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ОглавлениеLOS HERMANOS DE LA COSTA
Comenzó a llover poco antes de que Conrad llegara a la zona del balseo para cruzar el río. Sorpresivamente, una bandada de loros surgió de la espesura del bosque. Él lo atribuyó a la presencia de merodeadores y se llevó casi por instinto la mano a su revólver. Decidió bajar de su cabalgadura y caminó guareciéndose en el cuerpo del animal; luego lo amarró en un renoval de luma, sacó el Winchester de su funda, además del arco y el carcaj con sus flechas, y se internó en el bosque. Con el arco despejó la hojarasca echándola a un lado y hacia otro, de modo de pisar un suelo silencioso que no lo delatara. Se echó junto a un coihue caído y se tapó con las hojas que tapizaban el suelo, sobre todo de canelo. De pronto aparecieron entre los arbustos tres hombres armados con carabinas Mauser; caminaban zigzagueantemente buscando un sendero para llegar al río. El que iba al último se distanció varios metros de los otros dos que, además, doblaron siguiendo una huella de animales bagüales. Ocasión que aprovechó Conrad para asestarle al último del grupo una certera flecha en el cuello, situación de la que se percataron sus compañeros varios minutos después. Cuando volvieron por él, Conrad atrincherado tras el coihue caído los neutralizó con dos disparos precisos de su Colt. Sin duda venían por el que se les había escapado de la carnicería en la hostería caminera.
Hizo el último tramo hasta la desembocadura del río Las Perdices montado en su cabalgadura, la que fue subida sobre una balsa conducida río abajo por un balsero avezado que lo observaba con curiosidad y respeto, a sabiendas de su linaje. Conrad aprovechó ese trayecto para cotejar el momento en que se encontraba la misión que debía llevar a cabo. Tenía conciencia de que iba navegando sobre una gran metáfora que solía aparecer en sus sueños. Por otra parte, siempre que estaba bajo la influencia fluvial, ya sea en su orilla o en una embarcación sentía ganas de pescar; sin duda eran los resabios de su infancia y adolescencia que se alejaban, pero que no dejaban de tener lugar en su memoria. Ahora la conciencia adulta lo hacía ver la vida con los ojos de la dificultad. De pronto, la brisa húmeda le trajo un cierto aroma ahumado que entró por sus narices. Y vio algunas columnas de humo que se confundían con el cielo ennegrecido por las nubes. Estaba en el poblado que servía de emplazamiento a los Hermanos de la Costa, y en el embarcadero estaba la ñaña Heriberta con parte del consejo. Hubo abrazos y palabras protocolares, y algunos obsequios.
–Joven guerrero, los Hermanos de la Costa te reciben. Debes sacarte ese viaje agobiador. Eres, sin duda del linaje de tu abuelo, el cazador de pumas–. Todas estas fórmulas retóricas reproducían una matriz arcaica de jerarquías parentales, las que también eran asumidas como objeto de la ficción.
Luego de estas simples palabras que le dirigiera la ñaña Heriberta, Conrad fue conducido a la ruca de la higiene de los viajeros, como correspondía al código de las bienvenidas. Allí fue atendido por la nieta de la ñaña, la bella Úrsula. La ruca tenía un fogón central y muchas yerbas que colgaban del techo, y vasijas que contenían aceites finos de granos y barros de limpieza, además de una tina hecha de alerce que parecía una gran canoa cónica. El guerrero fue depositado en esa agua temperada y lavado como un infante por manos firmes y suaves. El aroma mentolado de las yerbas inundaron el ambiente, Conrad ingresó a un sopor que lo conectó con los sueños ancestrales. Se le aparecieron imágenes de sus textos de iniciación, como aquel poema del poeta de los cánones de las Montañas Húmedas, La educación del cacique, que ha debido seguir literalmente como parte de su aprendizaje. Todo esto a pesar del contraste de los rigores padecidos por el héroe en cuestión: “...Su juventud fue viento dirigido./ Se preparó como una larga lanza./ Acostumbró los pies en las cascadas./ Educó la cabeza en las cascadas./ Ejecutó las pruebas del guanaco./ Vivió en las madrigueras de la nieve...”. Pero en esta ocasión era otro el verso a declamar, muy necesario, como le comentara la misma Úrsula, atenta a la otra parte de su formación, y que tenía que ver con ciertas ceremonias de placer corporal.
Ella lo secó con una sábana de lino y lo recostó sobre mantas de fina lana y pieles bien escarmenadas. Y allí lo apaciguó hasta la indefensión y lo hizo sentir la prueba máxima de la especie del hombre creador, y él se hizo tiernamente vulnerable y deseoso en ese trance de sumisión y de barbarie. Durmió lo necesario y al despertar bebió sidra de manzana y comió tortilla al rescoldo. Se sentía repuesto y renovado. Úrsula lo vistió con ropas de paisano y así se presentó ante el Consejo.
La ñaña Heriberta dirigió el Consejo de Notables, rodeada de sus colaboradores más cercanos. En él se hizo un análisis de la situación, y le hablaron de la importancia que tenía la rebelión que se preparaba y los cambios que la masacre de la hostería produjo en los preparativos. A pesar de la eliminación de personeros de la alta jerarquía del Monroe territorial, la rebelión debía seguir, imbuida de un espíritu de futuro, que es una concepción muy propia de los Hermanos de la Costa: le dan al futuro la misma presencia que al pasado. Todo esto a pesar de lo debilitado que podría parecer el Monroe rebelde. Más aún, paradójicamente, la ñaña Heriberta pensaba que había que insistir con los preparativos, porque el enemigo de Ciudad Caníbal creía que este golpe había sido mortal, lo que le daba confianza, ya que no esperaban que los territorios rurales siguieran con los preparativos insurreccionales. El proyecto de unificación territorial debía ser combatido y resistido, y el trabajo de Conrad consistía en restituir las vías cortadas por el enemigo.
Este itinerario conspirativo había sido preparado con antelación por los Hermanos de la Costa junto a la gente de los Canales, que venían trabajando hacía rato el alzamiento, mucho antes que los de la Frontera y los de Pampa Seca, en que la autonomía territorial era el gran objetivo.
Conrad era señalado como un escogido porque cierto azar, pasado por los laberintos del destino, concentró en él todos los linajes del Monroe rural o territorial. Todo esto adquirió la forma de un misterio que fue guardado en algunos relatos fundacionales y en crónicas ancestrales que aludían a una parentela combatiente y luchadora que se desplazó por toda la zona acotada. Y los venerables tuvieron que realizar un agudo trabajo de archivo para su elección. Eso se le comunicó en el consejo.
También le aclararon con mucho detalle que había algunos aliados al interior de la Ciudad Caníbal. Que eran pocos, pero significativos y que ellos tomarían contacto con él cuando bajara del desierto por la cordillera altiplánica, si todo funcionaba según lo planificado.
La ñaña Heriberta le insistió que su linaje lo ponía en esa situación de guerrero jefe o lonco y que debía responder a esa responsabilidad siendo fiel a sí mismo y a los suyos. También le informaron del Carnero, un oficial de alto rango del ejército de Ciudad Caníbal que había adquirido notoriedad por su afán represivo y que al parecer gozaba, desde hacía poco de la hegemonía político-militar en Monroe. Este se había convertido en un objetivo político de primer orden en el proceso de despejar obstáculos.
–Te ha estado buscando sin que tú los sepas, porque eres una amenaza para él. La táctica tuya será la contraria, no le huirás, no pondrás tus huellas delante de él y de sus esbirros, tú irás por él. Ellos vendrán a buscarte, pero tú irás para allá, a su zona íntima, les darás la vuelta. Puede que se topen en el camino. Ahí debes demostrar tu astucia guerrera –le dijeron en el consejo–, o combates, dependiendo de las condiciones, o eludes la lucha directa. Has sido preparado para que hagas un correcto análisis de las situaciones de conflicto que se te presenten. Deberás mirar el terreno, el clima, la posición y los movimientos del enemigo; nada que tú no sepas, pero la calidad de la toma de decisiones depende de tu criterio –le insistieron.
Otro aspecto que Conrad debía evaluar era el organigrama del poder de Ciudad Caníbal, el que nunca había sido transparentado para el resto de los ciudadanos de Monroe; lo que sí quedaba claro era su opacidad. Habían estructuras visibles, como algunas oficinas públicas, pero lo más fundamental y descollante era el sistema policial y militar, el que sí era muy visible. La presencia pública del Carnero parecía una estrategia nueva de exhibición de los poderosos, quizás no buscada por la estructura tradicional del gobierno local, siempre secretista, pero que comenzaba a imponerse.
La ñaña Heriberta conoció al abuelo y al padre de Conrad, ellos habían cazado y pescado en esa zona, y combatido en las campañas de resistencia al proceso expansivo en el periodo anterior, cuando Monroe recién comenzaba a delimitarse y su territorio quedaba encajonado en el lado de acá de la cordillera, empujado estratégicamente hacia un extenso borde costero. Los vínculos entre los Hermanos de la Costa y los de La Frontera eran históricos y han permanecido firmes. Ambas comunidades confiaban mucho en Conrad, héroe y líder que estaban recién construyendo en sus conciencias, y no le ocultaban los peligros y las altas posibilidades de fracaso de la empresa emancipadora, los que incluían su propio exterminio. Lo concreto era que el enemigo les llevaba ventaja, cuestión de la que Conrad tenía plena conciencia. Siempre debía estar evaluando ventajas y desventajas, tanto del movimiento propio como del ente persecutor; certezas que la ñaña y el consejo no se cansaron de repetirle hasta el agobio.
NOTA
Irrumpe la navegación como matriz simbólica del relato. La ocupación poética del borde territorial costero. Entregados como viajeros a la artimaña silvestre del recorrido salvaje. La épica liberadora supone, como dice el canon, la vuelta a casa como misión suprema. En la morada original una madre espera.
* * *
N le relata a Otro, cercano, historias de héroes y luchadores grecorromanos que ha visto en películas italianas de los 60 que están programando en la tele. Algunos de ellos salidos del sitio de Troya. El Otro, profesoral, le habla de la cólera del pélida Aquiles que, enojado porque no está de acuerdo con la repartición de un botín, decide no entrar en batalla, es decir, opta por hacer política, se hace de rogar, aunque más tarde reacciona motivado por la venganza. Esta actitud del héroe tiene un correlato en la política moderna. Mucho político joven, con pretensiones épicas (o histéricas), ha sentido que los viejos de su partido no lo han tomado en cuenta en la repartición del poder. Eso intenta explicarle, prosaicamente, tratando de imponer su lectura del modelo clásico.
N no le da crédito a esa interpretación. El Otro, a nivel de proyecto particular, le comenta que ha intentado convertirse en héroe cívico en un perdido pueblo rural sin estatuto de modernidad, tratando de colaborar con obras de adelanto. En su biografía ha criticado a los burócratas que diseñan conflictos y querellas siguiendo las órdenes de un jefe maldito, uno con ansiedades personales y sin sueños colectivos. Hay ocasiones en que ese jefe circunstancial se transforma en mito guerrero, solo porque una cierta trama siniestra así lo quiso.
N, en cambio, insiste en apelar a la galería clásica, porque ahí está el paradigma heroico que le interesa, porque él quiere contar una historia heroica que su conciencia narrativa le dicta. El Otro entiende que su paternidad es lejana y la distancia geográfica por la que optó corresponde a la del sujeto que huye de la familia por degradación épica, al eludir la responsabilidad de un ejercicio que tiene el aroma de la tragedia o de la patología.
N dio el salto a ese vacío recurrente y pleno de arbitrios de la incertidumbre, y Monroe fue una mediación salvífica de su vulnerabilidad. Esa locación no es tan improbable que no pueda ubicarse en una geografía verosímil. La encontraremos aquí o allá, en la tierra fértil de las probabilidades.
N jamás calculó las consecuencias de la experiencia de lo impensable. Su tema insalvable era la vida cotidiana que debía ser todo lo ritual que se pudiera, en donde descollaba su amor por la demora extrema de los pequeños actos.
N recupera con el Otro el Monroe insular y anotan lo que recuerdan en una libretita Moleskine. La aventura de un héroe conjetural que debía recorrer un territorio improbable.