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II

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Por suerte ya no había colegio cuando salió en la TV el verdadero cabro premiado...

¡Ya! No me saqué el viaje a Disneyworld. Asunto mío, ¿no? ¡Le puse toda mi tinca y el “Querer es poder” de la Domi es pura chiva!

Total, si hubiera ido, ya estaría de vuelta.

Llegó Navidad, que es lo mejor del año, y después el Año Nuevo con todos sus cañonazos, pitazos, juegos de luces, ovnis, guatapiques, sirenas y alboroto. A los cabros de mi curso les interesaba más mi viaje a la “otra vida” y me comían a preguntas. Era mi segundo paso: ser entrevistado.

–Oye, ¿tiene puertas el cielo? –me preguntaba Hans.

–Creo que estaba abierta porque entré sin golpear.

–¿Viste a algún conocido? –averiguaba Soto.

–¿Conocido de quién? –pregunté yo.

–¡Idiota! Conocido tuyo y de todos. Por ejemplo, Arturo Prat, O´Higgins o Caupolicán...

–¿Tú crees que el otro mundo es como un bus? Es harto más grande que el Estadio Nacional.

–Me alegro –dijo el Romelio– así cabe harta gente...

–¿Quedaban huecos?

–¿Huecos?

–¡Asientos desocupados!

–¿No entiendes que allá todo es distinto? Cuesta explicar...

–Bueno, pero cuenta si viste a San Miguel Arcángel matando al diablo.

–¡Claro que sí! –No se puede decir “no” a todo.

–¿Le salía sangre al demonio? –preguntó Urquieta.

–¿Tienen pies los santos? –averiguaba el Hans.

–Y si las nubes son blandas, ¿cómo aguantan cuando se sientan en ellas? –Hans otra vez.

–¡Ya! No pregunten más, dejen que cuente solo... ¿Cómo llegaste?

–Me morí de la fiebre. Igual que una tetera al fuego, se me salió el vapor que era mi alma y se fue al cielo. Ahí no había problemas y me sentí feliz.

–Tal como lo imaginaba –bostezó el guatón Jiménez.

–¡Pero no es lata! –chillé–. Es alegre, musical, con caballos de oro, águilas blancas, cocodrilos luminosos.


Parece festival Otis1 –me interrumpió Ramírez–. Yo pensaba que los animales no tenían alma.

–Claro que no –dijo otro.

–Di si vale la pena ir al cielo –Jiménez otra vez.

–¿Conociste a Dios?

Por suerte entró la mamá del Soto trayéndonos helados, un poco derretidos, pero algo les quedaba en el palito.

–El heladero me los dio más baratos porque... estaban así –explicó entregando el bolo de aguas, papeles y palos–. Los bebimos ahí mismo.


–¡Ay! –clamó ella de repente como si la hubiera picado una abeja–. Me olvidaba de que vino la Domi a buscar a Papelucho...

–¿Para qué? No es hora de comida –alegué.

–Ahora que me acuerdo, dijo que un señor te esperaba.

La mamá del Soto es volada y golosa, y se chupaba los palitos que dejamos nosotros.

Un señor esperándome... ¿cuál sería mi delincuencia? Como rodado de piedras me caían las culpas... Porque uno cree que si van a su casa a buscarlo, será por algo malo que hizo. Pero ¿qué? Uno hace tantas cosas que salen cataclípticas...

–¡Vuelvo altiro! –dije soltando mi embrague que me tenía frenado y partí pateando mis culpas.

Lo fatal fue ver a la Domi sentada en el sofá del living cachiporreándose con un señor de terno.

–¡Ahí lo tiene! –dijo apuntándome con su pera. Se tapó las rodillas y de un brinco se levantó del sofá. El gallo también se levantó y me dio la mano. Yo le miraba los bolsillos por si traía grillos o pistola.

–No me ha querido largar para qué te busca –dijo la Domi coqueteando entera–. Pero estaré al aguaite por si quiere molestar...

Me sentí colorado: la Domi pensaba igual que yo y me enronché de culpas.

–Tuve que venir personalmente porque no contestaban tu teléfono –dijo el gallo sentándose.

–Fuera de servicio –expliqué, sacando pecho y valor.

–Quiero hacerte unas preguntas –sacó una libretita y lápiz–. Veamos... cuéntame algo de ti.

Aceleré mis sesos y, poniendo primera, pensé: “El único modo de que no me haga preguntas es preguntarle yo a él”.

–Yo le diré –empecé– que antes de contarle de mí, me gustaría saber lo que es usted. ¿Es averiguador universal?

Soltó una risa dentosa con brillos de oro por dentro.

–Encuestador o investigador, si quieres –contestó.

–O sea que le gusta preguntar. ¿Le paga alguna crema de pelo, un canal de televisión o la policía?

–A ti no te importa quién me pague –se enrabió–. Y vas a arrepentirte de tu impertinencia.

–Acuérdese de que los niños son niños, Rolando –apareció la Domi con una Coca Cola, muy sonriente.

El tal Rolando volvió a mostrar sus dientes enchapados y recibió el vaso que usamos de florero para el mes de María.

–No lo quise ofender –dije–, pero si uno trabaja, alguien le paga. ¿O es puro aficionado?

El Rolando se atoró y le salió gas por la nariz.

–Domitila tiene razón –dijo limpiando los salpicados–. Es mi primera experiencia con niños y también la última.

–¿Está enfermo? –pregunté apurado.

–¡No! Pero encuestaré adultos en adelante.

Yo me quedé perpetuo.

–Quise hacer un ensayo, pero en realidad mi misión era avisarte que saliste sorteado en el concurso, con una bicicleta –y me alargó un papelito amarillo.


Me habría creído muerto otra vez si no estuviera enganchado en “valiente”.

–¡Gracias! –dije mientras me sujetaba de correr y salir gritando–: ¡Me gané la bicicleta de oro!


1 El Festival OTI (Organización de la Televisión Iberoamericana) de la Canción se inició en España en 1972 y reunió a los principales cantantes de la canción popular iberoamericana a lo largo de sus siguientes versiones.

Adiós planeta, por Papelucho

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