Читать книгу Foucault y la crítica a la concepción moderna de la locura - Mauricio Lugo Vázquez - Страница 6
Introducción
ОглавлениеMichel Foucault aborda el tema de la locura en varias ocasiones. En cada una de ellas lo hace a partir de las herramientas conceptuales y metodológicas con las que en ese momento cuenta y en función de los intereses teóricos que son dominantes. El examen de la locura lo lleva a cabo valiéndose de un vocabulario que está relacionado con ella: enfermedad mental, alienación, sinrazón, anomalía. Esta serie de conceptos integran un conjunto de cuestiones y problemas que constituyen un eje temático que abarca desde su primera publicación, Enfermedad mental y personalidad (1954), hasta las lecciones impartidas en el Colegio de Francia, entre 1973 y 1975, que corresponden a los cursos El poder psiquiátrico y Los anormales.
Nuestra investigación se propone llevar a cabo una doble tarea: por un lado, mostrar la novedad y la coherencia que tiene la crítica que elabora en contra de la concepción moderna de la locura, esto es, la locura entendida como enfermedad; por el otro, poner de relieve la evolución por la que atraviesa el análisis y la problematización que hace de ella. En relación con este segundo punto identificamos cuatro grandes momentos en los que Foucault estudia el tema de la locura. Se trata de cuatro análisis distintos, congruentes, sistemáticos y claramente diferenciados. Entre ellos pudimos ubicar “rupturas”, encadenamientos, anticipaciones, interferencias, contrapuntos, repeticiones y relaciones de continuidad. Esto nos obligó a un incesante ir y venir de un texto a otro, de un eje de pensamiento a otro, a lo largo de los tres capítulos que conforman nuestro trabajo. En el primer capítulo quisimos dejar claramente establecidos los cuatro recorridos por los cuales Foucault transita en su crítica a la locura. El primero alude a los textos de la década de 1950, anteriores a la escritura de Historia de la locura en la época clásica. Se trata de textos cortos en los que Foucault no se muestra muy original. Aquí, la locura es comprendida a partir de elementos retomados del pensamiento marxista (es el caso de Enfermedad mental y personalidad) y, al mismo tiempo, de esquemas explicativos de la filosofía existencial (“Introducción” a Binswanger). Esta doble filiación no deja de ser problemática y solo se superará por medio de una analítica histórica. Así que el segundo tiempo corresponde a Historia de la locura en la época clásica. Es el texto más importante, extenso y rico en ideas e intuiciones que Foucault escribió sobre la locura. Sus tesis más originales se encuentran en ese texto; asimismo, es punto de partida de muchas de sus indagaciones posteriores. Aunque más adelante abandonará algunas de las hipótesis más significativas de ese texto y rectificará otras, la crítica principal que esgrime en contra de la psiquiatría tradicional se mantendrá a lo largo de sus trabajos posteriores. Dicha crítica consiste en demostrar que la locura no es un hecho de naturaleza sino de civilización; que la locura, en una sociedad concreta, es siempre “una conducta otra”, “un lenguaje otro”. Por tanto, no es posible emprender una historia de la locura sin aludir a una historia de las culturas y las sociedades que la definen y la excluyen como tal. A partir de ahí, Foucault subraya la necesidad de tomar distancia con respecto a los conceptos de la psiquiatría contemporánea, ya que el discurso médico participa solo como una de las tantas formas históricas de la relación entre la razón y la locura. La conclusión es contundente: de lo que se trata, finalmente, es de ver lo que una cultura compromete en su disputa con la locura. En nuestra investigación regresamos a este texto una y otra vez. Pero, más que intentar hacer una síntesis del gran relato narrado en esta obra, nos propusimos aprehender la estructura conceptual en la que se fundamenta su crítica a la locura.
El tercer capítulo está íntegramente consagrado a analizar la relación que Foucault establece entre la literatura moderna y la locura. Este momento se refiere a los temas contenidos en su libro Raymond Roussel y los diversos artículos escritos para las revistas Tel Quel y Critique. En todos ellos, el punto de encuentro que se da entre la escritura moderna y la locura reside en una “experiencia radical” del lenguaje que Foucault sitúa bajo el signo de la ausencia de obra; experiencia que concierne a un lenguaje vertical que, tal y como ocurre con un mensaje, propone su principio de desciframiento, su código propio de lectura. Así puede verse cómo el delirio, en la experiencia psicoanalítica, consiste en formar vocablos que expresan en su enunciado la lengua en la que lo formulan; de igual manera, puede constatarse cómo la literatura moderna está transformándose cada vez más en un lenguaje cuya palabra enuncia, al mismo tiempo que lo que ella dice y en el mismo movimiento, la lengua que la torna descifrable como palabra. El delirio, lejos de ser visto por Foucault como una patología en la manera de hablar, o una simple desviación, remonta el flujo del lenguaje hasta revelar la posibilidad primaria de este: allí donde se anuda a sí mismo, aun antes de supeditarse a las funciones de expresión. Por tanto, tanto el delirio del loco como la escritura literaria muestran al lenguaje en el origen mismo de su posibilidad, lo que significa que en el principio del lenguaje no existe nada más que el lenguaje mismo.
Existe todavía un último momento importante en el que Foucault se ocupa de la locura: corresponde al curso impartido en el Colegio de Francia, a finales de 1973 y principios de 1974. Aquí el filósofo se muestra más atento a los dispositivos de poder y a los efectos arquitectónicos del panóptico asilar. En su última recuperación del dossier de la locura, Foucault denuncia la puesta en marcha de un poder disciplinario que viene a desplazar el viejo poder de soberanía. Ya no propone, como ocurre en Historia de la locura en la época clásica, una experiencia fundamental como punto de partida en la sistematización de los gestos y los discursos, sino una táctica general de poder como foco de producción de saberes y prácticas. En el curso de 1973, el asilo psiquiátrico es contemplado como un campo de fuerzas en el que, más que intentar curar al loco, de lo que se trata es de dominarlo.
Al confrontar el juicio que Foucault formula en contra de la concepción moderna de la locura en los escritos que anteceden a Historia de la locura en la época clásica y la crítica que lleva a cabo en esta última, nos pareció que existe un salto teórico de la mayor envergadura, que es el que explica la originalidad de sus tesis posteriores. Foucault, en la primera mitad de la década de 1950, está todavía atrapado en la red de las categorías médicas. En un corto tiempo, apenas unos tres o cuatro años, tomará distancia del marco estricto de la psicología clínica con pretensiones “científicas”, para aproximarse a lo que definirá el estilo propio de su pensamiento, que empieza a eclosionar en Historia de la locura en la época clásica, en la que rompe definitivamente con todas sus posiciones anteriores. Considerará este texto como “su primer gran libro”. En esa obra ya encuentra en la literatura un punto de apoyo importante para el desarrollo de su reflexión sobre la locura, apoyo que perdurará durante todo el período que comprende su etapa arqueológica. Más allá de los presupuestos teóricos y los puntos de continuidad que se puedan encontrar entre los escritos predoctorales e Historia de la locura en la época clásica, defendemos la hipótesis de un corte epistemológico en el desarrollo del discurso sobre la locura de Foucault. ¿Cómo explicar esta ruptura? Sostenemos que el método arqueológico es el que le proporciona los elementos indispensables para modificar por completo la concepción que tenía en los textos anteriores acerca de la locura; método que será fundamental para todas sus investigaciones ulteriores. Dada la importancia que tiene, hemos consagrado casi la totalidad del capítulo 2 a su análisis y comentario.
Después del curso El poder psiquiátrico, Foucault regresará al tema de la locura en reiteradas ocasiones (en sus libros, entrevistas, artículos y cursos), pero lo hará de manera breve y puntual. Así, por ejemplo, en Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, recupera nuevamente el problema de la relación entre locura y crimen, que había sido planteado desde Historia de la locura en la época clásica, pero lo hace únicamente para demostrar que, lejos de que la locura invalide un delito en el sentido en que el artículo 64 del Código Francés de 1810 lo plantea, se tiene siempre la sospecha de que detrás de todo crimen existe cierto grado de locura, o en todo caso de anomalía (Foucault, 2008: 27-28). Asimismo, en el curso impartido en el Colegio de Francia Seguridad, territorio, población, regresa una vez más al tema del hospital psiquiátrico, enmarcado ahora bajo la problemática de la “gubernamentalidad”, y solamente para decir que el hospital psiquiátrico, como institución, debe ser comprendido a partir de un proyecto más general de higiene pública, y de un punto de vista global al que define como tecnología política (Foucault, 2006a: 139-144). Se trata siempre de intervenciones cortas que no modifican nada sustancial de las tesis principales que previamente había expuesto. En todo caso, vienen a enriquecer, problematizar o replantear lo ya dicho con antelación.
En suma: el propósito principal de nuestro trabajo ha consistido en estudiar los múltiples giros, enfoques, análisis que Foucault hizo sobre la locura, subrayando en cada momento debilidades, escollos, problemas que se le van planteando conforme avanza en sus indagaciones sobre la patología mental, así como el intento por superarlas. Nos hemos dado a la tarea, asimismo, de poner en tela de juicio ciertas interpretaciones que se han hecho de algunas de sus ideas importantes. Es el caso, por ejemplo, de una de sus tesis principales –enunciada en el transcurso de alguna entrevista, ya que Foucault jamás lo escribió– en la que afirma que “la locura no existe”, y que ha sido objeto de incontables reproches y cuestionamientos desde diversas posturas. La interpretación literal que se ha hecho del enunciado hace que la psiquiatría contemporánea encuentre aberrante la postura de Foucault. Por supuesto, afirmar que “la locura no existe” no significa que esta no sea nada; con ello el filósofo pretendía invertir lo que la fenomenología en ese momento postulaba: la locura existe, lo cual no quiere decir que sea algo. La locura es lo que el discurso psiquiátrico que habla acerca de ella no dice, no ha dicho ni dirá. En su concepción histórica de la locura, la psiquiatría propone la siguiente interpretación: es cierto –nos dice– que, cuando comparamos la experiencia moderna de la locura con la de otras culturas, son notables e incuestionables las diferencias. Para los antiguos, la locura está vinculada con la filosofía, la poesía y la religión. Se trata de una experiencia que nada tiene que ver con el orden de los asilos y el discurso psiquiátrico. La figura del filósofo, del poeta, la sacerdotisa y el enamorado gozan de cierto privilegio social, ya que han sido tocados por los dioses y su locura es signo de pasión, inspiración o delirio profético. Baste hacer este contraste para corroborar que para los griegos la locura nada tiene que ver con ningún tipo de enfermedad.
A partir de aquí se puede arribar a una conclusión: siempre han existido los locos, pero cada sociedad les ha asignado roles sociales disímiles y los ha valorado de formas diferentes. Así, mientras que en la cultura antigua el loco ostentaba cierto reconocimiento social, en nuestra sociedad moderna es excluido, encerrado y descalificado. Por tanto, resulta fácil concluir que la locura es una cosa que está sujeta a múltiples interpretaciones. El “hecho objetivo” de la locura no varía, lo que cambia a lo largo de la historia son las lecturas posibles que se puedan hacer en torno a ella. Lo que puede cambiar, según esta manera de razonar, no es por supuesto la locura, que siempre ha existido, sino la interpretación que podamos hacer acerca de ella: continuidad de la existencia de la locura, discontinuidad de los discursos posibles sobre ella.
Desde esta manera de razonar, la desgracia de la locura es consecuencia de una manera de ver las cosas, esto es, de una ideología. Desde Historia de la locura en la época clásica, Foucault se niega a aceptar un objeto prefabricado; se niega a medir las instituciones, las prácticas y los saberes, con la vara y la norma de ese objeto dado de antemano. El punto de vista que le proporciona el método arqueológico consiste precisamente en aprehender el movimiento histórico a través del cual se constituye no solo el objeto sino también el sujeto capaz de comprenderlo, mediante tecnologías móviles, que conforman un campo de verdad con objetos de saber.
En nuestra investigación nos proponemos demostrar que, para Foucault, la locura es el resultado de un dispositivo que involucra discursos que la señalan, que le otorgan un sentido, pero también de prácticas a través de las cuales se la localiza, se la aísla, pero también se la convierte en patología. Por medio de dicho dispositivo se hace de la locura una entidad consistente, no algo independiente de lo que vemos, decimos y hacemos con ella, una realidad que se mantiene a pesar de las pretensiones que tienen algunos de hacerla desaparecer. La locura, en calidad de objeto de estudio teórico, no puede ser pensada al margen de las coordenadas teóricas e históricas que la constituyen. Los discursos que hemos inventado en cada formación histórica para hablar acerca de ella han sido decisivos. El manicomio, en conjunción con todo el arsenal clínico, teórico, psicopatológico y terapéutico, ha llegado a conformar una máquina destinada a producir locos a título de un saber médico que se jacta de ser científico. Ahora bien, la psiquiatría solo se pudo constituir como saber, terapéutica e institución gracias a que se alojó desde sus inicios en un horizonte y en una prospectiva de carácter moral. La liberación de la locura de sus antiguas vecindades e identificaciones con el mundo de la miseria, el pecado y el crimen fue esencial para constituirla en objeto de la atención médica, otorgándole una nueva localización en el espacio del internamiento y convirtiéndola en una entidad completamente nueva. En este proceso la operación terapéutica definida como “tratamiento moral” jugó un papel fundamental. Es importante no perder de vista las tácticas y técnicas –que van desde la amenaza a la humillación, desde la vigilancia a la disciplina, desde el juicio a la dominación– por medio de las cuales se logró sujetar la locura, logrando que el loco reconociese por fin la culpabilidad de su propia libertad o, mejor dicho, de lo que lo hace realmente no libre, pero sí “responsable” de ella. De esta manera es que, según Foucault, el loco se convirtió en un extraño para sí mismo, esto es, en un alienado.
En síntesis, se puede decir que para Foucault la pregunta ¿qué es la locura? remite a una práctica: práctica del saber, práctica del poder. El saber se practica, es ver y hablar. Y nada preexiste a ver y hablar. El poder también se practica, pero difiere en su naturaleza de la práctica del saber. Insistimos en que la inspiración de la pregunta que se formula Foucault remite también a una práctica: ¿qué pasa hoy? Es innegable que la mayor parte de lo que escribió Foucault sobre la locura tiene un carácter marcadamente histórico. Sin embargo, el problema histórico que nos plantea en relación con la locura está fuertemente ligado a la pregunta ¿qué pasa hoy? El análisis y la descripción que hace sobre la locura, en Historia de la locura en la época clásica, se detiene en 1814-1815. Se podría afirmar, por consiguiente, que no se trata de una crítica de las instituciones psiquiátricas actuales. Pero Foucault conocía el funcionamiento de estas lo suficiente como para interrogarse sobre su historia. No ignoraba que, desde fines de la década de 1950, la psiquiatría tradicional se encuentra inmersa en una crisis, tanto teórica como institucional, de la que, a pesar de los esfuerzos múltiples de las corporaciones médicas y profesionales por conservar sus poderes y fingir que se trata de una simple actualización, no ha podido salir. Por consiguiente, en la crítica que Foucault hace a la concepción moderna de la locura, siempre tiene presente la triple crisis por la que atraviesa la psiquiatría contemporánea: 1) crisis epistemológica, como consecuencia de la imposibilidad, por parte de esta supuesta “ciencia”, de determinar y definir su propio objeto de estudio: la locura; 2) crisis histórica e institucional, como resultado del modelo asilar el cual le resulta cada vez más difícil conservar y justificar, con su corolario de objetivación clínica y coacción de los derechos de aquellos que son objeto de tratamiento psiquiátrico, y, por último, 3) crisis del Estado de bienestar, con un marcado desajuste entre los gastos y beneficios del modelo asilar. La mayor asignación de recursos al ámbito de la psiquiatría no ha logrado traducirse en una mayor salud, razón por la que los gobiernos actuales de buena parte del mundo optan por reducir los gastos sociales y de salud.
En la tenue frontera que divide la normalidad de la posible aparición de la anomalía, y por ende de la patología, la psiquiatría ha inquirido siempre por el elemento dispuesto a reemplazar la inconsistencia anatómico-patológica de su objeto. Ese elemento lo ha encontrado en una realidad político-moral, que le ha posibilitado al dispositivo psiquiátrico detentar un papel cada vez mayor en la elaboración de discursos y saberes que permiten poner en marcha y aplicar a toda una población lo que Foucault definió, en el primer volumen de Historia de la sexualidad, como biopolítica. Por medio de esta, y gracias a ella, la psiquiatría finalmente encuentra aquel “cuerpo” que no logró hallar jamás en los individuos locos. A pesar de su “crisis”, preocupa el alcance cada vez mayor del campo de intervención de la psiquiatría, algo que Foucault denuncia ya en su curso El poder psiquiátrico. Es probable que en un futuro no se restrinja únicamente a individualizar –gracias a sus funciones de policía– a los individuos peligrosos, y que se encamine a abarcar a las grandes políticas sanitarias de la higiene de las poblaciones, al amplio programa médico-político centrado en la división entre razas sanas y razas enfermas. Hoy el espacio psiquiátrico, psicopatológico y psicoterapéutico va expandiéndose indefinidamente, a la expectativa de que mejore el proceso destinado a producir una verdad acerca de los individuos asentada en un fundamento bioquímico de la cirugía plástica neuronal. La asistencia psiquiátrica se modifica y reestructura a partir de nuevos modelos, privilegiando los criterios preventivos y terapéuticos, con lo que el manicomio se vuelve cada vez más superfluo. Mientras que el manicomio pierde vigencia, la psiquiatría tiende a adueñarse de la salud mental de la población, a punto tal de imponer cuáles deben ser las reglas de existencia bajo el criterio de un saber, el psiquiátrico, sujeto cada vez más al dominio de las neurociencias.
Frente a la doble objetivación del enfermo o, mejor dicho, del internado –la epistemológica, y más concretamente la asilar–, las investigaciones de Foucault sobre la locura ofrecen una “caja de herramientas” de gran valor, para repensar la cuestión de la locura en tanto lugar de contradicción entre una “psiquiatría positiva” (que se sigue proponiendo con el desarrollo de las tecnologías médicas) y los numerosos y diferentes “sujetos”, indóciles y sufrientes, que son su objeto de estudio y gestión. De ahí que en la entrevista “El intelectual y los poderes” afirme lo siguiente: “Me parece que hice una historia [se refiere a Historia de la locura en la época clásica] lo bastante detallada para que suscitara preguntas en la gente que vive actualmente en la institución” (Foucault, 2013ñ: 161). La obra de Foucault intenta, por tanto, responder a dos preguntas: ¿cómo ha sido tal época y qué pasa hoy? La primera es explícita, la segunda está sobreentendida. La actualidad de los textos de Foucault reside en que el aquí y el ahora se imponen con total evidencia. En este punto vale la pena insistir en la importancia que tienen las entrevistas, pues estas desarrollan a menudo el aquí-ahora que corresponde a un libro, refiriéndose el propio libro a un período histórico determinado. Existe, por tanto, correlación estricta entre las entrevistas y los libros de Foucault.