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Prólogo

Único en el panorama de la poesía argentina actual y de una originalidad singular en aquello que podríamos denominar la generación del 80, Malvinas, de Mario Sampaolesi, es un extenso poema que, por su propia profundidad y belleza, conmueve e invita a una reflexión no sólo sobre el conflicto que viviera nuestro país con el Reino Unido en 1982, sino sobre la guerra misma en todas sus facetas.

Siempre imaginé el prólogo de un libro como una forma de apasionar con su lectura. Un prólogo no debería reducirse a un panegírico poblado de apreciaciones subjetivas, ni pretender encerrar una declaración estética de quien lo escribe. Pero lo cierto es que se impone dar un fundamento a lo ya afirmado en torno a una obra que, sin duda, se destaca en la producción poética de los últimos años. Mi opinión, que no aspira a ser un ejercicio de la crítica, se ve, en principio, respaldada por una innegable circunstancia objetiva, inusual en un libro de poesía: desde su primera edición en 2010, ha sido traducido al inglés, al rumano, al armenio y publicado en España. Asimismo, está segunda edición bilingüe de la colección El Aura de Libros del Zorzal se distribuirá en toda América y se prevé, a su vez, la llegada de ejemplares a las islas, lo que constituye un hecho histórico inusitado.

Tal como lo advierte Mario Sampaolesi en la página de presentación, Malvinas es un poema fragmentado como un eje temático que conlleva “múltiples riesgos”, para usar su propia expresión, y que es abordado desde tres perspectivas: una antiépica, que comprende hechos reales o imaginados de aquella guerra; otra relacionada con la geografía y las características físicas del archipiélago; y una tercera, referida a un soldado que retorna veinte años después al lugar de los hechos.

La presencia de un tema central, tan claro como intenso es, de por sí, un elemento que diferencia a la obra de aquellos otros libros de poesía aparecidos en nuestro país en los últimos tiempos que, más allá de sus posibles logros, se exhiben como textos que, en líneas generales, suceden en el campo experimental del lenguaje, sin un eje esencial que permita situar al lector, rodearlo y conmoverlo. Esta característica, que valoramos especialmente, se perfila en la producción posterior de Mario Sampaolesi y puede hallarse, con la misma claridad, tanto en El taller de Leo (2013) como en La erosión (2016), que son, a su vez, obras cerradas y autosuficientes.

Malvinas, desde su inicio, invita a ser leído en voz alta. Hay una música en las palabras, bella y profunda y, por momentos, devastadora. Malvinas viene a ratificar que la poesía es ante todo un arte oral, que precedió a la escritura misma. Borges sostuvo con énfasis que la verdadera poesía, “los versos del arte” aquellos que “fijan el vértigo”, imponen una lectura en voz alta. A diferencia de otros libros de poesía, Malvinas no puede ser leído en silencio; cualquier intento deviene inútil y ha sido construido con una estructura propia de una sinfonía.

Otro de los diversos aspectos que tornan a Malvinas un libro distinto y de una eficacia poética extraordinaria, diría superlativa, es la ausencia, en un tema tan polémico y arduo, del autor como sujeto que intercede con su valoración o con sus creencias o su pensamiento racional. Es conocida la frase de Flaubert, en la carta que envía el 9 de diciembre de 1852 a su amante Louise Colet: “El autor, en su obra, debe ser como Dios en el universo: presente siempre, visible en ningún lugar… Shakespeare es grande por su impersonalidad sobrehumana… El poeta debe ingeniárselas para hacer creer a la posteridad que él no ha vivido”. Esa carencia del sujeto es un elemento poético de una fuerza intensa, que emociona y constituye un aporte esencial, que torna sublimes todas las líneas que confluyen en el poema. Flaubert lo aclara en la misma carta: “Ignoramos qué sentía Virgilio como persona física, como mortal: en la épica de La Eneida logró desterrar la egolatría”. Podríamos agregar que Mario Sampaolesi también logró desterrarla y su poesía, sin ninguna concesión, encandila.

Habituados a la perspectiva humanista y lineal de reproche a toda guerra, con razones que no admite polémicas, en general se prescinde del padecimiento del paisaje y de la naturaleza, de la inocencia de la flora y la fauna, de la destrucción de un universo que, tal vez, no comprenda lo que está sucediendo. Por primera vez, en toda la literatura que aborda el conflicto, se expone lo que podríamos denominar una “visión panteísta crítica de la guerra”. La descripción objetiva del territorio acentúa la tragedia: “La naturaleza converge allí, en ese punto extraordinario, donde el cuerpo es parte del todo, donde el espíritu vuelve a reconocer las formaciones inconstantes del ser”. Es revelador detenerse en este párrafo de poesía pura y despojada que lo encierra todo:

Durante la guerra murió una parte de la fauna de las Islas.

Durante la guerra murió una parte de la flora de las Islas

La tierra y el mar fueron heridos por los bombardeos.

Todo es sensible, dijo Pitágoras.

La incorporación de elementos narrativos en el texto y el soldado-personaje al que hace referencia Mario Sampaolesi en su breve página introductoria son, a su vez, otro elemento estético original que acentúa lo trágico en una contienda “sin piedad” y da una muy lograda sensación de caos. De pronto aparece la memoria de los hechos pequeños, la nostalgia de lo cotidiano, que la crueldad del bombardeo ha arruinado.

Malvinas es un libro circular, que concluye con una enumeración similar a la de su inicio. Evoco la frase “En mi principio está mi fin”, que grabó María Estuardo en su anillo de esposada y que cita T. S. Eliot en Cuatro cuartetos. Todo parece demostrar que es imposible salir de la guerra cuando esta ha sucedido, cuando se ha estado en ella. Como la caída en el tiempo, no tiene retorno. Nada será igual, ni en el hombre ni en el universo.

Malvinas, con su belleza terrible, para usar la expresión de Rimbaud, conmueve, en la difícil síntesis de poesía e historia. Nada será igual después de haberlo leído.

No esbozo una alabanza, sino una certeza.

Eduardo Álvarez Tuñón

Malvinas

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