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Introducción

Vivirás tranquilo porque hay esperanza;

estarás protegido y vivirás confiado.

Job 11:18

Por mucho tiempo acaricié la idea de escribir un libro para mis hijas; ese manual de supervivencia que todos siempre nos quedamos buscando en la vida, cuando llega una nueva etapa, algún contratiempo, un reto, y queremos salir adelante. No sabía por dónde empezar, qué ángulo tomar, qué formato adoptar, y las palabras que llevaba en mi corazón para plasmar en un ligero compendio (que viviese en sus mesitas de noche para esas consultas de medianoche, esa sed de respuestas que a veces roba el sueño) se negaban a salir, aun habiendo siempre sido ávida lectora dentro de una familia que constantemente se expresa por escrito.

Entonces, Dios mandó a mi atención la historia de Job para verme reflejada en su danza entre dolor, amor y fe, y relatar la mía. El libro de Job fue su respuesta a mi petición de ayuda, a mi clamor en medio del dolor. Luego comprendí que de esto debía tratarse mi libro, sobre la vida, sobre lo bueno y lo malo, el dolor y la alegría. Y es que así vivió Job, buenos y malos momentos, pero siempre con los ojos puestos en la confianza de saber que todo lo que Dios permite es porque es necesario y podemos atravesarlo para bien.

Me quedé con esta reflexión en mente y observé cómo en ocasiones de mi vida, al igual que Job, había perdido mucho en ámbitos distintos, pero a través de mi fe inquebrantable y apegada siempre a mis valores, había recibido con creces siempre mucho más de lo perdido. Lo asumí como una especie de justificación o comprensión de lo vivido, sin saber que me esperaba más. No fue hasta enero del 2021, cuando me enfrenté a mis miedos más grandes, que supe que era el momento de vivirlo profundamente.

Atravesar esta crisis de salud me hizo poner todo en perspectiva. Por un lado, me movió a hacer las paces con mi padre, haciéndome admirarlo de una forma que en vida nunca pude, y reconocerlo como un hombre valiente, honesto, trabajador, que nos dejó un gran legado de gallardía. Papi, te amo.

Por otro lado, me hizo reflexionar sobre cómo viví mi vida bajo la sombra del miedo a la enfermedad, a la muerte. Pensé en todo lo que dejé de hacer por temor. Venía de 1 año de la pandemia por la COVID-19, en la cual fui testigo de tantas muertes a destiempo y en solitario, y pensé en todos los planes que se quedaron en nada para tanta gente y tantas familias. Pero también vi planes acelerarse estrepitosamente por la urgencia de vida generada por, precisamente, tanta muerte súbita y tanta enfermedad. Todo iba cobrando sentido, como fichas estratégicamente colocadas en el tablero de la vida.

Y así es. Los planes de Dios son perfectos. Él me enfrentó a mis grandes miedos para liberarme de ellos. Pude entenderlo después. Ese periodo de prueba fue la muestra de amor más grande que me dio. Me liberó y me permitió vivir a partir de mis 50 años una vida de libertad y felicidad. Precipitarme al vacío en tan corto tiempo y recibir tanto amor incondicional y apoyo de mi esposo, mis hijas, mis familiares, mis amigos y claro, de mi psicóloga de cabecera, me fortaleció para atravesar una crisis que me desgarró el alma, pero me hizo vivir mi vida totalmente diferente.

Ya Dios me lo había dicho, que vendría una época de crisis pero que mi vida no sería tocada y que la recompensa iba a ser mayor que el sufrimiento. Tuve que desarrollar una fe que nunca había tenido y reunir el valor para finalmente escribir ese libro que siempre sentí tener dentro de mí, pero que siempre estaba posponiendo junto a otros planes. De repente, ya no sabía cuándo podía dejar de estar para mi familia, por lo que decidí estar por siempre, por lo menos en tinta, en anécdotas y en sus corazones.

Este es un libro sencillo, simple. Una fuente de amor que espero acompañe en el camino a mis hijas y a todos aquellos a quienes llegue, porque eso es la vida: un caminar a veces de rosas, a veces de espinas. Que cuando tengan dudas, estén confundidos, no sepan qué hacer o cuando quieran reírse un poco, recuerden que está ahí para ellas y para todos. Encontrarán vivencias, recursos, herramientas positivas que fui recolectando en mi caminar, claves para procesar lo que se vive y comprender un poco más allá de lo evidente.

Porque representa que esa es la vida: lo bueno, lo malo, lo feliz y lo triste, un espectro en el que podemos crear magia si así lo deseamos. Pero, sobre todo, se trata de construir resiliencia desde el amor. Por esta razón quise llamarlo C’est la vie (Así es la vida), desde mi profunda relación con el mágico París de mis años universitarios; empaparme de la filosofía de vida que engloba este sencillo lema que hace las vidas de los franceses ligera y llevadera, a pesar de los obstáculos.

¡La vida sigue! Y se justifica a sí misma cuando la dejas ser, en vez de pelear contra las circunstancias en que transcurre. Está para navegarla, caerse, equivocarse, aprender siempre algo —vivirla—. ¡C’est la vie!

C'est la vie

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