Читать книгу 100 años de periodismo en el Perú - María Mendoza Michilot - Страница 7

Introducción

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La prensa es la memoria de un país, es su pasado y su presente. En este segundo tomo, que sigue la metodología aplicada en el primero, es probable que los hechos expuestos se perciban más cercanos en el imaginario colectivo, no solo porque hemos vivido muchos de ellos, sino también porque se relacionan con el análisis de publicaciones más recientes y el testimonio recogido de primera mano a un grupo de periodistas testigos de los acontecimientos del país entre 1950 y el 2000.

Los capítulos seis, siete, ocho y nueve nos introducen en la segunda mitad del siglo XX, un tiempo que podría dividirse a su vez en dos períodos.

El primero se prolongó desde 1948 hasta 1980. Simboliza el inicio de la modernización de la prensa limeña, la profesionalización del periodista y la producción de proyectos novedosos al amparo de las libertades de expresión y de prensa. Cuando nuestro país ratificó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1959, el diario La Prensa tenía una “escuelita” para imitar al nuevo periodismo estadounidense y más tarde empezaría a pensar —con Última Hora — en lo que deberían leer los sectores populares. Son los años de las revistas y los tabloides que medio siglo después siguen publicándose, como Caretas, Expreso, la cadena de Correo y Ojo.

Lamentablemente, en este período, condicionantes internos y externos a la prensa fueron un handicap a su desarrollo y la devolvieron al pasado. El periodismo fue arrastrado por sus pasiones políticas y compromisos partidarios, que nuevamente pusieron en entredicho su imparcialidad frente al ochenio de Manuel A. Odría, instaurado tras el golpe de 1948, y la accidentada ‘primavera democrática’ de los gobiernos de José Luis Bustamante y Rivero y Manuel Prado.

El golpe militar contra Fernando Belaunde el 3 de octubre de 1968, que lideró Juan Velasco Alvarado y que más tarde continuó Francisco Morales Bermúdez, no solo vulneró el Estado de derecho, sino que también trajo consigo una medida extrema y radical contra el periodismo: la confiscación de los medios de comunicación. La devolución a sus legítimos propietarios en 1980 puso término a la aventura de regímenes de facto que en el Perú, como en otros países de la región, no volvieron a tentar —al menos directamente— el poder.

El segundo período va precisamente desde 1980 hasta el 2000, con el retorno a la democracia y la instalación de tres gobiernos consecutivos elegidos en las urnas (Fernando Belaunde por segunda vez, Alan García por primera vez y Alberto Fujimori Fujimori). Después de doce años de dictadura militar (1968-1980), hay un relanzamiento del periodismo.

En los ochenta nacieron periódicos tabloides serios, gestados por periodistas convertidos en directivos, que inundaron Lima y lucharon infructuosamente por mantenerse en un mercado que ya se vislumbraba altamente competitivo. La República es un sobreviviente de aquella época magra para la economía y dolorosa para los derechos humanos, cuando el terrorismo tiñó de sangre el país y alcanzó a los periodistas, en lo ideológico y en lo criminal, transformándolos en protagonistas y víctimas de su irracionalidad.

La década del noventa fue de luces y sombras. Se sentaron las bases para la innovación, la formación de los primeros grupos empresariales, la diversificación de los productos informativos, el acceso a las nuevas tecnologías y los primeros intentos autorregulatorios. El periodismo independiente afrontó también su principal dilema ético: “su compromiso con la verdad” (Restrepo 2004: 276), frente a los excesos políticos, la violación de los derechos humanos y los delitos (contemplados en nuestras leyes) perpetrados durante el decenio de Fujimori.

Mientras el fujimontesinismo demostró hasta qué punto un gobierno civil puede incurrir en prácticas antidemocráticas, reñidas con la ética y la deontología, cierta prensa fue cooptada como nunca antes, para mediatizar la opinión pública.

Cada gobierno ha contado con periódicos adláteres. Varios han vestido colores partidarios en las campañas políticas realizadas en las últimas cinco décadas al punto de que se ha institucionalizado la prensa preelectoral: aquella que surge para hacer proselitismo cada lustro. Sucedió en los años de la llamada ‘convivencia’ (1956-1962) y en el retorno a la democracia (1980-1990). Pero el nefasto período de la cooptación ‘fujimontesinista’ (1990-2000) no tiene parangón: fue sistemática, concertada y orquestada, y el antiperiodismo de siempre se valió en esa ocasión de las armas de la modernidad para someter a la libertad de prensa a una de las etapas más oscuras de su historia.

A lo largo del siglo, los principales partidos peruanos han sufrido mutaciones que los politólogos estudian y los periodistas observan, en la mayoría de las ocasiones sin sopesar el real alcance de esos procesos. Se señalan las indefiniciones partidarias, el surgimiento de caudillismos y mesianismos, de agrupaciones electorales que nacen —y mueren— cada cinco años o las limitaciones de las deficientes configuraciones políticas. Pero durante el llamado fujimorato, y salvo muy contadas excepciones, la prensa contribuyó poco a la empresa nacional de poner en evidencia lo que Sinesio López denominó “democradura” (Pease 1994: 31) o cómo un outsider puede convertirse en autócrata al llegar al poder y en un peligro para la democracia.

Lo sucedido ad portas del siglo XXI, y en los cincuenta años previos, deja grandes enseñanzas y señala dos caminos para el periodismo local: uno conduce a repetir esta historia pasada, mientras que el otro exige marcar nuevos derroteros hacia su modernización e independencia frente al poder político y económico.

En cuanto a la política, por ejemplo, desde la antigüedad hasta el presente, no ha podido vivir sin comunicación (Ortega 2011: 9) y probablemente otros sectores demanden tener igual o mayor presencia en los periódicos con fines económicos, de imagen o para legitimizarse frente a ese olvidado —y, sin embargo, el más importante— tercer actor: el ciudadano.

Pero esta interdependencia inevitable no debería implicar obsecuencias ni pérdida de autonomía de ninguna de las partes involucradas. Por el contrario, si algo demuestra la historia de la prensa en Lima es que solo aquellas publicaciones que no se agotaron en el poder político, económico o de otro tipo, y que supieron sostener con mucho esfuerzo —incluso a costa de su propia subsistencia— amplios márgenes de distancia respecto de ellos, ganaron sobre todo credibilidad. Mantener la línea puede ser difícil (Fuller 1996: 171), ¿pero cuál es el costo real de hipotecar la independencia?

La revisión de los diarios, periódicos y revistas que circularon a lo largo de cien años de prolífico y accidentado quehacer, permite cerrar este estudio con esperanza, porque creemos que el buen periodismo debe seguir escribiéndose día tras día. Que mientras la radio anuncia y la televisión muestra, el periodismo explica, como aseveró, hace más de cuarenta años, Hubert Beauve-Mery, director de Le Monde, frente a una nutrida concurrencia de directores de los periódicos más importantes del mundo, preocupados ya entonces por la desaparición de los diarios (Miró Quesada Garland 1996: 130).

¿Qué diría hoy Beauve-Mery frente al avance que ha cobrado la internet? Probablemente, que la radio anuncia, la televisión muestra, la internet hace lo que los dos anteriores y promueve la interactividad, y la prensa siempre debe explicar.

100 años de periodismo en el Perú

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