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Convivencia

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Parecen más, pero sólo

son veinticuatro horas. La primera

puede ser azul pálido, sal,

horizonte; la segunda es sin duda un

cesto vacío, la tercera dos cestos vacíos

o un cesto por la mitad (es casi lo

mismo); para la cuarta desembocamos

en cualquier otro plano, por ejemplo en el

recuerdo del día en que se arranca

un pedazo de corcho de un árbol con

la idea de regalarlo a la vuelta del campo;

en la quinta jugamos al ajedrez, yo

suelo ser alfil; la sexta y la séptima

son un resbalar jabonoso y lunático;

la cera de las velas, todos los atributos de la

cera de las velas abundan en la hora

octava y sellan lo que será la primera

parte siempre que estructuremos a partir del número

tres (se recomienda el tres, es tanto más

justo y cómodo, a la humana medida);

entonces la novena, o nona

si uno tiene mal gusto, será otra vez

azul o rosa pálido pero menos, y algo de

hastío, de círculo, como cuando

estamos sentados en esos lugares desde los que

es tan evidente que la tierra es redonda,

y así la décima puede consistir en preguntarse cómo

es que tardaron tanto en darse cuenta;

todo va rodando por el círculo

enjabonado: claro, es tan fácil pensar así ahora,

autocrítica en la undécima; y atravesamos

la duodécima dudando si no hubiera sido

mejor trabajar con el dos, al fin y al cabo

la decimotercera parece algo nuevo

o recién barnizado; la decimocuarta confirma que

la estructura es binaria: ahora se ve que son las horas

las que nos vienen buscando; por ejemplo la

decimoquinta, una rubia que baila

y nos pide bailar; no importa

qué hayamos contestado, ya van

dieciséis y se intuye la costura, se siente la proximidad [del ombligo;

la decimoséptima es la hora de entender, incluso

la televisión se justifica; Bach

sabía de todo y la decimoctava lo trae con su brisa,

las matemáticas son sólo el esqueleto;

una medusa se evapora en la arena,

ya es la decimonovena y sin embargo hace frío,

soledad, desde tan cerca no te veo mientras

la vigésima nos sigue empujando cruelmente,

nos sigue la vigesimoprimera, corremos

escapando del tiempo

que no quiere alcanzarnos sino hacernos correr;

durante la siguiente sufriremos un breve

ataque de epilepsia sentimental,

y la vigesimotercera traerá la voluntad de

equilibrio, para esto recomendamos la puesta

de sol o el amanecer (son las dos

puntas del mismo ovillo) pero con

mesura porque la vigesimocuarta será

un semáforo y una banda

de Moebius sobre la que ya no

hace falta jabón para que sigamos

deslizándonos siempre por el mismo día,

deslizándonos siempre por el mismo día

hasta que algo alguna vez se rompa y sea mañana,

que es el ayer del próximo amor.

La otra vida

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