Читать книгу Persuasión - Маргарет Майо - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеUN MES después, Celena comenzó a trabajar para Luse. Durante la primera semana y media, no vio a Luciano, lo que la alivió mucho, a pesar de que su nombre andaba en boca de todos. Luciano eso, Luciano eso, Luciano quiere, a Luciano le gustaría… ¡Y Luciano lo conseguía todo!
Celena estaba también algo perpleja por cómo había conseguido aquel trabajo. Nadie se había marchado de la empresa. En realidad, no había vacante alguna. Aparentemente, aquel puesto no existía antes, por lo que todo el mundo andaba tan desconcertado como ella misma. También había llegado un segundo ramo de rosas blancas. Aquella vez, simplemente decía Gracias.
Entonces, llegó la llamada para que acudiera al despacho del gran hombre. Cuando Celena llegó al final del pasillo que conducía allí, notó que el corazón le latía con fuerza, algo que le molestó mucho. Al llegar a la puerta se detuvo un momento para recobrar de nuevo el equilibrio. Estaba respirando profundamente cuando la puerta se abrió de repente.
—¿Qué está haciendo, señorita Coulsden? —preguntó Luciano Segurini, muy divertido—. ¿Armándose de valor para afrontar al león en su guarida?
—Naturalmente —dijo ella. Sabía que era tan evidente lo que estaba haciendo que se ahorró la vergüenza de inventar una excusa—. Se le tiene en mucha estima, señor Segurini. Una llamada para acudir a su santuario no debe tratarse a la ligera. ¿Qué es lo que desea? ¿Me va a despedir o me ha concedido un aumento?
—Muy pocos de mis empleados se atreverían a hablarme de ese modo —replicó él, mientras le hacía pasar.
—¿De verdad? ¿Es que acaso no me dijo, justo después de que yo aceptara este trabajo, que todos son aquí una gran familia? ¿Que, por así decirlo, no había distinción entre clases? Si ese es el caso, no veo razón alguna por la que yo no pueda decir lo que quiero —le espetó ella. Aquel hombre había ido tan lejos para contratarla que no tenía miedo de que la despidiera.
—No importa —comentó él, haciéndole un gesto para que se sentara—. ¿Tienes planes inmediatos, Celena? —añadió. Ella frunció el ceño, sin comprender del todo—. Quiero decir, personales. Vacaciones… ese tipo de cosas.
—No —respondió ella, aliviada de que su jefe le estuviera hablando en un tono tan profesional, aunque tuteándola de nuevo.
—Bien, porque quiero que me acompañes a Sicilia.
—¿Sicilia?
—Sí, a mi país.
—¿Y por qué quiere que lo acompañe? —preguntó ella, algo alarmada.
—Simplemente por negocios, por supuesto. Tengo un volumen bastante grande de publicidad allí.
—¿Por qué me necesita?
—¿Es que no es evidente? —preguntó él, agriamente—. Estás doblemente cualificada. Ahorraré tiempo y dinero si creas tus ideas allí mismo.
—¿Es esto lo que tenía en mente desde el principio? —quiso saber ella, muy a la defensiva. Él asintió con la cabeza—. Entonces, ¿por qué no me lo dijo?
—¿Hubieras accedido a trabajar conmigo sabiendo que iba a llevarte rápidamente al extranjero?
—Tal vez no. Por otra parte, podría haberlo considerado como una oportunidad emocionante.
—Entonces, ¿te alegras de poder acompañarme?
—Mientras sea estrictamente por negocios…
—Tienes mi palabra.
—¿Cuánto tiempo estaremos fuera?
—Uno o dos días… lo suficiente para atar todos los cabos.
El vuelo duró dos horas y media. Se registraron en un hotel de Palermo. Durante la cena, Luciano la sorprendió hablándole de su infancia.
—Aquí, las familias son como una piña, como probablemente sabes. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años, por lo que me criaron mis abuelos maternos, con un fuerte grado de interferencia de mi bisabuela. Aunque mi padre y mis abuelos han muerto ya, mi bisnonna sigue viva todavía, Dios la bendiga. Cumplirá noventa y tres este año.
Parecía hablar con mucho afecto de ella. Celena se sintió algo envidiosa por un momento, ya que sus abuelos habían muerto cuando era muy niña, incluso antes de que Davina naciera.
—Fui a Oxford para terminar mis estudios —añadió—, y me gustó tanto tu país que lo convertí en mi hogar. Naturalmente, todavía regreso aquí varias veces al año. Si no, mi familia no me lo perdonaría.
—¿Tiene hermanos?
—Tengo dos hermanos y una hermana. Gabriella… Ella es la más joven. Paolo es el mediano y luego está Filippo. Los conocerás mañana.
—¿Es que vamos a visitar a su familia?
—Claro. No podría venir a Sicilia sin visitar a mi familia.
—Me dijo que era puramente un viaje de negocios.
—¿Y qué hay de malo en combinar los negocios con el placer? Tómatelo como una bonificación, Celena.
—¿Están casados sus hermanos y hermana?
—Todos.
—Entonces, ¿por qué no lo está usted? —preguntó ella, dándose cuenta enseguida, por el gesto de él, de que se había excedido—. Lo siento, olvídese de lo que le he preguntado. Esta salsa boloñesa está deliciosa.
—Así debería ser —dijo él, más relajado—, pero espera a probar la que nosotros preparamos. Es una receta especial de la familia. Es meravigliosa.
Tenía que haber alguna razón para que no se hubiera casado. Celena se preguntó por qué. Se imaginaba que tenía que tener unos treinta años y le parecía extraño que siguiera soltero. Era de lo más codiciable, así que ¿por qué no le había robado nadie el corazón? Probablemente él era el culpable de eso. Tal vez su trabajo le robaba demasiado tiempo, tal vez había tenido una mala experiencia. Tal vez… Tal vez… Podría haber miles de razones.
Aquella noche, en la cama, al lado de la habitación de Luciano, Celena no pudo dejar de pensar en él. Era el hombre más misterioso que había conocido. Atractivo, rico… Era todo lo que una mujer podría desear.
Le preocupaba que Luciano le hubiera impresionado tanto, que estuviera derribando sus barreras tan fácilmente. Después de descubrir que Andrew estaba viendo a otra mujer a sus espaldas, había pensado que sería siempre inmune a los hombres. Además, la mujer con la que su novio la había engañado era su mejor amiga y por eso, se había jurado que nunca volvería a confiar en nadie. Se había dedicado en cuerpo y alma a su carrera y desde entonces, nadie había conseguido despertar ningún sentimiento en ella hasta el punto de que sus compañeros le habían puesto el apodo de «Mujer de hielo».
El corto vuelo desde Inglaterra en el avión privado de Luciano había sido una experiencia en sí misma. No solo le había impresionado que tuviera su propio avión y que estuviera equipado con todo lujo de detalles, sino que también le había abrumado la fuerte personalidad que él tenía.
Cada vez que se encontraba con él, las sensaciones eran muy fuertes, pero en el reducido espacio del jet, lo habían sido aún más. Le había costado respirar, como si no dispusiera de suficiente aire en la cabina. Él parecía llenar todo el espacio con su presencia. Aunque estaba ocupado trabajando con su ordenador, ella no había podido dejar de observarlo.
En aquel momento, cuando solo una delgada pared de ladrillo los separaba, seguía sintiendo su presencia. Y aquello la turbaba profundamente. Definitivamente, era una fuerza que no podría ignorar.
Falta de sueño, una llamada a muy temprana hora y la intranquilidad que Luciano le provocaba, hizo que Celena se sintiera irritable. Cuando se reunió con él para desayunar, casi no sonrió.
—¿Es que no te encuentras bien? —preguntó él, con un aspecto fresco y vital, vestido con una camisa blanca y pantalones de lino oscuros y con el inevitable aftershave que tanto la atormentaba.
—Tengo dolor de cabeza —mintió ella.
Efectivamente, no podía decirle la verdad. Él llevaba en su vida seis semanas y solo habían contactado en tres ocasiones antes de aquel viaje a Italia. Sin embargo, él parecía haberse adueñado completamente de su mente. Era una locura pero, al menos, estaba cumpliendo su palabra de no insinuársele.
—¿Te duele la cabeza con frecuencia? ¿Sufres de migrañas? —quiso saber él. Celena negó con la cabeza—. Entonces, supongo que es solo por el viaje y el cambio. Tómate un par de aspirinas y te encontrarás mejor enseguida.
—¿Cuáles son los planes para hoy?
Celena se sentía algo incómoda ante la idea de conocer a su familia. Él le había explicado que descendía de una familia siciliana de rancio abolengo, casi aristocrática, con unos puntos de vista muy conservadores sobre las novias y el matrimonio. No daba la sensación de que fuera un donjuán.
—Esta mañana, negocios. Por la tarde, iremos a visitar a mi familia. No te preocupes, Celena. Les encantarás.
Ella frunció el ceño. ¿Encantarles? ¿Por qué les iba a encantar una empleada? Desde el principio, todo aquel asunto le había dado mucho que pensar. La oferta de trabajo inesperada, el generoso sueldo, el viaje a Italia… ¿Acaso había razones reales para preocuparse?
—¿Hay algo que no me haya dicho, señor Segurini?
—Llámame Luciano, por favor.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué debería llamarle Luciano cuando usted es el dueño de la empresa para la que trabajo? Creo que no estaría bien que yo le llamara por su nombre cuando soy solo una recién llegada a su equipo y, especialmente, siendo este un viaje de negocios.
—De negocios y de placer. Es siempre un placer estar con mi familia.
—¿Y es siempre un placer llevarse a una chica?
—No. Nunca he llevado una chica a mi casa.
—¿Es que nunca ha ido en serio con nadie?
—Sí, claro que sí, pero no salió bien. Preferiría no hablar de eso. ¿Has terminado? Quiero empezar cuanto antes.
Celena se dio cuenta de que, sin quererlo, había dado con un punto débil. Aunque sentía curiosidad por conocer algo más, sabía perfectamente que no sería adecuado. Tal vez más adelante, cuando le conociera mejor, descubriría algo más sobre aquella mujer que había dejado una huella tan profunda en él. Evidentemente, ella era la razón por la que no se había casado.
Su cita era con una firma de coches muy conocida y resultó muy emocionante. Celena se sintió honrada de haber podido participar en aquello.
Algo más que tenía en su favor era que hablaba italiano. Sin duda, Luciano había sabido también eso cuando le ofreció aquel puesto. Seguramente, era eso a lo que se refería cuando le había dicho que estaba doblemente cualificada. Aunque el dialecto siciliano era algo diferente, lo entendía perfectamente. Hasta los propios sicilianos se quedaron impresionados con el conocimiento que tenía de su lengua.
Después, almorzaron en un restaurante a las afueras de Palermo y Luciano la elogió profusamente, pero no se detuvieron más de la cuenta. Resultaba evidente que estaba deseando ver a su familia y en particular a su bisabuela. Hablaba de ella sin parar, dejando claro que existía un fuerte vínculo entre ellos.
Luciano dirigió el coche por la autopista que rodeaba la costa. Luego, giraron hacia el sur, hacia el centro de la isla. Las montañas eran altas y el paisaje dramático. La autopista seguía el valle del río Hymera, por la falda de las montañas Madonie y llegaba por fin a la ciudad amurallada de Enna, con su castillo y la leyenda de Deméter y Perséfone.
Finalmente, Luciano se detuvo delante de un viejo palazzo a las afueras de la ciudad. Celena contempló asombrada la magnífica mansión de piedra con sus arcos y pilares. Resultaba evidente que, en el pasado, había sido muy hermosa. En aquellos momentos tenía un aire decadente que, a pesar de todo, le impresionó mucho. Nunca antes había visto nada tan grandioso como aquello.
La puerta se abrió lentamente a media que ellos se acercaban. Una mujer joven, vestida de negro, sonreía tímidamente a Luciano mientras miraba con curiosidad a Celena.
—Buon giorno, Francesca —dijo él—. ¿Está mi bisabuela esperándonos? —añadió, también en italiano.
Francesca asintió, sonriendo abiertamente. Después de presentar a Celena, la condujo hacía una impresionante escalera, que, formando una curva, llevaba hasta el piso superior. Allí, una vidriera dejaba pasar la luz del sol, convirtiéndola en una miríada de colores.
Avanzaron a lo largo de un pasillo, a través de una puerta y luego a través de otro pasillo. Todo estaba profusamente decorado con escayola y del techo colgaban hermosas arañas de cristal. De repente, se encontraron frente a una pesada puerta de madera. Luciano llamó, sin atreverse a entrar sin permiso.
—Avanti!
Celena había esperado escuchar una voz frágil y temblorosa, pero aquella palabra sonó con fuerza y autoridad. Al entrar en la habitación, iluminada por una luz tenue, vieron a la bisabuela Segurini. Era una mujer diminuta y estaba sentada, muy erguida, sobre una butaca de terciopelo. Iba toda vestida de negro, con un encaje también negro sobre el pelo blanco. Tenía los ojos hundidos, pero todavía conservaban una fuerza que decía que ella seguía siendo la matriarca de la familia. Al ver a su bisnieto, se iluminaron y él se acercó rápidamente a darle un beso y un abrazo.
—Por fin has llegado —dijo la mujer, en italiano—. Llevo tanto tiempo esperando tu visita, Luciano. ¿Y esta es Celena? Acercate, jovencita. Déjame mirarte —añadió la anciana, refiriéndose a ella. A pesar de que la sorprendió que Luciano ya la hubiera mencionado, Celena se acercó obedientemente—. ¡Dios mío! Eres más hermosa que en la fotografía.
¿Fotografía? ¿De qué estaba hablando aquella mujer? Celena miró a Luciano y frunció el ceño. Sin embargo, él sacudió la cabeza, haciéndole un gesto para que no dijera nada. Ella decidió que la fotografía de la que hablaba la anciana debía de haber sido de su anterior novia y que Luciano no quería avergonzar a su bisabuela mencionándolo. Probablemente, la ex novia de Luciano y ella se parecían mucho y de ahí el error.
Poco a poco los ojos de Celena fueron acostumbrándose más a la poca luz y pudo ver más claramente a Giacoma Segurini. Era muy delgada. Las manos, con los dedos muy nudosos, estaban adornadas de diamantes y granates, al igual que las orejas y garganta. Parecía una reina sentada en su trono y Celena no tuvo duda alguna de que así era como su familia la consideraba. Sin embargo, a pesar de su porte erguido y su aire totalitario, parecía frágil y estaba muy pálida, como si el hilo que le unía a la vida fuera muy débil.
La anciana extendió las manos. Celena las tomó entre las suyas y recibió un beso en cada mejilla.
—Luciano ha elegido bien —dijo, sonriendo—. Todo el mundo está muy ansioso por conocerte.
—Pero yo no soy quien… —empezó Celena, deseando aclararlo todo.
Por el rabillo del ojo, vio que Luciano se ponía muy tenso, pero no le importó. No estaba bien que engañara a su bisabuela. Sin embargo, la anciana siguió hablando, sin prestar atención a la frase que Celena había dejado a medias.
—Supongo que te habrá dicho que es mi bisnieto mayor y mi favorito.
—Sí —admitió ella—, pero tengo que…
—Sin embargo, me ha desilusionado mucho no casándose antes. ¡Treinta y siete! —exclamó, escandalizada—. Mi marido tenía veintidós cuando me casé con él. Yo tenía veinte. Cuando él tenía la edad de Luciano, nuestro hijo mayor ya tenía catorce años y teníamos, además, otros tres hijos. ¿Cuantos años tienes, Celena?
—Veintiocho —respondió ella, de mala gana.
—La gente de hoy en día… ¿qué os pasa? ¿Qué ha pasado con el amor y el romance? No hacéis más que trabajar y trabajar. Os pasáis la vida trabajando en vez de tener una familia. No lo entiendo.
—Las cosas han cambiado, bisnonna —dijo Luciano.
—Tal vez, pero no me gusta. Y no lo apruebo. Al menos ahora, tú has recobrado la cordura y has elegido a una hermosa mujer. Déjanos a solas, Luciano. Me gustaría hablar con ella.
—Ahora no, bisnonna —respondió él, para disgusto de Celena. Hubiera aprovechado la oportunidad para decirle a la anciana quién era—. Nos hemos levantado muy temprano y hemos tenido un día muy agitado. Celena necesita descansar.
—Entonces, más tarde —concedió la mujer.
Cuando salieron de la habitación, Celena se encaró furiosa con Luciano.
—¿A qué demonios estás jugando, haciéndole creer a tu bisabuela que soy tu novia?
—Es solo una mentira piadosa. No hará daño alguno.
—No estoy de acuerdo en eso —replicó ella—. La mujer está en su elemento. ¿Cómo va a sentirse cuando descubra que no soy nada más que una empleada? Tiene un aspecto tan frágil que el susto probablemente la matará.
—Entonces, tal vez no deberíamos decirle nada.
—Espero que no estés hablando en serio.
—Totalmente.
—Esto es lo más ridículo que he oído en toda mi vida. Y no pienso formar parte de ello. Insisto en que se lo digas. Ahora.
—No puedo hacerlo, Celena.
—Entonces, se lo diré yo misma —declaró ella, volviéndose a la puerta.
—No, no lo harás —dijo Luciano, agarrándola del brazo y tirando de ella hasta que alcanzaron la intimidad de un estudio en el piso inferior, donde hizo que se sentara en un sofá—. Quiero que toda mi familia acepte que tú eres mi novia.
—Esto no es una casualidad, ¿verdad? —dijo ella—. Me la has jugado. Este trabajo no era más que un señuelo —añadió, confirmando sus sospechas.
—Yo no diría exactamente eso. Eres muy valiosa para mi equipo. Esto es solo un pequeño favor que quiero que me hagas.
—¿Pequeño? Yo no diría que hacer que represente una mentira es un pequeño favor. Es increíble y me niego en redondo.
—¿Quieres hacerle daño a mi bisabuela? Como has dicho tú misma, la conmoción que le provocaría descubrir lo que estoy intentando hacer terminaría con ella con toda probabilidad. Lo único que quería con esto es hacer que una anciana fuera feliz.
—¿Por qué yo?
—Por… por tu parecido con Simone. Es increíble.
—¿La chica de la fotografía?
—Sí.
—¿La misma de la que no querías hablar?
—La misma.
—Creo que me merezco una explicación —dijo Celena, con la barbilla alta y una frialdad en la mirada.
—Hace seis meses —respondió él, tras una pequeña pausa—, creía que estaba enamorado de Simone. Ella era todo lo que yo buscaba en una mujer: hermosa, amable, cariñosa… Había tenido novias antes, pero Simone era especial.
—¿Qué ocurrió?
—Lentamente, empecé a darme cuenta de que me había equivocado con ella, que era superficial y egoísta… No se parecía en nada a la mujer que había pensado que era. Sin embargo, hasta que me dejó por otro hombre más rico, y más viejo, mucho más viejo, no me di cuenta de que me había engañado. No era más que otra cazafortunas, y ya he conocido unas cuantas de esas. Era lista, con mucho talento. Me enseñó un par de cosas y por eso no tengo la intención de volver a enamorarme. Tengo la intención de permanecer soltero hasta el final de mis días.
—Realmente lo has pasado mal —admitió Celena—, pero todavía no entiendo por qué debo hacerme pasar por Simone. ¿Qué hay de malo en que le digas la verdad a tu familia?
—Que… te estaban esperando —dijo él, muy lentamente.