Читать книгу La mano en la pared (El caso Vermont) - Maureen Johnson - Страница 14

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—QUIERO HABLAR SOBRE LA marcha de mi trabajo —mintió Stevie.

Stevie se sentó delante del enorme escritorio que ocupaba buena parte de la estancia, una de las más hermosas de la Casa Grande. En un principio, había sido el vestidor de Iris Ellingham. La seda gris paloma seguía tapizando las paredes. Hacía juego con el color del cielo. Pero en vez de una cama y tocadores, la habitación ahora estaba llena de estanterías que llegaban hasta el techo.

Intentó no mirar directamente a la persona que se sentaba al otro lado de la mesa, el hombre alto con su camiseta de Iron Man, su americana entallada, sus gafas estilosas y su mechón de pelo rubio que le caía sobre la frente. Así que se concentró en el cuadro que colgaba entre las ventanas, el dibujo enmarcado de la pared. Lo conocía bien. Era el plano de la Academia Ellingham. Estaba impreso en los papeles de admisión. Había incluso carteles a la venta. Era una de esas cosas que siempre estaban ahí y en las que uno no se fijaba. No era del todo preciso; se trataba más bien de una representación artística. Para empezar, los edificios eran enormes y estaban sumamente embellecidos. Había oído que era obra de un antiguo alumno que después se dedicó a ilustrar libros infantiles. Aquella era la fantasía de la Academia Ellingham, el cuadro amable dibujado para el mundo.

—Me alegro mucho de que hayas venido a hablar conmigo —dijo Charles.

Stevie lo creyó. Al fin y al cabo, todo en Charles sugería que quería ser divertido y cercano, desde los letreros de la puerta del despacho que decían CUESTIONA TODO; RECHAZO TU REALIDAD Y SUSTITUYO LA MÍA, y otro más grande, hecho a mano y colgado en el medio en el que se leía ¡RÉTAME! También había muñequitos Funko Pop! apiñados en los alféizares de Iris Ellingham junto a fotos de lo que Stevie supuso que eran de los equipos de remo de Charles en Cambridge y Harvard. Y es que, por muy dinámico e inquieto que fuera, Charles tenía una excelente formación. Todos los miembros del claustro de Ellingham la tenían. Llegaban, cargados de títulos, premios y experiencia, a dar clase en la montaña.

La cuestión era que no había ido hasta allí a hablar de sus sentimientos. A algunas personas no les importaba lo más mínimo, eran capaces de sincerarse con quien fuera y de soltar todo lo que tenían dentro. Stevie prefería cualquier cosa antes que compartir su frágil ser interior con otra persona, ni siquiera quería compartirlo consigo misma. Tenía que caminar sobre la fina línea que separaba parecer vulnerable y mostrar sus emociones delante de Charles, porque mostrar sus verdaderas emociones le parecía una ordinariez. Stevie no lloraba nunca, y menos aún delante de los profesores.

—Estoy intentando… procesar —dijo Stevie.

Charles hizo un gesto de aprobación. Procesar era un buen término, de esos a los que una persona que se dedicaba a administrar podía aferrarse y manejar… y lo bastante clínico como para evitar que Stevie se quedara sin saber qué decir.

—Stevie —empezó el hombre—. Ya casi no sé ni qué decir. Ha habido mucho sufrimiento aquí este año. Y buena parte de él te ha tocado de cerca, de algún modo. Has sido increíblemente fuerte. No tienes ninguna obligación de serlo. Que no se te olvide. No hay necesidad de ser siempre valiente.

Las palabras casi la taladraron. No quería seguir siendo valiente. Era agotador. La ansiedad se arrastraba continuamente por el interior de su piel, como una criatura extraña que pudiera romperla en cualquier momento. Stevie se dio cuenta del sonoro tictac que se oía en el despacho. Se volvió hacia la chimenea, donde reposaba un gran reloj de mármol verde. En otro tiempo, el reloj había estado en la planta baja, en el despacho de Albert Ellingham. Era un modelo refinado, obviamente muy valioso, de color verde bosque con vetas doradas. Se rumoreaba que había pertenecido a María Antonieta. ¿Sería solo un rumor? ¿O, como tantas cosas en aquel lugar, era una realidad poco probable?

Ahora que Charles estaba preparado y atento, era el momento de conseguir lo que había venido a buscar: información.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Por supuesto.

Stevie miró el reloj verde mientras las agujas antiguas y delicadas se movían con precisión sobre la esfera.

—Es sobre Albert Ellingham —añadió.

—Probablemente sepas tú más que yo sobre él.

—Es sobre una cosa de su testamento. Se dice que hay algo en él, algo que dice que, si alguien encuentra a Alice, se llevará todo el dinero. O mucho dinero. Una recompensa. Y que, si no aparece, el dinero se destinará a la academia. Siempre creí que era un rumor…, pero la doctora Fenton así lo creía. Usted está en la junta directiva, ¿no? Debería saberlo. Y ¿no se comenta que la academia va a recibir mucho dinero muy pronto?

Charles se recostó sobre el respaldo y se puso las manos detrás de la cabeza.

—No quiero hablar mal de nadie —confesó—, y menos aún de alguien que ha fallecido recientemente en circunstancias tan trágicas, pero parece ser que la doctora Fenton tenía algún problema del que no éramos del todo conscientes.

—Tenía problemas con la bebida. Eso no significa que estuviera equivocada.

—No —admitió él con un gesto de asentimiento—. No hay nada en el testamento sobre algún tipo de recompensa si alguien encuentra a Alice. Hay depósitos que habría heredado Alice si siguiera con vida. Esos depósitos van a vencer. Por eso estamos reformando el granero y construyendo nuevos edificios.

Así de claro y de simple. De repente, las ideas improbables de Fenton parecieron convertirse en humo.

Como su casa.

—Y ahora, ¿puedo hacerte yo una pregunta? David Eastman fue a Burlington y no volvió al campus. No quería involucrarte en esto. Ya has pasado lo tuyo. Pero el padre de David…

—… es el senador King.

—Supuse que lo sabías —continuó el hombre con gesto serio—. Es algo que llevamos con mucha discreción. Uno de los motivos es la seguridad; el hijo de un senador requiere cierto grado de protección. Y este senador…

—… es un monstruo —concluyó Stevie.

—… es una persona con ideas políticas muy controvertidas con las que no todos estamos de acuerdo. Pero tú lo has expresado mejor.

Stevie y Charles compartieron una leve sonrisa.

—Estoy siendo franco contigo, Stevie. Sé que el senador King tuvo algo que ver en tu regreso a la academia. Me imagino que no te habrá sentado nada bien.

—Se presentó en mi casa.

—¿Tienes una relación estrecha con David? —preguntó Charles.

—Somos…

Visualizó cada uno de los momentos. La primera vez que se besaron. Rodando en el suelo de su cuarto. La vez que estuvieron los dos en el túnel. El tacto de su pelo entre los dedos. Su cuerpo, fuerte y esbelto y cálido y…

—Vivimos en la misma casa —dijo.

—¿Y no tienes ni idea de dónde está?

—No —respondió. Lo cual era cierto. No tenía ni idea. No había contestado a sus mensajes—. No es… muy comunicativo.

—Seré sincero contigo, Stevie: estamos en la cuerda floja. Si ocurre algo más, no sé cómo vamos a poder mantener la academia abierta. Así que, si se pone en contacto contigo, ¿te importaría decírmelo?

Era una petición justa, planteada de modo razonable. Asintió.

—Gracias —dijo el hombre—. ¿Sabes que la doctora Fenton tenía un sobrino? Está estudiando en la universidad y vivía con ella.

—Hunter —repuso Stevie.

—Bien. Pues se ha quedado sin casa. Así que la directiva ha decidido que, ya que la doctora Fenton era tutora de una de nuestras alumnas y estaba tan interesada en Ellingham, puede quedarse aquí hasta que encuentre un sitio donde alojarse. Y como tu casa está más vacía de lo normal…

Era verdad. La casa crujía y crepitaba de noche con la mitad de sus ocupantes muertos o desaparecidos.

—Irá a la facultad cuando lo necesite. Pero me pareció lo mínimo que podíamos hacer como institución. Se lo ofrecimos y aceptó. Creo que, igual que su tía, está muy interesado en este lugar.

—¿Cuándo viene?

—Mañana, en cuanto le den el alta en el hospital. Está mejorando mucho, pero lo ingresaron para tenerlo en observación y para que la policía pudiera hablar con él. Lo perdió todo en el incendio, así que la academia va a contribuir con lo más imprescindible. He tenido que cancelar las salidas a Burlington por David, pero podría autorizar una salida para que compres algunas cosas que necesita. Supongo que se te dará mejor a ti escoger cosas que le gusten que a un viejo como yo.

Abrió su cartera y sacó una tarjeta de crédito que entregó a Stevie.

—Necesita un abrigo nuevo, botas, ropa de abrigo, como forros polares, calcetines y zapatillas. Procura no gastar más de mil dólares. Puedo pedir a alguien de seguridad que te lleve a L. L. Bean y pasar una hora en la ciudad. ¿Crees que te vendrá bien un viaje a Burlington?

—Desde luego —respondió Stevie.

Era un giro de los acontecimientos inesperado y muy bien recibido. Quizá abrirse al mundo fuera el modo correcto de proceder.

En cuando salió, Stevie sacó el teléfono y tecleó un mensaje.

«Me voy a Burlington. ¿Podemos vernos?»

La respuesta no se hizo esperar.

«¿Dónde y cuándo?»

Era el momento de obtener información real.

La mano en la pared (El caso Vermont)

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