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I
Préstame tus oídos (Apocalipsis 2, 7)

La violencia, junto a los actos propagandísticos que la complementan, son las señas de identidad más destacadas del terrorismo que busca impactar en el imaginario colectivo, intimidar a la sociedad y forzar reacciones políticas en pos de sus objetivos. La propaganda, el uso y manejo de la información, la desinformación, las falsas noticias (“fake news”), su tergiversación o manipulación y la actualmente llamada posverdad son temas inevitables en el actual contexto global de convivencia con las denominadas “amenazas híbridas” y los conflictos bélicos específicos, regionales y asimétricos. Los ejemplos y matices son inabarcables ante este panorama de intervenciones militares y difusión noticiosa intencionalmente falseada cuyo objetivo es sembrar la duda y dividir a la sociedad a través de las distintas técnicas de la persuasión. Mecanismos o herramientas geoestratégicos utilizados, por citar apenas algunos ejemplos, por grupos de presión, instituciones, medios de comunicación, religiones, movimientos sociales y revoluciones (francesa, bolchevique), partidos políticos, gobiernos, individuos o Estados totalitarios de posturas ideológicas extremas y antidemocráticas, como la España de Franco, la Cuba de Castro, la China de Mao y sus sucesores, la Alemania nazi o la ex-Unión Soviética desde Lenin y Stalin hasta su disolución. No pocos grupos terroristas, insurgentes y de resistencia están vinculados o han derivado de estas circunstancias, sobre todo los actuales Al-Qaeda y Daesh. A través de internet, se puede acceder a las publicaciones y servicios de propaganda de estos grupos, incluso a manuales sobre cómo fabricar distintos tipos de artefactos de variada peligrosidad o aprender tácticas de ataque. Los candidatos por ser captados para su radicalización pueden introducirse en la Deep Web y descargar literatura yihadista o los manuales indicados que pueden encontrarse también en la web visible o pública y, más aún, en la Dark Net o red oscura 1.

Distintos medios de comunicación, webs, foros de discusión y perfiles en redes sociales como YouTube, Facebook, Twitter, Telegram o hasta el chat de las consolas de videojuegos son ejemplos de herramientas útiles para estos grupos, así como la producción de cuidados documentales de muy alta calidad técnica sobre propaganda militar y ejecuciones. Lo audiovisual sirve porque transmite el mensaje, fija y apuntala el dogma cualquiera sea la forma que este adopte (integrismos religiosos, ideologías políticas o sociales, etc.). Acá no hay símbolo que se pueda interpretar, la idea, y sobre todo la imagen, se impone, como en las ya mencionadas ejecuciones de prisioneros llevadas a cabo por Daesh o en la destrucción del patrimonio cultural histórico (sin olvidar el saqueo de reliquias en zonas conquistadas y luego traficadas en el mercado ilegal con el objetivo de obtener financiamiento para la causa), todo esto como símbolo de la victoria alcanzada, el acabamiento de la oposición por medio del terror y el nacimiento de un nuevo orden (Bartolomé, 2018).

Sostiene el consultor político Jaime Durán Barba (2017): “(…) Nuestra mente no solo recuerda lo que ve, sino que a partir de los datos crea nuevas imágenes que complementan su relato”. Una visión explotada por los creadores de las actuales estrategias propagandísticas como el “storytelling” (arte de relatar y contar historias), que seduce, capta y persuade emocionalmente provocando temas en su audiencia (imponiendo agenda), a través de diversos disparadores y la manipulación psicológica, influyendo en la conducta, involucrando voluntades e incitando a la acción. El trasfondo que se persigue es la de cohesionar a las masas en torno a una idea común. Según Domenach (1955), “la propaganda opera siempre sobre un sustrato preexistente, se trate de una mitología nacional (…) o de un simple complejo de odios y de prejuicios”.

El analfabetismo digital de las personas las vuelve vulnerables, al igual que su credulidad ya que erosionan el espíritu crítico a la hora de interpretar la información captada y consumida. Nuevamente Jaime Durán Barba: “Llegamos al siglo XXI con un pensamiento político anquilosado en las creencias” y, casi un siglo antes, señalaba Mussolini: “El hombre moderno está asombrosamente dispuesto a creer”. El diccionario de Oxford, sobre el concepto de posverdad, define a esta palabra como aquella “que se refiere o denota circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. La producción de propaganda y de narrativas falsas también se ve favorecida actualmente por la velocidad y capacidad de diseminación de las nuevas tecnologías. Según el Reporte de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, la desinformación digital es uno de los mayores peligros que se enfrentan en el siglo XXI, ya que “se considera un riesgo para la seguridad global y un factor que busca desestabilizar a la democracia” (Sifuentes, 2018).

Ya desde la segunda mitad del siglo XIX, el poder de la información se constituye en un actor imprescindible utilizado a través de una de sus principales herramientas: el periodismo. Con la expansión del capitalismo, la Revolución Industrial, las innovaciones tecnológicas y el avance en todos los órdenes de la sociedad, la opinión pública demanda mayor información y surgen las agencias de noticias, aquellas organizaciones que a través de sus corresponsales recogen la información in situ y la procesan para distribuirla en los distintos medios de comunicación que la soliciten, previo pago, por supuesto. De aquel período provienen la Agence France-Presse (1835, Francia), la Associated Press (1846, Estados Unidos) y Reuters (1851, Gran Bretaña); ya en el siglo XX, la United Press International (1907, Estados Unidos), EFE (1939, España), Télam (1945, Argentina), la Agenzia Nazionale Stampa Associata (Italia, 1945), la Deutsche Presse Agentur (1949, Alemania) y en los últimos años, Prensa Latina (1959, Cuba), o las más recientes Telesur (Venezuela), Xinhua (China), Sputnik (Rusia) y la cadena Al-Jazeera (Qatar), la más importante del mundo árabe, entre otras.

En las últimas décadas, con la incorporación a la vida cotidiana de los satélites, internet, la telefonía celular, la fibra óptica y las computadoras, se han constituido de forma ya más perceptible las denominadas “corporaciones mediáticas” que aglutinan múltiples radios, periódicos, revistas, televisoras y portales digitales. Estos grupos son muy cuestionados actualmente por imponer su “línea editorial” que aporta información sesgada según sus propios intereses. Así, a través de la manipulación de la información y de una interferencia insidiosa se pueden derribar o ensalzar gobiernos. “Hoy en día la verdad es cualquier cosa que pueda atrapar la atención de la gente”, dice el autor Evgeny Morozov, citado por Sifuentes (2018). “De esto han sabido sacar provecho los titulares de los noticieros y notas en redes sociales, políticos y líderes de opinión, con frecuencia sin importar realmente lo que se diga (…)”. “La historia dice mucho sobre cómo sacar provecho de eso, y las falacias y mentiras para manipular la voluntad popular han sido tan solo una herramienta más para alcanzar objetivos políticos o vender cualquier clase de producto” (Sifuentes, 2018).

Destaca el caso de la empresa consultora Cambridge Analytica (2013-2018), especializada en la recopilación y análisis de datos para la creación de diversas campañas publicitarias y políticas, actividades en las que ejerció notable influencia sobre la opinión pública y los votantes, y por las cuales también enfrentó acusaciones criminales, entre otras, por la filtración y uso indebido de datos personales de Facebook para campañas electorales, violando las políticas de privacidad de la información.

Investigaciones del Parlamento británico revelaron que la compañía diseñó campañas de desprestigio en algunos procesos electorales (por ejemplo, en la Argentina) e influyó en la campaña para la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Sus prácticas incluían la selección parcial y distorsionada de la información, la difusión de noticias falsas (“fake news”), la utilización del periodismo de guerra (o guerra informativa), la manipulación psicológica de la audiencia, la desacreditación de personalidades públicas, las falsas denuncias por corrupción (“lawfare” o guerra jurídica) y el empleo de agentes de inteligencia.


Fuente: https://es.statista.com/grafico/amp/11853/la-manipulacion-online-mas-presente-que-nunca/

El evangelio político de las religiones y otras propagandas

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