo que me produce mucha tranquilidad, porque siento que el punto final es lo que esperan la mayoría de las personas, implica el cese del estado de incertidumbre que genera el inicio de una causa penal, sea que resulten víctimas o imputados.
Muchas veces, ambas categorías postergan otros actos de sus vidas hasta su resolución.
La víctima necesita que se la reconozca en ese carácter y a partir de allí parece que puede continuar su camino o reiniciarlo y por esto es tan importante ese punto final.
El imputado necesita saber si lo creen culpable o inocente y esto independientemente de que sea lo uno o lo otro y digo esto porque, en mi experiencia, muchas personas que cometieron delitos, aun los más graves o atroces logran, por un proceso de negación, desconocer que ellos fueron sus autores y otros, aun negando hasta el fin del proceso su participación, contradictoriamente, antes del inicio del juicio oral y público ingresan a un régimen voluntario anticipado de cumplimiento de pena, como por las dudas.
Los seres humanos somos increíbles, son escasísimos aquellos que admiten haber cometido un delito o una falta grave, o hasta un simple error, al contrario, negar su comisión aparece como un deporte nacional y popular muy de moda en estos tiempos. ¿Será que la confesión resulta algo así como admitir que uno es un bobo, frente a tantos otros que logran zafar siempre de sus hechos ilícitos o de sus mentiras?
Retomando, la sentencia, desde mi perspectiva, se acerca muchísimo a la verdad real y logra esa finalidad inspirada en “dar a cada uno lo suyo”, lo que ocurre es que, por la garantía del doble conforme, nuevamente aparece como un deporte y por cierto tienen derecho quienes resultan perdidosos, en nuestros casos, los condenados a prisión a que la sentencia sea revisada por un tribunal con una jurisdicción distinta o superior, según algunos a la nuestra y es así, como suelen pasar dos o tres años, para que, en definitiva las cosas queden como ya habían sido plasmadas.
Excepcionalmente, ocurre lo contrario, cuando alguna ideología abolicionista logra colarse por sobre el sentido común, según mi humilde opinión.
No quiero con esto que se interprete que estoy en desacuerdo con las garantías constitucionales, no, lo que ocurre es que para mi gusto las certezas para víctimas y sus familiares y los propios procesados no llegan en un tiempo oportuno. Los unos y los otros se perjudican y por eso nosotros, los jueces, terminamos apenas administrando como tardíamente la injusticia.
En ese quehacer diario transcurren las horas del trabajo que todo el equipo realizamos con seriedad, aunque en ellas aparecen situaciones en las que no resultan ajenas la calidez humana ni el sentido del humor.
A tanta transgresión (los delitos) se contraponen las bromas, las ingenuidades, algún rezo, un abrazo, una cargada, expresiones de deseos, sueños compartidos que no tienen nada que ver con alguna fundación famosa, pensamientos profundos, enojos, preocupaciones por los hijos, etc., es decir, conformamos un gran combo, en el que más de veinte personas religiosamente hacemos un alto en el camino, para acercarnos al tan deseado almuerzo.
Ese evento, envidiado por muchos de los que resultaron invitados o participaron circunstancialmente, es un momento, aunque no quiera creerse, para mí de meditación, tal vez no en el sentido actual del término, sino en el del vinculado al pensamiento.
Mi posición en la mesa (en su cabecera) me permite tener una visión panorámica de todo el grupo humano de trabajo, heterogéneo en algún sentido y al mismo tiempo tan consustanciado en su labor y sobre todo en los valores.
La mayoría de ellos ingresaron al tribunal siendo muy jovencitos, y verlos hoy recibidos de adultos, padres, madres o abogados o todas las cosas juntas me encanta, pese a que me recuerda que ya no soy tan joven o, mejor dicho, que el tiempo transcurre para todos y todos hemos crecido.
Aclaro que no fue casual el orden de los “recibimientos”, ocurre que quienes me conocen saben que para mí primero están las personas y después los títulos. Esto no es exclusivo de los profesionales, desde chiquita decía que yo estaba con la Asamblea del Año XIII porque abolió la esclavitud y no reconocía los títulos de nobleza, para mí esa Asamblea ¡era lo más! ¡Qué maravillosos los hombres que la conformaron!
La circunstancia de que, desde hace muchos años, solo nos desempeñamos como titulares en el Tribunal Alejandro y yo, y lo integramos con diversos colegas, ha redundado en que conformemos una pareja y en consecuencia nos erigiéramos de algún modo en un papá y una mamá, para algunos de ellos cuanto menos, de lo que estoy segura y por eso se ha impuesto con el tiempo una relación “familiera” en general, a veces indiscreta o metida, como ocurre habitualmente en la mayoría de las familias.
Volviendo a la mesa, desde mi posición vi crecer las pancitas de María Eugenia, María Noel y Natalia, y como le dije a esta última, las miraba y pensaba en la grandeza de la naturaleza y que en esos momentos eran las “elegidas” en este mundo.
Particularmente disfruto muchísimo el tipo de relación que entablamos con nuestros colaboradores en el tribunal, porque Tolerancia 0 se caracteriza, entre otras cosas, por ser muy madraza, entonces sin que se interfiera negativamente nuestra labor, ya que no ocurre, de paso, además de lo jurídico tengo la oportunidad de hacer a veces de escucha a los más jóvenes y sé que soy muy respetada en alguna opinión que les pueda brindar, en general.
Sigo jugando con ellos, como Tolerancia 0, nuestros intercambios por WhatsApp continúan y siguen siendo tan divertidos como al principio, últimamente hemos incorporado un lenguaje operacional, y algunos de los del grupo se han adjudicados cargos de las fuerzas armadas o de seguridad, también hemos incorporado algún modismo carcelario.
Como saben que comencé a escribir este libro, a propósito hoy Sandra me acercó información acerca de cómo se debe escribir una novela, entonces llego a casa y la devoro y acá estoy, siguiendo con esta idea de transmitir sensaciones por escrito. No creo que este primer libro pueda tener alguna categoría, en realidad es un pequeño relato que intento hacer contando mi cotidianidad, sin mayores aspiraciones que las de encontrarme por un rato conmigo misma y mis interiores.
Algunas de estas líneas ya se las leí a algunos seres queridos y lo que más me llamó la atención es que alguien me dijo algo que me encendió, en el buen sentido (en el de la inspiración), porque me transmitió que encontraba en ellas, un estilo como el de Isabel Allende y esto fue para mí el mejor halago que podría haber recibido, “una gloria”, porque adoro a esa mujer y sus libros, y al comentar mi alegría con otra amiga, a quien también le gustó lo que estoy haciendo, y ya sabiendo que estoy por cumplir con un deseo pendiente, que es comprar una moto, no tuvo mayor tino que el de mandarme un WhatsApp con una foto de Isabel Allende, arriba de una. ¡Me pareció genial!
¿Serán solo coincidencias? Ojalá que no. No quiero aquí se piense que nombro a personajes de talla para explotar la mención de esos grandes en mi beneficio, pero las cosas me pasan y no puedo evitar mencionarlas porque me producen un gran placer.
Ser escritora no creo que pueda ser algo que surja de un día para otro, sería irrespetuoso de mi parte pensar que lo soy, pero llamativamente me impresionó aquel personaje de Sean Connery en una película que me pareció maravillosa, de la que no recuerdo su nombre, pero lo habré de averiguar para mencionarla aquí con todas las letras porque me resultó magnífica y se trataba de la vida de un escritor, que se convirtió en el mentor de un muchachito que vivía en el Bronx, que al inicio había entrado a su casa a recuperar una pelota y con quien entabló una relación increíble, digna de ser vivida por ambos y vista y contada como lo fuera en ese film.
En Google encontré su nombre como me lo propuse, fue muy fácil y aquella película se llamaba Descubriendo a Forrester y viene a mí que Forrester ganó el premio Pulitzer, habiendo escrito su primer y único libro. ¡Una exquisitez! Casualmente su oponente resultó ser protagonizado por el mismo actor que en la película Amadeus personificó a Antonio Salieri. Las dos veces resultó perdedor.
El cine en mi vida tiene un sabor especial, cuando tenía 16 o 17 años me quedaba a dormir en la casa de mi hermano mayor (Veco) y viene a mí que en su biblioteca atesoraba guiones de películas. ¡¡¡Él siempre amó el cine!!! y por eso los coleccionaba y entonces, siendo yo tan curiosa los tomaba, los leía y trataba de imaginarme el desarrollo de las películas a partir de las pocas fotografías que contenían y algunas indicaciones que daba el director que se transcribían allí, respecto del manejo de las cámaras y así, en mi fantasía siempre pensé que me hubiera gustado en esta vida ser un cineasta. ¿Qué pretenciosa, no?
Algunos de esos guiones eran de películas de Luis Buñuel, de Roman Polanski, ya ni me acuerdo el nombre de los films, pero recuerdo que habían sido un éxito en esos momentos y sus directores muy prestigiosos y de vanguardia. Y, entonces, nuevamente mi admirada Isabel Allende, La casa de los espíritus, y el famoso voto de silencio de Meryl Streep, que me pareció magnífico para la situación, pero de imposible cumplimiento por parte de mi persona. Alguna vez lo intenté sin resultados.
Es que soy charlatana y hasta “hago hablar a las piedras” como me dijo Pablo una tarde, ya que mientras presenciábamos aburridos (jueza y secretario del Tribunal Oral Federal) la quema de marihuana y cocaína en instalaciones de la Gendarmería Nacional Argentina, empecé a darles conversación a los gendarmes que nos acompañaban, quienes inmediatamente comenzaron a explayarse acerca del adiestramiento de los perros para detectar drogas y otros temas, haciendo por lo menos más amena lo que di en llamar “Ceremonia oficial del proceso de ignición de la cannabis sativa, en tambor de 200 litros y al aire libre”, por haberse descompuesto el horno que normalmente se utilizaba para su incineración, es decir, “una pesadez”, para los gendarmes, los testigos civiles, para nosotros, que nos preguntábamos risueños si la felicidad reinaba en el barrio de Retiro en esos momentos, a consecuencia de tan serio procedimiento en el que nuestra presencia era un requisito formal y legal.
En realidad, creo que Pablo tenía razón, ya que tengo habilidad para invitar a la gente en general a conversar de cualquier cosa y no me parece que sea un defecto de mi personalidad. Tal vez, solo doy el pie inicial para que los demás puedan expresarse, si quieren hacerlo…
Advierto que es común en estos tiempos que no seamos oídos, y estoy convencida de que hay muchas personas que no están dispuestas a escuchar nada más que a sí mismas. Alcanza con ver algún programa político en televisión.
Por demás, ese saludo: “¿Qué tal, todo bien?”, tan en boga, me parece que es justamente una invitación a la no comunicación o directamente a la incomunicación. Es como decir que no me interesa lo que pueda ocurrirte, no quiero saber. Es cortar cualquier posibilidad de encuentro, de acercamiento, una manera de decirte, además, no tengo interés en que me preguntes nada, porque solo estoy dispuesto a transmitirte eso, nada.
Me revela esa vulgaridad por cierto y esta es otra de las cosas que molestan a Tolerancia 0, porque así, sin diálogo, pasamos de la incomunicación a la indiferencia, para en definitiva culminar en la negación de la existencia del otro, de alguna forma asistimos a la muerte de la comunicación.
Podrá pensarse que me ocurre habitualmente, no es así, solo estoy transmitiendo que de ese modo los humanos iniciamos o continuamos el proceso de la deshumanización que he comprobado que se está viviendo.
Ni siquiera los animales nos tratan de ese modo esquivo, al contrario, nuestras mascotas que no hablan, al encontrarlas nos buscan con sus miradas y gestos, lo que es hermoso, ni qué decir si somos capaces de devolverles una caricia, es como cuando le hablamos con amor a un bebé, que al percibir nuestro interés nos devuelve un ba, ba… o una sonrisa, o nos estira los bracitos para que lo alcemos.
Hace mucho tiempo una amiga, Nora, a quien no veo hace años, me destacó que le agradaba mi compañía, porque cuando nos encontrábamos, permanecía atenta a su persona, prestándole una dedicación exclusiva y qué bueno fue que me lo dijera, porque a partir de allí empecé a darme cuenta de que es muy importante que a un rostro se asista, que no es lo mismo que solo mirarlo y alguna vez, ya en tiempos más cercanos, debí manifestarle a otra amiga, con la que compartíamos un café, que si no dejaba de atender su celular no nos encontraríamos más, a modo de seria amenaza.
Es que nuestro diálogo repetidamente se interrumpía, lo que me causaba una gran molestia y es porque debemos darnos cuenta de que el tiempo es muy valioso para todos y por igual y no podemos permitirnos despreciar los momentos dispersando nuestra atención, a menos que haya razones de urgencia, que la mayoría de las veces no existen.
La conexión real como personas no podemos cambiarla por la tecnología o la virtualidad anónima, ya que estas se acaban cuando nos quedamos sin baterías, en cambio la otra, la verdadera, nos transciende, aun pese a la distancia y al tiempo.
Aclaro aquí que hace un tiempo estoy usando el mail, el WhatsApp con lo que quiero significar que no me resisto a los cambios, al contrario, son bienvenidos porque me permiten estar comunicada con familiares y amigos que viven muy lejos, lo que me parece alucinante y tan mágico como cuando aparecieron en nuestra vida el teléfono móvil o el fax, solo que pienso que estas tecnologías no deben hacer perder el sentir y sus modos de expresión de “persona a persona”.
Aída Bortnik sostenía que lo mejor del cine es que en él no hay “tiempos muertos”, y cuánta razón tenía. Es posible en una película suprimir el tiempo que demanda lavarse los dientes, el destinado al sueño, y tantos otros que completan las 24 horas de nuestros días, pero no es aceptable que suprimamos o interrumpamos momentos íntimos que puedan convertirse en irreproducibles cuando en el tiempo presente decidimos compartir un momento con alguien, porque algún desocupado o aburrido nos reenvía mensajes que ni siquiera merecieron su real consideración.
Un regalo y más
En este instante inicio el uso de la minitablet con mi teclado inalámbrico que me acaban de regalar Marcela y Nicolás, por cierto debo acostumbrarme porque también es pequeño, diría que es amoroso y aquí estoy, instalada en mi espacio en la mesa del comedor que he elegido como el de la inspiración.
Leí entre las instrucciones que me acercó Sandra que debo repetir la costumbre de escribir en el mismo lugar y crear un hábito diario y, bueno, acá me encuentro, tratando de respetar aquellas consignas, para poder dar curso a la faena de continuar con estas líneas, diría que autobiográficas, contenta con la posibilidad que me brinda este accesorio por acentuar las palabras como es debido, lo que no lograba hacer hasta ahora.
Siguiendo con la eliminación de los tiempos muertos aclaro que su supresión alcanzará a estas letras, de hecho son demasiados los tiempos contrarios, hoy comenzaré a leer el próximo contenido del juicio de lesa humanidad en el que habré de intervenir y es seguro que esa lectura me llevará mucho “tiempo vivo” porque habré de concentrarme al extremo, para no perder detalle de lo que necesito saber antes de que comiencen las audiencias.
Me pareció siempre que no puedo en ningún caso sentarme a escuchar en un debate oral, sin saber de qué se trata. Algunos colegas hablan de la contaminación que produce la lectura, respecto de la oralidad que es propia de los juicios, sin embargo, creo que no leer tiene el riesgo de no comprender acabadamente o comprender mal lo que se recibe.
La declaración de las personas ante un Tribunal penal tiene una impronta especial para cada una y esta puede ser el miedo, el sufrimiento, la vergüenza, el pudor u otras emociones que necesariamente animan los recuerdos, ya que, justamente, declarar acerca del pasado puede significar la evocación de situaciones desagradables, dolorosas, violentas en algún sentido, y entonces en mi opinión poder comprender ello implica, justamente, la posibilidad de entender al otro con sus propias limitaciones a la hora de oralizar en público sentimientos, a veces por demás íntimos.
No a todos les ocurre lo mismo, la personalidad influye para que estas cosas no sucedan necesariamente; los seres humanos tenemos cada uno un distinto nivel de sensibilidad, y esto está bien porque así podemos explicarnos que podamos ocuparnos de tan diferentes actividades en la vida.
Muchas personas me han dicho sabiendo pormenores de mi profesión que ellas no podrían hacer mi tarea, fueron gente de diversas actividades, algunos ingenieros, comerciantes, estudiantes hasta médicos y yo respondo que justamente tampoco yo podría desarrollar las actividades de muchos de ellos.
Me resulta inimaginable atender a un herido o pensar en hacer una cirugía, me resulta imposible hacer un cálculo matemático, no podría por ejemplo realizar una tarea en los cementerios, en fin cada uno hace lo que puede y es así como todos podemos hacer algo que realmente ayude al prójimo, porque para mí todos los trabajadores realizamos actividades que son importantes.
Salto Argentino. La familia y los cementerios
Respecto de los cementerios no puedo dejar de mencionar mis incursiones en el de Salto Argentino, el pueblo, hoy ciudad, donde están la mayoría de los restos de mis familiares.
Desde chiquita mi papá nos llevaba al pueblo a unos 180 kilómetros de distancia de donde vivíamos (Ramos Mejía), por lo menos una vez al año y la visita a la casa de su hermana Elisa era la primera estación del viaje que normalmente era de 48 horas e incluía las cocinas y comedores de otros parientes, del hermano de mi mamá Lolo y su esposa Yolanda, la casa de mi adorada prima Evelia y su marido Negrito, y la casa de la familia de mi otro primo Andrés, hermano de ella y su esposa Marta, la casa de su hermano menor y por supuesto los descendientes de todos ellos.
Todo el recibimiento de la familia para mí era una fiesta. Elisa hacía el café con leche directamente mezclándolos en un mismo jarro metálico. Era delicioso. No me olvido que el tío Esteban y María tenían un almacén, y yo me daba el gusto de atender a los clientes, era en aquella época en que los productos venían sueltos y se envolvían en un papel áspero de color gris, para lo cual había que tener cierta destreza. Era muy bueno experimentar y, por supuesto, mis intentos de envolturas correctas eran saneadas por las manos hábiles de algunos de ellos dos, quienes raudamente acudían en auxilio.
El tío Lolo era famoso por su pasión. Tenía palomas mensajeras y nos mostraba algunos ejemplares que habían recorrido grandes distancias teniendo anudados los mensajes en una de las patitas. ¡Una experiencia superior!
En algún momento del viaje indefectiblemente pasábamos por el cementerio y visitábamos las tumbas de los abuelos paternos, tíos abuelos y alguna bóveda familiar, en lo que me habré de extender...
En Salto cuando era pequeña también solía pasar el verano en la casa de mis abuelos maternos, Teresa y Manuel, era una casa muy grande, con muebles muy antiguos, una hermosa galería en forma de U, un salón enorme que había sido un almacén de ramos generales y un gallinero, en el que los huevos tenían “doble yema” y, en ese lugar las siestas del verano eran eternas y nos obligaban a descansar, lo que hacíamos con mis hermanos refunfuñando.
Pero, bueno, todo se compensaba porque en carnaval no solo nos dejaban jugar con agua con los chicos del barrio, sino que además era maravilloso el corso del pueblo, el desfile de carrozas en la calle Buenos Aires, la principal y por último los bailes en los clubes sociales con orquestas en vivo. ¡Era como un sueño por lo lindo y era real! Se bailaba y las parejas se arrojaban lanzaperfumes.