Читать книгу La casa de la don Juana - Margarita Martínez Marzá - Страница 9

INTRODUCCIÓN

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Yo he vivido en esta casa. ¿Qué digo? Yo vivo en esta casa. Mi cuerpo se marcha, pero mi espíritu habita aquí, y nada ni nadie ha sido ni será capaz de desalojarlo jamás.

Fue proyectada hace más de un siglo para albergar el inmenso amor que mi esposo y yo nos profesábamos. Pero el proyecto no llegó a cumplirse del todo. El edificio no se terminó, excepto la vivienda principal y tan solo la habitamos un tiempo breve, aquel que quiso concedernos la vida, que es quien tuvo la última palabra. O creyó tenerla, porque nuestros sentimientos probablemente superarán la más imponente Ley Natural, la que dicen que no tiene vuelta atrás.

Nuestra historia no era una historia corriente, nuestro amor tampoco, y nosotros éramos seres predestinados desde la eternidad a gozar de delicias superiores, de magias infinitas, de un amor sin fin. Nuestro refugio debía ser tan especial como nosotros: magnífico y a la altura de nuestro amor, por eso habíamos pensado cada rincón de una casa de dos plantas, culminada por una terraza donde habitaran palomas, nuestras amigas.

En la ornamentación de la fachada, en cuyo escudo consta la fecha de su inauguración (1868), ya puede apreciarse un gusto estético, muy especial, único.

Nuestro pueblo no es muy grande, ni distinto a cualquier otro de los que hubiera conocido cuando llegué por primera vez, pero era el pueblo de él; nada más importaba. Si para algunos era uno más, para nosotros era el paraíso; cualquier lugar lo habría sido, pero el destino quiso que fuera este desde donde escribo, este que es ya mi pueblo. Se llama Frobiel.

Si venís, fijaos en la fachada de la casa de la que os hablo. Está en la calle de Fernando el Católico. Paraos un momento y detened la mirada en la ornamentación, sobre todo de los balcones del primer piso, el elegido como vivienda habitual. Veréis en el centro unos remates floreados en forma de arco, que están sobre los balcones. Y, en cada uno de ellos, observando todo lo que ocurre, un busto de mujer. Solo está en los balcones del primer piso y soy yo, Juana. Mi esposo quiso que mi rostro presidiera la planta noble de la casa, la que nosotros debíamos habitar, donde viviríamos y fundaríamos una familia a lo largo de los años. Los balcones del piso superior tienen el mismo tipo de barandillas, pero en cuanto a la ornamentación de la pared, es más sencilla, puesto que no estaba destinada a ser nuestra vivienda. No llegó a terminarse en su interior. La historia nos iba a ser adversa.

Si entráis en el interior de esta casa y os detenéis en los artesonados de los techos o en los dibujos de las baldosas multicolores, y también en los mosaicos, y observáis con ojos distintos, que no solo ven, sino que miran, quizá tengáis suerte y leáis algo de los muchos mensajes crípticos que todavía esperan un nuevo Champollión. Nos gustó, a Luis, mi esposo, y a mí, situar algunas señales y dudo mucho que se descifren alguna vez. Y eso que casi todos en el pueblo comienzan a decir que la casa tiene una especie de mal de ojo, y creen y cuentan que yo, con malas artes, la he maldecido.

¿Es que no existe la verdad?... Respecto a mí, se ha hablado y se habla tanto, se miente tanto y se inventa tanto, que, con el paso del tiempo, difícil será saber quién fue la auténtica Don Juana; pero aquí digo que he sido una mujer mucho más sencilla de lo que mi más que probable leyenda seguramente pregonará: una mujer muy enamorada; quizá, una mujer que mereció mejor suerte.

Por ello he ido dejando testimonios de mi historia, una historia que comenzó en otro lugar, el de mis antepasados. Zona de buenas huertas y buenos vinos, tierra señorial: La Rioja. Allí nací yo, en una familia de terratenientes adinerados. Nuestro apellido era original, distinto, pero precioso. Creo, con sinceridad, que ningún otro me habría definido mejor, pues significa «el más largo día o la más larga noche». Nuestro apellido (de mi padre, de Maxi, mi hermano pequeño y mío) es único en este país. Yo fui la primogénita y me bautizaron con el nombre de Juana, Juana Solsticio.

Ahora, soy de aquí y aquí voy a permanecer. No tuve hijos y la muerte me arrebató todo, llevándose a Luis, mi esposo adorado; pero quedó nuestra casa. Mi casa. Por ella velo día y noche, estoy en ella, porque es lo que queda como testigo de lo que él y yo vivimos. Fue algo superior. Es mi hogar y nada ha podido arrancarme de este espacio. Hay secretos que quiero desvelar, y con una cierta urgencia, pues mi tiempo, lo sé, no es infinito. Será el suficiente para que pueda contar, manteniendo la débil esperanza de que alguien llegue a encontrar las claves que voy dejando. Nadie nos comprendió en nuestras vidas y nadie me acompañó cuando me quedé sola. Todo está aquí, entre las paredes de esta casa, que lleva mi nombre y «Don», por expreso deseo de mi esposo; no quería que ninguna ley pudiera perjudicarme por ser mujer. Esta es la casa de la «Don Juana», todos lo saben en este pueblo. Lo que apenas se sabe es que yo deseo seguir vigilando cuando me haya ido, para que nada sea alterado. Nuestro proyecto, viva quien viva aquí, cuando yo no esté definitivamente, se ha de respetar. Creo que voy a vagar, junto con mi esposo por esta nuestra casa. Me gustaría y, ¿dónde está escrito que no puede ser?

De momento, aún estoy aquí, y se me hace largo, esperando el momento de la fusión eterna. Pero antes he de cumplir mi cometido, para proteger nuestro hogar de intrusos que la deformen y lograr que nadie pretenda cambiar radicalmente una propiedad de lo que solo es un diseño para dos, debo exigir en los correspondientes documentos que se cumpla mi voluntad y escoger a alguien en quien confíe para el traspaso de la propiedad cuando mi vida termine. Pero, además, debo contar lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que quizá pueda ocurrir y tener la esperanza de que me lea alguien que se merezca habitar esta casa, que tanto esperó y que no llegó a cumplir todas sus expectativas. Alguien, además que pueda conocerme porque mis palabras le revelarán los secretos antes de que me una con Filipo Dionisos entre las vides de La Casilla donde también habita mi esposo Luis.

En Egipto, durante siglos, los muros estaban mudos hasta que alguien desveló los secretos. Yo confío que también aquí alguien encontrará lo que quiero contarle, y será alguien que ame esta casa. Si tan solo pasa por aquí, no será capaz de descubrir, tiene que querer amar entre estas paredes, lo que hay entre ellas. Amar… Eso es demasiado pedir, pero reconozco que tiene derecho a saber, y amar esta casa es la condición. Lo diré mejor: tienes derecho, puesto que este cuaderno secreto, cuaderno que es libro de fusión de dos almas que se amaron sin tregua y sin fin, está en tus manos. Haberlo encontrado quiere decir que sientes curiosidad por la lectura, pues lo voy a dejar camuflado en la biblioteca. Si lo que te acerca a ella es hacer lotes y vender los libros, si no eres alguien que ama esta casa y lo que contiene, por favor, cuando hayas leído esto que escribo en la primera página, quema el cuaderno. Ya recogeremos nosotros las cenizas.

No sé quién eres, tú que me leerás. Si alguna vez llegas, te conoceré; ahora no puedo siquiera intuirte. También es posible que quizá no encuentres nunca lo que para ti escribo. Pero, si apareces y hallas esta mi labor, guárdala. Antes, te lo ruego, lee con ojos distintos. Todo lo escrito entre nosotros —mi esposo y yo— ha sido para encontrarnos así, en nuestras palabras. Pero ahora también pienso en ti, para que cuando me encuentres sepas la verdad, la que solo yo puedo decir: la verdad de la Don Juana.

Tengo la sensación de que el tiempo transcurre para mí con distintos parámetros. He vivido mucho en poco tiempo y, además, de forma distinta a la habitual. ¿Sabes?, quizá en este momento, solo existo para que tú, que tienes en tus manos mi relato, me hagas el regalo que nadie me ha hecho nunca, excepto Luis: comprenderme. En cada línea, en cada letra, estoy y te imagino. Y cuento lo que sucede y lo que ha sucedido y lo que todavía queda para que alguien, con el tiempo en perspectiva tenga datos para contar una verdad que a mí sola me resulta imposible.

Sin haberlo pretendido, me puse el mundo por montera y el mundo no me perdonó. Y ese mundo, que estaba formado por varios estadios, unió todas sus fuerzas contra mí. No había misericordia para quien se atrevía a transgredir lo establecido, para quien defendía algo muy elemental, natural diría yo, pero subversivo: elegir la propia forma de vivir y llevar adelante un proyecto. Hacer el propio guion, marcar el camino y que no lo elijan otros por ti. Eso a otros les pareció imperdonable y he sufrido el castigo, durísimo. Castigo multiplicado cuando las circunstancias confluyen para que el mal de uno, en este caso el mío, se convierta en beneficio para otros. Es duro y sientes ganas de dejarte llevar, de tirar la toalla, pero, sin embargo, no he claudicado.

Ya ves, Juana Solsticio se atrevió a demasiado, cruzó algunas líneas que otros habían señalado como rojas. Ha llegado el momento de valorar si mereció la pena. Eso es lo que tengo que decidir antes de decir adiós definitivamente. Eso lo sabrás, tú que tienes mi relato, el de mi vida y la de los que me han rodeado. Yo sé casi todo, desde mi perspectiva; tú lo habrás averiguado cuando termines de leerme.

Quizá este libro manuscrito, de mi esposo y mío, no llegue nunca a mano alguna. Quizá cuando vaya a unirme con él, quede escondido para siempre. Probablemente, con el paso del tiempo, esta casa se llenará de vida de la de verdad, con niños que juegan, mujeres que cantan mientras trabajan y hombres que espero hagan felices a sus familias. Habrá calor, se celebrarán cumpleaños y Navidades, se escuchará alguna vez un llanto y se procurará resolver el día a día. Esta casa se hizo para amar, pero amar es vivir. No hagas caso si te dicen que la he maldecido; al contrario, deseo que sus paredes sean testigos, durante mucho tiempo de lo que nosotros no pudimos darle: niños, ruido, aroma de cocina, conversaciones de amigos, visitas que vienen y van. Gente..., esta ha sido casa de amor un breve tiempo, pero luego se convirtió en morada del silencio. Quiero que mi casa se respete, que se cuide, pero, sobre todo quiero VIDA en mi casa.

Si tú vives aquí. Si has accedido a mí porque estabas mirando con mimo y delicadeza los libros de la biblioteca, ya de antemano estoy contenta y te doy la bienvenida a La Casa de la Don Juana.

La casa de la don Juana

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