Читать книгу 2030: Cómo las tendencias actuales darán forma a un nuevo mundo - Mauro F. Guillen - Страница 5

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1. Sigan a los bebés

EL DESCENSO POBLACIONAL, EL BABY BOOM AFRICANO Y LA PRÓXIMA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Los bebés no llegan al mundo sólo con una boca y un estómago; también tienen un par de manos.

Edwin Canna, economista y demógrafo británico


La tasa de crecimiento demográfico puede parecer pavorosa. En 1820 vivían 1,000 millones de personas sobre la Tierra. Un siglo después había más de 2,000 millones. Tras una breve pausa, resultado de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, esta tasa adquirió un ritmo vertiginoso: 3,000 millones para 1960, 4,000 millones para 1975, 5,000 millones en 1987, 6,000 millones en 2000 y 7,000 millones para 2010. “¿Control poblacional o extinción?” se lee en la portada de La bomba demográfica, un libro publicado en 1968 por Paul y Anne Ehrlich, profesores de Stanford, que tendría gran relevancia. Desde entonces, diversos gobiernos de todo el mundo y grandes sectores del público temen un resultado que parece inevitable: terminaremos por desbordar los recursos del planeta y nos destruiremos (a nosotros y a millones de especies de plantas y de animales).

La realidad es que para 2030 tendremos una sequía de bebés.

En las décadas siguientes la población mundial crecerá casi 50 por ciento del ritmo que entre 1960 y 1990. En algunos países la población se reducirá (a reserva de que experimenten altas tasas de inmigración). Por ejemplo, desde principios de la década de 1970 las mujeres estadunidenses tuvieron, en promedio, menos de dos hijos durante sus vidas reproductivas, una tasa que no alcanza a asegurar el reemplazo generacional. Lo mismo ocurre en otros lugares del mundo. La gente de países tan distintos entre sí como Brasil, Canadá, Suecia, China y Japón comienza a preguntarse quién se ocupará de los viejos y pagará sus pensiones.

Conforme disminuyen las tasas de natalidad en el este de Asia, Europa y América, combinado con el declive, menos frenético, en África, Medio Oriente y el sur de Asia, el equilibrio mundial del poder económico y geopolítico se desplaza. Considere esto: por cada bebé que nace hoy en los países desarrollados, más de nueve llegan al mundo en los mercados emergentes y los países en desarrollo. Dicho de otro modo: por cada bebé que nace en Estados Unidos, llegan 4.4 en China, 6.5 en India y 10.2 en África. Además, los avances en nutrición y en prevención de enfermedades en las regiones más pobres del mundo han permitido que un número cada vez mayor de bebés lleguen a la edad adulta y se conviertan, a su vez, en padres. Hace medio siglo, en países africanos como Kenia y Ghana, moría 25 por ciento de los niños menores de 14 años, hoy la cifra es menor de 10 por ciento.

Estos veloces cambios en las poblaciones del mundo no sólo responden a quién tiene más bebés, sino también a quiénes ven crecer más rápidamente sus expectativas de vida. Por ejemplo, en la década de 1950 quienes nacían en las regiones poco desarrolladas vivían un promedio de treinta años menos que en las más desarrolladas. Hoy en día esta diferencia es de 17 años. Entre 1950 y 2015 las tasas de mortalidad en Europa se redujeron únicamente 3 por ciento, mientras que la cifra para África fue de un descomunal 65 por ciento. Los países más pobres están alcanzando a los demás en términos de expectativas de vida, gracias a la reducción en mortalidad en todos los grupos demográficos.

Figura 3. Distribución regional de la población total (%)


Para valorar el impacto global de estos cambios demográficos observe la figura 3. Aquí se muestra el porcentaje de la población total mundial en distintas regiones entre 1950 y 2017, con los pronósticos para el año 2100 calculados por la ONU.

Concentre su atención en el año 2030. Para entonces el sur de Asia (incluyendo India) consolidará su posición como la primera región del mundo en términos de tamaño poblacional. África se convertirá en la segunda región, mientras que el este de Asia (incluyendo China) se verá relegada al tercer puesto. Europa, que en 1950 estuvo en segundo lugar, caerá hasta el sexto, detrás del sureste de Asia (Camboya, Indonesia, Filipinas y Tailandia, entre otros países) y América Latina.

La migración internacional podría mitigar parcialmente estos cambios históricos al redistribuir poblaciones de regiones del mundo con superávit hacia otras con déficits. De hecho, esto ha ocurrido así a lo largo de la historia, por ejemplo cuando muchos europeos del sur migraron al norte de Europa en las décadas de 1950 y 1960. Esta vez, sin embargo, la migración no será capaz de revertir las tendencias demográficas (véanse los datos de la figura 3). Lo digo porque demasiados gobiernos parecen muy decididos a construir muros, ya sea a la vieja usanza (con ladrillos) o mediante el despliegue de tecnologías como láseres y detectores químicos para monitorear los cruces.

Pero incluso si estos muros nunca llegan a construirse, u ocurren circunstancias que los vuelven inútiles, mis previsiones indican que la migración podría no tener un gran impacto en estas tendencias demográficas. Dados los niveles actuales de migración y crecimiento poblacional, África subsahariana (los 50 países africanos que no tienen frontera con el mar Mediterráneo) se convertirá en la región más poblada del planeta para 2030. Asumamos por un momento que la migración duplica su volumen durante los próximos 20 años; incluso así, esa cifra no haría más que demorar ese momento inevitable hasta 2033. Es decir, no descarrilaría las principales tendencias demográficas, sólo las pospondría unos tres años.

Las mujeres y los bebés, amos del mundo

Entonces, ¿qué causas subyacen en la desaceleración de la fertilidad global? Es una pregunta difícil de responder. Después de todo, concebir bebés requiere un método ampliamente conocido, fácil de usar y en extremo popular. Permítame comenzar con una historia sobre mi propio árbol genealógico. Una de mis tarabuelas tuvo 21 embarazos y dio a luz 19 bebés. Su primogénito nació cuando ella tenía 21 años, y el menor cuando había cumplido 42. Conforme el país fue desarrollándose y las mujeres obtuvieron mejor acceso a la educación las familias se redujeron hasta tener uno o dos hijos.

Lo que es importante entender es que en otras partes del mundo, incluyendo África, Medio Oriente y el sur de Asia, sigue habiendo millones de mujeres que dan a luz cinco, diez o más hijos a lo largo de su vida. Sin embargo, conforme avanza el tiempo el número promedio de hijos por mujer se reduce también en los países en desarrollo, y por las mismas razones por las que se desplomó en los países desarrollados hace dos generaciones. Hoy las mujeres tienen más oportunidades fuera del hogar, y para aprovecharlas permanecen en la escuela y en muchos casos continúan hasta la educación superior. Esto, a su vez, significa que posponen la crianza de sus hijos. En términos generales, el cambio en los papeles de las mujeres en la economía y la sociedad es el factor más importante de la caída en la fertilidad global. Con una frecuencia cada vez mayor son las mujeres quienes determinan qué ocurre en el mundo.

Pensemos en el caso de Estados Unidos, donde las prioridades de las mujeres han cambiado rápidamente. En la década de 1950 las mujeres estadunidenses se casaban a una edad de 20 años en promedio; los hombres, a los 21. Actualmente las edades son de 27 y 29 años, respectivamente. La edad promedio de las madres primerizas también se ha incrementado a 28 años. Buena parte de este cambio se debe a la extensión de la escolaridad. Hoy hay más mujeres que completan la enseñanza media superior, y que continúan a la universidad. En la década de 1950 cerca de 7 por ciento de las mujeres de entre 25 y 29 años tenían un título universitario, la mitad que los hombres. Actualmente la proporción de mujeres con títulos universitarios es de 40 por ciento, mientras que para los hombres la cifra es sólo de 32 por ciento.

Cada vez menos sexo

La evolución de las poblaciones humanas tiende a ser un proceso desordenado. Durante miles de años el crecimiento demográfico respondió a la disponibilidad de comida, las guerras, la propagación de las enfermedades y el impacto de los desastres naturales. Durante siglos, los filósofos, teólogos y científicos se han enfrentado a la pregunta de cuántos seres humanos puede mantener el planeta con los recursos disponibles. En 1798 Thomas Robert Malthus, un economista y demógrafo británico, advirtió sobre lo que se conocería como la “trampa malthusiana”, es decir nuestra tendencia a reproducirnos de más y agotar nuestros recursos. Durante la vida de Malthus la población global sumaba menos de 1,000 millones (comparada con los 7,500 millones de la actualidad). Malthus pensaba que los humanos son los peores enemigos de sí mismos a causa de sus impulsos sexuales desenfrenados. En su opinión, el crecimiento demográfico desbocado provocaría hambrunas y enfermedades, puesto que el suministro de alimentos sería incapaz de mantener el ritmo del crecimiento poblacional. Malthus y muchos de sus coetáneos temían que la especie humana estuviera al borde de la extinción por sobrepoblación. “El poder de la población”, escribió, “es tan superior al poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre que la muerte prematura debe, de uno u otro modo, visitar a la raza humana.”

Hoy podemos decir, con la perspectiva que nos da ver hacia el pasado, que Malthus subestimó nuestra capacidad de invención e innovación, que ha conducido a espectaculares aumentos en el rendimiento de las cosechas. También minimizó las gigantescas posibilidades de expandir el suministro de alimentos mediante el comercio internacional, gracias a la aceleración y el abaratamiento de los transportes transoceánicos. Estuvo en lo correcto, sin embargo, en subrayar que la población y los alimentos son las dos caras de la misma moneda.

Aunque Malthus subestimó el posible impacto de la innovación sobre la producción y distribución de comida, omitió por completo las formas en las que la tecnología moderna reduciría nuestro apetito sexual. El vínculo entre ambas cosas es sorprendentemente simple: cuanto más formas de entretenimiento tenemos disponibles, menos sexo practicamos. La sociedad moderna ofrece un abanico de opciones de entretenimiento, desde la radio y la televisión hasta los videojuegos y las redes sociales. En algunos países desarrollados, incluyendo Estados Unidos, las tasas de actividad sexual se han reducido en las últimas décadas. Un meticuloso estudio publicado en Archives of Sexual Behavior encontró que “los adultos estadunidenses tuvieron sexo unas nueve veces menos por año a principios de la década de 2010 que a finales de la de 1990”, un desplome que ocurrió con particular insistencia entre los estadunidenses casados y aquellos con una pareja estable. Si se ajusta por edad, “aquellos que nacieron en la década de 1930 (la generación silenciosa) fueron quienes tuvieron sexo con mayor frecuencia, mientras que aquellos nacidos en la de 1990 (los milenials y la iGen) tuvieron sexo con menor frecuencia a causa de […] un incremento en el número de individuos sin una pareja o cónyuge estable y un descenso en la frecuencia de la actividad sexual en aquellos con pareja”.

Un ejemplo divertido que demuestra el efecto de las formas alternativas de entretenimiento en nuestro apetito sexual tiene que ver con un apagón. En 2008, en la isla de Zaníbar, en la costa de África Oriental, ocurrió un apagón particularmente insidioso que duró un mes entero. Sólo afectó la zona de la isla en la que las casas estaban conectadas a la red eléctrica; el resto de la población siguió usando sus generadores de diésel. Esta situación le ofreció a los investigadores un “experimento natural” único para estudiar el efecto del apagón en la fertilidad de la gente, pues el “grupo de tratamiento”, formado por clientes de la red eléctrica, pasó un mes sin electricidad, mientras que el “grupo de control” que usaba generadores de diésel no tuvo este inconveniente. Nueve meses más tarde en el grupo de tratamiento nacieron aproximadamente 20 por ciento más bebés que en el grupo de control.

El dinero mueve al mundo

Y a nadie le sorprenderá saber que el dinero también es un factor importante en nuestras decisiones reproductivas. En 2018 The New York Times encargó un estudio para descubrir por qué los estadunidenses están teniendo menos hijos, o ninguno. Cuatro de las cinco razones principales tenían que ver con el dinero. “Los salarios no están creciendo en forma proporcional al costo de la vida, y si a eso le sumamos los préstamos estudiantiles resulta que es muy difícil alcanzar una situación de estabilidad económica, incluso si fuiste a la universidad, trabajas en una empresa y tienes pareja con ingresos”, observó David Carlson, un hombre casado de 29 años de edad cuya esposa también trabaja. Los jóvenes provenientes de familias de bajos ingresos también tienen miedo de tener hijos y se ven obligados a elegir entre comenzar una familia o gastar dinero en otras cosas valiosas. Por ejemplo, Brittany Butler, nativa de Baton Rouge, Luisiana, es la primera graduada de la universidad en su familia. A los 22 años sus prioridades son obtener un posgrado en Trabajo Social, pagar sus préstamos estudiantiles y vivir en un vecindario seguro. Los bebés pueden esperar.

Durante la década de 1960 Gary Becker, economista de la Universidad de Chicago, propuso una forma innovadora de pensar en las decisiones reproductivas de la población: los padres sopesan la cantidad y la calidad de los hijos que desean tener. Por ejemplo, conforme aumentan los ingresos de una familia la gente puede comprar un segundo o tercer automóvil, pero si sus finanzas siguen mejorando en forma indefinida no comprarán una o dos docenas. Tampoco adquirirán una docena de refrigeradores o de lavadoras. El argumento de Becker es que en vez de multiplicar la cantidad, los incrementos en los ingresos llevan a la gente a concentrarse en la calidad, es decir, reemplazan sus carcachas con automóviles o camionetas más nuevas, más grandes o más lujosas. En el caso de los hijos eso se traduce en dedicar más atención y más recursos a un menor número de hijos. “La interacción entre la cantidad y la calidad de los hijos”, escribió, “es la principal razón por la que el precio real de los hijos aumenta conforme al ingreso”, lo que significa que cuando los padres ven aumentar sus ingresos prefieren invertir más en cada hijo para darle mejores oportunidades de vida.

Las ideas de Becker sobre el comportamiento humano le valieron, en 1992, el premio Nobel de Economía, y aunque su forma de abordar un tema tan complejo como la fertilidad ignoró el papel de las preferencias, las normas y valores culturales sí hizo énfasis en una tendencia social de gran importancia. Hoy en día muchos padres prefieren invertir más de su tiempo y recursos en un menor número de hijos y proporcionarles todas las oportunidades posibles para alcanzar el éxito, ya sea abriéndoles un plan de ahorros para la universidad o inscribiéndolos en actividades extracurriculares. Como explica Philip Cohen, sociólogo de la Universidad de Maryland: “Queremos invertir más en cada niño para darle todas las oportunidades posibles de competir en un entorno cada vez más desigual”. Desde esta perspectiva los hijos resultan ser proyectos de inversión, con valores actuales netos y tasas de rendimiento.

Para entender cómo los padres toman decisiones sobre el número de hijos que quieren resulta aleccionador calcular cuánto gastan en cada uno. En 2015 el gobierno federal calculó que la familia estadunidense promedio gasta la asombrosa cifra de 233,610 dólares para criar a un hijo, desde su nacimiento hasta los 17 años. Este monto puede duplicarse rápidamente si se incluye el pago de la universidad. En mi computadora tengo una hoja de cálculo para calcular los ingresos familiares y los gastos de cada año; el resultado es que la familia estadunidense promedio puede gastar bastante más de medio millón de dólares en cada uno de sus hijos, suponiendo que se gradúen de una universidad cara. También hice una segunda hoja de cálculo con la misma información, excepto por los niños y sus gastos. Al final de esta segunda hoja la gente puede tener, en vez de un hijo con una excelente educación, un auto de lujo o una casa en la playa.

¿Los big brothers gubernamentales pueden influir

en nuestras decisiones reproductivas?

Hace unos años el gobierno de Singapur trató de ponerlo a prueba. Le inquietaba que las parejas de esta isla diminuta pero próspera, en la que tres cuartas partes de la población son étnicamente chinas, estuvieran renunciando a tener bebés en favor de las cinco “C”, por su letra inicial en inglés: efectivo, automóvil, tarjeta de crédito, condominio y club campestre. Los funcionarios de gobierno mandaron una carta a una muestra de parejas casadas sin hijos en la que argumentaban que era necesario para el país tener una población joven que pudiera mantener el crecimiento de su pujante economía. La carta incluía una oferta poco común: unas vacaciones gratuitas en Bali, que el gobierno pensaba que podían poner a la gente de humor reproductivo. Las parejas, anhelosas de una oportunidad para pasar tiempo en una hermosa playa, aceptaron entusiasmadas la oportunidad. Tomaron las vacaciones, pero no cumplieron su parte del trato: no nacieron bebés, al menos no los suficientes para satisfacer a los funcionarios de gobierno. El programa piloto se canceló a los nueve meses.

La República Popular China también ha tratado de modificar tendencias demográficas, por ejemplo, con su draconiana política de un solo hijo. A finales de la década de 1970, frente a una economía colectivista retrógrada y desorganizada, los reformistas chinos, encabezados por el visionario Deng Xiaoping, llegaron a la conclusión de que el rápido crecimiento poblacional del país sólo los conduciría a una perpetuación de la pobreza. Habían estudiado detenidamente la historia de China: entre 1500 y 1700 la población del país creció más o menos al mismo paso que la de Europa Occidental, pero mucho más rápido durante el siglo XVIII, un largo periodo de paz y prosperidad que llevó al crecimiento inédito de la producción agrícola. Durante esa época, la producción de los campos de arroz y trigo se duplicó o incluso triplicó, y las nuevas cosechas trasplantadas de las Américas, como el maíz y los tubérculos, ayudaron a incrementar la productividad. En ciertas regiones de China esto produjo un incremento en la calidad de vida incluso antes que en Inglaterra, la cuna de la primera Revolución industrial. Entre 1800 y 1950 el crecimiento demográfico se frenó en la cuenca baja del río Yangtsé. Buena parte de esta ralentización se debió a la sobrexplotación agrícola, los disturbios políticos, las guerras civiles y las invasiones e intervenciones de países extranjeros.

Pero luego, y a pesar de la atroz hambruna que provocó el Gran Salto Adelante ocurrido en la década de 1950 y los trastornos de la Revolución cultural de 1960, la República Popular China vio un aumento poblacional de entre 120 y 150 millones de personas durante el tiempo transcurrido entre 1950 y 1979. China estuvo cerca de convertirse en el primer país en tener una población de más de 1,000 millones. Deng y sus colegas reformadores entendieron que si no hacían algo el país entero se enfrentaría a la ruina económica. En 1979 se instauró la restrictiva política de un solo hijo.

Pero resultó que los diseñadores de políticas públicas no estaban al tanto de que la fertilidad en China había comenzado a desplomarse en la década de 1960, y que la mayor parte del decremento se debía a los mismos factores que en otras partes del mundo: urbanización, educación de las mujeres, participación en la fuerza laboral y un creciente interés por darle mejores oportunidades a cada hijo, en vez de tener muchos descendientes. Los políticos no pensaron en forma lateral. Considere las siguientes cifras: en 1965 la tasa de fertilidad en las zonas urbanas de China era de unos 6 hijos por mujer. Para 1979, cuando entró en vigor la política de un solo hijo, ya se había desplomado hasta 1.3 hijos por mujer, es decir, 2 hijos o menos. Mientras tanto, en la China rural la fertilidad se mantuvo alrededor de 7 hijos por mujer a mediados de la década de 1960, una cifra que se redujo a unos 3 para 1979. Durante el periodo de la política de un solo hijo la tasa urbana bajó de 1.3 a 1.0, mientras que la tasa rural cayó de 3 a 1.5. Como han señalado los demógrafos que escriben en el China Journal, “No se puede atribuir la mayoría del descenso de la fertilidad en China a la política de un solo hijo”. La ralentización fue motivada por las decisiones que tomaron las personas en circunstancias cambiantes, no por los burócratas gubernamentales. “La campaña de un solo hijo estaba basada en argumentos políticos y pseudociencia, y no en la necesidad y mucho menos en la buena demografía”, concluyeron los expertos.

En 2015 China eliminó por completo esta política. ¿Esto quiere decir que se reanudará el crecimiento demográfico de la segunda economía del mundo? El premio Nobel y economista Amartya Sen subraya que “el avance de las mujeres fue la sentencia de muerte para la política china de un solo hijo”. El acceso a la educación y a las oportunidades laborales siguen ampliándose para las mujeres chinas, por lo que es poco probable que veamos un incremento en la fertilidad. Como punto de comparación, en los vecinos Taiwán y Corea del Sur —donde nunca existió dicha política— la tasa de fertilidad ronda 1.1 hijos por mujer, por debajo del nivel actual de 1.6 en China. A fin de cuentas, el popular eslogan “El desarrollo económico es el mejor anticonceptivo” demostró ser tan cierto en China como en el resto del mundo.

Irónicamente, el mayor impacto de la política de un solo hijo será generacional. Para 2030 China tendrá 90 millones de personas menos de entre 15 y 35 años de edad y 150 millones más de mayores de 60. El país está experimentando el proceso de envejecimiento poblacional más largo y más veloz de todo el mundo. En el capítulo 2 analizaremos las implicaciones de estos enormes cambios generacionales.

Los inesperados beneficiarios de la política

de un solo hijo en China

Últimamente las noticias están llenas de historias sobre déficits comerciales, tecnologías robadas y espías chinos que se hacen pasar por hombres de negocios. “Una de cada cinco compañías afirman que China les ha robado propiedad intelectual”, afirmaba en 2019 un encabezado de la revista Fortune. Muchos opinan que China va con todo contra Estados Unidos y otros países occidentales; que el gigante global en ascenso está en camino de apoderarse del mundo por las buenas o las malas.

Pocos políticos o periodistas piensan que la política china de un solo hijo ha representado un descalabro importante para los consumidores estadunidenses. En un fascinante ejemplo de pensamiento lateral, algunos economistas han encontrado un vínculo improbable entre la fertilidad y los ahorros. Mientras fue ley, la política de un solo hijo creó un desequilibrio de sexos de cerca de 20 varones por cada mujer, provocado por la preferencia cultural por los hombres. En un encabezado de 2017 en The Economist se leía: “La distorsión en la proporción de sexos causa estragos en los matrimonios chinos”. The New York Times le hizo eco: “Millones de chinos pasan solos el día del amor y la amistad”. Los progenitores decidieron tomar cartas en el asunto. “A causa de la intensa competencia en el mercado de los matrimonios, los hogares con hijos varones aumentan sus ahorros con la esperanza de incrementar las probabilidades de encontrar esposas para sus hijos”, es la conclusión a la que llegan los economistas Shang-Jin Wei y Xiaobo Zhang tras analizar exhaustivamente un gran conjunto de datos. “Esto puede explicar el 60 por ciento del incremento real en los ahorros de los hogares durante 1990 a 2007.” Este fenómeno está tan extendido que ahora China exporta no sólo una variedad de bienes de manufactura sino su exceso de ahorros. El voraz consumo de los estadunidenses ha sido financiado primordialmente con los ahorros de esas familias. Sin el desequilibrio de sexos en China y el subsecuente nivel de ahorro durante las dos últimas décadas los estadunidenses habrían tenido que pagar mayores tasas de interés en sus hipotecas y créditos al consumo. Por ejemplo, si las tasas de interés para un préstamo hipotecario fijo a 35 años hubieran sido en promedio de 6 por ciento durante los últimos 20 años, en vez de 5 por ciento, el pago mensual habría resultado 25 por ciento mayor, dejando menos dinero libre para otros gastos. Así, el costo de comprar una casa en San Francisco en efecto ha tenido algo que ver con el precio del té en China, como reza el viejo refrán.

El desequilibrio de sexos también ha afectado el consumo en la nueva economía digital. Piense en cuánto dinero gasta la gente en servicios de citas digitales de diversas clases. Las plataformas de citas tienen millones de clientes en todo el mundo que gastan al año unos 5,000 millones de dólares. La gente acude a ellos en busca de posibles cónyuges, parejas románticas o aventuras ocasionales. Pero la diferencia en los patrones de gasto por nación resulta reveladora. En China sólo 2 por ciento del gasto en búsqueda de cónyuges ocurre en las apps de citas casuales, mientras que en Europa y en Estados Unidos plataformas como Ashley Madison, C-Date, First Affair, Victoria Milan y Tinder, representan 21 por ciento. En contraste, 85 por ciento del gasto en China se va a servicios de búsqueda de pareja como Baihe y Jiayuan, en comparación con sólo 40 por ciento en Europa y Estados Unidos. Esta disparidad es fácil de explicar. Para los hombres chinos encontrar una pareja estable (a diferencia de una aventura de una sola noche) es más importante, puesto que el desequilibrio de sexos ha creado una especie de crisis nacional. Tampoco es una sorpresa que las mujeres chinas se hayan vuelto más selectivas. En un experimento con perfiles artificiales de hombres y mujeres en una de las plataformas de citas más grandes de China los autores encontraron que “los hombres de todos los niveles socioeconómicos visitaron nuestros perfiles de mujeres de distintos niveles socioeconómicos con frecuencias más o menos idénticas […] En contraste, las mujeres de todos los niveles socioeconómicos visitaron nuestros perfiles de hombres con ingresos más altos con una frecuencia mayor […] Nuestros perfiles de varones con el nivel más alto de ingreso recibieron 10 veces más visitas que los de menor ingreso”.

Curiosamente, en otros países el desequilibrio de sexos va en el sentido opuesto. En Rusia hay un déficit de jóvenes varones porque muchos de ellos mueren prematuramente, en particular por beber en exceso. El problema parece ser tan grave que en algunas zonas de Siberia la escasez de hombres de edad casadera ha llevado a las mujeres a cabildear en el gobierno para legalizar la poligamia. Según Caroline Humphrey, antropóloga de la Universidad de Cambridge, las mujeres siberianas se han ido convenciendo de que “la mitad de un hombre bueno es mejor que ninguno”. Argumentan que “la legalización de la poligamia sería un regalo divino: les daría derecho al apoyo económico y físico de un hombre, les concedería legitimidad a sus hijos y las haría obtener apoyos estatales”. Está de más decir que la solución ideal sería que China y Rusia intercambiaran población, dado que China tiene más hombres y Rusia más mujeres. Desafortunadamente el desequilibrio de sexos en China es siete veces mayor que la brecha rusa, porque la población china también es mucho mayor. Sólo quedan las apps.

Los chicos nuevos de la cuadra: el baby boom africano

Si bien las poblaciones de Europa, América y el este de Asia no están creciendo a la velocidad de reemplazo sí van en aumento en África subsahariana, aunque mucho más despacio que en el pasado. Aun así, se proyecta que su población pase de los 1,300 millones de la actualidad a 2,000 millones en 2038 y 3,000 millones para 2061. Algunos predicen que una gran guerra o una epidemia devastadora podrían descarrilar el impulso demográfico africano. El conflicto armado que provocó la peor mortandad de la historia fue la Segunda Guerra Mundial, que se cobró entre 50 y 80 millones de vidas, pero sólo afectó África de manera tangencial. La epidemia global de sida ha provocado hasta el momento 36 millones de muertes, de las cuales dos terceras partes ocurrieron en África, en particular en Sudáfrica, Nigeria, Tanzania, Etiopía, Kenia, Mozambique, Uganda y Zimbabue. Y sin embargo, la figura 3, que muestra la distribución regional de población, revela que durante las décadas de 1980 y 1990, cuando la epidemia se encontraba en su punto más letal, la curva demográfica de África apenas si se movió. Así pues, sólo una guerra de gran escala o una epidemia que se cobrara cientos de millones de vidas podría alterar significativamente el crecimiento demográfico del continente en relación con otras partes del mundo.

Tal vez piense que África sencillamente no tiene suficiente lugar para acoger el crecimiento demográfico proyectado. Considere, sin embargo, lo grande que es el continente en realidad. Sus representaciones cartográficas en nuestros libros de texto subestiman enormemente su verdadero tamaño en relación con el hemisferio norte. La figura 4 muestra que la masa continental de África es más o menos tan grande como China, India, Europa Occidental y Oriental, Estados Unidos y Japón combinados.


Figura 4

Por supuesto, África tiene desiertos grandes e inhabitables, pero ocurre lo mismo con cada uno de los países representados en el mapa (excepto Japón). Incluso Europa tiene desiertos; la famosa película Lawrence de Arabia no se filmó en la península Arábiga sino, en su mayor parte, en el sur de España. Incluso si tomamos en cuenta la inmensidad de los desiertos africanos, en este continente se encuentran las mayores extensiones de tierras fértiles, aunque en su mayoría desaprovechadas para el desarrollo agrícola. Dado el tamaño de África es poco probable que sufra de sobrepoblación. Este continente cuenta actualmente con 1,300 millones de personas; los otros países del mapa tienen poblaciones que superan los 3,500 millones. Actualmente la densidad poblacional por kilómetro cuadrado es más de tres veces mayor en Asia que en África, y cuatro veces en Europa.

El crecimiento demográfico africano crea problemas espinosos. El continente es hogar de algunos de los conflictos religiosos y étnicos más inmanejables del mundo. Las décadas de guerras civiles intermitentes, atizadas por la Guerra Fría, han hecho estragos con la infraestructura del continente. Las instituciones políticas y sociales en particular, desde las estructuras gubernamentales y el sistema judicial hasta las instituciones civiles, han sufrido inmensamente o nunca lograron desarrollarse, provocando la mayor concentración de “Estados fallidos” del planeta. Cerca de la mitad de los 54 Estados soberanos de África están aquejados por el caos político, la anarquía y la ilegalidad. Buena parte de la migración de las zonas rurales a las ciudades, y de éstas a los destinos internacionales, en particular los europeos, se debe a los conflictos y la violencia, que ponen en peligro no sólo la seguridad personal sino también el desarrollo económico.

Así pues, África no está libre de peligros, pero los beneficios potenciales para su propia población en crecimiento son inmensos. El ascenso poblacional de África la convierte en una fuerza que ya no puede ser ignorada; su suerte, buena o mala, será de trascendencia planetaria. Si las cosas salen bien África será un continente vibrante y dinámico cuyos beneficios se extenderán por el mundo. Si las cosas salen mal, las consecuencias negativas se sentirán por todo el planeta. La demografía no es destino, pero sí determina la vida de las personas.

La gran oportunidad de alimentar a la población africana

La mayoría de la gente cree que las grandes oportunidades de negocios se encuentran en el sector de los servicios y pueden explotarse mediante plataformas tecnológicas o apps. Pensemos lateralmente sobre el crecimiento demográfico en África. Según el Banco Mundial, para 2030 la agricultura africana se convertirá en un sector con valor de billones de dólares. Es una auténtica mina de oro en proceso, y una que bien puede transformar la economía global en su conjunto. El futuro de los bebés africanos, la mayoría de los cuales nace en áreas rurales, depende de la transformación de su sector agrícola. A pesar de sus enormes extensiones de tierra y agua en abundancia, el continente es actualmente un importador neto de alimentos. Y si bien industrias extractivas como el cacao, la minería y el aceite han sido fundamentales durante muchísimo tiempo para las economías nacionales, en el futuro cercano la mayoría del crecimiento en África se deberá a la expansión de la agricultura y las manufacturas y servicios que atenderán a la creciente población del continente. El desafío agrícola es doble: cultivar hasta dos millones de kilómetros cuadrados de tierras —más o menos la superficie de México— e incrementar dramáticamente la productividad.

África está por ver una doble revolución, agrícola e industrial, parecida a las que ocurrieron en Europa, América y el este de Asia en siglos pasados. Pensemos en los beneficios de crear una dinámica virtuosa alrededor de un sector agrícola en expansión. Un granjero necesita mejores insumos, como semillas y fertilizantes, para aumentar la productividad y disfrutar una mejor calidad de vida. Su éxito alimenta, a su vez, la creación de empleos de apoyo a la agricultura en su aldea, incluyendo los de reparación de tractores y otra maquinaria. Cuando los cultivos de subsistencia evolucionan hasta modelos agrícolas de alto rendimiento los excedentes se llevan a las ciudades en crecimiento, reduciendo así los volúmenes de alimentos importados. La transformación de los alimentos crudos en comidas preparadas o frutas enlatadas crea aún más empleos, tal vez millones en todo el continente, y esto da lugar a su vez a una próspera economía manufacturera y un pujante sector de servicios que distribuye y vende los bienes procesados a la población urbana. En eso consiste, en resumen, la revolución agrícola-industrial que le espera a África.

Para lograr este potencial hay muchos tipos de organizaciones y compañías que están aportando nuevas ideas y nuevas prácticas a la agricultura africana. Por ejemplo, la Fundación Africana de Tecnología Agrícola le ha enseñado a quienes practican la agricultura de subsistencia técnicas de muestreo de suelos y selección de semillas. Según el personal de campo de la fundación, “Algunos granjeros se rieron cuando les explicamos que si preparan adecuadamente sus campos, usan las semillas correctas y emplean fertilizantes sus cosechas se multiplicarían por diez. Es un lenguaje que nunca oyeron antes”. Pensemos en el caso de Samuel Owiti Awino. Su granja en la región del lago Victoria de Kenia ha sido azotada por lluvias irregulares y la destructiva hierba Striga. Desesperado, ha intentado todos los trucos imaginables para producir una cosecha suficientemente buena para mantener a su familia y tener un excedente que vender en el mercado local. “Cuando estás enfermo y no sabes qué te aqueja te tomas cualquier brebaje que te ofrezcan, esperando que alguno termine por curarte”, dice. “Eso es lo que he estado haciendo durante mucho tiempo con mi granja.” Awino no dio crédito cuando comprobó que su parcela de prueba rendía el doble de maíz que su mejor parcela tradicional.

A diferencia de lo que sostienen los alarmistas que acuñaron el término bomba de población, el crecimiento demográfico podría ser el incentivo que necesita África para impulsar su sector agrícola, lo que a su vez crearía empleos y generaría actividades económicas relacionadas, no sólo en África sino también en otras partes del mundo. Las mejoras en gestión de suelos, irrigación y distribución pueden producir enormes beneficios.

El futuro de África depende de la conversión de granjeros de subsistencia, como Awino, en agricultores sofisticados. Una forma ingeniosa de convertir el estallido poblacional africano en una oportunidad tiene que ver con el cultivo, la cosecha y el procesamiento de una planta prodigiosa llamada tapioca o mandioca. Este vegetal de raíz, nativo de América del Sur, es notablemente resistente a las sequías, puede cosecharse en cualquier momento, con una flexible ventana de 18 meses, y requiere trabajo manual para plantarse, lo que proporciona a la población local una fuente de ingresos. En los países en desarrollo la tapioca ya representa la tercera fuente de carbohidratos, después del arroz y el maíz, y actualmente se usa sobre todo para producir harina y cerveza. En el África subsahariana al menos 300 millones de personas dependen de ella para satisfacer sus necesidades alimentarias diarias. Además, la tapioca es naturalmente libre de gluten y contiene menos azúcar que el trigo, lo que la convierte en una alternativa saludable a los granos y una mejor fuente de carbohidratos para los diabéticos. Conforme se incremente la producción de tapioca en el continente, una parte podría transformarse en productos con valor añadido para exportación: es un componente de las maderas contrachapadas; se usa como relleno de muchos productos farmacéuticos, entre ellos píldoras, tabletas y cremas, y también puede convertirse en biocombustible.

Para que las inmensas posibilidades de la producción de tapioca se hagan realidad se necesita tanto conocimiento como equipamiento. En el corazón de Zambia, Celestina Mumba pasa muchas horas a la semana demostrándoles a otros granjeros de tapioca cómo mejorar su rendimiento mediante técnicas sencillas como la selección de semillas y el espaciamiento de plantas. Se ha convertido en experta y ahora pasa la mayoría del tiempo ayudando a los demás a usar los mejores métodos a su disposición. A 3,000 kilómetros de allí, en Nigeria, el pastor Felix Afolabi fundó Afolabi Agro Divine Ventures para darle tutorías a jóvenes granjeros de tapioca y para conseguir los arados, rastras, pulverizadores, sembradores, arrancadores de raíces, tractores y excavadoras necesarios para mecanizar la agricultura nigeriana. Los granjeros emprendedores como Mumba y Afolabi son los pioneros de la revolución agrícola-industrial africana.

Si bien muchos de los recursos humanos, tecnológicos y financieros necesarios para desarrollar más la producción de tapioca por toda el África subsahariana están disponibles localmente, las empresas y las ONG extranjeras también pueden hacer contribuciones cruciales. Puesto que tiene un alto contenido de agua, la tapioca debe procesarse a más tardar 48 horas después de ser cosechada, de modo que todo el equipo necesario debe estar disponible cerca del campo. La Compañía Neerlandesa de Desarrollo y Comercio Agrícola (DADTCO), una empresa con fines de lucro que se dedica a mejorar las parcelas de las comunidades pobres, ofrece a pequeñas granjas africanas unidades de procesamiento, refinado y secado instaladas en contenedores montados sobre camiones que pueden ir de aldea en aldea. La cosecha puede comenzar tan pronto se instala este equipo móvil. Tal vez muy pronto estos granjeros y otros emprendedores locales empleen estos recursos para producir alimentos por su cuenta.

En el futuro cercano la expansión de la tapioca podría proporcionarles a los bebés que hoy viven en el campo los empleos que requerirán para ganarse la vida. ¿Y qué tal si África se convierte en una potencia de la industria global de cerveza? Algunas de las compañías más grandes del mundo, SABMiller y Diaego entre ellas, ya se abastecen con los productores de tapioca de las materias primas para producir cerveza, y reducen así el costo de su producto final y la dependencia generalizada de los onerosos materiales de importación de la que adolece África. Si la cerveza de tapioca resulta rentable y sostenible ambientalmente, pronto tendrá diversas cervezas africanas en su bar local y a precios que no podrá ignorar. ¡Mucho ojo, Anheuser-Busch!

La sabana de sílice

Más allá de la próxima revolución agrícola-industrial hay un área en la que África alcanzó el siglo XXI más rápido que cualquier otra región: la tecnología de telecomunicaciones móviles. Y esta transformación ya está cambiando vidas por todo el continente. Pensemos en la historia que le contó Naomi Wanjiru Nganga, habitante del barrio bajo de Korogocho en Nairobi, al Irish Times. Naomi tiene 34 años, está enferma y mantiene a sus cuatro hijos recolectando cajas de cartón usadas y vendiéndolas en el mercado local. Su único dispositivo tecnológico es un teléfono celular bastante elemental, que usa no sólo para comunicarse sino para hacer y recibir pagos, incluyendo un apoyo mensual que le entrega una organización benéfica irlandesa. Es una beneficiaria directa del rápido despliegue de las redes de comunicación móvil en la zona. Hace una década Kenia sorprendió al mundo al convertirse en uno de los líderes mundiales en pagos móviles, de los que 75 por ciento de su población es usuario asiduo. Naturalmente hoy Nairobi es llamada la “sabana de sílice”. Por eso pienso que si queremos abrir una ventana para ver qué nos depara 2030 tenemos que viajar a África.

La tecnología móvil ha demostrado ser particularmente útil en el sector de la salud. En Kenia, por ejemplo, la mayoría de la población rural vive a una hora de distancia en autobús del médico o las instalaciones de salud más cercanos. Para resolver el problema del acceso se han lanzado muchos servicios móviles, desde hotlines médicas y herramientas de diagnóstico temprano hasta educación, recordatorios médicos y seguimientos. Actualmente 90 por ciento de la población tiene un teléfono celular. Los registros telefónicos en Kenia son más confiables que los censos oficiales. Para planear las políticas públicas de salud y comunicación las oficinas de gobierno prefieren usar bases de datos de telefonía celular que registros de nómina o expedientes escolares.

Como muchos otros países —ricos y pobres por igual— Kenia enfrenta una escasez de personal de salud capacitado, costos cada vez mayores y un aumento desmesurado de la demanda. Existen cientos de proyectos y programas de salud electrónicos que benefician a una población rural cada vez más grande. El modelo de usar telecomunicaciones móviles en salud pública, tal como se ve en Kenia, puede ofrecer una solución tecnológica al acceso a la salud que sea eficiente e incluyente, algo que otras naciones pueden emular, incluso un país como Estados Unidos, donde la salud ha estado permanentemente en la contienda política y en el que los costos parecen incrementarse año con año.

La ansiedad y el enojo ante la inmigración

Para 2030 la población humana se distribuirá por el planeta en formas muy distintas a las actuales, con números mucho mayores de personas en África y el sur de Asia que en otras partes del mundo. Y aunque cambiarán las cifras de personas que migrarán de un país al otro, las causas serán las mismas: la migración tiende a convertirse en un fenómeno de gran magnitud siempre que en una región del mundo abunden los bebés y escaseen en otra, o a raíz de crisis como guerras civiles, disturbios políticos, hambrunas, emergencias económicas o desastres naturales. Recientemente se piensa en la migración internacional como una “inundación” que debe ser contenida. Los líderes políticos llaman a construir muros. Los países abandonan los acuerdos comerciales y salen de organizaciones político-económicas como la Unión Europea. Los ciudadanos marchan por las calles con pancartas en las que expresan su rechazo a los inmigrantes. Pero ¿qué pasaría si el temor a que los inmigrantes se roben los trabajos y agoten los recursos del gobierno es infundado?

La vox populi dice que los migrantes desplazan a los obreros y se roban los buenos trabajos de manufactura. Pero en realidad la mayoría de los inmigrantes no compiten con los locales por empleos, como han concluido las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos en varios reportes históricos. La razón es que la mayoría de los inmigrantes están o poco calificados o altamente calificados, y por lo tanto no tienen buenas posibilidades de emplearse en sus países de origen. En contraste, sus compatriotas con niveles intermedios de calificación —como los operarios o los mecánicos— tienen muchas oportunidades laborales en sus comunidades de origen y por lo tanto tienden a no migrar. En economías desarrolladas como las de Estados Unidos, Japón o Europa hay una gran demanda de trabajos pocos calificados, en particular en los sectores agrícola y de servicios, así como de trabajos altamente calificados. Mientras tanto, la mayoría de las pérdidas laborales en los países desarrollados ha ocurrido en el sector manufacturero y entre los trabajadores medianamente calificados, puesto que sus trabajos son sencillos y más baratos de automatizar. En los países ricos tiene más sentido económico instalar tecnologías que reemplacen los empleos que requieren habilidades intermedias, precisamente porque los salarios son lo suficientemente altos como para proveer un incentivo para la automatización y las tareas son relativamente fáciles de automatizar (como veremos en el capítulo 6). Así, la ansiedad y el enojo que producen la pérdida de empleos deberían dirigirse principalmente hacia el cambio tecnológico, no hacia la inmigración. Mi colega de Wharton Britta Glennon ha descubierto que limitar la cantidad de visas disponibles para científicos e ingenieros extranjeros de hecho destruye empleos en Estados Unidos porque las compañías tienden a llevarse sus laboratorios de investigación y desarrollo al extranjero para aprovechar otras reservas de talento. ¿Quiénes son los mayores beneficiarios de restringir la inmigración? China, India y Canadá, los países a los que se trasladan estas actividades de investigación y desarrollo.

Cuando analizamos las estadísticas para determinar cuántas personas de origen extranjero están empleadas en Estados Unidos por nivel educativo comprobamos que los inmigrantes no tienden a robarle empleos a los estadunidenses. Aproximadamente 42 por ciento de los trabajadores que dejaron la educación media superior son inmigrantes, y 29 por ciento de los que poseen doctorados son extranjeros. Sólo 15 por ciento de quienes tienen un diploma de educación media superior, 10 por ciento de los que tienen algo de educación universitaria pero no se graduaron y 14 por ciento de los que poseen grados de licenciatura son inmigrantes. Por su parte, la Oficina del Censo de Estados Unidos reporta que la cifra de empleos de gestión y técnicos altamente capacitados se ha incrementado, mientras que el número de empleos manufactureros y administrativos de bajo nivel, caracterizados por habilidades intermedias, se ha desplomado a causa de la automatización.

Si nos echamos un clavado en los datos sobre las ocupaciones específicas encontramos más evidencias de que la mayoría de los inmigrantes no compiten con los locales por empleos. Según el Urban Institute, los principales tres grupos laborales entre aquellos inmigrantes en Estados Unidos que no poseen diplomas de enseñanza media superior son empleadas domésticas y amas de casa, cocineros y trabajadores agrícolas. Por su lado, los obreros nativos sin diplomas de educación media superior están más representados entre los cajeros, conductores de camiones y otros vehículos y conserjes. La competencia directa por empleos entre los inmigrantes y los locales es limitada.

La migración ayudará a superar algunos de los obstáculos asociados con el envejecimiento de la población. La ONU la llama “migración de reemplazo”. Los datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos sugiere que conforme comienza a retirarse la generación del baby boom la economía estadunidense requerirá un mayor influjo de inmigrantes para cubrir la demanda de empleos distintos, desde asistentes de enfermería y asistentes de salud en el hogar hasta trabajadores de la construcción, cocineros y desarrolladores de software. Para 2030 más de la mitad de éstos y otros empleos en Estados Unidos estarán ocupados por trabajadores de origen extranjero.

Otra forma de analizar si la inmigración menoscaba la posición económica de los locales es examinar los ingresos. Si los inmigrantes compiten con ellos por los mismos empleos los salarios que perciben los trabajadores locales deberían verse reducidos. Tras examinar cuidadosamente la evidencia, las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina llegaron a la conclusión de que “el impacto de la inmigración sobre los salarios generales para los nacionales puede ser muy pequeño, cercano a cero”. Lo que es más importante, la mayoría de las investigaciones encontró “en general mayores efectos negativos para los grupos vulnerables [por ejemplo, minorías étnicas] y para los inmigrantes previos que para los nativos”. Esto podría explicar la paradoja de que una importante proporción de los inmigrantes recientes en Europa y Estados Unidos voten por candidatos que demonizan la inmigración. Está claro que el grupo nativo más expuesto a los efectos de la inmigración es el de quienes abandonaron la educación media superior, que también tienden a favorecer controles migratorios más severos, un factor de gran importancia en las elecciones de 2020.

Si bien la evidencia sugiere que los inmigrantes no compiten con los locales por empleos, aún sería posible que la inmigración representara una pérdida neta para el país de destino si los recién llegados se beneficiaran desproporcionadamente de los servicios de seguridad social del gobierno. De hecho, mucha de la ira popular contra los inmigrantes, tanto en Europa como en Estados Unidos, tiene que ver con la acusación de que representan una carga fiscal porque reciben más, como beneficiarios de los servicios sociales, de lo que contribuyen como trabajadores. Una vez más, la evidencia contradice esta noción popular. Aproximadamente 72 por ciento de los inmigrantes internacionales del planeta está en edad productiva, en comparación con 58 por ciento de la población total. Según un estudio de la prestigiosa Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los inmigrantes han representado 47 por ciento del crecimiento en la fuerza laboral en Estados Unidos y 70 por ciento en Europa desde 1990, y tienden a contribuir más en forma de impuestos de lo que reciben en forma de beneficios de los programas gubernamentales. “A cualquier edad”, puntualiza el reporte de las Academias Nacionales, “los integrantes adultos de la segunda generación [de inmigrantes] suelen tener un impacto fiscal neto más positivo, para todos los niveles de gobierno, que los adultos de la primera o de la tercera generación.” Entre 1994 y 2013 la relación de impuestos/beneficios “se incrementó para los grupos tanto de la primera como de la segunda generación”, lo que indica que con el tiempo los inmigrantes van contribuyendo más fiscalmente a través de nóminas e impuestos sobre la renta de lo que reciben en beneficios de los programas de gobierno. Vale la pena notar que el impacto fiscal de los inmigrantes es más positivo a nivel federal —puesto que la mayoría de ellos están en edad productiva— que a nivel estatal y local, que son los gobiernos que financian la educación de sus hijos. Las Academias Nacionales concluyen que “un inmigrante y una persona nacida en el país con características similares [por ejemplo, edad, educación, ingreso] posiblemente tendrán el mismo impacto fiscal”.

Los inmigrantes no roban empleos: crean empleos

Google, Intel, eBay, Facebook, LinkedIn y Tesla tienen dos cosas en común: han transformado la economía estadunidense y fueron fundados o cofundados por inmigrantes. La economía global no sería la misma sin ellos. Cerca de 23 por ciento de las empresas de alta tecnología en Estados Unidos son fundadas por inmigrantes, y la proporción es significativamente mayor en ciertos estados: 40 por ciento en California, 42 por ciento en Massachusetts y 45 por ciento en Nueva Jersey, según la Kauffman Foundation y el Bay Area Council Economic Institute. Para 2016 los inmigrantes habían fundado 44 de los 87 “unicornios” estadunidenses —aquellas empresas privadas cotizadas en 1,000 millones de dólares o más—, tal como reportó el grupo de reflexión apolítico National Foundation for American Policy. Veintitrés de los emprendedores que fundaron estas 44 empresas llegaron a Estados Unidos para cursar estudios de licenciatura o posgrado, en su mayoría provenientes de India, Canadá, Reino Unido, Alemania e Israel. David Hindawi, por ejemplo, nació en Bagdad en 1944, en el seno de una familia judía iraquí. Su familia se fue a vivir a Israel en 1951, donde sirvió en la fuerza aérea israelí. En 1970 se mudó a Estados Unidos para obtener un doctorado en la Universidad de California en Berkeley. En 2007 unió esfuerzos con su hijo Orion para fundar Tanium, una empresa de ciberseguridad que crecería hasta emplear a 500 personas.

Los inmigrantes son un regalo para la economía, porque están más motivados para convertirse en emprendedores. Un meticuloso reporte de las Academias Nacionales encontró que “los inmigrantes son más innovadores que los nativos”, en función, por ejemplo, del número de patentes que obtienen. “Al parecer los inmigrantes innovan más que los nativos, no porque posean una capacidad inherente mayor sino gracias a su concentración en los campos de la ciencia y la ingeniería”, concluye el estudio. “La inmigración es emprendedurismo puro”, escribió en 2013 Reid Hoffman, cofundador de LinkedIn, en un artículo de opinión de The Washington Post. “Abandonas todo lo que conoces para comenzar en un nuevo lugar. Para tener éxito tienes que establecer alianzas. Tienes que adquirir competencias. A veces tienes que improvisar. Es una propuesta muy osada.”

Además del emprendedurismo, pensemos en las contribuciones de los inmigrantes al sector de la salud en Estados Unidos. Según un estudio de 2016 de la George Mason University, los inmigrantes apenas representan 13 por ciento de la población total de este país, pero conforman 28 por ciento de los médicos y los cirujanos, 22 por ciento de los asistentes de enfermería, psiquiátricos y domésticos y 15 por ciento de los enfermeros y enfermeras registradas. También son más de la mitad de los científicos médicos que trabajan en las áreas de biotecnología. El factor clave tras estos porcentajes es que la mayoría de estos inmigrantes se capacitó como profesionales médicos en sus países de origen. Si bien algunos de los que obtuvieron sus grados en el extranjero deben adquirir capacidades más avanzadas antes de trabajar en Estados Unidos, a causa de los altos estándares laborales de este país, el caso es que Estados Unidos no produce suficientes trabajadores de la salud altamente capacitados. Queda claro que los inmigrantes que trabajan en el campo de la salud no están compitiendo por los empleos estadunidenses.

Otro indicador útil es el de los premios Nobel de ciencia. Entre los 85 ciudadanos estadunidenses que han ganado los premios de química, física y fisiología o medicina desde el año 2000, 33 de ellos, es decir, cerca de 40 por ciento, nacieron en el extranjero. Si Estados Unidos quiere conservar su posición como el país más innovador del mundo, la inmigración debe desempeñar un papel, en especial a medida que las economías del conocimiento siguen su imparable ascenso.

Las Academias Nacionales ya habían llegado a la conclusión, en un reporte de 1997, de que el efecto neto de la inmigración en la economía estadunidense era positivo. En su reporte de 2017 observaron que sin inmigración hacia Estados Unidos “está claro que el PIB sería mucho menor, y tal vez el PIB per cápita también, en gran medida porque Estados Unidos tendría una población más vieja, con un porcentaje considerablemente menor de individuos activos en la fuerza laboral”. El influjo de inmigrantes tiende a reducir los precios para “el cuidado de niños, la preparación de comida, las tareas domésticas, las reparaciones de casas y la construcción”. El reporte también hizo hincapié en que, dada la importancia del mercado inmobiliario para Estados Unidos, los inmigrantes y sus descendientes representan una demanda adicional —y muy bienvenida— de alojamiento. También resulta difícil imaginar cómo podrían funcionar muchas familias estadunidenses de clase media con dos padres que trabajan sin la presencia de inmigrantes que los ayuden a criar a sus hijos. En 2030 veremos cómo el dinamismo creativo que brinda la inmigración desempeña un papel aún más central en la economía estadunidense que el que tiene hoy… a menos que los constructores de muros se salgan con la suya.

Nuestros sesgos cognitivos contra la inmigración

La inmigración también es muy controvertida porque tendemos a concentrarnos más en los inconvenientes que en las virtudes. Los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman propusieron que en muchas áreas de la vida tomamos malas decisiones porque nuestro pensamiento está empantanado por el “sesgo de aversión a la pérdida”. Tras realizar muchos experimentos llegaron a la conclusión de que las personas en general prefieren evitar las pérdidas que concentrarse en ganancias equivalentes. Puede resultar sorprendente, pero a la mayoría de la gente le parece más atractivo dejar de perder 10 dólares que ganar 10 dólares.

Para su tesis de maestría en la Universidad de Bergen la economista conductual noruega Thea Wiig llevó a cabo un experimento en el que le presentó a algunas personas ciertas estadísticas sobre el empleo de los inmigrantes (donde mostraba los posibles beneficios sociales de la inmigración) y el impacto de la inmigración en los programas sociales (donde mostraba las posibles pérdidas). Encontró que “las pérdidas ocupan más espacio que las ganancias” en la mente de las personas, lo que contribuye a las actitudes negativas hacia la inmigración. “La gente es susceptible a los enfoques negativos que hacen hincapié en los costos de la inmigración”, escribió. En particular, “la información conductual sobre la tasa de empleo de los inmigrantes en Noruega, que es de 60 por ciento, provoca que los individuos prefieran políticas migratorias más estrictas”. Las implicaciones de esta investigación son que las preferencias respecto a la inmigración y, por lo tanto, el abanico de políticas públicas posibles pueden moldearse e incluso ser manipulados en cuanto notamos que “la gente está más dispuesta a renunciar a los beneficios de la inmigración que a absorber sus costos”. Cuanto más nos acercamos a 2030, más importante es reconocer cuán hábil —e influyente— ha sido el enfoque negativo de la inmigración, y cuán efectivamente ha superado los argumentos de quienes promueven sus beneficios. En un artículo en The New York Times el periodista James Surowiecki argumenta que la retórica que sostiene que “estamos perdiendo nuestro país” resulta convincente porque apela a nuestro sesgo de aversión a las pérdidas, que les ha dado una ventaja electoral a los candidatos antiinmigración.

Otras investigaciones que exploran el sesgo de aversión a la pérdida arrojan luz sobre el comportamiento de los propios inmigrantes. Al analizar las diferencias conductuales entre nativos, individuos nacidos en el extranjero que deciden inmigrar y extranjeros que permanecen en su país natal, un estudio encontró que de esos tres grupos los migrantes son los que tienen mayor tolerancia al riesgo. Esto puede explicar por qué tantos inmigrantes se vuelven emprendedores. Pero también es importante notar que los inmigrantes potenciales responden con más intensidad a las malas noticias sobre las condiciones económicas futuras que a las buenas, como todos los demás. Además, la inmigración está más motivada por las dificultades económicas en el país de origen que por las oportunidades en el país de destino, como nota Mathias Czaika en otro estudio. Este hallazgo muestra que, por lo general, los inmigrantes no sólo están tratando de mejorar los estándares de vida que tenían en su propio país: están escapando de condiciones económicas hostiles e incluso desesperadas.

La posesión de propiedades (o la falta de ellas) es otro factor clave de la inmigración, porque afecta las actitudes hacia el riesgo. En un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, William Clark y William Lisowski encontraron que los inmigrantes sopesan cuidadosamente las posibles ganancias y pérdidas que conlleva la decisión de mudarse a otro país. Quienes son dueños de una casa o tienen otros tipos de propiedad son menos propensos a mudarse, dentro o fuera de su país. Es por eso que la redistribución de tierras en los países pobres podría reducir las tasas de migración más efectivamente que los muros fronterizos.

Lo cierto es que hay muchas buenas razones para concentrarse en las ventajas de la inmigración. Un reporte de 2018 de los fideicomisarios de la Administración de Seguridad Social advertía que para 2030 sería imposible alcanzar el nivel mínimo de “suficiencia financiera de corto plazo” del fondo porque el gobierno lo usa para el pago continuo de beneficios, en vez de asegurar la viabilidad de largo plazo del sistema. USA Today recibió el reporte con el encabezado “La seguridad social y Medicare mueren lentamente, pero nadie en Washington mueve un dedo”.

La inmigración representa no una amenaza sino una oportunidad lateral para asegurar la viabilidad futura del sistema de pensiones. Los inmigrantes pagan millones al año en impuestos de seguridad social por nómina, aunque estén indocumentados y usen números de seguridad social falsos. El grupo de reflexión New American Economy calcula que muy pocos de los 8 millones de trabajadores indocumentados que pagaron unos 13,000 millones de dólares en impuestos a la nómina en 2016 tienen derecho a recibir beneficios de seguridad social. Y resulta que los inmigrantes con sueldos bajos son los que más contribuyen, porque el impuesto de 6.2 por ciento de la seguridad social sólo aplica a los primeros 128,400 dólares en ingresos. “Deportar trabajadores indocumentados tendrá un impacto negativo, de corto y largo plazo, en los fondos de seguridad social, que están vinculados directamente con el crecimiento demográfico”, afirma Monique Morrissey, economista del Instituto de Políticas Económicas. En su reporte, los fideicomisarios de la Administración de Seguridad Social observaron por qué un aumento en las oleadas migratorias son potencialmente benéficas: “La tasa de costos baja con un aumento en la inmigración neta total porque la inmigración ocurre a una edad relativamente temprana, lo que aumenta las cifras de trabajadores cubiertos más pronto que el número de beneficiarios”.

En resumen, los enfoques importan. Si usted piensa lateralmente puede convertir un problema en una enorme oportunidad. Cuanto más logremos enfocar nuestra atención en las oportunidades, más probabilidades tendremos de adaptarnos con éxito a los desafíos de 2030.

¿De verdad ocurre la fuga de cerebros?

Hasta los opositores más acérrimos de la inmigración concuerdan en que necesitamos extranjeros altamente capacitados para llenar las lagunas de la economía estadunidense. Pero ¿eso significa aprovecharse de los países más pobres, que pierden a algunas de las personas más talentosas en provecho de otras naciones? En la década de 1950 los británicos acuñaron el término “fuga de cerebros” para calificar la pérdida de su capital humano en beneficio de Estados Unidos y Canadá, donde los médicos, ingenieros y otros trabajadores altamente calificados encontraban trabajos mejor remunerados que en su país natal. Durante las últimas tres o cuatro décadas un proceso parecido de migración de talento ha despojado a países en desarrollo como Bangladesh, Nigeria y Filipinas de buena parte de su capital humano más valioso. Según Anna Lee Saxenian, geógrafa y politóloga de la Universidad de California en Berkeley, el círculo de empobrecimiento provocado por la fuga de cerebros puede convertirse en un círculo virtuoso de “circulación de cerebros”, en beneficios de los países tanto de origen como de destino.

Miin We, por ejemplo, emigró a Estados Unidos desde su nativa Taiwán para obtener un doctorado en energía eléctrica en la Universidad de Stanford. Tras graduarse en 1976 trabajó para las legendarias compañías Siliconix e Intel. Diez años más tarde cofundó en Silicon Valley VLSI Technology, una empresa dedicada al diseño y la manufactura de circuitos integrados. Para finales de la década de 1980 Taiwán se había convertido en un imán para la manufactura de chips, de modo que We decidió emplear a sus contactos en Estados Unidos para fundar Macronix, una de las primeras compañías de semiconductores del país y la primera compañía taiwanesa en aparecer en el índice Nasdaq. Su vida se convirtió en un tránsito permanente por el Pacífico. El emprendedurismo de Wu se alimenta, y se beneficia, tanto de su nación de origen como de su país de adopción.

James Joo-Jin Kin se mudó de Corea del Sur a Estados Unidos en la década de 1960, en busca de educación. Cuando llegó a la Wharton School “ambas partes de la península coreana estaban devastadas por la guerra, y no puedes ni imaginarte lo sombrías que eran las perspectivas para todos los coreanos. Éramos desesperadamente pobres, y nuestra nación se encontraba en ruinas”. En 1969, tras obtener un doctorado y trabajar como profesor universitario, fundó Amkor Technology, un proveedor de servicios de empaque y prueba de semiconductores que en 2018 reportó ventas por 4,200 millones de dólares. Amkor emplea a casi 30,000 personas en fábricas del este de Asia y Portugal, además de tener varias instalaciones en Estados Unidos. El nombre de la compañía lo dice todo: es un híbrido de “América” y “Corea” (Korea en inglés). Amkor ha ayudado a Corea del Sur a convertirse en la potencia tecnológica que es hoy. “Sobrevivimos, perseveramos y luego prosperamos”, afirma Kim.

Los emprendedores visionarios como Wu y Kim demuestran el posible impacto de la inmigración en muchos países. Gracias a los bajos costos de transporte y a las ventajas de las comunicaciones digitales, hoy en día un emprendedor puede operar un negocio a caballo en un par de países distantes entre sí, como India y Estados Unidos o China y Estados Unidos, explotando los recursos complementarios que existen en cada uno. Hoy en día es posible colaborar en tiempo real a través de continentes enteros, tanto en las tareas más rutinarias como en las más complejas. Como resultado, se crean empleos tanto en el país de origen de los inmigrantes como en el de destino. Y si bien hasta hace poco el mercado para estas colaboraciones era primordialmente Estados Unidos, en el futuro cercano el crecimiento de los mercados de consumo chino e indio creará colosales oportunidades para esta clase de emprendedores o compañías transnacionales.

Además, los beneficios de esta circulación de cerebros por el mundo, tal como la describe Saxenian, son múltiples: atrae inmigrantes altamente calificados hacia una economía como la estadunidense, que enfrena con frecuencia escasez de mano de obra, y crea empleos para los estadunidenses en algunas de las industrias del futuro, pero lo más importante es que construye un puente entre Estados Unidos y algunos de los mercados emergentes más grandes del mundo, un fenómeno que posiblemente rinda frutos extraordinarios conforme el centro de gravedad de la actividad económica y el consumo se traslade del Atlántico Norte hacia Asia y eventualmente África.

El Banco Mundial ha estudiado la enorme escala de esta colaboración internacional mediante las llamadas redes de la migración de emprendedores e ingenieros que estudiaron en Estados Unidos. Dependiendo de su país de origen, entre 50 y 75 por ciento de ellos regresó a sus hogares, donde muchos fundaron sus propias compañías. Entre los que permanecieron en Estados Unidos, 50 por ciento vuelve a su país de origen al menos una vez al año por viajes de negocios. Los efectos benéficos de las redes de la migración de trabajadores altamente calificados son particularmente notorios en Israel, Taiwán e India. La tecnología de la información es el sector que mejor se presta a este tipo de desarrollo transnacional, posiblemente gracias a sus bajos requerimientos de capital.

Si bien las oportunidades intrínsecas de la migración son gigantescas, también lo son los posibles escollos cuando los nativos sienten que llevan las de perder. Es imperativo debatir tranquilamente sobre las mejores políticas para determinar el volumen, los tiempos y la composición de la inmigración con el fin de maximizar las oportunidades, tanto para los países de origen como los de destino, de modo que la globalización no deje atrás a millones de personas cuando pierdan sus empleos y se degraden sus comunidades. La investigación muestra que los sistemas de cuotas no parecen ser la mejor forma de alcanzar esas metas, y que los sistemas basados en la demanda laboral y las habilidades tienen mejores oportunidades de éxito. Tal vez el mejor ejemplo sea Canadá, que ha logrado atraer inmigrantes altamente calificados al ofrecerles a los estudiantes universitarios extranjeros rutas para obtener una visa de trabajo al graduarse. La Conference Board of Canada, una asociación patronal, calculó en 2018 que si durante las dos décadas siguientes se restringiera la inmigración, la tasa de crecimiento económico caería 30 por ciento: “Si Canadá le pusiera un alto a la inmigración experimentaría una contracción de la fuerza de trabajo, se debilitaría el crecimiento económico y se enfrentarían mayores desafíos para financiar servicios sociales como el de la atención médica”. Las economías más vibrantes en 2030 serán las que logren aprovechar las contribuciones dinámicas de los inmigrantes al tiempo que cuiden a quienes resultan perjudicados por las constantes transformaciones de la economía.

Bebés, migración y oportunidad

En este capítulo seguimos a los bebés para darnos una idea de cómo será 2030. Ya nacieron los jóvenes consumidores del futuro cercano, y la migración compensará en parte el rápido envejecimiento de las poblaciones en algunos países del mundo. Mientras tanto, el costo de los ajustes a la nueva realidad será la creciente ansiedad, e incluso la ira, de quienes se quedan atrás. El resultado de estas fuerzas contradictorias dependerá de cómo transformemos las ansiedades del presente en oportunidades para el futuro.

Para muchos países del mundo, incluyendo Estados Unidos, la solución se encontrará en el equilibrio entre las necesidades y las aspiraciones de distintos grupos demográficos. Los segmentos de población jóvenes y viejos perciben los desafíos por venir en formas radicalmente distintas, como es de esperarse. Donde unos ven ganancias los otros tienden a ver pérdidas. El capítulo 2 muestra cómo pueden aprovecharse las oportunidades intrínsecas de los grandes cambios demográficos.

2030: Cómo las tendencias actuales darán forma a un nuevo mundo

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