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Оглавление1. Entre Europa y la Viena del trópico
Hipótesis bélicas
En marzo de 1814, Fernando VII abandona el Castillo de Valençay en el valle del Loira, donde residió desde 1808, cuando dos meses después de su entronización renunció a la corona de España. Compartió con su hermano Carlos María Isidro y su tío Antonio el prolongado cautiverio en el castillo (propiedad del diplomático Charles-Maurice de Talleyrand). Quien decidió los destinos de la familia real española fue Napoleón Bonaparte, emperador de Francia, luego de pergeñar las abdicaciones de los Borbones en la ciudad fronteriza de Bayona y de colocar a su hermano José en el trono vacante. Carlos IV, su esposa María Luisa de Parma y el favorito Manuel Godoy fueron enviados a las cercanías de París, luego a Marsella y por fin a Roma.
Durante los años de ostracismo, Talleyrand procuró amenizar la estancia de sus huéspedes con planes que combinaban lecciones de baile y música por la mañana, cabalgatas y paseos por la tarde, más veladas de banquetes y bailes. Esa rutina, que poco a poco se volvió más austera, se mantuvo siempre en un completo aislamiento, según le informaba el anfitrión al emperador: “Todas las medidas de vigilancia están bien tomadas, y el castillo y sus alrededores gozan de perfecta tranquilidad. No creo exista lugar en el mundo donde se sepa menos de lo que ocurre en Europa”.[29] En efecto, los tres borbones estuvieron ajenos a las vicisitudes sufridas por los españoles en la guerra contra Francia, a las convulsiones políticas peninsulares, a las discusiones en las cortes reunidas en Cádiz, a la sanción de una Constitución liberal para la monarquía y a las revoluciones en los dominios americanos. Pero en diciembre de 1813, la suerte de los desterrados parece cambiar de rumbo sin que hayan hecho nada para lograrlo. Con su imperio muy debilitado, Napoleón decide poner punto final a la guerra peninsular y reconoce a Fernando VII como rey de España en el Tratado de Valençay.[30]
Los recién liberados abandonan Francia e inician una marcha triunfal hacia Madrid, en la que el monarca es aclamado por un pueblo fervoroso que, en su nombre, enfrentó la larga guerra contra la usurpación del imperio más poderoso de los últimos tiempos; marcha que pocas semanas después –ya en abril– tendría su contrapunto en la emprendida por Napoleón cuando se vio forzado a abdicar y exiliarse en la isla de Elba.[31] El triunfalismo de las celebraciones, sin embargo, no oculta la profunda incertidumbre que vive España respecto del futuro inmediato. Durante el pomposo regreso nadie sabe qué política adoptará el monarca y, sobre todo, si jurará como rey constitucional, según estipula la carta sancionada en Cádiz en 1812. Sin experiencia de gestión en el trono y después de seis años de cómoda reclusión palaciega, Fernando VII debe informarse y evaluar los cursos de acción para una monarquía católica e imperial que sufre su más profunda crisis. Muy pronto toma su primera decisión: el 4 de mayo decreta desde Valencia la ilegalidad de lo actuado por las cortes, deja abolida la Constitución de Cádiz y restaura el Antiguo Régimen. Poco después toma una segunda decisión: acabar con las insurgencias americanas mediante una respuesta militar sin concesiones.[32]
La Expedición Pacificadora comienza a organizarse, bajo el mando de Pablo Morillo, militar y marino español de larga experiencia que se ha destacado durante la reciente guerra contra Francia. El cuadro de situación en los dominios ultramarinos no es muy claro, aunque parece registrar un debilitamiento de los movimientos revolucionarios. En Nueva España, donde las autoridades coloniales mantienen el control del gobierno desde su capital en México, los focos insurgentes sufren retrocesos que permiten que las tropas realistas recuperen varias regiones. En Venezuela, luego de declarar la independencia en 1811, el primer ensayo constitucional republicano y federal fue barrido por las fuerzas realistas, y el segundo ensayo de gobierno independiente corrió igual suerte por el avance de una masiva movilización popular procedente de los llanos y por las tropas regulares españolas. En Nueva Granada, la situación revolucionaria no se presenta tan negativa, pese a que sus líderes no logran expandir el dominio territorial. Allí, cinco provincias se han declarado independientes entre 1811 y 1814, pero las disputas entre las diversas jurisdicciones con vocación soberana habilitan a las fuerzas realistas a continuar su ofensiva, al mismo tiempo que las noticias de una inminente definición de la contienda europea provocan una creciente radicalización de la revolución. En el Cono Sur, la realidad de los ejércitos es compleja. En la jurisdicción del Río de la Plata, el frente del Ejército del Norte padece contundentes derrotas que dejan a la región del Alto Perú bajo dominio realista. En el frente de la Banda Oriental, si bien las fuerzas patriotas desplazan a los leales de Montevideo en junio de 1814, el bloque revolucionario rioplatense está dividido entre el gobierno centralista con sede en Buenos Aires y las fuerzas orientales lideradas por José Gervasio Artigas que postulan un proyecto de tipo confederal. En Chile, el gobierno instalado en 1810 se ve cada vez más acorralado por las tropas enviadas desde el centro antirrevolucionario de Lima y por los enclaves realistas que avanzan desde Chiloé y Valdivia hacia el valle central.
Ante ese panorama, el rey debe definir el destino de la empresa de reconquista. Las opciones se configuran en una disyuntiva: el Consejo de Indias se expide por Caracas, mientras que los miembros de la Comisión de Reemplazos, con asiento en Cádiz, muestran el interés comercial por la plaza rioplatense y por normalizar los negocios interrumpidos por el movimiento revolucionario, del que sacan provecho los ingleses. En agosto la Comisión presenta un informe al monarca: le indica los mejores lugares para desembarcar y advierte sobre la decisiva alianza que debe buscarse con Portugal para que los navíos puedan utilizar el territorio brasileño, donde está instalada la corte de Braganza desde comienzos de 1808, cuando abandonó Lisboa ante el avance de los ejércitos napoleónicos.[33] Con el poder que le otorga asumir las erogaciones que demande la expedición, la Comisión presiona para definir su destino. El Consejo de Indias, por su parte, expide un dictamen el 3 de octubre; este recalca su inclinación por enviar las tropas a Costa Firme para arribar a Venezuela y pasar al Nuevo Reino de Granada.[34] La justificación son las atrocidades cometidas por los jefes rebeldes y el ensañamiento que muestran hacia los leales a la metrópoli.[35] El 7 de octubre se reúne una Junta para debatir el tema, a la que es convocado José María Salazar, quien había estado a cargo del Apostadero Naval de Montevideo hasta 1812. Salazar informa en Madrid sobre la situación en el Río de la Plata y el gobierno decide destinarlo como enviado extraordinario a Río de Janeiro para explorar la reacción de Portugal al plan de recuperar la región del Atlántico Sur.[36]
En pocos meses, el monarca español ha tomado decisiones cruciales. Esas decisiones –que algunos consideran respuestas previsibles e inexorables y para otros son fruto de la confluencia de factores contingentes– han sido objeto de diversas interpretaciones, de las que solo mencionaremos algunos puntos relevantes para este estudio. Recordemos que el intenso proceso de politización que se ha vivido en España en el pasado reciente, en cuyos extremos vemos los sectores absolutistas y liberales, no exhibe una clara correlación de fuerzas a comienzos de 1814. Si bien el retroceso de los liberales se puso en evidencia el año anterior en las elecciones a las Cortes ordinarias, entre marzo y abril muchos creen que la dirección futura conciliará con las fuerzas en pugna. En el contexto de incertidumbre y de corrientes en disputa –desde las más intransigentes, sumadas a la posibilidad del regreso de Carlos IV al trono, hasta las más temperantes– Fernando VII gestiona los tiempos en beneficio propio por medio de lo que Gonzalo Butrón Prida denomina “estrategia real del mutismo”.[37] La situación encuentra su deriva con el cambio político obrado en España cuando se imponen violentamente los grupos absolutistas que supieron capitalizar la imagen popular del rey Deseado y Amado creada por la liturgia patriótica durante la guerra contra los franceses. El golpe de mayo excluye, así, toda transacción o acuerdo entre las fuerzas políticas existentes y cierra las puertas a las soluciones de compromiso que circulaban en aquellos días.
La ruta por la cual optó la monarquía española se distingue de otras variantes restauradoras desplegadas en Europa luego del colapso del imperio napoleónico, tanto dentro como fuera del área borbónica.[38] Como indicó Emilio La Parra, se diferencia de la Restauración en Francia y Nápoles, donde, más allá de la hegemonía del pensamiento reaccionario, hubo cierta transacción entre procesos culturales precedentes y sucesivos.[39] El sistema político impuesto por Fernando VII –que se dedicó a perseguir, castigar y desterrar a aquellos acusados de liberales y afrancesados– no emuló, sin embargo, el modelo vigente en el Antiguo Régimen sino que ostentó una inédita concentración del poder en manos del rey y de un reducido grupo de ministros y consejeros que lo rodeaban.[40] Como sostiene Pedro Rújula, en la decisión de regresar al pasado y restaurar el orden perdido no hubo, pues, “nada de natural”, sino “una creación intelectual, un mito fomentado por los realistas para apoyarse en él y lanzarse a la recuperación del poder en la primavera de 1814”.[41]
En ese contexto, el monarca recién restaurado titubea entre adoptar posiciones más o menos negociadoras con los focos rebeldes americanos o aceptar las presiones que lo instan a encarar la reconquista.[42] Eso aconsejan las corporaciones más interesadas en recuperar de inmediato las colonias insurrectas, como los comerciantes gaditanos y muchos españoles residentes en América que, temerosos de quedar aislados en territorios rebeldes, aseguran el apoyo que tendría una intervención militar para restituir el antiguo orden.[43] Entre las presiones y los memoriales que arriban y la imprecisa información que circula sobre las cambiantes correlaciones de fuerzas en aquellas lejanas geografías, Fernando VII apenas puede trazar un diagnóstico parcial e incompleto. Pero además de estas consideraciones, el rey tiene a su disposición un ejército que ha engrosado sus filas en la guerra contra Francia y cuya oficialidad se identifica, al menos una parte de ella, con la defensa del liberalismo constitucional al cual ha servido con lealtad y bravura durante la ausencia de aquel. La decisión de una respuesta bélica a gran escala estaría vinculada no solo a cálculos militares y económicos, sino también a la amenaza que significa para el gobierno la propagación del liberalismo dentro de las tropas ahora ociosas, como ha demostrado Juan Marchena.[44] Desde esta perspectiva, la cruzada absolutista tendría su correlato en la estrategia guerrera americana.
Ahora bien, de los rumbos adoptados por el gobierno español durante 1814, muy visitados por la historiografía, hay un punto que permanece en las sombras: la elección del destino de la gran expedición al mando de Morillo. Las tratativas se realizan en el más absoluto secreto. Mientras las presiones decantan en la disyuntiva mencionada, la decisión de enviar a Salazar a Río de Janeiro hace presumir que las naves se dirigirán al Río de la Plata. De hecho, esa es la versión que circula en España y América, reforzada por las listas que se publican el 7 de noviembre y mencionan dos expediciones: la primera al mando de Morillo hacia Montevideo y la segunda, en orden de prioridad, hacia Nueva España. Sin embargo –según indica Michael Costeloe, estudioso de los planes de reconquista españoles– “todo el proceso de consulta y la referencia pública al Río de la Plata como el primer objetivo parece haber sido concebido para engañar a los numerosos observadores americanos, tanto dentro como fuera de España”.[45] Costeloe cita y sigue las hipótesis de Edmundo Heredia, el autor que en mayor profundidad ha estudiado el misterio del cambio de rumbo de esa expedición.[46] Detengámonos en esta interpretación, que es la que usualmente se considera más verosímil en el campo historiográfico que aborda el tema.
A partir de una exhaustiva investigación, Heredia analiza las diversas explicaciones acerca del cambio, realizado en el mayor hermetismo, y avanza sus propias conclusiones avalado por un voluminoso corpus documental que, según aclara, es el que ha “subsistido en los archivos españoles”.[47] Allí sostiene que el rey define el destino a Tierra Firme en junio, que su decisión es aprobada en octubre y queda cristalizada en las instrucciones fechadas el 18 de noviembre dirigidas a Morillo.[48] El autor descarta la versión oficial dada por el monarca, varios meses después, sobre la “lastimosa situación” de las provincias de Venezuela, y descarta también la suposición más habitual acerca de que el cambio fue consecuencia de la noticia sobre la caída de Montevideo en manos de los revolucionarios de Buenos Aires. Su hipótesis postula que el sigilo y el ocultamiento estaban motivados no solo por el interés de engañar a los revolucionarios sino también a la Comisión de Reemplazos de Cádiz, encargada de financiar la expedición que pretendía y creía dirigida a la plaza de mayor interés comercial para los gaditanos.
El misterio del cambio de rumbo se interpreta, entonces, sobre la tesis de una gran impostura. Sin desecharla a priori, cabe preguntarse si realmente se trató de un plan de simulación sostenido durante largos meses en un pequeño círculo del gobierno español.[49] Por supuesto, la lógica del secreto en este tipo de situaciones atenta contra una respuesta certera. Los archivos son esquivos sobre este tema, como admite el propio Heredia al iniciar su análisis: estamos –nos dice– ante un enigma difícil de develar porque “las fuentes disponibles son insuficientes para reconstruir en forma completa el proceso de los preparativos de la expedición” y porque los documentos posteriores evitan dar explicaciones convincentes, “como si se tratara de un tema prohibido”.[50] Dada la falta de evidencias, el recurso a la impostura suele ser eficaz.
El enigma sigue abierto. Los estudios disponibles no ofrecen una respuesta convincente a la pregunta obvia que flota en el aire: ¿qué razones tuvo Fernando VII para modificar en secreto el rumbo de Morillo si la situación venezolana no era tan apremiante y si la noticia de la pérdida del bastión realista de Montevideo, además de llegar tarde a España, no fue clave para la decisión? ¿Puede develarse el enigma si se limita la pesquisa a las fuentes que subsisten en los archivos españoles? Si bien Heredia no ignora los vínculos con otras potencias, concentra su atención en la clásica mirada que otorga un papel central y excluyente a la diplomacia inglesa. En ese sentido, bucea en la actitud del gobierno británico y afirma no haber encontrado ningún testimonio que haga presumir la injerencia de su diplomacia en este asunto. Por el contrario, reconoce que su gabinete “no descubrió la simulación” ni “planteó ninguna oposición” al destino rioplatense.[51]
En efecto, como veremos, Gran Bretaña estaba convencida de que la empresa de reconquista arribaría al Atlántico Sur. Pero si desplazamos el foco hacia los documentos alojados en los archivos luso-brasileños, encontraremos nuevas pistas y pondremos en duda la hipótesis de una prolongada simulación. O al menos podremos introducir una variable no contemplada por los estudios citados a partir del análisis de las intrincadas tratativas entre España y Portugal. En este sentido, la desatención hacia los contactos y negociaciones entre las coronas ibéricas para explicar el cambio de rumbo de la Expedición Pacificadora es, al menos, llamativa si tenemos en cuenta que recibir o no el apoyo portugués en Brasil era decisivo para la elección del destino, tanto antes como después de haberse perdido la plaza de Montevideo para las fuerzas leales a la metrópoli. Como intentaré demostrar a continuación, en los entresijos de esos contactos y negociaciones se cifra la primera variante fallida de la restauración borbónica en el Río de la Plata.
Hipótesis diplomáticas
Pese al hermetismo que rodea la definición del destino de la flota de Morillo, una persona posee valiosa información: José Luiz de Sousa. Sus datos no provienen de fuentes oficiosas, ni de los rumores que abundan en la Península, sino directamente del gobierno español. Sousa, emparentado con la estirpe del funcionariado luso, es el ministro plenipotenciario portugués enviado a Madrid luego de la restauración de Fernando VII. Gracias a sus buenos oficios, la diplomacia portuguesa parece estar al tanto de todo, o de casi todo, desde que comienza a tramarse la respuesta militar a gran escala.
A partir de agosto de 1814, el gabinete español busca sondear las posibilidades de obtener el apoyo de Portugal para su empresa bélica. La correspondencia del embajador Sousa con el ministro de Estado portugués en Brasil, el marqués de Aguiar, refleja esos contactos. Al anuncio de los preparativos de una gran expedición hacia el Río de la Plata le suceden las primeras negociaciones.[52] A fines de septiembre, Sousa le comunica a su gobierno que tuvo una entrevista con el ministro de Estado español, el duque de San Carlos, quien le transmitió que, debido a las noticias de Montevideo, el gobierno ha resuelto aumentar la tropa destinada al Río de la Plata a por lo menos ocho mil hombres y que “juzgaba preferible hacer arribar la expedición primero a Río de Janeiro y que S. M. C. [Su Majestad Católica] esperaba de la amistad e íntima alianza que existe con S. A. R. [Su Alteza Real] para que su tropa hallase allí todos los socorros y auxilios que pudiese precisar para proceder contra los insurgentes por mar y por tierra si las circunstancias así lo exigiesen”.[53] En esa entrevista, el embajador juzgaba necesario fijar algunas condiciones; entre otras, que los gastos de las tropas no recaigan sobre el erario luso, que el gobierno español dé aviso con anticipación enviando a una persona autorizada e instruida para tratar el asunto con el príncipe regente, y que quedaba pendiente la devolución de la plaza de Olivenza, en Extremadura, cedida por la corona portuguesa a España luego de la Guerra de las Naranjas que enfrentó a los dos países en 1801. En el siguiente reporte, el embajador menciona que el rey de España habría escrito y firmado una carta dirigida al príncipe regente de Portugal sobre la expedición a Montevideo que será conducida por un enviado extraordinario. En la misiva –fechada el 12 de octubre, cinco días después de la designación de José María Salazar para esa misión– se agrega lo siguiente: “Parece que en esta carta S. M. C. declara positivamente a S. A. R. su resolución de restituirle Olivenza y su territorio, esperando S. M. C. de la buena fe y amistad de su Augusto hermano, que le restituirá igualmente aquella porción de territorio en la América Meridional que se hubiese reunido al Brasil después de los Tratados de límites de 1777 y 1778”.[54]
Las tratativas para una alianza contrarrevolucionaria en América están en marcha. Sin embargo, en el cuidado idioma de la diplomacia, los primeros intercambios revelan el intento de ajustar cuentas pendientes entre ambos gobiernos. Portugal pretende la devolución de Olivenza y España aspira a resolver los asuntos fronterizos del Atlántico Sur. A eso se debe que la carta del rey mencione el Tratado de San Ildefonso de 1777, celebrado luego de las conquistas de Pedro Cevallos que concluyeron con la creación del Virreinato del Río de la Plata, por el cual Colonia de Sacramento y los Siete Pueblos de Misiones pasaron a manos de España. Las negociaciones deberán navegar por las seculares tensiones que atraviesan los vínculos entre las monarquías ibéricas y que hunden sus raíces en las transformaciones ocurridas en el sistema internacional de alianzas vigentes y en sus relaciones bilaterales.
Respecto del sistema internacional, basta recordar que durante el siglo XVIII Portugal se mantuvo alineado con Inglaterra, mientras que España hizo lo propio con Francia; que el acercamiento que procuró Carlos III entre las coronas ibéricas se vio frustrado luego de la Revolución Francesa y de la política exterior que siguió Carlos IV al sellar su alianza con Bonaparte; que Portugal quedó atrapado entre las presiones de Gran Bretaña y la monarquía vecina, a la que se enfrentó durante la breve Guerra de las Naranjas; que el recelo de los Braganza aumentó luego del Tratado de Fontainebleau de 1807 –en el que Bonaparte, Carlos IV y el ministro favorito Manuel Godoy proyectaron repartirse Portugal– que los impulsó a abandonar Lisboa para trasladarse a su colonia de Brasil; que con las abdicaciones de los Borbones en 1808 la guerra contra Francia unió a los dos imperios ibéricos y que Inglaterra fue la tercera aliada de esa entente contra el avance napoleónico en la Península.
Además, los vínculos bilaterales estuvieron marcados por relaciones cambiantes y conflictivas desde –al menos– el siglo XVI, cuando las dos coronas permanecieron unidas bajo la hegemonía española entre 1580 y 1640, y que terminó con la revuelta de Portugal y la instauración de la nueva monarquía independiente de la casa de Braganza. Las rivalidades, por otro lado, no se limitaron al territorio europeo sino que se desplegaron en América con epicentro en el Atlántico Sur. La voluntad de Portugal de convertir a la región oriental del Río de la Plata en el límite natural de sus dominios abrió una disputa fronteriza sembrada de marchas y contramarchas con España. Si bien el Tratado de San Ildefonso abandonó el inviable meridiano de Tordesillas, el hecho de que la frontera trazada sobre papel entre la América española y la América portuguesa no se demarcase en el terreno con exactitud topográfica volvió provisionales sus convenciones, sin clausurar las rivalidades entre ambas coronas. La presión de Portugal sobre el límite meridional continuó y, en el contexto de la Guerra de las Naranjas, sus tropas ocuparon las Misiones orientales y consolidaron sus defensas en Río Grande y posiciones estratégicas en la frontera. Ya a comienzos del siglo XIX, los reclamos de España para la devolución de las Misiones orientales son infructuosos y Olivenza se convierte en moneda de cambio.[55]
Con estos antecedentes, la coalición que busca España se avizora complicada. Hacer pie en el centro rebelde rioplatense supone reavivar la rivalidad de las dos coronas por los territorios orientales. Rivalidad que, además, resultaba evidente durante el cautiverio de Fernando VII. Desde 1810, cuando estalla la revolución en Buenos Aires, los realistas de Montevideo se ven en la difícil disyuntiva de arreglárselas solos o de recurrir al apoyo portugués en Brasil. Esta segunda opción entraña contravenir las órdenes de las autoridades metropolitanas, temerosas de que el apoyo lusitano se convierta en ocupación y en reclamo jurisdiccional sobre la Banda Oriental. Sin embargo, después del primer sitio a la ciudad, Francisco Javier de Elío, entonces virrey del Plata nombrado por la Regencia, pide ayuda a las tropas portuguesas, justificado luego ante sus autoridades como efecto del “clamor público que prefiere caer antes en manos de Moros que en las del intruso e injusto gobierno de Buenos Aires”.[56] Pero cuando los ejércitos lusos avanzan hasta las cercanías de Montevideo, el virrey concierta un armisticio unilateral con Buenos Aires. El retiro de las tropas portuguesas se produce luego de marchas y contramarchas que derivan en el armisticio de 1812 entre Portugal y Buenos Aires –bajo mediación inglesa– en el que ambas partes se comprometen a permanecer “dentro de los límites del territorio de los dos Estados respectivos” y a anunciar con tres meses de antelación la reanudación de las hostilidades. En virtud de este armisticio, durante el segundo sitio de Montevideo iniciado por el bloque revolucionario, el gobierno de Brasil se niega a auxiliar a los realistas españoles pese a los desesperados pedidos de Gaspar de Vigodet, gobernador a cargo de la plaza oriental tras el regreso de Elío a España.
Esa desconfianza mutua impera en las tratativas diplomáticas que se desarrollan en Madrid. En la negociación, el gobierno español se ve en la posición más débil –es el que solicita ayuda de su aliado– y seguramente por ello Fernando VII parece dispuesto a restituir Olivenza, aunque espera igual gesto por parte de Portugal respecto de los territorios americanos meridionales anexados a Brasil luego de los tratados de 1777 y 1778; al menos así lo expresa el citado reporte que el 12 de octubre envía a Río de Janeiro su embajador. Los contactos continúan y el 10 de diciembre de 1814 Sousa le informa a su ministro de Estado que en España hay mucha expectativa “para recuperar las importantes provincias del Río de la Plata”, aunque advierte que “la estación haga temer que no sea inmediata la partida de la expedición”.[57] Sin embargo, tres días antes de finalizar el año, le escribe al ministro Aguiar para ponerlo al tanto de un informe reservado reciente sobre la secreta decisión de cambiar el destino de la expedición. Según ese reporte, Morillo desembarcaría en Cartagena o Portobelo, atravesaría el Istmo de Panamá para dirigirse a Perú y unirse a las tropas del general Joaquín Pezuela; llegada la primavera, se aprontaría otra expedición, esta vez sin escalas, hacia el Río de la Plata.[58]
No se sabe cuán fiable puede ser la fuente reservada que Sousa no menciona, ni cuándo arribará el informe a Brasil y la relevancia que le dará el príncipe regente. Sin embargo, la sospecha sobre el cambio de rumbo de la expedición de Morillo no se corresponde con la versión que circula en España y comienza a difundirse en América. Tampoco coincide con la versión de los contactos hispanos transatlánticos, como el que entabla el rey de España con su hermana mayor, Carlota Joaquina, casada con el príncipe regente de Portugal y residente con su esposo en Brasil. En una serie de misivas a la infanta, Fernando VII le pide “buena acogida para la expedición que saldría de Cádiz en dirección a Buenos Aires, debiendo hacer escala en Río de Janeiro”.[59] En el mismo sentido, el marqués de Casa Irujo –embajador español en Río de Janeiro entre 1809 y 1812– le escribe a Carlota a fines de diciembre de 1814 para solicitar, por su intermedio, “el auxilio de D. João para la expedición que saldría de Cádiz, bajo el comando del General Pablo Morillo, para combatir a los insurgentes en la región del Plata”.[60]
El rumor transmitido por Sousa difiere de las instrucciones reservadas extendidas a Salazar a fines de 1814, antes de su partida a Brasil, y de la nota “muy reservada”, fechada el 22 de noviembre, que el ahora secretario de Estado Pedro Cevallos –que acaba de reemplazar en el cargo al duque de San Carlos– le dirige al encargado de negocios de España en Brasil, Andrés Villalba, y que Salazar debe entregar en sobre cerrado. En esa nota, Cevallos comunica a Villalba el objetivo de la misión: conocer la situación del Plata ante la inminente expedición “que Su Majestad ha determinado dirigir contra Buenos Aires y Montevideo”, averiguar cuál es el punto más ventajoso para encaminar las operaciones y qué recursos pueden hallarse en los dominios portugueses y, sobre todo, procurar “con la prudencia y [el] pulso convenientes, el modo de pensar de los portugueses, y su disposición con respecto a nosotros y a los insurgentes de Buenos Aires”.[61] Salazar queda a la espera de su pronto embarque hacia Brasil.
Al mismo tiempo, las tratativas se desarrollan en otro escenario. El Congreso de Viena, reunido en octubre de 1814 tal como estipulaba el Tratado de París que puso fin a la guerra entre Francia y la Sexta Coalición, se convierte en un foro para dirimir los asuntos ibéricos. Las potencias vencedoras deben urdir allí los destinos del mapa europeo, trastocado desde la Revolución Francesa; un mapa que pretende restaurar, en la medida de lo posible, las monarquías destronadas y las antiguas fronteras y establecer un equilibrio que invoque como fundamento el principio de legitimidad dinástico. Las negociaciones se despliegan en un marco de gran fastuosidad, como describe la archiduquesa Leopoldina de Habsburgo, hija del emperador de Austria Francisco I, a su hermana mayor, María Luisa, confinada en el palacio de Schönbrunn y excluida del protocolo por haber sido esposa del ahora vencido Napoleón Bonaparte: “Nuestra vida no me agrada en nada: desde las diez de la mañana a las siete de la noche estamos continuamente en vestido de gala, de pie, pasando el día en saludos y ociosidad. Todos los días hay una cena de treinta y cuatro platos que comienza a las cuatro y dura tres horas”.[62] Se calcula que asisten más de cien mil forasteros en calidad de actores y espectadores a la apertura del Congreso y que la mesa imperial cuesta alrededor de 50.000 florines diarios. Una comisión de fiestas se encarga de evitar que el ocio diplomático sea una mala influencia para los negocios. La sociabilidad alterna, así, conferencias bilaterales, negociaciones cruzadas y acuerdos informales con opíparos banquetes, bailes de máscaras, espectáculos teatrales, conciertos musicales, partidas de lotería y paseos en trineo.[63]
España, la principal afectada en sus dominios ultramarinos por la guerra contra Francia, aspira a incidir en el Congreso de Viena para obtener el apoyo de las principales potencias a la hora de reprimir las insurgencias americanas y evitar el colapso de su imperio. Portugal también quiere incidir en el nuevo tablero internacional desde una posición que, por el momento, se presenta como excepcional: su sede sigue siendo Brasil. Ambas coronas deben disputar su lugar en el concierto de potencias que, por el momento, parece decidido a concentrar las decisiones en los delegados de Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia. España y Portugal se encuentran entre los aliados antifranceses más débiles, como potencias consideradas de “segundo orden” que tienen un interés directo en la cuestión americana.[64]
Pedro Gómez Labrador es el representante español acreditado en el Congreso, mientras que su contraparte portuguesa está liderada por Pedro de Sousa Holstein, conde de Palmela, avezado diplomático procedente de la familia del embajador en Madrid (entre 1809 y 1812 se desempeñó como titular de la legación en Cádiz).[65] Arriban en septiembre a la capital austríaca para las reuniones preparatorias y pronto inician sus gestiones. Al comienzo, no dan buenas señales de entendimiento. Los representantes de Portugal le informan a su colega en España que Gómez Labrador se obstina en impedir la restitución de Olivenza y sugieren desplazar esa negociación a la corte de Madrid. Sin embargo, le previenen que “jamás ofrezca ni prometa para eso la devolución a España de las Siete Misiones, ni de ningún territorio al sur de Brasil por ser esta cesión diametralmente opuesta a las vistas de S. A. R. y sus nuevas instrucciones”. Le anuncian, además, que el príncipe regente desea separar la negociación de Olivenza de cualquier intervención o mediación de los ministros británicos, y eso “por motivos muy sólidos e importantes que no se nos permite ahora explicar”. Agregan que están autorizados a proponer a España un nuevo tratado de límites en América, y para eso ofrecerían territorios al norte del Amazonas con la libre navegación del río hasta el mar a cambio “de territorios equivalentes que ella nos cedería en las márgenes del Río de la Plata”.[66]
Además, en un informe fechado el 24 de noviembre, los plenipotenciarios lusos reseñan al gobierno de Brasil las tratativas que llevan adelante en Viena. Allí sugieren que las dos coronas traten el asunto de Olivenza de manera directa y sin intermediarios, aunque advierten tres dificultades. La primera es que Portugal, por su posición geográfica, “confina casi únicamente con España” en ambos hemisferios, lo cual es serio obstáculo para cualquier política multilateral de compensaciones. La segunda es que consideran poco probable “que España, sin la intervención de otras potencias, nos restituya Olivenza” como asimismo “evitar las reclamaciones que ella se juzgaría autorizada a hacer relativas a las Misiones del Uruguay”. La tercera dificultad consiste en que la correspondencia del embajador Sousa “no nos da mucha esperanza de un feliz resultado; las promesas que el gobierno español le hace son vagas, y parecen únicamente dirigidas a ganar tiempo y a granjear una buena recepción en Brasil a la expedición que pretenden enviar a Buenos Aires”.[67]
Los representantes portugueses evalúan opciones para sacar la mayor ventaja posible. El ambiente diplomático vienés estimula las intrigas y las posibilidades de trazar un mapa que refleje el nuevo equilibrio europeo y los talentos de los representantes a cargo de diseñarlo. Es el momento indicado para desplegar destrezas y obtener beneficios en detrimento de las potencias menos hábiles en esas lides. Palmela le confirma al ministro de Estado en Brasil la postura de no tratar en el Congreso la cuestión de los límites en América meridional y reservarla para una negociación secreta en Madrid. Pero al respecto cierra el informe con una inquietante sugerencia:
Sin embargo, para hacerse con ventajas sería deseable que las tropas de S. A. R. pudiesen previamente ocupar la margen oriental del Río de la Plata, y conservarla provisoriamente, y sobre todo si consiguiesen apoderarse de Montevideo. Dios quiera que nuestro ejército se anticipe para esta operación al que el gobierno de España trata de expedir ahora para el mismo fin: ese sería el verdadero modo de facilitar todas nuestras negociaciones con España, o de indemnizarnos en todo en caso de que por otro lado se nos negase.[68]
Las diferencias entre las negociaciones bilaterales en Madrid y las desarrolladas en la capital austríaca son evidentes. El embajador Sousa supone que Portugal apoyará la expedición española pero pone ciertas condiciones, entre ellas la devolución de Olivenza. La representación lusa en Viena, en cambio, se muestra más ambiciosa al proyectar negociaciones atadas a una hipótesis de extorsión fundada en la lógica del hecho consumado: ocupar militarmente la Banda Oriental antes del arribo de la expedición de Morillo, ya sea para una futura negociación o, en su defecto, para indemnizarse con esos territorios. Gómez Labrador, por su parte, se niega a tratar la cuestión de Olivenza mientras Fernando VII se muestra dispuesto a restituirla a cambio del apoyo a sus tropas en Brasil y de la resolución sobre los territorios meridionales americanos. En esas intrincadas negociaciones cruzadas es difícil evaluar si las diferentes estrategias de los agentes diplomáticos son producto del múltiple desdoblamiento de los espacios donde actúan y de los ritmos temporales que escanden las misivas e instrucciones a escala transatlántica y europea, o si responden a cierta autonomía de gestión respecto de los gobiernos que representan. En cualquier hipótesis, en esos entrelazamientos sobre cuestiones pendientes en los territorios europeos y ultramarinos quedan al desnudo las dificultades que presenta la propuesta del Congreso de Viena de regresar a las antiguas fronteras de las monarquías y hacer coexistir la tradicional política bilateral con una novedosa multilateralidad que estipula claras jerarquías entre las potencias de primero y segundo orden.
Estas dificultades se hacen evidentes en las tratativas entre España y Portugal y también en las tensiones de la alianza que ambas coronas sostienen con Gran Bretaña. Un dato del informe enviado por la legación lusa al embajador Sousa, expuesto en tono críptico y confidencial, revela los cambios en esos vínculos: la negociación de los territorios de Olivenza debe quedar fuera de la intervención británica. La corona de Portugal comienza a manifestar cierta voluntad de independencia ante la potencia que ejerce sobre ella una suerte de protectorado, en especial luego de promover el traslado de la corte a Río de Janeiro y de celebrar tratados que otorgaron ventaja comercial a Inglaterra.
En el escenario de la Restauración, Gran Bretaña teme la intervención de los portugueses en los asuntos hispanoamericanos, y sobre todo teme una alianza bélica luso-hispana en el Atlántico Sur. Así se lo informa Sousa a su ministro de Estado, cuando advierte que el embajador inglés en Madrid, enterado de la resolución de enviar una expedición española al Plata y además encontrar cooperación en Brasil para sus fuerzas, intenta disuadirlo de manera confidencial para que no entre en ese tipo de diálogo, ya que influiría “en los espíritus de los habitantes de Brasil, donde los principios liberales de los insurgentes se esparcirían”.[69] La unidad de las dos coronas ibéricas no deja de ser un fantasma para la diplomacia inglesa que, desde el siglo XVIII, se encarga de contrarrestar cualquier política que pueda recrear el mundo de Felipe II, cuando su concreción implicó la extensión de un imperio en cuatro continentes.[70] En el nuevo equilibrio europeo que Inglaterra imagina con la derrota de Bonaparte, Portugal debe regresar a su antigua sede y abandonar cualquier sueño imperial que implique americanizar su monarquía, y España debe avenirse a la mediación y el control de su principal aliada, Gran Bretaña, para arreglar sus asuntos americanos.
Lo cierto es que al finalizar 1814, nadie sabe si el objetivo de Fernando VII de aunar fuerzas con Portugal para poner fin a las rebeliones americanas podrá concretarse. Más allá de la versión reservada que transmite Sousa a su gobierno sobre el posible cambio de destino de la flota de Morillo, todo indica que se dirige al Río de la Plata. Al menos España ha movido sus fichas en esa dirección: a las negociaciones formales a través del embajador portugués en Madrid y el envío de un agente extraordinario a Brasil se suman los contactos informales que buscan aprovechar el vínculo dinástico que provee la infanta Carlota Joaquina con los Braganza. En el tablero de juego, el rey Borbón apuesta por una estrategia cooperativa para conformar un poderoso equipo y la mayor incógnita es cómo se posicionará Portugal ante los pedidos de auxilio de España, las presiones británicas y las amenazas revolucionarias en sus fronteras.
Hipótesis negociadoras
La corte de Braganza está alojada en Río de Janeiro desde que a fines de 1807 la inminente invasión francesa a Portugal decidió al príncipe regente a emprender el éxodo, custodiado por la armada británica. Era la primera vez que una familia real europea cruzaba el Atlántico para instalarse en una colonia ultramarina. Junto con ella viajaron funcionarios, nobles y miles de portugueses que escapaban de Bonaparte y que en su precipitada huida aumentaron la población de una ciudad no preparada para recibirlos. João de Braganza –en quien la reina Maria I había delegado el gobierno en 1799– recrea la vida de la corte portuguesa en su nueva sede, mantiene los tradicionales protocolos, etiqueta y rituales, y administra la “economía de la gracia” para defender y equilibrar las jerarquías sociales y políticas de los cortesanos exiliados y de las élites locales.[71] La capital fluminense pasa a ser un enclave europeo en América y uno de los signos visibles es la novedosa presencia de embajadas y delegaciones extranjeras. [72]
Desde 1808, las legaciones diplomáticas ante la corona portuguesa quedan desdobladas entre la nueva capital y Lisboa; a muy corto andar, la primera se fortalece en detrimento de la segunda. Con la caída de Napoleón en 1814, Río se convierte en una suerte de Viena tropical, donde plenipotenciarios del Viejo Mundo que combinan el ejercicio de sus funciones con la sociabilidad que ofrece la vida en la corte protagonizan la escena diplomática. En esos círculos procuran ingresar los improvisados agentes de los gobiernos revolucionarios hispanoamericanos, que llegan en busca de canales de protección, negociación o información para definir sus rumbos en un mundo que vive el vértigo de profundas transformaciones. A ese ambiente cosmopolita, donde la nobleza convive con indígenas, esclavos y libertos oriundos de África, se suman desterrados y exiliados voluntarios de distintos signos políticos, pendientes de las noticias y los rumores que circulan a través de redes de relaciones en las que el espionaje ocupa un papel central. La región rioplatense es la que más aporta a esa lista de emigrados revolucionarios y contrarrevolucionarios.[73] La cercanía y los vínculos e intercambios por la porosa frontera luso-hispano-criolla del Atlántico Sur colaboran en la elección del destino.[74]
En los años transcurridos desde el exilio, el gobierno portugués no ha dejado de intervenir en los asuntos de España ni ha quitado sus ojos de los conflictos rioplatenses. El proceso revolucionario nacido en Buenos Aires es foco de preocupación constante y, por ese motivo, la corte de Braganza acepta ser anfitriona de las tratativas de un nuevo armisticio entre el gobierno de las Provincias Unidas y las autoridades realistas de Montevideo. Ambas márgenes del Río de la Plata sostienen una guerra y no es la primera vez que se intenta un acuerdo de pacificación. Secundado por Juan Castillo Carroz, representante de España en Río de Janeiro designado por la Regencia, lord Strangford, embajador británico en Brasil, toma la iniciativa del armisticio: a fines de 1813, percibe que el momento es propicio. Las conversaciones que mantiene en Río de Janeiro con Manuel de Sarratea, representante del gobierno de Buenos Aires en escala hacia una misión en Europa, lo convencen de avanzar en esa dirección. Así se lo transmite a su gobierno: “Últimamente ha ocurrido un cambio grande y evidente en el tono y los sentimientos del gobierno de Buenos Aires. Debe atribuirse tanto a las pérdidas y [los] desastres experimentados por el ejército al mando del general Belgrano como al éxito y brillante resultado de la campaña en la Península”.[75]
Las negociaciones se inician de inmediato y Sarratea sigue viaje a Inglaterra para gestionar el nombramiento recíproco de agentes consulares y buscar concesiones para la provisión de armamentos. Desde Buenos Aires el gobierno acepta la mediación. En esa capital se ha instalado la primera Asamblea Constituyente bajo el predominio del ala más radical del movimiento revolucionario, conformada por la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro, organización secreta con conexiones masónicas que busca favorecer la suerte militar de la causa americana. El Congreso abre sus sesiones en enero de 1813 con la expectativa de declarar la independencia respecto de la metrópoli, pero allí no están representados los diputados electos en la Banda Oriental bajo la órbita de José Gervasio Artigas, cuyo movimiento, de base rural y popular, domina gran parte de la campaña y propugna un proyecto confederal. El rechazo de los pliegos de los representantes orientales revela las profundas diferencias entre el artiguismo y la fracción centralista hegemónica en la dirigencia porteña y en el Congreso. Esas diferencias no impiden que las fuerzas militares de ambas tendencias sostengan un sitio conjunto contra los realistas de Montevideo desde hace varios meses.[76]
El gobierno transplatino también acepta negociar una tregua. En los años recientes, los orientales juraron obediencia a la Regencia española, participaron en las Cortes gaditanas, aplicaron la Constitución española de 1812 dentro del recinto urbano y actualmente padecen el elevado costo de ser leales a la metrópoli. El sitio ya lleva varios meses y ha convertido a la ciudad en una fortaleza y un refugio custodiados por la flota, donde arriban cientos de leales que huyen de la revolución. La ciudad amurallada está en una situación desesperante; el hambre y las enfermedades diezman a la población y los auxilios que el gobernador Vigodet solicita a Brasil no llegan.[77] El príncipe regente de Portugal adopta una actitud neutral y respeta el armisticio concertado con Buenos Aires en 1812.
Las tratativas de pacificación lideradas por Strangford se prolongan varios meses. Las dificultades para llegar a un acuerdo no son ajenas a la distancia que separa a la corte carioca del teatro de guerra. Pero lo que traba las negociaciones son las divisiones internas en los dos bandos enfrentados. En el bloque revolucionario, Artigas abandona el cerco de Montevideo en enero y el Directorio lo declara “traidor a la patria” y “enemigo de la humanidad”. Fernando Otorgués, lugarteniente, primo y hombre de confianza de Artigas, queda a cargo de las tratativas en las cercanías de Montevideo, apoyado por un considerable número de tropas. Si bien el líder oriental le advierte que “estamos peleando contra Buenos Aires, pero no es porque seamos adictos a la causa de Montevideo, hay muchísima diferencia entre lo uno y lo otro”,[78] Otorgués alimenta las sospechas cuando, en su nombre y en el de su primo, propone a las autoridades locales llevar adelante una acción conjunta para impedir la entrega de la plaza a los ejércitos porteños. El rumor de esta posibilidad profundiza las divisiones dentro del bloque realista. El sector de los leales llamados “empecinados”, apoyado por las milicias y grupos plebeyos montevideanos, jura morir antes que rendirse o negociar con algún sector de la insurgencia.[79]
Ese complejo escenario, donde ambos bloques –revolucionario y antirrevolucionario– se encuentran divididos, parece una situación de suma cero: nadie puede ganar sin la colaboración de alguna de las fuerzas en pugna. La definición del enemigo se torna imprecisa y en ella se cruzan especulaciones variadas y oscuras. No queda claro si las acciones pueden derivar en alguna alianza estratégica entre integrantes de los equipos enfrentados o si darán pie a una competencia descarnada. Lo cierto es que, en ese empate de fuerzas, el proyecto de armisticio fracasa. Strangford culpa a la intransigencia del gobernador de Montevideo y atribuye su actitud a “un arreglo con Artigas”.[80] El director supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Posadas, le anuncia al embajador británico que no puede menos que “ceder al imperio de las circunstancias, pasando tropas a reforzar el sitio de esa plaza y mandando la fuerza naval a bloquear su puerto”.[81] La marina española es derrotada por la escuadrilla de Buenos Aires y el gobierno de Montevideo capitula el 20 de junio. El general Carlos María de Alvear, al mando de las tropas del ejército sitiador, toma la plaza tres días más tarde.
El fallido armisticio, que culmina con la expulsión de las fuerzas realistas de la Provincia Oriental, se negociaba a ciegas de lo que ocurría en la Península. Durante esos meses de tratativas, las noticias llegadas de Europa siguen los lentos ritmos de las comunicaciones. Nadie sabe si Fernando VII ya está restituido en el trono ni tampoco bajo qué condiciones. El gobernador Vigodet, poco antes de capitular y enterado de la liberación del rey, hace una defensa cerrada de la Constitución de Cádiz para persuadir a los revolucionarios de negociar un pacto que considera justo y beneficioso para todos: “V. E. ha leído la sagrada Constitución de la Monarquía, ha visto la división de poderes, las atribuciones de cada uno, la responsabilidad de todos, y no habrá podido menos que admirar el modo en que se ha afianzado la libertad de los Españoles de ambos mundos, sin que el despotismo vuelva a usurparles sus derechos”.[82] En esta declaración pública de fe constitucional, Vigodet no parece sospechar que podría quedar ubicado en el bando de los liberales perseguidos por el rey en España luego del decreto del 4 de mayo. Cuando los porteños toman Montevideo aún no circula la información sobre la restauración del absolutismo ni se sabe qué actitud adoptará el monarca hacia sus dominios ultramarinos. Lo único cierto es que Fernando VII va camino a Madrid.
El gobierno directorial de Buenos Aires tiene ahora un doble desafío: por un lado, el que puede venir de la Península con un ejército liberado de la guerra contra Francia; por el otro, controlar la frontera con Brasil y el territorio rural de la provincia recién conquistada. Visto que esto último requiere pactar una tregua, el nuevo gobierno instalado en Montevideo otorga a Artigas el cargo de comandante general de la Campaña Oriental. Sus antecedentes como capitán del Cuerpo de Blandengues, su conocimiento e intervención en la frontera portuguesa desde tiempos coloniales y, sobre todo, su liderazgo político en la región gracias a los sólidos vínculos que supo crear desde 1811 con las familias campesinas, los grupos indígenas y los hacendados hacen que desempeñe un papel protagónico. Como parte de las tratativas, Buenos Aires propone que Artigas renuncie a cualquier pretensión sobre la provincia de Entre Ríos y que se elijan dos diputados para asegurar presencia en la Asamblea Constituyente. El temor del Directorio es la expansión del artiguismo y sus planes confederales a la región litoral: ubicada entre los ríos Uruguay y Paraná, comprende las jurisdicciones de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, dependientes de la gobernación intendencia de Buenos Aires.[83] Pero el líder federal se niega a limitar su poder a la campaña de la Provincia Oriental y rechaza el nombramiento; entre tanto, mueve sus fuerzas y corta las comunicaciones con Montevideo.
Las desconfianzas y rencores mutuos dentro del bloque revolucionario se vuelven visibles cuando el tablero de juego se abre a nuevas estrategias transatlánticas. A medida que comienzan a llegar las novedades de España, y mientras Europa celebra la derrota del imperio napoleónico, el director supremo de las Provincias Unidas está lejos de compartir la algarabía de las potencias vencedoras. Posadas le escribe a José de San Martín en julio de 1814, pocos días antes de nombrarlo gobernador intendente de la provincia de Cuyo: “El maldito Bonaparte la embarró al mejor tiempo; expiró su imperio, cosa que los venideros no creerán en la historia, y nos ha dejado en los cuernos del toro. Yo soy de parecer que nuestra situación política ha variado mucho y que por consiguiente deben también variar nuestras futuras medidas”.[84] San Martín, conspicuo miembro de la Logia Lautaro, conoce de cerca el poder que solía tener el emperador francés; formado como militar de carrera en España, participó en la guerra peninsular como soldado del rey hasta su regreso a Buenos Aires en 1812 con la decisión de librar una campaña libertadora contra el yugo colonial.[85] Apenas dos años después de su llegada, la sensación imperante en Buenos Aires es que, con el fin de las guerras napoleónicas, la América española perdió su mejor oportunidad de independizarse.
En ese clima comienzan a circular las noticias sobre la expedición que se prepara con destino al Río de la Plata, hecho que provoca una profunda incertidumbre en todos los escenarios del Atlántico Sur. La triple entente formada por España, Portugal e Inglaterra deberá sortear una prueba de fuego en el convulsionado ambiente americano de la Restauración. Andrés Villalba inaugura su puesto de encargado de negocios en Brasil presentando quejas al embajador británico: las denuncias elevadas por los realistas que defendieron la plaza de Montevideo señalan que Inglaterra habría colaborado de manera activa con el foco rebelde.[86] Los portugueses están preocupados por el avance revolucionario en sus fronteras, con el gobierno de Buenos Aires expandido hacia la Banda Oriental, y temen una guerra de rapiña emprendida por las fuerzas artiguistas que buscan asilo en su territorio. El embajador británico en Brasil, por su parte, desconfía más de las apetencias portuguesas sobre la Banda Oriental que de las incursiones de las facciones revolucionarias y las disputas entre ellas.
En este nuevo contexto, el gobierno de Buenos Aires es el más expuesto. En abierta disputa con Artigas, circulan rumores de todo tipo sobre posibles realineamientos de fuerzas, pero ninguno habilita la alternativa de una recomposición dentro del bloque revolucionario. Por el momento, ambas tendencias toman sus iniciativas de manera autónoma. En la capital de las Provincias Unidas se avanza hacia una estrategia negociadora estimulada desde Río de Janeiro por lord Strangford, quien le sugiere al director supremo que mande diputados ante Fernando VII para alcanzar una pacificación sólida y equitativa sobre la base del reconocimiento de la legitimidad del monarca restituido en el trono.[87] Dos meses después, Posadas acusa recibo de la propuesta y en septiembre le anuncia a Strangford que enviará dos diputados a Madrid:
Confío en que serán tratados no como enviados a solicitar perdón por ofensas que no se han cometido o para contentarse con una degradante amnistía por las ocurrencias pasadas, que no satisfaría ni a nuestro honor ni a nuestros derechos, sino como los sinceros intérpretes de nuestro deseo de recibir de manos del Rey el reconocimiento de tales derechos nuestros (no pedimos más) compatibles con los de la Corona y la cesación de las calamidades.[88]
El tema crucial por definir será la compatibilidad entre el reconocimiento de derechos de los americanos que reclama Posadas y los intereses de la corona. El 9 de diciembre de 1814 se firman las instrucciones públicas que portarán los diputados de la misión que representará a las Provincias Unidas. Los designados son Bernardino Rivadavia, previamente secretario del primer Triunvirato, y Manuel Belgrano, exmiembro de la primera Junta de Gobierno que acaba de dejar el mando del derrotado Ejército del Norte. Pasarán primero por Río de Janeiro y luego por Londres para arribar por fin a la corte española. En Brasil se entrevistarán con el embajador británico y deberán informarse de si el gobierno portugués ha concertado –o está en vías de concertar– un acuerdo de apoyo a la temida expedición española. Una vez en Londres, tendrán que convenir el viaje a España para felicitar al rey por “su feliz restitución al trono de sus mayores”, transmitir “los sentimientos de amor y fidelidad de estos pueblos”, informar sobre los abusos y crueldades cometidos por las autoridades que lo reemplazaron en la Península durante su cautiverio y concertar una pacificación que tenga “por base el principio de dejar a los americanos la garantía de la seguridad de lo que se estipule”. Las instrucciones enfatizan que, de no concertar una pacificación, los pueblos rioplatenses “abandonados a la desesperación tomarán un partido funesto para la nación, sea cual fuere el resultado de la contienda”.[89]
Al día siguiente se extienden instrucciones reservadas para el diputado Rivadavia, quien deberá presentarse ante la corte de Madrid mientras Belgrano permanece en Londres. En ellas se establece “que las miras del gobierno, sea cual fuere la situación de España, solo tienen por objeto la independencia política de este Continente, o al menos la libertad civil de estas Provincias”. Si esta posición fracasara, proponen “la venida de un príncipe de la Casa Real de España que mande este soberano a este Continente bajo las formas constitucionales que establezcan las Provincias; o el vínculo y dependencia de ellas de la corona de España, quedando la administración de todos sus ramos en manos de los americanos”. Si tampoco es aceptada esta proposición, los diputados se dirigirán a otras cortes europeas para “conseguir una protección respetable de alguna Potencia de primer orden, contra las tentativas opresoras de España”. Pero antes del traslado a Madrid deberán sondear en Londres si Gran Bretaña está dispuesta a “mandar un Príncipe de su casa Real o de otra de sus aliadas” para que sea coronado en América, bajo la Constitución que fijen los pueblos u “otras formas liberales”, a cambio de proteger a esos territorios contra “las dificultades que oponga España o las demás Potencias Europeas”.[90] Si Inglaterra acepta este acuerdo, los diputados omitirán el viaje a España.
La estrategia negociadora que proyecta el gobierno de Buenos Aires pasa por todas las alternativas posibles respecto de las potencias involucradas. Si bien la independencia constituye el primer punto de las instrucciones reservadas, la escasa convicción de poder alcanzarla queda de manifiesto en la detallada enumeración de opciones mencionadas a continuación, que van desde pactar una “libertad civil” con España que garantice el viejo reclamo de los criollos de acceso a los empleos dentro del marco de la monarquía, pasando por una monarquía constitucional con un miembro de la familia real española o inglesa, hasta la protección de alguna potencia europea (con preferencia, Gran Bretaña). Pero además se instruye a Rivadavia y Belgrano sobre un punto crucial: deben hacer escala en Río de Janeiro y permanecer allí hasta determinar los alcances del apoyo portugués a la expedición española. El director supremo y el Consejo de Estado redactan las instrucciones en el mayor secreto y sin dar participación a la Asamblea, cuya labor languidece: ante la amenazante situación bélica, sus diputados delegaron “facultades extraordinarias” al Ejecutivo. Por añadidura, decae el impulso radical primigenio de la Asamblea, aquel de cuando sus diputados apostaban al triunfo de Bonaparte en España.
El bloque artiguista también busca negociar –en este caso con Portugal y, por su intermedio, con España–, de modo que envía misiones a Brasil. Artigas se mueve en el litoral rioplatense y las tropas de Buenos Aires –que entretanto persiguen a Otorgués, quien tiene sus fuerzas dispersas– cometen actos de bandidaje y saqueo. El lugarteniente de Artigas intenta obtener la protección de los lusitanos en la frontera sur del imperio y el 13 de septiembre acredita una misión a cargo de José Bonifacio Redruello y José María Caravaca ante la corte de Braganza. El primero es un sacerdote y el segundo un oficial español que luego de caer la plaza de Montevideo terminan en los campamentos de campaña artiguistas. En sus misivas al príncipe regente y al encargado de negocios de España en Río de Janeiro, Otorgués presenta a sus diputados, rinde fidelidad y sumisión a Fernando VII y destaca que su enemigo –tanto como del rey– es el foco revolucionario en Buenos Aires:
El genio de la discordia con que el gobierno de Buenos Aires alarmó a los funcionarios de la justicia, honor y tranquilidad de los Pueblos, cubrió de amargura esta provincia oriental, hasta colocarla en el extremo de empujar las armas para sustentar su decoro. La cautividad del Monarca a quien pertenecen estos dominios era un torrente que en su tránsito no dejaba sino los vestigios del desorden. […] Pero todo desapareció a la presencia de la halagüeña noticia del regreso del señor D. Fernando VII a su trono. Vasallos de este Rey cuyas desgracias fenecieron diputamos cerca de su Alteza Real el Señor Príncipe regente de Portugal y del Excelentísimo Sr. Embajador de S. M. B. [Su Majestad Británica] en la Corte de Brasil personas cuya investidura y carácter nos presagian del buen éxito de su comisión.[91]
En todas sus comunicaciones, Otorgués afirma estar autorizado por Artigas para llevar adelante la misión. Acerca de la Provincia Oriental, asegura que “es consiguiente la devolución de esta alhaja a su legítimo dueño” y continúa: “Yo, autorizado por mi General José Artigas, como su segundo en el mando de este Ejército Oriental, Jefe en su Vanguardia[,] he nombrado con esta fecha por mis Diputados […] para manifestar las angustias de esta Provincia como parte de la corona española, a una Nación generosa cual es la portuguesa, estrechamente aliada con aquella”.[92] Para dar pruebas de su obediencia y fidelidad al monarca, confirma la sospecha del gobierno porteño de haber auxiliado al capitán de navío realista que con su escuadra defendía Montevideo contra el ejército sitiador porteño poco antes de la caída de la plaza. Otorgués solicita se le conceda refugio a sus tropas –perseguidas por el ejército de Buenos Aires– en la frontera sur de Brasil.[93] En concreto, pide ser socorrido con tropas, armas y municiones portuguesas para combatir a las fuerzas del Directorio. Pocos días después, el gobernador de Río Grande lo habilita a ingresar con sus soldados y seguidores en territorio luso, en vista “de que el General Artigas se declaraba del partido del Rey”.[94]
Desde su cuartel general, Artigas le anuncia al capitán general de Porto Alegre la partida a Río Grande de una misión a cargo de su colaborador y secretario Miguel Barreiro para “formalizar la paz y la unión”.[95] Busca obtener pertrechos de guerra para enfrentar a los porteños y a cambio promete una amistosa convivencia pacífica entre ambas regiones. En carta a Barreiro, comenta que ya “suena el eco” de la retirada porteña y que acaba de recibir un oficio de Otorgués con información sobre la llegada de quince mil españoles e ingleses.[96] Los rumores de la expedición que se prepara en España cobran vida propia. A fines de noviembre, el líder oriental le advierte por escrito a su comisionado que Otorgués obra con su consentimiento y que debido a “su coraje y arrogancia no depondrá las armas sin motivo”.[97]
Pero Artigas intenta otras vías de negociación y acude al gobierno de Paraguay para obtener apoyo, explotando las rivalidades que este mantiene con Buenos Aires desde que las tropas de Manuel Belgrano fueron derrotadas. No es la primera vez que lo hace: es una estrategia que el líder oriental ha intentado desde 1811 con la Junta de Gobierno autónoma nacida en Asunción y que el gobierno de las Provincias Unidas también exploró sin éxito. En octubre de 1814 es nombrado dictador de la República de Paraguay Gaspar Rodríguez de Francia, quien no tiene el menor interés en entrar en el conflicto. En una extensa misiva a Artigas fechada en diciembre deja sentada su posición: permanecer al margen, neutral y vigilante respecto de las fuerzas en pugna del bloque revolucionario. Así, el doctor Francia sostiene la decisión, tomada un año antes, de no aceptar la invitación a participar en la Asamblea Constituyente de Buenos Aires y no prestar oídos a quienes en su territorio impulsan las propuestas artiguistas de conformar una alianza confederal con las provincias del litoral.[98]
A mediados de noviembre, el encargado de negocios de España en Brasil informa al duque de San Carlos –sin saber que ya lo ha reemplazado en el cargo Pedro Cevallos– que su legación ha recibido una misiva en que Otorgués pide asistencia, explicita que ha enarbolado la bandera española y “dice reconocer a nuestro rey”. Le anuncia también que, por intermedio de lord Strangford, tuvo noticia de la próxima misión del gobierno de Buenos Aires a Madrid con escala en Río de Janeiro. A modo de conclusión, opina “qué gran partido pudiera sacarse ahora si llegase la expedición”.[99] Villalba especula con la división del bloque revolucionario y da por sentado que la empresa militar que se prepara en la Península arribará pronto al Río de la Plata; en ese contexto, cree conveniente auxiliar a Artigas para que no sea derrotado por Buenos Aires.[100] Su estrategia cobra mayor fuerza cuando se entera de que el gobierno portugués les negó a los artiguistas las fuerzas solicitadas, bajo el argumento de que con esa ayuda quebraría el armisticio firmado en 1812 con Buenos Aires, y le anuncia a su gobierno que prevendrá a Otorgués para que “en ciertos puntos tenga dos mil o tres mil caballos, y una porción de ganado para que todo pueda servir para la expedición de tropas luego que desembarque en estas provincias del Río de la Plata”.[101]
En el transcurso de estas tratativas, Portugal despliega una estrategia silenciosa que nadie acierta a descifrar. Strangford sabe que se han enviado tropas de Río Grande a la frontera, con el justificativo de tomar medidas de precaución, y anuncia a su gabinete que seguirá sus instrucciones de hacer “todo lo posible para evitar que este gobierno renueve sus mal pensadas tentativas de intervenir en los asuntos de los hispanoamericanos”.[102] El embajador británico amenaza al ministro Aguiar y le advierte que, ante cualquier provocación de Río de Janeiro a Buenos Aires que suscite una declaración de guerra, “la Corte de Londres se vería eximida del tratado de alianza” que la une a los Braganza.[103] Strangford sospecha que el gabinete portugués pueda incitar el inicio de hostilidades con el objeto de “proporcionar pretextos a su soberano para diferir su retorno” a la metrópoli.[104] La sospecha de Strangford está en línea con la incógnita que albergan todos los representantes diplomáticos: cuáles son las intenciones del príncipe regente sobre el futuro inmediato de su monarquía. Luego de la derrota de Bonaparte, los Braganza ya no tienen excusas para demorar su regreso al Viejo Mundo. Los portugueses que han quedado en la estrecha franja territorial europea del imperio anhelan recuperar su anterior estatus de centro metropolitano, propósito que apoya –y sobre el cual presiona– la diplomacia británica. Pero João de Braganza no da señales de querer abandonar su sede tropical, al menos por el momento. No solo eso: aunque temeroso ante los avances de los revolucionarios, se muestra fortalecido y no se siente obligado hacia ninguno de los contendientes.
Al finalizar 1814, las intrigas de los agentes apostados en los diversos escenarios transatlánticos expresan diferentes opciones. Intrigas que, en esta trama, asumen su doble significado: el atinente a una acción o plan concertado para obtener beneficios o generar perjuicios a un contrincante, y el alusivo al particular interés y misterio que algún fenómeno despierta e incita a descubrir sus derivas. Los actores están a la espera de las decisiones que van a tomar los protagonistas de la contienda. ¿España y Portugal llegarán a un acuerdo en sus tratativas para una coalición militar en América? ¿Inglaterra decidirá participar o buscará imponer su rol de juez y árbitro? ¿Artiguistas y porteños superarán sus diferencias para defender la gesta revolucionaria contra la amenaza de la gran expedición?
[29] Charles-Maurice de Talleyrand a Napoleón Bonaparte, 31/5/1814, cit. en Miguel Artola, La España de Fernando VII, Madrid, Espasa, 2008, p. 102.
[30] Los acontecimientos narrados en este apartado fueron reconstruidos por innumerables obras historiográficas. Para tener una versión reciente sobre el momento y el reinado de Fernando VII, véase Emilio La Parra López, Fernando VII. Un rey deseado y detestado, Barcelona, Tusquets, 2018.
[31] Véase un análisis detallado de las reacciones en el camino de regreso a Madrid de Fernando VII en Pedro Rújula, “Una monarchia populista? Potere assoluto e ricorso al popolo nella restaurazione spagnola di Ferdinando VII”, Memoria e ricerca. Rivista di Storia Contemporanea, nº 62, 2019, pp. 421-436.
[32] Los términos “insurgencia” e “insurgentes”, como sinónimo de sublevación contra la autoridad, son utilizados aquí, y en las siguientes páginas, en los casos referidos por los sectores contrarrevolucionarios.
[33] Archivo General de Indias, Sevilla (en adelante, AGI), Buenos Aires, 318.
[34] Las expresiones “Costa Firme” y “Tierra Firme” (utilizadas indistintamente en la documentación) designaban la realidad geográfica que abarcaba la Capitanía General de Venezuela y el Nuevo Reino de Granada.
[35] AGI, Caracas 28, nº 2.
[36] Véase Miguel Ángel de Marco, José María de Salazar y la Marina contrarrevolucionaria en el Plata, Buenos Aires, Armada Argentina, 2000.
[37] Gonzalo Butrón Prida, “Redefinir rey y soberanía. El retorno de Fernando VII y la agonía del liberalismo”, Pasado y Memoria Revista de Historia Contemporánea, nº 13, 2014, p. 65.
[38] Véase el dosier coordinado por Pedro Rújula, “Recomponer el mundo”, cit.
[39] Emilio La Parra López, “La Restauración de Fernando VII en 1814”, Historia Constitucional, nº 15, 2014, pp. 205-222.
[40] Véase al respecto Miguel Artola, La España, ob. cit.
[41] Pedro Rújula, “El mito contrarrevolucionario de la ‘Restauración’”, Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, nº 13, 2014, p. 81.
[42] Véanse Roberto Breña, El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América, 1808-1824, México, El Colegio de México, 2006; Juan Friede, La otra verdad. La independencia americana vista por los españoles, Bogotá, Tercer Mundo, 1972; Timothy E. Anna, España y la independencia de América, México, FCE, 1986.
[43] Véase Eduardo Martiré, Fernando VII y la América revolucionaria (1814-1833). “Extranjeros en su tierra”, Córdoba, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales UNC, 2015, pp. 96-99.
[44] Juan Marchena, “¿Obedientes al rey y desleales a sus ideas? Los liberales españoles ante la ‘reconquista’ de América durante el primer absolutismo de Fernando VII, 1814-1820”, en Juan Marchena y Manuel Chust (eds.), Por la fuerza de las armas. Ejército e independencias en Iberoamérica, Universidad Jaume I, Castellón, 2008; del mismo autor, “El juego de los tronos, 1815. Morillo y la deseada guerra del rey”, en Rodrigo García Estrada y Juan Felipe Córdoba-Restrepo (eds.), 1816: El terror y la sangre sublime, Bogotá, Universidad del Rosario, 2016, pp. 33-55.
[45] Michael Costeloe, La respuesta a la Independencia. La España imperial y las revoluciones hispanoamericanas, 1810-1840, México, FCE, 1989, p. 88.
[46] Edmundo Heredia, Planes españoles para reconquistar Hispanoamérica (1810-1818), Buenos Aires, Eudeba, 1974; del mismo autor, “El destino de la expedición de Morillo”, Anuario de Estudios Americanos de Sevilla, nº 29, 1972, pp. 315-342.
[47] Edmundo Heredia, Planes, ob. cit., p. 154.
[48] “Instrucciones”, AGI, Estado, 64.
[49] La hipótesis de la prolongada impostura es generalizada, incluso en obras recientes como la de Gonzalo Quintero Saravia, Soldado de tierra y mar. Pablo Morillo, el pacificador, Madrid, EDAF, 2017.
[50] Edmundo Heredia, Planes, ob. cit., p. 151.
[51] Ibíd., pp. 161-163.
[52] J. L. de Sousa a Aguiar, Madrid, 17/8/1814, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Itamaraty (en adelante AMRE), Legação em Madrid (1814-1819), Oficio nº 3, rollo 81.
[53] J. L. de Sousa a Aguiar, Madrid, 28/9/1814, AMRE, Legação, cit., Oficio nº 8, rollo 81.
[54] J. L. de Sousa a Aguiar, Madrid, 12/10/1814, ibíd., Oficio nº 9, rollo 81.
[55] Luis Alfonso Limpo Píriz, “Proyección americana de la Guerra de las Naranjas y Tratado de Badajoz”, Revista de Estudios Extremeños, vol. 57, nº 3, 2001, pp. 919-962; André Fugier, La Guerra de las Naranjas (Luciano Bonaparte en Badajoz), Badajoz, Departamento Publicaciones Diputación de Badajoz, 2007.
[56] F. J. de Elío al ministro de Estado de España, Montevideo, 28/6/1811, AGI, Estado 80, nº 118.
[57] J. L. de Sousa a Aguiar, Madrid, 10/12/1814, AMRE, Legação, cit., Oficio nº 13, rollo 81.
[58] J. L. de Sousa a Aguiar, Madrid, 28/12/1814, ibíd., Oficio nº 15, rollo 81.
[59] Fernando VII a Carlota Joaquina, Madrid, 28/8/1814, 26/9/1814 y 27/11/1814, Arquivo da Casa Imperial do Brasil, Petrópolis (en adelante, ACI), I-POB-19.4814-F VII.E.c 1-5.
[60] Casa Irujo a Carlota Joaquina, Madrid, 26/12/1814, ACI, I-POB-26.12.814-Yu.c.
[61] P. Cevallos a A. Villalba, Madrid, 22/11/1814, Archivo Histórico Nacional, Madrid (en adelante, AHN), Estado, nº 5842.
[62] Leopoldina de Habsburgo a María Luisa de Habsburgo, Viena, 28/10/1814, en Maria de Lourdes Viana Lyra, Rainhas de Portugal no Novo Mundo, Lisboa, Círculo de Leitores, p. 168.
[63] Marqués de Villa-Urrutia, España en el Congreso de Viena según la correspondencia oficial de D. Pedro Gómez Labrador, Madrid, Francisco Beltrán, 1907, p. 89.
[64] Véase Ulrike Schmieder, “Spain and Spanish America in the System of the Holy Alliance. The Importance of Interconnected Historical Events on the Congresses of the Holy Alliance”, Review (Fernand Braudel Center), vol. 38, nº 1-2, 2015, pp. 147-169.
[65] Parte de la documentación sobre las gestiones de Palmela en esos años se encuentra en el Arquivo Nacional Torre do Tombo, Lisboa (en adelante, ANTT), CPLM Fondo Casa Palmela 1286/1989.
[66] C. de Palmela, A. de Saldanha da Gama y J. Lobo a J. L. de Sousa, Viena, 30/10/1814, AMRE, Legação, cit., Anexo de Ofício nº 16, rollo 81.
[67] C. de Palmela, A. de Saldanha da Gama y J. Lobo a Aguiar, Viena, 24/11/1814, Archivo Artigas, Montevideo (en adelante, AA), t. XXX, pp. 1-5.
[68] Íd.
[69] J. L. de Sousa a Aguiar, Madrid, 28/9/1814, AMRE, Legação, cit., Oficio nº 8, rollo 81.
[70] Sobre la actitud de la diplomacia británica hacia los proyectos que tuvieron a la infanta Carlota Joaquina como candidata a suplir la vacancia real producida en España entre 1808 y 1814, véase Marcela Ternavasio, Candidata, ob. cit.
[71] Véanse Kirsten Schultz, Versalhes Tropical. Império, monarquia e a Corte real portuguesa no Rio de Janeiro, 1808-1821, trad. port., Río de Janeiro, Civilização Brasileira, 2008; Antonio Manuel Hespanha, La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1993; Jurandir Malerba, A Corte no Exílio. Civilização e poder no Brasil às vésperas da independência (1808-1821), San Pablo, Companhia das Letras, 2000.
[72] Véase Lilia Moritz Schwarcz, “Cultura”, en Alberto da Costa e Silva (coord.), Crise colonial e independência, 1808-1830, vol. 1 de História do Brasil Nação bajo la dirección de L. Schwartz, Madrid-Río de Janeiro, Mapfre - Objetiva, 2011, pp. 205-248.
[73] Véase Ricardo Piccirilli, Argentinos en Río de Janeiro. Diplomacia, monarquía, independencia, Buenos Aires, Pleamar, 1969.
[74] Sobre la frontera luso-hispana en América meridional pueden consultarse: Emir Reitano, La inmigración antes de la inmigración. Los portugueses de Buenos Aires en vísperas de la Revolución de Mayo, Mar del Plata, EUDEM, 2010; Marcela Tejerina, Luso-brasileños en el Buenos Aires virreinal. Trabajo, negocios e intereses en la plaza naviera y comercial, Bahía Blanca, Universidad Nacional del Sur, 2004; de la misma autora, “Dispersos, emigrados y errantes… La expulsión territorial en la década revolucionaria”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, nº 48, 2018, pp. 13-47.
[75] Strangford a Castlereagh, Río de Janeiro, 18/12/1813, Foreign Office (en adelante, FO) 63/148 nº 150, reprod. en Charles Webster, Gran Bretaña y la independencia de la América Latina 1812-1830. Documentos escogidos de los archivos del Foreign Office, t. 1, Buenos Aires, Kraft, 1944, pp. 122-123.
[76] Véanse Ana Frega, Pueblos y soberanía en la revolución artiguista. La región de Santo Domingo Soriano desde fines de la colonia a la ocupación portuguesa, Montevideo, De la Banda Oriental, 2007; Ana Frega y Pablo Ferreira, “Leales españoles, orientales y porteños en Montevideo”, en Scarlett O’Phelan (ed.), 1814: La junta de gobierno del Cuzco y el sur andino, Lima, IFEA-PUCP-Fundación Bustamante de la Fuente, 2016, pp. 539-566.
[77] Sobre el papel del realismo en Montevideo, la obra más importante es Ana Ribeiro, Los muy fieles. Leales a la Corona en el proceso revolucionario rioplatense Montevideo/Asunción 1810-1820, t. 2, Montevideo, Planeta, 2013.
[78] J. G. Artigas a F. Otorgués, Belén, 25/4/1814, AA, t. XVIII, p. 377.
[79] “Actas del Cabildo de Montevideo”, 28/1/1814, p. 271. Sobre esta fracción de los realistas, véase Pablo Ferreira, “La guerra de independencia española, los ‘empecinados’ y el Montevideo leal, 1808-1814”, Pasado Abierto. Revista del CEHis, nº 4, 2016, pp. 41-60.
[80] Strangford a Castlereagh, Río de Janeiro, 21/5/1814, en Gregorio Rodríguez, Contribución histórica y documental, t. 1, Buenos Aires, Peuser, 1922, pp. 23-25.
[81] G. Posadas a Strangford, Buenos Aires, 27/5/1814, ibíd., p. 56.
[82] G. Vigodet a G. Posadas, Montevideo, 12/4/1814, ibíd., pp. 45-46.
[83] Véase Raúl Fradkin, “La revolución en los pueblos del litoral rioplatense”, Estudos Ibero-Americanos, vol. 36, nº 2, 2010, pp. 242-265.
[84] G. Posadas a J. de San Martín, Buenos Aires, 18/7/1814, en José Luis Busaniche, San Martín visto por sus contemporáneos, Buenos Aires, Hachette, 1995, p. 51.
[85] Véase Beatriz Bragoni, San Martín. Una biografía política del libertador, Buenos Aires, Edhasa, 2019.
[86] A. Villalba a Strangford, Río de Janeiro, 16/7/1814, en Gregorio Rodríguez, Contribución, ob. cit., pp. 75-76.
[87] Strangford a G. Posadas, Río de Janeiro, 15/7/1814, ibíd., pp. 66-68.
[88] G. Posadas a Strangford, Buenos Aires, 12/9/1814, ibíd., pp. 92-94.
[89] “Instrucciones”, Buenos Aires, 9/12/1814, cit. en Mario Belgrano, “La política externa con los estados de Europa (1813-1816)”, en Ricardo Levene (dir.), Historia de la nación argentina, vol. VI, sección 2ª, Buenos Aires, Academia Nacional de Historia, 1944, p. 582.
[90] Ibíd., pp. 582-584.
[91] F. Otorgués a A. Villalba, Campo Volante sobre Casupá, 13/9/1814, AA, t. XVIII, p. 175.
[92] F. Otorgués al gobernador de Río Grande, Campo Volante sobre Casupá, 13/9/1814, ibíd., p. 177.
[93] “Instrucciones impartidas por F. Otorgués a J. B. Redruello y J. M. Caravaca”, Campo Volante sobre Casupá, 13/9/1814, ibíd., p. 178.
[94] “Informaciones recibidas por M. Marqués de Sousa”, Bagué, 24/10/1814, ibíd., p. 110.
[95] J. G. Artigas al Capitán General de Porto Alegre, Cuartel General, 9/10/1814, ibíd., p. 156; J. G. Artigas a D. de Sousa, Cuartel general en Arerunguá, 4/11/1814, ibíd., p. 160.
[96] J. G. Artigas a M. Barreiro, Arerunguá, 4/11/1814, ibíd., pp. 160-161.
[97] J. G. Artigas a M. Barreiro, Cuartel General, 23/11/1814, ibíd., p. 162.
[98] Sobre las relaciones entre Artigas, Paraguay y Buenos Aires, véase Ana Ribeiro, El caudillo y el dictador, Montevideo, Planeta, 2003.
[99] A. Villalba al duque de San Carlos, Río de Janeiro, 11/11/1814, AA, t. XVIII, p. 190.
[100] A. Villalba al duque de San Carlos, Río de Janeiro, 29/11/1814, ibíd., p. 197.
[101] A. Villalba al duque de San Carlos, Río de Janeiro, 27/11/1814 y 31/12/1814, ibíd., pp. 192-193 y p. 205.
[102] Strangford a Castlereagh, Río de Janeiro, 9/7/1814, reprod. en Gregorio Rodríguez, Contribución, ob. cit., p. 64.
[103] Strangford a Aguiar, Río de Janeiro, 23/7/1814, AA, t. XVIII, p. 134.
[104] Strangford a Castlereagh, Río de Janeiro, 20/11/1814, ibíd., p. x.