Читать книгу Los cuerpos del verano - Martín Felipe Castagnet - Страница 9

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3.1

Mi mejor amigo no solo es antiguo porque fue joven cuando yo también lo fui, hará casi un siglo, sino porque ya no es mi mejor amigo, ni mi amigo, ni le hablo desde entonces. Sé que está vivo en algún lugar. La certeza me despierta del adormecimiento; cada día, despierto o en flotación, me hago la misma pregunta: ¿cómo vengarse cuando no existe la muerte? Me muerdo las uñas de mi nuevo cuerpo, las arranco antes de llegar al final, las escupo al piso y vuelven a crecer sin que yo pueda responder.

3.2

Los días pasan sin resultados significativos. Mientras tanto, el cuerpo tiene otras exigencias y debo hacer ejercicios matutinos para fortificar mis músculos. Septiembre escribe mientras yo levanto las pesas; en su silencio puedo escuchar el rechinar de mis brazos. El estudio tiene un ventanal abierto; ella está del lado de adentro y yo del lado de afuera. La casa es grande pero nos gusta estar cerca. «¿Me acompañarías, Rama? Si estoy sola me quedo dormida», me dijo la primera vez. Los chicos están en el colegio.

Ella no parece asustada por convivir con un muerto. Le pregunto si cree en fantasmas. «Claro que sí», responde sin levantar la mirada, «los fantasmas que hacen pesas en un patio lleno de plantas sin cortar».

«Yo te pregunto por los que no tienen cuerpo. Los que están en flotación».

«Internet cuenta como cuerpo».

«Internet es traslúcido, inestable, viscoso». Mientras lo digo imagino una medusa. Millones de algas protegidas para siempre dentro de la campana de la medusa.

«Eso es el ectoplasma».

Septiembre me ofrece un té y después se acuerda de que aún no puedo tomarlo. Le pregunto si puede alcanzarme un poco de agua para que no continúe pidiéndome disculpas. Apoyo las pesas en las baldosas y espero sentado en el banquito que se pega a mi pantalón corto. Un hilo de sudor me corre entre las tetas; paso el dedo y luego me lo llevo a la boca. Está salado. Escucho regresar a Septiembre y ruego que no me haya visto.

«El sol te está dejando la cara colorada», me dice. El vaso tiene gotas de agua, como si él también transpirara. Lo vacío rápido y lo devuelvo; levanto las pesas del suelo. Septiembre no vuelve de inmediato a su escritorio; permanece de pie, apenas pasado el ventanal, con la mano haciendo visera. El pelo le brilla como en una propaganda de champú. Quizás quiera tener una charla de chicas, me ilusiono. No sé si apoyar de nuevo las pesas, por miedo a romper el hechizo y que se vaya; tampoco sé si continuar ejercitando.

«Gales nunca me quiso contar mucho sobre su familia», me dice, «posiblemente por haber vivido en una muy numerosa. Para él siempre fue un peso esta casa llena de parientes y recuerdos».

«¿Y espíritus que regresan de la muerte?».

Septiembre se sienta en el suelo, levantándose un poco la pollera para no manchársela con la tierra roja y los frutos amarillos de los árboles. «Esta casa la construiste vos», contesta.

«Mi papá era arquitecto; me enseñó todo su oficio desde que yo tenía la edad de tus hijos. Planeamos esta casa desde mi adolescencia, para que fuera mía y de mi familia. Él se murió antes de empezar y tuve que hacerlo solo. Supongo que papá estaba ilusionado con vivir conmigo y sus futuros nietos después de jubilarse».

A veces el sol es cubierto por nubes y Septiembre baja la mano que hace de visera; tiene los ojos tan parecidos a los de una exnovia que me da miedo ir a chequear si desciende de ella.

«¿Y tu mamá?».

«La aplastó un auto cuando yo tenía nueve años».

«Lo siento».

«A veces pienso qué diferente habría sido mi vida si para entonces ya hubiera existido el estado de flotación. Mi mamá podría haber continuado conmigo, en internet o en otro cuerpo, en algún lugar. Papá me decía que mamá estaba en el Cielo; en ese momento solo teníamos la religión. Pero al Cielo no se puede acceder por medio de una computadora; la religión no es user-friendly».

«Hace unos años que la Iglesia viene diciendo que aunque sea un método diabólico de todas maneras demuestra la existencia del alma».

«Al menos ya no le hacen la excomunión a quienes entran en flotación».

«A los primeros reencarnados les hacían exorcismos…».

Nos reímos. Septiembre baja la mano como visera para ocultar la boca abierta. Tiene las primeras arrugas notables de la adultez, cerca de los ojos y en las manos; el sol las ilumina. Yo tengo más que ella, pero mi cuerpo es al menos diez años más viejo.

Los cuerpos del verano

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