Читать книгу Corazones en llamas - Marie Ferrarella - Страница 5

Capítulo 1

Оглавление

ERES bombero?

La voz de niña lo tomó por sorpresa. Bryce Walker se volvió del recién lavado camión cisterna y la vio. Era completamente adorable y estaba igual de completamente fuera de lugar.

De todas formas, la sonrió.

La pequeña, vestida con un mono rosa con flores blancas, estaba de pie en la entrada del cuartelillo de bomberos. Tenía las manos en los bolsillos, como alguien que no tuviera nada mejor que hacer esa mañana. Lo miraba como esperando una respuesta.

—Sí, lo soy.

Bryce se acercó a ella y puso una rodilla en tierra para que no hubiera tanta diferencia de altura entre ellos. Miró a su alrededor por si veía a alguien con aspecto de padre o persona mayor a cargo de la niña.

Pero no había nadie. Estaba claro que la niña estaba sola y no tenía miedo de nada.

En ocasiones, Bryce había dado charlas sobre seguridad en los colegios de la localidad. La pequeña parecía demasiado joven como para ir al colegio. Debía tener unos cuatro o cinco años. La inteligencia se reflejaba en sus ojos azules.

Por la forma en que lo estaba mirando, estaba muy claro que lo consideraba su igual en todo. Entonces la niña miró el camión.

—¿Te dejan conducir el camión?

La esperanza que se oía en la voz de la niña lo hizo sonreír. Contuvo la risa cuando pensó en Alex. Un bombero veterano que siempre actuaba como si el camión fue de su propiedad privada y que antes caminaría sobre brasas que permitiría que alguien se pusiera tras el volante.

—No, me temo que no.

La pequeña asintió.

—Mi mamá tampoco me dejaría conducirlo a mí.

Esa le pareció a Bryce la oportunidad perfecta para tratar de averiguar algo de la niña.

—¿Y dónde está tu mamá?

La pequeña no respondió y se acercó al camión. Lo hizo con mucho cuidado, como si fuera un ser vivo que fuera a salir corriendo si no tenía mucho cuidado.

—En casa.

A Bryce le dio la impresión de que su pequeña visitante iba a dar unos cuantos problemas a alguien cuando fuera un poco más mayor. Le deseó suerte a cualquier hombre que se enamorara de ella en el futuro. La iba a necesitar.

—¿Y dónde está tu casa?

La niña se detuvo y lo miró por encima del hombro, tristemente.

—Ya no en Dallas.

La niña suspiró con ganas y luego dio la vuelta al camión, inspeccionándolo con más atención que el jefe de bomberos.

—Nos hemos mudado.

Ella era demasiado joven como para ser una embaucadora, ya que esa habría sido la palabra que él habría utilizado si fuera una adolescente, pero aun así, empezó a sentirse atrapado.

—¿A dónde?

La niña pasó la mano por el capot del camión y a él le dio la impresión de que lo estuviera acariciando.

—Aquí.

—¿Aquí? ¿En mi cuartelillo de bomberos?

La niña se rio de una forma tan contagiosa que a él le costó no acompañarla.

—No, tonto. En Bedford.

—¿Y sabes dónde en Bedford?

La niña se lo pensó.

—En nuestra casa, por supuesto. Mamá, la abuela y yo. Mamá dice que es de las tres. A partes iguales.

Bryce se dio cuenta de que no había mencionado a un padre y se preguntó si la madre de la niña sería divorciada. O viuda. O si no se habría casado. Pero no creía que la niña no supiera su situación. Él mismo conocía adultos que eran menos conscientes de lo que pasaba a su alrededor que esa niña.

—¿Sabes tu dirección? —insistió.

Esta vez la niña lo miró frustrada.

—No, es nueva.

Pareció preocupada por no poder recordarlo. Bueno, si la madre no aparecía pronto, él tenía amigos en la policía que podían ayudarle a encontrarla.

Le dio la mano y se alejaron del camión.

—A veces, lo nuevo es difícil de recordar —dijo—. ¿Sabes cómo te llamas?

La niña lo miró como si fuera idiota.

—Claro que sí. Mi nombre no es nuevo. Es tan viejo como yo.

—Ya veo. Yo me llamo Bryce Walker, ¿y tú?

La niña agitó la cabeza, moviendo el cabello rubio.

—CeCe Billings. Me llamaron así por mi abuela. La primera parte.

—La primera parte…

—Sí. CeCe. Pero ella se llama realmente Cecilia. Yo también, pero mi mamá me llama CeCe para no confundirnos.

—Ya veo. ¿Y cómo te llama tu papá?

—Nada —dijo la niña tranquilamente—. Yo no tengo papá. Mamá nos dice que nos va muy bien sin uno.

—Vaya… Bueno, no creo que ahora ella esté sintiéndose bien. Seguramente que te esté buscando.

La niña agitó la cabeza.

—No creo. Mamá está ocupada.

—¿Haciendo qué?

Bryce no tuvo muy buena opinión de una madre que estuviera demasiado ocupada como para darse cuenta de que su hija se había perdido.

CeCe continuó inspeccionando el camión.

—Les está diciendo qué hacer a todos esos hombres. Están todos muy confundidos.

Y no eran los únicos, pensó él.

—¿Qué hombres?

—Los que la están ayudando. No me estás escuchando. Mamá siempre le está diciendo a la abuela que los hombres no escucháis.

—¿Sí?

Estaba muy claro que la madre de esa niña no tenía muy buena opinión de los hombres. Lo que los ponía al mismo nivel, ya que él no tenía muy buena opinión de las mujeres que descuidan a sus hijos.

Pero en ausencia de una madre histérica, a él no le quedaba más remedio que mantener ocupada a la niña. Le dio un golpecito en el hombro y, cuando ella lo miró, le ofreció la mano.

—¿Quieres que te enseñe el cuartelillo mientras tratamos de ver cómo encontramos a tu madre?

CeCe tomó su mano, pero lo miró de nuevo como si fuera tonto.

—¿Por qué? Mi madre no se ha perdido.

Él sonrió a la niña. Si no hubiera querido otra cosa para sí mismo, le hubiera gustado tener una hija como CeCe. Pero eso era como agua bajo un puente que él había querido dejar atrás hacía ya mucho tiempo.

—No, pero tú sí lo estás.

—No, no lo estoy —dijo CeCe sonriendo—. Estoy aquí. Contigo.

A él le pareció muy difícil discutir eso, así que ni lo intentó.

Lisa Billings estaba agotada. Durante los últimos meses había estado volando entre su antiguo hogar en Dallas y la ciudad donde había decidido instalarse de nuevo con su familia, tratando de encontrar el lugar perfecto tanto para su casa como para el almacén. Una nueva casa donde pretendía llevar una vida nueva para ella y su hija. La llamada de un nuevo comienzo era muy fuerte.

No pedía mucho, pero lo que pedía no era negociable. Quería un lugar limpio, luminoso y seguro, con buenos colegios que satisficieran a una niña tan ansiosa por aprender como lo era CeCe. Por fin, eso la había llevado a Bedford, en California, un lugar que le había parecido casi perfecto.

Mirando atrás, en los últimos seis meses, no podía recordar un momento en que no hubiera estado ocupada. Pero eso no la había dejado pensar, lo que era una suerte.

Pero lo cierto era que había estado tan ocupada que había perdido de vista a lo más importante de todo. CeCe. CeCe, la razón por la que se había dedicado a llevar una tienda de juguetes, su razón de vivir.

De alguna manera, entre el lío del montaje de la tienda, había perdido de vista a su hija.

En un momento la niña estaba jugando en el jardín delantero y al siguiente había desaparecido. No estaba por ninguna parte. Estaba claro que CeCe se había ido de exploración.

Trató de no dejarse llevar por el pánico y la volvió a buscar por toda la zona.

La búsqueda resultó tan infructuosa como la anterior. Con quien se encontró fue con su madre, que estaba dirigiendo a los de la mudanza con aires de mariscal de campo. A Cecilia Dombrowski le bastó una mirada a su hija para darse cuenta de que algo no iba bien.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—No la encuentro por ninguna parte, madre. No encuentro a CeCe.

Cecilia levantó las manos llamando la atención de los hombres de la mudanza.

—Mi nieta se ha perdido. Todos saben cómo es. Por favor, dejen lo que están haciendo y vayan a buscarla. ¡Ya!

Los hombres, cuatro hombretones, se miraron entre sí confundidos.

—¡Ya! —repitió Cecilia—. Llamen a todas las puertas. Pregunten. Estaba aquí hace unos minutos y tiene las piernas cortas. Sus piernas son mucho más largas, así que pueden cubrir más distancia. Por favor.

Eso último pareció más una orden que un ruego.

Los hombres hicieron lo que se les pedía. Los muebles podían esperar.

Cecilia suspiró y se dirigió a su hija, poniéndole las manos en los hombros.

—Tú haz lo mismo. Ve a buscarla. La encontraremos. Sabes que sí.

Había veces que Lisa creía que Dios no se atrevería a discutir con su madre y, ella no lo iba a hacer. Solo con oír sus palabras se sentía mejor.

—Sí —dijo—. La encontraremos.

—Muy bien. Yo me quedaré aquí por si vuelve. Ya sabes como es —dijo Cecilia sonriendo.

Lisa pensó que su hija era demasiado inteligente como para haberse alejado demasiado.

¿Pero dónde estaría?

Salió a la calle, donde la luz le hizo daño en los ojos. Hizo pantalla con la mano y entonces fue cuando lo vio.

El cuartelillo de bomberos de la esquina de la calle. Solo le había prestado una atención marginal cuando llegaron.

Pero ahora se daba cuenta de todo su significado.

No era como si fuera fácilmente accesible, ya que entre él y la casa había una calle de tres carriles y con una pequeña isla enmedio para los peatones que no hubieran podido pasar con el semáforo.

A CeCe le encantaban los camiones de bomberos.

Rogó para que estuviera allí.

Cruzó con el semáforo en verde y llegó a la isla antes de que se pusiera en rojo.

Él no supo exactamente lo que lo hizo mirar entonces. Tal vez se hubiera medio esperado la aparición de una madre frenética, tal vez fue solo por casualidad por lo que miró por la ventana que daba a la calle. Por lo que fuera, se quedó pasmado por la visión de esa mujer corriendo.

Se movía como una gacela.

Se movía como lo haría el viento si tomara la forma de una mujer joven y esbelta con un cabello del color del sol después del amanecer. Iba vestida con unos pantalones cortos blancos y un top rojo que le marcaba los senos. Era toda una visión. Le sorprendió que ninguno de los otros bomberos se asomara a piropearla.

Bryce se tranquilizó cuando se dio cuenta de que debía ser la madre de CeCe.

—Chica —le dijo sin soltarla de la mano—. Creo que acabo de ver a tu madre. Y creo que está enfadada.

Llevó a la niña a la puerta justo cuando la alcanzaba la mujer.

—Perdone —dijo Lisa en cuanto lo vio—, ¿ha visto a una niña…? ¡CeCe!

La niña se sorprendió al ver lágrimas en el rostro de su madre. No lloraba muy a menudo, pero cuando lo hacía, CeCe siempre creía que debía hacer algo que la hiciera feliz de nuevo.

Sonrió brillantemente. A su madre siempre le gustaba cuando sonreía.

—Hola, mamá. ¿Estás bien?

—Ahora sí.

En la vida de Lisa había habido muy pocos momentos en los que tuviera ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Y ese fue uno de ellos.

Ignorando por completo al hombre que estaba con su hija, se arrodilló y la abrazó.

Solo cuando se hubo asegurado de que su hija era real y que estaba bien, le dijo:

—Oh, CeCe, ¿cómo me has podido hacer esto? ¿Cómo te has podido marchar así?

La respuesta le pareció completamente lógica a la pequeña.

—Él tiene un camión de bomberos. Uno de verdad —dijo señalando al camión que tenía detrás.

Pero Lisa no miró al camión.

De repente fue consciente de que estaba de rodillas delante de un hombre muy alto y rubio, vestido de bombero. Y lo que era más, estaba de rodillas delante de un hombre que la estaba mirando como si estuviera hambriento y ella fuera su plato favorito.

Corazones en llamas

Подняться наверх