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Presentación

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Desde el primer sorbo de lectura llama la atención el ejercicio de pedagógica explicitación que se realiza en estas páginas. Para decirlo con mayor énfasis, tenemos ante los ojos un festín del modus expresandi que no deja piedra, huella o rasgo de lo advertido en el camino sin examinarlo cuidadosamente antes de guardarlo en el morral como un presupuesto sobre el que se podrá volver más adelante como algo ya visto y aprendido, para reafirmar inferencias, hacer cotejos y adelantar conclusiones. A esto llamo “explicitación”: un recurso expositivo que hace fértil la valoración de todo lo nombrado, porque considera importante que se preste atención a todos los elementos que participan de un proceso, así como a todas las variables que se presentan cada que se da un paso en dicho proceso. Hay en la explicitación que se practica en las páginas de este libro un vínculo estrecho con su objeto mismo, que es la investigación, la búsqueda de conocimiento, la pregunta por las cosas y los fenómenos. La advertencia no puede ser otra distinta a un llamado de atención para que quien investiga esté atento, observe con cuidado, tenga tacto y reconozca con claridad la relevancia que tiene cada instancia de la investigación. Pero lo que llamo “advertencia” no se plantea aquí como un tipo de discurso con el que se trazan normas de conducta, o se crean alarmas sobre lo que no se debe hacer en absoluto, sino como una invitación implícita que, en la medida en que se toma conciencia de ella, va dando forma al perfil mismo del investigador.

Este primer comentario, sobre el que volveré más adelante, no consigue resumir el propósito que ha movido a Mauricio Vélez Upegui a deliberar sobre los modos de aproximación al conocimiento y a partir de allí ilustrar a los lectores. De manera conjugada dos corrientes paralelas (que no alternas) se mueven aquí hasta alcanzar una forma que podemos nombrar como “la ruta humanística y la ruta científica del conocimiento”. Por lo primero, se van entrelazando las razones por las cuales ha sido, desde la Antigüedad clásica, un asunto de inmensa trascendencia para los seres humanos conocer y, paralelamente, conocerse a ellos mismos. La definición como zoon politikón (o “animal político”, “animal racional”) está en la base de los desafíos que representa el conocimiento para “la ruta humanística” (o para la elevación de la estatura humana en virtud del conocimiento en general y de su propio conocimiento). A esta primera corriente se le suma la que podemos calificar como la más caudalosa, “la ruta científica del conocimiento” que, en gran medida, aporta a la exposición una estructura que puede vislumbrarse como el holograma de un proyecto de investigación con todos los ítems perfectamente definidos y desarrollados. El entramado de estas dos rutas da como resultado la formación, es decir, la identificación del sentido de la experiencia humana del conocimiento en función del ejercicio mismo de la investigación tal como lo ilustran las ciencias humanas y las ciencias positivas. Resumiendo, el lector no tendrá más que leer con atención lo que, ya lo dijimos, de modo explicitado le será presentado (nada diferente a tomar asiento en un tren y hacer un largo e interesante recorrido observando cuanto se va poniendo de manifiesto ante su mirada). Pero no vayamos tan rápido, porque aún se pueden señalar otros aspectos que hacen de este libro una pieza valiosa de teoría y práctica del conocimiento.

No deja de llamar la atención que en los procesos de reconocimiento de la realidad que se realizan habitualmente es el fenómeno contrario el que se impone: la no explicitación. Como lo señala el fenomenólogo colombiano Daniel Herrera Restrepo, tenemos en frente nuestro el horizonte no explicitado del mundo de la vida;1 esto significa que dadas las facultades del lenguaje, la inteligencia, la sensibilidad y la sociabilidad, es mucho lo que tenemos como pre-dado para afrontar la experiencia de desenvolvernos en el mundo. Si fuera necesario que una voz exterior nos explicara qué es cada cosa y nos fuera indicando cómo movernos, cómo distinguir, cómo conocer, la experiencia de lo cotidiano sería tan ardua y tan difícil que nos derrotaría el mero ofrecimiento de las cosas. A cambio de esto estamos en el mundo como en una situación de diálogo permanente con las cosas porque, en términos generales, sabemos claramente qué son, por qué y para qué están en nuestro horizonte de conocimiento. Sin embargo, para que no se confundan unos asuntos con otros, lo que trae entre manos la exposición de Vélez Upegui en las páginas que vienen a continuación es, enfáticamente, la investigación, es decir, la descripción de ese momento en el que nos detenemos a preguntar ¿qué es esto?, ¿por qué es de tal o tal manera?, ¿cómo ha llegado a ser lo que es?, ¿qué implicaciones tiene su estatus y su presencia frente a otros fenómenos que le son concomitantes?, en fin, ¿cómo llegar a saber todo esto y mucho más? Lo que queda advertido en este estado de cosas es que ingresar en las dinámicas de la investigación reclama otras acciones que no se pueden pasar por alto, como analizar, describir, deliberar, estimar, cotejar, demostrar, argumentar, interpretar, etc.; en otras palabras: conseguir comprender la relación que guardan con determinado fenómeno la inmensa variedad de asuntos que se ofrecen a la consideración de un observador reflexivo. Ninguno de estos pasos, puede decirse, se da de golpe, como resultado de agudas intuiciones o de manifestaciones del instinto racional o, tanto menos, como iluminación o mensaje que se recibe de fuentes externas al proceso mismo de observación y valoración de los fenómenos. Y al no darse de esta manera, lo que se recalcará es que todo ello guarda relación con la puesta en ejercicio de cuantos métodos se consideren pertinentes para progresar en la búsqueda hasta alcanzar el conocimiento. Finalmente, lo que se consigue atenuar es la fuerza de las suposiciones, hasta el punto de conseguir distinguir con claridad lo que resulta relevante en cada etapa de la investigación, sabiendo por qué se toman en consideración determinadas variables y no otras. Todo ello cobra como resultado, justamente, dejar el rastro (o trazar el camino) de lo que se ha hecho de manera consciente y rigurosa.

Los tiempos de lanzar hipótesis al azar quedan superados por el detalle que aquí se impone de distinguir con objetividad qué es o qué no es, qué puede ser o no ser un problema de investigación, cómo se formulan las preguntas en torno a ese problema, a partir de qué momento se puede proceder a plantear una o varias hipótesis, qué pasos se deben seguir para validarlas o invalidarlas, de qué se puede valer un investigador para aducir una prueba, y lo que es no menos importante, para conseguir sustentarla; en fin, cómo dar cuenta del proceso en su totalidad y cómo argumentar sobre lo advertido en la investigación y sobre las conclusiones a las que se llega, sin incurrir en falacias ni en prejuicios. Adicionalmente, en razón de qué inferir algo más que pueda dar lugar a nuevas rutas de investigación. En letra menuda, pero invitando a una amena lectura, este libro ingresa en el detalle y realiza amplificaciones de todo esto y mucho más, al punto que se le puede tomar con plena seguridad como un manual de investigación que bien podría tener como subtítulo la conocida expresión de Jean-Paul Sartre: “Cuestión de método”.

Los móviles y el asunto mismo de la investigación han sido tema recurrente en los oficios académicos, lo que no significa que resulte innecesario un título más, porque cada autor se propone sus propios desafíos y alcanza sus propias metas. Una comprobación de esta observación –tomando en cuenta el panorama de las publicaciones de estas características hechas en Colombia– es el Tratado de epistemología (2003), de Germán Vargas Guillén; allí, como lo reza su subtítulo, la exposición se concentró en la fenomenología de la ciencia, la tecnología y la investigación social. Tanto en el trabajo de Vargas Guillén, como en este de Vélez Upegui no hay, como tal, una fórmula asertiva para que se siga de manera infalible, esperando cobrar como resultado una verdad absoluta sobre lo que demanda y significa investigar, sino, por el contrario, una recurrida valoración del método que, de manera particular, cobra sus propios resultados en el emprendimiento de cada investigador.

En lo que compete a este libro en particular, aunque el hilo de la exposición se realiza de modo continuo, delimitado apenas por numerales, sin mayores indicaciones como partes, capítulos o subcapítulos, es evidente que la progresión avanza de lo que se puede nombrar como el qué de la investigación (en el que queda recogida la integridad de lo que conocemos como un proyecto de investigación, con su respectiva delimitación del campo o disciplina, la identificación del problema, la formulación de los objetivos para asediar dicho problema, el marco teórico que reclama como fundamentación y el estado de la cuestión –o estado del arte–, según se recoge de investigaciones similares) a lo que se nombraría como el cómo de la investigación (que guarda relación con la práctica misma, la cuestión del método y los pasos que este reclama para conseguir avanzar). De tal manera, los lectores tienen ante sí la prosa regia de un excelente expositor que no dejará cabos sueltos, que involucrará en su recorrido los criterios teóricos que considera fundamentales, principalmente los que tienen que ver, de un lado, con la filosofía de la ciencia, donde apela a las precisiones de autores como Karl Popper, Paul Feyerabend y Mario Bunge, entre otros; mientras que del lado de la hermenéutica toma referencia de las disquisiciones de autores como Hans-Georg Gadamer, Paul Ricoeur, Jean Grondin y muchos más. No obstante, adicional a lo anterior, queda claro a cada momento que el campo de la investigación se encuentra en permanente construcción, como lo puede revelar una mirada panorámica a la historia de la ciencia en general.

Los oficios de Mauricio Vélez Upegui como académico, pedagogo e investigador son suficiente garantía para ingresar con confianza en el ofrecimiento de la lectura. Son suyos, entre otros, los siguientes títulos: La casa de Dionisio. Un estudio sobre el espacio escénico en la Atenas clásica (2015); Dar acogida. El motivo de la hospitalidad en la Telemaquia de Homero (2011); El pórtico de Jenófanes. O sobre la educación (2006); Los desdoblamientos de la palabra. Variaciones en torno al diálogo (2005); Novelas y no-velaciones. Ensayos sobre algunos textos narrativos colombianos (1999), todos ellos del sello editorial de la Universidad EAFIT.

Antes de dar espacio a los lectores, destinaré unas líneas para reflexionar sobre el título que hoy se nos presenta: El horizonte de los vestigios. Reflexiones sobre la praxis investigativa; título que hace eco a una publicación anterior de Vélez Upegui sobre la razón suficiente de la investigación, titulado: “La devoción de lo ignorado (breve escrito sobre la investigación en humanidades)”. Se vislumbraban allí las tensiones de un inmenso desafío de reflexión, discusión y exposición sobre los asuntos relacionados con la investigación. Pero llegados a este horizonte de los vestigios, encontramos aquí un título igualmente hermético, que logra como el anterior poner a prueba las dotes sugestivas de la palabra en el marco de lo que podría llamarse una “hermenéutica atractiva”. Efectivamente, al nombrar el “horizonte” se está mirando a lo profundo, hacia lo que se presume contenido en frente del observador; mientras que en los “vestigios” queda involucrada la política del signo o los potenciales significados de todo cuanto se observa, ya sean estas formas perfectas o parcialmente definidas. Ahora bien, contrario al afán descriptivo de los títulos de artículos y libros de otros autores sobre asuntos relacionados con la investigación, lo que motiva y atrae de este tránsito que Vélez Upegui ha dado a su pensamiento, yendo de la “devoción de lo ignorado” al “horizonte de los vestigios”, es que, en contravía de lo que hemos resaltado como las virtudes de la explicitación, algo críptico se esconde aquí. No se trata de un título programa que deje dicho de qué va la cuestión, sino de una mera alusión, una sugerencia, un susurro que advierte acerca de algo que bien puede aludir a la conocida declaración socrática sobre la docta ignorancia; de igual manera puede conjugar diferentes actitudes frente al saber: la hermenéutica, la mística, la científica, la consuetudinaria; como puede sembrar la inquietud acerca del ser mismo, consciente y racional humano, que se entrega complacido a la indagación de todo aquello que desconoce.

Juan Manuel Cuartas Restrepo Profesor investigador, Universidad EAFIT

El horizonte de los vestigios

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