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INTRODUCCIÓN

He ofrecido formación en Comunicación NoViolenta a padres durante treinta años. Me gustaría compartir algunas de las cosas que me han ayudado a mí y a los padres con quienes he trabajado, así como algunos conocimientos que he adquirido gracias a mi maravilloso y desafiante oficio de padre.

En primer lugar, me gustaría llamar la atención sobre el peligro que entraña la palabra “niño” o “hijo”, si permitimos que se aplique a los niños una calidad de respeto distinta a la que ofreceríamos a cualquier persona a la que no etiquetamos como tal. Permítame explicarle a qué me estoy refiriendo.

En los talleres para padres que he impartido a lo largo de los años, muchas veces he comenzado por dividir a los participantes en dos grupos y pedir a cada grupo que trabaje en una sala diferente. Entonces, les encomiendo a todos la tarea de escribir en una hoja grande de papel un diálogo entre ellos y otra persona en una situación de conflicto. Planteo a ambos grupos de qué trata el conflicto y luego ellos elaboran el diálogo. La única diferencia entre un grupo y otro es que a un grupo le digo que la persona con quien tienen el conflicto es su hijo y al otro grupo le digo que esa persona es su vecino.

Después de la actividad, volvemos a reunirnos todos y observamos las dos hojas de papel en las que se perfila el diálogo que los grupos imaginan que tendrían en la situación dada, en un caso pensando que la otra persona es un niño y, en el otro, pensando que es su vecino. No permito que los grupos hablen entre sí, de modo que todos piensan que la situación sobre la que han trabajado es la misma.

Después de echar un vistazo a los diálogos escritos por ambos grupos, les pregunto si encuentran alguna diferencia en lo que se refiere al grado de respeto, empatía y comprensión presente en cada diálogo. Siempre que he hecho esto, el grupo que ha elaborado el diálogo pensando que la otra persona era su hijo ha sido considerado por todos como menos respetuoso y menos empático en su comunicación que el grupo que elaboró el diálogo pensando que la otra persona era su vecino. Esto revela a los participantes, de una manera dolorosa, lo fácil que es deshumanizar a alguien por el simple hecho de pensar en él o en ella como “su hijo”.

Educar a los niños desde el corazón

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