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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеMi vida de misionero llega a un momento crucial el 17 de Enero del año 2002. Llevaba dos años continuos de misión por diferentes países del mundo y todo parecía indicar que esta decisión de ser misionero, de llevar las enseñanzas que recibí de nuestro Señor Jesucristo por medio de la experiencia mística que viví en Enero 11 de 1997, cuando estaba secuestrado por los guerrilleros colombianos, era la voluntad de Dios.
Pero el 17 de Enero del año 2002 siendo las 9:30 de la noche, cuando procedía a abandonar el parqueadero de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario en la ciudad Sun Valley, California, después de haber dado una charla sobre “El Silencio de la Cruz”, fui agredido violentamente por un ex -socio mío colombiano con quien había vivido un fracaso económico años atrás, antes de mi conversión.
Estando yo secuestrado por la guerrilla en Colombia en el año 1998, el asumió por información de terceros, que yo había sido asesinado ya por los rebeldes y utilizó esa oportunidad para evadir toda responsabilidad sobre las inversiones hechas con nosotros por parte de su familia y amigos. Alegando que yo había malgastado ese dinero. La verdad es que ambos éramos responsables de estas inversiones.
Esa noche me asaltó mientras yo estaba dentro de mi automóvil, la gente que salía de la iglesia llamo a la policía para defenderme pensando que estaba siendo agredido por un demente callejero.
A llegar la policía, él se acercó a ellos y les informó que yo tenía un cargo pendiente con la ley. Ellos procedieron a buscar mi nombre en el computador de la patrulla, y efectivamente tenía una orden de arresto por haber declarado falsamente en un documento federal que yo había nacido en los Estados Unidos, así que procedieron a arrestarme.
Al llegar a la cárcel y ser procesado, todo esto da vueltas por mi mente y mi corazón; yo no sabia que hacer, si denunciarlo u olvidarlo y aceptar el dolor de este momento con el amor que el Señor me había enseñado a conocer; además, acababa de predicar por dos horas sobre el “Silencio de la Cruz”, sobre perdonar, sobre amar a nuestros enemigos, sobre acostarnos en el madero de la Cruz y dejarnos clavar por el odio, la maldad, la envidia de nuestro prójimo para poder ser resucitados en el Amor del Señor Jesús, nuestro Redentor. ¿Qué hacer? Llamé a mucha gente desde mi celda en medio del dolor físico de las heridas que había recibido en el brutal asalto, todo me dolía, ya había recibido asistencia medica de parte de la enfermera de la cárcel y esto me había ayudado un poco. Mi caso no era grave, tenía una fianza de 500 dólares y ya iba a llegar uno de mis hijos en la mañana a cancelar esa fianza para darme mi libertad y atender este asunto legal desde afuera.
A la mañana siguiente cuando me dirigía a pagar mi fianza para salir, me encontré con la sorpresa que no podía pagarla, porque me la habían quitado.
Mi ex socio había madrugado a la oficina del fiscal federal que estaba a cargo de mi caso menor y se había presentado como informante del Departamento de Estado alegando que yo tenía vínculos con la guerrilla colombiana, lo cual obviamente era falso. Esta acusación apareció en un momento en que apenas habían pasado tres meses desde el acto terrorista a las Torres de New York. Unas semanas atrás, se había publicado una noticia especulando una vinculación de la guerrilla colombiana con el terrorista Bin Laden. Este ex socio sabía que cualquier persona que fuera acusada de algún movimiento sospechoso, de actividades terroristas, sería encarcelada inmediatamente y sometido a un penoso proceso penal que podría durar muchos meses. El nuevo estatuto de seguridad que el Congreso americano había pasado después del atentado del 11 de Septiembre, le daba poder a todas las agencias federales de investigación, de hacer arrestos indiscriminados como encontraran conveniente.
Todo lo anterior, sumado a una serie de falsas informaciones y calumnias difundidas en diversos medios de comunicación en Colombia, donde se me culpaba además de estafa a diversos personajes, y de vinculación a la guerrilla, crearon un cuadro oscuro en mi vida.
Mi vida misionera de dos años se encontraba desafiada por la más cruel persecución en Colombia. Mi lucha en esa celda aquella mañana del 18 de Enero del 2002 no podía ser más difícil y confusa. Todo parecía empujarme a un gran abismo de contradicciones, yo no quería consultar más a ninguna de las personas de confianza en mi nueva vida en Cristo. Cualquier decisión que yo tomara determinaría mi verdadera vida en Dios, o el verdadero descalabro de todo lo que había predicado hasta el momento. Había presentado en las últimas semanas en California, una serie de charlas sobre “El Silencio de la Cruz” y este tema desnudaba una realidad difícil y comprometedora con nuestra vida cristiana. Hablaba de perdonar, de aceptar la vida como se presentara como Voluntad Divina aunque las circunstancias presentes fueran el resultado de nuestras acciones pasadas; Dios permitía las pruebas para apartarnos de nuestros errores y traernos de regreso a la Gracia. Hablaba de ofrecer a Dios el dolor, la humillación, la traición, la violencia contra nosotros, y todo lo que representara flagelo a nuestra humanidad. De entregarlo en reparación por nuestros pecados, en purificación por toda nuestra maldad. Todas estas enseñanzas se presentaban ante mi realidad de ese momento, como un testigo que reclamaba la verdad que yo tanto predicaba. Era el momento de realizar quien era yo verdaderamente ante Dios, ante mí mismo y ante los hombres. No podía escaparme de esto por mucho que lo tratara.
El día continuó ardiendo a las mas altas temperaturas emocionales y espirituales, unas pocas horas después de saber que no podía salir bajo fianza me trasladaron al edificio federal de la Corte del centro de Los Ángeles y me leyeron la acusación del Departamento de Estado contra mí, sobre el intento de falsificar un documento de identidad. El juez federal me explicó que mi cargo era menor pero que le habían presentado acusaciones muy sensibles las cuales lo obligaban a mantenerme bajo las rejas y sin fianza hasta aclarar todo lo que aparecía en mi contra fuera del cargo original. Mi vida misionera me había retirado completamente del mundo de las finanzas y yo no tenía dinero para pagar un abogado. Muchas personas que respaldaban la misión de diferentes países, me ofrecieron pagar un abogado privado, pero yo decidí que si era verdad que yo trabajaba para el Señor Jesús, entonces dejaría que El mismo me defendiera con los medios proveídos gratuitamente por la Corte. La Corte inmediatamente ofreció un abogado para aquel que no puede pagar, y esa mañana me asignaron un abogado (que atendía 22 casos más, y por lo tanto no tenía suficiente tiempo para enterarse de mi proceso) y quien me explicó las circunstancias de mi caso y la presencia de mi ex socio como informante del Departamento de Estado, quienes me querían procesar como narcoterrorista con las acusaciones presentadas. La situación no podía ser más complicada y peligrosa, pues según él, el Departamento de Estado me podía mantener bajo rejas investigando las acusaciones de mi ex socio por un buen tiempo, por lo que las acusaciones de terrorismo eran en un país extranjero y todas se debían hacer por la vía diplomática.
Podría extenderme por páginas y páginas para contarles todas las cosas que sucedieron en el campo legal, pero no es en esto donde quiero sustentar este libro. Quiero presentar la transición entre una circunstancia donde todo parecía haber llegado a un callejón sin salida y el plan de Dios para mi nueva vida. Era la mano del Señor que permitía todo esto para utilizarlo a mi favor, si yo llegaba a pasar la prueba de la misma manera que había estado enseñándoles a todos los demás por intermedio de mis charlas tales como “El Silencio de la Cruz”.
Pero para que yo pudiera comprender lo que estaba sucediendo, pasaron casi quince días. En principio estaba convencido que el Señor Jesús no estaba contento conmigo como misionero, es más, creí que el haber sido arrestado y asaltado a la salida de la iglesia, era una señal clara de que había tomado un camino del que no era digno y estaba cometiendo un grave error al predicar en las iglesias de tantos países en los dos últimos años.
Veía toda mi vida espiritual en grave crisis. En medio de todo esto, en estos momentos yo no había perdido absolutamente una gota de mi fe en Dios y aunque parezca extraño, no había perdido mi paz interior. Todo lo que estaba sucediendo, era un enfrentamiento entre mi hombre viejo y mi nueva vida y ésta lucha era a vida o muerte, porque dependiendo de que, si yo pasaba esta prueba, mi vida entera tomaría un curso definitivo en una dirección especifica.
Después de aparecer las noticias de mi encarcelamiento en la prensa colombiana, muchísima gente de mi pasado me acusaba de ser un impostor en la Iglesia, de ser un diablo que ahora utilizaba la vida religiosa para mis manipulaciones personales, fui llamado por muchos un falso profeta.
Mi vida en la cárcel comenzó a desarrollarse en medio de una lucha interna que buscaba el discernimiento sobre mi vida como misionero, o simplemente entrar en una vida anónima y desprendida de todo aprovechando que ese “todo” parecía estar en cenizas.
Pasaron unos quince días durante los cuales no recibía ninguna luz del Señor, todo parecía estar en absoluto silencio en el espíritu, en medio del más horrible bullicio de una celda donde permanecíamos 60 presos en camarotes de tres camas. Esta era una cárcel estatal. El caso mío era Federal, pero debido al atentado del 11 de Septiembre, el gobierno Federal tenía tanta gente presa en investigación, que había recurrido a alquilar espacio en las cárceles estatales, las cuales no tienen nada que envidiarle a una cárcel en cualquier país del tercer mundo, algo que poca gente creería. La celda estaba habitada por pandillas de hispanos, asiáticos, negros y blancos, cada uno tenía su territorio dentro de ese pequeño espacio. Los dos televisores estaban sintonizados uno en español y el otro en inglés y prendidos a todo volumen durante las veinticuatro horas del día. No había un solo momento del día en que no hubiese escándalo en esa celda, ni la más mínima privacidad. Los inodoros no tenían puerta ni tampoco las duchas. Para bañarse había que oprimir un botón con una mano y lavarse con la otra, porque si no, se apagaba y el agua era tan caliente que podía dejar ampollas en la piel.
Cada día en esa celda era una verdadera prueba de fe. Un día en la mañana muy temprano, y digo temprano, porque parte de la tortura psicológica es servirle el desayuno al preso a las 4:00 de la mañana, recibí una iluminación de conciencia sobre mi situación personal con relación a mi vida de misionero y pude sentir la presencia de mi Ángel Guardián por primera vez en 15 días. Mi alegría fue tal que comencé a llorar. La presencia del Ángel no venía sola; pude observar que me decía que Satanás había pedido permiso para probarme y había escogido a mi ex socio y sus asociados como instrumentos para ejecutar esa prueba. Yo estaba en los ojos de toda una legión que venía a desvirtuar todo mi trabajo espiritual ante Dios mismo y ante los hombres. En ese momento recibí un inmenso alivio sobre todo el sufrimiento que había estado recibiendo de mis enemigos, que hicieron el escándalo y me avergonzaron ante toda la gente que me apoyaba y pasé a otro plano de conciencia mucho mas alto, donde me llené de compasión por mi ex socio y por las personas que lo respaldaron, al darme cuenta en qué aguas turbias se habían metido y a qué espíritus estaban sirviendo. Algo que me había dejado mi Ángel en su manifestación, era que todo es Voluntad de Dios y eso me dio mucho consuelo porque si El había permitido esa prueba, era porque yo estaba preparado para pasarla. Como pude, busqué una forma de arrodillarme para que no fuera muy obvio para no atraer innecesariamente violencia contra mí y le dí gracias al Señor por mostrarme donde estaba realmente y qué estaba pasando. Podía comprender con tanta claridad las palabras de San Pablo cuando dice “nuestra lucha no es tan solo con la carne y la sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los espíritus del mal, que moran en el aire” (Efesios 6,12).
En medio de la angustia que permanentemente vivía en esa celda, podría decir que a partir de ese momento comencé a vivir dos dimensiones que no se separaron hasta que salí en libertad. Por un lado estaba la angustia humana en condiciones tan inhumanas y antihigiénicas, de estar perseguido allá afuera por una turba de calumniadores de los cuales no me podía defender, de saber lo mucho que estaban sufriendo las personas que creían en mi misión y no podían hacer nada para lograr mi libertad y por otro lado vivía una batalla con unos Ángeles caídos que me tenían rodeado y que yo no sabía hasta cuando duraría ese permiso o prueba. Lo único que sabía era que tenía que pasarla como fuera, porque yo no iba a flaquear en mi fe, ni en mi determinación de obedecer al Señor en todo lo que me había revelado en la nueva vida que me había dado, así me costara vivir mucho tiempo en prisión y sufrir los escándalos mas horrendos de parte de los instrumentos que el diablo había escogido.
Tomar esa posición de valor por encima de todas las contradicciones que vivía en el mundo material, no era cosa fácil porque el demonio me estaba presentado un cuadro tan gris sobre mi situación legal, que parecía como si fuese a lograr hacerme un gran daño con mi libertad y a lograr dejarme por largo tiempo bajo las rejas, pero yo seguía ofreciendo todos esos miedos y malos presentimientos con la seguridad que pasara lo que pasara, el Señor me iba a dar la fortaleza de afrontar mi nueva vida, cualquiera que ella fuera, y yo la iba a vivir para la gloria de Dios sin importar en donde me tocara vivirla. Esto era lo que me daba fortaleza. Cada uno de los pasos legales y de mi situación personal afuera en el mundo, no podían ser más espantosos, todo estaba en una progresiva demolición, era como si todo lo que yo era y había sido estuviera siendo picado en pedacitos infinitamente pequeños y lanzados a mis pies en medio de una desenfrenada carcajada. No me sentí lejos de una pesadilla sin salida. Pero algo me había preparado ya para ese momento y eso fue mi secuestro. Cuando yo miraba hacia esa experiencia y me acordaba cómo el Señor me había dado fortaleza en una situación en la que ni siquiera sabia si iba sobrevivir, por estar sentenciado a muerte, entonces recogía de esa experiencia valor y me vestía de esperanza, pero esa lucha era en segundos, porque el asecho era constante y sofocante. En el mínimo descuido en la oración y la batalla espiritual, era atormentado en mi alma y convertían mis instintos y sentidos en un foro romano lleno de leones que trituraban todo mi ser interior.
El Señor me había proveído de un ejercito de intercesión de la Iglesia Católica compuesto por monjas, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos consagrados y comprometidos y un sinnúmero de personas que conocían mi testimonio en muchos países, toda esa gente oraba por mí y eso me llenaba de fortaleza para no dejarme aplastar, pero era una lucha constante. Desde el momento en que le dí el “sí” al Señor Jesús y dejé todo para servirle a El, convirtiéndome en misionero de su Iglesia, sabía que las pruebas iban a ser muy duras y muy grandes, solo que esto es fácil pensarlo, pero a la hora de la verdad, cuando llega el momento de enfrentarse a vivir la prueba, todo parece derrumbarse, mientras se asimila que es una prueba permitida por Dios, para llevar a cabo otra etapa mas del camino del evangelio. Además sabía que ésta no sería la última tampoco.
Un día, en medio de la oración meditativa le pregunté al Señor que cómo podía yo ser apóstol en esa celda donde todo el mundo estaba tan lejos de El y no recibí ninguna respuesta en la forma que la esperaba, pero sí recibí trabajo, como no me lo había soñado.
El primer caso fue el de un hombre muy grande, de raza hispana, nacido en Sacramento, California, y quien parecía haber vivido una vida de violencia muy grave porque su comportamiento era extremadamente hostil y agresivo. Una tarde mientras el hablaba por teléfono, observe que terminó la conversación con un grito y colgó con violencia; en ese momento me encontré con sus ojos e inmediatamente los evite mirando para otro lado por temor de ofenderlo y ganarme un problema, pero el se dirigió hacia mí y me llamó a un lado. Me dijo que me había visto como rezando todo el tiempo, que si yo creía en eso, que si eso funcionaba. Yo me asombré de su observación y aproveché para hablarle de Dios. Me preguntaba cosas muy elementales como: “si yo le hablo a Dios y sabiendo que ni sé si existe, ¿no será que me volveré loco como tanta gente que anda por ahí rezando como si hubiesen perdido la cabeza? Qué tal que yo mismo me conteste y comience a creer que es El, entonces me lleven a donde los loquitos”. Nadie se podría imaginar que preguntas así pueden ser mas difíciles que la más profunda teología, pero yo estoy convencido que hoy la verdadera teología comienza con el tratado humano del corazón sencillo y sin conocimiento de Dios, porque está abierto a un diálogo sincero con unos ojos y oídos espirituales abiertos y dispuestos a entender con el fin de solucionar difíciles circunstancias de la vida como en este caso. Es el camino más directo al conocimiento de Dios, porque se comienza de cero, sin creer y sin saber.
Este hombre Juan (el nombre de este personaje ha sido cambiado para proteger su identidad), procedió a contarme la historia de su vida, la cual no voy a narrar toda aquí obviamente; pero sí puedo decirles que era un hombre que había nacido en una familia de chicanos (que son México-americanos), y que se habían dedicado al crimen por varias generaciones y por todos los Estados Unidos. Estaba preso por su segundo asesinato, por lo menos en el segundo en que lo habían sorprendido, porque a juzgar por lo que me contó, matar para ellos no era algo muy difícil. Tenía 55 años y había entrado la primera vez a la cárcel a la edad de 12 años por violar a una mujer durante un robo domiciliario. Pasó toda su vida entrando y saliendo de la cárcel, y esta vez decía que no iba a salir más y que sabía que moriría bajo rejas. Había tenido siete mujeres (en seis diferentes Estados) y con cada una tenia hijos, en total eran 14 hijos que sus edades oscilaban entre los 2 y los 31 años. Cinco de sus hijos estaban ya en la cárcel por diferentes crímenes y dos de sus hijas eran prostitutas.
Cuando este hombre terminó de contarme su historia, habían pasado fácilmente una o dos horas. Yo le recibí con una actitud cristiana y sabiendo que el Señor me lo había enviado como respuesta a la oración que hice unos minutos antes de que él me abordara. A pesar de su naturaleza difícil y llena de toda clase de contaminación espiritual, había en él un espíritu de reflexión que me llamaba mucho la atención; era como ver a un elefante arrepentirse después de haber pisoteado una aldea entera y de haber matado a toda la gente. Esa era la sensación que yo recibía de él, como un gran animal que de pronto estaba siendo tocado por la Gracia de Dios y se estaba doblando en su miseria para mirar por esa puerta estrecha y misteriosa que nunca antes se había abierto a él ni a ninguno de su familia según contaba su historia. Yo no podía más que asombrarme ante la maravilla que el Señor estaba obrando frente a mis ojos.
Juan me pidió el favor de que le enseñara una oración y me contó que nunca había rezado en su vida. Una vez le había disparado a un hombre que se había arrodillado a pedirle a Dios que no dejara que lo mataran y por eso él sabia que Dios no existía porque no lo había parado a él para no dispararle a ese hombre que le rogaba a Dios por su vida.
Entre más hablaba Juan, más grande era el desafío que me había mandado el Señor, pero yo actuaba con una confianza que tenia que ser sobrenatural, porque el caso no podría ser más difícil para un gran evangelizador o teólogo. Yo sabía que el Señor ya tenía un plan hecho con Juan y que todo lo que yo debía hacer era obedecer y dejarme usar como su instrumento. Efectivamente, ese plan divino con Juan se comenzó a develar poco a poco. Yo le enseñé esa noche el Padre Nuestro. El lo escribió en un papel (con dificultad porque era casi analfabeta), pero insistía en que tenía que escribirlo con su propia letra porque era su primera oración y él tenía que ser el autor de ese papel. Así fue como se retiro y comenzó a caminar por la celda y en voz alta rezaba las palabras del Padre Nuestro, yo no le podía escuchar a pesar de lo pequeña que era la celda, por el ruido tan inmenso que había, pero le podía ver mover los labios y sus ojos mirar una y otra vez el papel. De pronto vi como se fue rápidamente a su camarote en el que dormía en el piso de arriba y se acostó con las manos en su cabeza como quien tiene un dolor. Un rato después llego la hora en que contaban todos los presos y teníamos que bajar de las camas y dejar todo lo que estábamos haciendo para que los guardias entraran y nos contaran uno por uno y nos llamaran por el nombre, esto lo hacían tres veces al día. Después de la cuenta, me acerqué a Juan y le pregunté como le había ido con la oración, y me dijo que había tenido que parar de hacerla porque le había dado mucho mareo y tan solo había podido rezar las dos primeras frases; que él creía que le estaba dando gripe. Yo sabía que no era gripe y que para este hombre rezar un Padre Nuestro era como el comienzo de un exorcismo, pero lógicamente que no podía decirle nada, porque eso lo espantaría para siempre de ese primer paso trascendental hacia la luz. Juan continúo con su tarea de aprenderse el Padre Nuestro y poco a poco lo pudo rezar una y otra vez; después de unos días de dominar esa oración y de no marearse más se me acercó y me pidió que le enseñara otra oración, en ese momento le enseñe el Ave María. El mismo proceso ocurrió con el Ave María y después de unos días ya me pidió que le permitiera sentarse conmigo cuando iba a hacer mi oración de las siete de la noche, que era el Rosario. Yo le expliqué lo que era el Rosario y después de muchas preguntas y de dos días de orientación, por primera vez comenzó el Rosario conmigo, pero tan solo pudo rezar una decena con la más increíble angustia y dificultad. Fue tan dura la experiencia del Rosario que él se paró y lo vi vomitar por un rato, mientras yo intercedía por él con el resto del Rosario. Yo pude rezar toda una decena y él continuaba agachado en el baño en posición de vomitar. Después de mucho rato de haber terminado el Rosario, Juan se me acercó y me sorprendió como nunca lo esperaba, pues me dijo así: “Hermano cristiano, yo creo que el chamuco esta bravo porque yo rezo porque casi me mata con esa oración de las pepitas” (los mexicanos llaman al diablo chamuco) y Juan usaba mucho las palabras mexicanas a pesar de que me hablaba en ingles. Yo me sorprendí tanto que me reí con él y no le hice ningún comentario a pesar de que me moría de las ganas de compartir con él tantas cosas sobre ese famoso chamuco y sobre la batalla espiritual en que se encontraba, pero sobre todo me moría de ganas de contarle lo tanto que lo amaba el Señor y la dicha del Cielo por un pecador que se acerca a Dios; pero yo sabía que tenía que morderme la lengua y esperar. Juan continuó rezando conmigo y finalmente una semana mas adelante pudo rezar el Rosario entero, luego pude introducirlo al Víacrucis y a muchas novenas y otras devociones, él estaba ávido de Dios.
Como él obviamente no le tenía ningún miedo ni siquiera respeto a nadie en esa celda, sin importar el nivel de maldad del individuo, se dedicó a llamar gente a rezar con nosotros diciéndoles que esa era la formula para vivir de verdad. Era de esperar que todo lo que recibía eran burlas, pero esto contribuyó a que nadie se metiera conmigo y a que no nos sabotearan los momentos de oración. Antes de que Juan fuera a la Corte a hacer sus diligencias legales, la noche anterior hicimos vigilia de muchas horas orando. Su situación legal no mejoró, pero su situación espiritual sí. El me decía que no le pedía al Señor que lo liberara de la cárcel, sino que en su caso fuera ejecutado muy pronto para irse a la prisión y dedicarse a educar en Dios a todos los que no le conocían. El se aseguraba cada vez que orábamos de que no le fuera a pedir al Señor nada para el, pues decía que no quería recibir nada mas que la oportunidad de predicar que Dios sí existe y que la oración podía transformar hasta el corazón de una bestia como él, así lo exigía y así lo hacía yo en obediencia a él. La vida de Juan se transformó en menos de tres meses. El entabló conversación con todas las mujeres con las que tenía hijos y las aconsejaba y les hablaba de Dios lo mismo que a todos los hijos e hijas con los cuales lograba contacto. Una de sus hijas prostitutas se impactó tanto con el cambio del papá que se convirtió y fue bautizada por un sacerdote amigo mío de la cuidad de Mendota, California. Desde ese momento fue la mano derecha de su papá y es otro apóstol valiosísimo de la Iglesia en el ministerio de las prostitutas y drogadictos. Juan estaba convertido en un apóstol y el Señor había tocado su corazón para siempre. Fue una gran alegría ver la misericordia de Dios en plena acción y lo inmensa que es la presencia de su Amor.
A Juan lo sentenciaron a más de 50 años de cárcel y hasta el día de hoy, que han transcurrido dos años después de su sentencia, sé que él continúa como un verdadero apóstol en una prisión de máxima seguridad en el estado de California. Le pido al lector que mantenga a este nuevo instrumento de Dios en sus oraciones porque es quizás más grande de lo que podemos apreciar. Yo le aconsejé que se mantuviera en contacto con la Iglesia Católica y así lo hizo. Por intermedio de nuestra sede de la misión de Peregrinos del Amor en Los Ángeles, mantenemos este ministerio carcelario vivo, con todos los presos que conocí y que continuaron presos después de mi libertad; algunos de los que fueron liberados se mantienen en contacto y otros desaparecieron.
Dentro de esta celda donde pasé los primeros cuatro meses de los siete que tardó este proceso legal, sucedieron muchas cosas en el ámbito espiritual que considero dignas de compartir por envolver una evidencia clara de cómo se glorifica Dios en nuestra miseria humana, porque no creo que haya un lugar mas apropiado para ver la miseria humana que en una celda de prisión.
Vale la pena introducir los personajes de dos hermanos vietnamitas que estaban presos por actividades de pandillas en San Francisco, California. Tenían 23 y 24 años y habían sido recibidos como refugiados en los Estados Unidos junto con su mamá hacia 16 años atrás. Sus cuerpos estaban totalmente tatuados, desde los dedos de los pies hasta la piel del cuero cabelludo, no usaban cabello, se lo afeitaban diariamente. Sus cuerpos habían sido tatuados en forma de dragón, uno azul y el otro rojo. La cabeza del dragón estaba tatuada en sus cabezas. Al mirarlos parecía como si se estuviera mirando a la cabeza del dragón, sus ojos estaban tatuados con los rasgos del dragón, lo mismo que sus bocas y orejas. No es posible describirlo y hacerle justicia a este espectáculo tan macabro. Hasta los más malos de la celda se mantenían lejos de ellos. No habían aprendido ingles bien y hablaban un dialecto callejero que estaba mezclado entre lenguas asiáticas, ingles chicano y español mexicano; era muy difícil entenderles, además, las palabras que más acentuaban con grandes risotadas, eran las más sucias en ingles y español. Yo sabía que eran procesados por el asesinato de dos personas en el robo de un supermercado en Sacramento, California porque les oí contarle a otro preso mientras nos trasladaban en un bus hacia la corte de Los Ángeles. A pesar de que yo evitaba cualquier contacto con ellos, por boca de un preso hispano supieron que yo le hacia favores a los presos escribiéndoles cartas para cualquier necesidad que tuvieran, pues la gran mayoría era gente sin ninguna educación. Por esta razón se me acercó uno de ellos de nombre Lee y me pidió el favor que le escribiera a la oficina del marshall de San Francisco, donde los llevaron la noche del arresto, para que les enviaran las pertenencias que habían dejado allí al cambiarles su ropa por un uniforme carcelario. Lo que más les atormentaba era la suerte de unas cadenas de oro que según ellos representaba poder para ellos. Yo le escribí esa carta y fue tan rápida la respuesta que no pasaron dos semanas antes que estuvieran llamando a estos dos hermanos para que fueran a la oficina de propiedades a reconocer sus cosas y a firmar el recibo de archivo en esa cárcel donde estábamos. Cuando regresaron de esta diligencia se me acercaron haciendo toda clase de fiesta, dándome las gracias por lo efectiva que había sido la carta, pues según ellos, habían tratado de hacer esto por todos los medios y en cuatro meses no habían logrado nada. Ellos no sabían que mis oraciones estaban detrás de esto. A partir de este momento se volvieron como mi sombra pues a cada momento me traían cosas de regalo y se sentaban en silencio a mi lado; de vez en cuando mientras yo rezaba, se quedaban muy quietos y luego se retiraban con cuidado y en silencio. Hicieron ver con claridad que en esa celda nadie podría intentar nada contra mí mientras ellos estuvieran ahí, no porque yo lo necesitase, puesto que no tenia problemas con nadie, pero era una forma de expresar agradecimiento y también era su lenguaje de la calle que se manifiesta por medio de marcar territorio, casi como lo hacen los animales.
A medida que pasó el tiempo, estos dos hermanos se familiarizaron mucho conmigo y en principio yo nunca les hable de la fe, pero les enseñé a jugar ajedrez y les enseñé a leer y a escribir un poco de inglés. Un día me sorprendió Lee porque me pidió que le explicara por qué yo hablaba tanto solo, que el estaba preocupado que de pronto me enloqueciera, que no me preocupara de nada. Yo procedí a explicarle que no era que yo estuviera hablando solo, sino que era que estaba rezando. En ese momento me miró con sorpresa y me dijo:” ¿A quién?”. Yo le dije: “A Dios”. El me preguntó con un tono de asombro, que nunca hubiese esperado de nadie: “¿Me quieres decir que tú crees que Dios existe, mejor dicho, a mí me hizo alguien fuera de mi mamá y el soldado que se acostaba con ella? ¿Tú crees semejante cosa? Tienes que estar bien loco”. Me dijo todo esto con mucho respeto, dentro de su rudeza. Esta fue la apertura a toda una dimensión de una catequesis que solo el Espíritu Santo podía dirigir. Yo le dí mi primera lección acerca de la existencia de Dios preguntándole si el podía ver el aire que respiraba, si podía con sus manos coger el viento y guardarlo en el bolsillo. Trataba o mejor dicho, el Espíritu Santo me inspiraba a acercarlo a la presencia viva de lo invisible, comenzando por un plano material, lejos de mencionar siquiera la palabra espíritu, pues sabía que era prematura y que tomaría tiempo para llegar allá. Por varios días no hablamos más del asunto.
Un día muy de mañana se me acercó Lee y me comentó lo siguiente: “Yo me quedé pensando en lo que dijiste sobre si veíamos el aire que respirábamos y si podíamos guardar el viento en el bolsillo. Anoche soñé que yo perseguía el viento para meterlo en una canasta que llevaba mi mamá en la mano y estábamos en la aldea donde nacimos en Vietnam. Cuando desperté hace unos minutos, lo primero que mire fue para tu cama, pero te vi fue acá sentado escribiendo y no sé si era que estaba medio dormido aún pero yo vi un hombre muy alto y blanco que parecía hecho como de viento y por eso por un momento pensé que estaba aun soñando, entonces cerré los ojos y los abrí muy despacio otra vez, y cual fue mi sorpresa cuando ese hombre grande y blanco apareció al lado de mi cama en un instante y me dijo en mi propia lengua vietnamita: “<< Sigue meditando sobre el aire que no ves y lo que te dice tu hermano Marino>>. No puedes contarle a nadie esto, ni a mi hermano, pues seguro que me llevan al psiquiatra. Tu tienes alguna explicación sobre esto ¿o será que esta celda ya me esta limando la mente?”. Yo tuve el valor de contestarle directamente lo que yo creía que era:”Hermano, ese era un Ángel que vino a hablarte de que Dios sí existe”. El me miró con un silencio profundo y unos ojos graves y muy preocupados, se retiró lentamente sin decir una palabra y se acostó. Estuvo dormido mas de doce horas y roncando estrepitosamente, fue el hazmerreír de toda la celda, pero yo oré por él todo el día y llamé a gente conocida de Dios afuera para que oraran por él, sin explicar mucho el por qué; simplemente por tratarse de un acto tan extraordinario.
Su hermano Trueno a quien no le importaba nada en el mundo, ni siquiera él mismo, se sorprendió tanto por el sueño profundo de su hermano, que llamó al guardia para que buscara al enfermero, pues pensó seriamente que su hermano estaba enfermo, nadie podía dormir con ese ruido mas de dos o tres horas a la vez y eso contando con un gran cansancio, lo cual era muy difícil de lograr en un espacio tan pequeño y una vida tan sedentaria.
Después de un rato largo y sin que hubiese llegado el enfermero, quien generalmente no aparecía sino en caso de muerte o algo muy grave, se levantó Lee y toda la celda lo aplaudió. Esto contribuyó a que se sumiera en un aislamiento aún más grande. Pasaron casi tres semanas y llegó la hora para los dos hermanos de ir a seleccionar jurado para su juicio, tarea que todos los presos detestaban. El día de ir a la corte llaman a los presos desde las 12:00 pm o 1:00 am y los trasladan a otra celda hasta la mañana, cuando llega el bus a recogerlos. Una celda sin cama, con aire acondicionado al mas alto nivel de frío y con unas bancas de cemento como único mueble, esposados en las manos y con cadenas en los pies y cintura, es una escena de la edad media, difícil de creer que suceda en un país líder de los Derechos Humanos. Lee no había cruzado una palabra conmigo en todos esos días y creo que con nadie; estaba actuando desde un aislamiento total. Yo sabía que el Señor estaba haciendo su misteriosa obra en él; no me preocupaba; confiaba en que todo estaba bajo el control del Espíritu Santo, solo oraba y oraba por él. Cuando escuchó su nombre ser llamado entre los que iban para la Corte, se apresuró a mi cama y me dijo al oído: “Lo volví a ver esta mañana y solo me miró, pero yo pienso que el aire que no puedo ver de pronto lo hizo él, después hablamos”. Partió con una misteriosa sonrisa en sus labios y quedé con mi corazón lleno de un inmenso gozo y totalmente deslumbrado de la increíble pedagogía de Dios con las almas, sin importar en qué estado se encuentren. Su Misericordia, su compasión, ¡que espectáculo tan magnifico! Yo no podía contener la emoción en mi pecho y tuve que llorar de alegría por un rato.
Pasaron casi 20 horas antes de que regresaran de la Corte los hermanos vietnamitas que eran en quienes yo tenía puesta toda mi atención en el momento. El Señor me había acercado muchas otras almas para entonces en esa celda, pero no podría narrar todas las historias, por eso seleccioné el grupo de casos mas extraordinarios, para pasar a compartir con el lector los mensajes que recibí del Señor durante ese periodo de encarcelamiento. Eran pasadas las 10:00 pm cuando entraron los hermanos Lee y Trueno a la celda. Yo no quise atraer la atención de Lee para no ponerle presión sobre su experiencia, aunque yo ya sabía que me iba a comunicar muchas cosas que le habían pasado durante sus días de silencio. Después de chancearse con varias personas en la celda, sobre cuántos años les iban a dar, y de reírse de lo asustada que estaba toda la gente que habían escogido de jurado, decían que no les podían mirar la cara. Lee comentaba que cuando les veía una cara muy asustada, les preguntaba: “¿Nunca habían visto un dragón en persona?, pues les va tocar juzgar a dos”, y se reía casi toda la celda a grandes carcajadas con sonidos como del puro Infierno. Cuando todo esto pasó, se me acercó Lee lentamente y se me sentó al lado y me ofreció una Coca-Cola que se estaba tomando; yo tomé un trago y se la devolví, era algo que no se podía rechazar, pues sería como una ofensa o desprecio, y con esa gente no se puede cometer esos errores pequeños, porque acaban con lo que se construyó en la relación.
Después de un buen rato de silencio, me confió Lee que el hombre grande de viento se le aparecía casi todas las veces al despertar y que antes de despertar siempre tenía un sueño relacionado con la misma escena de él con la mamá en Vietnam y algo que ver con el viento. Que cuando no le veía al despertar, se trataba de dormir otra vez para poderlo ver, pero que generalmente por mucho que tratara, ya no se podía dormir más. Que todos los días, lo único que le importaba era poderse cansar mucho para que le diera sueño y poder despertarse y verlo. Yo había notado que Lee en esas tres semanas de silencio con todo el mundo, se había dedicado a hacer ejercicios muy intensos por mucho rato durante toda oportunidad que tenía. Yo me atreví a preguntarle qué le había dicho el hombre de viento, como él le llamaba. Me dijo que no podía explicarlo porque él ya no le decía palabras en vietnamita como las primeras dos veces, sino que en silencio le enseñaba muchas cosas, que él estaba seguro que se estaba enloqueciendo, pero que no le importaba porque a él le gustaba mucho esa locura y se río a grandes carcajadas. Estas carcajadas llamaron la atención de su hermano Trueno, quien se acercó intrigado, pues ellos no tenían una relación conmigo de ese nivel de confianza, por eso me preguntó: “¿Te está importunando Lee?”. A lo que yo le contesté que nos estábamos riendo de una tontería que yo dije, para tratar de cubrirlo, pues sabía que Lee no quería hablar del asunto con nadie mas que conmigo y con mucha discreción, pues yo sabía que le habían pasado muchas mas cosas, pues lo ví hablar a solas con frecuencia siempre mirando hacia arriba. Mi sorpresa fue grande cuando Lee le contó a su hermano que estaba hablando hace días con un hombre grande y blanco que parecía de viento, pero que no lo podía tocar porque era transparente. Trueno lo miró con indignación y le dijo: “Vete al diablo Lee, tú y tus chiquilladas”. Lee me miró y me dijo: “Te das cuenta, es mejor no contar nada, porque yo estoy bien loquito”.
Podría continuar llenando páginas sobre mi experiencia con estos dos hermanos, pero debo concluir diciendo que Trueno y Lee terminaron conociendo al Señor Jesús por dirección del Ángel de la Guarda de Lee, quien le indicó a través de sus sueños que me preguntase sobre quien era Jesús y luego lo instruyó para que yo organizase su Bautismo y demás Sacramentos que los harían católicos. El Señor me reveló en una visión antes de despertarme una mañana durante este proceso de conversión de los dos hermanos vietnamitas, que el hombre blanco de viento a quien se refería Lee, era efectivamente su Ángel Guardián y que ellos dos serían grandes apóstoles en la prisión; que yo había sido escogido para presentarlos a la Iglesia Católica e iniciarlos en la fe en Cristo nuestro Señor.
A partir de esa visión, yo descansé porque no sabía si un alma contaminada, como el alma de Lee, podía tener contacto con su Ángel Guardián en una manera tan directa, visible y permanente o para el efecto, tener contacto con un Ángel de Dios. Pero en ese momento recordé que mi conversión no había sido nada diferente, yo estaba también en territorio del diablo cuando el Señor se me manifestó, me salvó y transformó mi vida, Por intermedio de los Franciscanos de Bakersfield, California, los dos hermanos se bautizaron y se iniciaron como católicos en el mes de Julio del año 2002, desafortunadamente yo ya no estaba en esa cárcel y no pude ser padrino de Bautismo. Me he enterado que Lee nunca volvió a ver a su Ángel Guardián en sus sueños después de haber sido bautizado y que estuvo muy triste por mucho tiempo, pero el Señor Jesús le dio la Gracia de recuperarse y hoy Lee purga sentencia de por vida con su hermano Trueno en una prisión estatal del norte de California y son dos grandes apóstoles de la Iglesia, que nunca saldrán de prisión, pero alcanzaron la salvación eterna al conocer y aceptar a Jesús como su Señor y Salvador.
A partir del momento en que tuve una experiencia con mi Ángel Guardián a los 15 días de mi encarcelamiento comencé a recibir impulsos inmensos de escribir, pero las circunstancias en la prisión hacían muy difícil este proceso, solo se recibía una hoja de papel y un lápiz muy pequeño cada tres días, pues los lápices se usan como puñales y por eso no hay forma de sacarle punta. Después de escribir la hoja que me daban, tenía que buscar entre los presos la posibilidad de otra hoja que no estuvieran usando, al igual que un lápiz. El correo se podía enviar todos los días y era gratis. Las primeras páginas que escribí, comenzaron a llenarme de preocupación porque encontraba en ella un lenguaje místico que nunca antes había vivido, que nunca había escrito antes. Al leer lo que escribía, sentía un gran alivio y muy pronto descubrí que tenía que comenzar a enviar estos escritos a alguien de mucha confianza para que comenzara a pasarlos al computador, porque ese carbón de lápiz era muy ordinario y se borraba fácilmente. El Señor me proveyó con Jorge y Marta Higuera, un matrimonio colombiano quienes fueron mis Ángeles Guardianes durante todo este tiempo en la cárcel y tomaron a cargo la vigilancia y proceso de trasladar del papel a la computadora, corrigiendo errores gramaticales y además del inmenso apoyo emocional que me ofrecían. Hubo momentos en que quería no escribir más y declarar toda esa experiencia como una locura, pero tuve la bendición de contar con una dirección espiritual muy fuerte y estable que no me permitió desmayar a todo lo que el Señor quiso revelarme por medio de estas meditaciones.
Durante el tiempo de mi encarcelamiento, el Señor se me manifestó de muchas maneras, una de ellas fue una locución interior por medio de la cual tuve la oportunidad de recibir comunicación de un sinnúmero de almas del Purgatorio, algunas conocidas y otras que no conocía, Santos y Ángeles, la Virgen María y en especial nuestro Señor Jesucristo. Toda esta experiencia la viví y la he continuado viviendo bajo una estricta dirección espiritual con la Iglesia Católica y por eso he tardado 4 años para comenzar a publicar mi experiencia con Jesús en la cárcel. Debido a que las revelaciones que tengo escritas exceden las 800 páginas, he decidido publicarlas en varios libros, y en los próximos tomos podré compartir mas reflexiones de mi experiencia mística con el Señor Jesús que continúa a medida que me muevo cada día por el camino del Evangelio por todos los países que el Señor me va llevando, al igual que compartiré en cada tomo, mas reflexiones sobre la evangelización a los presos durante estos siete meses. En el mes de Agosto del mismo 2002, terminó todo el proceso legal y fui declarado libre de los cargos de vinculación con el terrorismo. El tiempo que viví tras las rejas durante el curso de esta investigación, fue más que suficiente para pagar la deuda real con el gobierno sobre el único cargo verdadero que tenía, el cual era menor, por una solicitud fraudulenta en la petición de un cambio de nombre.
El Señor Jesús me reveló en la cárcel todo el proceso que yo vivía y el por qué. Por otro lado me permitió también un Bautismo de fuego, como apóstol de su Iglesia, el cual indudablemente sentí desde el primer minuto que puse mis pies afuera de la cárcel y logré mi libertad.
En cada meditación podrán observar el lugar, la fecha, y la hora exacta en que la escribí. Este primer tomo lo escribí en la cárcel de Bakersfield, California.
También encontraran una cita bíblica. La cita bíblica no está necesariamente relacionada con la meditación. La lectura bíblica es una práctica que el Señor infundió en mí y lo hago antes de cada actividad espiritual, ya sea al principio de una enseñanza que voy a dar, antes de orar por un enfermo o por la necesidad de un enfermo y en fin, en muchas de mis actividades misioneras.
Le pido al Señor Jesús que todo el que tenga la oportunidad de meditar con estos escritos con mas profundidad en los misterios de nuestra fe, pueda recibir la Gracia de llenarse de luz y de un claro discernimiento para vivir en obediencia a los Divinos Mandatos y a la Doctrina de nuestra Santa Iglesia Católica, y si el lector no es católico, que el Padre Celestial en su infinito Amor por todas sus criaturas le llene el corazón de paz y gozo espiritual por el resto de su jornada terrenal. Solo quiero contribuir al enriquecimiento de las almas que buscan a Dios con sinceridad.