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el dolor es igual que un gato
ОглавлениеEs la escritura que me pregunta ¿te vas a curar?
maría luisa puga
No sé si María Luisa Puga llegó a pensar en algún momento de su vida sobre aquella anécdota en la que Nietzsche abrazó a un caballo cuando salía de su hotel en Turín. En la novela La insoportable levedad del ser, Milan Kundera explica que aquel abrazo representaba simbólicamente el inicio de la enfermedad mental del filósofo alemán y sentencia: “Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo” (Kundera, 1984). La ruptura con la humanidad inicia con el dolor. Y como toda ruptura, no queremos que suceda pero es inevitable.
En el “pienso, luego existo” –cogito ergo sum–, de Descartes, se establece una clara dicotomía en la que la humanidad se jerarquiza frente a todo ser vivo, creyéndose superior. Todo aquel ser incapaz de pensar como hombre no existe. Con esta cosmovisión, en un tris tras, la filosofía moderna suprimió todo lo relacionado con el dolor y el sufrimiento que nos iguala a la mayoría de los seres vivos que habitamos el planeta Tierra. María Luisa Puga no explica nada de esto en su Diario del dolor, pero este planteamiento filosófico subyace y persiste a lo largo de sus páginas.
Por que me pregunto si en algún momento pensó en Nietzsche reconciliándose con lo no-humano y lo incompleta que estaba desde entonces la filosofía para explicar/explicarle a ella que su sufrimiento —el dolor físico que no permite tener ninguna perspectiva del futuro— no era algo ajeno a sí misma, sino que era ella misma.
En las páginas de este Diario, podemos leer a la escritora tratando de discernir en qué momento, el dolor, el malestar físico, se convirtió en sufrimiento: “Desde que llegó no he vuelto a estar sola” escribe en el primer párrafo y procura externar algo que le resulta ajeno. En un primer momento del diario, ella se es ajena, deja de ser ella, aunque persiste en sí misma.
Sin embargo, es en esta exteriorización del dolor que se percibe el discernimiento ontológico de lo que Puga heredará a la tradición literaria mexicana con su Diario: los cuerpos vulnerables son per-se y existirán en tanto las circunstancias interseccionales que viva cada persona se lo permitan. Todo cuerpo vulnerable no es sino la consecuencia de una concepción de Estado que delega su responsabilidad en las personas y silencia todo aquello que no aparenta la imagen de salud, fortaleza y “normalidad” que se necesita para ser considerada sujeta de derechos. Al final de su Diario, ella escribe: “Así es esto del dolor diario”. El sufrimiento que describe la escritora al comprender que vive la ausencia del sentido de acción es la inminente ruptura con la humanidad. Ya no es solo no-humana, sino ser viva. Ya no es solo escritora, sino que de un momento a otro, sin que ella lo decidiera o no, toma relevancia su condición de mujer. Hecho que la hará imprescindible en nuestro presente, sin ella.
Puga escribe: “Es como adquirir una suegra, un niño pariente huérfano, un vecino ruidoso. Ya no se irán. Tienen que ver con uno y es responsabilidad de uno adaptarse. [...] Antes yo no era así y a veces me extraño”. Con esta presencia de dolor en su vida, María Luisa Puga vive el sino de asumirse como mujer en un siglo donde dicho concepto tiene que ver intrínsecamente con los cuidados y el hogar. Sin haberlo decidido, lo que antes era su espacio para escribir se convierte en el espacio para cuidar-se, pero también para transformarse, aunque sea momentáneamente, en el futuro que su dolor no le permite visualizar.
La importancia de este Diario del dolor radica, justamente, en que hoy es más necesario que cuando fue publicado por primera vez; porque habla de todo lo que hoy cuestiona el Estado de las cosas. Puga nos ofrece un diario personalísimo en el que pone de manifiesto su miedo al dolor pero su ímpetu por enfrentarlo, de mirarlo a los ojos, de narrarlo, de nombrarlo y de confrontarlo. La escritora nombra al dolor y le da vida propia para convertirlo en su espejo porque necesita narrarse a sí misma y dejar constancia de sí. Este Diario, ante las circunstancias que actualmente vive el mundo en 2020, se presenta como una postura política ante sí misma: el hecho de vivirme fuera del espacio público y convertirme en una doliente no me mata, sino que me inmortaliza en palabras. Soy mi legado y la constatación de que existí para ser futuro.
El futuro es, por supuesto, esta reivindicación que se hace desde la colección Vindictas, en la que María Luisa Puga y su Diario del dolor no serán un libro y una escritora más, sino que se presentan, a la luz de un año pandémico, como una propuesta para redescubrir en la literatura mexicana textos que ya problematizaban todo lo que actualmente está en boga y que se siente urgente: los trabajos de cuidados, el derecho a la salud, la autoficción, la indivisibilidad del espacio público y privado y, si se me permite, ahondar en las concepciones sobre mirar a un futuro cyborg.
Con los ojos de las nuevas generaciones, este Diario del dolor no es acerca del cuerpo y la escritura, sino de cómo los límites han sido traspasados por las necesidades del cuerpo y sus cuidados. No se es cuerpo escrito, sino cuerpo que se cuida para poder escribir. No se es cuerpo que se escribe, sino un cuerpo autónomo que quiere/desea escribir.
El gran problema que Puga expresa en su diario es el del dolor frente a su deseo de escribir y generar ideas. La supresión del futuro versus el futuro queriendo abrirse camino mediante el deseo. Por ello, María Luisa Puga acepta ayuda externa e incrementa sus capacidades. Ayer, una humana, ahora —mientras la leemos— una cyborg que mediante bastón, silla de ruedas y computadora realiza sus deseos y escribe.
Cuando Donna Haraway —nacida el mismo año que Puga— propuso el concepto cyborg, lo que pretendía era romper los límites que separaban “lo humano” de “lo animal” o de “la máquina”. Puga, en este libro, en tanto mujer, trasciende los límites impuestos por los propios médicos que le aconsejan que no se opere, se resiste a confinarse en una cama, se da sus espacios cuando el dolor le da tregua y a veces se ríe con/de él. “Es más fácil querer desde la silla que a pie. Sobre todo si la silla tiene ruedas”. “Ayudándose con el bastón y los pies, impúlsese hasta la orilla de la cama”. “Tu lugar, Dolor, lo ha tomado la computadora”. Puga sobrevive y pervive como si presintiera que las nuevas lectoras la entenderán de manera distinta a como ella hubiera querido entenderse: aceptando que ella es dolor.
En la camioneta el hombre y yo somos parejos. Hablamos como si nada estuviera pasando. Somos lo que hemos sido siempre: pareja, amigos, cada uno.Me siento muy bien en la camioneta, solo que a veces lo miro de reojo y sé que le sucedió algo: una embolia que le paralizó todo el lado derecho, osea yo.
Esta no-humanidad, o cyborgrización, se completa cuando el dolor se vuelve colectivo. Su dolor la trasciende y afecta a otros, los obliga a colectivizar los cuidados, a percibir la vida tal y como es: sin Descartes de por medio, con Nietzsche llorando, con el caballo rumiando. Con los trastes limpios, la cama tendida, el bastón al lado, el cuerpo muriendo, como todos los cuerpos. Somos presente. Nadie está exento de dolor, todas dolemos y adolecemos. El dolor es igual que un gato, dice María Luisa Puga.
Lo fundamental de este libro reside en el acierto que tuvo la autora de querer compartirnos lo que ella vivió, autorreferenciarse, no hacerse un juicio sobre sí misma, sino presentarse tal cual lo sentía para que nosotras, sus nuevas lectoras, con todos los conocimientos adquiridos a lo largo de estos años en los que hemos compartido saberes con otras mujeres, pudiéramos darle el lugar que merece a este texto.
No es solo un diario sobre cuerpo y escritura, sino un testimonio de un curso de vida que probablemente pudo ser distinto si la salud pública no diera por hecho que puede decidir el destino de los enfermos, o si dejara de deshumanizar a las personas con dolencias y en vez de recetar la supresión del dolor, escuchara y tuviera la voluntad de entender el proceso vital por el que todas pasaremos. Que los pacientes no ejercieran la paciencia para ser atendidos, sino para cruzar el umbral del dolor con mayor dignidad. O que la colectivización de los cuidados no estuviera cruzada por la capacidad de quién puede pagarlos y quién no. Que fuera un bien común. “A ese doctor no lo he vuelto a ver, pero ya sabes, en Nutrición no tienes doctores, tienes expediente. Solo así existes. Tú, por ejemplo, no eres más que anécdota. Así es esto de la enfermedad.”
Que este Diario se reedite justo ahora, en tiempos en que los Estados han entrado en crisis justo por el mal manejo de una pandemia global, es la prueba de que María Luisa Puga escribió para nosotras y para nuestro tiempo. Abrazamos al dolor, porque no pensamos y existimos. Sentimos porque existimos. Somos dolor y por eso trascendemos.
brenda navarro