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INTRODUCCIÓN

UNA HISTORIA ASIMÉTRICA DE LAS MUJERES Y DE LOS HOMBRES

El óvulo de este libro es una conferencia que, movida por el deseo de mi amiga Cristina Dupláa (1954-2001), di en Dartmouth College (New Hampshire) en mayo de 1997. La titulé Sexual Difference in History y la repetí después en The University of Chicago y en el campus de Ourense de la Universidad de Vigo. Desde entonces, ha sido la escucha de mis alumnas y alumnos de la Facultad de Geografía e Historia, del máster en Estudios de las Mujeres y del máster online en Estudios de la Diferencia Sexual del Centro de Investigación Duoda, de la Universidad de Barcelona, lo que me ha permitido seguir elaborando ese origen hasta convertirlo en un libro. A ellas y a ellos, además de a Cristina, les está dedicado.

El libro ya nacido tiene la arriesgada pretensión de ofrecer un pasaje a un lugar en el que apenas ha estado nadie. Este lugar es la historia que está más allá de lo social, no en contra de lo social. A lo largo del siglo XX, el triunfo del marxismo crítico y del paradigma historiográfico del entorno de la revista Annales de París nos ha ido llevando a la gente a creer que toda la historia es social, que historia e historia social son sinónimos. Y, sin embargo, no es así, como hemos aprendido por experiencia y con padecimiento algunas feministas que, en la década de los setenta, empezamos a escribir historia de las mujeres guiadas, con ilusión, por el paradigma de lo social. Creíamos que todo cabía en él, también el sentido libre del ser mujer. Pero no cupo. Cupo el estereotipo de género femenino, es decir, cupo lo que en la vida de una mujer tiene que ver con el poder: con el tenerlo y, sobre todo, con el sufrir las consecuencias de su ejercicio por hombres y por algunas mujeres. Pero no cupo todo lo demás, porque el poder social, importantísimo como, por desgracia, es, no ha ocupado nunca ni la historia entera ni la vida entera de nadie. En el paradigma de lo social no cupo nada o apenas nada del amor, es decir, de lo que hace historia orientado por la metáfora del corazón.1

En la historia que está más allá —no en contra— de lo social cabe, por ejemplo, la relación de una mujer o de un hombre con su madre concreta y personal: una relación amorosa y conflictiva que es estrictamente material y simbólica (no o no sólo biológica y psicológica). Es decir, es una relación que afecta a la materia fundamental de la historia, materia que es el cuerpo humano y la lengua materna, inseparables siempre y siempre anhelando existir libremente y descifrar el sentido de la vida y de las relaciones, que es (esto último) lo que es lo simbólico.

La relación con la madre no se acaba con la infancia sino que afecta a todos y cada uno de los seres humanos durante la vida entera. Nos afecta porque el nacimiento es el hecho inaugural de la propia historia y sigue viviendo con ella. En este hecho histórico se da a conocer un dato crucial de cada existencia humana: el hecho de ser quien nace mujer u hombre. En otras palabras, al nacer se pone de manifiesto, para siempre, la diferencia sexual.

Al inaugurar cada vida, el nacimiento estrena un contexto relacional concreto en el que cada criatura humana es humanizada aprendiendo a hablar y aprendiendo la competencia del estar aquí en el mundo.2 Este mundo relacional lo crea cada madre cada vez que da a luz, de manera que el venir al mundo queda definitivamente marcado por la dependencia de la relación materna. Históricamente, la dependencia de la relación primera con la madre ha sido, con frecuencia, tomada de manera distinta por las mujeres y por los hombres. Entre las mujeres —aunque no siempre ni sin conflicto—, se ha tendido a ver en esta relación una fuente de significado. Entre los hombres, según escribió un autor clásico muy leído y representado de la literatura en lengua castellana, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), el nacimiento ha sido incluso entendido como el mayor delito del hombre.

¿Por qué un delito? Porque en la relación con la madre hay, de origen, dependencia y asimetría. La dependencia y la asimetría (asimetría, no desigualdad) las lleva mejor y con más gracia la niña que el niño, ya que ella es del mismo sexo que la madre, mientras que él es de distinto sexo: «Madre ¿por qué me pariste / si tan lejos me pariste?» ha escrito un poeta del siglo XX cuyo nombre no recuerdo. En la historia de Europa y de Occidente, en especial desde el Humanismo y el Renacimiento, se nota mucho una tendencia a cancelar los hombres tanto la dependencia como la asimetría originarias. Para cancelar la dependencia de la relación materna, inventaron la subjetividad llamada moderna, basada en la autonomía y en el individualismo.3 Para borrar la asimetría, inventaron el principio de igualdad de los sexos, desfigurando lo evidente. Por ello, la diferencia sexual está ausente de la mayor parte de la historiografía occidental moderna y contemporánea.

Y, sin embargo, la diferencia sexual es una fuente extraordinariamente rica de sentido para las mujeres y para los hombres. El sentido es, a su vez, fundamental para vivir humanamente. Ignorarlo sería una pérdida en términos de civilización, porque nos condenaría a sucumbir al determinismo ciego de los bienes de consumo.

Este libro intenta ser una pequeña aportación al conocimiento del sentido libre de la diferencia de ser mujer y de la diferencia de ser hombre en la historia. Yo, que soy una mujer, tengo quizá cierta competencia en lo relativo a la primera; en lo referido a la segunda, me he guiado por los escritos de autores que, en nuestro tiempo, han reflexionado en primera persona sobre el hecho de ser hombre.

Cuando leo o escribo historia, el sentido libre de la diferencia sexual lo noto y lo reconozco en que evoca y restaura una y otra vez en mí la experiencia de la relación primera con mi madre cuando aprendí a hablar; o, mejor, evoca y restaura la sensación viva de veracidad que entonces experimenté, porque al aprender a hablar se aprende la coincidencia entre las palabras y las cosas. Entiendo que esta experiencia primera ha dejado en mí una huella indeleble, huella que es o puede ser la fuente del sentido de la verdad y de la veracidad histórica. Esta historia hace en mí orden simbólico, porque me aporta sentido del ser, apartándome de la desesperación y del nihilismo.

Mi propuesta es escribir una historia a dos voces: dos voces distintas y asimétricas (no desiguales) en relación de intercambio libre. No, o no principalmente, en relación de contraposición dialéctica; porque lo hombres son, para mí, el otro sexo, no el sexo opuesto. En otras palabras, el hecho de ser mujer y hombre no es una antinomia del pensamiento sino una invitación a la curiosidad, a la mediación y a la práctica de la alteridad.

La historia es una, como es una la lengua y uno el mundo, pero ocurre que se encarna en dos sexos distintos y asimétricos: mujer u hombre. Aunque la mayoría de las facultades de que dispone el ser humano, como andar, pensar, reír, soñar, hablar..., sean las mismas en una mujer o en un hombre —con una excepción muy significativa, que es la capacidad femenina de ser dos—, la experiencia de vivir en un cuerpo de mujer es distinta de la experiencia de vivir en un cuerpo de hombre.4 Y a dos experiencias distintas corresponden dos voces para expresarlas: dos voces de una única historia. De lo cual se deduce que la historia es la historia de las mujeres y la historia es la historia de los hombres. Siendo, por tanto, necesario el trabajo constante de mediación entre ambas: mediación, no automoderación, no cesión de sentido para poder convivir, ni tampoco división de la historia en dos mitades, una la propia de ella, otra la propia de él, una la de la vida cotidiana, otra la de las guerras, por poner un ejemplo crudo. No: todo lo que pasa en el mundo me afecta y me concierne como mujer.

La historia es la historia de las mujeres y la historia es la historia de los hombres sin determinismos, porque una mujer no está obligada a escribir historia de las mujeres. Pero, cuando se decide a hacerlo, resulta que la historia que ella escriba teniendo en cuenta que es una mujer, será la historia. Y lo mismo ocurre con los hombres que tengan en cuenta su diferencia sexual, que no pretendan ser un neutro universal. Dicho en otras palabras, ella mira el mundo entero, él mira el mundo entero: no se lo dividen entre sí para escribir historia de unas partes o episodios. Esta es la paradoja y, si puedo usar esta palabra hablando de historia, el misterio de la criatura humana: el ser una y presentarse siempre y sólo en dos.

Este libro le debe mucho a las relaciones. Destaco entre ellas las que tengo con quienes lo han leído en borrador, dándome medida: Remei Arnaus i Morral, Clara Jourdan, Ana Mañeru Méndez, María Milagros Montoya Ramos y Elisa Varela Rodríguez; con las compañeras y amigas que gestionan y dirigen el Centro de Investigación Duoda de la Universidad de Barcelona; con la Librería de mujeres de Milán, con la comunidad filosófica femenina Diótima de la Universidad de Verona, con la Llibreria Pròleg de Barcelona, con la Fundación Entredós de Madrid, con la Librería Mujeres de la misma ciudad, con Gemma del Olmo Campillo que, entre otras cosas, ha llegado con la informática a donde yo no llego, y con las sabias que cuidan de la salud fieles al origen femenino del cuerpo humano.

1 Sobre el amor como creación histórica, María Zambrano, El pleito feminista y seis cartas al poeta Luis Álvarez-Piñer (1935-1936), «Duoda. Revista de Estudios Feministas» 23 (2002) 205-218. Sobre la metáfora del corazón, Ead., La metáfora del corazón, en La Cuba secreta y otros ensayos, Madrid, Endymion, 1996, 92-97.

2 Sobre la importancia del contexto relacional, Marirì Martinengo, Claudia Poggi, Marina Santini, Luciana Tavernini y Laura Minguzzi, Libres para ser. Mujeres creadoras de cultura en la Europa medieval, trad. de Carolina Ballester Meseguer, Madrid, Narcea, 2000. Sobre la lengua que humaniza, Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, trad. de Beatriz Albertini, Mireia Bofill y María-Milagros Rivera, Madrid, horas y HORAS, 1991. Sobre la Daseinkompetenz, Ina Praetorius, La filosofía del saber estar ahí. Para una política de lo simbólico, «Duoda. Revista de Estudios Feministas» 23 (2002) 98-110.

3 Es interesante que mi lengua materna no me deje decir «individua» sin remitirme a otra cosa, a pesar de los esfuerzos de las feministas, yo incluida.

4 VV. AA., Preguntas del idiota sobre la diferencia sexual, en Hipatía, Autoridad científica, autoridad femenina, trad. de Laura Trabal Svaluto-Ferro y María-Milagros Rivera Garretas, Madrid, horas y HORAS, 1998, 87-95.

La diferencia sexual en la historia

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