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Capítulo 3

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Qué opinas?

Intentando contener su entusiasmo, Lily señaló hacía la expansión de terrero donde había decidido que construiría su restaurante. Había ido a enseñárselo a Kevin en cuanto éste llegó a casa. Sólo habían hecho una parada en la clínica para saludar a Alison y a Jimmy que estaban a punto de cerrar después de un día de trabajo largo y duro.

Kevin estaba mucho más emocionado con la alegría de Lily que con el lugar donde iba a abrir el primer restaurante oficial de Hades.

—Lo que opino es que nunca te había visto tan emocionada —ella le regaló una gran sonrisa mientras Max, que estaba detrás de ella, la rodeaba por la cintura.

—Es que creo que nunca lo había estado —confesó.

Hacían buena pareja, pensó Kevin. Como si estuvieran hechos el uno para el otro.

—Quizá sea la tierra, o la gente —añadió girando la cabeza hacia atrás para mirar al hombre de hombros anchos que tenía detrás de ella.

—O quizá sea el hecho de que no duermes bien —dijo él para tomarle el pelo.

Todavía era de día y Kevin tuvo que mirar el reloj para ver qué hora era. Las siete.

—¿A qué hora oscurece?

—No oscurece —le había llevado algún tiempo acostumbrarse. Ahora no pensaba que pudiera volver a los días y las noches tradicionales con facilidad—. Al menos, en esta época del año ni te enteras porque el sol se pone sólo un rato.

Kevin la miró con el ceño fruncido.

—¿Y eso te gusta?

—La luz del día hace que te sientas feliz —le dijo ella.

Max inclinó la cabeza hacia ella.

—Y la oscuridad hace que sientas otra cosa —le susurró contra el pelo.

Pero Kevin lo había escuchado.

—¿Depresión? —dijo sin poder evitarlo.

—No, si tienes la compañía adecuada —dijo Lily con el ceño fruncido—. Kevin, ¿te pasa algo?

Él pensó que no había sido justo al decir aquello porque podía afectar a su hermana como, de hecho, la había afectado.

Lily parecía bastante feliz y él no tenía ningún derecho a aguarle la fiesta. Así que se obligó a cambiar de actitud.

—¡Qué va! Me siento genial —miró a Max—. Veo que por fin has encontrado a alguien que te dome un poco.

—A alguien que lo va a intentar —lo corrigió ella.

Kevin miró a su cuñado con una sonrisa.

—Creo que no sabes dónde te vas a meter.

Max le besó el pelo a Lily.

—Ya me he peleado con osos antes —respondió él.

—¡Caramba! Qué simpáticos estáis.

Ella no podía enfadarse; era demasiado feliz para sentirse ofendida. Toda su familia estaba allí con ella, se iba a casar e iba a construir un restaurante con vistas al río y a las montañas. Nada podía molestarla.

—¿No me has dicho qué opinas?

—Creo que necesita paredes.

Ella le dio un empujón.

—Quiero decir del sitio —él sabía muy bien a qué se refería—. Mira qué vistas, Kev —su voz sonó casi reverente—. ¿No te parece una maravilla?

—Por supuesto que sí —asintió él. No podía negarlo. Pero, ¿qué aspecto tendrían esas vistas cubiertas de nieve? Se mordió la lengua y no dijo nada.

Dio un paso hacia el frente y la abrazó.

—Me alegro por ti, Lily —miró a McGuire y a Jimmy, que se acababa de unir al grupo—. Por todos vosotros.

Su comentario sonaba muy excluyente; como si él estuviera al otro lado de la barrera. Como si ellos fueran felices y él no, pensó Lily. Aquello le sonó familiar pues así se había sentido ella la primera vez que había ido a Hades, huyendo de un fracaso amoroso.

Entonces se le ocurrió una idea. Lily miró al principal motivo de su felicidad.

—Max, ¿no crees que deberíamos empezar a arreglarnos?

Max no sabía de qué estaba hablando, pero decidió seguirle la corriente.

—¿Ahora?

Max, sin lugar a dudas, era su alma gemela, pensó ella y lo amaba por eso y por un millón de cosas más.

—Claro —miró a su hermano mayor—. Vamos a llevarte al Salty. Es la tradición, ¿sabes? Cualquiera que se queda más de una semana recibe una fiesta en su honor en el Salty.

—Vine a la boda de Jimmy —le recordó él—. Y no hubo ninguna fiesta.

—Porque no estuviste el tiempo suficiente —le contestó ella—. Ahora sí, y queremos presentarte a todos.

—Estoy bastante cansado, Lily.

Lily no estaba dispuesta a dejarlo escapar, así que se agarró de su brazo.

—No hay excusas que valgan. ¿No querrás saltarte la tradición, verdad?

Kevin dejó escapar un suspiro.

—Por supuesto que no —murmuró él pensando que tal vez no estaba tan mal—. ¿Quién va a ir?

—Todos —le dijo Max—. Dentro no hay sitio para todos, pero como todavía no hace frío, la gente puede quedarse fuera.

El tiempo allí era imprevisible y, aunque no se hacía de noche y estaban en agosto, la temperatura podía caer de manera imprevista y sin avisar hasta los cinco grados centígrados.

A pesar del crecimiento del pueblo y la llegada de nuevas empresas, el Salty todavía era el bar favorito de los habitantes de Hades y de los alrededores. Los propietarios eran Ike Le Blanc y su primo Luc, el marido de Alison. El éxito del local había ayudado a que restauraran el cine del pueblo y que hubieran comenzado las renovaciones del único hotel. También les había dado para invertir en el restaurante de Lily.

Lily tenía que pensar rápidamente en todos los preparativos para la fiesta y lo primero que tenía que hacer era avisar a Ike de sus intenciones. Después, Luc sería el encargado de correr la voz.

—Jimmy te dejará en casa y yo vendré a buscarte dentro de una media hora o así.

Kevin frunció el ceño. ¿Por qué no iban todos directamente al bar?

Pero sabía que no podía pedirle explicaciones a Lily. Ella siempre había hecho las cosas a su manera y nunca le había gustado dar explicaciones. Por otro lado, era agradable tener unos cuantos minutos para él para hacerse a la idea de aquella fiesta sorpresa. Le encantaba estar con los suyos, pero no le apetecía tener que relacionarse con todos los habitantes del pueblo. Más le valía prepararse mentalmente para el acontecimiento.

—Lo que tú digas —le dijo a su hermana con una sonrisa.

—Muy bien —dijo ella. Agarró la mano de Max y caminó de vuelta al vehículo.

Kevin se quedó mirándolos. Aunque se alegraba por ellos, también sentía envidia.

Había gente por todas partes. El ruido de las voces se mezclaba con la música y el olor a alcohol lo impregnaba todo. Kevin se giró hacia la mujer que Lily había enviado a recogerlo.

—¿Estás segura de que esto no se va a hundir?

June sonrió y meneó la cabeza mientras se abría camino a codazos.

—La mayoría de los bomberos están aquí —dijo ella elevando la voz sobre el ruido de fondo—. Y parece que no ponen ninguna objeción.

Él no tenía ni idea de quiénes eran, pero la tranquilidad de la gente era evidente.

—Eso debe ser porque no sienten nada —comentó él.

June lo miró. ¿Lo había dicho en forma de crítica? Debido al ruido, no podía estar segura. Intentó recordar si alguna vez lo había visto con una copa en la mano. Sólo lo había visto una vez, en la boda de Jimmy, con una copa de champán para brindar por la felicidad de los novios. Los detalles de la boda los tenía borrosos, sin embargo, recordaba muy bien que él le había parecido uno de los hombres más atractivos que había visto jamás. Con su pelo negro, sus ojos verdes penetrantes, sus pómulos pronunciados... Se parecía a Jimmy; pero era mucho más guapo.

—¿Tú no bebes? —preguntó ella.

Justo en aquel momento, le apetecía tomarse algo.

—Yo nunca he dicho eso.

—Entonces, sígueme —lo tomó de la mano y empezó a abrirse camino hacia la barra entre el mar de cuerpos.

—¿Qué te apetece?

Él no pudo oírla.

—¿Qué?

June se paró. Se giró hacia él y se acercó a su oído. Al hacerlo le rozó la cara con el pelo que se lo había dejado suelto.

—¿Qué te apetece? —repitió ella.

«Tú», pensó él.

La respuesta de su propia mente lo pilló por sorpresa. ¿De dónde había salido aquello? Comparada con él; ella todavía era una niña, ¡por el amor de Dios! ¿Cómo se le habría cruzado aquella idea por la cabeza?

Se aclaró la garganta y la mente al mismo tiempo.

—Whiskey con soda —dijo demasiado alto.

Ella asintió. El pelo le brillaba sobre los hombros y Kevin se horrorizó ante la repentina necesidad de introducir los dedos entre sus mechones.

June aún lo llevaba agarrado de una mano y él se metió la otra en el bolsillo para evitar impulsos.

Cuando llegaron a la barra, ella se intentó hacer un hueco; pero no le resultó fácil. El hombre que estaba a su derecha no se movía. Era alto y musculoso y ocupaba más sitio del que necesitaba. Al ver a June intentando acercarse a la barra soltó una carcajada. June lo miró con el ceño fruncido.

—Oye, Haggerty, deja un sitio para el invitado de honor.

—Prefiero dejarte sitio sólo a ti. ¿Qué te parece esto? —dijo señalando un hueco entre él y la barra.

Kevin fue a dar un paso al frente, pero ella le impidió el avance con el brazo.

—Sólo si quieres cantar como una soprano, Haggerty.

El hombre rió encantado.

—En unos minutos podría hacerte cantar yo a ti, June —le dijo el hombre con una mirada indecente.

Kevin sintió que todos los instintos de protección que había desarrollado a lo largo de los años se activaban de inmediato.

—La señorita le ha pedido que se mueva —dijo él, poniéndose delante de ella—. Le sugiero que lo haga mientras todavía pueda hacerlo solo.

La sonrisa del hombre se tornó irónica mientras miraba a Kevin de arriba abajo.

—Me traería mala suerte darle un puñetazo al invitado de honor en su primera noche —se bebió la jarra de un trago y la dejó sobre el mostrador con un golpe—. Me imagino que tendré que esperar.

Kevin no apartó los ojos.

—Me imagino que sí.

De repente, Ike apareció delante de ellos rompiendo la tensión con su voz sosegada.

—Te invita la casa, Haggerty — puso un vaso alto de cerveza delante del minero—. Siempre que te lo bebas allí —le dijo señalando un hueco al otro extremo del bar.

El hombre miró la bebida, cuando levantó los ojos se podría decir que su mirada era casi amistosa.

—Nunca digo que no cuando me ofrecen algo gratis.

Cuando el hombre estuvo lo suficientemente lejos, Ike se giró hacia ellos.

—¿Qué va a ser? —preguntó mientras limpiaba la barra.

—Whiskey con soda —le dijo Kevin.

El propietario del bar se puso a servirle la bebida.

—No hace falta que te diga que a la tuya también invita la casa, Kevin —le dijo, acercándole el vaso—. Y la próxima vez elige alguien de tu tamaño —le aconsejó.

Kevin levantó su copa.

—Estaba molestando a June.

June se puso muy erguida; aunque no abultaba demasiado pues sólo medía un metro cincuenta y cinco.

—Yo puedo arreglármelas sola.

Él no pensaba discutir con ella.

—Pero encontrarás agradable tener a alguien que te cubra las espaldas, ¿no?

Ike sonrió y se inclinó sobre la barra.

—Cariño, escucha a este hombre —le dijo y miró hacia el hombre que estaba tomándose su cerveza al otro extremo y que no apartaba los ojos de ellos—. En mi opinión, Haggerty no es un buscador de camorras; pero siempre hay una primera vez.

Ella se encogió de hombros y agarró la jarra espumosa que Ike le puso delante.

—Si las cosas se ponen feas —explicó ella—, puedo decirle a Max que lo arreste.

—No te servirá de mucho si eso ocurre después de los hechos, cariño —le comentó Ike. Alguien lo llamó desde el otro lado de la barra—. Me tengo que marchar.

Kevin dio un buen trago a su copa y miró hacia Haggerty que había dejado de mirarlos.

—¿Te ha dado alguna vez problemas? —preguntó Kevin.

June le dio un trago a su cerveza.

—¿Haggerty? —preguntó—. No más que otros.

—¿Otros?

¿Cuántos hombres iban detrás de la hermana de Max?

Ella no se lo había planteado nunca; ahora se paró a pensar.

—Otros hombres —a pesar de la luz tenue del bar, June pudo leer en los ojos de Kevin el pensamiento que le estaba pasando por la cabeza. No sabía si debía sentirse ofendida o conmovida. Decidió darle una explicación—. Kevin, los hombres superan con mucho el número de mujeres en Hades, casi siete a una, y en las noches de invierno se sienten muy solos —volvió a encogerse de hombros—. A veces, se ponen un poco pesados; pero nunca han asaltado a ninguna mujer, si eso es lo que estás pensando. Aquí no pasan esas cosas.

Era muy joven e inocente, pensó él. Pero el mundo no era igual.

—En cualquier lugar pueden pasar esas cosas.

Ella meneó la cabeza y le dio un trago a la cerveza.

—Hablas como un hombre de la gran ciudad.

—No. Hablo como un hombre que ya tiene cierta edad y sabe que la naturaleza humana no es siempre tan amable como a nosotros nos gustaría.

Todavía había más, pero aquél no era el lugar para hablarle de Alison, para contarle cómo un amigo de la familia, con la excusa de consolarla por la muerte de su padre, había llegado demasiado lejos y la había asustado tanto que a ella le había costado volver a confiar en los hombres. Si no hubiera sido por la ternura y el amor de Luc, su hermana probablemente seguiría sola y resentida. Aquella historia habría demostrado que tenía razón; pero no tenía la intención de revelar los asuntos de Alison para lograrlo.

—¿Por qué hablas siempre como si fueras un viejo?

—Porque en cierta forma lo soy. Al menos si me comparo contigo.

—Yo no soy tan joven —protestó ella, cansada de que la consideraran una niña.

—A mí me lo pareces.

Ella se sintió molesta.

—¿Es que crees que no puedo cuidar de mí misma?

—Claro que puedes.

Ella, molesta con su condescendencia, soltó un soplido e hizo un esfuerzo para no perder la compostura.

—Entonces, ¿podemos hablar de otra cosa?

A Kevin le recordó a sus hermanas cuando se ponían cabezotas.

—De lo que tú quieras.

Atravesaron el bar y se dirigieron hacia la puerta.

—De acuerdo —dijo ella—. ¿Por qué estás triste?

Él meneó la cabeza.

—No te andas con rodeos, ¿verdad?

Ella sabía que era muy directa, pero no pensaba pedir disculpas por ello.

—Aquí vamos a otro ritmo. No nos movemos deprisa, pero tampoco desaprovechamos la oportunidad de decir lo que pensamos —lo miró fijamente—. Y estás evadiendo la pregunta. ¿Por qué estás triste?

Cuando lo miraba de aquella manera, él tenía dificultades para pensar con claridad.

—No estoy triste.

—Ahora estás mintiendo —dijo ella sin tapujos—. Da igual, no tienes que responder si no quieres. Para ti, sólo soy una extraña.

Él no quería que ella pensara eso. Ni tampoco cerrarse a ella de manera deliberada. June era parte de la familia y la familia era lo más importante para él.

—Toda mi familia está aquí y los echo de menos.

La solución era simple.

—Quédate.

—Las cosas no son tan fáciles.

Ella decidió que le gustaba. Que le gustaba mucho. Y, por lo tanto, decidió que iba a ayudarlo. Tenía que hacer que se divirtiera un poco o se iba a hacer más viejo antes de tiempo.

Le puso una mano en el hombro para atraer toda su atención.

—Las cosas sólo son lo complicadas que tú quieras que sean, Kevin.

Atracción prohibida

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